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Cabeza de Vaca, el otro
Luis Ignacio de la Peña
Al acercarse el quinto centenario de la conquista de América (el en-
cuentro de dos culturas, según concepto acuñado para que las buenas conciencias no se sintieran mal), uno de los proyectos que acunó el comité de los festejos pensados para la ocasión (además de una larguísima lista de productores) fue la película de Nicolás Echevarría Cabeza de Vaca en torno a Álvar Núñez, autor de Naufragios. Buena elección, sin duda, pues libro y escritor son harina de otro costal cuando hablamos de los personajes que participaron en la empresa colonizadora y las crónicas que surgieron de esos acontecimientos. Si se tiene como punto de partida el texto escrito por alguien cuyo interés residía más en desarrollar un catálogo de desgracias a cada paso más desesperanzadoras, y menos en justifi carse ante la autoridad imperial, las expectativas son grandes (incluso prejuiciadas, si se quiere). Pero ya se sabe, cine y literatura son cosas diferentes, y quien quiera hallar al Cabeza de Vaca del libro en la película de Echevarría no lo encontrará.
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no hay que reclamarle que no se ajuste a la precisión de los datos históricos, pues es en la que una indígena resucita (en el libro es un hombre). Pero a Echevarría lo que le interesaba una obra de fi cción. Tampoco cabe quejarse por- hacer era otra cosa y sólo voy a mencionar dos que los indígenas americanos que ahí aparecen aspectos que quizá sean los más destacados. y sus atuendos sean más producto de la fantasía En primer lugar está el lenguaje. El personaje que del rigor antropológico. Lo que sí hay que de Echevarría, lo mismo que el Cabeza de Vaca agradecerle es que su visión no caiga para na- real, de pronto se ve inmerso en un mundo en da en lo complaciente, que no quiera hacernos que el intercambio lingüístico pierde su poder creer que el mundo precolombino fuera idílico o de comunicación. En el libro hay varias obserque los conquistadores puedan clasifi carse por vaciones al respecto: default y sin matices en héroes civilizadores o terribles villanos.
Es cierto que conserva detalles del texto original, como los baúles abandonados donde aparece un cadáver y son quemados, o la ceremonia
Otro día los indios de aquel pueblo vinieron a nosotros, y aunque nos hablaron, como nosotros no teníamos lengua, no los entendíamos; mas hacíannos muchas señas y amenazas…

El actor Juan Diego intrepreta a Álvar Núñez Cabeza de Vaca, aquí una escena con el actor Roberto Sosa.

El personaje de Cabeza de Vaca se ve inmerso en un mundo en que el intercambio lingüístico pierde su poder de comunicación.
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Escena de Cabeza de Vaca, 1991.

asienta en el capítulo IV. Más adelante, en el XXI, dice:
Pasamos por gran número y diversidades de lenguas; con todas ellas Dios nuestro señor nos favoreció, porque siempre nos entendieron y les entendimos; y ansi, preguntábamos y respondían por señas, como si ellos hablaran nuestra lengua y nosotros la suya; porque, aunque sabíamos seis lenguas, no nos podíamos en todas partes aprovechar de ellas, porque hallamos más de mil diferencias.
En buena parte de la película el personaje deambulará en un ámbito en el que no hay palabras que valgan, y esa condición se exacerba (cosa que muchos espectadores no alcanzan a percibir) por el hecho de que la lengua que hablan los indígenas es inventada, pura cháchara, según ha declarado el guionista de la cinta. 1
El otro aspecto destacado, las ceremonias rituales y las experiencias asociadas a ellas, se
1 Ver Guillermo Sheridan, “Cabeza de Vaca reloaded”, en Letras
Libres, núm. 146, febrero de 2011. deriva en buena medida de los antecedentes de Echevarría en el cine documental, en el que dedicó trabajos a la Semana Santa de coras y tarahumaras, María Sabina y el Niño Fidencio. El personaje de Cabeza de Vaca cae literalmente como anillo al dedo para el caso. Y aquí lo vemos penetrar en un mundo alucinante (por lo extraño y por efecto de la herbolaria), convivir con un chamán y un enano sin brazos, transformarse en un sanador que, si bien no se ha integrado a ese mundo nuevo, adquiere un estatus funcional. No hay “encuentro” de culturas, sino (como en esos años algunos opinaron sobre lo sucedido cinco siglos antes) encontronazo en el que ambas partes se miran con pasmo.
Por último, desde su estreno en 1991 otros ya han señalado con sufi ciente frecuencia el parentesco que hay entre ciertas inquietudes de Werner Herzog (Aguirre, Cobra Verde) y la cinta de Echevarría. Aunque no es elemento de juicio válido, uno no puede dejar de pensar qué habría sido si en el papel principal tuviéramos a Klaus Kinski (o a Daniel Giménez Cacho, quien aparece en plan secundario).