La isla de los cocos.

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LA ISLA DE LOS COCOS

P L AYA S V Í R G E N E S , L E Y E N D A S S E LVÁT I C A S Y L UJ O D E S M E D I D O CARACTERIZAN A KO SAMUI, LA JOYA INSULAR DEL GOLFO DE TAILANDIA.

TEXTO Y FOTOS: MARCK GUTTMAN

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l mundo le debe algunos agradecimientos al equipo de mercadotecnia detrás de Phuket. En primer lugar porque, gracias a ellos, este rincón resulta familiar, al menos de oído, incluso para los que venimos del otro lado del mundo. Y segundo, porque su intento de monopolizar la promesa tailandesa de paraíso ha sido un éxito. La isla más famosa del mar de Andamán hace justicia a su popularidad: bahías acostumbradas a un clima templado, botes de madera insensibles a los avances tecnológicos y rocas caprichosas que emergen de un mar turquesa protagonizan la cotidianidad en la playa más visitada de Asia. Entre arena blanca y ambiente fiestero, Phuket es un sueño hecho realidad; sin embargo, aunque es el más consumado, no es el único. En Tailandia, un país con más de 7 000 kilómetros de costa, la combinación de geografía escarpada y tropicalidad sienta bien no a una, sino a cientos de islotes. Del otro lado de la península de Malaca, en el golfo de Tailandia, una de ellas ofrece una versión

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distinta del paraíso. Acompañada por pueblos pesqueros, hoteles que no escatiman y esculturas escondidas en la selva, Ko Samui consiente a los visitantes sin exceso de alardes ni carencia de lujos. PALMERAS EN EL PARAÍSO El arroz es el ingrediente estelar en la cocina tailandesa. Sin embargo, cualquiera que haya visitado alguna región del país podrá decir que el coco también es estelar. Incluso en los rincones más montañosos del interior, donde las palmeras son exóticas, el recetario nacional incluye algún platillo a base de coco. De esta manera, entre antojos y recetas familiares, empieza la fama de este sitio. La historia de Ko Samui, pese a su condición insular, está más ligada a la arena que al mar. Si bien la piscicultura forma parte de las prácticas locales, sus tradiciones están más vinculadas a la agricultura que a la pesca. A nivel nacional, esta isla es sinónimo de producción de coco. Y si las denominaciones de origen no fueran un invento eurocéntrico, los cocos de Tailandia llevarían por nombre el gentilicio del lugar que los vio nacer.

Páginas anteriores: la playa de Lamai culmina con las rocas legendarias de Hin Ta y Hin Yai. P. op.: el lobbymirador del hotel Four Seasons regala vistas del mar. Abajo: mee kati, fideos de arroz cocidos en salsa picante de coco.

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El mundo onírico creado por el agricultor y escultor Nim Thongsuk se revela en el Jardín Secreto de Buda, en la provincia Surat Thani. 68

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Durante décadas, los habitantes de Ko Samui se dedicaron a venerar sus palmeras. Gracias a las bondades de la tierra y a un séquito de macacos amaestrados para cosechar coco, el poblado se hizo de una reputación envidiable tanto en el turismo como en la agroindustria. Aceites esenciales, cremas comestibles y cocos frescos se convirtieron en el motor económico de la segunda isla más grande del país. Al final, la fama y las muchedumbres en Phuket condujeron a los viajeros a conquistar otros territorios. No pasó mucho tiempo para que los bahts que generaba la industria del coco se dejaran intimidar por aquellos millones de dólares que prometía el turismo. Poco a poco, las plantaciones cedieron terreno hasta casi quedar extintas: el aire natural se transformó en acondicionado, los cajeros automáticos desplazaron el tradicional trueque y las noches despejadas fueron reemplazadas por las luces de los hoteles cinco estrellas, como mínimo. Desde los años setenta del siglo pasado, la apuesta de Ko Samui es el turismo. La isla cuenta con un aeropuerto internacional, los resorts más lujosos del golfo y un Buda tan colosal como fotogénico, concebido como mitad deidad y mitad modelo. Aquellos que buscan destinos inexplorados por lo regular se encuentran con decepciones: Samui no es Phuket, pero tampoco es un secreto. Los bares angloparlantes y los miles de logotipos están ahí, pero todavía quedan refugios entre la selva donde el internet es ciencia ficción y la playa se disfruta sin sombrillas.

P. op.: Wat Phra Yai, el templo budista más famoso y presumido de Ko Samui (arriba). El precio del voyeurismo turístico condena a los macacos a trabajos forzados en plantaciones cocoteras (abajo).

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MITOLOGÍA TROPICAL Por azares de un territorio accidentado, la capital es uno de sus pueblos más sencillos. A diferencia de lo que sucede dentro de las mecas turísticas de Chaweng Beach y de Lamai, Nathon es una aldea donde el cableado no tiene intenciones de esconderse y los menús no están necesariamente traducidos. A lo largo de sus calles tapizadas con tiendas de electrodomésticos y puestos de frutas, todavía se observan barcos pesqueros y camionetas de carga. Los macacos esclavizados que se dejan ver en las calles del pueblo son indicio de

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“EL ANHELO PARADISÍACO DE KO SAMUI SE MATERIALIZA A POCOS METROS DEL MAR. POR ESO, SUS RINCONES MENOS EXPLORADOS SUELEN ESTAR TIERRA ADENTRO”. prácticas cuestionables. Por lo mismo, son señales de un territorio que no está del todo domesticado para complacer al turista. Con ayuda del instinto y consejos locales, una visita por las calles fachosas de Nathon puede ser el comienzo de una ruta atípica para explorar el territorio. El anhelo paradisíaco de Ko Samui se materializa a pocos metros del mar. Por eso, sus rincones menos explorados suelen estar tierra adentro. Cascadas con puentes improvisados y miradores con vistas de postal se refugian de los precios inflados en lo alto de las montañas, donde Samui revela algunos de sus secretos a cambio de olvidarse de los comercios bilingües y serpentear caminos de terracería. Entre ellos, una leyenda regional camuflada en el verdor de la selva descansa sobre la carretera Thanon Dhupatemiya. El nombre del camino, incluso para los lugareños, no dice mucho; sin embargo, todos saben de o han escuchado hablar de un jardín mágico. Con más fama que consenso sobre su nombre, se trata del patio trasero de una familia campesina. Como casi todos aquí, Nim Thongsuk se dedicaba a la agricultura. Además de cosechar durio –una fruta asiática famosa por su olor desagradable–, Nim labraba esculturas en piedra. Durante su retiro, el desconocido

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Botes pesqueros aguardan en Nathon, el centro económico de Ko Samui por su industria pesquera y de coco.

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artista de Ko Samui se dedicó a crear tanto ángeles y budas como pájaros y guerreros. Hoy, a casi 30 años de su muerte, su jardín escultórico es una invitación para recorrer una jungla que, en más de un sentido, parece divina. No muy lejos del jardín secreto descansa otra colección de piedras a orillas del mar que llama la atención. Hin Ta y Hin Yai no son fruto del don artístico de un lugareño; su autor es el tiempo, sus formas son el resultado de milenios de erosión, y su popularidad consecuencia de un imaginario colectivo que se las da de pícaro. A primera vista, el par de rocas más famoso de la región representa los iconos de la fertilidad. La similitud con los órganos sexuales no demanda una imaginación descarrilada; si bien la geografía sugiere las formas de un falo y una vulva, el folclor local no se conforma con lo obvio. De acuerdo con la leyenda, Ta y Yai eran una pareja de una provincia vecina. Al ver que su hijo estaba listo para formar una familia, zarparon en dirección al norte, donde pedirían la mano de la hija de un viejo

conocido. Sin embargo, una tormenta volcó el barco durante el viaje. La pareja trató de nadar para sobrevivir, pero fracasaron. Sus cuerpos transformados en piedra llegaron hasta ahora descansan. Hoy, Hin Ta y Hin Yai son algunos de los atractivos más populares de la región. La leyenda tradicional nada tiene que ver con fertilidad, pero más de una pareja confía a estas rocas su planeación familiar. Erosión aparte, la postal se acompaña con dejos de tropicalidad, dulces típicos de coco y un mar que se comporta como laguna. En esencia, lo mejor de esta isla tailandesa. VIDA DE REYES La costa oriental es, por mucho, la más desarrollada. Caminos amplios, cercanía con el aeropuerto y playas extensas son irresistibles para un modelo de turismo que piensa en grande. Tal vez, demasiado en grande. Las montañas que dotan de carácter a la isla también la privan de carreteras transversales. Es por eso que la otra costa, separada por apenas 15 kilómetros, parece otro mundo: uno donde la selva no termina de tajo

P. op. (en el sentido de las manecillas del reloj): Tailandia tiene unos mil tipos de orquídeas. Piscina del Four Seasons junto al mar. El durio es una fruta popular de la isla. Las suimangas son aves parecidas a colibríes. Abajo: la única bóveda de ron en Asia.

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Gran Buda Nathon

Chaweng Beach

MAR DE ANDAMÁN Lamai beach

Hin Yai y Hin Ta ASIA ZONA AMPLIADA OCÉANO ÍNDICO

Viaja inteligente: Ko Samui, Tailandia VISADO

Tailandia es uno de los países más visitados del mundo. Su economía se basa en el turismo y no es raro ver viajeros y expatriados en todos los rincones del país. Eso sí, su calidez y cultura hospitalaria no están por encima de los trámites. Excluyendo Argentina, Brasil, Chile y Perú todos los países latinoamericanos necesitan visa para Tailandia. El trámite se hace en una oficina consular antes del viaje. El proceso lleva tiempo y es costoso (puede rebasar los 150 dólares).

Paginas anteriores: espectáculos pirotécnicos se realizan en la playa a cargo de Samui Circus. Arriba: curry amarillo de vegetales en Koh, restaurante tailandés.

y la tranquilidad del mar no se acompaña con la canción “Despacito”. En ese rincón de Ko Samui, en lo alto de una montaña, el complejo del Four Seasons pasa desapercibido. Y no es precisamente por pequeño, sino porque está diseñado para mezclarse con el entorno. Quizás sea la única muestra de sencillez en este hotel, donde cada una de las 60 habitaciones tiene su propia piscina. Recetas locales que se sirven con vista al mar, club de playa con renta de kayaks y spa inspirado en la naturaleza tropical son solo

los encantos más evidentes de este santuario isleño. Aquí, el lujo desbordado se ofrece como si fuera cualquier cosa. Y es que, cuando se pagan aproximadamente 800 dólares por noche, una villa no basta. Carritos de golf para ir de un lado a otro, espectáculos de acrobacia pirómana y saludos personalizados están incluidos en cualquier tarifa. Además de consentir a sus huéspedes con dulces típicos artesanales y mezclas de té de la casa, el resort ofrece catas de ron, entrenamientos de box tailandés (muay thai) y actividades de conservación de arrecife.

Aunque no hace falta salir del hotel para disfrutar la isla, su personal no tiene reparo en recomendarlo. Si bien este rinconcito de playa es un capricho cumplido, no está de más acompañarlo con plantaciones de coco, festines callejeros y dinámicas de mercado indescifrables. Incluso en el paraíso, a los mortales nos viene bien lo terrenal. MARCK GUTTMAN trabaja con National Geographic Traveler desde hace seis años y está convencido de que el mundo sería un lugar mejor si todos habláramos con desconocidos.

EXTRA HOT

La comida tradicional es uno de los grandes orgullos tailandeses. Arroz glutinoso con mango, curry de coco y verduras, pad thai con camarones y sopa de hongos con zacate limón son algunos de los más renombrados. De norte a sur, la gastronomía seduce con arroz, coco, noodles, mango, durio y chile. ¡Mucho chile! Este es uno de los

países más devotos del picante. Los niveles de picante en Tailandia no son los mismos que en un restaurante thai de Latinoamérica. No está de más saberlo antes de ordenar un plato extra hot. Ojo… la recomendación también va para los mexicanos. BUDA

En Tailandia, la imagen de Buda es una figura venerada que no cae bien cuando se exhibe en camisetas burlonas, suvenires y tatuajes sin contexto. Para alguien ajeno a la cultura, cuesta trabajo entender la relación de Buda con lo cotidiano. Para no errar, conviene evitar usar representaciones y dejar de lado la apropiación cultural. Practicar yoga cinco días a la semana en un estudio moderno no es suficiente para proclamarse conocedor del budismo. FAUNA

Para más de uno, viajar a Tailandia es

la consumación de un encuentro paquidérmico. Miles de personas vienen con la esperanza de ver, acariciar y bañar un elefante. Desafortunadamente, los animales se han convertido en protagonistas de una industria peligrosamente rentable. Disfrazados de santuarios y refugios, decenas de hoteles y parques maltratan animales para ofrecer fotos, trucos y viajes montados. Antes de pagar miles de dólares para ir a un campamento de lujo donde encadenan, pinchan y maltratan a los elefantes, es mejor ir a un parque nacional para verlos en su hábitat natural. Siempre que exista gente dispuesta a pagar por caprichos voyeristas, existirán personas dispuestas a maltratar animales para cobrar por ello. La división asiática de PETA da información sobre el papel de estos paquidermos dentro de la industria tailandesa del turismo (petaasia.com).

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