Todo al verde: la otra cara de Las Vegas.

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En medio del desierto, con temperaturas infernales y paisajes que sufren la falta de agua, una ciudad de proporciones épicas y fuentes alucinantes seduce a más de 40 millones de visitantes por año. Armada con acrobacias circenses, tiburones tropicales y cielos artificiales que imponen luz de día a la noche, Las Vegas se las ingenia Texto y fotos: MARCK GUTT

para ocultar hasta el último reducto de sus orígenes. Eso sí, no todo lo que es oro brilla. Y en esta ciudad, para ganar el premio gordo hace falta apostar todo al verde.

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olo hay un lugar en el mundo donde Cher se puede comer un festín japonés escoltada por el César. O donde un tigre albino puede poner a temblar a un séquito de espectadores como por arte de magia. Ese lugar, famoso por sus fiestas faranduleras y tentador por sus máquinas tragamonedas e innumerables mesas de juego, es Las Vegas. La ciudad, autoproclamada capital mundial del entretenimiento, es experta en negar su árida esencia. Por suerte, la geografía es todavía más imponente que el espectáculo. Y cuando se trata de impresionar, el desierto puede más que el halo de luz del Luxor o las fuentes danzantes del Bellagio. En Las Vegas, no todo se trata de casinos, centros nocturnos y espectáculos de clase mundial: la ciudad tiene un secreto bien guardado que se está convirtiendo en una receta infalible para arriesgar todo con buenos resultados. A cambio de dejar las estatuas de la libertad y los coliseos romanos de tablaroca, la naturaleza autóctona de Nevada revela su colección de paisajes de otro planeta. No muy lejos del Strip, el desierto de Mojave seduce a las visitas con ríos que parecen extraviados, valles que arden como el fuego y montañas que se visten de blanco. Para descubrirlos, basta con rentar un auto y dejar el simulacro. En la ciudad del pecado, el peor desliz de todos es no apostarle a la naturaleza.

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Red Rock Canyon De los grandes tesoros naturales de la región ninguno está tan cerca de Las Vegas como Red Rock Canyon. Tanto, que en un día despejado los picos de la reserva, ubicada 30 km al oeste de la ciudad, se pueden ver desde el Strip. Eso sí, las diferencias entre la mancha urbana y el área protegida son clarísimas. Junto con los coliseos romanos y las carpas de circo, desaparecen también los postes de luz, la señal celular y los caminos asfaltados. Sin domesticar, el desierto recupera su encanto salvaje. Y eso significa jugar con sus reglas. Estar sin agua, sin gorra y sin zapatos cerrados, es apostar a perder. Las montañas de arenisca roja de este cañón hacen justicia a su nombre. Y de paso, seducen a más de dos millones de personas cada año. Algunas, ávidas de aventura. Otras, conformes con manejar los 20 km de ruta panorámica. Con casi 80,000 ha de terreno, esta área de conservación nacional tiene cabida para ciclistas expertos, escaladores que no le temen a las alturas y turistas cansados de ver luces de neón. En cualquiera de los casos, conviene ir con los ojos abiertos: decenas de zorros, tortugas del desierto y burros salvajes prueban que la aridez no es tan inhóspita como parece. Seven Magic Mountains En el camino que conecta a Los Ángeles con Las Vegas, a 40 km al sur de la última, un desvío en mitad de la nada llama la atención de cientos de personas cada día. El lugar no tiene baños ni gasolineras, mucho menos tiendas. Esta parada carretera, donde Las Vegas Boulevard South hace sombra a la carretera Interestatal 15, es famosa por su colección de rocas. 32 de ellas que, apiladas en torres que rebasan los nueve metros de altura, han logrado acumular más de 100,000 publicaciones en Instagram con el hashtag #SevenMagicMountains.

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Tantas personas visitan la obra de Rondinone, que la instalación ha conseguido vencer su condición de efímera. Cuando menos, de acuerdo con la administración de tierras públicas, hasta el 2021. Mount Charleston

En estricto apego a la palabra, las torres pintadas de colores fosforescentes no son un atractivo natural, pero tampoco un secreto. Se trata de un proyecto del artista Ugo Rondinone con el apoyo del Museo de Arte de Nevada. La instalación, en una zona antes intervenida por artistas como Jean Tinguely y Michael Heizer, propone contemplar el desierto y su vínculo con la presencia humana. Si logra su cometido o no, es una pregunta al aire. Su fama, en cambio, es una certeza.

Aunque este parque está relativamente cerca de Las Vegas, 55 km al noroeste, en esencia es el más lejano de todos. No hace falta manejar siquiera 45 minutos para cambiar el secarral y los matorrales del desierto por espacios donde abundan los ríos caudalosos y las cumbres blancas. Charleston, la montaña que da nombre a la región, es uno de los picos más altos de Nevada. Y durante los meses fríos, también, un centro de esquí. Todo, dentro de los límites del bosque nacional Humboldt-Toiyabe, un oasis que se entiende mejor con pinos y nieve que con lagunas y palmeras.

Apaguen las luces En la parte norte de Las Vegas Boulevard, incluso después de la calle Fremont, un lote de chatarra seduce a los amantes de la historia y los objetos memorables locales. El Museo de Neón recupera, restaura y exhibe algunas de las marquesinas y anuncios luminosos más icónicos del pasado de la ciudad. Si bien es tarde para visitar casinos como el Stardust y ver espectáculos como el Lido, nunca es tarde para recordarlos. El museo es al aire libre y está abierto al público solo mediante visitas guiadas.

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Valley of Fire 85 km al noreste de Las Vegas, no muy lejos del sitio donde Nevada se encuentra con Arizona en la carretera Interestatal 15, un desvío esconde un secreto ardiente. Se trata de Valley of Fire, el parque estatal más antiguo y más extenso de Nevada. A cambio de manejar poco más de una hora, este valle sorprende a las visitas con cañones estrechos, mares de salvia y paisajes donde no son raros los correcaminos ni los borregos cimarrones.

Solo por su clima, esta cadena montañosa es un atractivo excepcional. Termómetros clementes en el verano y laderas blancas en el invierno protagonizan las postales con las que Charleston se diferencia de áreas vecinas. Además de ofrecer bondades meteorológicas, la reserva es un paraíso para hacer actividades alpinas y refugiarse en una cabaña rústica. En plan activo, recorrer sus senderos es ideal para respirar aire fresco. En plan contemplativo, el mirador Desert View resulta igual de inverosímil por sus vistas que por su pasado. Durante la Guerra Fría, el lugar sirvió como escenario para probar la detonación de bombas nucleares. Y según cuenta la historia, cientos y cientos de ilusos viajaron hasta aquí para presenciarlas en primera fila.

Con una extensión que rebasa las 18,000 ha, el parque tiene terreno suficiente para cautivar audiencias muy variadas. Sus piedras de color rojo y naranja saben entretener por igual a familias con canastas de pícnic que a senderistas y escaladores que no se andan con juegos. El centro de visitantes es el lugar ideal para comenzar la visita, no solo por su dotación de mapas e información sobre la reserva, sino porque en los alrededores se suelen ver aves como perdices y pinzones. Después, las alternativas incluyen desde recorridos en auto hasta caminatas de varias horas en piedras que parecen arder al contacto con la luz del sol.

¡Buen provecho! Las Vegas es famosa por sus bufetes interminables y cocina de clase mundial, en su mayoría sin necesidad de dejar el Strip. Si bien muchos de los restaurantes icónicos se concentran en esta calle, la ciudad tiene una realidad más aterrizada donde los locales comen sin foquitos ni tragamonedas, como en cualquier otro lugar. A cambio de dejar la zona turística, la ciudad recompensa a las visitas con manjares de personalidad sencilla. En Public Us, un restaurante casual en el centro, la shakshuka de temporada y los cafés de especialidad son una apuesta segura. Del otro lado de la ciudad, en camino a Red Rock Canyon, Neighbors ofrece desayunos como el acai bowl y el pan tostado con aguacate y salmón. Y en plan llenador, con sus hojas de parra rellenas y sus ensaladas frescas, el libanés Hedary’s es bueno, bonito y barato.

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Arte callejero Para caminar Las Vegas y escapar del aire acondicionado, no hace falta necesariamente dejar la ciudad. En el centro, decenas de murales e instalaciones de arte sirven de pretexto para recorrer manzanas y salir de los circuitos más tradicionales. Gracias al festival de arte y música Life Is Beautiful, las calles aledañas a Fremont están tapizadas de grafitis coloridos, camiones escultóricos y obras de artistas de la talla de Shepard Fairey.

Cathedral Gorge Al norte de Clark County, 265 km al norte de Las Vegas, se encuentra el condado de Lincoln. Pese a que su territorio es más grande que países como El Salvador o Belice, su población no llega siquiera a los 10,000 habitantes. De no ser por extraterrestres e información clasificada, Lincoln pasaría completamente desapercibido. Por suerte, los encantos del condado no se conforman con los secretos del Área 51. Y aunque pecan de modestos, sus atractivos ofrecen noches estrelladas, ranchos silenciosos y una geografía rebelde. Cerca de Pioche, la cabecera del condado, un parque estatal llama la atención por sus formaciones caprichosas. Con alrededor de 700 ha, Cathedral Gorge invita a las visitas a recorrer cañones de bentonita muy particulares. Donde hace un millón de años descansó un lago de agua dulce, hoy se pueden ver liebres, coyotes, zorrillos y montículos de arcilla que tienen más parecido con la Sagrada Familia de Gaudí que con otros paisajes naturales. Para visitar este parque hace falta manejar dos horas y media desde Las Vegas. Y en ocasiones, lo más sensato es quedarse a pasar la noche en el pueblo de Overland. Sus hoteles, lujos aparte, no necesitan tematización alguna para transportar a los huéspedes al Viejo Oeste.

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