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III Por mi espíritu hambriento rugirá mi panza lombricienta
POR MI ESPÍRITU DESNUTRIDO RUGIRÁ MI PANZA LOMBRICIENTA
Ahh… aún quedan días bonitos, ¡qué sutileza! Tan delicada es la caída del violeta; desde los majestuosos árboles que llenan de frescura el fulgor del mediodía, aun dejando pasar algunos rayos que entibian las bancas frías del Ágora. No está mal para comerme el lunch que me hice esta mañana. Y como buen lugar de encuentros inesperados, tengo la agradable sorpresa de toparme con una gran amiga que no veía desde hace tiempo. Enseguida nos saludamos e intercambiamos gustosamente algunas palabras; se abre un tema interesante, pero me comenta que tiene que ir a comer a la cafetería, pues tiene la beca de manutención. Le propongo que comamos en la cafetería para seguir charlando. Ella acepta y enseguida retomamos la conversación.
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Mientras nos acomodamos en una mesa, recordaba que en algún momento había intentado comer allí mismo, pero había sido muy caro y horripilante; no sólo por el sazón, sino también por el ambiente; hostil, con una pinta grisácea, como carcelaria. Pero bueno, saco mi lunch mientras que mi amiga va por su comida. Parece que aún no están listas las comidas, veo a mi amiga preguntarles por qué no tienen la comida lista, y los trabajadores le responden malhumorados y despreocupados. Pienso, ¿cómo en México se tiene que aguantar y replicar la patanería? Y por cierto, ¿qué pedo con
la supuesta cafetería de la Facultad? No es más que un vil negocio privado que, aunque ostenta con todo y sus placas, de no tener ratas, no puede ocultar su nefastez. En ese momento una de las trabajadoras se acerca y me dice que no puedo comer aquí, que la cafetería es para los que consumen sus alimentos. Dice con voz tajante ¡es un negocio independien- te! Yo no sabía que tan jodida estaba la cafetería, para ni siquiera dejarme comer ahí. La situación me hervía la sangre, y cuando ya estaba a punto de rebatirle, de pronto, siento una mano apaciguadora sobre mi hombro, y me dice mi amiga, “ya vámonos, ni vale la pena esperarse”. Tenía razón, ni de esperarse ni de nunca volver. Salimos y me dice que si vamos a buscar algo de comer. Yo le respondo que sí, y le digo, “¿por qué chingados nadie se queja de tener cafeterías como éstas?”, “Mmmm... ¿Será porque la mayoría que come aquí tiene beca? Y pues dicen que a caballo regalado no se le ve el colmillo”. No lo sé. ¿Realmente las becas son un regalo? ¿Tendrían que haber becas o sólo una cafetería decente de acuerdo a las condiciones y necesidades de la comunidad? ¿Será acaso porque hay tantos pequeño-burgueses en la Facultad que se pueden costear los alimentos de negocios privados a la redonda? Puede ser pero, independientemente de eso, ¿a poco esto es lo que merecemos?... Para nada, algo aquí ¡apesta! y tal cual

son flatulencias de la comunidad malnutrida, hiede la podredumbre del lucro y la negligencia. Mi amiga me dice que va a pasar al baño rápido y, mientras yo la espero, detecto un olor a carne muy penetrante, y en un instante la situación se torna nauseabunda, arrastrándome a las memorias de mi estómago infante.
Voy en 4to de primaria y me veo desayunando cereal a toda prisa cada mañana, y entre correteos, le recuerdo a mi mamá darme $5 para mi almuerzo. Mi horario, como pocos, era de 8am a 4pm. Teníamos 2 recesos; uno al exterior como es común y otro al interior de los salones. En el primer receso, entusiasmada por platicar o simplemente correr de aquí a allá, me olvido de que tengo que comer algo. Y en el primer crujir del estómago, cinco minutos antes de que termine el receso, uno que otro recuerda que debe de comer – yo soy una de ellas – y al buscar algo que comer, me encuentro con varios puestitos. En uno solían vender frituras, en otros helados y nieves, aguas de sabor en bolsas, y otros esquites y tacos de suadero. Cada producto costaba $2.50, por lo que sólo podía comprar dos productos. Por lo general uno tenía antojo de tacos, pero no era viable comprar los suficientes para calmar el hambre, por ello uno terminaba comprando – claro con gran placer – un helado y unos chetos. Al terminar el receso, naturalmente no pasará mucho tiempo para que me sienta con hambre y sed. Abro mi mochila y me doy cuenta de que mis papás no olvidaron ponerme mi lunch, sonrío y digo: ¡es un sándwich! Espero con ansias el siguiente receso. Y llegando el tan esperado momento, olvidándome de los demás y sin decir nada, me encamino afanosamente al sándwich, y al abrirlo, súbitamente mis ilusiones se desvanecen, al darme cuenta de que mis papás olvidaron torpemente ponerle algo – ¡sólo eran dos tapas de pan integral! –. Me entristezco mientras me enfurezco y digo: “¡Que tontos son! Seguramente me encanta andar mendigando alimento y que me vean como hambreada o pordiosera.” Finalmente, no me encantaba, pero sí prefería mendigar alimento con

mis amigxs antes que aguantarme el hambre. No era la primera vez que pasaba. Y esta vez, aprovechando la evidencia de mi tragedia, la muestro a mis compañerxs, y por supuesto, al instante se botan de la risa, lo divulgan con algunos más y al final me ven con ojos de lástima y ternura. Uno de ellos cansado de que le pida de su torta de huevo, me ha acusado con su mamá; ella lindamente le ha mandado una torta extra para esa amiga hambrienta. – Bendita señora –. Finalmente, salgo de la escuela y no quiero otra cosa que comer algo decente y seguir jugando. Un caldo de pollo con muchas verduras me espera en casa, muy rico y llenador, pero... hartaba después de unos días, pues veía los exquisitos platillos que cotidianamente se preparaban en otras casas. Si de casualidad tocaba una quincena favorable, cabía la posibilidad de pagar $45 por una comida corrida, – ¡uh! qué delicia, de lo mejor, casi comparable con un KFC o pizza –.
Recuerdo que mis papás se encontraban ocupados casi todo el día, y tanto yo como mis amigxs simplemente, igual que la mayoría de los niñxs, recurríamos a la chatarra porque era “rica” y nos quitaba el hambre. La dieta popular, para todas las edades eran: papas, refresco, maruchans, galletas, dulces y pescuezos con salsa valentina, ah, y tacos – bueno si corrías con suerte o eras adulto –. Uno como niñx no sabe nada de nutrición, y si los papás tampoco, sucederá un reemplazo de comidas completas por tentempiés y dulces. – ¡Ah, cómo nos encanta el dulce! –. Se escucha y se repite cínicamente que es importante comer frutas y verduras, cuando en realidad todo el mundo pregona a los 4 vientos: ¡Principio de PLACER!
Absorta en mis pensamientos y sin regresar aún a mi realidad, escucho que mi amiga, al salir del baño, me dice, “no sabes cómo me caga que, si la comida tiene que estar a la una, la tengan hasta después de cuarenta minutos. Siempre llego tarde a clase por eso… Yo creo que voy a ver qué como en los pasillos”. “Sí, vamos”. Mientras vamos caminando le digo, “en verdad siento que está estrechamente conectado el problema de la alimentación con el esquema de las sociedades modernas capitalistas, que llevan el sello oculto de la barbarie; como depredadores de lo diferente, que dejan por doquier heridas históricas que se desangran en los hábitos y costumbres”. “Jajaja”. Se ríe sorprendida por mi comentario, y me dice, “ciertamente, los vencidos somos reprogramados en el desconocimiento del olvido. Deambulando entre las sombras, perdemos la familiaridad; desgarrándonos los unos a los otros, desesperados y sin consuelo alguno”. “Sí, tienes razón. Nuestra frágil conciencia ha caído en las manos ásperas de los placeres secretamente perniciosos. Extraviados y aterrados, escondemos nuestras tristezas y frustraciones en el entretenimiento banal, la comida y las drogas infructuosas. El placer artificial nos adormece y vence toda interrogación, toda preocupación, toda discusión, toda solución”.
Llegamos al aeropuerto (primer piso) y me dice, “¡Carajo! Pura porquería venden en estas mesas, tal vez compraría una baguette, pero no me va a llenar y dos me van a dar asco”. Le digo que si quiere vamos afuera, “Mmm, sí, vamos. La verdad iría rápido al comedor del Che, han mejorado su sazón, pero no quedo del todo satisfecha”. “Yo antes iba ahí seguido, pero de que empezaron a cobrar más y les empezó a valer más la higiene, dejé de ir” “Sí, y ni cómo reclamarles, igual son independientes”. Al llegar al pasillo de las “delicias”


mi amiga me dice: “aquí puras garnachas, me voy a vomitar”. “Sí, qué pedo. Como a la institución le vale un carajo la alimentación de su comunidad, todos vienen a hacer negocio, trayendo la mierda que a casi todos “les gusta”. No me sorprende que nuestro estilo de vida sea tan tóxico, cuando el ritmo de vida tan acelerado y monótono que llevamos, nos imposibilita el brindarnos un espacio y tiempo propicio para comer en calma y debrayar con la banda. “¡Mira! Hamburguesas veganas, son buenas y llenadoras, y no están caras”. “Va, suena bien la lenteja y el humus, y ya se me está haciendo tarde. Vamos a sentarnos ahí”.
Mientras nos sentamos y nos disponemos a comer, ella se ve pensativa, se ve que me va a decir algo. Y dice, “en qué momento se hizo tan normal comer porquería. ¿Habrá sido una iniciativa de la urbanización? Porque tal parece que es una problemática estructural globalizada, que involucra inmensos factores, los cuales se entrecruzan dentro de los preceptos del sistema patriarcal-capitalista; la descarnada ambición e ilusión del macho occidental, que busca apropiarse de la vida e imponerse sobre los demás, manipulando a las masas a partir de sus necesidades o de sus falsas necesidades, degenerando la convivencia y distorsionando la más auténtica forma de co-habitar con la naturaleza, produciendo más que un malestar cultural, una patología globalizada”. La percibo encolerizada, entiendo cómo se siente, le digo: “sí, estamos en una situación lamentable, pero no todos traen el mismo chip. Cada vez más personas se hacen conscientes de lo que consumen”. “Pero seguimos siendo minoría, y lo que reina son las ganancias y las envolturas sin contenido. Estamos al borde del colapso Total. Y qué importa que los alimentos sean tóxicos y enfermen a la humanidad. ¿De algo tendremos que morir no? Diremos patéticamente”.
Después de un pequeño silencio, súbitamente suspiramos al mismo tiempo, me voltea a ver y me dice, “nos fuimos a la mierda con el TLC” (tratado de libre comercio). “La neta sí, fue una invasión de materia codificada, altamente procesada, que lejos de nutrir, enferma. Toda esta invasión ideológica, ha propiciado confusión respecto a los valores esenciales, inyectando tensiones en el cobijo moral-intelectual”. “Sin duda comer bien – nutrirse – es una resistencia política decolonial”. “Totalmente. Un espíritu saludable se constituye en la concientización de los alimentos que auténticamente nutren a cabalidad el alma orgánica. Ya el maestro José Vasconcelos, reconocía el vínculo entre la alimentación y la psique (mente). De cómo una buena alimentación se veía reflejada en la actividad intelectual o espiritual y viceversa. Él mismo expresaba que la carne llegó a producir mentalidades como las de Darwin o Spencer, mientras que el vegetarianismo hizo florecer a los santos y Budas que iluminaron el camino de la humanidad”. “Y pensar que la dieta tradicional de México es tan completa a nivel nutricional; el maíz, el frijol, el arroz, la calabaza y el chile, juntos forman el conjunto básico de una dieta ancestral”. “¡Ay no! Ya se me hizo tarde, perdón, me tengo que ir, hablamos pronto, ¿no?” “Claro”. “Chao, que chido que nos topamos”. “sí, chao”.
Ya no recordaba lo interesante que era platicar con ella, lástima que siempre anda bien apurada. Termino de comer, y mientras me dirijo a lavarme los dientes, digo a mis adentros: “Las raíces de nuestras instituciones educativas están po-


dridas como el mismo estado, y se reflejan en el desinterés e incapacidad de atender realmente las necesidades más elementales que posibilitan el desarrollo pleno e íntegro de la humanidad. Al final está en nuestras manos potencializar el vínculo de la conciencia colectiva con el mundo, como un todo entremezclado. Para ello sería conveniente dedicar nuestros esfuerzos a la impartición de una educación desde nivel básico acerca del consumo alimentario; para reconocer lo que verdaderamente nutre al organismo, permitiendo discernir en un inicio entre los alimentos que benefician de los que le perjudican; y posteriormente a discernir entre lo que conviene y lo que no conviene en la vida, pensar y sentir con claridad”. Recuerdo un artículo sobre una secundaria de Japón, en donde los estudiantes y maestros se encargan de preparar 720 comidas por día en 2 horas. En donde se cocina con lo que la misma escuela cosecha junto con verduras de puestos locales. Se distribuyen los alimentos a cada grupo. Todos se preparan, lavándose bien las manos y poniendo la mesa. Agradecen por los alimentos y comienzan a comer. El director de la secundaria asegura que: “Los 45 minutos de almuerzo, son considerados un periodo educacional, igual que la lectura y las matemáticas”. No es cualquier momento, sino un momento especial de convivencia co-participativa que dignifica la alimentación como proceso esencial de regeneración. Parece sensato, que los estudiantes en todos
los niveles se hagan responsables de sus espacios, gestionándolos ellos mismos en la medida de lo posible, pues en realidad, el papel de la institución se limita, únicamente a adoptar la responsabilidad de proveer los recursos y herramientas necesarias para que la comunidad estudiantil y docente se haga cargo de sus espacios, pues estos se vuelven como un segundo hogar. Y aunque todo hogar sea temporal, vale la pena sentirlo como hogar.
Termino de lavarme los dientes y me dirijo a recostarme a las áreas verdes, observo a mi alrededor y digo, “cuánto espacio desperdiciado, y sólo quieren ver dónde caben más coches, cuando podemos cultivar los espacios y ser una EcoUniversidad autosustentable. ¿Qué es lo que realmente dignifica al espacio universitario?”.
Nuestra Facultad, y el pueblo en general, alcanzarán la autonomía, cuando se descubran como agentes absolutos de su espacio vital. Así como la FES Cuautitlán y la Facultad de Ciencias nos enseñan cómo trabajar en comunidad y a persistir en la autogestión. Pues ninguna administración sabe lo que el estudihambre padece. Sólo nosotrxs resolveremos nuestras propias necesidades. Observo mi horario para ver dónde me toca y me percato de que mi clase tenía dos horas de haber empezado. “Mierda, ya no entré a mi clase. Mmm… aún tengo hambre. Unos tacos de canasta, mMmm… síí…”

Hiparquia
