1er número de la revista "El alFFyLer"

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POR MI ESPÍRITU DESNUTRIDO RUGIRÁ MI PANZA LOMBRICIENTA

Ahh… aún quedan días bonitos, ¡qué sutileza! Tan delicada es la caída del violeta; desde los majestuosos árboles que llenan de frescura el fulgor del mediodía, aun dejando pasar algunos rayos que entibian las bancas frías del Ágora. No está mal para comerme el lunch que me hice esta mañana. Y como buen lugar de encuentros inesperados, tengo la agradable sorpresa de toparme con una gran amiga que no veía desde hace tiempo. Enseguida nos saludamos e intercambiamos gustosamente algunas palabras; se abre un tema interesante, pero me comenta que tiene que ir a comer a la cafetería, pues tiene la beca de manutención. Le propongo que comamos en la cafetería para seguir charlando. Ella acepta y enseguida retomamos la conversación. Mientras nos acomodamos en una mesa, recordaba que en algún momento había intentado comer allí mismo, pero había sido muy caro y horripilante; no sólo por el sazón, sino también por el ambiente; hostil, con una pinta grisácea, como carcelaria. Pero bueno, saco mi lunch mientras que mi amiga va por su comida. Parece que aún no están listas las comidas, veo a mi amiga preguntarles por qué no tienen la comida lista, y los trabajadores le responden malhumorados y despreocupados. Pienso, ¿cómo en México se tiene que aguantar y replicar la patanería? Y por cierto, ¿qué pedo con

la supuesta cafetería de la Facultad? No es más que un vil negocio privado que, aunque ostenta con todo y sus placas, de no tener ratas, no puede ocultar su nefastez. En ese momento una de las trabajadoras se acerca y me dice que no puedo comer aquí, que la cafetería es para los que consumen sus alimentos. Dice con voz tajante ¡es un negocio independ i e n - te! Yo no sabía que tan jodida estaba la cafetería, para ni siquiera dejarme comer ahí. La situación me hervía la sangre, y cuando ya estaba a punto de rebatirle, de pronto, siento una mano apaciguadora sobre mi hombro, y me dice mi amiga, “ya vámonos, ni vale la pena esperarse”. Tenía razón, ni de esperarse ni de nunca volver. Salimos y me dice que si vamos a buscar algo de comer. Yo le respondo que sí, y le digo, “¿por qué chingados nadie se queja de tener cafeterías como éstas?”, “Mmmm... ¿Será porque la mayoría que come aquí tiene beca? Y pues dicen que a caballo regalado no se le ve el colmillo”. No lo sé. ¿Realmente las becas son un regalo? ¿Tendrían que haber becas o sólo una cafetería decente de acuerdo a las condiciones y necesidades de la comunidad? ¿Será acaso porque hay tantos pequeño-burgueses en la Facultad que se pueden costear los alimentos de negocios privados a la redonda? Puede ser pero, independientemente de eso, ¿a poco esto es lo que merecemos?... Para nada, algo aquí ¡apesta! y tal cual

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