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II La fugaz sensación del éxito y la virtud
LA FUGAZ SENSACIÓN DEL ÉXITO Y LA VIRTUD
Preámbulo
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Existir no es más que un suspiro; es tan sólo un chasquido fugaz. Vivir día a día para llegar a ser alguien es la lucha ontológica que se impone en este mundo. No somos nada ni nadie sino hasta alcanzar un título-social, a menos que nuestra esencia ascienda generaciones. Tal título nos nombra, da sentido a nuestra forma de ser y hacer. Para conseguirlo, basta con dar un cuarto de nuestras vidas a la máquina social, y el resto a la maquila institucional. De alguna u otra manera, la gente espera años para poder usar el preciado adjetivo del profesionalismo. Después de 22 años, el presente vivo nos dice que nunca seremos alguien en los términos más superficiales, que materialmente nos convertiremos en fuerza de trabajo; sin embargo, declaman: “la riqueza los espera cuando lleguen a la prueba final”. Basta tener cuatro años para incursionar a la carrera educativa de este país. En nuestra sociedad, puedes tener una educación pública o privada, según el capital cultural y económico de tu seno. La educación pública, la que me atañe aquí, pareciera estar hecha para acabar con las potencialidades más sublimes del ser humano: la capacidad de asombro.
La primaria es el monstruo que se esconde detrás del velo de la mentira más retórica de la historia: “estudia para progresar”. Y así, toda nuestra infancia, adolescencia y madurez nos la pasamos estudiando, disque para progresar; pero la verdad, es que estudiamos para perder nuestra humanidad; arruinarnos el cuerpo y la mente; terminar como una máquina desgastada después de tanto trabajar para ser desechado en la basura. En definitiva, la educación pública destruye, mas no construye. Llegamos a la universidad y creemos que la raquítica alimentación cognitiva de la educación básica se terminará, pero no es así. Al parecer, los valores que impulsaron la creación del centro del conocimiento en la ex-colonia hispana, han ido menguando. El proyecto ilustrado, en la segunda mitad del siglo XIX, padre del Maestro de América, creador de la cuna del pensamiento positivo, no ha alcanzado los valores de la modernidad en las tierras de la nunca consolidada república de Anáhuac. Este escrito nace, pues, con un sentimiento deshumanizante. Por un lado, la ilusión de entrar a los altos estudios, y por otro, convivir con celebridades del conocimiento y grandes es-
pecímenes de la cultura-universal. Pero, realmente, con lo que nos encontramos es con un zoológico históricamente-bicolor.
Uno espera que se haga valer la condición de animal político y, aunque la mayoría de las veces se torna en un circo exuberante, se aprende mucho de cómo jugársela dentro y fuera de la burocracia. Los logros de los estudiantes siempre quieren aspirar a un cargo dentro del poder. Entonces, la búsqueda de sentido se puede tornar en la búsqueda de uno mismo y del otro
por medio de la relación que hay entre el mundo fuera de los muros universitarios y lo que se genera dentro. Los problemas de la sociedad suelen penetrar en las escuelas de altos estudios por un poder intrínseco a ellas: la conciencia-activa de los estudiantes. Estos, con la superficialidad con la que el capitalismo nos evoca a existir, y con muchas otras formas de representar la acción humana en los más altos estándares del despliegue de la razón, se encuentran como burbujas explosivas en los pasillos y aulas. Hay descontentos y acuerdos dentro de las muy diversas fuerzas de la historia; las vanguardias de la organización privada y pública se hacen notar en debates dizque democráticos y abiertos para acuerdos políticos. Primera parte Ha comenzado un nuevo semestre, y por obvias razones no podemos hablar de él. Pues todavía no es; no hay memoria, historia. Lo que sí hay que contar son las aventuras que hemos vivido en el pasado ¡a ver qué hacemos en éste! Bueno, no sé cuántos semestres he estado aquí. Lo que sí sé es que terminada la carrera es fácil no encontrar empleo.
Uno entra a la facultad y se encuentra con que no sólo la primaria responde al ‘vigilar y castigar’, sino también ¡la universidad! (o por lo menos la Facultad de Filosofía y Letras. Sabemos que, históricamente, ésta fue construida por y desde el magno arte de la arquitectura. Proyecto artístico sublime, hijo de la modernidad y de la consolidación de los recursos energéticos en México. ¡Ahora es patrimonio de la humanidad! Del pensamiento positivo. Claro, de seguro fue porque el proyecto inicial fue edificado sobre las razones de la proporción y la armonía, pero ahora, al parecer, a nadie le interesan los grandes esfuerzos de los intelectuales por tratar de entender cuáles son los límites de la belleza y cómo los vemos representados en la arquitectura de la facultad. ¡¿De qué sirven tantos semestres de estética?! ¡¿A quién se le ocurre llamar a clases cuando no hay biblioteca en esta facultad?! Parece ser la mayor aberración en la historia de las huma-

nidades. Y sí, hay justificación. Según esto, es por la muy criticada condición en la cual viven las dos bibliotecas de la facultad. Pero, hasta donde se sabe, este reclamo lleva muchos años; muchísimo antes de que se cambiara al basileus en turno. Entonces ¿por qué hasta ahora lo ha- cen? Sí, pareciera ser muy buena onda y todo eso, pero démonos cuenta realmente de lo que significa. Contradicción tras contradicción, argumentos a favor y en contra, nunca habían dejado avanzar tanto al espíritu moderno.
Pues bien, no critiquemos, entonces, el talante estético de las acciones concretas de la dirección – colocar casetas, pintar la facultad de gris, no tener biblioteca etc. ¿Cómo pedirle al despliegue de la razón, objetivado en la burocracia, que tenga consideración estética del espacio? Pues claro que no. Lo que hay que hacer es discutir el significado práctico y teórico de esas acciones tan excelsas.
Invoquemos el problema de los robos: que van desde el culero que les chinga la mochila a los compañeros, hasta el cabrón educado en las grandes academias americanas, vestido con botones de porcelana y perfumado con los más suaves aromas del alto arte francés que roba disimuladamente miles de pesos a las arcas de las humanidades. Pero eso sí, nunca pierden la oportunidad para aventar mierda. Por ejemplo, el semestre pasado durante el paro estudiantil, ¡acusaron a los paristas de robo! ¡Qué nefasto es el verbo burocrático! Por favor, conocemos los artilugios de las autoridades; siempre quieren echarse a alguien al plato; no me extraña que haya sido uno de sus comanches quien hizo todo el chanchullo.
Uno voltea a ver las casetas de vigilancia y parecen un chiste en comparación con las remodelaciones a las instalaciones, como las llaves de agua del baño de hombres del tercer piso (que al inicio de este semestre consistían en un agujero en la pared; estilo muy posmoderno, como les gusta allá
arriba…). Es más, de todos los baños en general. Recuerdo una desventurada carrera dentro de la búsqueda del imperativo de limpieza: “¿no es ver-


dad que un edificio sin calidad sanitaria no puede seguir en funcionamiento?” esa fue la consigna. A dos años de intentar cambiar las cosas en la facultad, esto sigue como antes. Lo único que podemos decir, es que se actúe de manera que nuestras acciones sean máximas, las cuales tiendan a universalizarse. En otras palabras, “hay que cagar de manera que no se salga la mierda del retrete”. En aquel momento, pensamos que nuestra exigencia era justa; hoy lo sigue siendo. Sin embargo, convivir en un lugar limpio no es prioridad para las autoridades de esta facultad. Se han remodelado los baños, no sabemos si fue por nuestra lucha o por eso que le llaman “plan de remodelación” o sólo por invertir los miles de pesos de presupuesto. ¿Justificación financiera? Puede ser.
En fin, las casetas de vigilancia ya están allí. Ahora esperemos que no se roben las bicicletas dentro de la facultad; supongo que para eso pusieron esa vigilancia; ¡perdón de nuevo! El semestre pasado ya estaba esa caseta en la entrada donde está la cafetería – está horripilante – y se robaron una bonita bici de ruta justo allí. El desafortunado caso de una chica: perder su bici dentro de la facultad; donde es necesario amarrarla, porque si no, en un dos por tres se la chingan.
“Sólo esperemos que no sea para amedrentar la convivencia estudiantil”. Segunda parte Aún hay más...
Se nota la astucia y el buen gusto de nuestro basileus o de a quien se le haya ocurrido dejar el techo sin techo; colocar pizarrones inservibles alrededor de todos los salones; colocar cámaras por casi todos lados – aún siguen robando – ¡ay! Qué difícil es vivir en México; pero es aún más difícil vivir en la Facultad de Filosofía y Letras. Sin duda, el espectáculo Big Brother es más perturbador que la serie de Netflix “Black Mirror”.
Déjenme contarles una pequeña anécdota. Hace unos semestres – no estoy seguro cuántos –cerraron momentáneamente los balcones de los aeropuertos; los estudiantes se movilizaron a tan bellaca acción, que no duraron más de una semana. ¿Por qué no duraron? Es obvio; porque la idea fue tan magnifica que los estudiantes de la facultad no se merecían tal regalo de la dirección, ¿o de la rectoría? Tantas cosas inefables que, no por ser grotescas sino por su brillo divino, no podemos seguir enumerando aquí. Si alguien se sentía orgulloso de los colores de su corazón puma, ahora de lo único que tiene que enorgullecerse es de la sensación de lo sublime y de lo bello que provoca el gris, color sumamente magno. Pues ¿qué emperador no usó el gris para dominar a sus vasallos? ¿No es verdad que Alejandro, con todo y su magnificencia, vestía de colores vivos como lo es el gris? Quien no lo sepa, aquí se les informa. Como toda escuela de la UNAM, la facultad estaba pintada de los colores emblemáticos de la universidad, sin embargo, el semestre pasado, dentro del proyecto de remodelación, dentro de la exquisita democracia de la facultad, se pintó cada rincón. ¡Ah! Y si falta alguno, pronto se vestirá de gris todo. Al parecer el movimiento hippie pierde la lucha multicolor.
En el momento de ser liberados, lo único que queda es un glorioso fondo que no llega a la muerte. Entre la luz y la oscuridad, hay más cosas des-
moronándose que de pie (por el 19S). Pero nos mantienen en una espera eterna: a que Caronte nos ayude a cruzar el Estigia, ¿o será el Aqueronte? Epílogo
Como epílogo, recordaré acciones por las cuales merece toda la pena pertenecer a una comunidad.Es bien sabido que el semestre pasado se discutió sobre la situación real de la universidad frente a la política local y estatal: el ataque porril del tres septiembre. “Entender nuestro presente y el papel que nos toca tomar como estudiantes inmersos en una realidad concreta es indispensable para transformarla”. Fue imperativo tomar esta actitud tal que, hoy en día, hay diversos círculos de estudio, reuniones organizativas, etc. La vociferación se tornó en diversas demandas. Al principio, fue un “fuera porros de la UNAM”, hasta que escaló a la discusión de la autonomía, la seguridad efectiva – al parecer las autoridades siguen creyendo que, con más vigilancia, la violencia se terminará. ¿Actúan igual que el estado- policiaco? – y la democratización de la universidad. Nos preguntamos, ¿es seguridad, poner casetas de vigilancia? ¿Ella radica en: cámaras, policías, casetas, etc.? ¿No será que, en el cuidado de uno mismo y el de todos, la seguridad real puede llegar a ser? Lo que se escuchó en las mesas de discusión: “seguridad desde la comunidad y para la comunidad”.
Traer a cuenta ahora este tema es de suma importancia pues la educación pública en este sistema siempre está en juego. No sólo la facultad, sino toda la universidad y la educación en general, constantemente se encuentran en una coyuntura importantísima: “la lucha por la educación pública”. Se alzó la voz: “¡democratización de la universidad!”. Qué implica eso, a ciencia cierta, nadie lo sabe. Lo que sí se sabe es que para lograr aquella propuesta era necesario reformar la ley orgánica universitaria. Llevar la discusión a niveles públicos: al Congreso de la Unión. Y se hizo. Tanto la rectoría, como el congreso, recibieron los pliegos petitorios en forma, pero al parecer nos dieron gato por liebre, porque al día de hoy no hay respuesta concreta.
Todo esto empezó, no por el ataque porril del 3 de septiembre del año pasado, sino por toda una historia de demandas estudiantiles; puedo decir que desde el legendario movimiento de córdoba en 1918. Las constantes luchas por la educación pública son antañas y no se detendrán. En la facultad existen muchas demandas, no las hagamos sin bellas palabras. No se nos olvide, y participemos en tanto que se nos haga posible. Los gastos de bolsillo, la rendición de cuentas, los gastos injustificados, la antidemocracia, las acciones unilaterales, se viven, están aquí.
Pero como es costumbre, en esta facultad algo nos convocará a paros, marchas y a organizarnos en general. De todos modos, sin dejar de lado la lucha política y con el afán, más bien, de apoyarlas, echemos un vistazo al movimiento que hay.
El asalariado, alias “el mesías”
