Tres de Julio

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Tres de Julio Por: Andrea Rico Crespo 3ºB ESO; Nº15


CAPÍTULO 1 Le conocí cuando tenía cinco años. La verdad es que no me acuerdo muy bien de cómo fue, porque ahora tengo quince y han pasado muchas cosas en mi vida como para acordarme de los detalles de aquel día. Mi tía Nuria tenía novio, se llamaba Leo. Supongo que a esa edad cuando te dicen “novio” te imaginas al príncipe de la cenicienta, que será alto, guapo, apuesto y tendrá un castillo con un jardín lleno de flores. Pues bien, cuando llegué a la estación de la mano de mi tía vi que mucha pinta de príncipe encantador no tenía. Me asustó y fascinó a la vez. Era alto, robusto y cuando se reía le brillaban los ojos de una forma increíblemente abrumadora. Irradiaba felicidad por todos los poros de su piel. Cuando me cogió a hombros para llevarme al coche vi todo lo que había a mi alrededor desde arriba, muchísimo más arriba que cuando me cogía mi padre, y eso me encantó. Desde aquel día no dejé de conocerle más poco a poco y descubrí un hombre maravilloso, un hombre bueno y sencillo, alguien que ve la vida desde arriba y hace que los que le rodean la vean también desde ahí. Y en poco tiempo, pasó de ser el novio grande de mi tía Nuria a ser mi tío…mi tito Leo. Gracias a la gran relación entre mi madre y mi tía, pude vivir momentos maravillosos e inolvidables a su lado. Me ha visto crecer y madurar, pasar de ser una cría a una pequeña mujer, su pequeña mujer. Y lo ha visto de cerca. Hay veces que la vida pone en tu camino a personas, para que aprendas de ellas; tardé en descubrirlo, pero mi tío Leo es una de esas personas y he aprendido mucho de él. Me ha enseñado que, aunque en apariencia no lo parezca, existen grandes príncipes dentro de los corazones de las personas y creo que él no solo es un gran príncipe, sino un peculiar e irrepetible rey. Y cada día me siento más afortunada de formar parte de esta historia que, estoy segura, es mi cuento de hadas y espero que no termine nunca. Me ha hecho ser más fuerte y mayor a pesar de seguir siendo una pequeña mujer, su pequeña mujer.


CAPÍTULO 2 Se despertó pronto. Había dormido toda la noche de un tirón. Andrea ya no tenía nervios la noche antes del campamento, aunque, después de cuatro vividos con el centro juvenil de su colegio, era normal que ya supiera cómo conciliar el sueño. Su macuto estaba hecho desde la tarde del jueves. Había metido toda la ropa que le cabía: pantalones cortos, largos, veinte tipos de camisetas, biquinis, zapatos…y dos neceseres llenos de todo tipo de cremas, maquillaje, accesorios del pelo y todo lo que creía imprescindible para estar incluso en el campo. Quería estar guapísima cada día y cada noche, y sobre todo en aquel campamento que sería su último y en el cual los de su edad eran los mayores. Llegó a la rampa de su colegio donde esperaban los autobuses, los monitores y el resto de acampados. Cuando llegó, se le dibujó una irremediable sonrisa en la cara al ver la escena de cada uno de julio: los niños de primer año acompañados por sus madres nerviosas y emocionadas cargando con mochilas enormes e incluso, en algunos casos, más grandes que sus propias espaldas; los monitores pasando lista y todo el mundo pidiendo silencio para asegurarse de que su nombre aparecía inscrito en ésta, y los de último año en un corro hablando de todo lo que esperaban de aquel campamento y de las novedades de aquel año. Se acercó al corro para ver a todos sus amigos y agregarse a la conversación y enseguida llegó su mejor amiga, Paula. Ella era el último complemento para pasar el campamento perfecto. Y así fue, fueron los quince días más intensos de su verano. Se había propuesto vivir aquel campamento disfrutando de cada segundo. Lo pasó en grande, vivó experiencias maravillosas como la de dormir en lo alto de una montaña y despertarse con la sensación de estar tocando las nubes. Por las noches en la tienda hicieron de todo menos dormir, y en los juegos de la mañana y la tarde disfrutó como una niña pequeña. La última noche se vistió de punta en blanco junto a todas sus amigas para ir a la fiesta de despedida y lloró al leer la carta de agradecimiento a los monitores por aquellos años. Aquella era la última noche que pasaría con ellos y le daba muchísima pena. Habían sido sus segundos padres y hermanos y unos muy buenos amigos durante cinco años y, aunque estaba segura de que nunca olvidaría ninguna de sus caras, no quería que aquello se quedase en meros recuerdos enterrados por el polvo y los años. Pero terminó. Al día siguiente, el autocar que les llevaba de vuelta a Madrid llegó y, al montarse, Andrea se dio cuenta de algo en lo que apenas había pensado en aquella quincena: tenía muchas ganas de ver a su familia. Así pues, con una gran sonrisa despidió aquel lugar que había sido testigo de su último campamento en Ávila.


CAPÍTULO 3 No podía dormir. Los cascos del MP3 sonaban demasiado fuerte y la música me desvelaba. Paula estaba a mi lado, hablando animadamente con Sergio, no escuché muy bien sobre qué exactamente. Me estiré y le pregunté a mi monitor cuánto quedaba para llegar a Madrid. - Nada.-respondió. Corrí la cortina azul del autocar para mirar por la ventana y comprobé que, efectivamente, estábamos llegando al barrio. Me daba pena que aquello acabase. Si por mí fuera, me hubiera quedado en Ávila otros quince días. Pero en fin, era lo que tocaba. Ahora tenía que ponerme a estudiar para aprobar las mates y el inglés en los exámenes de septiembre y tener contenta a mi madre para que me dejase salir el resto del verano. Cuando bajé del autocar me alegré mucho de estar en Madrid y respirar un poco de aire contaminado por la prisa de la gente. Busqué a mis padres entre la multitud. Como no les encontraba, cogí mi macuto del maletero del autocar, me despedí de todos mis amigos y me fui a la rampa del colegio a buscarlos. Enseguida vi a mi madre esperándome. En cuanto llegué me dio un beso y me preguntó qué tal me lo había pasado; le conté en dos segundos todo lo que había vivido en quince días. Difícil, lo sé, pero tengo una capacidad para enrollarme que resucita a los muertos (esto lo dice siempre mi amiga Rocío). Nos montamos en el coche y me alegré muchísimo de estar con ella. Aunque siempre estábamos discutiendo, quince días hacían que me diera cuenta de que la necesitaba, a ella y a toda mi familia. En cuanto llegamos a casa vaciamos el macuto y, mientras ella colocaba la ropa y los neceseres, yo me metí en la ducha. Tenía unas ganas inmensas de ducharme con agua caliente y en un sitio limpio y sin tierra ni bichos por los pies. Mientras me enjabonaba disfrutando de aquel momento para mí, mi madre entró en el baño y me dijo que al salir de la ducha teníamos que hablar. Odio que me dejen con la intriga y ella (bueno, creo que en general todas las madres) es muy propensa a hacerlo. Así que, aunque me hubiera quedado allí toda la vida y la resurrección si existía, me aclaré el pelo rápidamente y salí de la ducha pensando en qué es lo que tenía que decirme mi madre, que parecía tenerla un poco preocupada y nerviosa.


CAPÍTULO 4 Han pasado trece días y parece que fue ayer cuando me despertó el teléfono. Y ahora estoy aquí, sentada en la cocina, pensando en la manera de decirle todo lo que ha ocurrido durante este tiempo en el cual, mientras ella se divertía, su familia afrontaba un duro golpe. Oigo como sale de la ducha y me invade el miedo y la gran incertidumbre de cuál va a ser su reacción al enterarse. Viene sonriendo y le digo que se siente. - Andrea, tengo que contarte una cosa y no se cómo hacerlo ni por dónde empezar… - Dime. - A ver…hace unos días tu tío se puso malo… - ¿Qué tío? - Tu tío Leo. - Pero ¿está bien? - Bueno…no está.-susurró. - ¿Cómo que no está? - Pues eso, que…no está. - Pero ¿qué le ha pasado? ¿Se ha muerto? - Lo siento, Andrea… - Pero ¿cómo ha sido? ¿Cuándo? -Hija.... (Se me están cayendo las lágrimas al ver su cara) pasó el día tres, de madrugada…sonó el teléfono y lo cogió tu padre y yo…solo le oí decir: "no jodas. ¿Un infarto?" Y salió corriendo. No se pudo hacer nada por él, Andrea… - ¿Y la tía Nuria? Ella está bien ¿no? - Sí…bueno, lo está pasando muy mal, ya te puedes imaginar…hemos estado todos con ella estos días… - ¿Por qué no me habéis llamado? - ¿Para qué te íbamos a llamar? - ¿Cómo que para qué? Mamá que…¡que se ha muerto el tío Leo mientras yo disfrutaba y nadie ha llamado al campamento! ¡Me hubiera venido corriendo! -Andrea, no hubiera servido de nada porque no te hubiera dejado venir a ningún sitio. Yo quiero que le recuerdes como él era y no como nosotros hemos tenido que verle… - No me he despedido de él… no he podido decirle nada, mamá. Se ha muerto y yo no le he dicho adiós. -Me he despedido yo por tu hermana y por ti. A tu tío le hacía feliz verte feliz y por eso, por él, he dejado que disfrutes del campamento. No te preocupes, te hemos esperado para que tú le prepares la misa y así te puedas despedir por ti misma y decirle todo lo que quieras.


Ella llora y yo me siento impotente y a la vez furiosa porque no puedo ahorrarle este dolor. - Quiero ir a ver a la tía Nuria. ¿Dónde está? - Se ha ido a vivir a casa de los abuelos. ¿Quieres ir ahora o te esperas a mañana cuando estés más tranquila? - No. Quiero ir ahora, me visto y vamos, por favor… -Vale, te llevo ahora mismo. Mientras se viste llorando no puedo dejar de pensar en él. En cómo le hubiese gustado estar en esa rampa para recibirla cuando llegara del campamento… Nos vamos, en cinco minutos llegaremos, y tendré que ver cómo mi hija se abraza a su tía, y ella tendrá que volver a armarse de coraje para no llorar delante de su sobrina, aunque por dentro sienta unas ganas inmensas de salir corriendo y poder llorar sin que nadie la vea.


CAPÍTULO 5 La odiaba, odiaba a mi madre y a toda mi familia. Subíamos la calle en silencio y mientras ella miraba al suelo yo no podía dejar de mirar al frente, guardando tanta frustración que chillaba de forma incontrolable por poder salir de mi interior. Quería llorar, quería pegarle con todas mis fuerzas, chillarle en los oídos hasta quedarme afónica. Pero no lo hice. Simplemente me limpié cada lágrima que rodó por mi mejilla al pensar en él. ¿Cómo era posible? Aún no podía creerlo. Mi corazón latía con fuerza, sabía que al llegar a casa de los abuelos él y la tía Nuria estarían allí, sentados en el sofá charlando y riendo como siempre para darme la bienvenida. Sí, y le iba a abrazar, con todas mis fuerzas, contenta de tenerle a mi lado, feliz por poder contarle todo lo que me había pasado. Todo era mentira, estaba soñando. Mis pies se movían sin apenas darme cuenta. Mis ojos se iban hinchando mientras mi mente daba vueltas imaginando cosas que en el fondo de mi subconsciente sabía que no iban a poder pasar. Nunca más iba a poder abrazarle. Pero ¿qué mierda era todo esto? Él se había ido para siempre, y yo, imbécil, no había podido despedirme de él. Había perdido la oportunidad de mirarle a los ojos y decirle que le quería, que había sido una de las personas más importantes de mi vida y que jamás encontraría a nadie como él. Me sentía estúpida y pequeña al comprender que nunca le había dicho ninguna de esas cosas a la cara. Sin darme cuenta, estaba llegando. Miré a mi madre, intentando encontrar en sus ojos la verdad de todo aquello. Pero solo vi lágrimas, escondidas tras una capa de culpabilidad por tener que estar allí sin poder hacer nada por mí ni por ella. Y entonces lo comprendí: ella no tenía la culpa, todo era culpa de Dios. Él me lo había robado, se lo había llevado sin ningún motivo, porque tenía celos de mí, por no poder disfrutar de alguien tan bueno y tan especial. Pero no era justo, porque mi tío debía estar a mi lado, debía ayudarme cuando lo necesitara, debía darme la mano cuando me cayera… La vida era una basura y siempre perdían los que menos arriesgaban. Mi madre sacó las llaves y abrió la puerta. Al coger el ascensor rocé su mano y entonces me dieron ganas de abrazarla y llorar en su hombro. Necesitaba una explicación, pero tras comprender que ella no me la podía dar desistí y me di cuenta de que, de nuevo, había dejado pasar la oportunidad de decirle a mi madre todo lo que sentía en aquel momento…pero me daba igual. Ya todo me daba igual.


CAPÍTULO 6 Escuchó el sonido de las llaves entrando en la cerradura. Andrea miraba al suelo con el mismo nudo de la última media hora en la garganta. Había dejado de llorar porque no quería que su tía la viera hundida, aunque realmente quería salir de ahí, quería darse la vuelta e ir escaleras abajo en busca de la salida del portal y correr, correr hacia ninguna dirección hasta encontrar una calle o un rincón donde no hubiera nadie y finalmente echarse a llorar. Sollozar como una niña pequeña a la que le han quitado su juguete, quería romperse los nudillos pegando a las paredes, quería chillar, necesitaba chillar para sacarse todo lo que llevaba dentro. Cuando la puerta se abrió, su madre entró y la miró. Andrea se quedó parada observando la tenue luz que procedía de la casa. No quería entrar, pero una vez más luchó contra lo que realmente ansiaba y entró. Miró hacia el salón y la vio. El corazón se le rompió en mil pedazos al verla ahí, sentada en el sofá con la mirada fija en la tele, pero con el pensamiento seguramente en cualquier otro recuerdo, en un lugar mejor…junto a él. Pero ella estaba sola y cuando giró la cabeza y posó sus ojos apagados y llenos de ojeras sobre Andrea, ella corrió hacia el salón sin darse apenas cuenta de la presencia de su madre, que miraba con los ojos llenos de lágrimas la escena. El recorrido del pasillo al sofá se le hizo eterno y cuando al fin rodeó el cuello de su tía con sus débiles brazos rompió a llorar. La apretó con todas sus fuerzas mientras descargaba todo aquello que había estado conteniendo y sintió una increíble pena. La quería, con toda su alma, y no pensaba dejarla sola. La abrazó durante un largo minuto y, al separarse, su tía Nuria le secó las lágrimas con unas manos temblorosas y llenas de compasión y ternura casi maternal. Andrea se despegó para mirarla a los ojos y al hacerlo, al ver los ojos de su tía llenos de lágrimas, la vio tan débil, tan frágil, que no pudo evitar apartar la mirada. No se merecía aquello, ella no. Se amaban, y era un amor lleno de complicidad, de comprensión, de amistad incondicional y ahora… ¿ahora qué? ¿Qué iba a hacer ella sin él? Se sentó en el sofá de al lado y solo entonces vio a su abuela Rosa. Y volvió a llorar. Eso ya no era una familia, eran simplemente personas, personas rotas por una pérdida injusta y repentina, una pérdida que sin duda marcaría cada una de sus vidas. Reinó un silencio lleno de palabras, palabras de amor, de consuelo y de debilidad. Y entonces habló su tía. Dijo simplemente una corta frase sin demasiado significado, pero cuando oyó su voz desgastada y fragmentada por cada noche en vela llorando por él, un escalofrío recorrió su espina dorsal provocándole un frío intenso que le hizo tiritar. - ¿Cómo que habéis venido? - Andrea quería verte.-dijo su madre. De nuevo silencio y en sus mentes la búsqueda de qué decir para calmar aquella extraña e incómoda situación. Pero nadie habló. No hacían falta las


palabras para saber lo que pensaba cada una de ellas. Y entonces sonó un móvil. Era el de su madre y, tras cogerlo y escucharle hablar, comprendió que era su padre el que llamaba. - Nos vamos. Tu padre está abajo con el coche. Andrea se levantó y se inclinó para darle un beso y un abrazo a su abuela, que no había dicho nada desde su llegada, pero no había parado de llorar. -Hasta luego, hija.-fue capaz de pronunciar antes de emitir un sollozo que se fue apagando suavemente tras cada lágrima. Después, Andrea se dirigió a su tía Nuria, que se había levantado para despedirla. La abrazó fuertemente, más calmada y con una idea clara en la cabeza: no pensaba dejarla sola, ahora su vida sería ella y jamás permitiría que sufriera ni que se quedara sola. Al cruzar el umbral de la puerta junto a su madre, Andrea sintió un gran alivio y, tras respirar una bocanada de aire fresco, montó con su madre en el ascensor. Bajando, su madre le dijo: - ¿Mejor? - Sí…bueno, no sé, no estoy segura. No dijo nada más. Salieron del portal y entraron en el coche gris que esperaba junto a la puerta. Ya dentro, Andrea miró a su izquierda y vio a su hermana pequeña, Patricia. Se miraron a los ojos durante unos segundos y, tras comprender toda la tristeza que había en ellos, se abrazaron. Al separarse, su padre dijo con la voz rota: - ¿Nos vamos? Y emprendieron el rumbo hacia casa en silencio, pero sabiendo que sus vidas ya nunca serían las mismas y que daba igual donde fuesen, él siempre estaría con ellos.


CAPÍTULO 7 Día 12 de mayo de 2009. Sentada en mi habitación, pensando en cómo escribir este último capítulo para mi pequeño relato sobre la historia más tormentosa de mi corta vida, solo puedo decir que cada día que ha pasado en este último año, le he necesitado a mi lado. He llorado al escribir y revivir cada momento junto a él y al volver a sentir en mi piel todo lo que ocurrió ese 15 de julio al enterarme de la cruel noticia de su muerte. Aunque en aquel momento pensé que mi vida nunca sería la misma y que estaría hundida para siempre en la misma pena, he descubierto que todo esto me ha hecho más fuerte y ha hecho que aproveche al máximo cada día que me ofrece él, que estoy completamente segura de que es el que me da la vida cada mañana y me concede la oportunidad de hacer por él todo lo que no pudo por sí mismo. No creo en un Dios bueno y compasivo, no creo en el amor eterno ni en los diez mandamientos y, desde luego, no creo en la vida eterna. Él sigue vivo, pero sigue vivo dentro de mí. Lo sé porque cada mañana, cuando veo los rayos del sol entrando por la ventana, miro su foto y sonrío; porque cuando tengo un problema no me echo a llorar sin encontrar dónde refugiarme, sino que le busco a él y le hablo, y él me responde, me responde dándome fuerzas para continuar a pesar de cada bache, de cada tropiezo. Muchas veces me doy cuenta de que mi madre nunca llora, que al oír su nombre no se le rompe el alma como a mí, que al mirar su foto no se la pone en el pecho para que él escuche los latidos de su corazón y así devolverle un poquito de vida, como hago yo. Creo que es para que yo no la vea mal, aunque sé que le echa de menos, al igual que mi padre y mi hermana, y al igual que toda mi familia. Respecto a mi tía, yo la veo normal. Nunca llora, siempre habla de él como si no le hubiese pasado nada. Pero sé que todo esto no es más que una gran coraza que ella se pone para aparentar que todo va bien, aunque cada noche al mirar las estrellas intente buscar alguna que brille con más intensidad para enviarle un beso, con el anhelo de que él lo reciba y así sepa que su amor nunca morirá y que por muchos años que pasen, jamás olvidará cada paso que dio de su mano. Le dedico esta historia a ella y a él, porque prometí cuidarla y protegerla y porque, pase lo que pase, yo siempre seguiré recordando aquel día en la estación…


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