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Palabras, libros, historias


UN VIAJE POR LOS CONFINES: EL RELATO DE CABEZA DE VACA
Andrés Ortiz Garay
En 1542 se publicó por primera vez, en Zamora, ciudad española, la En 1542 Rela-
ción que dio Alvar Núñez Cabeza de Vaca de lo acaescido en las Indias en la armada ción que dio donde yva por governador Pánfi lo de Narváez desde el año de veynte y siete hasta el donde yva año de treinta y seis que bolvió a Sevilla con tres de su compañía. Ése fue el título año de original de una obra que ha conocido muchas ediciones –y ha sido objeto de origi muchos análisis– más con el nombre de Naufragios. Este libro –cuyo autor fue mu precisamente el primer español mencionado en el título largo, es decir, Álvar Núñez Cabeza de Vaca– es a la vez crónica y relato épico; al narrar pasajes de casi una década de la vida de su autor podemos considerar que también funciona como autobiografía; además, desde su época de aparición hasta nuestros días ha sido fuente para estudios etnográfi cos e históricos.ción
La odisea de Cabeza de Vaca y sus compañeros
En marzo del año 1536 de la era cristiana, sucedió un hecho por demás insólito al norte de Culiacán, que ahora ubicamos como capital del estado de Sinaloa, pero que por aquel entonces era apenas un villorrio –casi nada más que un campamento– de los conquistadores españoles que avanzaban por la provincia de Nueva Galicia hacia el noroeste de lo que mucho después llamamos México.
En aquel momento de 1536, unos jinetes españoles que comandaba Diego de Alcaraz, capitán, entre otros, de las huestes de Nuño de Guzmán, el Adelantado de la Corona española en aquellas tierras del noroeste, estaban completamente asombrados al toparse con un nutrido grupo de indios entre los que iban tres individuos de caras más pálidas que las de los otros; y por si eso no fuera sufi cientemente sorprendente, algo más increíble aún, fue que con ellos iba también un indio caranegra. Se trataba de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes, Alonso del Castillo (nacidos españoles, blancos
e hidalgos, los tres), y de Estebanico, un musulmán negro, sin apellido conocido, que había nacido en Azamor, en la costa atlántica de Marruecos, y de quien respecto a su origen apenas conocemos con certeza su raza y su condición de esclavo del capitán Dorantes.
Estos extraños personajes eran los sobrevivientes del fracaso de una expedición que zarpó del puerto español de San Lucas de Barrameda el 27 de junio de 1527, bajo las órdenes de Pánfi lo de Narváez. Esa empresa estaba compuesta por cinco navíos y cerca de 600 hombres. Su destino era la Florida, de la que en ese entonces no se conocía con certeza su calidad de península, pero en la que se suponía que los conquistadores encontrarían vetas inagotables de oro y piedras preciosas, la fuente de la eterna juventud, reinos fabulosos donde la riqueza manaba tan naturalmente como los frutos de los árboles, mujeres apetecibles para subyugarse, tal cual Hércules lo había hecho con la reina de las amazonas, o vayan ustedes a saber cuál otra de las quimeras tan en boga en el imaginario fantástico de aquellos hombres que todavía no salían completamente de la etapa medieval de Europa. De perdida, en términos más materiales, habría tierras para apropiarse de ellas e indios que esclavizar.
Ya entonces la hazaña de Hernán Cortés y sus tropas había probado que, a pesar de los peligros y los costos, las empresas de conquista en el Nuevo Mundo más allá de las Antillas podían producir magnífi cos resultados. Y eso lo sabía bien Narváez, nombrado gobernador de la Florida por el monarca español, ya que desde unos veinte años antes se había
CONFÍN
El signifi cado más común de la palabra confín se relaciona con la idea de una línea demarcatoria que establece límites territoriales. Así, por ejemplo, la vigésima segunda edición (2001) del Diccionario de la lengua española, publicado por la Real Academia de la Lengua Española, defi ne confín como: “Término o raya que divide las poblaciones, provincias, territorios, etc., y señala los límites de cada uno.” En este sentido confín tendría que ver con una dimensión espacial y sería, en buena medida, un sinónimo de frontera. Sin embargo, el mismo diccionario defi ne también confín como “Último término a que alcanza la vista.”
Esta segunda defi nición de confín nos sitúa en otra perspectiva que si bien involucra asimismo un eje espacial, pone de relieve la idea de una dimensión personal, ya que “lo que alcance la vista” dependerá de un punto de vista particularizado (la sensibilidad ocular del individuo, su posicionamiento en una altitud específi ca, la existencia de obstáculos que obstruyan la profundidad de campo y hasta las condiciones climáticas del momento en que se ve, serían algunos factores determinantes de ese “último término a que alcanza la vista.”). Además, confín puede >>

referirse también a una dimensión temporal; por ejemplo, en el título de un libro llamado Luz del confín del universo. El universo y sus inicios.* O en el título de un documental argentino realizado en 2004, El último confín, en el que nuestra palabra se usó como eufemismo para nombrar las fosas comunes en donde los esbirros de la dictadura militar sepultaron clandestinamente a sus víctimas. El confín, en esta acepción, podría entenderse como el límite de la existencia misma de un ser humano.
Estos ejemplos muestran que la palabra puede adquirir diversos matices de signifi cado que varían en concordancia con el establecimiento de posiciones, coordenadas o parámetros. Es indudable que al entender conceptualmente el vocablo confín, uno de sus rasgos distintivos sería su equivalencia con las ideas de demarcación, frontera o límite; pero, tal vez, una diferencia crucial de confín con estas otras palabras residiría en su poder para evocar el misterio que subyace más allá de la “raya”; más allá de “lo que alcanza la vista”; más allá de lo que conocemos.
Y fue precisamente más allá de lo que en su tiempo eran los confi nes del Nuevo Mundo que transitaron los personajes de esta historia. Ellos no sólo recorrieron la enorme distancia espacial que separa la península de la Florida del golfo de Baja California, sino que, además, traspasaron el más arduo y más inmensurable confín que separa la soberbia del conquistador de la humildad del hombre que vive de su propio esfuerzo y en armonía con sus semejantes.

* Rudolf Kippenhahn, Biblioteca Científica Salvat,
Barcelona, Salvat, 1987.
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Posible retrato de Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
dedicado a tratar de aprovechar las oportunidades y expoliar las riquezas que ofrecía el Nuevo Mundo. Sin embargo, Narváez era un tipo más bien desafortunado. En 1520 comandó las tropas enviadas por Diego Velázquez, el gobernador de Cuba, para eliminar a Hernán Cortés como líder independiente de la conquista de México-Tenochtitlan; Narváez fracasó porque la mayor parte de sus tropas se pasó con Cortés y en la refriega perdió un ojo cuando alguno de los soldados del extremeño le clavó la espada en la cara. Tiempo después, el emperador Carlos I de España y V del Imperio Germánico lo nombró su Adelantado para la conquista de la Florida y las tierras adyacentes a ella.
Desde un principio, esa expedición a la Florida estuvo marcada por la desgra-
cia. Las naves tardaron mucho en completar la travesía entre Europa y las islas caribeñas, que eran base de reaprovisionamiento para los expedicionarios. Narváez perdió uno de sus barcos en una tormenta y se vio obligado a pasar el invierno en Cuba. Por fi n, tras zarpar de esa isla, el Jueves Santo de abril de 1528 llegó a una bahía situada en la costa oeste de la Florida, cerca de un lugar que actualmente conocemos como Tampa Bay.


Ruta seguida por la expedición de Pán lo de Narváez (rojo) y recorrido posterior seguido por Álvar RutaseguidaporlaexpedicióndePán lodeNarváez(rojo)yrecorridoposteriorseguidoporÁlvar Núñez (verde) y sus compañeros.
El entusiasmo inicial de los expedicionarios se fue disolviendo al poco tiempo, tras comprobar que tanto la geografía como los nativos eran muy difíciles de tratar. A pesar de las protestas de sus subalternos, entre ellos Cabeza de Vaca, Narváez decidió dividir la fuerza expedicionaria; cerca de 300 hombres marcharían por tierra hacia el oeste, buscando la “ruta del río Pánuco” que creían cercano, mientras que las naves, con algo más de un centenar de tripulantes, se harían a la vela en busca de caletas donde fondear con tranquilidad. Quizás entonces se selló el destino de la expedición, pues tras esa separación las fuerzas de tierra y mar no volvieron a encontrarse jamás.
Luego de tres meses de un penoso trayecto a través de pantanos y espesos manglares, sufriendo el hambre, las inclemencias del clima, los ataques de los indios, el hostigamiento de la fauna ponzoñosa y los embates de enfermedades desconocidas, los expedicionarios decidieron que habían tenido sufi ciente. Tras comerse los últimos caballos que llevaban –los cuales, por cierto, no



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La barcaza de los capitanes Dorantes y Castillo y aquélla que conducía al tesorero y alguacil mayor de la expedición, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, lograron alcanzar las playas de una isla.
resultaban armas efi caces en aquellos parajes selváticos y enlodados– optaron por construir cinco barcazas, con la esperanza de que haciéndose a la mar alcanzarían pronto el Pánuco (o tal vez tan sólo queriendo escapar de las fl echas, los mosquitos y la jungla). No sabían que un poco más adelante iban a enfrentar las ingobernables corrientes que se forman donde el río Mississippi vierte su grandioso caudal en el océano. Allí, tres barcazas desaparecieron para siempre en el mar, entre ellas la que comandaba Narváez. Otras dos, la que dirigían los capitanes Dorantes y Castillo, y la que conducía al tesorero y alguacil mayor de la expedición, el mismísimo Álvar Núñez Cabeza de Vaca, lograron a duras penas alcanzar las playas de una isla (situada en lo que actualmente es el sur de la bahía de Galveston, Texas).
Fue entonces cuando comenzó la transformación de los conquistadores en conquistados. Para empezar, los nativos, venciendo su inicial temor a los extraños, les auxilian, les llevan comida y los reconfortan. La sensibilidad de Cabeza de Vaca respecto a los indios despunta en esa situación de vulnerabilidad en la que se hallan los otrora orgullosos conquistadores. El propio Álvar nos cuenta:
Yo salí a ellos y llamélos, y vinieron muy espantados; hícelos entender por señas cómo se nos había hundido una barca y se habían ahogado tres de nosotros, y allí en su presencia ellos mismos vieron dos muertos, y los que quedábamos íbamos aquel camino. Los indios, de ver el desastre que nos había venido y el desastre en

que estábamos, con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima que hubieron de vernos en tal fortuna, comenzaron todos a llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír, y esto les duró más de media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin razón y tan crudos, a manera de brutos, se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía cresciese más la pasión y la consideración de nuestra desdicha.

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Campamento de indios karankawas. Cabeza de Vaca y sus hombres fueron alimentados por ellos.
En la isla del Malhado –que así la nombraron los españoles para enunciar su mala suerte y su desgracia– pasaron con grandes penalidades el invierno. Cobran sus víctimas el hambre, la exposición a la intemperie, los maltratos y la simple extenuación. En la primavera de 1529, ya sólo quedan 15 hombres de los 80 que habían alcanzado la isla del Malhado. Un suceso particularmente desagradable, que escandalizó mucho a los nativos de la isla, lo relata Cabeza De Vaca con ironía:
Partidos estos cuatro cristianos, dende a pocos días sucedió tal tiempo de fríos y tempestades, que los indios no podían arrancar las raíces, y de los canales en que pescaban ya no había provecho ninguno, y como las casas eran tan desabrigadas, comenzóse a morir la gente; y cinco cristianos que estaban en rancho en la costa llegaron a tal extremo, que se comieron los unos a los otros, hasta que quedó uno solo, que por ser solo no hubo quien lo comiese.
Ese acto de canibalismo y una epidemia que mató a muchos indios desataron los ánimos indígenas contra los forasteros. Tan sólo la intervención de un indio que se hacía cargo de Cabeza de Vaca los salva de ser asesinados. Ese indio convence a sus compañeros de:
… que no creyesen que nosotros éramos los que los matábamos, porque si nosotros tal poder tuviéramos, excusáramos que no murieran tantos de nosotros como ellos veían que habían muerto sin que les pudiéramos poner remedio; y que ya no quedábamos sino muy pocos, y que ninguno hacía daño ni perjuicio; que lo mejor era que nos dejasen.
Entonces Dorantes, Castillo, el “Negro” y otros nueve cruzan el estrecho que los separa de la tierra fi rme; Cabeza de Vaca, Lope de Oviedo y un tal
Alaniz se quedan en la isla. Durante varios años, Álvar desempeña un nuevo ofi cio que, visto está, era ya muy remunerativo desde aquellos tiempos:
barricadaletrahispanic.blogspot.com …yo me hice mercader, procuré de usar el ofi cio lo mejor que supe, y por esto ellos me daban de comer y me hacían buen tratamiento y rogábanme que me fuese de unas partes a otras por cosas que ellos habían menester, porque por razón de la guerra que continuo traen, la tierra no se anda ni se contrata tanto. E ya con mis tratos y mercaderías entraba la tierra adentro todo lo que quería, y por luengo de costa me alargaba de cuarenta o cincuenta leguas. Lo principal de mi trato eran pedazos de caracolas de la mar y corazones de ellos y conchas, con que ellos cortan una fruta que es como frijoles, con que se curan y hacen sus bailes y fi estas, y ésta es la cosa de mayor precio que entre ellos hay, y cuentas de la mar y otras cosas. Asi, esto era lo que yo llevaba la tierra adentro, y en cambio y trueco de ello traía cueros y almagra, con que ellos se untan y tiñen las caras y cabellos, pedernales para puntas de fl echas, engrudo y cañas duras para Cabeza de Vaca comerciando con los indios. hacerlas, y unas borlas que se hacen de pelo de venados, que las tiñen para colorearlas; y este ofi cio me estaba a mí bien porque andando en él tenía libertad para ir donde quería, y no era obligado a cosa alguna, y no era esclavo, y dondequiera que iba me hacían buen tratamiento y me daban de comer por respeto de mis mercaderías, y lo más principal porque andando en ello, yo buscaba por donde me había de ir adelante.


No obstante esa enunciada intención de abandonar la isla, transcurrieron seis años antes de que Cabeza de Vaca lograra convencer a Lope de Oviedo de desplazarse a tierra fi rme en busca de los otros cristianos. Según se relata en Naufragios, Lope, para no irse, alegaba que no sabía nadar; pero este argumento se antoja incongruente en esos hombres que cruzaban los océanos en las frágiles embarcaciones de vela o en las barcazas que los habían llevado a la isla. Tampoco es claro por qué Cabeza de Vaca no partió solo desde antes –ya que Alaniz había muerto– si al cabo, los españoles estaban librados a su propia suerte. Tras llegar a tierra fi rme, Álvar y Lope fueron avisados de que en las inmediaciones había tres cristianos esclavos de una tribu que moraba en las cercanías. Al enterarse que esos indios maltrataban a los españoles, Lope se desistió de ir a su encuentro y se volvió tras sus pasos de regreso a la isla (o por lo menos eso nos cuenta Cabeza de Vaca), desapareciendo así de la historia.
Días después se reúnen de nuevo Cabeza de Vaca y Andrés Dorantes, quien le cuenta que tan solo él, Castillo y Esteban han logrado sobrevivir a los maltratos, castigos y trabajos forzados que les impusieron sus captores, quienes eran mucho menos amistosos que los nativos de Malhado. Sabiéndose los últimos sobrevivientes de la expedición, deciden escapar juntos para buscar la ruta de Pánuco hacia el oeste.
Ya que llegué cerca de donde tenían su aposento, Andrés Dorantes salió a ver quién era […] y cuando me vió fue muy espantado, porque había muchos días que me tenían por muerto, y los indios así lo habían dicho. Dimos muchas gracias a Dios de vernos juntos, y este día fue uno de los de mayor placer que en nuestros días habemos tenido; y llegado donde Castillo estaba, me preguntaron que donde iba. Yo le dije que mi propósito era pasar a tierra de cristianos, y que en este rastro y busca iba. Andrés Dorantes respondió que muchos días había que él rogaba a Castillo y a Estebanico que se fuesen adelante, y que no lo osaban hacer porque no sabían nadar, y que temían mucho los ríos y los ancones por donde habían de pasar, que en aquella tierra hay muchos. Y pues Dios nuestro Señor había sido servido de guardarme entre tantos trabajos y enfermedades, y al cabo traerme en su compañía, que ellos determinaban de huir, que yo los pasaría de los ríos y ancones que topásemos.

Hacia mediados de septiembre de 1535, los cuatro emprenden el largo periplo que les llevará a través de las dilatadas llanuras, los áridos desiertos y las escarpadas montañas y barrancas de territorios que al cabo del tiempo formarían parte de Texas, Nuevo México, Chihuahua, Sonora y Sinaloa. Aunque es prácticamente imposible trazar su ruta con exactitud, parece bastante plausible que primero deambularon por las planicies texanas, donde conocieron los bisontes, a los que en una analogía muy simplista Álvar llama vacas –¡como si fuera lo mismo apellidarse Cabeza de Vaca que Cabeza de Bisonte! El desapercibido Álvar nos dice al respecto:

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Por la tierra hay muchos venados y otras veces y animales de los que atrás he contado. Alcanzan aquí vacas, y yo las he visto tres veces y comido de ellas, y parésceme que serán del tamaño de las de España; tienen los cuernos pequeños, como moriscas, y el pelo muy largo, merino, como una bernia; unas son pardillas, y otras negras, y a mi parescer tienen mejor y mas gruesas carnes
Cabeza de Vaca, Dorantes, Castillo y Estebanico emprendieron el viaje hacia el Oeste.
que las de acá. De las que no son grandes hacen los indios mantas para cubrirse, y de las mayores hacen zapatos y rodelas; éstas vienen de hacia el Norte por la tierra adelante hasta la costa de la Florida, y tiéndense por toda la tierra mas de cuatrocientas leguas; y en todo este camino, por los valles por donde ellas vienen, bajan las gentes que por allí habitan y se mantienen de ellas, y meten en la tierra grande cantidad de cueros.
Parece que después se desviaron hacia el sur y llegaron a un gran río, que con mucha probabilidad podemos identifi car como el Río Grande del Norte o Río Bravo, quizás en un punto más o menos a la altura de la actual ciudad fronteriza de Ojinaga, en Chihuahua. Remontaron la corriente río arriba hasta encontrar un vado en las cercanías de lo que hoy es El Paso. Así, los caminantes se comenzaron a alejar del “camino de las vacas”, que los llevaría hacia el norte y se enfi laron en dirección sur-poniente, en lo que Cabeza de Vaca llamó “el camino del maíz”, ruta que los conducía hacia las tribus agricultoras que tenían mayor relación con la civilización mesoamericana: los tarahumaras, pimas, ópatas, yaquis y mayos.
Para entonces había sucedido un cambio decisivo en la situación de los cuatro viajeros. Según la versión de Naufragios, Cabeza de Vaca logró extraerle exitosamente una punta de fl echa a un indio herido y después volvió en sí a un nativo que parece haber sufrido una especie de ataque cataléptico. Álvar narra así este último episodio:

“Cuando yo llegué hallé el indio los ojos vueltos y sin ningun pulso, y con todas señales de muerto, según a mi me paresció…” … a cabo de dos días vinieron a nosotros unos indios de los susolas y rogaron a Castillo que fuese a curar un herido y otros enfermos, y dijeron que entre ellos quedaba uno que estaba muy al cabo. Castillo era médico muy temeroso, principalmente cuando las curas eran muy temerosas y peligrosas, y creía que sus pecados habían de estorbar que no todas veces suscediese bien el curar. Los indios me dijeron que yo fuese a curarlos, porque ellos me querían bien … y fueron conmigo Dorantes y Estebanico, y cuando llegué cerca de los ranchos que ellos tenían, yo vi el enfermo que íbamos a curar que estaba muerto, porque estaba mucha gente al derredor de él llorando y su casa deshecha, que es señal que el dueño estaba muerto; y ansí, cuando yo llegué hallé el indio los ojos vueltos y sin ningun pulso, y con todas señales de muerto, según a mi me paresció, y lo mismo dijo Dorantes. Yo le quité una estera que tenía encima, con que estaba cubierto, y lo mejor que pude supliqué a nuestro Señor fuese servido de dar salud a aquel y a todos los otros que de ella tenían necesidad; y después de santiguado y soplado muchas


veces … lleváronme a curar otros muchos que estaban malos de modorra … a la noche se volvieron a sus casas, y dijeron que aquel que estaba muerto y yo había curado en presencia de ellos, se había levantado bueno y se había paseado, y comido, y hablado con ellos, y que todos cuantos había curado quedaban sanos y muy alegres. Esto causó muy gran admiración y espanto, y en toda la tierra no se hablaba en otra cosa … venían de muchas partes a buscar y decían que verdaderamente nosotros éramos hijos del Sol. Dorantes y el negro hasta allí no habían curado; mas por la mucha importunidad que teníamos, viniéndonos de muchas partes y buscar, venimos todos a ser médicos, aunque en atrevimiento y osar acometer cualquier cura era yo más señalado entre ellos y ninguno jamás curamos que no nos dijese que quedaba sano; y tanta confi anza tenían que habían de sanar si nosotros los curásemos, que creían en tanto que allí nosotros estuviésemos ninguna de ellos había de morir.
Así, los hombres blancos se convirtieron en cha- www.texasbeyondhistory.net manes y curanderos muy prestigiosos; en “hijos del Sol” cuyos poderes podían sanar las enfermedades y proteger a sus seguidores. Empezaron entonces a viajar en compañía de adeptos indígenas que les conducían de una aldea a otra; si bien aquellos acompañantes (quizá grupos relativamente pequeños en escala actual, pero verdaderas multitudes de acuerdo con ese tiempo y lugar) representaban un problema para el abastecimiento, también es cierto que ofrecían una protección ideal que seguramente permitió a los ex náufragos completar con bien su viaje. Tras el éxito como curanderos, los viajeros empe-
Posiblemente, los “hijos del Sol” cruzaron las im- zaron a viajar en compañía de adeptos indígenas. ponentes cumbres de la Sierra Madre Occidental y descendieron por las escarpadas barrancas de la Tarahumara hasta las llanuras costeras de Sonora y Sinaloa, encontrando a su paso cada vez más indicios de la cercanía de otros españoles.
Cuando fi nalmente dieron con los caza-esclavos de Nuño de Guzmán, los cuatro viajeros habían transitado no sólo la enorme distancia kilométrica que separa, digamos, Tampa Bay (a orillas del Atlántico) de Culiacán (a orillas del Pacífi co); además, también habían traspasado el todavía más arduo y tal vez inmensurable confín que separa la soberbia del conquistador de la humildad del hombre que vive de su propio esfuerzo. Despojados de sus barcos, de sus armamentos de metal y de la pólvora, sin caballos, Álvar, Andrés, Alfonso y el ingenioso Esteban habían transitado por los confi nes de un Nuevo Mundo que a través de ellos se encontraba con el Viejo Mundo del que provenían. De allí su inmortal fama como descubridores.

Pero no sólo eso, pues al llegar a Sinaloa, Cabeza de Vaca y sus compañeros, además de recorrer los confi nes de la América conocida hasta entonces, habían cruzado las poco tangibles fronteras que separaban a las tribus indias de cazadores-recolectores de aquellas otras que basaban su sustento en la agricultura. Además habían sido capaces de traspasar el confi namiento que les imponía su identidad como conquistadores y soldados del rey español, para sobrevivir a través de la adquisición de otras fi liaciones –esclavos, mercaderes, curanderos, hijos del Sol– en un proceso de identidad y afi nidad que les fusionó más con los indios que con sus congéneres. Ese entramado de identidades alcanzó un punto crítico al encontrase los viajeros y sus adeptos indígenas con los soldados españoles, en un episodio narrado así por Cabeza de Vaca:
A los cristianos les pasaba de esto, y hacían que su lengua [es decir, su intérprete] les dijese [a los indios] que nosotros éramos de ellos mismos, y nos habíamos perdido muchos tiempos había, y que éramos gente de poca suerte y valor, y que ellos eran los señores de aquella tierra, a quien habían de obedecer y servir. Mas todo esto los indios tenían en muy poco o en nada de lo que les decían; antes, unos con otros entre sí platicaban, diciendo que los cristianos mentían porque nosotros veníamos de donde salía el sol, y ellos donde se pone; y que nosotros sanábamos los enfermos, y ellos mataban los que estaban sanos; y que nosotros veníamos desnudos y descalzos, y ellos vestidos y en caballos y con lanzas; y que nosotros no teníamos cobdicia de ninguna cosa, antes todo cuanto nos daban tornábamos luego a dar, y con nada nos quedábamos y los otros no tenían otro fi n sino robar todo cuanto hallaban, y nunca daban nada a nadie …
Consecuencias de los Naufragios
Poco después, los “ex hijos del Sol” fueron conducidos a Compostela, donde se entrevistaron con Nuño de Guzmán, quien seguramente los habrá visto como una rareza, ya que los primeros días no podían soportar bien el roce sobre su cuerpo de la tela, ni lograban conciliar el sueño sino era estando acostados en el suelo. De allí fueron llevados a México, a donde llegaron el 23 de julio de 1536. En esa capital fueron recibidos por el virrey Antonio de Mendoza y por Hernán Cortés, quien a la sazón era ya el Marqués del Valle. El fantástico relato de su odisea despertó la admiración, la imaginación y la codicia de todos quienes lo oyeron. Por ejemplo, fray Antonio Tello escribió que:
… allí dieron noticias que habían oído decir a los indios por donde pasaron que a mano derecha había una provincia muy grande, que llamaban de Tzíbola, la cual engrandecían y ensalzaban mucho y que tenía siete ciudades cercadas, las casas


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Dibujo que identi ca a “Civola” en Norteamérica según Joan Martines.
muy altas de seis y siete pisos según signifi caban las portadas adornadas de piedras de valor …
Fue entonces que surgió la leyenda de las siete ciudades de oro en la América septentrional, llamadas el reino de Cíbola. Esa leyenda parece haberse originado en la Península Ibérica hacia el siglo octavo; según se decía, a la llegada del islamismo a la península, siete obispos cristianos, acompañados de miembros de sus respectivas congregaciones, partieron de Lisboa hacia unas tierras situadas al Occidente, llamadas “Antila”.1 Allí fundaron siete ciudades cuyas riquezas eran proverbiales. Es posible que la ávida imaginación de los conquistadores equiparara la leyenda de las siete ciudades de Cíbola con la tradición mítica de las siete “cuevas”, de donde habían partido los clanes aztecas para fundar su imperio. Cíbola, entonces, como lo consignaban las “pinturas” –los códices– de los mexicas y como lo parecía corroborar el relato de Cabeza de Vaca y sus compañeros, debía estar en el lejano norte.2
1 De allí que luego se llamó las Antillas a las islas del Mar Caribe. 2 El trabajo de los arqueólogos en Paquimé, Chihuahua, o en la región de los indios pueblo, zuñi y navajo, en algunos puntos de Arizona y Nuevo México, ha revelado que, en efecto, hubo algunos centros urbanos donde los edificios alcanzaron alturas considerables y que, en ciertos periodos, fueron sitios donde se concentraba el intercambio de muchos productos, especialmente suntuarios. Paquimé, por ejemplo, tiene edificaciones de varios niveles que, indudablemente, sorprenden al alzarse en medio de un gran llano. Los hallazgos arqueológicos indican que hasta esos centros llegaban conchas y caparazones de animales marinos, cueros de bisonte, objetos de piedras y metales preciosos o semipreciosos, así como plumajes de aves que sólo se hallaban mucho más al sur, en las áreas tropicales. Y en efecto, estas “ciudades” quedaban hacia “la mano derecha” de la ruta seguida por Cabeza de Vaca. Pero una cosa es que los indios con quienes nuestros viajeros se relacionaban calificaran como “opulenta” esa relativa abundancia, al contrastarla con sus precarios niveles de vida, y otra muy diferente es que en realidad les hayan contado que los techos de las casas eran de oro o que allí habitaban las amazonas o los seguidores de los siete obispos. Problemas, seguramente, de la traducción y del deseo.
Sea como fuere, las narraciones contadas por los cuatro viajeros provocaron una ebullición que contribuyó a la expansión de la Nueva España, pues en pos de Cíbola y sus míticas riquezas partieron años después las expediciones de fray Marcos de Niza, Francisco de Ulloa, Francisco Vázquez de Coronado, Hernando de Soto, Juan de Oñate y varias otras.
El fi n de la odisea
Alonso del Castillo eligió continuar su vida en la Nueva España. Después de una breve visita a España, regresó a América y obtuvo una encomienda en Tehuacán, Puebla. En 1545 le fue conferido el puesto de tesorero ofi cial de la Capitanía General de Guatemala, donde se supone que murió a fi nes de la década de 1540.
Andrés Dorantes de Carranza declinó el ofrecimiento que le hizo el virrey Mendoza para volver al norte al frente de otra expedición. A cambio, le cedió al negro Estebanico, que al regresar al mundo hispano había vuelto a la calidad de esclavo, para que guiara a fray Marcos de Niza en la nueva exploración. Intentó luego regresar a España, pero las malas condiciones del barco y del clima obligaron a que su embarcación retornara al puerto de Veracruz. Así las cosas, contrajo matrimonio con una viuda española dueña de varias encomiendas y se dedicó a su explotación; a la muerte de esa mujer volvió a casarse con otra viuda española y fue padre de más de una docena de los primeros criollos, uno de los cuales se destacó como cronista de Indias. Murió alrededor de 1550; y en ciertos momentos es posible pensar que él y el “Negro” fueron los verdaderos conductores de la travesía.
En cuanto a Esteban, las conjeturas se dividen. No hay duda de que fue enrolado como guía de la expedición del franciscano Marcos de Niza. El informe que éste presentó al virrey Mendoza a su regreso del norte afi rmó que Estebanico había muerto a manos de los habitantes de Cíbola, una ciudad que supuestamente el monje vislumbró desde lejos, sin atreverse a acercarse más al conocer la noticia del asesinato de su guía. Pero otras versiones sostienen que, en complicidad con el bueno y compadecido fraile, Estebanico escapó y terminó viviendo el resto de su larga vida con los indios mayos, en el poblado de Tesia. La verdad no se sabrá nunca con certeza, pero de todos modos, es posible pensar que Esteban regresó al norte para aprovechar la oportunidad que le ofrecía volver con aquellos que, quizá, le eran más afi nes; así fuera nada más porque para los indios, ser negro y musulmán no equivalía automáticamente a ser esclavo e infi el. No queda duda de que Esteban facilitó la relación de sus compañeros blancos con los indios, pues en Naufragios queda claro que él era “lengua” (es decir, que aprendió varios idiomas de los
nativos y traducía de ellos al español). Tampoco resulta descabellado pensar que él fuera el verdadero “médico” que merced a las “sanaciones” practicadas, logró convertir a los tránsfugas en “hijos del Sol”, sobre todo si razonamos que en esos tiempos el “arte de curar” estaba más avanzado en el mundo islámico que en la Europa oscurantista y medieval.
Quizás Esteban regresó al norte con Marcos de Niza con la idea de disfrutar de nuevo la libertad de la que había gozado durante su primer viaje por Norteamérica (aunque también es posible pensar simplemente que se vio obligado a guiar la alucinada búsqueda de las quimeras doradas, nada más con tal de evitar la celda, el látigo, la galera o algo peor). En todo caso, me parece importante destacar que Esteban fue el primer miembro de la raza negra que vivió en tierras de lo que ahora es parte del Deep South de Norteamérica. Fue el primer esclavo negro en esas latitudes y fue también el primer hombre libre de color en ellas. Pero no hablaba inglés sino español (entre otras lenguas) y, aunque pueda pesarle mucho a los apologistas del modo de vida wasp, 3 ese fundador de la historia de los Estados Unidos, además de negro, era también un hijo del Islam.
El destino de Álvar Núñez Cabeza de Vaca es todavía más sorprendente. Tras regresar a España en 1537, logró fi rmar con el rey una capitulación para encargarse de gobernar la provincia del Río de la Plata, en Sudamérica, adonde arribó en 1541. Este territorio, también desconocido en esa época, incluía porciones de lo que hoy son Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina. Sus fi gurados límites se establecían al norte con el Perú, y al sur se fi jaban en el estrecho de Magallanes, donde acababa la Patagonia, el llamado “confín de los confi nes”.
Emulando su propia travesía norteamericana, el incansable Álvar, ahora en su papel de autoridad ofi cial y capitán de tropas, realizó otra serie de impresionantes exploraciones por las selvas tropicales de la región fl uvial cuyo corazón es la cuenca del río Paraná. Él y sus hombres fueron los primeros europeos en sobrecogerse ante el maravilloso Vista del puerto de Sevilla en el siglo XVI. Durante espectáculo natural de las cataratas del Iguazú; cuatro meses Álvar Núñez preparó en él la expeconsolidó la recién fundada villa de la Asunción y dición con la que partiría hacia el Río de la Plata.

3 Término usado para designar a los estadounidenses de raza blanca, origen anglosajón y religión protestante (white, anglo-saxon and protestant).



Probable itinerario de Álvar Núñez en su gobernación del Río de la Plata. marchó hacia el noroeste, abriendo brecha hasta el Alto Paraguay y El Chaco, siempre en busca de una ruta accesible que lo condujera al fabuloso Perú.
Seguramente sin olvidar que a otros indios les debía la vida, intentó, en su papel de gobernador, poner coto a los abusos y desmanes de los conquistadores sobre la población indígena de su gobernación. Sin embargo, Álvar no era un político avezado y su desprejuiciado tratamiento hacia los indios fue visto por sus capitanes como un obstáculo para explotar sin tapujos a los naturales. Por ello, resultó ser la primera víctima de la larga serie de golpes de Estado que hasta nuestros días han asolado a Sudamérica. Acusado de varios cargos, fue obligado a volver a España en 1545, para enfrentar un largo juicio ante el Consejo de Indias. En esta odisea jurídica no le fue bien; en 1552 se le sentenció a la pérdida de todos los derechos que le había otorgado la capitulación fi rmada con Carlos I y además se le condenó a servir en la guarnición española estacionada en Orán, en la costa norte de África.
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Primera edición de la Relación que dio Alvar Núñez Cabeza de Vaca de lo acaescido en las Indias en la armada donde yva por governador Pán lo de Narváez desde el año de veynte y siete hasta el año de treinta y seis que bolvió a Sevilla con tres de su compañía, 1542.
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Naufragios y Comentarios generalmente se publican juntos.




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Esta epopeya sudamericana de Cabeza de Vaca está narrada en Comentarios, obra también de su autoría que generalmente se encuentra publicada junto con Naufragios. Sobre sus años fi nales de vida no hay certeza, unos dicen que fue nombrado juez aduanal pagado por la Corona, otros sostienen que era prior de un convento y otros más que era poco menos que un mendigo cuando la muerte le alcanzó. Se afi rma que murió en Sevilla, pero también que en Valladolid; tampoco se sabe con precisión cuándo se detuvieron fi nalmente los pasos de este gran caminante de América, pues se propone que su muerte pudo ocurrir entre 1559 y 1564.