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MÁS ALLÁ
M Á S A L L Á
Recuerdo que mi abuela Lotty predijo que viviría una vida larga y feliz porque había salvado a mi hermano. Como de costumbre, la Abuela Lotty se equivocaba, ya que decidí acabar con mi vida un sábado por la noche, a los 14 años.
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Me llamo Emma Griffin y mi vida cambió totalmente en Montreal, la ciudad de Canadá, el lugar donde nací. La calle donde vivía siempre me pareció muy hermosa, lo único que no me gustaba era mi vecino de al lado, Mark, de unos 45 años, porque cada vez que iba a la escuela en mi bicicleta, me miraba de una forma extraña. Jamás quise comentarles a mis padres ese asunto, porque pensé que era algo sin importancia.
Era lunes y ya me dirigía a la escuela con mi hermanito menor Josh, pero esta vez íbamos caminando. Cuando por fin llegamos a la escuela, encontré a mi amiga Zoe hablando con dos chicos, uno era mi mejor amigo, Eddy, y el otro era Oliver Coleman, el chico que me gustaba desde 4to grado de primaria.
Zoe siempre me decía que era algo imposible que entre Oliver y yo exista algún tipo de relación, ya que 43
prácticamente era el capitán del equipo de fútbol; supuse que tenía razón, porque cuando pasaba por su lado, ni siquiera me notaba.
Ese mismo día, por la tarde, luego de haber regresado de la escuela, mis padres me dijeron que tenían que ir al supermercado a hacer algunas compras, así que me quedaría a cargo de mi hermano; no me molestaba cuidarlo, me divertía mucho con él.
Josh hacía su tarea en su cuarto, yo estaba viendo un poco de TV en la sala, no tenía tarea. Escuché pasos en el segundo piso y de pronto vi cómo mi hermano caía de las escaleras. Corrí lo más rápido que pude, pero ya estaba tirado e inconsciente. Con la desesperación del momento comencé a llorar e inmediatamente tomé las llaves del auto de mi papá para llevarlo al hospital, que no quedaba tan lejos de mi casa. Llegué al hospital, no sé cómo, pero lo hice. Se llevaron a mi hermano para revisarlo de emergencia y yo me quedé en la sala de espera llamando a mi mamá.
Pasó una hora y mis padres llegaron junto con mi abuela (la habían encontrado en el supermercado). Después de varios minutos de incertidumbre, un doctor se acercó a nosotros y nos dijo que Josh se encontraba bien, que solo había sido un golpe y que hoy mismo podría irse a casa. Todos estábamos muy felices por la noticia; mis padres me agradecieron mucho y mi abuela me dijo que 44
en el futuro tendría una vida muy feliz por lo que había hecho.
Al día siguiente mi hermano ya estaba más tranquilo, pero mis padres dijeron que no todavía podía ir a la escuela; necesitaba reposar. Yo tenía que ir sola a estudiar. Cuando salía de mi casa, vi al señor Mark: estaba arreglando su jardín. Otra vez me miró de una manera rara, pero esta vez me saludó muy amablemente; le devolví el saludo y me fui.
En el colegio, cuando me dirigía a mi aula, me encontré con Oliver. Me saludó y me dijo que Zoe había hablado con él sobre mí. ¡No lo podía creer!; estaba un poco molesta con ella, pero a la vez feliz, porque el chico que me gustaba por fin me había hablado. Luego, de la nada, se atrevió a invitarme al cine y yo, inmediatamente, dije que sí. No podía negarme, era una oportunidad increíble que tal vez no volvería a repetirse. Al final de la conversación acordamos en vernos en el centro comercial que quedaba a cuatro cuadras de la escuela. Antes pensaba que Oliver era uno de esos chicos presumidos, que se creen lo mejor solo por ser muy conocidos en toda la escuela, pero me equivoqué. Cuando hablaba sonaba tierno y hasta creo que fue un poco tímido cuando me hizo la invitación. Pero todo esto me conducía a algo; y yo no debía dejarme llevar por las apariencias.
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Comenzaba a creer en lo que me había dicho mi abuela Lotty; sentía que por fin las cosas en mi vida mejoraban y que llegaría a ser muy feliz algún día. Llegué a mi casa, pedí permiso a mis padres para ir al cine con Oliver al día siguiente, y me lo dieron. Estaba tan feliz; en el resto del día no dejé de pensar en lo que me había pasado.
Desperté alegre, con una sonrisa en el rostro, lista para ir a la escuela. Desayuné y salí de mi casa. Durante los recreos, me la pasé hablando con Oliver, acerca de nosotros o de otras cosas sin sentido. Llegó las 2 de la tarde y ya era salida. Me despedí de mis amigos y me dirigí a casa.
El señor Mark, que estaba sentado en los escalones de su casa, me llamó y me invitó a su patio trasero, según él para darle mi opinión sobre un bebedero de madera para aves que había construido. Al principio me negué porque me pareció extraña su invitación, pero fue tan insistente y terminé aceptando. Cuando llegué al patio de su casa, el señor Mark puso su mano con un pañuelo en la parte de mi boca y nariz. Yo intentaba gritar y golpearlo, pero nada funcionaba. Entonces solo vi cómo todo se ponía borroso y…
Desperté con un dolor insoportable en todo mi cuerpo, estaba sucia y no traía puesta mi abrigo. Me encontraba al inicio del bosque que queda frente a mi casa. Me levanté y fue ahí cuando comencé a recordar todo lo que había pasado. Me sentía terrible, no podía parar de llorar, quería 46
morirme, porque el hombre sucio y repugnante que vive al costado de mi casa me había violentado. Llegué a mi casa lo más rápido que pude, con lágrimas y suciedad por toda la cara, y vi que no había nadie. Me dirigí a mi cuarto y estuve encerrada ahí por casi cinco horas. Luego, escuché la puerta principal cerrarse; mi familia ya había llegado. No tuve el valor de bajar y contarles lo que me había pasado; me sentía avergonzada y tenía mucho miedo. Desde ese día yo no volví a ser la misma de antes.
Al día siguiente, apenas saludé a mis padres. Ellos me notaron algo rara, pero les dije que todo estaba bien. Me dirigí a la escuela y ahí estaba Oliver, esperándome en la entrada. Yo me pasé de frente porque no quería hablar con nadie. Recuerdo que ese día pasé todos los recreos encerrada en el baño y llorando por mi desgracia; no podía concentrarme en las clases y no hablé para nada con mis amigos. Pasé el resto del día en mi cuarto maldiciéndome por haber sido tan ingenua.
El sábado, tratando de aliviar un poco el dolor que me arrancaba el alma, saqué de la cómoda de mi mamá un frasco de pastillas para dormir; lo destapé y me tomé una por una, hasta que se acabaron.
Lo ultimó que escuché ese día fue el llanto de mis padres y que todo iba a estar bien; después, sentí que mi cabeza giraba y giraba sin control.
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Un día yo creí en el amor, en las posibilidades, en las esperanzas, en las palabras de mi abuela Lotty, y de pronto, todo desapareció, como la nieve desaparece en verano, como el sol desaparece en un día nublado.
Jamás supe por qué me había sucedido tal desgracia. Me fui sin tener un primer amor, sin dar mi primer beso. Mas, ahora el amor ha desaparecido de mi vida; lo único que siento es odio, un odio infinito, sí, infinito, porque lo que termina con la vida no vuelve a empezar con la muerte y lo que empieza con la muerte nunca termina.
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