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MES DE LA BIBLIA: LOS EVANGELIOS Y LOS EVANGELISTAS 16 de septiembre de 2012/ AÑO 18, No. 897

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Los cuatro Vivientes y los cuatro evangelistas Por Diana R. García B.

En el libro del Apocalipsis hay un pasaje que habla de cuatro Vivientes: a san Juan le fue mostrada una visión del Cielo en la que Dios está sentado en un trono y, «en medio del trono y alrededor de él, había cuatro Seres Vivientes, llenos de ojos por delante y por detrás. El primer Ser Viviente era semejante a un león; el segundo, a un toro; el tercero tenía rostro humano; y el cuarto era semejante a un águila en pleno vuelo. Cada uno de los cuatro Seres Vivientes tenía seis alas y estaba lleno de ojos por dentro y por fuera. Y repetían sin

cesar, día y noche: ‘Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, el que es y el que vendrá’» (Ap 4, 6-8). Esta simbología ya la usaba mucho antes el profeta Ezequiel (cfr. capítulo 1), diciendo que los cuatro Vivientes «parecían hombres», pero más adelante los ve como querubines (cfr. capítulo 10). Desde los primeros tiempos del cristianismo los Padres de la Iglesia vincularon el símbolo de los cuatro Vivientes con los cuatros textos del Evangelio y, por ende, con los cuatro evangelistas:

MATEO, EL HOMBRE Se le asocia con la inteligencia propia del ser humano, y su texto del Evangelio comienza con la lista de los antepasados de Jesús, el «Hijo del Hombre».

JUAN, EL ÁGUILA Se le asocia con el águila por sus altos vuelos, ya que su texto del Evangelio es, desde el primer versículo, el más elevado de los cuatro.

San Mateo: el converso

S

an Mateo, además de evangelista, fue uno de los doce Apóstoles de Jesús. Su nombre era Mateo Leví, y bajo el segundo nombre aparece tanto en el Evangelio según san Marcos como en el según san Lucas. Era hijo de Alfeo, y vivía en Cafarnaúm, junto al lago de Galilea. Antes de convertirse a Jesús, se ganaba la vida en el lucrativo oficio de publicano, es decir, como recaudador de impuestos para los romanos, por lo que a ojos del pueblo era un individuo aborrecible, a quien se le negaba su participacion en las actividades religiosas y sociales. Los tres sinópticos narran el llamado que le hace Cristo (Mt 9, 9; Mc 2, 14; Lc 5, 27-32). Tras Pentecostés, predicó en Judea por 15 años; luego evangelizó en Persia y luego por 25 años en Etiopía, donde entre las conversas figuraba Hifigenia, la hija del rey, quien decidió consagrar su virginidad a Dios. Cuando el tío del rey, que pretendía casarse con ella, se enteró, mandó matar a san Mateo, quien sufrió el martirio traspasado por una lanza mientras oficiaba la Santa Misa.

SU ESCRITO

Algunos dicen que el Evangelio según san Mateo fue escrito en el año 64 o alrededor del 80; otros dicen que hacia el 110, pero así se esta dando por hecho que el Apóstol no es en realidad el autor. El texto presenta a Jesús como el que ha llevado a cumplimiento todas las expectativas del Antiguo Testamento. Y el tema central de los discursos de Jesús es el Reino de los Cielos.

A QUIÉN SE DIRIGE

MARCOS, EL LEÓN Se le asocia con el valor del león. Además, en su texto del Evangelio san Marcos inicia hablando del ministerio de san Juan el Bautista, la «Voz que clama en el desierto», la cual es poderosa como el rugir del león.

LUCAS, EL TORO Se le asocia con la fortaleza del toro. Y en su texto del Evangelio empieza narrando el sacrifico del sacerdote Zacarías (padre de Juan Bautista), siendo que el toro debió ser muy probablemente la ofrenda sacrificada.

Mateo escribió para cristianos venidos del judaísmo, por eso puede hacer referencia hasta 130 veces del Antiguo Testamento sin temor a que los lectores no lo entiendan.

PASAJES ÚNICOS

Entre los pasajes exclusivos del Evangelio según san Mateo figuran la genealogía de Jesús (capítulo 1), el pasaje de los Magos de Oriente, el asesinato de los santos inocentes y la huida a Egipto (cap. 2), y las advertencias sobre el adulterio (5, 27ss).

San Marcos: su texto es el más breve

S

u nombre completo era Juan Marcos, y era hijo de una mujer llamada María en cuya casa, en Jerusalén, se reunían los primeros cristianos (cfr. Hch 12, 12), de lo que se deduce que esta familia conocía y quizá recibía con frecuencia a Jesucristo y sus discípulos. Marcos era pariente de san Bernabé (cfr. Col 4, 10), por lo que es posible que, al igual que éste, haya sido un levita perteneciente a la comunidad judía de origen chipriota que vivía en Jerusalén, lo que explicaría su conocimiento de la lengua griega. Cuando san Bernabé y san Pablo evangelizaban juntos, Marcos fue con ellos (cfr. Hch 12, 25), pero estando en Panfilia los dejó (cfr. Hch 15, 38); por eso más tarde hubo desacuerdos entre los dos primeros, porque Pablo ya no quiso llevar a Marcos (cfr. Hch 15, 39); sin embargo,

hacia el final de su misión, cuando Pablo ya estaba prisionero en Roma, pide la presencia de Marcos para la evangelización (cfr. II Tim 4, 11).

Marcos también evangelizó con san Pedro en Roma, quien le tenía un profundo aprecio, tanto que le da el apelativo de «hijo» (cfr. I Pe 5,13). Después del martirio de san Pedro, san Marcos llevó el Evangelio a Alejandría, así como a Hielópolis, lugar donde convirtió y bautizó a muchos judíos. Su martirio ocurrió en Alejandría, donde fue estrangulado con una soga.

SU ESCRITO

En cuanto a su texto del Evangelio, se dice que fue compuesto entre los años 65 y 75, pero fue antes del 64 si es que san Pedro fue su fuente principal, además de que su muerte debió ser por el año 68. Dividido en 16 capítulos, el Evangelio según san Marcos es el más breve de todos.

A QUIÉN SE DIRIGE

Lo compuso para los cristianos gentiles, es decir, los que antes habían sido paganos; por eso tiene que traducir vocablos arameos y explica costumbres judías. Aunque lo escribió en griego, los destinatarios específicos eran los cristianos de Roma, de ahí el uso que hace de latinismos.

PASAJES ÚNICOS

Son muy pocos los pasajes exclusivos en el texto de san Marcos; entre ellos el detalle de que Cristo ni siquiera tenía oportunidad de comer y que sus parientes fueron «a hacerse cargo de Él» (3, 20-21); el comentario de Jesús de que la semilla crece sin que el hombre sepa cómo (4, 26-29); la curación del sordo que hablaba con dificultad, metiéndole los dedos en los oídos y tocándole la lengua con saliva (7, 32-37); y la curación del ciego de Betsaida (8, 22-26).


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