La montaña tai.

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Mucha atención con todo a tu alrededor. Encontrarás magia a donde sea que observes, en templos, en estatuas o en el mismo paisaje natural.

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CHIANG MAI Tradición, aventura y naturaleza en el corazón del sudeste asiático. TEXTO Y FOTOGRAFÍAS POR MARCK GUT T

Esta localidad, con menos de 200 mil habitantes, se logra colar entre las cinco ciudades más grandes de Tailandia. Si bien presume de un aeropuerto internacional, algo de tráfico y uno que otro edificio alto, Chiang Mai se entiende mejor con los ritmos relajados y los aires pueblerinos que con los títulos metropolitanos. Textiles artesanales, templos centenarios y noches iluminadas con cientos de faroles voladores son algunos de los atractivos que hacen de este lugar la pequeña gran ciudad del norte.

M O N U M E N TO S D I V I N O S La ciudad, hace ya muchos ayeres, fue la capital del reino de Lan Na. Por su gran importancia histórica, una colección poco discreta de templos budistas tapiza todas sus calles. Los más icónicos, a unas cuantas cuadras de distancia, son Wat Chedi Luang, que es muy famoso por su estructura piramidal del siglo XIV, y Wat Phra Singh, conocido por su Buda legendario, que viajó desde India.

Cuando se trata de turismo, ningún país en la Indochina está tan bien posicionado como éste. Bahías paradisíacas, ciudades que no duermen, festines ridículamente baratos y una calidez que no se conforma con la marca tropicool del termómetro son la tarjeta de presentación de este reino lejano. Si bien las playas de Phuket y los rascacielos de Bangkok suelen acaparar la atención de los viajeros, el territorio tailandés ofrece mucho

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más que mares turquesas y centros comerciales enormes. El norte del país, entre colinas tapizadas de arroz y montañas que cobijan pagodas que alcanzan el cielo, resguarda muchos de los secretos mejor guardados de la región. Para descubrirlos, lo único que hace falta es descalzarse de vez en cuando, confiar en los sabores callejeros y cambiar palmeras y torres de Babel por aldeas desconocidas y viajes en ríos inmortales.

NOCHES DE COMPRAS

COSMOPETIT

Aquí no existen mercados flotantes ni centrales de abasto que roben protagonismo en itinerarios de viaje. Sin embargo, cuando se pone el sol, la calle Chang Klan se convierte en una feria nocturna donde conviven puestos improvisados, bazares que no duermen y manjares callejeros. Elefantes de madera tallados a mano, malteadas de agua de coco y mango, faldalones pintados a mano y mucho, pero mucho regateo hacen de este mercado el rey de la vida nocturna en la ciudad.

Aunque no es muy grande, recibe viajeros de todas las latitudes. En consecuencia, las cuadras que se refugian en su vieja muralla entienden de diversidad y aires cosmopolitas en todas sus formas. Restaurantes veganos, tuc tucs de colores, cafés que esconden galerías de arte y masajes tradicionales que cuestan un par de cientos de bahts conviven entre creperías que se juran francesas y músicos que cantan en idiomas desconocidos, a menudo, incluso para los locales.

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PA I S A J E S B L A N C O S Dos de las actividades económicas más importantes de Tailandia son el turismo y el cultivo de arroz. Aquí, atípicamente, van muy de la mano. Las habitaciones, albercas y bares están dispuestos alrededor de un campo de arroz muy fotogénico. Y, lo que es mejor todavía, funcional. Los cultivos de arroz dan de comer a los pájaros y, aunque sea por un rato, sirven para ensuciarse las manos y participar en los procesos tradicionales de un arrozal.

Por cierto, pon mucha atención a la vegetación, que también es un espectáculo fabuloso.

TE QUIERO VERDE Lo único más impresionante que el desayuno interminable o sus terrazas que ofrecen, una tras otra, vistas de postal es su jardín cuidado hasta el último detalle. Plantas comestibles, árboles de canela, flores de jengibre, lianas capaces de aguantar a cualquiera y orquídeas que brotan de piedras y troncos sirven para contar los secretos de la gastronomía tailandesa y llenar la maleta con anillos y collares que no necesitan piedras preciosas para brillar.

R I M TA I Los detalles que verás en cada rincón son increíbles. ¡Imposible que te pierdas este viaje a otro mundo!

Esta comuna se encuentra 18 kilómetros al norte de Chiang Mai. Tiene callecitas pintorescas, galerías de arte y cafés independientes, pero su fama es producto de un hotel camuflado entre árboles de canela y bromelias de colores. El Four Seasons Chiang Mai, aunque su nombre sugiere lo contrario, se refugia en esta aldea apenas conocida. Albercas que se funden con campos de arroz, bares que miran a las montañas más altas de la región y graneros transformados en terrazas para tomar clases de yoga son algunas de las postales por las que este pueblo merece, cuando menos, un par de días.

LA BUENA VIDA Este hotel, con su combinación de villas privadas, suites tradicionales y residencias faltas de modestia, es uno de los más lujosos. Spa con masajes inspirados en las técnicas locales, jardines que presumen decenas de especies de flores, albercas camufladas en el verdor de la selva y una triada de restaurantes que complacen tanto antojos de curry y pad tai como de pizza a la trufa y dips mediterráneos, hacen de éste un destino tan tentador que cuesta trabajo dejarlo.

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ÁC T I C GUÍA PR

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¿CÓMO LLEG AR? No existen vue los directos entre Latinoamérica y Tailandia. Cat hay Pacific, la aero línea bandera de Ho ng Kong, conecta a Amé rica y el sudeste asiá tico con vuelos a B angkok y Chiang Mai. L as conexiones se ofrecen en Hong Kong y ocho ciudades en Es tados Unidos y Cana dá (cathaypacific. com).

¿DÓNDE DORMIR? El Four Seaso ns sirve como base par a explorar la región, prob ar la cocina local y relajarse. El hotel está a 40 minutos del ae ropuerto internacional d e Chiang Mai (fourseaso ns.com).

Aprovecha este destino para hacer una conexión más profunda con la naturaleza. Es de las mejores cosas que podrás hacer (por ti y para el mundo).

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B L A N C A D E VO C I Ó N

TRIÁNGULO DE ORO En el extremo norte del país, donde el río Mekong marca la división fronteriza entre Tailandia, Myanmar y Laos, hay un punto conocido como el Triángulo de Oro. La región, famosa por su producción histórica de opio, es hoy un atractivo turístico donde conviven budas gigantes, pasaportes con muchos sellos y pescadores que no se cansan de los métodos tradicionales. Incluso, sin necesidad de dejar el territorio tailandés, el recorrido que conduce a la frontera está lleno de sorpresas que justifican las horas al volante. Custodiado por templos extrovertidos, parques nacionales y postres de paso, tan gordos como ricos, el camino es, sin necesidad de un opiáceo, un superviaje.

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En Chiang Rai, una ciudad ubicada 190 kilómetros al norte de Chiang Mai, todo el mundo habla de un templo blanco difícil de creer. Wat Rong Khun es, sí, un templo budista. Pero no es como los otros que se ven en el norte de Tailandia. O, para ser más exactos, en ningún rincón del país. Éste, concebido por el artista local Chalermchai Kositpipat, reúne elementos de la ciencia ficción y la cultura popular con la tradición budista. Por eso, aunque se inauguró apenas en la década de 1990, es el principal atractivo turístico de la región. Después de todo, no son muchos los lugares donde el recinto que alberga a Buda esté decorado con pinturas de Hello Kitty, Madonna y Pikachú.

HALLAZGO CARRETERO El trayecto que separa a Chiang Mai de la frontera está custodiado por sierras accidentadas, terrazas de cultivo de arroz, aldeas y calorías peligrosamente buenas. A orillas de la carretera, justamente a las afueras del parque nacional Doi Luang, una terraza sin pretensiones mira al río Lao. Se trata de Charin Garden, un local que no necesita vender más que café, té y postres para convencer a locales y viajeros de parar. Con recetas caseras, las tartas de plátano, coco, calabaza, taro y mango de Charin endulzan la aventura en más de un sentido.

TRANQUILIDAD FRONTERIZA Donde Tailandia se da las manos con Laos y Myanmar, el principal atractivo es precisamente eso: el cruce de fronteras enmarcado por el río Mekong. El traslado en bote, además de entercarse en mostrar líneas imaginarias, a veces revela imágenes rurales que lo mismo podrían ser de uno de los países que de otro. Búfalos llenos de lodo, pescadores artesanales y atardeceres iluminados por las estrellas son el común denominador sin importar los colores de la bandera. Del lado tailandés, la aldea de Chiang Sean comparte su cotidianidad protagonizada por mercados, platillos que incluyen rana y pagodas que tienen varios siglos.

Tierra de elefantes Además de ser el animal nacional de Tailandia, el elefante es un ícono de la historia, la geografía y, en las últimas décadas, el desarrollo turístico del país. Miles de personas viajan cada año a este rincón del planeta para visitar los santuarios de elefantes, espacios destinados a proteger a estos animales, catalogados como especie en peligro de extinción. Si bien su domesticación no es un tema nuevo, con el boom turístico del país se han creado decenas de campamentos que se valen de discursos ambientalistas para explotarlos. Con el fin de acabar con esta dinámica, es importante informarse sobre las prácticas de hoteles y campamentos que ofrecen interacción con ellos. Es tentador, pero, pagar para montarlos y visitar refugios donde están encerrados y son obligados a hacer trucos, es contribuir directamente a continuar con el círculo vicioso. Sacrificar el paseo y la foto es, quizás, la mejor estrategia para poner fin a estas prácticas de crueldad animal.

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