Directo Bogotá #75

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Foto: Paola Valentina Méndez @mendezpaola_

Errantes en la ciudad

Fotoensayo


Edición

75

Abril 2022

Directo Bogotá Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social Fundada en 2002

Director Julián Isaza

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Migrantes 03

¿Qué hago aquí?

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Humanos a bordo

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Asistente editorial Natalia Ortega Rodríguez Reporteros en esta edición Joanna Ruiz Méndez, Hugo Caro Jiménez, Paula Rocío Rodríguez Sánchez, Paula Tavera González, Mariana Parada Triana, Carolina López Mantilla, Juan Sebastián Villamarín, Kevin Santiago Pérez, Laura Valentina Calvo, Camila Hurtado Álvarez, Mariapaz García Herrera, Luziana Villarraga Mantilla Portada y contraportada Ilustración de Esteban Martínez Úsuga @paris.texaz Fotoensayo Paola Valentina Méndez @mendezpaola _ Caricatura Johan Villarreal @villarreal_johan Diseño y diagramación Angélica Ospina soyangelicaospina@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño correctordeestilo@gmail.com Decana de la Facultad Marisol Cano Busquets Director de la Carrera de Comunicación Social Carlos Eduardo Cortés Sánchez Directora del Departamento de Comunicación Andrea Cadelo Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: www.issuu.com/directobogota Visite nuestra plataforma digital: www.directobogota.com

Editorial

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Migrantes: entre los sueños de un futuro y los retos de una realidad “Venezuela no se entiende a cuentagotas”: Catalina Lobo-Guerrero El viaje de la papa

Postales de un continente que se convirtió en Palenque

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Pajareando por la ciudad

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Viajeros en la academia

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Colombia en la plaza

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Cronista en tránsito

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Un viaje para pescar justicia

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Alex Bare, el influencer que habla de política

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La Torre de Babel bogotana

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Caricatura


EDITORIAL

FRONTERAS Julián Isaza Director

Los humanos somos una especie migrante. Los primeros hombres y mujeres salieron de África y se esparcieron por Europa y Asia y, desde allí, por América y Oceanía, hasta llegar a los lugares más remotos del planeta, como la Antártida, Groenlandia o las pequeñas islas del Pacífico, en un proceso que comenzó hace 60.000 años y que, si seguimos siendo viables como especie, seguramente nos llevará a otros planetas, incluso a las mismas estrellas. Somos migrantes, lo llevamos en el ADN. Viajamos, buscamos lugares en los cuales prosperar o encontrar refugio. Y llevamos con nosotros el polvo de la tierra que dejamos, que se mezclará con el de la tierra a la que arribamos. Y sucederá algo nuevo: un intercambio, una mezcla, una fusión. Y aunque todos somos resultado de viajes milenarios, del tránsito continuo, de la simple y llana migración, con frecuencia lo olvidamos. Y entonces, sedentarios y cómodos, miramos con sospecha al nómada, al forastero que llega con su vida a cuestas, al ser humano que debió abandonarlo todo: su familia, sus amigos, sus posesiones, para buscar un lugar más fértil en el que sueña sembrar una nueva vida. Al menos una vida que se pueda vivir. En Bogotá lo vemos a diario. A la ciudad han llegado miles de desplazados de nuestro propio territorio, que escapan de las balas o que sencillamente se han quedado sin tierra y sin oportunidades, y se han encontrado con la indolencia y hasta el desprecio de muchos de sus compatriotas. Y, por supuesto, a la ciudad (y al país) también han arribado en los últimos

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años muchos otros hombres y mujeres que huyen de la difícil situación de Venezuela y se han estrellado, con triste frecuencia, contra el prejuicio y la xenofobia. Se nos olvida que hemos sido ellos. Se nos olvida que todos somos errantes. Se nos olvida que el que migra toma todos los riesgos y muy pocas certezas, que la decisión de irse y empezar con muy poco o sin nada es valiente en sí misma. También se nos pierde de vista que en el encuentro ganamos como individuos y como país, porque expandimos nuestras fronteras, porque nos alimentamos de otras culturas y formas de ver el mundo, porque en la ciudad se expanden el arte y la gastronomía, porque cada migrante aporta para construir un lugar diverso, para traer algo de allá y ponerlo a disposición acá. Se nos pierde de vista que en esa mixtura podemos crecer y abrazar lo ajeno e integrarlo a lo propio y, sí, también podemos ejercer una virtud que nos hace humanos: la solidaridad. Por eso, esta edición la dedicamos a los migrantes, a aquellos que atraviesan fronteras quizá en condiciones dramáticas, aunque también a los que lo hacen en circunstancias más amables. Este número es una invitación a la observación de ese encuentro y a una reflexión sobre lo que nos deja.


Migrantes 3

¿Qué hago aquí? ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Una periodista venezolana decidió emigrar de su país y vivir en Colombia y, luego, en Chile. Su testimonio es el de una vida que debe recomenzar una vez se cruzan las fronteras, el de la distancia, el recuerdo y la nostalgia. Texto: Joanna Ruiz Méndez Periodista y escritora invitada

Me ha pasado caminando por una plaza, sentada en un bus yendo al trabajo, tomándome un café en una panadería o mirando a través de una ventana los contornos de una ciudad que he recorrido muchas veces. En esos momentos, y en otros, me he encontrado preguntándome con sorpresa: ¿qué hago aquí? Es una pregunta que me acorrala porque, de repente, todo me parece irreal: ¿qué hago aquí? Después recuerdo que soy migrante, que este es el lugar en el que vivo ahora, que me fui hace más de ocho años de mi país, que he dado vueltas y tumbos y más tumbos, y mis pasos me han traído a este lugar que es, para ponerle un nombre, mi nuevo hogar. No es un problema de memoria. La pregunta, por supuesto, es más simbólica que literal. Es algo que me pasa desde que migré. Al qué hago aquí se han sumado el por qué aquí, en qué momento pasó tanto tiempo, ¿volveré? Las voy respondiendo de a poco,


Migrantes

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Salí de Caracas el 26 de enero de 2014 y me fui a Bogotá con más expectativas que planes y más optimismo que conocimiento sobre la ciudad ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

a veces con angustia y otras con serenidad. En ocasiones me resigno, porque sé que algunas preguntas simplemente no tienen respuestas.

y con las expectativas moderadas, convencida de que si enfrentaba esta nueva vida un día a la vez tendría más posibilidades de salir airosa.

Salí de Caracas el 26 de enero de 2014 y me fui a Bogotá con más expectativas que planes y más optimismo que conocimiento sobre la ciudad. Soy colombiana por mis padres, así que me pareció una opción sensata aventurarme con poco dinero en un país en el que, al menos, entraba con la ventaja de la nacionalidad. Ya había conocido la capital colombiana en viajes anteriores y estaba enamorada de sus librerías formidables, de la comida abundante y deliciosa, y de las posibilidades que ofrecían sus parques, sus calles amplias y sus placitas de barrio.

Ser residente, por supuesto, no fue la existencia idílica que había anticipado cuando era una turista. En Bogotá, sí, visité librerías y bibliotecas, comí todo lo que me ofreció la gastronomía colombiana y caminé mucho, muchísimo. También fui a conciertos, viajé a otros lugares de Colombia y hasta me dio tiempo de hacer una maestría. Pero desde que llegué, también comencé a compilar algunas certezas que no había anticipado: tendría que empezar desde cero como profesional, debía aprender muchas palabras nuevas para hacerme entender —y dejar de usar algunas que traía de Venezuela—, me enfrentaría a la burla solapada o abierta de ciertas personas por mi forma de hablar, me “espicharían” en el Transmilenio un día sí y el otro también, empezaría a temer de forma constante que me echaran del empleo —y una vez lo hicieron— y aprendería a manejar la mayoría de las relaciones más significativas de mi vida a distancia.

Los primeros días los enfrenté con un verso de una canción brasileña que me gusta mucho: Meu mundo é hoje (Mi mundo es hoy). No pensaba en el pasado ni en el futuro porque hacerlo era como acercarme a un precipicio. Solo tenía el presente para moverme firmemente

Aunque muchas de estas vivencias se mezclaron con mi entrada definitiva a la vida de adulta independiente, se vieron potenciadas por factores asociados a mi condición de migrante. Al salir de mi país, por ejemplo, quedé a kilómetros de distancia de mis principales redes de apoyo: mis padres, mis hermanos, mis amigos. A pesar de que mis papás son colombianos y de que Colombia y Venezuela son países culturalmente muy parecidos, también perdí muchos de mis referentes culturales. De repente nadie entendía mis chistes, ciertos comentarios se enfrentaban a la mirada interrogante de mis amigos y compañeros que hacían un esfuerzo genuino por comprenderme y muchas cosas que siempre había asumido hasta ese momento como normales, en Bogotá eran diferentes o no eran bien vistas. Por ejemplo, aunque el día estuviera soleado y cálido, me dieron a entender que vestir una camiseta esqueleto sin una chaqueta encima o usar sandalias —algo que es común en las zonas de clima caliente— era algo extravagante o de “calentanos”. Había otras diferencias más profundas, como los entornos laborales:

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Migrantes

en Caracas, me habían parecido mayormente abiertos y flexibles; en Bogotá, eran más jerárquicos y rígidos, algo con lo que choqué más de una vez. Fue en un bus en Bogotá, como dos o tres años después de haber migrado, cuando me asaltó la pregunta por primera vez. Recuerdo que iba por la avenida Caracas, era un día lluvioso y gris y mientras miraba la gente que caminaba medio apurada, los vendedores ambulantes y las tiendas a través de las ventanas empapadas, me pregunté: ¿qué hago aquí?, ¿cómo terminé en este bus, por esta calle, en esta ciudad? Recuerdo que me entró una sensación de miedo e irrealidad, como si la Joanna que había vivido en Venezuela hubiera llegado de la nada a interrogarme sobre esta parte de mi (nuestra) historia. No supe qué responderle: intenté recordar todo lo que había vivido desde que había aterrizado en El Dorado, la ilusión del comienzo, la despedida de mis padres dos semanas después de haberme instalado y las lágrimas que se me atragantaron en la garganta mientras los abrazaba, los primeros tropiezos, las dos mudanzas que ya había tenido —en total serían cuatro—, el frío, el cansancio permanente… Todo me pareció difuso, como si esos recuerdos le pertenecieran a otra persona y yo solo se los estuviera cuidando.

plar seriamente la idea de volver a migrar. Aunque había hecho pocos pero buenos amigos y tenía un empleo en ese momento, no había podido obtener estabilidad financiera ni laboral a pesar de haber trabajado durísimo para lograrlo. La mayoría de las metas que me había propuesto cuando salí de Venezuela no las había concretado. Me encontraba en una posición vulnerable no solo en lo económico, sino también en lo emocional, porque estaba llena de deudas, de dudas y de una sensación muy parecida al fracaso. Desde un punto de vista práctico, otra migración se veía como una decisión poco acertada y quizás muy radical, pero sentía que era una apuesta que debía hacer porque quedarme era alargar ese estado de frustración permanente en el que vivía. No tenía mucho que perder y, si la suerte me sonreía, tal vez podría ganar algo. A diferencia del poeta norteamericano Mark Strand, que se movía to keep things whole (para mantener las cosas completas), yo me moví para mantenerme completa a mí misma.

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Al salir de mi país, quedé a kilómetros de distancia de mis principales redes de apoyo: mis padres, mis hermanos, mis amigos ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Creo que allí entendí por primera vez mi realidad. Aunque era un hecho desde que me fui de mi país, no me había colgado todavía la etiqueta de migrante. Esta no era una vivencia temporal, ni una larga aventura que terminaría para volver a casa. Esta ya era mi vida y, en medio de la irrealidad, entendí que no solo mi entorno había cambiado: la persona que era antes de migrar, en muchos aspectos, ya no existía. Me dio miedo enfrentarme a ese primer qué hago aquí cuando apareció porque, la verdad, creo que me estaba preguntando a mí misma dónde estaba para no tener que preguntarme quién era ahora. La pregunta me asaltó muchas veces más a lo largo del tiempo que viví en Bogotá y cada vez más las respuestas que me daba a mí misma se tornaban más complejas. Después de algunos tragos amargos, otros agridulces y algunas alegrías, en 2018 comencé a contem-

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Recuerdo que, a pesar de lo que he dejado atrás, yo soy yo, soy Joanna, y mi esencia no va a cambiar aunque vuelva a moverme ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Joanna viajó de Caracas a Bogotá y, luego, a Santiago de Chile. En cada lugar dejó amigos y recuerdos.

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Exploré varios destinos y, finalmente, animada por mi hermana que ya vivía también en Bogotá para ese entonces, nos presentamos a una visa que nos permitiría trabajar legalmente en Chile; si después de un año queríamos seguir allí, tendríamos la opción de solicitar la residencia permanente. Cuando la obtuvimos, en mayo de 2019, decidimos renunciar a nuestros empleos y volamos hacia el sur en agosto de ese mismo año. En Santiago me recibió un invierno que agonizaba ante un sol que alcanzaba a espantar el frío hacia el mediodía. Llegamos a San Miguel, una comuna popular ubicada al sur de la ciudad y, como siento un fervor especial por el arcángel Miguel, a pesar de no ser católica, tomé esta ubicación como una buena señal. Al recorrer la ciudad durante esos primeros días, el qué hago aquí me acompañó varias veces, pero ya había aprendido a manejarlo. Le explicaba y me explicaba a mí misma lo que estaba haciendo, dónde estaba, quién era y qué buscaba, y en ese conjunto de respuestas encontraba sosiego.

Aquí en Santiago repetí muchos de los rituales y emociones que había experimentado en Bogotá: el vértigo de las primeras veces, el aprendizaje de las nuevas palabras y de las expresiones que debía evitar, las caminatas para ir entendiendo la ciudad, su ritmo y su gente, que en general nos trataron con apertura y amabilidad. Me reencontré con grandes amigos venezolanos que, como yo y como otros millones de personas, habían decidido irse del país en los últimos años. Y, experta como ya era en mantener relaciones significativas a la distancia, pude conservar en mi vida a parte de mis parientes colombianos y a los amigos que había hecho allá. Profesionalmente volví a empezar de cero, pero traía en la maleta experiencias laborales que, aunque no siempre fueron afortunadas o felices, me habían hecho crecer, aprender y evolucionar. Ya tenía más claridad sobre lo que quería, sobre lo que definitivamente no me interesaba y hacia dónde debía apuntar. El haber sido migrante antes me permitió tomar algunos atajos en este proceso de adaptación; sentí que todo lo que me había tomado tanto tiempo en esa oportunidad, ahora me parecía menos difícil.


Migrantes

Aunque a veces sienta que he experimentado muchas cosas en relativamente poco tiempo, la verdad es que mi vida fuera de Venezuela no ha sido radicalmente diferente a las vidas de otras personas, migrantes o no. Ha habido quiebres amorosos, desilusiones, éxitos moderados, pequeñas ganancias, manías y obsesiones, buses que no pasan, oportunidades que no llegan, cambios sociales y políticos, una pandemia, historias vergonzosas, lluvia, días calurosos, días felices, días de mierda. Creo que la diferencia es que cada experiencia se magnifica por factores que están íntimamente ligados a tu condición de extranjero: el peso de los abrazos que no puedes dar, la rutina familiar que te estás perdiendo, la nostalgia por los que siempre están ausentes, las despedidas definitivas que se producen a kilómetros. Es un equipaje que siempre viaja contigo y que tiñe todas las demás experiencias naturales que son inherentes a la propia existencia.

Hoy, de vez en cuando, me sigue visitando el qué hago aquí. Esta, y las otras interrogantes que la acompañan, no dejan de asustarme un poco, pero luego recuerdo que soy migrante, que estoy aquí por elección, que llegué después de haber dado vueltas, tumbos y más tumbos, que estoy en Santiago de Chile, que ese paisaje conmovedor de la cordillera de los Andes es también parte de mi vida cotidiana. Recuerdo que, a pesar de lo que he dejado atrás, yo soy yo, soy Joanna, y mi esencia no va a cambiar aunque vuelva a moverme, aunque no siempre perciba los límites de la geografía que me acoge, aunque more en este u otro territorio. Esta migrante soy yo y allí adonde vaya —con mis memorias, vivencias e interrogantes, con mis redes de apoyo fortalecidas que abarcan kilómetros, con mi nostalgia y mis posibilidades— en ese lugar está mi casa.

En Chile, donde actualmente reside, ha experimentado la cultura de ese país y ha disfrutado de sus paisajes. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Humanos a bordo Un universitario cruza el continente para trabajar en las reparaciones de un crucero. Lo que comenzó como una experiencia laboral en otro país y como la oportunidad de ganar algún dinero, se transformó en un viaje en el que se conoció a sí mismo y comprendió los sueños de varios migrantes que se dedican a un oficio duro. Fotos y texto: Hugo Caro Jiménez caro-h@javeriana.edu.co

Día 1 Llego al aeropuerto Internacional de Portland y aún no supero mi asombro por la magnitud territorial de Estados Unidos. El primer tramo fue de Miami a Washington (tres horas de vuelo) y, luego, de Washington a Portland (cinco horas más de vuelo). Entiendo que viajé de extremo a extremo, pero no dejo de comparar los tiempos de vuelo con Colombia. En mi experiencia, la mayoría de vuelos desde y hacia el aeropuerto El Dorado no toman más de 60 minutos de recorrido y, durante ese tiempo, uno logra sobrevolar gran parte del país. Luis viaja conmigo. Nos encontramos en Miami. Es un chileno de más de 60 años de edad, de pelo completamente blanco y piel rojiza. Un hombre amable que con su forma de hablar divertida me hizo reír durante los vuelos. “Tencs, sir. You nuit”, dice cada tanto en su espanglish, al tiempo en que me relata su experiencia como maestro de obra de más de 40 años. Me arrulla durante todo el camino a Portland. Con Luis llegamos al hotel Doubletree, que la empresa que nos contrató pagó para nosotros. Portland me pareció frío y triste.


Migrantes

No vi una sola persona en la calle de camino del aeropuerto al hotel. El cielo se parece al de Bogotá a las tres de la tarde: no se ve casi nada aparte de nubes grises. Cada uno tiene su habitación y yo me quedo en el segundo piso. Mi habitación tiene dos camas dobles grandes, un televisor mediano frente a ellas y, al lado izquierdo, un escritorio. Además, una tina en la ducha y una cafetera con tés y cafés de marca estadounidense. Lo primero que hago es pegar una hoja en la cabecera de mi cama para contar los días que estaré trabajando aquí. Hago 15 rayas y pongo el esfero en la mesa de noche para tachar los días cada vez que regrese del trabajo. Cada raya representa 150 dólares. Es lo que recibiré por día si todo sale bien. Me informaron que la cena y el desayuno se toman aquí en el hotel, y que el almuerzo lo sirven en el barco durante el día. Bajo a las siete de la noche y en el ascensor me encuentro con los que creo que son mis compañeros: tienen las mismas camisetas que tengo en mi maleta con el nombre de la empresa. Están sudados y manchados de cemento por todas partes. Pienso que perfectamente podría estar en Fusa con mis amigos tomando cerveza o yendo al cine, pero aquí estoy, aventurándome en algo completamente ajeno a todo lo que conozco, sin una razón de peso suficiente, solo por experiencia y dinero. Entro al salón donde está nuestro comedor y lo único que veo son mesas redondas de diez puestos. El lugar tiene unos candelabros altos y papel tapiz con cenefas en las paredes. Me da la impresión de que es algo así como el concepto de elegancia americana. Conozco a algunos de mis compañeros: cinco hombres de entre 20 y 30 años. Se quedan sorprendidos por mi edad, no pueden creer que alguien con menos de 20 años esté aquí. Son buenas personas y concluyen nuestra conversación durante la primera cena diciéndome que, al final, el cuerpo aguanta lo que sea, todo es costumbre. No sé si pueda dormir tranquilo. Día 2 A las 6:00 a. m. estoy en la entrada del hotel con los otros trabajadores esperando el transporte que nos lleva al astillero donde está el

barco en el que trabajamos. La rutina en la mañana es la siguiente: madrugar, desayunar, hacerse una prueba de antígenos de covid y esperar el resultado. Todos mis pensamientos están por aclararse, y mis miedos, por desaparecer o hacerse realidad. En la mañana no sé a lo que me enfrentaré ni si lo lograré. Lo que más me aterra es no conocer nada de este tipo de trabajo y si, por falta de costumbre, no voy a poder cumplir. El camino en bus dura unos 20 minutos y luego, desde la entrada al astillero hasta el barco, hay que caminar durante 10 minutos. Subimos y nos ubicamos donde está nuestro contenedor con las herramientas; allí también están las piscinas del crucero y la mayoría de las áreas de entretenimiento. Todo el lugar está en reparaciones, pero al menos ya puedo decir que he estado en un crucero. Nuestro trabajo consiste en instalar pisos sintéticos que se asemejan a la madera, arreglar los balcones, las piscinas, los jacuzzis y, en general, todos los exteriores del barco. Es un trabajo en el que la mayoría del tiempo estamos de rodillas bajo el sol o la lluvia. El día se me pasa absorbiendo lo más que puedo del trabajo y la manera de hacerlo de los demás. Me asignaron limpiar las áreas de trabajo y cargar las mezclas del material de los pisos. Son canecas muy pesadas, creo que

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Hugo trabajó en las reparaciones de un crucero en Portland (EE. UU.). Allí vivió 15 días de arduas labores ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Hago 15 rayas y pongo el esfero en la mesa de noche para tachar los días cada vez que regrese del trabajo. Cada raya representa 150 dólares

sobrepasan mi propio peso y, al levantar la primera, casi caigo; si eso hubiera ocurrido, el material se habría desperdiciado. La jornada es de seis de la mañana a seis de la tarde: doce horas de rodillas o empujando cargas pesadas. Al final quedan el agitamiento y el bus de regreso, donde conozco a Maca, un boricua de 60 años que hace esto desde hace unos 10 años. Me cuenta que ha pasado momentos importantes lejos de su familia, que casi se pierde del matrimonio de su hijo y que muchas veces quisiera estar en su isla. Cuando me habla solo pienso en todo lo que soporta el ser humano por dinero. Sin contar que a su edad tiene que manejar pulidoras y máquinas muy peligrosas, aunque, según él, lo puede hacer con los ojos cerrados. Al llegar al hotel apenas puedo bajar a comer.

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Día 3 La comida a bordo es particular. El servicio del almuerzo está a cargo de varios filipinos. Mis compañeros me explican que son la mano de obra más barata en el mercado y por eso pasan meses navegando dentro del barco. No sé la nacionalidad del chef, pero creo que también es asiático. Toda la comida es muy fuerte en su

sabor, hay mucho curry, nuez moscada, soya, garam masala y muchas especias que desconocía. Desde el primer día me ha impresionado la forma como se alimentan los trabajadores. Se llevan tres platos llenos de todo tipo de alimentos: sopas, hamburguesas, helado, pizza, carnes y ensaladas. En especial los rusos y los ucranianos. Son hombres muy altos y gordos que usan overoles. La mayoría de ellos son calvos, de tez muy blanca. Parecen primos lejanos de Putin. Hasta ahora su trabajo es el que más me impresiona, son los que pulen las placas de metal del barco. Las máquinas que usan hacen un ruido similar al de un avión a su paso y necesitan de mucha fuerza para que la máquina no se desvíe ni les ampute una pierna. Durante el día tenemos dos descansos de 30 minutos, uno en la mañana y uno en la tarde. Probablemente la media hora más rápida de mi vida. La aprovecho para ver el celular e ir al baño. En el descanso de la tarde de hoy paso por un pasillo hacia el baño y me detengo a ver las habitaciones. Hay dos rusos en cada habitación, tirados en el piso sobre cajas y llenos de óxido de metal. Están profundos, en un sueño que me parece muy placentero. Tenía una imagen de ellos parecida a la de un superhé-


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roe, que no se cansan y que tienen una fuerza inagotable. Verlos en el suelo me hizo recordar que son seres humanos y que su cuerpo no es a prueba de balas: tienen en ellos la misma humanidad que tengo yo y no son productos industriales de alguna fábrica en Rusia. Días 4, 5, 6, 7 y 8 Los días transcurren del mismo modo: del hotel al barco y del barco al hotel. Ya tengo morados en ambos brazos. El borde de la caneca que debo levantar a diario me está maltratando. Pero el dolor es pasajero y la mitad de mi cuenta regresiva ya está tachada.

a todos vulnerables, con necesidad de una palabra o un abrazo, con urgencia de hogar. Se sienten solos, aunque estén rodeados de personas de todo el mundo. Días 9, 10, 11, 12, 13 y 14 Portland está atravesando una ola de calor desde hace unos días. Nunca había estado a una temperatura tan alta, que ha llegado a rozar 48 grados Celsius. Han cerrado piscinas y espacios

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Durante esos días conoció a varias personas de distintas partes del mundo que se dedicaban a este duro trabajo para ofrecerles una mejor vida a sus familias.

He tratado de ver a mis compañeros fuera del trabajo. ¿Quiénes son? En las noches he conocido a los boricuas. Todos los días compran cervezas en un mercado chino que hay frente al hotel y se sientan en un parque a escuchar música y a derramárselas “po encima”. Hablan de sus vidas en la isla, de cómo quieren mejorar sus guaguas (así le llaman a sus vehículos), de mujeres y de basquetbol. Algunos muestran a sus hijos, a los que no pueden ver crecer por estar viajando por el mundo. Sus sueños son sobre el futuro que intentan darles mediante el trabajo duro que hacen aquí. Cuando llegamos temprano, algunos trabajadores se van para el centro comercial que queda al otro lado de la calle del hotel y compran productos norteamericanos para llevar a sus casas. Los veo pasar por el lobby del hotel con bolsas de Nike, Adidas y Apple. Los padres de recién nacidos llevan maletas llenas de artículos para bebé. Y así los regalos se van ajustando al momento de la vida por el que atraviesa cada uno. Sin querer queriendo, he visto el teléfono de los demás en los trayectos del bus. Hay mensajes en ruso, portugués, mandarín, inglés y español. Todos tienen en común el uso de corazones y de emojis cariñosos. Creo que así mantienen viva la motivación por la que están aquí, porque su vida real se encuentra a miles de kilómetros y se sienten solos. Los sueños de la mayoría no van más allá de mejorar la calidad de vida de sus seres queridos. Y son, a la vez, la fuente de su fuerza y de su melancolía. En esos mensajes los encuentro

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Algunos compañeros muestran a sus hijos, a los que no pueden ver crecer por estar viajando por el mundo. Sus sueños son sobre el futuro que intentan darles ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

públicos por temas de salud. Nosotros, como ha de esperarse, no hemos dejado de trabajar. El trabajo se intensifica por ser la parte final del proyecto y hubo días en los que no tomamos el descanso. Estoy sintiendo ira conmigo mismo por hacerme pasar todo esto solo por dinero; no tengo razones lo suficientemente sólidas para estar aquí, aparte de ganar algunos dólares y darme ciertos gustos. Y lo único que pienso es que es temporal. Pero no dejo de preguntarme por qué estoy aquí sin necesidad. Por ser los últimos días, todo se ha acelerado. Lo que hacíamos al principio en un día, lo hacemos en medio. Y me preocupa, porque no nos cuidamos lo suficiente. Los materiales que usamos tienen componentes altamente peligrosos, que pueden afectarnos físicamente. Sin embargo, parece que eso ya no importa con tal de cumplir. El día 14, último día de trabajo, hemos tenido la temperatura más alta. Al principio del día,

en la reunión de la mañana hemos estado con Javier, un hombre que hace parte de los directivos de la compañía y que vino a inspeccionar. Su discurso me parece insultante y mediocre. Nos impulsa a trabajar a pesar del calor, argumentando que lo que nosotros hacemos no lo hace nadie, que es un trabajo para machos y que de esta forma vamos a llevar comida a nuestras casas. Es cierto que mucha gente lo hace porque así sostiene a sus familias, pero no deja de ser abusivo llevarnos al límite de nuestra propia capacidad física. La tarde cae. Pienso en que finalmente ya se terminó este trabajo. Se acabaron los días. No hay más rayas por tachar y no puedo estar más feliz. Bajaré a celebrar con los boricuas y colombianos y, después de quince días, no voy a madrugar. No parece mucho tiempo, pero se siente como una eternidad. Casi no creo que este sea el final. Día 15 Mi vuelo sale hacia Houston a las 2:00 p. m. y luego termino el trayecto en Miami para descansar un poco antes de volver a Colombia. Anoche bebí mucho y saqué a relucir mis habilidades tomando cerveza a fondo blanco. Me divertí de verdad: ya no éramos trabajadores, éramos amigos (la mayoría latinos) riendo y celebrando el final del proyecto. No me cabe duda de que el trabajo cambia a las personas. En el fondo, cada persona lleva su historia dentro de sí como un tesoro, como eso que alienta sus pasos y les recuerda el porqué de lo que hacen. En el desayuno todos hablaron y repitieron la misma frase que escuché desde el primer día: quiero ir a casa. Algunos estamos muy cerca de eso, otros tendrán que volar a otras partes del mundo a seguir trabajando. Otros adelantaron sus vuelos para llegar más pronto. Sin duda, hay un ambiente diferente, hay satisfacción y ansiedad. No me deja de parecer un trabajo admirable pero muy duro. He conocido muchas historias por las que la gente llega aquí, pero creo que la mía no es la más común. Solamente me queda decir que respeto a mis compañeros y que gracias a ellos aprendí, más que nunca, a convivir y a entender a otros seres humanos.

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Migrantes: entre los sueños de un futuro y los retos de una realidad ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Texto: Paula Rocío Rodríguez Sánchez pr.rodriguez@javeriana.edu.co Fotos: Cortesía de Somos Panas y de Norian Liendo

La crisis humanitaria en Venezuela ha obligado a una parte de su población a migrar a otros países en busca de oportunidades. Muchos venezolanos llegan a Colombia con grandes esperanzas, pero se encuentran con una realidad difícil, en la que muchas veces se enfrentan a la falta de empleo y a la discriminación. Rocío Castañeda, junto a Santiago Rivas, periodista y miembro de Presunto Podcast, en el Festival Panas y Parces para promover la integración y prevenir la xenofobia.

La difícil situación económica, política y social que atraviesa Venezuela, agudizada desde hace seis años, ha generado un movimiento masivo de migrantes y refugiados hacia todo el mundo. Según cifras de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes (R4V), para febrero de 2022 eran más de 4,9 millones de refugiados, migrantes y solicitantes de asilo venezolanos reportados en América Latina y el Caribe. Colombia ha acogido a 1,8 millones de ellos, por la simple razón de que “somos el país vecino, compartimos una frontera extensa y les hemos mantenido las puertas abiertas”, como afirma Rocío Castañeda, oficial de información pública del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Colombia. Específicamente a Bogotá han llegado 393.716 venezolanos, y es la ciudad con mayor concentración de ellos, según Migración Colombia, lo que supone varios desafíos para la ciudad y el país: desde definir el estatus legal, hasta asegurar el derecho de los venezolanos a trabajar legalmente y sin ser discriminados.

Huida de un infierno Entre las causas más relevantes por las cuáles las personas emigran desde Venezuela están el hambre y la reducción en el gasto de alimentos, como consecuencia del aumento de la pobreza extrema. De acuerdo


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Entregué muchas hojas de vida y lo primero que me preguntaban era si era venezolana Norian, migrante en Bogotá ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Norian haciendo un manicure, trabajo que la hace feliz y le permite vivir dignamente.

con el estudio Estructura y Desigualdad en el Consumo de los Hogares en Venezuela 20202021, publicado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) en Caracas, Venezuela, los venezolanos redujeron entre 24 % y 34 % el gasto real promedio en alimentos, y este ha sido un fenómeno que ha afectado a todos los hogares: pobres y no pobres.

Por eso, no es raro que uno de los sectores con mayor número de desplazados por cuestiones económicas es el de los trabajadores estatales, explica Ronal Rodríguez, politólogo, investigador y vocero del Observatorio de Venezuela de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, en Bogotá.

Por otro lado, el desempleo, junto a los bajos ingresos, es otro de los principales motivos de la emigración forzada de venezolanos. Cerca de 8,1 millones de ellos no tienen trabajo ni incentivos para trabajar. Y aunque se esté empleado, el salario mínimo para el sector público equivale a unos 9800 pesos colombianos (2,5 dólares), una suma con la que un venezolano apenas podría adquirir una pequeña parte de la canasta familiar básica.

En consecuencia, dentro de los millones de migrantes, se cuentan muchísimos que fueron empleados públicos en Venezuela. Ese es el caso de Norian Liendo, quien dice que emigró por las premuras económicas. “Yo soy graduada en administración, pero mi salario no me daba la base para poder vivir dignamente”, dice ella, que salió de Valencia, Venezuela, y se estableció en Bogotá hace cinco años.

Algunos corren con “suerte” Los migrantes y refugiados que llegan al país buscan diferentes maneras de establecerse laboralmente, aunque no sea en el oficio o profesión que han desempeñado. Según la Gran Encuesta Integrada de Hogares del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), de los 896.000 venezolanos que hacían parte de la población económicamente activa en febrero de 2021, solo 61.000 estaban laborando formalmente. Rodríguez enfatiza en el papel de la economía informal colombiana, crucial para la llegada de los migrantes y refugiados. “Esta es una de las paradojas del caso colombiano, pues debido a que Colombia es un país con una economía informal muy alta, pudo amortiguar la llegada de la migración venezolana”, explica. A pesar de que actualmente casi la mitad de los 2 millones de venezolanos que están en el país se encuentran en condición migratoria regular, cerca del 90 % de esta población está hoy en la informalidad laboral. Según cifras del Observatorio del Proyecto Migración Venezuela (PMV), plataforma periodística y académica de la Revista Semana, la mayoría de los trabajadores migrantes y refugiados se encuentran en el sector de comercio y reparación de vehículos, que representa casi el 24 % de los venezolanos empleados. En segundo lugar está el alojamiento y los servicios de comida,

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con un 16 %, seguidos por quienes realizan actividades artísticas, de entretenimiento y otros servicios, que equivalen a casi el 13 %. Adicionalmente, hay otro grupo de migrantes y refugiados que, a falta de oportunidades, decidieron emprender, como Cristina Azar y Areanny Natera. Ambas eran amigas en su ciudad natal, Anaco, Venezuela, y siguieron juntas en Bogotá. Sin embargo, al momento de llegar no pudieron establecerse. “Llega un momento en el que te ves estancado. Hay una noche que nunca se me va a olvidar: Cristina estaba llorando porque teníamos muy poco para comer, y yo le dije: ‘Cocinamos shawarma’, plato típico árabe, porque ella es de ascendencia siria. Así nació todo”, comenta Areanny. Mr. Fill es el nombre de su emprendimiento de comida árabe. Por el momento funciona como una cocina oculta, solo con domicilios, porque no cuentan con la ayuda para montar un local, aunque es su idea a futuro.

se ha convertido en una barrera, debido a que no siempre tienen los recursos o todos los documentos necesarios para realizar el trámite ante el Ministerio de Educación. Según el Observatorio del PMV, el 97,5 % de los migrantes con títulos educativos y profesionales no ha podido convalidarlos en Colombia. Eso les dificulta demostrar que tienen las competencias necesarias para establecerse y conseguir empleos formales. Así, también, algunos de los migrantes desisten de los procesos de selección debido al desconocimiento de las leyes laborales en Colombia y del Sistema General de Seguridad Social en Salud, como las pensiones, los riesgos laborales y el subsidio familiar. Ahora bien, uno de los retos más complejos que enfrentan los venezolanos al llegar al

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Cristina y Areanny, al momento de llegar a Bogotá empezaron nuevamente sus vidas, arrendaron un apartamento y decidieron permanecer juntas. Ahora son chefs.

A ese grupo de emprendedores se suma Norian. Ella pasó por varios trabajos no tan bien remunerados: trabajó en una panadería, como auxiliar de punto de venta en una chatarrería y entregando volantes. Un día conoció a la dueña de una peluquería y ella le dio la oportunidad de aprender sobre manicure. Poco a poco se fue capacitando en diferentes academias y el año pasado logró graduarse, en Bogotá, como técnica laboral por competencias en el cuidado de manos y pies. Hoy en día, junto con su esposo, trabaja en una peluquería en el noroccidente de Bogotá y no se arrepiente. “Soy muy feliz en lo que hago”, afirma.

Las talanqueras ante los sueños No todos cuentan con la suerte de poder establecerse laboralmente. Según cifras del Informe del Mercado Laboral para 2021, del DANE, la tasa de desempleo para la población migrante que hace doce meses vivía en Venezuela fue de 24,4 %. Las dificultades para obtener certificados de formación, la falta de información en materia laboral y la xenofobia son algunas de las razones del estado de desocupación de los migrantes y refugiados en Colombia. Para la población proveniente de Venezuela, el proceso de homologación de títulos académicos

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Las dificultades para obtener certificados de formación, la falta de información en materia laboral y la xenofobia son algunas de las razones del estado de desocupación de los migrantes y refugiados en Colombia ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Mural de #UnidxsSoñamos, actividad de integración a través del arte.

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país es ser víctima de discriminación, lo cual plantea un riesgo e implica un difícil acceso al mercado laboral. Y es que con el aumento de la migración venezolana, también crece la xenofobia, que “más que un obstáculo, es un proceso que le toma tiempo a la sociedad colombiana; por ejemplo, los gremios médicos son muy reacios a permitir que los médicos venezolanos puedan empezar a participar del mercado médico”, afirma Rodríguez. En Bogotá, Norian no pudo conseguir trabajo en su área por el hecho de no ser colombiana: “Entregué muchas hojas de vida y lo primero que me preguntaban era si era venezolana, nunca me llamaban. Me preguntaban si tenía cédula colombiana, les explicaba que tenía todos mis documentos en regla, pero me decían que no, porque era venezolana”. Según cifras de la Evaluación Conjunta de Necesidades 2021 —desarrollada por 20 socios del Grupo Interagencial sobre Flujos Migratorios Mixtos (GIFMM), coliderado por la Organización Internacional para las Migraciones y la ACNUR—, sobre la situación y necesidades de personas refugiadas y migrantes en Colombia, el 26 % de los encuestados sufrieron discriminación por su nacionalidad en 2021; el 37 %, al buscar trabajo, y el 19 %, en el lugar de trabajo. “Esa discriminación

puede ir desde un comentario en una red social, hasta la violencia y la muerte”, añade Rocío Castañeda. Por esa razón, la ACNUR lanzó la campaña Somos Panas, que tiene cuatro objetivos: desalentar la xenofobia, incentivar la solidaridad hacia la población venezolana, promover la integración entre colombianos y refugiados y migrantes provenientes de Venezuela, y brindar información útil a las personas que llegan desde Venezuela. Tres de estos objetivos están dirigidos a la sociedad colombiana, pues la xenofobia y la segregación no las fomentan los venezolanos, sino los colombianos. “Lamentablemente, en Bogotá hay gente que nos señala por culpa de un grupo de personas que vinieron a hacer daño acá, pero nosotros no podemos pagar todo”, señala Areanny. Castañeda puntualiza que aunque persisten estigmas, hay un mayor equilibrio en la conversación en redes sociales, pues ahora se plantea una corriente de opinión pública que levanta la mano y señala que los venezolanos han aportado positivamente a la comunidad colombiana.

Oportunidad para crecer como país A pesar de las percepciones negativas hacia algunos migrantes y refugiados, su inclusión en


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la actividad económica colombiana puede traer varios beneficios para el país. La migración de venezolanos puede contribuir al crecimiento de la economía, mediante el comercio y la inversión, así como la reducción del desempleo. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la migración venezolana le ayudará a Colombia a aumentar su producto interno bruto (PIB) en 0,1 % por año a partir de 2024, debido a la cantidad de población en capacidad de trabajar que llegó al país. “Los países más desarrollados se han hecho a punta de migraciones y de sus aportes”, señala Castañeda. En este sentido, la migración venezolana en el país es un choque positivo para la economía, pues incorpora más personas al mercado de trabajo y, paralelamente, más consumo. “Nosotras salimos y le compramos ingredientes para las recetas al vecino, que es colombiano, le aportamos a él y a la economía del país”, afirma Areanny Natera. Sin embargo, lo que muchas veces se pierde de vista entre los colombianos es que el movimiento demográfico venezolano en el país supone una ampliación de la cultura. Y eso es evidente, por ejemplo, en lo gastronómico. Por eso, muchos de los venezolanos que se han establecido han logrado moldear y enri-

quecer algunas dinámicas capitalinas, que se reflejan en el aumento de restaurantes y de ofertas culinarias. Gran parte de ello se debe a la llegada de chefs venezolanos que tienen una experiencia y dinámica de sabores-fusión. En “Cedrizuela” —apodo que recibe el barrio Cedritos en Bogotá—, los venezolanos han logrado una presencia importante y han dado a conocer los productos característicos de su país, como las arepas, el pan de jamón y los tequeños, que son una especie de deditos de queso. “Ahora, en vez de solo tener la arepa paisa y la boyacense, tengo también la arepa reina pepiada”, dice Castañeda entre risas. La llegada de los venezolanos al territorio colombiano en los últimos años se ha convertido en un fenómeno social y económico. Algunos de ellos que huyen de su país con la esperanza de encontrar un futuro mejor logran establecerse dignamente; pero otros, señalados por la xenofobia y estancados por las barreras económicas, tienen que recurrir a trabajos informales o, incluso, retornar a Venezuela. Sin embargo, aunque este éxodo ha sido inevitable, este fenómeno se puede convertir en una oportunidad de transformación para Colombia, enriquecerla culturalmente y abrirle nuevas oportunidades económicas.

Érika Fontalvo, directora de El Heraldo, y Luciano D’Alessandro, colaborador de la ACNUR, en el conversatorio Así Suena la Integración, de Somos Panas. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Ahora se plantea una corriente de opinión pública que levanta la mano y señala que los venezolanos han aportado positivamente a la comunidad colombiana 17


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“Venezuela no se entiende a cuentagotas”:

Catalina Lobo-Guerrero La antropóloga y periodista colombiana Catalina Lobo-Guerrero, narra en su libro Los restos de la revolución: Crónica desde las entrañas de una Venezuela herida, la historia de un país que pasó de la ilusión a la desesperanza. Conversamos con ella sobre su trabajo y su obra, reconocida con el premio Simón Bolívar al mejor libro periodístico del 2021. Texto: Paula Tavera González p_tavera@javeriana.edu.co Fotos: Archivo particular

Relatar la historia de un país intenso en su poder político y sacudido por las olas de reclamos sociales no es una tarea sencilla. Sin embargo, para Catalina LoboGuerrero, ese fue un objetivo que se le presentó gracias a ser testigo de primera línea de la realidad venezolana, pues su ejercicio como corresponsal en ese país le permitió conocer de primera mano el trasfondo político y social, el panorama del poder a partir de la falta de sintonía con las demás naciones y la manera tan particular cómo se desglosan el miedo, los contrincantes políticos y el éxodo en un país acorralado por la incertidumbre. Catalina estudió antropología en la Universidad de los Andes, en Bogotá; luego hizo una maestría en periodismo de

Foto: Camilo Rozo


Migrantes

investigación en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y es egresada del máster de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Desde sus inicios en el periodismo tuvo un fuerte interés por los temas vinculados a la política, los derechos humanos y el conflicto armado, y ha publicado sus trabajos en medios nacionales como La Silla Vacía y Semana, y en medios internacionales de la talla de The Guardian y The New York Times, entre otros. A partir del 2012 surgió su interés por Venezuela cuando fue corresponsal de la revista Semana para la sección ‘Nación’ hasta el 2015. Además, recibió la invitación del Centro Carter para vincularse en un proyecto de periodistas colombianos y venezolanos, con el fin de crear un grupo de colegas que de manera conjunta pudieran trabajar, analizar y aprender a leer mejor los dos países, a partir de talleres de cubrimiento político y, sobre todo, electoral. Lobo-Guerrero resalta que, como corresponsal en ese país, su trabajo era de una periodista ‘comodín’: cubriendo de manera continua la sección de política y orden público junto con otros proyectos de investigación y reportería. Ante esto, tomó la postura de migrante-testigo, estudiando el éxodo desde su complejidad, que lo convirtió en la vía de escape de la confrontación económica y social, pero también desde la conexión genuina que Lobo-Guerrero tuvo con el espacio y su gente. La periodista logró reportajes extensos, llenos de detalles e imágenes impactantes, y abordó la problemática de Venezuela a partir de la diversidad de sus historias colectivas e individuales, junto con sus crecientes problemas nacionales e internacionales. Ella señala que su libro se construyó a partir de varias narrativas que comienzan en orden cronológico, desde el contexto de la independencia de Venezuela, el surgimiento del país como nación autónoma, el patriotismo mediante la imagen del libertador Simón Bolívar y las contiendas políticas y electorales (en especial desde el gobierno de Hugo Chávez y la posterior llegada de Nicolás Maduro). En el libro logra un retrato inmenso, riguroso e imparcial de lo que significó para ese país la

Revolución Bolivariana, y aborda temas como la resistencia de la oposición y los medios de comunicación; la guerra económica y social que no solo afecta a la población venezolana, sino también la estabilidad regional; el éxodo venezolano desde la ironía de ver cómo el país acogió a tantos refugiados en los siglos XIX y XX y se transformó en un país de emigrantes por las estrategias que han conducido a una desesperanza aprendida, aceptación del miedo y la derrota. Directo Bogotá (DB): Al pensar el proceso de vinculación con estos proyectos periodísticos y la creación del libro, ¿cuál o cuáles son las principales sensaciones que vienen a su mente? Catalina Lobo-Guerrero (CLG): De manera intutitiva sentí que esta es una muy importante y fue esencial tener claro que quería ser testigo de lo que fuera a suceder. Cuando tomé la decisión de quedarme allá, el panorama era muy incierto. En 2012, cuando Chávez estaba enfermo y no se conocían los alcances de esa enfermedad, nos rodeábamos de mensajes contradictorios, elecciones y presión de la oposición. No se sabía nada. Ahora, fue una decisión basada en un sentimiento de ‘yo tengo que estar aquí’, y debía estarlo porque esta historia

Familias desesperadas por huir de una nación enfrascada en una crisis interna. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Las marchas de la oposición en los periodos de elecciones.

no me la iban a contar y pensaba mucho en la necesidad de entenderla. Una de las sensaciones que tuve con frecuencia y que compartí con mis colegas era lo abrumador de tener el tiempo justo de escritura e investigación. Era como tomar un ‘chorro’ imparable, porque las noticias abundaban. Además, las notas que tomaba eran para sobrevivir y fue cuando supe que quería escribir un proyecto de más larga duración, porque lo que pasaba y pasa en Venezuela no se entiende a cuentagotas. DB: Al inicio del libro se pone la carta de Simón Bolívar al general Juan José Flores, en la cual dice: “La única cosa que se puede hacer en América es emigrar”. ¿Cómo entender este panorama histórico? CLG: Es increíble que esa carta, escrita en el siglo XIX, describa que para ese momento ya existía la sensación de que este es un continente que no tiene futuro, donde la gente no puede gobernar. Al mencionar que América Latina es ingobernable, es evidente que vendrá una serie de caudillos y no pasará nada, pues el que promete una revolución ara en el mar. En este sentido, la carta es brutal porque es una despedida de gran reflexión sobre lo que logramos construir como naciones, y no es bueno.

DB: Siendo así, ¿cree que estas imágenes y admiración por Bolívar aún tienen relación con la actualidad? CLG: Hay algo importante —y es, justamente, una de las críticas que se hacen en el libro—, y es el culto heroico, esta idea de que debemos tener caudillos, grandes patriarcas y figuras que sean capaces de lograr las transformaciones políticas, culturales y económicas. Lo peligroso es precisamente creer que una sola persona, sea hombre o mujer, puede sacar a los demás de los problemas y no sobre lo que se necesita realmente, que es una construcción colectiva. Así que veo con gran preocupación cómo en varias partes hay líderes populistas de izquierda y derecha —tenemos todo el espectro—, como unas grandes figuras salvadoras. Por ello, parte de las razones por las cuales Venezuela quedó atrapada en eso, fue el gran respeto de conservar el culto heroico, lo que es mucho más potente que en Colombia. DB: En el libro se menciona que Venezuela ha sido un país de migrantes a lo largo de los siglos XIX y XX, ¿por qué cree que en Suramérica hay algunos lugares más susceptibles a los procesos de migración? CLG: En América Latina hubo países más abiertos que otros a la migración. El caso de Venezuela es superinteresante, porque era un país con poca gente y en el periodo de la posguerra, se buscó llevar a Venezuela gente talentosa, mano de obra, académicos que pudiesen llegar a aportarle al país con sus conocimientos, por lo que tenían una postura mucho más abierta. En contraste, Colombia siempre fue más proteccionista, ‘ombliguista’, aumentando la idea de que el extranjero era peligroso. Aunque se debe destacar que estas son decisiones políticas que toman los líderes frente a los beneficios que puede traer la migración, por lo general, y como marca la historia, los países que se han abierto a la migración se benefician mucho más que los que suben las barreras, construyen muros o cierran fronteras. Ahora, Colombia ha cambiado su postura y cabe aclarar que son procesos paulatinos, ya que nunca hay sintonía con la llegada del otro; la xenofobia existe, a pesar de las afinidades culturales que puedan existir entre

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naciones. Culturalmente Colombia y Venezuela tienen bastante afinidad, por lo que no debería ser difícil, pero a pesar de ser tan parecidos, hay grandes reacciones que están fundadas en el temor. DB: Cuando se narra el duelo de la población venezolana con la muerte de Chávez, el capítulo destaca que una de las misiones fundamentales de la Revolución es la electoral. Y eso tuvo un efecto, que fue la permanencia en el poder de la misma corriente política y la crisis con los países de la región. En ese sentido, ¿cuál cree que debería ser la estrategia en materia diplomática? CLG: Aquí hay una creencia, sobre todo en el actual gobierno colombiano, y es que la crisis venezolana se soluciona apenas caiga Maduro, y eso no es cierto. Primero, porque tumbar a un presidente no es fácil, además de los alcances de los líderes por atornillarse en el poder. Todas estas ideas no están aterrizadas. Ahora, hay una realidad y es que la idea de un cambio político en el vecino país le beneficiaría a la región desde mesas de diálogo que terminen en un certamen electoral. Sin embargo, el actual mandato de Maduro se ha aprovechado de estas iniciativas para ganar tiempo, donde se evidencia una falta de voluntad por parte de ellos de permitir elecciones libres. A largo plazo, el Gobierno colombiano debe consolidar los servicios consulares y la cooperación al abrir fronteras, tras la gran incertidumbre que ha dejado el pulso interno del chavismo. DB: Si pudiera describir en una frase a Venezuela desde la muerte de Chávez hasta hoy, ¿cuál sería? CLG: Después de la muerte de Chávez esa alucinación de una gran figura y padre de la revolución se fue cayendo y la mayoría de la población empezó a despertar. Así que diría que es una sociedad desencantada, en crisis y polarizada. DB: En la sección de notas para el lector, se detalla el trabajo de campo con las distintas fuentes que nutrieron el escrito. Tras la publicación del libro, ¿tuvo alguna sensación particular sobre el oficio del periodismo? CLG: La sensación recae en que mi vida de corresponsal en Venezuela y este libro, me enseñaron mucho más que cualquier estudio.

Tengo grandes lecciones del día a día, en el proceso mismo de la reportería, incluso como una mujer corresponsal extranjera viviendo en un país que era muy difícil de entender. DB: Finalmente, ¿cómo fue la decisión de elegir a la editorial Aguilar para publicar un libro sobre Venezuela?, ¿existió alguna complicación con otras editoriales por el tema? CLG: Simplemente porque es el sello de la editorial Penguin Random House que publica crónicas y reportajes aquí en Colombia. No intenté con ninguna otra. Presenté el manuscrito por sugerencia de una amiga periodista que ya había publicado con ellos, y lo aceptaron y me ofrecieron publicarlo rápidamente. Aunque el tema Venezuela ya resulta cansón para muchos colombianos, la editorial quiso publicar el libro porque le parecía que era una buena historia y valía la pena.

Foto: Guillermo Torres. Lobo-Guerrero enfatiza que en Venezuela la ruptura no es solo de partidos, sino una grieta profunda sin un árbitro confiable y legítimo. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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El viaje de la papa Antes de llegar a la boca de los comensales, la papa pasa por un elevado número de intermediaros, pero tres de ellos son los protagonistas: el campesino, el vendedor en la plaza de mercado y el cocinero. Crónica de un viaje de la tierra a la mesa.

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Texto y fotos: Paula Rocío Rodríguez Sánchez pr.rodriguez@javeriana.edu.co

Víctor recogiendo papa en su cultivo.

Encima de la parrilla del restaurante Yerbasanta, en Cota, especializado en parrilla, posa un plato pequeño y hondo lleno de papas criollas que tienen el brillo característico del aceite con el que las fritan. “Criollas para la T2”, grita Fabián, el parrillero —más conocido como el ‘Negro’ por sus compañeros—. Érika, la mesera, coge el plato con su mano derecha y se dirige a la terraza, donde un señor hambriento espera su entrada. La papa es el cuarto cultivo alimenticio más importante del mundo, después del arroz, el maíz y el trigo. Este tubérculo es la base de muchas preparaciones en la mesa, además de ser fuente de ingresos para más de 100.000 familias en Colombia. ***


Migrantes

Hay que recorrer 117 kilómetros desde Bogotá para llegar a la finca La Playa, de Víctor Sosa, ubicada en la vereda Bojirque del municipio de Ventaquemada (Boyacá). Él se dedica al cultivo de papa desde pequeño y ahora, con su socio, Pedro, tiene una fanegada de cosecha en su finca (herencia de sus padres). Trabajan juntos hace ocho años y son amigos desde pequeños; además, Pedro es primo lejano de Blanca, esposa de Víctor. —Las ganancias son por mitad. Yo invierto en total 3 millones. Al socio le doy la tierra, la semilla y el abono. Él prepara la tierra, trae a los obreros que colaboran y entre los dos cubrimos los gastos para sacarla. —¿Y cuánto pueden ganar por cosecha? —Con una buena cosecha se ganan 18 millones, en bruto, y cuando no es buena se pierde mucho, los 3 millones. La papa hace parte de la producción agrícola de 82 municipios de Boyacá, donde cerca de 35.000 hectáreas se destinan a los cultivos de este tubérculo. Por año se sacan dos cosechas. El proceso dura un poco más de cinco meses, desde que se siembra hasta que se saca: lo primero que se hace es preparar la tierra con un tractor; se siembran las semillas y se tapan con tierra; al mes y medio se enyerba y después de otro mes y medio se aporca, para luego, a los tres meses, sacarla de la tierra. Los cultivos deben fumigarse cada diez días, pero la economía campesina no da para tanto: “Esos químicos son costosos, desde 30.000 pesos hasta 80.000. Y ni hablar del abono, ese está a 145.000, un solo bulto”, comenta don Víctor, mientras baja caminando una loma hacia la finca de su socio. Lleva unas botas campaneras, un jean, camisa vinotinto, saco azul y un sombrero de campesino. La jornada de ellos comienza a las siete de la mañana y va hasta las cinco de la tarde, de lunes a viernes. Blanca es la encargada de preparar el almuerzo y llevar las cuentas del cultivo: cuántos bultos se sacan y cuántos obreros trabajan. Ella y Víctor se conocieron desde pequeños, eran vecinos e iban a la misma escuela. La jornada era todo el día: estudiaban en la ma-

ñana, regresaban a almorzar y luego volvían hasta las cinco de la tarde. “Cuando íbamos a la escuela, el barro nos daba en las rodillas. Antes nacía mucha agua en el camino y tocaba descalzos”, recuerda Blanca.

Casa ubicada en la finca La Playa en Ventaquemada, donde Víctor se dedica al cultivo de papa.

Y es que vivir y trabajar en el campo colombiano no es fácil. Víctor no estudió bachillerato porque la escuela le quedaba muy lejos y no había transporte —aún no lo hay—. Además de eso, la intermediación en el proceso de venta, la desigualdad en las capacidades productivas entre pequeños, medianos y grandes productores, la tenencia de la tierra, la caída de la demanda y la pandemia son otros problemas del sector agrícola colombiano.

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—Es que al menos hubiera un subsidio, pues uno dice ‘bueno’. Pero acá no hay garantías, esto es delicado. El Estado tiene muy abandonado al campo —comenta Éber, otro campesino de la vereda y amigo de Víctor. —O al menos que los abonos fueran baratos —le responde Pedro a Éber, mientras toma un sorbo de cerveza. La tienda de la vereda queda en la finca de Pedro y allí vende gaseosas, galguerías y mucha cerveza. Allá se reúnen Víctor, Blanca, Pedro, Éber y José, un amigo de ellos, a “echar

Acá no hay garantías, esto es delicado. El Estado tiene muy abandonado al campo. Éber, campesino de Ventaquemada.

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Bogotá cuenta con 44 plazas de mercado entre públicas y privadas. En la cadena de comercialización de la papa, el mercado mayorista (Abastos, en Bogotá) constituye el principal eslabón de la estructura, y por medio de Abastos es como la papa llega a las diferentes plazas públicas. Fanny lleva en su cabeza una balaca de flores y viste un chaleco que dice ‘Distribuidora Sánchez’, lo mismo dice en el uniforme que usa Luis Sánchez, su esposo. Llevan 35 años de casados y más de 33 en ese punto de venta, un puesto bañado en tierra y abastecido con bultos de papa pastusa, sabanera, R-12, variedad, merengue, diacol, criolla, tuquerreña, única y rubí; unas encima de las otras.

Víctor y Blanca viajan cada quince días a Ventaquemada para vigilar su cultivo. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

En total se registran 44 plazas de mercado en Bogotá, entre públicas y privadas en las que se distribuye el producto ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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unas polas”. Se paran todos en la entrada de la tienda y van para la tercera ronda de cervezas. Mientras tanto, comentan entre todos que “sería bacano una ayuda del gobierno”. Con la primera cosecha en pandemia perdieron, tuvieron que salir a las carreteras a vender cargas a 30.000 pesos, cuando normalmente se venden a 120.000. —Porque la papa es un producto que se tiene que sacar sí o sí de la tierra, cuando se cumplen los cinco meses, así no haya demanda —explica Víctor, mientras se dirige a la caja para pagar la cuenta. *** En la mañana de un sábado de noviembre, Fanny Osorio se prepara para proveer bultos de papa a restaurantes, salsamentarias y clubes en el noroccidente de Bogotá. Llega temprano a la plaza del Quirigua, ubicada en la calle 90 con carrera 91, y se dirige a la sección de papas, donde queda su puesto de trabajo. Alrededor de ella hay otros 2 puestos de venta de ese tubérculo, 22 de frutas y verduras, 18 de pescado, carne y pollo, así como varios de flores, abarrotes, desechables, electrodomésticos, velas, canastas, aromáticas, alcancías, esencias y artesanías. —Soy amiga de toda la plaza, muy buena compañera —dice, mientras sus labios, pintados de un fucsia intenso, se arquean.

El 50 % de la papa que se produce en Colombia va a parar a las plazas de mercado y por eso “en las plazas se consigue todo tipo de papa”, como afirma Fanny, mientras frota sus manos contra el pantalón para limpiarlas. La mayoría de los puestos en las plazas de mercado son de tradición familiar, por lo que sus trabajadores son nuevas generaciones que tomaron las riendas del negocio familiar. “Este puesto se fue agrandando con el tiempo”, dice ella, a la vez que pesa cinco libras de papa criolla, las empaca en una bolsa verde de plástico y se las entrega a una cliente. Luis ya trabajaba ahí y, después de casarse, se la llevó para que trabajara con él. Ahora, en la bodega grande, trabaja su hijo de 21 años; cuando el papá no está, él maneja el negocio. Entre colores vivos y voces fuertes, transcurren las jornadas en la plaza del Quirigua. Huele a tierra mojada, carne cruda, hierbas y agua podrida; se respira un aire pesado. Debajo de los zapatos de los clientes hay charcos, hojas de maíz, cáscaras de cebolla, arvejas regadas y tierra, mucha tierra. Desde las siete hasta las diez de la mañana tienen plazo para organizar todos los bultos que les llegan de pedido, y cuando acaban, Fanny se alista para ir a entregar domicilios. WhatsApp y los medios de comunicación del Instituto para la Economía Social (IPES) ayudan en sus ventas. Se van en un “cacharrito” hasta los barrios Bolivia, Suba Compartir, Garcés Navas, Unir 2 y Villas de Granada; ella maneja, y


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el asistente carga y baja. Al día pueden vender, aproximadamente, 50 bultos de papa haciendo domicilios; en la plaza solo venden un par porque la gente prefiere ir a los fruver. Y aunque las ventas, según ella, no se redujeron por la pandemia, el clima sí es un factor que afecta los cultivos: las bajas temperaturas en las madrugadas y las fuertes olas de calor destruyen la siembra. Así que, si antes una libra costaba 500 pesos, ahora está en 1.000. La falta de garantías en el campo colombiano es un problema de años, y el Estado no ayuda lo suficiente a la agricultura. “Esto acá es como Crónica de una muerte anunciada: todos los años pasa lo mismo, se sabe que va a pasar y nadie hace nada”, dice Santiago, estudiante de la Universidad Minuto de Dios, que trabaja en la plaza, en el puesto de su mamá. Y aunque llegue poca —y cara— papa a Abastos, Fanny sabe que tiene que seguir trabajando con lo que tenga. *** El municipio de Cota, ubicado en Cundinamarca, tiene 26.463 habitantes, y Yoli es una de ellos.

Vive junto a su hijo ‘Santis’ en la casa de su tío, detrás de la iglesia del pueblo. Todos los días se levanta a las siete de la mañana para dejar el almuerzo hecho y, a las 9:20 toma su bicicleta y monta diez minutos hasta Yerbasanta, el restaurante donde trabaja desde hace 17 años; junto al Negro, son los empleados más antiguos. A diferencia de lo que se muestra en las películas, los cocineros de Yerbasanta no se gritan, pero, eso sí, se mueven y hablan sin parar. Se ríen, chismosean y entre ellos se piden el favor de calentar el tinto “pa’l hambre”. Yoli, además de ser la encargada de los fritos (yucas, empanadas, chicharrones, patacones, plátanos, papas), también ayuda a preparar el ajiaco y el plátano asado. Cada cinco minutos mira hacia las rejas de la ventana de la cocina —donde están las comandas puestas— para saber qué tiene que despachar. “¡Yoli, necesitamos cuatro de criollas!”, le gritan desde la parrilla. Coge dos manotadas de papa criolla dispuestas en un balde verde y las pone en la freidora. Luego de unos minutos, las saca, las coloca en una taza con papel de cocina, les hecha sal y se las pasa al Negro.

Víctor, Blanca, Éber, José y Pedro en la tienda de la vereda. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Yerbasanta se abrió en 1993. Antes era un restaurante-bar, ahora solo es un restaurante; su especialidad: la parrilla. Un poco después del mediodía, los comensales se sientan a la mesa y los platos comienzan a llegar uno tras otro: pollo, carne, pescado, morcillas, arepas y papas, muchas papas.

El puesto de Fanny es el punto de venta más grande de papa en la plaza del Quirigua.

Papa pastusa a la espera de los clientes.

Papa criolla, antes de pasar a la sartén del restaurante Yerbasanta.

En Colombia, el consumo per cápita es, en promedio, de 61 kilos de papa al año, y Yoli prepara mucha variedad: criolla, salada, salada con hogao y francesa. Todos los días se encarga de que el aceite para fritar esté en la temperatura adecuada y de que no se riegue, para no ocasionar un incendio. Al llegar, prepara el almuerzo de sus compañeros y se recarga de energía antes de que empiece el voleo. Viste un pantalón antifluido, un gorro de cocina y una chaqueta de chef, de manga corta. Mientras organiza unas empanadas para poner a freír, cuenta que su hijo, ya con 19 años, todavía no ha terminado el bachillerato: “Ese es un conchudo, yo le digo que uno tiene que estudiar para ser alguien. Santis es lo único que me queda, mi abuela se murió por un cáncer y era la persona que más amaba”. Irónicamente, de fondo se escucha cantar a algunas meseras el happy birthday a un cliente. Y junto a las meseras, en la terraza, al otro lado de la cocina, hay un hombre que viste un suéter de Hard Rock Café y un jean oscuro. Está sentado en una silla de madera con un espaldar de cuero desgastado. Mueve rítmicamente el pie izquierdo dando pequeños golpes al suelo de madera —también desgastado—. Se le aproxima Érika (la mesera) y le deja en la mitad de la mesa una orden de criollas amarillas, brillosas y listas para ser consumidas. *** Son las nueve de la mañana de un domingo en Ventaquemada. El viento sopla fuerte, el sol brilla con intensidad, las moscas zumban en los oídos, huele a tierra mojada y a estiércol. Víctor se dirige a la finca de su socio. Entra a la bodega. Hay fumigadoras tiradas en el suelo, sobres de fungicidas usados y muchos —demasiados— costales llenos de semillas.

La papa criolla es el acompañamiento más vendido en Yerbasanta.

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—Esto es siembra de familia, de tradición —dice Víctor, mientras cuenta cuántos bultos de semilla tiene para su próxima cosecha.


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Postales de un continente

que se convirtió en

Palenque

San Basilio de Palenque es mucho más que la cuna de Pambelé, el boxeador que ganó dos veces el título mundial del peso welter junior. La historia de esta población, fascinante y muchas veces desconocida, le habla a un país de olvidos sobre lo que es honrar los orígenes y vivir a la luz de la libertad de sus raíces.

Texto y fotos: Mariana Parada Triana paradamariana@javeriana.edu.co Los murales cuentan la identidad de los palenqueros.

Por las calles de San Basilio de Palenque —polvorientas, destapadas y amplias— no pasan los carros ni la brisa. La humedad se pega hasta en las pestañas, la respiración se hace pesada y da la impresión de estar viviendo en cámara lenta. Las casas, de patios grandes y puertas medio rotas, resguardan del sol despiadado a los habitantes de este corregimiento ubicado en un rincón del departamento de Bolívar. Son las ocho y media de la mañana, pero el calor es como el del mediodía. La plaza principal, ubicada junto a la entrada, está casi vacía, salvo por algunos hombres que


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Las palenqueras son reconocidas por cargar bandejas con dulces típicos y frutas en sus cabezas. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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aguardan sentados en los andenes con sus sombreros de paja y sus mochilas al hombro. Hay niños que parecen hombres: cargan tinajas y van a caballo con un sosiego muy propio de este lugar. Algunas mujeres llevan poncheras en sus cabezas para cargar alegrías de millo y miel de panela, bolas de tamarindo o maní, caballitos de papaya y canela, enyucados con coco, queso y anís, y cocadas. La iglesia, que permanece cerrada, está ahí, inmutable, como un recordatorio permanente de la imposición de la religión católica a los ancestros palenqueros. Porque aquí, en este pequeño lugar, hay una historia ancestral que empezó más de 200 años antes de que Colombia consiguiera su independencia, cuando Benkos Biohó ya daba los primeros pasos hacia la libertad junto a otros negros traídos de África a comienzos del siglo XVI. En ese entonces, las aguas del río Magdalena eran el canal que permitía el tránsito de las embarca-

ciones cargadas de esclavos que habían sido capturados y vendidos para servir a españoles radicados en el Nuevo Mundo. Un buen día, el barco en el que Benkos se dirigía hacia su aparentemente irremediable destino, naufragó. Entonces él y otros escaparon hacia esta porción de territorio a la cual llamaron Palenque. En una región montañosa de la provincia de Mahates, se reunieron y diseñaron planes para liberar a otros esclavos de Cartagena y de las embarcaciones que llegaban. San Basilio de Palenque es el nombre con el cual, años después de su conformación, fue rebautizado por los españoles en un intento —casi inútil— de reafirmar su poder. En 1603 se firmó la capitulación de paz entre cimarrones y españoles, pero no bastó para que cesaran los intentos de convertirlos en algo que no eran. En 1713, la Corona de España emitió el Decreto Real declarando aquel palenque libre de esclavitud, pero antes había obligado a sus habitantes


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a aceptar tradiciones muy ajenas a ellos y a sus raíces africanas. Una de las formas en que lo hicieron fue obligándolos a practicar la religión católica y a rezarles a san Basilio, a la Virgen y a Jesús de Nazareth, por supuesto. —Nosotros practicamos algo que se llama el sincretismo. Rezamos a lo católico para no ser castigados. Eso significa que les rezamos a dioses como el propio san Basilio, pero en el fondo les estamos rezando a nuestros dioses africanos: Shangó, Yemayá y otros —explica una palenquera, mientras descarga en el piso su nevera de icopor, en la que mantiene congelados los bolis de corozo y guanábana que vende por los alrededores de la plaza. Todo aquí es una mezcla entre lo que debería haber sido y lo que fue. Su lengua bantú —una mezcla de francés, español, portugués, inglés y lenguas africanas— ha sido relegada, pues los adultos poco la utilizan, aunque los más jóvenes la aprenden en el colegio y la practican a diario. *** John se agota en un metro sesenta. Tiene la nariz chata y ancha, africana. Sus labios son del mismo tono de su piel, casi imperceptibles pero hinchados. Los ojos, oscuros, sonríen casi tanto como su boca y las cejas son robustas y pobladas, apenas se asoman algunas canas en ellas. Lleva un sombrero alto de paja, una camisa azul y una mochila tejida con la bandera de Colombia. Su pelo está hecho una mata de rastas pequeñas que se salen del sombrero. Las manos, grandes y peludas, se mueven mucho mientras me deja conocer su voz, que es gruesa y medio ronca. Habla rápido y cuesta entenderle, pero cuando habla de su tierra da la impresión de escuchar a un adolescente enamorado. Ya no es un adolescente, tiene 37 años, pero Palenque es, sin duda, su gran amor. Quería, desde joven, enseñarle al mundo las maravillas de este rincón africano rodeado de montañas, y por eso estudió una licenciatura en etnoeducación, ciencias sociales y cultura en la Universidad de La Guajira, y se convirtió en guía turístico.

rincón de África en Colombia. Habla mientras recorremos las calles y pasamos al frente de las viviendas con tejados de paja y paredes a medio pintar. El pueblo pasa ante nuestros ojos, está lleno de murales que reflejan la identidad afro que cargan los palenqueros consigo desde que llegan al mundo. Hay un mural azul que enseña jeroglíficos africanos. En un costado, la cara de una mujer cuyo ojo derecho ha sido carcomido por la humedad y los insectos y, junto a ella, en letras grandes de colores que parecen salirse de la superficie, se lee: “Somos hijas de la fuerza cimarrona”. —A nosotros nos decían “cimarrones” los españoles como una ofensa, porque cimarrón es lo salvaje, lo silvestre. Pero a nosotros esta palabra nos liberta, nos dignifica, nos da identidad, porque somos el pueblo que se les voló a los españoles. Por eso le debemos tanto como comunidad al señor Benkos, él es nuestro libertador —explica con orgullo John, el enamorado. Benkos Biohó se escapó con 40 o 50 esclavos más traídos directamente del África y fundó lo que hoy es San Basilio de Palenque, pero también otros pueblos, como Palenque de la Matu-

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Palenque ganó el premio Gourmand con el libro Kumina ri Palenge pa tó paraje (Cocina palenquera para el mundo) en la feria Beijing World Cookbook de 2014, entre 187 países participantes ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Los españoles trataron de imponer la religión católica a los palenqueros.

Caminamos y, después de un rato y unas cuantas carcajadas, dice que estamos en un

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A John le apasiona enseñarle al mundo qué es San Basilio de Palenque. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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na. Sin embargo, la mayoría de estas comunidades no sobrevivió al abuso de los llamados colonizadores, y desaparecieron. A Benkos lo mataron los españoles. Le dijeron que querían iniciar negociaciones y lo engañaron. Al autoproclamado rey del Arcabuco, lo ahorcaron en la plaza pública de Cartagena de Indias a la luz del día. Lo hicieron como una advertencia, pensaron que eso iba a desarticular al pueblo cimarrón, pero se equivocaron: los seguidores del libertador negro se alzaron en contra de la tiranía de los verdaderos salvajes. Quizá por eso, por esa historia de lucha, la solidaridad y el sentimiento de fuerza colectiva se practican desde entonces en Palenque. Se protegen entre ellos. Para eso tienen los grupos conformados por miembros de la comunidad de la misma edad, llamados “kuagro”. Y los kuagros son la base de la organización social de esta comunidad, por lo que ser miembro de un kuagro genera lazos infranqueables con los

otros miembros del grupo y pone en práctica la solidaridad que profesan: comparten labores y desafíos. Si perteneces a un kuagro, perteneces para siempre. Se terminan cuando muere el último integrante y una vez creado ya no puede haber nadie más adentro. Todo el mundo tiene un kuagro, algunos tienen nombres espirituales, profundos. Otros, son nombres graciosos, como el de John, que se llama Los Belicosos y es una manera de nombrar el espíritu de rebeldía y desorden que sienten a menudo los chicos cuando están en entre los doce y los trece años. —¿Cómo se llama tu kuagro? —le pregunto con curiosidad a Teresa, que lleva un rato mirándome desde su puesto de artesanías. —Kombilesa mi, Mis Amigos —responde pausadamente, como si recitara el poema más corto del mundo. ***


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La medicina en Palenque es valorada desde lo religioso y espiritual. A un costado de la plaza, junto a la iglesia, hay un centro de salud cuyas paredes blancas tienen en letras azules una frase en lengua bantú: “Makaneo lo ke ten ke ase mekiro / Posá ri merisina” (Trabajo el que tiene que hacer el médico / Casa de la Medicina). Algunas personas acuden a los métodos convencionales que les ofrece este puesto, pero todos asisten al centro de medicina tradicional, ubicado en la mitad de una manzana de casas, con una entrada angosta que da paso a unas escaleras improvisadas con piedras. En la mitad del camino, entre el patio y la puerta, hay un palo alto que hace las veces de valla publicitaria, en la punta hay una tabla de madera que informa algunas de las medicinas que emplean los chamanes: yebbalimó, santaklar asé só y torongí son las que encabezan la lista.

La medicina ancestral sigue vigente en la comunidad y es más empleada que la medicina occidental.

El lugar es una choza pequeña con cuatro sillas descoloridas —la sala de espera de los pacientes—. Al frente, sobre una tabla que está empotrada a un muro de caña, se encuentran los suministros médicos de los chamanes, conformados principalmente por plantas y algunas botellas de gaseosa que fueron reutilizadas para almacenar los milagrosos menjurjes africanos y que, dicen, son capaces de quitar dolencias, malestares y enfermedades de mayor complejidad. *** Las manos de Teodora son fuertes, sus dedos abultados pican y rebanan alimentos con una naturalidad que estremece. Cocina desde los doce años y no sabe de otra cosa más que de gastronomía palenquera. Como lo dice su camiseta, “cocina desde la raíz”. Luego, con mucha menos emoción que la que tiene para hablar de plátanos topochos y arroces marinados, cuenta que tiene seis hijos. Mientras tanto, sumerge los alimentos en un tazón cuya agua ya se tornó ocre por la tierra y, un momento después, los retira y los pone en otro recipiente. Sobre el mesón hay pimentones, zanahorias, plátanos, ñames, tomates, cebollas, ajos y algunos trozos de carne. Está preparando un zambapalo, que significa sancocho en lengua bantú. Los platos tradicionales de Palenque son propios de la cocina colombiana, pero

La medicina de los ancestros africanos se basa en el uso de plantas.

La organización social en Palenque se da mediante redes familiares y kuagros.

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En Palenque la gente disfruta de la familia. Se sientan afuera de sus casas a mirar a la nada, a ver a los niños bailar champeta y ritmos africanos y a hablar sobre las mismas cosas todos los días. Pasamos por una calle de casas distintas a las tradicionales. Están terminadas y no tienen techos de paja, se parecen más a las casas convencionales. —El barrio chino —me dice John.

Las mujeres palenqueras hacen las labores de cocinar y vender los alimentos. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Los palenqueros creen en el retorno, no en la reencarnación. Cuando alguna muerte ocurre, la celebran durante nueve días y nueve noches ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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tienen, como todo en este lugar, una esencia africana muy particular puesta en todo lo que tocan o dicen: mantienen la práctica de la agricultura extensiva propia del continente africano y todo lo que comen lo han cultivado y labrado ellos mismos. Para los palenqueros, al igual que para los africanos, la comida es uno de los centros de las emociones y el cuerpo, y a eso se debe su dedicación en la cosecha de los alimentos. Y ese sabor tan propio ya ha sido reconocido, pues en el 2014 Palenque ganó el premio Gourmand con el libro Kumina ri Palenge pa tó paraje (Cocina palenquera para el mundo) en la feria Beijing World Cookbook, compitiendo entre 187 países participantes. De 37 manos cimarronas nació una recopilación de recetas y técnicas propias de su gastronomía. Mientras Teodora me cuenta la travesía de sus compañeros en ese país tan lejano (China), tan diferente, yo saboreo unos patacones topochos característicos de esta región. Por fuera son iguales a unos plátanos convencionales, pero su interior es una suerte de yuca que sabe a plátano. Huele a tierra húmeda y a ajo. El humo se desprende de la olla de acero que cuece el fondo de vegetales y mi nariz se inunda de un olor avinagrado y familiar, un olor ahumado. ***

Aquí viven, como en su propia comunidad, las familias conformadas por negros e indígenas. Los niños, zambos, tienen la nariz ligeramente más alargada y estrecha, los pómulos pronunciados, las cejas pobladas y la piel negra. Sus mamás les piden que entren a la casa, mientras que me miran pasar con desconfianza, con recelo de la cámara que estoy por usar. La apago, sigo caminando y pienso en el otro barrio chino que existe, en el más reconocido; en que este es otro mundo. *** El cementerio es un matorral abandonado con varias fosas ya desgastadas por el sol. Algunas tienen cruces hechas de madera, otras están hechas en baldosín blanco y todas están rayadas con los nombres de los difuntos en los costados. En el piso hay envolturas de paquetes de papas y cajas de jugo. Una de las tumbas tiene unas flores artificiales con un tarro de pintura a manera de jarrón. —Aquí está sepultada mi prima, y arriba, mi bisabuela —dice John mirando fijamente los nombres que fueron escritos sobre el cemento fresco y en letras mayúsculas. Acaricia las hendiduras de la superficie con los dedos como si se tratara de un cristal. Se queda en silencio. El lumbalú es un canto fúnebre propio de esta cultura. Se hace para que el alma pueda irse al Más Allá, y eso queda en África; John aclara que, sobre todo, en el Congo y en Angola, porque las canciones de los ritos mencionan estas regiones. Los palenqueros creen en el retorno, no en la reencarnación. Cuando alguna muerte ocurre, la celebran durante nueve días y nueve noches. La ceremonia es sublime y el velorio no empieza hasta que el ataúd sale de la casa en la


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que vivía la persona que está por partir hacia el Congo o hacia Angola, seguramente. En la última noche de celebración se hacen juegos y cantos de velorio diferentes a los del lumbalú. En la noche, las personas allegadas salen a recorrer las calles o zonas que frecuentaba el muerto mientras golpean granos de arroz con un mazo de madera muy pesado acompañado de un canto. A eso se le denomina pilar el arroz, y se pila siempre en un recipiente hondo de madera. John empieza a cantar con una melancolía que ha estado guardando:

A pila’ el arroz lloro yo, Santo el día lloro yo. El que lo pilaba se acabó, Santo el día lloro yo

Esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra no es mía, esta tierra es de la nación. —No todo es Cartagena —me dirá después José de Jesús, un hombre treintón que absorbe estruendosamente un boli de corozo mientras miramos un mural de palabras palenqueras que está junto a la plaza. Hay también una puerta de lata, una mitad amarilla y la otra azul, que deja ver una frase escrita con pintura en aerosol: “Suto ma black sendá beautiful”. —“Nosotros los negros somos hermosos” —me traduce José.

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Y vuelve a empezar. Respira. Se quita el sombrero, se limpia el sudor de la frente y se rasca los ojos para decir que no sabe cantar, que mejor vayamos a ver al maestro Cassiani. *** Sexteto Tabalá es una agrupación que ha sobrevivido durante cinco generaciones. Fue conformada en 1930 por la influencia musical de unos cubanos que llegaron a trabajar en una azucarera de Bolívar y les enseñaron a los palenqueros que con la percusión podían apropiarse mucho más de ritmos como la puya, el son y el mapalé. Hicieron tambores de madera, maracas, claves y el instrumento estrella del sexteto: la marimbula, una caja de resonancia que sostiene en el frente siete u ocho placas de metal que deben ser empujadas hacia atrás para producir un sonido que da la impresión de ser vacilante. Las canciones del sexteto hablan sobre “rumba, pollito y cacao”, pero también del dolor que padecen las regiones marginadas como Palenque a la sombra de las desigualdades y el conflicto armado que los ha amedrantado en más de una oportunidad. El maestro Rafael Cassiani canta acompañado de una marimbula en el patio trasero de su casa. Dice, al ritmo de la música, que llegó la reforma agraria “como una cosa infinita” y repite varias veces un coro cansado por la realidad que carga, igual de cansado a sus manos, arrugadas, que empujan con resignación las láminas de metal hacia atrás:

Uno de los instrumentos característicos de la música palenquera es la marimbula.

En Palenque se realiza un canto fúnebre llamado lumbalú.

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Pajareando

por la ciudad

Bogotá es un gran lugar para avistar aves, pues en la ciudad viven decenas de especies nativas y llegan otras muchas migratorias. Por esa razón se ha convertido en un espacio para ‘pajarear’, una actividad en la que no solo se observa, sino que se construye comunión con la naturaleza y se hace ciencia. Texto: Carolina López Mantilla lopezmcarolina@javeriana.edu.co

Jorge Ayarza enfoca sus binoculares en Funza. Foto: Carolina López.

Omar López, un entusiasta de las aves, da solo unos pasos hacia adelante y luego para. Su mano izquierda se extiende delicadamente hacia atrás, y nos indica que debemos hacer silencio. Viste sudadera azul, camisa roja y chaqueta de camuflaje. Su mano vuelve a bajar, se adelanta unos pasos más, siempre con la mirada hacia arriba: está buscando entre los árboles a la criatura cuyo canto le pareció reconocer. Son esos momentos de callada excitación los que caracterizan las mañanas de los pajareros, quienes se dedican a la observación de aves por gusto o por profesión.

Según la revista científica Conservación Colombiana, de la Fundación Proaves, en Colombia hay más de 1.900 especies de aves registradas, lo cual convierte a nuestro país en uno de los más biodiversos del mundo. Por si fuera poco, Bogotá es considerada una de las capitales con mayor diversidad, pues es hogar de 188 especies, de las cuales

Copetón, Zonotrichia capensis. Foto: Omar López.


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cuatro son endémicas. Algunas de las aves que se pueden ver con facilidad en el casco urbano son las diferentes tinguas, copetones, patos turrios, monjitas bogotanas, mirlas, búhos y gavilanes. En cuanto a las especies migratorias, se han visto en tránsito el tirano norteño, la reinita estriada, la reinita gorginaranja, la candelita norteña y el pibí oriental, entre otras. Se puede decir que esta ciudad es un paraíso para los observadores, pero a las aves hay que encontrarlas. La jornada se inicia con los primeros rayos del sol, entre las 6:00 y las 6:30 de la mañana, pues es el momento de mayor actividad de estos animales. Por ello, a esa hora estoy a las puertas del humedal Santa María del Lago, en la localidad de Engativá. Me encuentro con cuatro miembros de la Comunidad de Observadores de Aves y Naturaleza (COAN), quienes realizan salidas frecuentes a los parques naturales de Bogotá. Ninguno de ellos es profesional en biología, son solo entusiastas del mundo natural que han aprendido de ciencia con cada salida. Cruzar las puertas del parque es llegar a un pequeño refugio dentro de una gran ciudad; las ramas de los altos árboles acogen y hacen lo posible para tapar las visiones de los edificios aledaños. Cuando se mira hacia arriba solo se ven hojas y, entre ellas, se asoma con sutileza el sol mañanero. Se respira mejor, el aire es puro y frío. Pero la ilusión que crea este oasis es interrumpida por el fuerte ruido de los aviones que sobrevuelan la zona, recordándonos que Santa María del Lago no es más que una pequeña isla y la ciudad es el mar.

utilizan los informes suministrados por personas de todo el mundo para monitorear las migraciones de las especies. “Es una forma de proporcionar datos desde los lugares, para que los que saben hagan sus investigaciones”. Con estos datos, los científicos pueden dar cuenta de la cantidad y del tipo de individuos que recorren el continente, así como de la época del año en que lo hacen, para establecer variaciones en los patrones de migración. De esta forma, se pueden estudiar los efectos que tienen factores como el cambio climático en el comportamiento de estos animales. Mientras Omar habla, las aves inician sus cantos; una de ellas hace un chip-chip insistente. Sin mirar a otro lado más que a su celular, el pajarero me explica que ese sonido repetitivo lo hace un colibrí chillón o Colibri coruscans. Él, un contador público que nunca ha tenido educación formal en ornitología, ha aprendido a diferenciar los cantos de decenas de aves, sus nombres comunes y científicos e, incluso, a identificar el sonido del revoloteo de algunas especies. “Curiosamente la observación de aves arranca con los oídos, no con la vista”, me explica.

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Izquierda: Tingua azul, Porphyrio martinica. Foto: Omar López. Derecha: Monjita bogotana, Chrysomus icterocephalu. Foto: Omar López.

“Gran parte de nuestro trabajo es poner información en una aplicación”, dice Omar, mientras saca su celular. Me cuenta que en cada observación sube datos sobre las aves —qué especies hay, el número aproximado de individuos y el momento del año en el que se los encuentra, etc.— a una plataforma llamada eBird. Esta información queda en una base de datos de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, donde especialistas en ornitología

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Izquierda: Garcita rayada, Butorides striata. Foto: Omar López. Derecha: Tingua de pico amarillo, Fulica americana. Foto: Omar López.

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Omar se convirtió en pajarero por su amor por la fotografía. Desde muy joven se ha interesado en retratar la naturaleza, en especial las aves y los insectos. Así, desde el 2017 empezó a hacer avistamiento de aves regularmente, por sí mismo, hasta que un día se encontró a algunos miembros de la COAN haciendo un ejercicio similar. “Los vi con binoculares, vestidos así, de colores oscuros, pajareando, y desde ahí salgo con ellos”. Ahora, nuevos cantos se suman. Frecuentemente se escuchan los copetones o Zonotrichia capensis, que son, a ojos de Omar, unas aves hermosas. Son pequeñas, de cuello café y tienen unas líneas negras que atraviesan su cabeza. Pero la importancia de esta ave va más allá de su belleza, pues es una especie insignia de Bogotá y de toda la Sabana. Para Édgar Rodríguez, miembro fundador de la COAN, es una de las especies que mejor representan la biodiversidad de la ciudad: “los copetones y las monjitas bogotanas, pero diría que sobre todo los copetones son muy típicos de acá”. Otra especie frecuente en los humedales es la tingua, especialmente la tingua de pico amarillo (Fulica americana), que nos encontramos repetidamente en el camino. Pero fue la tingua azul (Porphyrio martinica) la que captó mi atención: cuando son jóvenes son oscuras y sus cuellos tienen atisbos de azul, pero al llegar a la adultez toman un fuerte azul rey

que desde lejos parece brillar. Esta es una especie migratoria local, pues viene de los Llanos Orientales cuando allí hay épocas de sequía, y se asienta en algunas zonas del país como la capital. “Son animales bastante frágiles y nosotros hemos devastado su territorio, pues Bogotá ahora solo cuenta con el 5 % de los humedales que solía tener. Entonces, cuando llegan no encuentran su humedal, sino un edificio”, afirma Omar. Esto es peligroso para las tinguas porque al no encontrar un terreno donde conseguir comida, gastan más energía buscándola, lo que puede resultar en su muerte, ya sea por hambre o siendo víctimas de perros, gatos o autos. Una vez más, lo que era un coro de cantos se ve interrumpido por el ruido de las aves de hierro. Los aviones pasan sobre el humedal en intervalos de cinco a siete minutos, perturbando a la fauna y a cualquier persona en búsqueda de escapismo. Además, en las fronteras del parque se escucha el estridente ruido de camiones, perros y personas del sector. Toda esta contaminación sonora ahuyenta a las aves, que se ven y escuchan menos a medida que pasan las horas. Nos acercamos a un mirador del cuerpo de agua y, dirigiéndome a Édgar, le pregunto cuál es para él el mayor atractivo de las jornadas de observación. Él me sonríe y abre los brazos: “Esto”, me dice señalando los árboles


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y el agua. Para él es más que ver solo aves, es estar en cercanía con la naturaleza y aprender de ella. Así, los pájaros son una invitación a ser parte de algo mucho más grande, que incluye el trabajo con niños y la concientización sobre el medioambiente. “Es enseñarlos a que el agua no sale de la llave solo porque la abren, sino que hay todo un proceso detrás, y para tenerla, debemos cuidar todo esto”. Omar tiene una visión similar, pero para él la fotografía toma un valor esencial, pues gracias a ella las personas pueden acercarse a las aves, a ver sus colores, su belleza. Él considera que cuando otros ven las imágenes, se puede crear una cercanía, un sentido de pertenencia que invita a la comunidad a informarse sobre lo que son, y lo que pueden hacer para cuidarlas.

Las aves como profesión El avistamiento es para la COAN una pasión, pero es ajena a sus trabajos. Hay pocas personas con suerte, como Jorge Ayarza, biólogo de profesión, quien por trabajo hace avistamiento de aves todos los días. “A mí me pagan por ver bichos”, dice, y por ello, se considera muy afortunado. Él tiene dos empleos: trabaja para la Secretaría Distrital del Ambiente y para la Aeronáutica Civil. En su segundo trabajo se alista desde temprano, pues todos los días debe estar alrededor de las seis de la mañana en el punto de observación que le sea asignado. Las locaciones varían todos los días.

Así, Jorge toma sus binoculares y apunta al cielo, hace aproximaciones del número de individuos que encuentra y los anota en su celular. El proceso se repite cada pocos minutos. Su rostro se ve relajado, en paz; ya es costumbre, pero se nota en sus ojos que la rutina no lo deja de maravillar. Para él, estar al aire libre, con el frío de la mañana y vigilando a aquellas carismáticas criaturas, es mucho mejor que un trabajo de oficina. “También está el elemento de contemplación”, dice. Y es que al pasar las horas los pájaros eran un tema de conversación más, no el tema central, pues pajareando se puede hablar de viajes, de la vida, la muerte y de los últimos deseos. De esta forma, cuando aparece un halcón en la cima de un árbol o las tinguas de pico amarillo se reúnen a nadar, el panorama es incluso más sorprendente y mágico. Pajarear es mucho más que la simple observación de las aves; es el aire frío, la humedad, los primeros rayos de luz y la buena compañía. Quienes se hacen llamar pajareros siempre tendrán en común la idea de que la observación es solo una parte, pues todo se encamina a la construcción de un sentido de comunión con la naturaleza. Aunque eso no significa que las aves en sí no sean lo suficientemente atractivas; al contrario, son los seres que nos invitan a este mundo.

La Comunidad de Observadores de Aves Naturaleza (COAN), realiza salidas frecuentes a los parques naturales de Bogotá. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Izquierda: Colibrí Chillón, Colbri caruscans. Foto: Omar López. Derecha: Coquito,

Phimosus infuscatus Foto: Jorge Ayarza

A las 5:20 a. m. ya se encuentra listo para dirigirse al humedal Gualí, en Funza. El recorrido no toma mucho más de una hora, pues al llegar la luz de la mañana aún pinta el cielo de tímidos rosados. Esta es una zona protegida, pero algunos miembros de la comunidad dejan basura en el territorio o, incluso, maquinaria. El trabajo de Jorge es relativamente simple: debe anotar un aproximado de la cantidad de aves que sobrevuelan las zonas aledañas al aeropuerto, así como su especie y la altura a la que se desplazan. Todo esto se ingresa después a una base de datos de la Aeronáutica, con el fin de monitorear los movimientos de las aves entre humedales y así evitar accidentes en el aeropuerto que involucren a los animales.

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Viajeros en la

academia Desde diversos rincones del mundo llegan a Bogotá muchos jóvenes en intercambio universitario, y aquello que comienza como una experiencia académica termina siendo una inmersión en la cultura colombiana. Vivir la experiencia en Colombia, les ha permitido a muchos de ellos no solo la posibilidad de complementar sus estudios, sino también la de conocer un país que con frecuencia los sorprende. Conversamos con algunos de estos estudiantes sobre sus experiencias en nuestro país. Texto: Juan Sebastián Villamarín Rodríguez Juan_villamarin@javeriana.edu.co Fotos: Natalia Ortega y Juan Sebastián Villamarín Rodríguez


Migrantes

“Estoy viviendo una experiencia que no viví el año anterior” Sergio Alejandro Terrazas Chipani tiene 21 años, viene de Cochabamba (Bolivia) y, aunque está en octavo semestre de comunicación social, su sueño es ser músico. A su corta edad, tiene ya tres sencillos en Spotify que cuentan con más de 9.000 reproducciones. Llegó a Bogotá el semestre pasado, pero solo hasta ahora empezó a disfrutar realmente del intercambio. “Este semestre estoy viviendo la experiencia que no viví el año anterior. La presencialidad y las actividades del grupo de intercambio me hacen sentir más a gusto con la experiencia”, dice Sergio. El único problema que le ve Sergio a haber venido a Bogotá es tener que alejarse de sus familiares y seres más allegados. “Yo soy una persona amorosa y en ocasiones extraño mucho a mi familia porque soy así, amoroso. Mis padres y hermanos son parte fundamental de mi vida y soy muy apegado a ellos”, cuenta el boliviano. Sergio ya conoce otras partes de Colombia, entre las que destaca Cartagena, y está ansioso por seguir viajando. En su itinerario está visitar el Eje Cafetero en las próximas semanas, ir a Medellín y disfrutar al máximo los meses que le quedan de intercambio.

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“En Alemania el perreo no existe”

Lea Marie Juliette Trendelenburg llegó de Berlín (Alemania) hace mes y medio, seducida por toda la información que encontró acerca de Colombia en internet. “Cuando me metí a buscar un poco más de cómo es el país, descubrí que tiene muchos paisajes bonitos, gastronomía muy amplia y distintos ambientes. Y todo lo vi por Google Maps”, cuenta la alemana. A sus 22 años, está cursando los últimos semestres de medicina y es la primera vez que experimenta un intercambio. En el poco tiempo de su estadía en Bogotá, Lea se ha llevado una buena imagen. Antes de llegar a Colombia, le hicieron una advertencia: “Es un país muy peligroso en el que matan mucha gente en las calles”. Sin embargo, ese temor se quedó en Berlín. “La gente en Colombia es muy amable y sencilla. Ese miedo que le impregnan a uno es falso”, dice Lea. Hay costumbres que todavía chocan con las de Lea. Recuerda la primera vez que fue a una fiesta y lo extraño que le pareció la forma en la que los jóvenes bailan, pues para los alemanes el “perreo” no existe.

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Migrantes

“Los colombianos son de mente abierta”

Para Clara Rubau, la forma en la que se enseña en la Javeriana es mucho más cautivante que la de su universidad en Francia, país del que proviene y donde estudia ciencias políticas. “Lo que más llama la atención es la diferencia de pedagogía. Es mucho más interactiva en la Javeriana que en mi facultad y en todas las facultades francesas. En Francia, la mayoría de las clases se hacen en auditorios —aulas magnas— de 100 hasta 500 estudiantes”, afirma. Clara piensa que Colombia no es un país tan conservador, y eso le gusta. Para ella, la libertad se hace evidente en todas partes. Por ejemplo, piensa que es muy extraño que la gente llegue media hora tarde a clase o que se vayan cuando quieran. “Los colombianos son muy hospitalarios, alegres, todo el tiempo dispuestos a ir de fiesta, disfrutar de la vida, de momentos entre amigos y de cosas simples. No pierden su tiempo lamentándose como los franceses. Además, son más de mente abierta de que lo que pensaba. Hay tantas cosas que visitar y aprender”, dice Clara. Colombia es un gran país para Clara y el estar viviendo este intercambio es un momento interesante para su vida personal y académica: “¡Por supuesto! Es una experiencia increíble”, dice ella, emocionada con todo lo que le ofrecen el país y la universidad.

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“Es una oportunidad tanto en lo profesional como en lo personal” A Frida Dayana Gutiérrez Rodríguez le gusta viajar, leer y compartir el tiempo con muchas otras personas que también están haciendo intercambio para aprender sobre ellos y sus países. Viene de Ciudad de México, donde estudia actuaría en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Esta mexicana de 22 años encuentra varias diferencias entre la Javeriana y la UNAM; algunas han hecho de su experiencia una más grata y otras la conducen a extrañar su universidad. “La infraestructura de la Javeriana es más moderna”, dice Frida. Sin embargo, señala que en México hay una biblioteca en cada facultad y aquí no. Para Frida sus días en Bogotá han sido muy cómodos. “La gente es muy cálida en Colombia, me ha parecido superchévere. No he salido de Bogotá, pero espero pronto conocer más lugares del país y también que la gente sea igual de amable en todo lado”. Aquí se siente como en casa: “La cultura colombiana me gusta mucho, es una de las razones por las que vine acá, porque se parece en muchos aspectos a mi país”. Frida reconoce que ha gozado de su experiencia y le gustaría que otros jóvenes también la vivieran. “Le recomendaría, sin lugar a dudas, a alguien de mi país que viniera a la Javeriana. En este mes y medio en el que he estado aquí la he pasado increíble. Es una oportunidad que abre muchas puertas tanto en lo profesional como en lo personal porque aprendes de otra cultura”.


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Colombia en la plaza En las plazas de mercado no solo se compran los productos que vienen de las manos campesinas de todo nuestro territorio, sino que también se encuentran los platos y los sabores del país. Recorrimos cinco restaurantes ubicados en distintas plazas de Bogotá para probar esta increíble variedad culinaria. Texto y fotos: Kevin Santiago Pérez Ruge kevinsperez@javeriana.edu.co

Lechonería Doña Rosalba Plaza de mercado de Paloquemao

Av. Ciudad de Lima # 25-04, puesto 180-136 La Lechonería Doña Rosalba tiene más de 50 años en esta plaza y es una de las más apetecidas por los visitantes. Mary Palma, la sobrina de doña Rosalba, y quien atiende el lugar, afirma que, además de la lechona, el fuerte también es el tamal tolimense, hecho a base de arroz, carne, tocino, zanahoria y pollo. La lechona en este lugar se compone de carne de cerdo adobada, arroz y arveja amarilla, y es una auténtica delicia. Sus precios van desde $6.000 la lechona y desde $3.000 el tamal. Además del puesto, cuentan con una fábrica en el barrio Tabora, donde se desarrolla el proceso de “hechura” de la lechona, que toma alrededor de ocho horas en cocción. Allí aún trabaja doña Rosalba. La venta de cojines completos de lechona se realiza por encargo. Venden el tamal y la lechona por aparte o en combo, lo que el cliente desee.


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Izquierda: Miguel en Ceviche Atómico. Derecha: Nicolasa Burgos cuenta que tuvo que esperar 5 años para acceder a ese puesto, pues la plaza de La Concordia estaba en remodelación. La bandeja paisa es el plato por excelencia en este lugar.

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Ceviche Atómico

La Cocina de Nicolasa

Plaza de mercado de La Perseverancia

Plaza de mercado de La Concordia

Carrera 5 # 30A-30, local 37

Calle 12C #1-40, local 43

“En Ceviche Atómico somos Pacífico”, dice Miguel Ángel Abadía, un hombre oriundo de Quibdó, Chocó, y el orgulloso propietario de este lugar en la plaza de La Perseverancia. “Aquí tenemos una oferta de arroces, cazuelas y ceviches. Todos con sabor y sazón pacífico chocoano”.

A pesar de que el puesto en esta plaza lleva menos de un año, el restaurante tiene una experiencia de catorce años y antes estaba ubicado en el mismo barrio, La Candelaria. Hay dos especialidades: la bandeja paisa y el ajiaco, debido a que Nicolasa Burgos, la dueña del lugar, viene de Medellín y su esposo es bogotano.

Miguel cuenta que hace parte —y además es fundador— del Laboratorio de Cocina Experimental del Pacífico, un lugar dedicado a la investigación, experimentación y divulgación del patrimonio gastronómico afrocolombiano. Y ese lugar está ubicado en el mismo puesto del Ceviche Atómico en La Perseverancia y cuenta con la participación de varios cocineros, entre ellos Eduardo Martínez, del restaurante Mini-Mal.

Además, ofrece comida de otras regiones, como cazuela de mariscos, del Pacífico; amarillo a la monseñor, una cazuela de pescado del Llano, y patarasca de pirarucú, un pescado a la parrilla con vegetales, del Amazonas.

Aquí hay una buena variedad de platos, todos muy sabrosos, pero es altamente recomendable el arroz chocoano, que tiene un costo de $30.000. Está compuesto de verduras, longaniza chocoana ahumada y camarones. Viene acompañado de aguacate, patacón, pesto de cilantro cimarrón y salsa de ají dulce. Adicionalmente, se sirve con limonada de yerbabuena o con la bebida que desee el cliente.

La bandeja paisa se sirve con todo y cuesta $22.000. Tiene arroz blanco, morcilla, carne molida, plátano maduro, aguacate, chicharrón, huevo frito y, por supuesto, no puede faltar lo más importante, los fríjoles. Además, viene acompañada con un vaso de limonada de yerbabuena que complementa muy bien el plato.


Migrantes

Piqueteadero Doña Segunda

Buffet de las Frutas

Plaza de mercado del Doce de Octubre

Plaza de mercado del Restrepo

Carrera 51 # 72-13, local 37

Carrera 19 # 18-51 Sur, locales 465 y 464

Este lugar cuenta con más de 60 años de experiencia. Actualmente el local está a cargo de los hijos de doña Segunda Fonseca, entre ellos, Rosa y Miguel, mientras que la fundadora (de origen boyacense), debido a sus 85 años edad, ahora prefiere permanecer en una silla al lado del local desde donde se dedica a observar y despachar pedidos.

Luzmila Ruiz cuenta que lleva en la plaza del Restrepo casi 28 años y que en su local hay variedad tanto de jugos como de ensaladas de frutas, pues este lugar es conocido por su diversidad.

Según los clientes del lugar, esta es la mejor fritanga de Bogotá, y conserva todas las cualidades de este plato boyacense. Y la fama de este piqueteadero es tal, que ha sido visitado por muchas figuras de la vida nacional y se ha convertido en un referente gastronómico de la ciudad.

Uno de los jugos más pedidos es el de “berraquillo”, que se prepara con una fruta del Pacífico conocida como borojó, azúcar y leche. Tiene un costo de $15.000 y se sirve todo licuado con ostras, cola granulada, Vitacerebrina y Meromacho. Estos dos últimos funcionan como aditamentos que, según Luzmila, las personas piden mucho para la salud tanto física como sexual.

Izquierda: El piqueteadero Doña Segunda se ha convertido en un auténtico clásico y muchos aseguran que aquí se encuentra la mejor fritanga de Bogotá. Derecha: Luzmila es dueña de dos locales, uno frente al otro, pero que sirven los mismos productos. El jugo de “berraquillo” se acompaña con distintas vitaminas y una galleta salada.

Una de las picadas más sencillas cuesta $30.000 y tiene papa criolla, morcilla, chorizo, plátano, bofe y ají. Sin embargo, se puede armar como el cliente desee. Además, hay gallina en distintos tamaños y adiciones como longaniza, hígado y corazón.

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Cronista en tránsito Periodista independiente, cronista, autor y editor, Juan Miguel Álvarez ha recorrido Colombia buscando historias en cada rincón y, ahora, en su más reciente libro, Lugar de tránsito, recopila el resultado de 14 años de trabajo. Texto: Laura Valentina Calvo Martínez calvom.lvalentina@javeriana.edu.co Fotos: Víctor Galeano Juan Miguel nació en Bogotá en 1977 y ha vivido en varias de las ciudades principales de Colombia: Bogotá, Cali, Medellín y Pereira, lugar donde reside actualmente. Es comunicador social de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, ha sido galardonado en dos ocasiones con el premio Simón Bolívar de periodismo y ha publicado tres

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libros: Balas por encargo, Verde tierra calcinada y Lugar de tránsito. También es editor de contenido en Baudó Agencia Pública, un medio independiente y digital que fue fundado en 2017 por Víctor Galeano y su esposa, Laura Sofía Mejía, con el fin de cubrir periodísticamente temas relacionados con medio ambiente, memoria y género. Juan Miguel es todo eso y más: es un cronista comprometido, que se ha abierto camino contando historias de un país que con frecuencia asombra y entristece. También es un viajero atento, que recorre trochas, ríos y selvas. Y es un escritor que con su prosa dibuja aquello que se escapa del periodismo tradicional: las vidas, muchas veces íntimas, de quienes viven y sufren Colombia. Se puede decir que su trabajo y, en general, su vida se han guiado por hacer aquello con lo que se siente bien, por eso nunca se vinculó formalmente a un periódico, canal o revista, porque pensaba que eso implicaba


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perder libertad, dado que debía renunciar a su estilo y, quizá, ceder a ciertos intereses. Para él, la vida del reportero, su vida, es “un perpetuo lugar de tránsito”, por eso ha caminado por todo el país, ejerciendo un oficio donde “te paguen por viajar, que viajar sea para escribir y que escribir sea para vivir”. Y eso, precisamente, es lo que presenta con Lugar de tránsito, su último libro. Una recopilación de su trabajo durante los últimos catorce años, que no solo es una antología de crónicas emocionantes y profundamente humanas, sino también un examen del oficio de un reportero comprometido, pues el libro incluye en sus páginas lo que Juan Miguel llama “Cuaderno del asombro”, que son sus apuntes personales, sus opiniones sobre el oficio, sus reflexiones honestas como cronista y ser humano. Conversamos con él sobre Colombia, sobre periodismo y sobre su nueva obra. Directo Bogotá (DB): En el prólogo de Lugar de tránsito hace referencia al “eterno desasosiego a un solo tiempo de amar y odiar a Colombia”, ¿qué ha significado para usted y su trabajo ese desasosiego? Juan Miguel Álvarez (JMA): Encontrar tanta belleza en cada paraje del país que conozco, encontrar gente tan bella en cada uno de estos sitios y, al mismo tiempo, encontrar en esos sitios y en esa gente tantos sentimientos en contra. Desde dolor en la gente que lo ha sufrido y vileza en la gente que lo ha infligido. Entonces, como ya lo había escrito en Verde tierra calcinada, mi libro anterior, cada uno de los parajes que he conocido en Colombia es una combinación de máxima belleza física y emocional con una alta dosis de desengaño, aflicción y rabia por todo lo que, como país, no hemos sido capaces de construir.

critora, está atado a sus circunstancias, y mis circunstancias son la suma de mi historia personal, mi historia familiar y mi historia social, en la medida en que se han desarrollado en la historia de mi país. Entonces, yo me concibo esencialmente como una persona que piensa Colombia, que siente Colombia. Así que haberme dedicado a escribir mis impresiones sobre Colombia, solo ha sido posible porque soy colombiano y me siento pleno siendo colombiano. No me gustaría tener otra nacionalidad, al fin y al cabo, mi trabajo responde a eso.

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DB: En cuanto a narrar Colombia, ha tenido la oportunidad de vivir en diferentes ciudades del país y recorrer lugares que no todo el mundo conoce. Con esa experiencia, ¿qué perspectiva ha construido sobre la complejidad de nuestro territorio? JMA: Lo han dicho muchas personas ya y yo simplemente lo he puesto por escrito. Pasa que en Colombia hay dos países que no se encuentran fácilmente. Por un lado, está el país citadino, urbano y, en buena parte, privilegiado, aunque también haya miseria y pobreza. Y ese mundo urbano tiene ciertas ideas de lo que considera que debe ser este país. Por otro lado, hay una Colombia completamente diferente, la del mundo rural, donde más se ha

Lugar de tránsito responde a la pregunta “¿cómo vive uno mientras trabaja como reportero independiente?”

DB: El libro, por medio de las distintas historias, hace un diagnóstico del país, hasta el punto en que usted mismo se refiere a Colombia como “un proyecto de Estado inacabado”. ¿Qué lo impulsa a contar ese proyecto inacabado? JMA: Una persona que se dedica a escribir como oficio, que se considera escritor o es-

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del pesimismo ilustrado, pues para qué sale a trabajar, para qué se monta en una canoa doce horas por el río Putumayo, si finalmente no hay nada que hacer. Siendo así, el esfuerzo debe valer la pena, y el periodista es quien está convencido de que vale la pena. Con Baudó hemos estado en sitios muy desolados, pobres, violentados y abandonados por parte del Estado, pero vamos allá porque estamos convencidos de que nuestro trabajo ayuda en algo. Si no fuera así, dedicaríamos nuestras vidas a otra cosa. DB: Ahora que menciona a Baudó Agencia Pública, ¿qué papel ha cumplido ese proyecto en su trabajo? JMA: Baudó es ese combo de amigos que, cuando ya son profesionales, arman su agencia de prensa y empiezan a trabajar. Baudó me ha ofrecido un lugar para contribuir al periodismo con mi método de trabajo. En resumen, es ese espacio que nunca habría imaginado tener.

Juan Miguel Álvarez fue reconocido recientemente con el premio Anagrama de crónica 'Sergio González Rodríguez', por el trabajo La guerra que perdimos. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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padecido el dolor de la guerra y, por lo tanto, hay otras ideas sobre lo que debería ser país. Siendo así, ese desencuentro de las dos Colombias es inevitable y, creo, seguirá siéndolo por mucho tiempo, porque quienes tienen el poder de decisión y de construcción son los ciudadanos de la Colombia urbana; sin embargo, no se han tomado en serio proponer un encuentro y, lamentablemente, un país dividido en dos mundos a duras penas es país.

Durante la primera parte de los años 2000, cuando me establecí como periodista independiente, mi rebelión como autor era simple: no trabajar para medios grandes como El Tiempo o El Espectador. Lo que yo quería era escribir de manera literaria, experimental y forjar mi nombre como autor. Finalmente, en 2017, en medio de esa búsqueda, apareció Baudó. Nadie imaginaba que fuera posible dar vida a un medio tan independiente y, aún más sorprendente, en Internet. Ahora hay muchas posibilidades en cuanto a periodismo y cada medio ha ido construyendo su audiencia. DB: ¿Cómo se dio cuenta de que el periodismo era lo suyo?

DB: También ha hablado sobre mantener el optimismo a pesar de todo, ¿el optimismo al que se refiere sería ese encuentro de las dos Colombias?

JMA: Yo veo al periodismo como un oficio de particulares que consiste en informar, aunque sí tiene algo de servicio público. Sin embargo, yo entré a la universidad sabiendo que existía algo llamado periodismo literario, ningún compañero lo conocía, y ese género me lo enseñó mi papá, básicamente porque él también escribió crónicas, así que yo estaba condicionado emotivamente hacia el periodismo literario.

JMA: La única opción que tiene un reportero es ser optimista, porque si viviera en medio

Mi papá me pasaba libros de autores como Norman Mailer y me decía: “Mire, mijo, eso se


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lee como una novela, pero es periodismo”. Y en efecto, parecía una novela, pero me cautivaba que era real, que era investigación periodística escrita de una manera diferente a lo que estaba acostumbrado a leer. Ya en la universidad, siempre que tenía la oportunidad, escribía una crónica. Mientras que mis compañeros de semestre escribían sobre historias cercanas a ellos, yo prefería viajar a los pueblos cercanos a Bogotá, porque así me alejaba de mi vida cotidiana de la 45 con séptima. Me di cuenta de que quería viajar para escribir y traducir ese otro mundo a mis compañeros y profesores, que me recibían en la 45 con séptima. DB: ¿Cuál fue el sentido de incluir el Cuaderno del asombro en este libro? JMA: A mí me parece que un libro que sea solamente una compilación de crónicas es muy aburrido, solo consiste en mandarle al editor las crónicas y que él decida. Yo tenía claro que en el momento en que decidiera hacer mi primera compilación de crónicas, haría algo diferente. Así que, el propósito de este libro también era presentar una autobiografía, no solo mi trabajo, por eso incluí mis anotaciones de la libreta e hice un conjunto orgánico entre las crónicas y mis reflexiones. DB: ¿Cómo fue su experiencia narrando historias tan opuestas como El poder bajo la tierra y La chica bomba y la niña médico, dado que una describe la delincuencia en Medellín y la otra destaca la solidaridad de una niña en medio del conflicto? JMA: En el conflicto armado uno se encuentra con las dos caras del ser humano: las más miserables, pérfidas y dañinas y, también, las más admirables, solidarias y humanas. Finalmente, al recorrer el país, descubres que hay gente capaz de cometer cualquier salvajismo sin ningún motivo, a la vez que hay personas capaces de dar la vida por su comunidad. DB: El sentimiento de culpa también se hace presente en Lugar de tránsito, como en los casos de la abogada de derechos humanos Luz Adriana González y el juez de paz Eisenhower Zapata. ¿Cómo lidiar con eso?

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JMA: Como reportero, intento hacer el trabajo de la manera más honesta posible, pero eso no significa que uno no se vaya a equivocar. En el caso de Luz Adriana, la equivocación estuvo en lo que ella cuenta, porque después de la publicación del texto se sintió mucho más en riesgo y, básicamente, eso pasa porque uno no es capaz de calcular las consecuencias de la publicación. Esas consecuencias nunca se terminan de aprender. A veces uno intuye qué puede llegar a ser problemático, pero cuando no, aparece la culpa. Es complejo, porque puedes comprometer la vida del personaje y, aunque nunca me ha pasado y espero que nunca me pase, escribir sobre los demás implica ese riesgo. DB: Lugar de tránsito reúne 14 años de trabajo y de historia colombiana. ¿Vio alguna diferencia entre el país que transitó en las primeras crónicas y el país que narra en Varillazos y tiros a matar, la última de esta compilación? JMA: No hay ningún cambio, al contrario: hay una radicalización de algunas cuestiones porque seguimos viviendo en el país conservador, donde reina la ley de prohibición y no hay posibilidad de nada, donde todo lo tildan de bueno o malo. Justo como se puede ver en la crónica de Guevara: la sangre de un polvorero, donde por la prohibición hicieron que un polvorero se convirtiera en delincuente. Además, la violencia nunca ha desaparecido, solo han cambiado los actores, se sigue justificando la violencia política y el sistema usa a la fuerza pública para matar civiles. Seguimos como hace 100 años porque damos un paso adelante, pero dos atrás. DB: ¿Qué proyecto tiene? JMA: Quiero que mis libros sean leídos afuera, le apunto a un público más amplio. Estoy trabajando en eso, ya viene; de hecho, ya tengo acuerdos con una editorial internacional, porque a corto plazo lo que más quiero es publicar mi próximo libro fuera de Colombia. Es todo un reto porque eso también implica publicar artículos en medios de otros países, y mi norte, en este momento, es contarle Colombia a personas que no viven aquí.

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Un viaje para pescar justicia La vida de Orlando Ramírez cambió radicalmente cuando Emgesa, una multinacional ítalo-española, empezó a construir la Central Hidroeléctrica El Quimbo, ubicada en el Huila. Debido al impacto que tuvo el proyecto, este pescador artesanal tuvo que cambiar su canoa por 25 pancartas hechas a mano, y sus redes de pesca, por las redes sociales para alzar su voz.

Texto: Camila Hurtado Álvarez hurtadoacamila@javeriana.edu.co Fotografías: Cortesía Pescando Justicia

Una bandera ondeante de Colombia, al menos dieciocho pancartas escritas con marcador negro y rojo, una silla blanca, un perol, tres taburetes negros y una pila de materiales de construcción y escombros hacen que más de un transeúnte eche un vistazo curioso al pasar por la carrera 13A con calle 93 de Bogotá. Hay quienes se detienen durante algunos segundos; sin embargo, la mayoría sigue de largo, quizá por pena de preguntar o indiferencia frente a lo que se lee en las pancartas. Es la tarde del lunes 14 de febrero. La tiza azul grisácea que pinta el cielo capitalino indica que pronto va a llover. Quien cruza por esta esquina se topa con unos llamativos carteles que cubren una estructura rectangular construida con tablones de madera y que se ha convertido en la vivienda improvisada de Orlando Ramírez.


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Orlando ha protestado durante varios años en Bogotá contra la construcción de una hidroeléctrica en el Huila, que terminó significando su salida del territorio.

La puerta está abierta. —Orlando, ¿está aquí? —pregunto. —Sí, preciosa —responde él, en un tono alegre que da la bienvenida. Un hombre esbelto, de ojos profundos, ojeras pronunciadas y cabello negro con visos plateados, aparece bajo del umbral de la puerta. Detrás de él alcanza a verse lo que parece ser una cocina nómada, y el calor de una llama naranja se esparce dentro de la pequeña estructura rectangular. *** La casa de Orlando está hecha de dos docenas de tabletas de madera. El techo, al igual que las cuatro paredes, está forrado con una lona blanca que no permite que la lluvia se filtre, por lo que las gotas caen ligeramente sobre aquella techumbre y se deslizan por las lonas hasta caer en el pavimento. Orlando duerme encima de una delgada colchoneta que tiende sobre el andén en el que construyó su casa. Por lo menos media docena de cobijas hechas de materiales variados lo acompañan durante las largas y frías noches de la capital.

Cuando está en su casa, un velo blanco anillado horizontalmente en una vara de metal indica que todos son bienvenidos. Ante su ausencia, un altísimo panel de madera, asegurado con cuatro cadenas de eslabones plateados y un candado gris, sella la entrada. En el panel se lee: “Ante el opresor, un hombre digno no se calla, no se humilla, ni se arrodilla. Lucha y resiste”. El punto de protesta, nombre que Orlando le ha dado a su hogar, se ubica entre un poste negro y un árbol que provee poca sombra. En lo alto del poste, amarrada con lo que a simple vista parece cabuya negra, cuelga una cacerola abollada que tiene, en letras rojas, una inscripción que dice “Resistencia total” y una calcomanía en blanco y negro del rostro del Che Guevara. *** Orlando Ramírez es pescador artesanal. Nació el 24 de julio de 1955 en Gigante, un municipio ubicado en el departamento del Huila, a casi dos horas de Neiva en carro. Allí vivió durante los años de su infancia y adolescencia en compañía de su mamá, Flor Ángela. Desde muy joven, Orlando sintió una auténtica atracción por la pesca y el estilo de vida que llevaban los pescadores. Recuerda que “había que caminar como media hora desde donde yo vivía para llegar a la orilla del río Magdalena. Los viernes o sábados, varios muchachos del pueblo íbamos a bañarnos en el río. Corríamos, jugábamos, echábamos uno que otro anzuelo”. Orlando, sentado en un cubo hecho de tablas afuera de su domicilio, viaja en el tiempo. Revive esos años de juventud, cuenta que no solo ha pescado en el Magdalena, sino también en otros ríos. Recuerda que a los 25 años pescó en el río Meta, exactamente en Puerto López, donde fue a dar para buscarse la vida junto a su madre. Allí permaneció durante ocho años, entre 1980 y 1988, y aunque la pesca era muy abundante y les permitía vivir bien, una ola de violencia producida por los enfrentamientos entre los paramilitares y las guerrillas los obligaron a devolverse al Huila. Empieza a llover. Orlando entra a su casa para refugiarse del clima. Y mientras organiza un poco la pila de cobijas que está encima de la colchoneta y se acomoda sobre ella, recuerda aquellos funestos días: “Un día me di cuenta

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de que por el río estaban bajando personas despedazadas. Eran pedazos del cuerpo de la gente. Entonces yo pensé: ‘No, esto se está poniendo muy bravo por aquí’”. Al volver a Gigante, Orlando siguió pescando hasta 1994, año en el que hubo una avalancha que acabó con el pescado de la zona. En ese momento, se convirtió en el presidente de los pescadores y en el líder de 90 familias. Pero fue la llegada en 2009 de la multinacional Emgesa a la vereda donde Orlando vivía lo que finalmente desconectaría a Orlando de su oficio, pues la puesta en marcha del proyecto energético en el que se construiría la represa del Quimbo terminó significando su salida del territorio. “Ahí empezó esta pesadilla —dice Orlando—, el motivo de mi viaje o, mejor dicho, de mi desplazamiento acá a Bogotá. Me vine para acá por no haber conseguido justicia allá en mi pueblo”. *** Orlando llegó a la carrera 13 con calle 93 en septiembre de 2020. Desde ese momento, han pasado aproximadamente 17 meses. A partir de entonces, su rutina diaria transcurre lentamente. Todos los días intenta despertarse tarde. “Entre más duerma, menos horas me quedan para estar despierto”, dice. Cuando no está intentando conciliar el sueño, Orlando toma su marcador rojo y retiñe las letras de sus pancartas, descoloridas por el sol, para que todos puedan leerlas. Al lado de la colchoneta, que hace las veces de cama, hay una mesa de madera que mide casi un metro de largo y un poco más de 50 centímetros de alto. A simple vista, pueden verse sobre ella papeles, una carpeta, una lámpara rústica, un celular sin batería y varios libros: El principito, de Antoine de Saint Exupery; La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo; Cuentos tenebrosos, de Edgar Allan Poe, y El paraíso en la otra esquina, de Mario Vargas Llosa. Recientemente, a los marcadores y a la lectura, Orlando les ha añadido una nueva actividad: escribir un libro que narre su lucha. “Ya he escrito como quince páginas y eso me tiene muy contento. Por lo menos ya voy a estar más entretenido”, comenta el pescador mientras se ríe. ***

Durante el último año y medio, Orlando ha vivido de donaciones de amigos y conocidos. Sergio Salazar, Laura Suasia y Eduardo Amat son sus amigos. A mediados de 2021 se organizaron bajo el nombre Pescando Justicia para conformar una comunidad que permitiera divulgar esta historia en redes sociales como Instagram y Facebook. Sergio Salazar es abogado y conoció a Orlando cuando este acababa de llegar a Bogotá. “Me llamaron la atención los carteles. Cuando leí ‘Desplazado por la represa El Quimbo’, me metí a Internet a buscar de qué se trataba y ahí me di cuenta de la magnitud del caso. Me acerqué a Orlando. Le di un espacio para hablar y después no pude detenerlo”, dice mientras sonríe. Después de eso, Sergio ha llevado el caso de Orlando ante las autoridades y lo ha asesorado jurídicamente para presentar las acciones de tutela y los derechos de petición. Por su lado, Laura Suasia es comunicadora gráfica y, a principios de 2021, vivía cerca al Parque de la 93: “Muchas veces había pasado por donde está la protesta, pero nunca veía

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Orlando nació el 24 de julio de 1955 en Gigante, Huila, y buena parte de su vida se dedicó a la pesca. Hoy extraña su lugar de origen y su oficio.

a nadie”. Un día, finalmente, vio a Orlando y le pidió su número de celular. Una semana después, lo invitó a tomar un café. En esa cita obtuvo el teléfono de Sergio. Desde entonces, empezó a visitar con regularidad a Orlando y se hicieron amigos. Por último, Eduardo Amat, que es un fotoperiodista peruano, se quedó en Bogotá varios meses por trabajo durante el 2021. Se topó con Orlando un día mientras caminaba por la 93. “Era un escenario que se salía totalmente de lo regular: una calle empapelada e intervenida por Orlando”, dice Amat. Ese día Orlando estaba allí y le comentó, a grandes rasgos, su caso. Eduardo empezó a frecuentar cada vez más el punto de protesta y hoy puede decir que son muy buenos amigos. “Más que un trabajo, hemos tratado de construir una amistad entre todos”, comenta Sergio, mientras una sonrisa tenue se dibuja en su rostro. Así, Pescando Justicia ha buscado ayudar a Orlando jurídica, económica y mediáticamente. Sergio, Laura y Eduardo ven en él la cara más pura de la resistencia, la convicción y la perseverancia. Los tres han aprendido a conocer a Orlando de la manera más genuina y desinteresada de todas, explorando cada una de sus facetas: pescador, padre, amigo y luchador incansable. ***

La vereda El Espinal de Gigante, Huila, era una aldea donde vivían más de 100 familias a la orilla del río Magdalena en casas hechas de piedra, cemento, arena, teja y caña. Las aguas mate que se precipitaban por un lecho profundo llevaban abundancia a los habitantes de la vereda. El denso follaje que oscilaba entre una variada paleta de tonos verdes envolvía el lugar. A finales de 2010, se inició la construcción de la represa que alimenta a la Central Hidroeléctrica El Quimbo en el río Magdalena. —Duraron cinco años, entre 2010 y 2015, trabajando día y noche para construir la presa, que es gigantesca. Ellos inundaron más de 50 kilómetros. Casi un año y medio después de haber comenzado las obras, a mediados de 2012, la pesca empezó a acabarse aguas abajo por las sedimentaciones causadas por la construcción de El Quimbo —comenta Orlando. —¿Qué hizo cuando eso pasó? —En 2012 entré en quiebra y me tocó, prácticamente, abandonar a mis seis hijos, que vivían en los Llanos. Antes de que Emgesa llegara a Gigante, yo respondía por todos ellos. No había Navidad en la que no fuera a visitarlos. Pero en ese momento ya no pude mandarles un solo centavo. Algunos de ellos estaban estudiando y les tocó retirarse porque no había forma de pagar. Yo tengo pruebas de eso. Incluso, mi hijo mayor, Orley, estaba estudiando el primer semestre de ingeniería de sistemas en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, la UNAD. Ese semestre me costó un millón de pesos. Si esa hidroeléctrica no se hubiese construido, él sería profesional hace rato, porque yo hubiera podido seguir pagando su estudio. Pero es que ya a lo último, antes de salir desplazado de Gigante, yo a duras penas cogía algo para echar a la olla. —¿Qué pasó entre 2012 y 2015? —En la comunidad nos organizamos para marchar y hacer plantones para exigir nuestros derechos. Nos tomamos pacíficamente la carretera y la obra en varias ocasiones. Lo que pasa es que, en estos casos, los afectados tenemos que luchar no solamente contra la multinacional, sino también contra el Estado. A mediados de 2012 comenzamos a hacerle

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reclamos a la empresa, pero todos fueron negados. Las tutelas y los derechos de petición que pusimos siempre fueron fallados a favor de Emgesa.

o venirme para Bogotá a seguir la lucha. Les avisé a dos o tres conocidos, empaqué la maleta y hablé con un amigo busetero…

En el 2013, después de varias acciones de tutela interpuestas por distintos miembros de la comunidad, la Corte Constitucional revisó el caso de El Quimbo. En consecuencia, emitió la Sentencia T 135 de 2013, por medio de la cual le ordenó a Emgesa que iniciara “la elaboración de un nuevo censo, aplicando los postulados de esta sentencia y respetando, en especial, el derecho a la participación efectiva de los habitantes de la zona”.

—¿Qué empacó en la maleta? —le pregunto.

—¿Algo cambió con la decisión de la Corte? —No, porque la Corte emitió la sentencia y en ella designó como autoridades, para que protegieran los derechos de los afectados, a la Procuraduría Judicial y Ambiental del Huila y a la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales (ANLA), pero cuando acudimos a ellas terminaron, de la forma más sinvergüenza de todas, contestando que “no eran competentes”. Según Orlando, Emgesa le negó la posibilidad de incluirse como afectado en el segundo censo. Ante esta situación, decidió irse del río el 5 de julio de 2015. Tomó algunas de sus pertenencias y abandonó su vereda. Con una cadena se ató a una gigantesca ceiba que crecía en el centro del parque del pueblo. Hizo un cambuche, colgó un par de pancartas y empezó a protestar. Pasaron poco más de dos años, durante los que Orlando interpuso varias tutelas: “Todas fueron falladas en mi contra. Yo tenía todas las pruebas, pero parece ser que la única verdad la tenía la multinacional. Eso decían los jueces. Lo otro es que nunca ha habido un Estado que los obligue a nada”, asegura.

Mi curiosidad lo interrumpe.

—Más que todo los papeles y un par de chiros. Orlando llegó a la Plaza de Bolívar. Los edificios de la Corte, el Congreso, la Alcaldía y la Presidencia lo sedujeron, pues parecía lógico pensar que, al estar allí, tan cerca de las autoridades más importantes de este país, el trámite sería rápido. No fue así. No logró que ningún representante del Estado se interesara en su caso. —Tres años después de haber llegado a la ciudad, en septiembre de 2020, averigüé dónde quedaba la sede de la gerencia de la empresa y me fui pa’llá —cuenta Orlando. Cuando llegó al edificio de Emgesa, se paró en la entrada y con una cuchara de palo le pegó a un perol durante horas. Llegada la noche, armó un cambuche pegado a una de las paredes del edificio. La Policía llegó y lo sacó. Entonces, buscó un plástico, y como pudo, se arropó con él. Así durmió. El pavimento de aquel andén gris, de unos cinco metros de ancho, y las ventanas de los edificios aledaños han sido testigos de dos casas

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El pescador abandonó su vereda en el 2015 y decidió protestar atándose a una ceiba en el parque del pueblo. Luego, en el 2017, trasladó su protesta a Bogotá.

Embebido en un panorama poco esperanzador, y con un arrume de papeles fallados a favor de Emgesa, Orlando tomó la que ha sido, hasta ahora, la decisión más difícil de todas. —En septiembre de 2017, al ver que me habían fallado negativamente todas las tutelas, yo dije: “¿Ahora qué hago?”. Me quedaban dos opciones: dejar de protestar, como la mayoría,

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Sergio Salazar, Laura Suasia y Eduardo Amat, decidieron respaldar la lucha de Orlando y, a través de Pescando Justicia, lo han ayudado a presentar sus reclamos. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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improvisadas, más de tres docenas de avisos escritos sobre lona blanca o madera de color café claro y una protesta que parece eterna.

documentos y peticiones a las autoridades, al Tribunal y a la Corte Suprema, y todo lo negaban. Sin ningún argumento legal real, obviamente.

Hace más o menos un año, Orlando construyó un nuevo punto de protesta, más grande. Él asegura que, desde entonces, nadie se mete con él. O bueno, no directamente, porque hace aproximadamente un mes, un hombre anónimo le dañó algunas de sus pancartas.

—¿Por qué decidieron organizarse? —pregunto.

—Hace como siete meses están remodelando el edificio, pero ya van a terminar. Seguro están desesperados de ver que ya van a acabar la obra y yo no me he ido de aquí; pero la decisión que tomé desde el primer día, cuando abandoné el río, fue protestar hasta vencer… O hasta morir. *** Corría el año 2021, era la tarde del 24 de julio y Sergio Salazar, Laura Suasia y Eduardo Amat, se reunieron en un café en el Parque de la 93 con Orlando para celebrar su cumpleaños. Ese día nació Pescando Justicia. —Recuerdo que cuando Orlando llegó a la 93 hubo una vez que un periodista se acercó a entrevistarlo. Le preguntó que quién era, a lo que él respondió “soy pescador”. Durante esa conversación, Orlando dijo que estaba en Bogotá buscando justicia. Ahí se dio un juego de palabras: “Orlando está aquí pescando justicia” —cuenta Sergio Salazar en una videollamada—. Ya llevábamos un camino judicial que empezó en 2017, cuando conocí a Orlando en la Plaza de Bolívar, en el que presentábamos acciones,

—Yo me preguntaba por qué nos negaban las cosas si teníamos las pruebas y los argumentos. Además, estábamos en los términos para presentarlos. Dedujimos que era porque nadie vigilaba. A nadie parecía importarle. Entonces dijimos: “Esto lo tiene que saber todo el mundo” —responde Sergio. *** De la mano de Pescando Justicia, Orlando Ramírez se ha resistido a aceptar que “las autoridades colombianas hayan dejado en manos de una multinacional ítalo-española los derechos de miles de pescadores y campesinos, habiéndose declarado ‘incompetentes’ y delegando sus obligaciones a una empresa privada”, como él mismo explica. Este pescador huilense migró desde Gigante hasta Bogotá en busca de justicia. Las pancartas que pasea por las frías calles capitalinas se han convertido en sus fieles acompañantes, y aunque el tiempo no ha sido el mejor aliado, cada día le recuerda porqué tomó la decisión de luchar. “Yo me he dedicado a la pesca artesanal desde muy joven y estoy convencido de que, cuando mi lucha termine, si es que termina, regresaré al Huila y pasaré allí mis últimos días pescando”, dice.


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Alex Bare,

el influencer que habla de política Alex Bare es un internacionalista que, desde la firma de los acuerdos de paz en Colombia, estuvo interesado en visitar el país. Su pasión por la cultura colombiana provocó que se sumergiera en sus ritmos y jergas, y su interés en la política hizo que se convirtiera en un

influencer que, además de centrarse en los idiomas y el entretenimiento, habla de política y de la situación del país. Texto: Mariapaz García Herrera mariapaz_garciah@javeriana.edu.co Fotos: Archivo particular

Desde lejos, Alex encaja en el estereotipo estadounidense: ojos claros, rubio y tez blanca. Tiene una expresión seria, incluso fría. Está sentado frente a su computador y comenta que está apresurado, puesto que en media hora debe dictar su clase de inglés a sus estudiantes del Sena. Parece nervioso, pero luego de las presentaciones se relaja y comienza a charlar despreocupadamente mezclando dichos costeños con su acento anglosajón. En pocos minutos, Alex empieza a transformarse en latino, en alguien cálido y simpático, de él sale una sonrisa de oreja a oreja, la cual deja ver sus dientes blancos como perlas. Erres demasiado acentuadas, palabras como ajá, chévere, chimba, cansón y berraca son las que remarcan la influencia que ha tenido Colombia sobre quién es él como persona. Al entrar en confianza, me cuenta que nació en un campo cerca de Maysville, Iowa, que tiene 25 años y que estudió relaciones internacionales y español en la Universidad de Iowa. En el 2015, se sintió atraído por Colombia, pues se interesó por la cultura; sin embargo, en su universidad le negaron la posibilidad de venir al país, puesto que lo consideraban demasiado peligroso y, en consecuencia, terminó haciendo su intercambio en Bolivia donde mejoró su español. A pesar de los estereotipos y del miedo infundido, Alex no desistió y, gracias a un amigo que ya había conocido el país y le explicó mejor la situación, decidió venir a Colombia por medio de una beca de trabajo que le permitiría enseñar inglés. Eligió la región Caribe por el clima y terminó, en el 2019, viviendo en Barranquilla, donde nació su costeño interior. Hablamos con Bare, quien encontró en Colombia no solo un lugar que lo sedujo por su


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Eligió la región Caribe por el clima y terminó, en el 2019, viviendo en Barranquilla, donde nació su costeño interior ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

cultura y sus paisajes, sino un país que en su complejidad le resultó intrigante. Por eso empezó a contarlo desde sus redes sociales, donde hoy suma 13.000 seguidores Instagram y casi 28.000 en Twitter. En sus cuentas busca exponer el día a día de la experiencia de ser extranjero en Colombia, comparte sus puntos de vista, habla de política y hasta cubrió las protestas que ocurrieron el año pasado. En definitiva, se convirtió en un testigo de la realidad del país y, con su trabajo, ha ayudado a que en otras partes del mundo se conozca lo bueno y lo malo de Colombia.

la oficina me dijo que ni a palo iría, porque es un país muy peligroso y de terrorismo, de secuestros, que no era posible porque no permitían que los estudiantes fueran a zonas de guerra. Por ende, terminé estudiando un semestre en Bolivia, donde mejoré mi español y luego decidí que iba a venir a Colombia de alguna manera u otra. Entonces, apliqué a un programa que se llama Fulbright, una beca bastante conocida en Estados Unidos, pero no era para estudiar, sino para trabajar. Pedí asignación en Barranquilla, Valledupar o Montería, y me salió Barranquilla.

Directo Bogotá (DB): ¿Por qué decidió venir a Colombia y, en especial, a la costa Caribe del país?

DB: En Bolivia aprendió a hablar español, ¿le costó aprenderlo?

Alex Bare (AB): En la universidad me dieron la oportunidad de estudiar en el exterior, entonces le propuse a la oficina de intercambio que quería ir a Colombia. La tutora de

AB: Sí. Hubo días de mucha frustración, de decepción, pero con el tiempo pasé esa etapa. Ya no paso tanta pena al hablar. Sin embargo, empecé a estudiar español en el colegio, en el 2010, y luego en la universidad, en el 2015; fue la primera vez que tuve profesores hispanohablantes. DB: ¿Por qué el acento costeño? AB: Uno quiere hablar como la gente que lo rodea y mis amigos de acá son todos de Barranquilla o Santa Marta. Así que empecé a hablar como ellos, porque demuestra cercanía y que tú eres de los suyos. Eso es algo muy chévere, cuando tú puedes entender sus chistes y echar chistes iguales… Porque, ajá, es eso lo que me gusta. DB: ¿Qué dijeron sus conocidos, familia o amigos de Estados Unidos cuando les dijo que venía a Colombia? AB: Mis amigos no me dijeron mucho, no sabían mucho de Colombia, no tenían la menor idea; entonces, dijeron “ah, superchévere”. No sabían ni siquiera qué preguntar. Por otro lado, mis padres, que son mayores y crecieron durante los años setenta, aún tienen la percepción de la Colombia de esos años. No habían actualizado en su mente la imagen del país. Estaban muy preocupados, pero yo los convencí de que todo iba a salir bien y que todo había cambiado bastante. Ahora entienden mejor.

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DB: ¿Por qué empezó a hacer videos sobre las expresiones costeñas traducidas al inglés? AB: Eso fue en la pandemia —después de que nos dijeran a los extranjeros que si no nos íbamos, ya no podían ayudarnos a salir del país— y no tenía nada que hacer al regresar a Iowa. Estaba encerrado en la casa de mis padres, que es una zona rural de Estados Unidos donde nada pasa. Entonces, al tener tanto tiempo, empecé a hacer videos para un grupo pequeño de estudiantes. Luego, empezaron a viralizarse en Tik Tok y me di cuenta de que si hacía videos hablando de modismos, iban a ser superpopulares porque la gente no está acostumbrada a verlos. Ahora, mucha gente ha sacado videos así y creo que algunos se han copiado [risas]. No tenía la intención de ser viral, pero eso fue una cosa que pasó de forma orgánica, mis videos empezaron a salir en los recomendados de mucha gente. DB: Vi en su cuenta de Instagram unos lives hablando de música típica colombiana… AB: Eso también fue durante la pandemia y se me ocurrió la idea, porque yo siempre ando traduciendo canciones, y dije: “¿Por qué no hacerlo en una forma virtual?”. Hice un par y me quedó gustando. Creo que el live que más tuvo éxito fue el del joropo. En un momento tenía como 240 o 330 espectadores y nunca había tenido esa cantidad. También hice un live con uno de los miembros de Bazurto All Stars, que es un grupo de champeta muy reconocido en el Caribe colombiano. Fue superchévere, conversar con él, hablar de lo que significa y cómo se pueden traducir con frases como “el meque”, el “coge, coge” y todas esas palabras. Es interesante escuchar su perspectiva y aportar ideas de cómo se puede traducir. DB: ¿Cuál es su ritmo favorito? AB: Tengo dos. Yo soy de una zona agropecuaria, entonces me encanta el joropo, porque el ritmo es muy bonito y habla de cosas que pasan en el campo. Es mejor, digo yo, que la letra típica que usan en la música country de

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Estados Unidos. Esa letra no me gusta porque siempre está hablando de tomar cerveza y mujeres y es un poco cansón. Con el joropo están contando cosas como: “Salí a buscar a mi mujer y se la había comido el caimán” [risas]. Por otro lado, me encanta el reguetón y me gusta más el paisa. Cuando los colombianos sacan canciones usando palabras como “chimbita” o “chévere” es algo que me parece cool, que tenga un enfoque muy regional; por eso hago esos lives, porque tienen enfoques regionales. DB: Pero más allá de sus videos sobre el país y su cultura, también le ha interesado hablar sobre nuestra realidad, como lo hizo en las protestas que ocurrieron en el 2021… AB: Al llegar, empecé a aprender sobre la política colombiana y más durante la pandemia, por medio de mis estudiantes y sus perspectivas. Entonces, decidí, en ese momento, publicar videos en los que explico la situación para alguien, por ejemplo, de Estados Unidos. Empece a hacer entrevistas con gente de la calle y las publicaba con subtítulos en inglés. También hice un video, que se viralizó en Twitter, traduciendo cosas relaciones con el paro; por ejemplo, mucha gente traduce paro como strike y, sí, es la traducción, pero si usas esa palabra, la gente de Estados Unidos no se va a dar cuenta de que estás hablando no solo de una huelga, sino de un movimiento de marchas. DB: ¿Al hacer ese tipo de contenido no le preocupó meterse en problemas? Se lo pregunto por lo que le sucedió a Rebecca Sprößer, la alemana que terminó deportada. AB: No, no. El caso de la alemana es muy diferente y ella tomó unos pasos que nunca tomaría yo. Ese caso se puede analizar a través de lo que piensa mucha gente del primer mundo, y es que muchos en Estados Unidos o Europa creen que pueden salvar a todos. Yo vi su situación muy extraña, porque ella se estaba metiendo al paro sin conocer Colombia y eso me pareció raro, que una turista hiciera una cosa así. ¿Por qué

no alzar las voces de colombianos?, ¿por qué no enfocarse en lo que está diciendo la gente de Colombia que está marchando en la calle? Yo nunca estuve haciendo activismo, yo estaba intentando simplemente dar herramientas útiles a la gente para explicar la situación. DB: Hay una perspectiva negativa de Colombia que, como usted cuenta, la tenía su familia y su misma universidad, ¿cree que eso se puede cambiar? AB: Es difícil sacarle de la cabeza a la gente la asociación de Colombia con las drogas y más cuando durante mucho tiempo ese tema fue muy fuerte. La gente tiene esa percepción, que es superficial, porque escuchas canciones de hip-hop que hacen referencia a Pablo Escobar. O porque ves series como Narcos, que no ayudan mucho. Sin embargo, considero que esa percepción va a cambiar a lo largo de las décadas que vienen, y digo eso porque ahora ves muchos extranjeros que visitan Colombia y ellos van a volver a sus países y van a decir “son superrelajados, la pasé bien, viví cosas increíbles”. La gente no ha escuchado mucho de Colombia aparte de conflicto, entonces no van a profundizar en el tema a menos que sus amigos vengan y les digan lo contrario. DB: En sus redes ha hablado mucho de las próximas elecciones. ¿Por qué hablar de ellas? AB: Esto se remonta al 2018, cuando busqué información sobre las elecciones de ese mismo año. Nada me quedó claro, no había casi información. No entendí qué era una coalición, no entendí bien por qué es que el partido X hace coalición con el partido Y cuando tienen una historia de peleas. Entonces, decidí que un video así, que ojalá pueda salir en búsquedas de Google cuando la gente busque a Colombia, puede ser útil para que la situación del país sea más entendible en el exterior. Se puede explicar que todo esto es un legado del conflicto, que muchas de las propuestas de los políticos tienen que ver con cosas de la paz y por qué la paz es tan importante, etcétera.


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DB: ¿Qué cree que tiene que mejorar Colombia para salir adelante? AB: La primera cosa es que la gente, ojalá, pueda salir del cuento de que el enemigo es el otro colombiano, porque algunas personas se aprovechan de la rabia para poner a unos contra los otros, y eso no va a llevar a ningún resultado bueno. Lo segundo es que Colombia pueda atraer inversión por medio de una mejor educación en general y también de educación en lenguas para que la gente pueda establecer lazos con el exterior. Ahora hay un montón de empresas que están interesadas en abrir sedes en Colombia, en explorar el mercado colombiano y con esa inversión el país puede hacer muchísimo y están en el momento indicado para hacerlo. DB: ¿Qué extraña cuando no está en Estados Unidos? AB: Me hacen falta las estaciones a veces, porque uno mide el tiempo allá según el clima y cuánto tiempo ha pasado desde que hacía calor y tal. Aquí no se puede hacer, entonces siento que el tiempo se pasa volando. DB: ¿Quisiera vivir en Colombia hasta envejecer? AB: No puedo decir que hasta la vejez, porque yo tengo un interés global, no solo me interesa Colombia, aunque me apasiona por lo que he visto y por las relaciones que tengo acá, pero yo también estudié varias lenguas, no solo español, sino también árabe y portugués. También quiero conocer otros países. Además, este programa, en el cual estoy trabajando, es de solo dos años y después de mayo no puedo seguir. No sé si voy a seguir en Colombia, pero definitivamente durante toda la vida espero trabajar con temas relacionados directamente con el país, aunque no sea de pronto todo ese tiempo. DB: Seguir conectado con el país… AB: Sí, definitivamente.

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La Torre de Babel bogotana En una casa de tres pisos ubicada en la Zona Rosa de Bogotá, se llevan a cabo los Gringo Tuesdays. Un espacio de intercambio en la ciudad en el que colombianos y extranjeros comparten sus idiomas y conocen otras culturas. La idea fue de Travis Crockett, un australiano que creó este proyecto y que sigue al frente de él. Su éxito ha sido tal que el evento ahora está también en Medellín y se seguirá expandiendo por Colombia y el resto del continente. Texto: Luziana Villarraga Mantilla luziana-villarraga@javeriana.edu.co Fotos: Cortesía de Gringo Tuesdays Sede de Vintrash en Bogotá, donde se realizan los Gringo Tuesdays.

Desde 2017 cada martes en la calle 85 con carrera 11, en Bogotá, cientos de personas se reúnen en Vintrash, un bar que mezcla reguetón, pop y salsa con canciones retro anglosajonas, en medio de un espacio que cuenta con un estilo urbano que impregna cada uno de sus rincones, para ofrecer la fiesta cultural más gringa de la ciudad. Gringo Tuesdays es un espacio gratuito que va desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche todos los martes. Nació con el fin de que colombianos y personas de distintos países interactúen entre sí y practiquen el idioma que quieren aprender, a la par de que pasan un buen rato en un ambiente de fiesta, cerveza y diversión. La cabeza detrás de esta idea es Travis Crockett, quien a pesar de darle el nombre de Gringo Tuesdays al evento, no es gringo. Es un australiano que llegó a Colombia en el 2010, luego de haber viajado por distintas partes del mundo durante dos años en busca de crear su propio negocio. El nombre surgió debido a que Travis aprendió que en Colombia solemos referirnos a un extranjero rubio y que hable otro idioma distinto al español como “gringo”, sin confirmar si efectivamente es estadounidense o si más bien se trata de un alemán o un sueco. Quien va a un Gringo Tuesdays, se encuentra con personas de todas las edades y perfiles: estudiantes, empresarios, turistas y voluntarios. Las fronteras de los países y las diferencias culturales se rompen en este lugar, pues converge la diversidad. Aquí se respira y se habla inglés, español, francés, italiano, alemán y portugués. Esteban Gracia, internacionalista de la Universidad del Rosario, comenta que la primera vez que asistió a Gringo Tuesdays


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fue hace cinco años. “Yo no sabía nada de francés y ahora soy C1. Si bien el nivel que he logrado no solo se debe a este evento, me ayudó mucho a interesarme por el idioma y a que me entrara más fácil. Venía para practicar una nueva lengua, pero también a disfrutar de otro tipo de rumba y a conocer gente”. El lugar tiene distintas salas que se adecúan a gustos: Global Beats y Latin son los espacios más grandes dispuestos para disfrutar música y azotar baldosa. Mientras que hay otros que parecen sacados de una escena de Stranger Things: con un televisor barrigón, una máquina de dulces y estanterías de libros. En el segundo piso hasta hay un billar. Grafitis y stickers llamativos decoran los espejos de los baños y de las puertas. La mayoría hace alusión a Bogotá con palabras como “Tabogo”, “Rolos rules” y “La changua manda”. Los grupos de conversación están organizados por niveles: básico, medio y avanzado. En cada mesa hay una bandera del país de origen de la lengua que se quiere hablar y un promedio de cinco a seis asistentes, más un facilitador bilingüe que ayuda a los participantes a entablar una conversación en otro idioma y a que se co-

nozcan entre todos. Los participantes se unen a la mesa donde se sientan más cómodos, de acuerdo con el nivel en el que están. “En cualquier mesa te reciben muy bien y haces nuevos amigos. Esto es útil para alguien como yo, que vive más en el trabajo que conociendo personas”, afirma Jassim, un empresario de Catar de aproximadamente 30 años, que está por primera vez en Colombia por negocios. A pesar de su esfuerzo por hablar en español, desiste y prefiere mantener una corta conversación en inglés. En la charla que tenemos por Zoom con Travis, solo se ven las paredes blancas de su casa en Envigado, Antioquia, donde reside desde hace dos meses con su esposa, Sandra (colombiana), y sus dos hijos (una niña y un niño). Travis es bastante risueño y conversador. Su cabello y su barba castaña clara delatan que no es un paisano más —sin hablar de su acento, todavía bastante notorio, pese a su fluidez en nuestro idioma—. Desde hace más de cuatro años Travis no visita su país natal, pero sí viaja mucho dentro de Colombia y América Latina, pues tiene planeado expandirse, y por eso cuenta que irá a Cartage-

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En el bar Vintrash se reune una multitud de personas de distintas nacionalidades que comparten su cultura e idioma.

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Travis Crockett, dueño y fundador de Gringo Tuesdays.

na para concretar eventos de Gringo Tuesdays. Dentro de los siguientes destinos y posibles sedes de este espacio se encuentran São Paulo, Ciudad de México, Miami y Nueva York. Directo Bogotá (DB): ¿De dónde surgió la idea de hacer un proyecto de intercambio cultural en un país con menos turismo que el suyo? Travis Crockett (TC): Colombia me gustó de una. Antes de llegar, mucha gente decía que este país era lo máximo. Yo no tenía planeado venir, pero después de tantos comentarios favorables dije: “Hay que ir a averiguar”. Estaba viviendo en Inglaterra cuando vine por primera vez aquí; regresé allá y volví a Bogotá como tres meses después con intención de hacer un negocio. Inicialmente era un hostal, pero como sucede en todos los planes, a veces hay que cambiar. Hacer negocios aquí fue muy fácil, quizás había más pasos por ser extranjero, pero no se necesitaba mucho capital. Gringo Tuesdays surge, en gran parte, porque, al ser extranjero, las personas se acercaban a preguntarme si podían practicar su inglés conmigo. Y si tanta gente necesita hablar con un extraño el idioma que estaba aprendiendo, tenía que haber un lugar donde se les abrieran las puertas para hacerlo.

DB: ¿Gringo Tuesdays siempre ha funcionado como ahora? TC: No, en un principio iba mucha menos gente, entre 100 y 200 personas, pero el crecimiento que hubo en redes sociales y las distintas alianzas con hoteles y hostales nos permitieron tener mucho más alcance. La gente que es local viene más gracias al voz a voz del proyecto, a recomendaciones de amigos. Los de afuera vienen porque este plan puede estar dentro de los paquetes turísticos del lugar donde se quedan o de una agencia de viajes. En 2010 montamos un bar llamado La Villa (carrera 14A # 83-56) con varios socios, entre ellos el comediante Alejandro Riaño. Al año siguiente, hice la presentación de la propuesta de Gringo Tuesdays y a los demás les gustó. Durante siete años el evento se hizo en nuestro bar. Sin embargo, nos trasladamos debido a que este lugar quedaba en una zona algo problemática. Llegamos a Vintrash en 2017, cuando recién lo estaban montando. Hicimos un acuerdo con los directivos y desde ahí hacemos la actividad en ese lugar, tanto en la sede de ellos en Bogotá, como en la de Medellín. DB: ¿Cuál es la fórmula del éxito de Gringo Tuesdays? TC: Detrás de toda la experiencia hay un equipo de personas trabajando en muchas cosas: logística, staff, seguridad… Nos preocupamos por la experiencia del cliente por encima de cualquier cosa. El equipo de coordinación está presente desde el momento en que los asistentes llegan a la puerta hasta que se sientan a las mesas, lo que hace que el acompañamiento sea permanente. DB: ¿Qué es lo más interesante que sucede en las mesas? TC: Me encanta cuando alguien rompe este bloqueo que ha tenido por mucho tiempo de no poder hablar otro idioma a pesar de que lo haya estudiado durante varios años. El ambiente hace que la gente sienta más confianza y sepa que nadie los va a regañar. A eso le llamo el “momento bombillo”, cuando dicen: “¡Ya puedo hablar inglés!”.

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Me acuerdo de una cliente de Portugal que estaba fija todos los martes. Hacía de facilitadora en el grupo de portugués y un día le pregunté por qué venía siempre. Ella me dijo que Gringo Tuesdays le había salvado la vida. Me explicó que estaba trabajando para una empresa multinacional y que todos sus compañeros eran colombianos. Como no hablaba bien español, se sentía deprimida y extrañaba su hogar. Este espacio fue la oportunidad para que socializara con otras personas y la gente la buscara, pues como era la experta todos querían hablar con ella. Es buenísimo ver cuando alguien no puede encontrar su lugar en una cultura y nosotros les damos un empujón. DB: ¿La inmersión en tantas culturas lo ha hecho más colombiano, lo ha reafirmado como australiano o lo ha determinado como extranjero permanente?

TC: Colombia es mi hogar, pero todavía no como muchas arepas [risas]. Lo mejor de adentrarme en su cultura es poder entenderla y encontrar parecidos con mi forma de ser. Ustedes son muy especiales con la bienvenida a su país; en otros países son distantes y cerrados. Puedo defenderme en pasos de salsa choque, pero obviamente mis rasgos australianos y mis gustos son propios de donde nací. Me parece superchévere hacer mezclas de culturas y elegir lo que gusta de cada una. Los viajes y las experiencias en distintos lugares hacen que uno se vuelva un poco de todo. DB: ¿Cómo invita a alguien a Gringo Tuesdays? TC: Si yo pude aprender español en seis meses a partir de venirme a vivir a Colombia del todo… ¡Yo, que no soy tan inteligente! [risas], entonces cualquier persona puede. Lo único que se necesita son ganas.

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En el lugar hay un equipo de personas que acompañan a los clientes, para que tengan una experiencia positiva.

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CARICATURA IG: @VILLARREAL_JOHAN


" " Foto: Paola Valentina Méndez @mendezpaola_

Errantes en la ciudad

Fotoensayo



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