Bagan. La ciudad inmortal.

Page 1

BAGAN

La ciudad inmortal Texto y Fotos: Marck Guttman


Páginas anteriores. Sobrevolar el sitio al amanecer en globo aerostático es la experiencia más icónica para apreciar la ciudad inmortal y dimensionar su magnitud. Foto: Ken Spence / Balloons over Bagan En estas páginas. Los templos menos famosos de Bagan no dejan de destacar en los atardeceres.

Singapur 4:29 pm, Nueva York 3:18 am, París 10:12

pm, Bangkok 5:57 am. Había escuchado ya, de distintas fuentes, que en Myanmar el tiempo transcurre a su propio ritmo. Sólo no imaginaba que fuera tan descaradamente distinto. En ningún escenario posible, ni siquiera considerando los adelantos de verano y los horarios con fracciones caprichosas, los relojes se pueden permitir semejantes licencias. Bueno, casi en ninguno. Estamos sentados en el aeropuerto de Heho, un pueblo desencantado cuya única virtud es estar relativamente cerca del lago Inle. Esperamos, rodeados de caracteres ininteligibles, un vuelo que nos lleve a Bagan. Los gritos delatan la ausencia de megafonía y los relojes, descontrolados, la relatividad del tiempo. La modernidad llegó descompuesta a Myanmar. Simplemente no se entienden. Tal vez por eso las aerolíneas locales son propiedad de una dictadura disfrazada de democracia. Y quizás por eso, también, en el aeropuerto de Heho están convencidos de que Tailandia y Singapur pueden tener casi doce horas de diferencia. Con pases de abordar artesanales y maletas dejadas a la suerte de un sistema dudosamente manual, abordamos el vuelo 264 de Air KBZ. Un paseo breve entre las nubes nos separa de la ciudad de los diez mil templos. El vuelo, que no tarda más de 45 min, se acompaña con bebidas y prensa. Ahora, lo único que se interpone entre nosotros y Bagan, es un jugo de naranja y un periódico de celebridades locales en el que aparece Myanrimar.


IMPRESIÓN DIVINA Pocas veces un recorrido sobre ruedas resulta más celestial que un viaje en avión. La distancia entre el aeropuerto y Bagan ronda en los 10 km. No son muchos, pero bastan para causar una primera impresión tapizada de ladrillos atávicos. El taxista, que se proclama también traductor y guía, avanza sin ninguna prisa. Una vez divisado el primer templo, las pagodas aparecen como plaga. Solamente las montañas, que se desdibujan en el horizonte, son capaces de poner fin a la propagación de edificaciones sacras. En el camino paramos en un puesto de control. Para andar con libertad en la ciudad vieja es necesario pagar un permiso, una suerte de entrada que conviene guardar para complacer antojos patrimoniales. El boleto, en teoría, es para visitar el sitio arqueológico. En práctica, sin embargo, es para continuar por la carretera. En ausencia de infraestructura y capital humano para custodiar cada una de las ruinas, Bagan cobra un impuesto de entrada. El concepto, aunque arcaico, va muy ad hoc con las estupas que cada vez parecen más cercanas. “¿Podemos detenernos un momento para tomar un par de fotos?”, preguntamos con un tono de sorpresa ingenuo. El taxista dice que sí, pero su guía interno dice que no. “Ese templo qué… si ni siquiera tiene nombre”. El problema de una ciudad colmada de estructuras milenarias es que no se pueden ver todas. La sugerencia, entonces, es obviar la parada improvisada. No sea que, a causa de un voyeurismo precoz, dejemos fuera los lugares que se han ganado fama de imperdibles.

Página opuesta. Los niños del lugar venden postales pintadas a mano fuera de los templos. En esta página. Carretas, tuk-tuks y taxis comparten la demanda turística entre los complejos de la vieja Bagan.

99


BUENAS COSTUMBRES Tres días bastan para recorrer Bagan. Eso dicen las revistas, los foros y nuestro guía, que pasa de pequeñeces. Nadie sabe con exactitud el número de templos que cohabitan en la ciudad. Entre ladrillos devorados por pastizales y pagodas dejadas al abandono, la matemática local se prueba más delirante que exacta. En sus años de gloria, la capital del reino de Pagan erigió cerca de diez mil templos. Hoy quedan muchos menos, pero quién sabe cuántos menos. Entre el derroche arqueológico, no todas las piedras corren con la misma suerte. Los templos más pequeños, regados en campos apenas transitados, luchan contra el olvido en una batalla condenada a la derrota. Los templos más grandes, en cambio, roban protagonismo, posan para fotos y gozan de su fama. Con ese prejuicio en mente, organizamos un itinerario que promete monumentos en grande, budas que se miran en dirección al cielo y estupas que compiten con el brillo del sol. Llegamos al templo de Sulamani, el primero de los grandes.

Nadie se preocupa por revisar los boletos. En la entrada, una pareja con pinta de comerciante estudia atuendos. “No puede entrar vestida así, éste es un lugar santo que demanda recato”. Esa es la bienvenida cordial que recibe la mujer que está delante de mí en la fila. Su vestido pasa de las rodillas, tiene mangas y no está escotado. Aun así, tiene la discusión perdida. Su tiempo vale más que unos pantalones de 10 mil kyats, algo así como siete dólares. Yo entro en shorts. Me ven, pero nadie dice nada. En los templos del s. XII no hay cabida para la teoría de género. De hecho, no hay cabida para mucho más que las representaciones de Buda y los fieles que le veneran. Los fisgones, que no somos pocos, nos movemos despacio, con la boca abierta y el lente desenfundado. La culpa es de los frescos que tapizan las paredes. Si los lugareños no estuvieran acostumbrados a la presencia de turistas, la dinámica sería caótica. Pero lo están, vaya que lo están. Afuera, los puestos de jugos que aceptan dólares, euros y libras dan fe de la costumbre.

101

Página opuesta. Buda en el templo de Sulamani. En esta página. Izquierda: las bicicletas son un medio de transporte común entre los visitantes, especialmente en los meses menos cálidos. Derecha: en Sulamani, como en el resto de los templos de Bagan, el asombro de los viajeros y la devoción local conviven en armonía.


SOBERBIA MONUMENTAL Los tres días famosos excluyen fotógrafos, locos por las compras y preguntones. Y a las visitas, esas cualidades les sobran. “Tienen que ser más rápidos si quieren hacer todo eso que escribieron en su lista”, dice nuestro taxista de confianza mientras esquiva caballos y ciclistas. Nos encaminamos al este de la ciudad vieja. De tajo, los hoteles y las tiendas de baratijas ceden terreno a los espacios abiertos. Quizás por eso Ananda llama tantísimo la atención. El vacío engrandece a los templos con delirio de grandeza. Antes de que llegara el turismo reduccionista, Ananda evocaba con su nombre a un juego de palabras lleno de felicidad. Ahora, el templo blanco recibe a los visitantes con una obviedad clara. La redundancia minimiza la historia, pero sólo eso. Por lo demás, en el templo todo es enorme. En cada esquina, esculturas de casi 10 m de altura recuerdan la historia de los budas que alcanzaron el nirvana. Recorremos los pasillos entre pequeños altares y reyes inmortalizados, pero cuesta trabajo desviar la mirada de los budas radiantes de teca. Si afuera lo que brilla es la ausencia, dentro es el resplandor divino. “Espero que hayan visto Ananda muy bien, porque no verán nada parecido en otro lado”, dice el guía que nos saca de un templo para llevarnos a otro. De acuerdo con una vieja leyenda, el monarca que ordenó la edificación del templo se enamoró tan celosamente de él, que mandó matar a los monjes que lo construyeron. Si el rey Kyanzittha estuviera vivo, mi cámara y yo estaríamos bajo tierra. Por suerte, puedo dormir tranquilo. Su imperio terminó hace 700 años y, entre las prácticas cuestionables del gobierno birmano actual, no está la de acribillar a turistas extranjeros con tarjetas de memoria de sobra. Manejamos 5 km más en dirección al pueblo de Nyaung-U. Ahí, no muy lejos del aeropuerto, descansa la pagoda más presumida del imperio extinto. Como casi todas las estructuras de Bagan, Shwezigon ha sobrevivido a un sinnúmero de inclemencias naturales. La mayor diferencia es que se ha repuesto como si el tiempo no le pasara. En la pagoda no se ven, ni siquiera, los destrozos del temblor que casi destruye la ciudad vieja en 1975. Gajes de ser el custodio legendario de una reliquia de Buda. Descalzos, caminamos hasta la entrada de Shwezigon. El camino, que se debate entre lo mundano y lo sacro, está custodiado por vendedores de flores, inciensos y discos con los éxitos musicales de la radio en MP3. Al final del túnel, la luz. Luz natural, luz espiritual y luz reflejada en la estupa que inspiró a las grandes pagodas de Myanmar. En la explanada, la arquitectura es tan vistosa como el día a día. Frente a nosotros desfilan monjes foráneos que no caben del asombro y creyentes que acompañan sus plegarias con selfies. Deambulamos, por horas, entre dragones de hojalata, espacios etéreos y oraciones silenciosas. Nadie se inmuta. En el Sudeste Asiático, la cotidianidad es sagrada y lo sagrado cotidiano.

En esta página. Entrada al templo de Ananda. Página opuesta. Shwezigon sirvió como modelo e inspiración para construir muchas de las pagodas que hoy tapizan Myanmar.

102


Página opuesta. En la pagoda de Shwezigon, guardias, monjes, lugareños y turistas comparten oraciones y asombro. En esta página. La cotidianidad se integra a los espacios sagrados en las prácticas religiosas de Bagan.



CARRERA ASTRAL Son casi las cuatro de la mañana. Estoy despierto, acicalado y, contra la norma, nada disgustado. Si no es porque tengo que tomar un vuelo, me niego rotundamente a levantarme antes que el gallo. Esa competencia la he perdido tantas veces, que ya no me tomo la molestia de intentarlo. Esta es una excepción. Y según dicen, una que bien merece la pena. Lo único más impresionante que la postal icónica de Bagan, es la misma escena con el cielo que se pinta de colores mientras el sol descansa. En punto de las cuatro, salimos en busca del mejor lugar para ver el amanecer. La decisión es un volado. Los templos grandes, esos que pecan de falta de modestia, están descartados. Su fama les permite cerrar puertas a horas ingratas. Además, ¡ay de aquel que sea sorprendido trepado en patrimonio nacional!. Los templos chicos, en cambio, tienen otras reglas. En sus ladrillos, participantes de los cinco continentes se dan cita todos los días en una aguerrida contienda por ser el primero en saludar al sol. Con base en la sugerencia del guía, termino en una estructura que pide ayuda a gritos. Insisto en que repita el nombre impronunciable del templo, pero él me presiona para que me dé prisa si no quiero acabar con un lugar de consolación. Todavía es de noche. Las terrazas de la ruina no están llenas, pero no soy el más madrugador del ejido. Luego de un par de hazañas alpinísticas, encuentro mi sitio. Poco a poco, la oscuridad desaparece. El cielo se pinta de rosa. La bruma de la mañana devela, sin prisas, lo que queda del imperio caído. Y junto con el sol, se asoma también un arsenal de globos aerostáticos que posa para la postal favorita de Bagan.

Páginas anteriores. En sus años de gloria, la capital del imperio Pagan tuvo más de 10 mil templos. En esta página. Preparación de los globos aerostáticos, antes del amanecer, para la experiencia Balloons over Bagan. Foto: Ken Spence / Balloons over Bagan Página opuesta. Los vuelos tienen una duración aproximada de 45 min y su recuerdo perdura toda la vida. Foto: Ken Spence / Balloons over Bagan


Página opuesta. Venta de sombrillas artesanales en la explanada del templo Htilominlo. En esta página. Arriba: el bambú sirve como base para la elaboración de productos de laca. Abajo: el grabado de los trabajos de laca tradicionales se elabora de forma artesanal.

Abajo, el suelo se ha convertido en un escaparate portátil. En Myanmar, los templos tienen una connotación comercial. Como puntos de encuentro, sus explanadas se transforman con frecuencia en mercados improvisados. Donde prevalecen los lugareños, proliferan especias y vegetales para los que el español no tiene nombre. Donde predominan los turistas, lleve usted la charola de madera tallada, la marioneta real del elefante y la sombrilla de colores pintada a mano. No se necesitan muchos kyats para llenar una maleta. El guía, preocupado por nuestras prácticas y su cajuela modesta, sugiere alejarnos del peligro. Así terminamos en Mya Thit Sar, uno de muchos talleres de laca que coexisten en Bagan. Aunque China y Japón se disputan el origen de la tradición, Myanmar la considera propia. Durante casi mil años, la gente del lugar ha desarrollado esta técnica, que consiste en fabricar utensilios a partir de la resina del árbol de laca. Con la esperanza de vender alguna pieza, Mya Thit Sar ofrece demostraciones gratuitas. Moldes de bambú, manos increíblemente habilidosas y grabados que toman meses, están presentes en la artesanía más emblemática de Bagan. Luego de la exhibición, es tiempo de ver anaqueles. Aquí, un par de kyats no sirve para mucho. La cajuela de nuestro guía está a salvo.


OTRAS REALIDADES Si Google Maps no miente, tenemos un par de horas para dar una vuelta antes de partir. El aeropuerto de Bagan no recibe vuelos internacionales, así es que optamos por salir desde Mandalay, la segunda ciudad más grande del país. Podemos ver otro gran templo. Quizás dos o tres. Pero en lugar de eso, decidimos visitar espacios donde la espiritualidad está más acostumbrada al silencio que a la grandeza. “¿A qué ruinas quieren que los lleve exactamente?”, pregunta nuestro guía desconcertado. No tenemos un nombre en mente, no hace falta. Unos minutos después, llegamos a un campo mudo. Sólo se alcanza a ver pequeños templos, gallinas que vagan despreocupadas y un imperio que no se ha enterado de su caída. El trayecto a Mandalay, sin eventualidades, toma entre cuatro y cinco horas. El taxista sugiere que sean seis. De acuerdo con su experiencia, Myanmar no es un país libre de imprevistos. Al cabo de un rato, hacemos una parada técnica. Del lado izquierdo de la carretera, un arco colorido anuncia la presencia de una aldea. No estamos lejos de Bagan, pero aquí ya no hacen falta letreros en inglés para complacer a los visitantes. Tampoco se aceptan dólares ni se asfaltan caminos. El pueblo, que no tiene más de diez calles, se llama Palin. Con el lenguaje de señas, compramos agua y mango enchilado. Con señas, también, saludamos de vuelta a los habitantes que nos ven perdidos. Bajo un techo de palma, un señor corta hierba para su ganado. Más adelante, una pareja se baña en el mismo río donde una mujer llena galones vacíos para abastecer su casa. El camino, sin querer, se ha convertido en una máquina del tiempo. Mientras más lejos estamos del pasado, menos cerca se antoja el presente.

En esta página. Salida escolar en la ruta que conecta a Bagan con Mandalay. Página opuesta. Un habitante de la aldea de Palin corta hierba para su ganado.

112


B AGA N CÓMO LLEGAR El aeropuerto ubicado más cerca de Bagan está en Nyaung-U, a 10 km de la ciudad vieja. Distintas aerolíneas locales ofrecen vuelos desde Heho, Mandalay y Rangún. El aeropuerto internacional más cercano es Mandalay, ubicado a 180 km. Aerolíneas nacionales y extranjeras ofrecen vuelos a Singapur, Hong Kong y diferentes ciudades en China y Tailandia.

VISADO Los ciudadanos mexicanos necesitan tramitar una visa electrónica para visitar Myanmar.

DÓNDE DORMIR AUREUM PALACE htoohospitality.com

BAGAN LODGE bagan-lodge.com

Alberca exterior del hotel Thiripyitsaya Sanctuary Resort.

THIRIPYITSAYA RESORT thiripyitsaya-resort.com

QUÉ HACER BALLOONS OVER BAGAN Una de las experiencias más icónicas en Bagan es un recorrido en globo aerostático. Sobrevolar el sitio arqueológico, al amanecer, es la forma más exclusiva de apreciar la ciudad y dimensionar la magnitud de la antigua capital imperial. Los vuelos tienen una duración aproximada de 45 min y se ofrecen en dos modalidades: estándar, globos con capacidad para 16 pasajeros, y prémium, globos con capacidad para 8 pasajeros. balloonsoverbagan.com

S H W E ZI GON PAGODA

ANANDA TEMP LE

N YAUN G-U A I RP ORT

AURE UM PA L ACE H OTE L THIR IPY ITSAYA SANCTUARY R ESOR T

SULAMANI TEMP LE

MYA THIT SAR

BAGAN LODGE

115


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.