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ESA PEQUEÑA PARTE DE MÍ
E S A P E Q U E Ñ A P A R T E D E M Í
A mi corta edad, mi vida cambió de rumbo. Estoy atrapada en un abismo y no puedo salir. Un incidente hizo que mi vida se fuera de cabeza y que todo cambie para mal. Cuando pensé que por fin había empezado a ver la luz, los caminos de la vida me llevaron a reencontrarme con alguien que no lo esperaba. Nunca imaginé que la persona que había regado mis sueños con frescas ilusiones se encargaría de destrozar esa pequeña parte de mí que aún quedaba viva, esa pequeña parte llamada felicidad.
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Todo comenzó una tarde de agosto, una tarde invernal que no sentía ni las manos. Estaba recostada en el sofá viendo la TV y de pronto sonó el timbre. Era mi abuela. Pues sí, a mis 16 años mi abuela me seguía cuidando, pero no me molestaba su presencia, al contrario, la quería demasiado; ella estuvo conmigo cuando mis padres fallecieron en un trágico accidente automovilístico. —Hija, ¿cómo estás? ¿De nuevo sola? —me acarició las mejillas. —Sí, abuela.
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Se sentó a mi lado y se quedó callada por unos segundos.
—Ay Annie, no sé cómo decirte esto; esto es muy difícil para mí —anunció de pronto. —Dime, abuelita, ¿qué pasa? —Mira pues… emm… sucede que hace poco me detectaron cáncer; está muy avanzado y tengo pocos días de vida. Ya no podré estar al cuidado de ti —me dijo con la voz quebradiza y con lágrimas en los ojos.
Me quedé congelada; no sabía qué hacer ni qué decir. Sentí que mi mundo se derrumbaba. Entonces la abracé y lloré.
—Hija, ya he hablado con unos amigos de tus padres, tal vez los recuerdes. Tienen un hijo con quien jugabas mucho de pequeña —trató de consolarme.
Claro que me acordaba de él. Todos mis recuerdos tenían que ver con él. Él me había dado el primer beso, a él le había dado el primer beso de verdad; por él había engañado a mis padres. La vida hizo que me alejara de él, luego sucedió lo de mis padres y ahora esto… —Annie, ellos vendrán hoy por la tarde a recogerte, así que alista tus cosas —interrumpió mi pensamiento la voz de mi abuela.
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—No, abuela, yo no quiero apartarme de ti, te lo suplico. Trabajaré, no sé; tú eres la única persona que me queda. —No, hija, yo quiero que estudies y seas feliz. Tienes que ir con ellos.
Unas horas más tarde, esos señores vinieron por mí. —Te prometo que te visitaré todos los días hasta que llegue la hora de mi partida —dijo mi abuela alisando mis cabellos con sus manos—. Siempre estaré contigo, hija.
No me quedaba de otra que subir al auto. Era lo que ella había determinado y yo no quería ser un estorbo más en su vida.
Después de un largo viaje, por fin llegamos a la casa de los señores.
Al bajar del auto, vi a Nate. Había crecido; su cabello lacio y negro bailaba con el viento. Yo no sabía si estar feliz al verlo o estar triste al saber que todas las personas que amaba desaparecían de mi vida.
El día siguiente, por la noche, hicieron una cena para darme la bienvenida. Ahí estaban mis nuevos padres y él, Nate.
Después de la cena, todos nos fuimos a nuestros respectivos dormitorios. Me senté en mi cama y me quedé
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pensando. Nate había cambiado tanto que hasta pensaba que ya se había olvidado de mí. —¿Annie? ¿Estás despierta? —escuché que decían junto a la puerta—. Soy Natalia, ¿te acuerdas también de mí?
Natalia era la hermana de Nate, eran mellizos. Aunque Nate y yo jugábamos con ella, solo recuerdo los momentos con Nate.
Entró y hablamos un momento. —Espero que pronto te acostumbres con nosotros — me dijo al despedirse.
Todo iba bien; mi abuela me visitaba y hasta la veía saludable. De alguna manera, las manos de la felicidad me habían tocado de nuevo. Una noche que me encontraba sola en casa, mirando TV en la sala, apareció Nate. Nos pusimos a conversar. Recordamos todo lo que había pasado, nuestra niñez, nuestros juegos. Terminamos besándonos.
Una semana después, aprovechando que estábamos otra vez solos, Nate se metió en mi dormitorio. De los juegos infantiles, pasamos a las cosas más serias. Yo decidí confiar en él, y pasó lo que pasó.
Al día siguiente me levanté de la cama tan contenta; sin embargo, la felicidad me duró poco. Vi algo en el
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celular que ahogó mis ilusiones. Era una foto en la que Nate y yo aparecíamos teniendo relaciones. Pronto empezaron a llegarme mensajes diciéndome cosas muy obscenas y ofensivas. Avergonzada y molesta, decidí ir a buscarlo.
—¿Cómo has podido hacerme esto? —le grité entre lágrimas—. ¿Cómo? —No me vuelvas a hablar, que yo no quiero saber nada de ti —me contestó—. Yo ya me divertí y no tengo nada contigo.
Destrozada, me encerré en mi habitación. ¿Por qué nada resultaba como yo esperaba? No tenía a nadie, me sentía más sola que nunca.
Cuando mi abuela llegó a visitarme, no pude contener aquello que me mataba el alma. Ella Me escuchó en silencio, como si se sintiese culpable de lo que me había sucedido. Entonces, decidió sacarme de ese lugar. —Discúlpame, abuela, por haberte fallado —le dije cuando llegamos a su casa. Ella estaba luchando contra la muerte y yo metiéndola en más problemas. —No permitiré que esto quede así —me dijo.
Pero ella no tenía ya las fuerzas como para denunciar el hecho, y tener que enfrentar el otro calvario, el de la justicia.
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—Mejor será que las cosas se queden como están — trate de tranquilizarla. —Mañana iremos a la comisaría —se porfió.
Nunca pudimos ir a la comisaría. La abuela amaneció sin fuerzas para levantarse de la cama y a los pocos días cerró los ojos para siempre.
Después de sus funerales, fui al a comprar unas pastillas. Mi cuerpo no aguantaba más.
Desperté en el hospital. Junto a la cama estaba una señora.
—¿Te acuerdas de mí? —me preguntó luego de mirarme un largo rato.
Como no la respondí, dijo que ella era mi tía, mi tía lejana que me había cuidado en mi niñez. —Y he venido a llevarte —dijo al final.
Cerré los ojos y dejé caer todo el peso de mi cuerpo sobre la cama. El aire que entraba por mi nariz inflaba silenciosamente mi pecho.
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