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CONTRACOSTUMBRE Otro gato engominado
~ Contracostumbre ~
Por Isabel Pavón
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Otro gato engominado
Veinticinco de Noviembre Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer
Alguien me tocó en el hombro para que dirigiera la mirada hacia la mujer que estaba sentada en la sobria silla de la esquina. Parecía arrinconada.
La sala del tanatorio estaba repleta. Su marido se hallaba de pie ante ella con ambas manos sobre las caderas y la nuca engominada tapándole toscamente los débiles pelos de la calva. Intentaba así moldear, como la gomina, los rizos luminosos que la presencia de ella pudiera ocasionar ante el público. Pretendiendo que nadie lo notara, le estaba cantando las cuarenta. Bajito, muy bajito.
Habían llegado media hora antes al sepelio de Juan. En primer lugar saludaron a los familiares más cercanos; juntos, muy juntos. Y ella, pobre mujer, había consentido que un primo hermano suyo, venido del extranjero, se le acercara a besarla después de años de ausencia. Eso fue suficiente para merecer la reprimenda que estaba recibiendo de su esposo, como si fuese una mujer mala que había pecado en público. A él, ¡válgame Dios!, se le veía majestuoso en aquella posición. Sin embargo, ella parecía más pequeña en su postura resignada que, imagino, al otro le habría gustado tener arrodillada más que sentada. Podríamos deducir que en su fuero interno, estaba convencido de que actuaba cortésmente en la humillación. Cuando el hombre terminó con su parrafada, ella se levantó con cuatro puñaladas chorreándole tristeza del alma y una visible flojera en las piernas que la hacía tambalearse. Fue el baño y al volver, colocó la silla junto a sus hermanas sin pronunciar palabra, las manos unidas sobre los muslos, el talle recto, la sonrisa fingida, la vista perdida al frente para no cruzarse con otras miradas que pudieran pedirle explicaciones. Él, como quien acaba de sacudirse toda la maldad que llevaba encina, continuó saludando amable y alegre a la gente que llegaba, besando, estrechando manos, queriendo aparentar que no pasaba nada, que eran una pareja normal. Lo único que le importaba era mantener la fachada. Pobre infeliz.
Todavía vive ajeno a que todos conocen su comportamiento, sus miserias y sus malos tratos. ¡Qué poca valía! Además, el cobarde cree que actuando de espaldas se libra de ser tan inhumano.
Quien le iba a decir a ella que aquel joven, guapo, elegante y con estudios con el que tan felizmente se casó y sus padres tan contentos estaban, se le iba a convertir, al día siguiente de la boda, en un ser desconocido. El suyo fue un noviazgo de engaño. Se había atado de por vida a un gato montés disfrazado con piel de liebre. Desde entonces anda enterrada en vida, pues hace tiempo que los hijos volaron del infierno. Sale de casa sólo para asuntos de este tipo, duelos, misas, hospitales y siempre acompañada por él, que camina a su lado tan pegado que da angustia verlo.
En los más de cuarenta años de in-convivencia, ningún familiar ha podido ir a visitarla. Su vida íntima no la conoce nadie pero, según cuenta la víctima: Nada me falta. Él no es malo, yo lo sé llevar a mi manera. Lo único que le pasa es que es muy celoso de todo el mundo y no le gusta que yo hable con nadie, ni que la gente se me acerque. Pero yo lo llevo bien, estoy acostumbrada. Si no fuera por lo que me quiere... ¡qué iba a aguantarlo yo!
Ella, como tantas otras en la misma situación, han aprendido a vivir de esa manera porque no conocen otra. Nadie les ha enseñado que se puede existir de otro modo y continúan tapando la maldad de sus maltratadores, aguantando con voluntad de hierro, sí señor, hasta que la muerte, con uñas felinas, acabe de diseccionarles el cuerpo y el espíritu. Entonces serán veladas entre aromáticas rosas naturales.