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COLABORADORES SOLERA Oscuridad y luz

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Se irá Diciembre

Se irá Diciembre

Oscuridad y Luz

Como cámara a ralentí van pasando los días y algo dentro de mí se está rompiendo. Mis ojos llenos de lágrimas, sin poder hacer nada, no pueden dejar de llorar.

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Siento angustia, soledad, tristeza, desamparo y un miedo terrible. Es tal el pánico que siente mi propio ser, mi cuerpo tiembla de frío, mis piernas no me sujetan (como un cervatillo recién nacido que no puedo disponer de sí). Siento que tengo que cerrar las ventanas, bajar las persianas y cerrar la puerta con llave. Desconecto el teléfono, tengo miedo de que me puedan llamar, me acurruco en el último rincón de la casa, donde creo yo que nadie me puede encontrar. Me asaltan todo tipo de pensamientos confusos. Mi mayor deseo es irme a donde nadie me conozca, donde nadie se fije en mí, ni me hable.

Se acerca la hora de que parte de mi familia llegue para el almuerzo. Van a ser momentos muy difíciles y duros para mí. Abrir la puerta, las ventanas, contestar al teléfono… ¿Cómo poder hacer eso? Siento que me estoy mareando y… vomito. Para mí, la pregunta más difícil de contestar es: “¿Cómo estás?”. Esa pregunta me daba miedo hasta pensarla. Contestar eso, era prácticamente imposible, me sentía desfallecer y que mis rodillas no me podían sostener. Era algo muy difícil de superar.

Cuando me acostaba, sentía la necesidad de fundirme en las sábanas y desaparecer, así dejarían de verme. Con mucho tacto y esfuerzo, mi marido, consiguió que fuera a un especialista. Pero, cuánto sufrimiento tener que salir a la calle y que alguien me hablara. Sólo quería ser invisible.

Con la terapia hubo veces que incluso perdí el conocimiento debido al pánico que me producía trabajar con diferentes situaciones. Uno de los ejercicios que practicaba era, si viene tu mejor amiga y te pregunta: “¿Cómo estás?”. Qué sientes al oír eso, qué le respondes…

Con el tiempo, muchas sesiones, un gran esfuerzo y tesón, me fui recuperando. Un día,en el que mi mente estaba ya un poco más lucida, me estuve interrogando a mí misma, preguntándome qué era lo que estaba pasando y cómo terminar con aquello. Lo que me hizo hablar conmigo misma fue, las ganas que tenía de ver al resto de mis seres queridos llegar a casa y no temer la fatídica pregunta: “¿Cómo estás, qué tal te ha ido la mañana?”.

Mi fe en el Señor me ayudó muchísimo, le pedí fuerzas y yo puse las mías para pelear con mi lado oscuro. Con el tiempo llegué a ser la persona que siempre había sido, alegre, comunicativa, feliz y fuerte. Hoy, gracias a Dios y a mi familia, me siento en la luz, viva, feliz en medio de las dificultades normales de la vida y con fuerzas para todo.

Estas cosas se pasan, pero no sin fe y esfuerzo personal, junto con la inestimable ayuda familiar. Ánimo a los que por algún motivo lo estéis pasando mal, hasta siempre.

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