Directo Bogotá #72

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Un oficio para recordar María Paula Quintero @mapau6q

Fotoensayo


Edición

72

Junio 2021

Directo Bogotá Revista escrita por los estudiantes de la carrera de Comunicación Social

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Editorial

Oficios 03

Escritor, peluquero y mentiroso

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Los lutieres de La Candelaria

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Los masajes de un Tigre

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El librero

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Memorias de bronce

29

Una protesta en fragmentos

35

Ilustraciones de una protesta

39

Arte para resistir

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La mazamorra errante de Nilson

49

El aterrador Jairo Pinilla

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La partería: el oficio ancestral de la vida

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Del barro, el arte

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Caricatura

Fundada en 2002

Director Julián Isaza Asistente editorial Laura Duarte Sandoval Reporteros en esta edición Julián Isaza Niño, Manuela Cano Pulido, Laura Tatiana Vargas, María Camila Dávila, Paola Catalina Morales, María Paula Sánchez, Sophia Castro García, Santiago Gómez Cubillos, Angie Tatiana Rodríguez, Isabella Victoria Herrera Portada y contraportada Fotos de Paola Catalina Morales paola-moralesb@javeriana.edu.co Fotoensayo Fotos de María Paula Quintero @mapau6q Caricatura Sebastián Cruz @mamarrachocaricaturas Diseño y diagramación Angélica Ospina soyangelicaospina@gmail.com Corrección de estilo Gustavo Patiño correctordeestilo@gmail.com Decana de la Facultad Marisol Cano Busquets Director de la Carrera de Comunicación Social Carlos Eduardo Cortés Sánchez Directora del Departamento de Comunicación Andrea Cadelo Informes y distribución Transversal 4ª No. 42-00, piso 6 Teléfono: 3 20 83 20, ext 4587 Escríbanos a: directobogota@gmail.com Consulte nuestro archivo digital en la página: www.issuu.com/directobogota Visite nuestra plataforma digital: www.directobogota.com


EDITORIAL

LO QUE HACEMOS Julián Isaza Director Nacemos y morimos y, en el entretanto, hacemos cosas. Cosas que quizá en su mayoría terminan borradas por el óxido del tiempo, por la memoria vaporosa, por la imposibilidad del registro de lo pequeño, que casi siempre termina sepultado en las dunas de los años. Así, pasamos por la vida, reímos, lloramos, vamos a la escuela, tenemos amigos y enemigos, soportamos, amamos a nuestros padres, los odiamos, perdonamos, nos perdonan. Vivimos entre lo caótico, lo diminuto, lo armónico, lo enorme, lo mediano. Construimos una vida anónima y tomamos decisiones íntimas. Esas decisiones nos llevan, como la corriente de un río, de un lugar a otro y de ese al siguiente, muchas veces sin darnos cuenta siquiera. Así que crecemos como un acumulado de lo que hacemos, de lo que decidimos, de las circunstancias que nos tocaron en suerte y, aunque podemos tener la ilusión del control, lo cierto es que con frecuencia somos polvo en el viento. Aunque también es igualmente cierto que de vez en cuando nos aferramos, nos rebelamos. Y algunas de esas decisiones terminan por definirnos, porque se prolongan, porque marcan un camino. Entonces decidimos, por ejemplo, un oficio, y ese oficio se convierte en una manera de encarar la vida. Y elegimos, empujados por la voluntad o por las condiciones, dedicarnos al periodismo, o al derecho, o a la arquitectura, o a la alfarería, o al campo, o a la política, o al arte, o a la jardinería. Y allí solemos establecernos —como quien se establece en una parcela, y la siembra, y la riega, y la abona, y luego la cosecha—. Por eso ese oficio, si está motivado por la pasión, se convierte en nuestro refugio, pero también en una manera de participar del mundo. Somos, en buena medida, lo que hacemos. Y encontramos en lo que hacemos un sentido

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de la vida, una manera de entenderla. Por eso dedicamos esta edición a los oficios, a aquellos que se hacen con las manos, con el cuerpo, con la mente. Aquellos que encaran el ocaso o que son impulsados por la tradición e incluso por la obstinación. Aquellos que sus protagonistas ejercen con amor, y en los que encuentran la dignidad que proporciona el trabajo bien hecho, el trabajo honesto. Y si somos lo que hacemos, lo que elegimos hacer, también hay otras elecciones quizá más inmediatas que nos definen como sociedad y que, si bien son individuales, terminan sumándose para convertirse en colectivas, y en esta revista quisimos registrarlas e incluirlas. Esas son las decisiones que tienen que ver con todos, son las voluntades que se levantan en un momento específico y claman a una sola voz un cambio y condiciones más justas. Por estos días el país ha vivido uno de los momentos más intensos de su historia reciente, en el que miles de ciudadanos —muchísimos de ellos jóvenes— salieron a las calles y reclamaron. Fueron días llenos de momentos desoladores y de brutalidad, pero también de coraje y resistencia, que se expresaron en las marchas, en los plantones, en el arte que los acompañó. Al cierre de esta edición el paro continuaba con un saldo escalofriante: según la ONG Temblores, para el 28 de mayo, eran 1.133 las víctimas de violencia por parte de la Policía, 43 las personas muertas, 46 las que tuvieron lesiones oculares y 22 las víctimas de agresiones sexuales. Al cierre de esta edición la violencia seguía, pero también una parte del país continuaba con la firme decisión de resistir. Somos lo que hacemos, lo que decidimos hacer.


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ESCRITOR, PELUQUERO Y

MENTIROSO J. J. Muñoz publicó el año pasado su primera novela, Lo que le diga es mentira, y con ella nos ofreció a los lectores una historia intensa, acompañada de una voz fresca y mucho sentido del humor. Conversamos con este escritor que en su vida ha sido de todo: recogebolas, vendedor de empanadas, peluquero y profesor. Y quien hoy, con su trabajo, se ha convertido en una muy buena noticia para la literatura nacional. Julian Isaza isazajulian@javeriana.edu.co Fotos: Archivo particular

Se llama Jhon Jairo, pero dice que para su fortuna nadie lo llama así, sino que es conocido por sus iniciales: J. J. Nació en 1976 en Soacha, en medio de una familia caleña. Y su vida parece tan intensa como sus ficciones: fue recogebolas de tenis, ayudante de jardinero, mensajero en bicicleta, vendedor de empanadas y de chance y, a los 20 años, se convirtió en peluquero y, más adelante, estudió para ser pedagogo. Sin embargo, la literatura lo atrajo desde muy joven, por lo que se inscribió en varios talleres literarios del Distrito y terminó publicando uno de sus cuentos en una antología, lo que le dio el impulso para dedicarse con más fuerza a la literatura. Con el tiempo ha publicado varios de sus cuentos en distintas colecciones y algunas crónicas en revistas. Con la llegada de la pandemia creó un pódcast llamado Los Relatos Ñeros, en el que a través de breves sketches retrata la vida cotidiana y a veces sórdida de los barrios populares en los que él creció. Sin embargo, fue en el 2017 cuando J. J. decidió escribir Lo que le diga es mentira, una novela violenta, divertida, excesiva e intensa, en la que a través de dos personajes —Camacho y Loredana— va armando una historia que rebosa de calle, de punk, de muerte y de un sentido del humor bastante oscuro. Por eso, la escritora Melba Escobar escribe en la contraportada que “sumergirse en esta novela es como hundirse en una pelea callejera hasta quedar sin aliento”. Y la también escritora Margarita Posada comenta en Twitter que J. J. “es como un Andrés Caicedo (pero más cutre) o como un Guy Ritchie latino, diría yo”. Estas poco más de 100 páginas transcurren con la velocidad y potencia de un recto a la mandíbula, en una historia feroz en la que los personajes no solo viven en una Bogotá cargada de sordidez, sino que además son muy poco confiables, porque, ya se sabe, aquí lo que le diga es mentira.


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Directo Bogotá (DB): ¿De dónde surgió la trama de Lo que le diga es mentira? J. J. Muñoz (JJM): La trama fue algo que se construyó a partir de una idea primaria en un taller de novela. La construcción de dos narradores en primera persona que hablen en diferentes tiempos verbales. Con varios elementos, como la contracultura punk y la crónica roja, intenté dar respuesta a hechos repetidos y violentos que han ocurrido muchas veces en la historia de la capital, como las balaceras que de vez en cuando llenan las planas de la prensa y que casi siempre terminan sin un móvil claro o sin una explicación satisfactoria para la ciudadanía o las víctimas. Es como poner la ficción al servicio de la comunidad para esclarecer los hechos de los que nunca nos darán respuesta.

DB: ¿Cuándo empezó a escribir la novela y cuánto tiempo tardó su escritura? JJM: La escritura, como lo dije antes, inició en medio de un taller literario en 2017. Fueron aproximadamente tres años de trabajo y relecturas para llegar a esta versión. Valga decir que en estos tres años fueron interrumpidas muchas veces las labores de escritura simplemente por el hecho de que hay que ganarse la vida. Y todos sabemos que la literatura no es muy efectiva para esto de poner pan sobre la mesa.

DB: La novela tiene mucho sentido del humor, un elemento que no suele estar tan presente en la literatura colombiana, ¿qué tan importante es para usted el humor? JJM: El humor está presente en muchas dinámicas de la vida cotidiana. Incluso hemos aprendido a reírnos de lo que nos duele y nos afecta. Pero es curioso que desde la literatura exista cierto rechazo a escribir con humor o sobre él. Podía ser la corrección política que tanto daño hace a las letras, o el miedo a perder el prestigio que da la seriedad en una sociedad tan conservadora como la nuestra. En muchos de los momentos de escritura la pensé también como una serie o una película. De hecho, la novela tiene deliberados tintes de guion. Todo esto, debido a que en el cine y las producciones nacionales hay una clara ausencia de humor negro e inteligente. Sobre todo,

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en el cine vemos un extendido humor simplista y chabacán que podría llevar fácilmente a la depresión. No quiero decir con esto que mi humor sea más inteligente que otros, pero sí más atrevido porque me burlo y me río de la muerte, de la violencia y de mí mismo.

DB: Es una novela en la que no se puede confiar en el narrador, porque miente habitualmente, ¿cómo llegó a esa decisión narrativa? JJM: Esto se debe a las muchas veces que, como lector de medios y prensa, he sentido que me mienten con descaro. La mayoría de los medios informativos son hijos de intereses políticos y económicos que los llevan a mentir o, al menos, a no contar la verdad completa. En muchas ocasiones las mentiras le han dado forma a la narrativa que se construye sobre un hecho en Colombia, ejemplos como el castrochavismo, el caso Colmenares y la histórica leyenda de la machaca dejaron huellas en el discurso de las personas y me atrevo a decir que en la historia nacional. La mentira es un ser invisible que vive con nosotros y que en muchos casos no identificamos, ¿o quién se arriesga a abrir la puerta de la nevera cuando está acalorado? Es una mentira dicha mil veces que terminó convirtiéndose en verdad; al menos yo no me arriesgo y espero a que se me pase el calor.

DB: Precisamente la mentira, que empieza desde el título, es un eje de la novela, pero aquí no solo es la mentira por la mentira, sino la construcción de una irrealidad que fabrica Camacho. ¿Cómo construyó ese personaje desde lo psicológico? JJM: Camacho es un tipo con mala suerte y también víctima de sus propias decisiones. Pero lo macabro de su personalidad radica en la autojustificación de sus actos. Siempre explica de manera natural su accionar violento. Creo que, en cierta medida, todos tenemos un poco de eso. No para ejercer violencia, en todos los casos, pero siempre buscamos explicarnos y justificar nuestras malas acciones desde algún lugar de la experiencia o de la moral. Aquello que llaman inspiración, ocurrió fácilmente para crear a Camacho, pues hay bastantes personas a nuestro alrededor que encajan en el perfil.

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DB: Siguiendo con la mentira, otro aspecto muy llamativo es la manera como se integran fragmentos de notas de prensa que terminan siendo una deformación de lo que ocurre en la historia. Allí uno podría pensar que hay una crítica a cierto periodismo laxo: ¿qué tanto de eso hay?, ¿qué opina del periodismo que proponen muchos de los medios de comunicación tradicionales?

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El creyente de derecha y de moral férrea es el mejor detonador para describir a Camacho.

DB: Y si Camacho es un mentiroso, Loredana es una ingenua, pero es una ingenua maliciosa, así esto sea una especie de oxímoron. ¿Pensó en alguien cuando la empezó a escribir? JJM: Para ser sincero, la idea del oxímoron estuvo al principio del desarrollo de los personajes, pero con su evolución se convirtió más en un contraste, porque Loredana fue ganando en maldad, más que malicia, y Camacho, en humanidad. Incluso pensé alguna vez que Lo que le diga es mentira es una novela con personajes malos, pero, para ser justos, es más una novela con personajes que casi siempre hacen cosas malas; es decir, muy parecida a la realidad. Hay algo que es importante aclarar en mi caso, y es que al principio tenía claros algunos aspectos de los personajes y su función en la trama, pero muchos de estos fueron mutando en el desarrollo de la escritura. Me atrevo a decir que el único personaje que fue consistente en toda la construcción fue la Muerte.

JJM: Justo por estos días convulsos en el país, y que son casi todos, se ven muestras de este tipo de periodismo. La crónica roja se sirve de la espectacularidad y la sangre para vender periódicos y crucigramas gigantes. Pero otros, como los medios tradicionales, son amarillistas también, pero se deben más a los intereses de sus patrones que a una búsqueda de vender ejemplares. En este caso no deforman la realidad, sino que la acomodan a su servicio. Lo esperanzador es que cada vez más aparecen medios alternativos, con profesionalismo y rigurosidad periodística. La verdad llega de forma más inmediata y con menos filtros, y eso hace que existan más y mejores voces. En cuanto a los tradicionales, puedo decir que ya van de salida. Somos testigos de la última generación que ve televisión y se informa con canales y emisoras cuyos dueños son los mismos que ostentan el poder. Tienen el tiempo contado y la tarea de los nuevos receptores es tomar una actitud más analítica y crítica frente a toda la información. Los tiempos de “tragar entero” están agonizando.

DB: ¿Qué tanto hay de realidad y de ficción en Lo que le diga es mentira? JJM: Si bien los personajes y las escenas son ficcionales, son situaciones que vemos a diario en la realidad. Y esto, sumado a los sitios emblemáticos, programas de televisión y personajes icónicos de nuestra cultura, hacen que el relato sea muy real. No sé si pueda poner en una balanza estos términos, pero creo que la carga de veracidad y verosimilitud la hacen una novela muy real.

DB: Usted ha tenido varios oficios: ha sido docente, peluquero y escritor. ¿Los dos primeros le han ofrecido insumos para el tercero?


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JJM: Sin duda. Los dos oficios hacen que las personas lleguen con historias y que, además, sucedan historias increíbles dentro de un salón de belleza o uno de clase. Son muchas las dinámicas de tiempo que permiten que uno escriba sobre lo que pasa en una peluquería. Por ejemplo, los tiempos muertos, que yo usaba para escribir. La desinhibición interesante que opera en las peluquerías y que hace que los clientes y clientas tengan la confianza de contar sus más profundos secretos mientras se embellecen. Hace muchos años me percaté de este curioso efecto del espejo en las personas y decidí tomar notas detalladas de lo que me contaban y de lo que pasaba al interior de la peluquería. Hice el mismo ejercicio, años después, en los salones de clase.

DB: Alguna vez charlamos y usted me contó que una peluquería es una fuente de historias. ¿Algunas de esas historias terminaron convertidas en literatura? JJM: Casualmente, mi tesis de maestría en literatura es una colección de cuentos de peluquería que se llama Las crónicas del espejo. Las notas a las que me refería anteriormente tomaron “forma y estilo”, como el pelo, y llegaron a este escrito. Se trata de romper la cláusula de confidencialidad implícita entre peluquero y cliente y contar todos los secretos guardados en más de 20 años de oficio. Es posible que los lectores identifiquen algunos personajes rimbombantes de la realidad nacional, y también es posible que alguno de estos me demande, lo cual agradecería mucho porque no hay mejor publicidad que esta para un escritor.

DB: Esta es su primera novela, pero ya ha escrito cuentos. ¿Está trabajando en otro libro? JJM: Pues además de este proyecto de cuentos de peluquería para el que espero encontrar editorial, también estoy trabajando en otra novela un poco más extensa en la que relataré las vivencias de algunos miembros de mi familia muy ligados a la historia reciente del país. Pero esto es a largo plazo, por ahora estoy terminando de “peluquear” Las crónicas del espejo para lograr la estética y el estilo, presentes en los dos oficios, necesarias para darlas a conocer bien presentadas.

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LOS LUTIERES DE LA CANDELARIA Texto y fotos: Manuela Cano Pulido canomanuela@javeriana.edu.co

Al fondo del Centro Comercial y Cultural Veracruz, en medio de La Candelaria, se encuentra el taller de guitarras de Gilberto Beltrán. Él y su hijo siguen desempeñando el oficio del lutier artesanalmente, en una época donde la tecnificación del sector se vuelve cada vez más fuerte. Freddy Beltrán mide con exactitud la bandola.

El maestro Gilberto Beltrán, el Lutier de La Candelaria, nos despidió con un “hasta pronto”. Después del tercer tinto y una larga estancia en su taller en la Plaza de La Concordia, nos deseó muchos éxitos y nos dijo que nos esperaba cuando quisiéramos en el taller. Nos lo habíamos cruzado casi que por casualidad en búsqueda de personas que nos pudieran hablar de la plaza. Tendrían que pasar más de seis años, una remodelación entera de la plaza, dos carreras universitarias y la determinación de que ya era la hora de seguir escuchando la historia del maestro de La Candelaria, para cumplir la promesa que le habíamos hecho con mi papá de ir a visitarlo. Esta vez voy sola y con pocos indicios. Los recuerdos son vagos, borrosos y no tengo a mi compañero de travesías para poder indagar por más pistas. Sin más que unas fotos viejas y algunos apuntes en mi libreta de colegio, me decanto por comenzar mi búsqueda en ese lugar al que había ido hace tiempo para aprender más sobre las dinámicas de las plazas y, para mi sorpresa,


me había enterado de la magia detrás de la fabricación de los instrumentos de cuerda. Sabía que la plaza había sido arreglada, pero nunca imaginé que su apariencia cambiaría por completo. Al verla de nuevo, me fijo que aquel mural que retrataba a unos campesinos en la entrada, con su aspecto rústico y antiguo y su oscuridad después de pasar el umbral ya había quedado en el pasado. Ahora la plaza tiene un aspecto más moderno, luminoso, y pienso que ya no está hecha realmente para comercializar alimentos, sino para atraer a esos turistas curiosos que cada vez más frecuentemente caminan por las calles de La Candelaria. No hay rastros del taller. En su antiguo lugar, al costado oriental de la plaza, el letrero que decía “Guitarras La Candelaria”, con una letra antigua y en cursiva, había sido reemplazado por un anuncio que advertía que el paso estaba restringido únicamente para “el personal administrativo de la plaza”. Un poco decepcionada, me encamino a preguntar por ese lutier que, como me había dicho él mismo, había estado en la plaza durante más de dos décadas. Era imposible que nadie se acordara de él. Me acerco al puesto de los frutos secos. Detrás del mostrador aparece mi primera (y única) interrogada. Hizo falta solo una pregunta para enterarme de que la remodelación también se había llevado al maestro Beltrán y que ahora estaba “muy muy metidito” en uno de los centros comerciales de la localidad. Del nombre no se acordaba, de la dirección menos. “Está cerquitica de la estación de Aguas”, me dice.

sexta veo un lugar de artesanías. Ese sí lo conozco, es la Casona del Museo. Me cuestiono si este lugar, que tiene aspecto de todo menos de centro comercial, es al que se refería mi primera interrogada. Me apresuro a preguntarle al guardia del lugar si de casualidad ahí trabajaba un lutier. Pensativo me responde que no, pero que si necesitaba un arreglo, él sabía que había uno “buenísimo en La Concordia”. Me tomó unos minutos para contarle todo mi recorrido. Después de escucharme atentamente me dice que tiene una solución, que lo espere un “momentico” que va a llamar a un amigo muy querido, que al “bacán” le arregló una de sus guitarras. Lo llama. La espera. Mi ruego para que conteste. Los saludos, las risas, las indicaciones y la resolución. “Veci, no estaba tan lejos”, me dice triunfante. “Su lutier está en el Veracruz”.

El taller Mi interrogada tenía razón. El taller del maestro Beltrán se ubica realmente al fondo del Centro Comercial y Cultural Veracruz. Se debe

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Freddy Beltrán ha dedicado toda su vida al oficio de reparar y fabricar instrumentos musicales

Decido no preguntar más e irme en búsqueda del tal centro comercial. Había varios. Entro a dos y pregunto por un lutier. Silencio. Y luego una sonrisa confusa se dibuja en la cara de mis interlocutoras que parece decir “pobrecita, está como desubicada”. O al menos eso interpreto yo cuando me convenzo, después de caminar por unas calles que no conozco, de que así no voy a encontrar al lutier. Lo más fácil sería regresar a la plaza y preguntar a más personas. Debí haber presupuestado que mi poco sentido de ubicación necesitaba más detalles que el genérico “centro comercial”. Ya a punto de volver sobre mis pasos, subo por la calle 16 y a la altura de la carrera

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Los tarros de pintura, los pinceles, las sierras, los serruchos, los cinceles, las lijas, los trapos y demás instrumentos que aún no conozco parecen estar a la espera de ser usados. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Freddy introduce los trastes de la bandola.

atravesar un largo pasillo que tiene a sus lados todo tipo de oficios. Costureras, artesanos, peluquerías “a la antigua”, manicuristas y barberías de otra época. Es como un retroceder en el tiempo que culmina con una pequeña puerta que abre el paso al único taller de instrumentos del lugar.

sonríe hasta que le pregunto por Gilberto. Me dice que hace rato que no ha vuelto, que está enfermo, que tiene anemia. Comenta que le cuesta verlo así, porque siempre fue muy activo aún en sus 76 años. Concuerdo con Freddy cuando afirma que el lugar se siente más vacío sin su papá.

Está totalmente vacío, no hay ningún cliente, parece que el tiempo se hubiera pausado. Nadie ni nada se mueve. Me asombra ver tan paralizado el lugar, cuando mi recuerdo del antiguo taller estaba marcado por el movimiento. Gilberto corría de un lado al otro con sus guitarras y se veía apurado. Además, donde antes colgaban más de diez guitarras, ahora hay solo dos.

Los tarros de pintura, los pinceles, las sierras, los serruchos, los cinceles, las lijas, los trapos y demás instrumentos que aún no conozco, parecen estar a la espera de ser usados. Al igual que ese tablero de ajedrez empolvado que me muestra Freddy. “Todos los santos días jugaba ajedrez, mejor dicho, tocaba dejar de trabajar para jugar", me cuenta. Sin embargo, esa afición también tuvo que parar.

Como la puerta está abierta, entro y hago un ruido para hacerme notar. Una voz me saluda y luego aparece un hombre que definitivamente no es Gilberto Beltrán. Pero en algo se parece, solo que es mucho más joven. Todo tiene más sentido cuando se presenta como Freddy Beltrán, el hijo del maestro.

Comienza a llover y se filtran unas goteras. Freddy se burla diciendo que es más probable mojarnos adentro que afuera. Y entonces, comienza a hablar del oficio, de su oficio compartido. Le digo que me gustaría saber más y acordamos volver a vernos para “entrar en materia”.

Le cuento un poco de mi travesía, de mis tintos en el pasado con su papá, de nuestra conversación y de nuestra promesa incumplida. Él

El proceso de ensamblaje Unos días después, Freddy me recibe con una bandola en la mano y la misma camiseta de la otra vez, amarilla y desgastada por el uso. Mientras hablamos de su padre, se mueve con agilidad por todo el taller. Coge las herramientas necesarias, busca entre los cajones, prepara el espacio y comienza la reparación de una guitarra antiquísima que dejó uno de los amigos de “la tierrita” de su papá. “Él viene del campo, de la región del Guavio, de una vereda que se llama Chuscales en Junín, Cundinamarca”, me dice Freddy. A medida que conversamos y que me muestra cómo se elabora una guitarra, comprendo que narrar su oficio es como hablar de la propia vida de su padre. La fabricación, me cuenta Freddy, comienza escogiendo las maderas, cada una totalmente diferente a la otra. Todas se almacenan en un depósito de madera y van a parar a rumbos diferentes. Entonces, pienso en los 24 hermanos de Gilberto, cada uno tan distinto y con destinos separados. El de él fue terminar en Bogotá cuando era muy niño. Buscando trabajo, llegó a ese taller que le cambiaría la vida para siem-

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pre. A los 15 años tocó por primera vez una guitarra y desde entonces nunca las soltó. La madera llega gruesa, sin forma, al taller y es tarea del lutier convertirla en un instrumento. Gracias a él puede cambiar su esencia y comenzar a brotar música. Así como la guitarra se comienza desde cero, el artesano debe aprender desde el principio. Son horas y horas de práctica. Gilberto comenzó con tareas sencillas. Aprendió a cortar, pulir, lijar y pintar. Poco a poco fue desarrollando esa sensibilidad que lo caracteriza, esa mano de maestro. De esa manera lo describe el músico Francisco Sanabria, a quien Gilberto le ha arreglado varios de sus tiples y bandolas. Cuenta que el día en que lo conoció le impresionó la rapidez con la que arregló la bandola de un amigo suyo en tan solo unos minutos. “Eso se llama maestría, poder sacar todo el conocimiento que ha adquirido durante los años y tan rápido”, afirma Sanabria. Así pues, la madera tiene que pasar por una máquina grande y robusta. Freddy me dice que se llama la desbastadora y que le da las curvas características a la guitarra. Después hay que hacer lo mismo con todas sus partes: brazo, puente, diapasón y las demás. Con la forma hecha, llega el momento cumbre: el ensamblado. Pienso que quizás ese momento cúspide para Gilberto fue cuando decidió independizarse. Juntó cada una de sus enseñanzas, la experiencia adquirida, sus ganas de seguir trabajando, “las ensambló” y montó un taller en la carrera primera. Allí dormía, comía y, básicamente, vivía. Era un loco por su oficio.

culas de madera en forma de serrín y todo se llena de una bruma de polvo que hace mucho más difícil ver su cara de concentración. Asumo que está vigilando que todo salga perfecto. Al terminar la tarea me explica que “el éxito para que una guitarra quede bien pintada es la pulida. Es una técnica, pintar es un arte”. Me imagino que esas palabras vienen de su padre, que además de ser un maestro en su oficio, también lo era en la enseñanza. Tiempo después de abrir su taller, se volvió socio de quien antes fue su mentor, Enrique Rodríguez. Juntos montaron un taller que tenía, según me dice Freddy, más de 40 empleados. Era un engranaje perfecto, como cuando una guitarra ya tiene su forma y está totalmente pulida. Fabricaban cientos de guitarras a la semana y se divertían jugando tejo. “Eso era muy bonito, allá se cortaba la madera y tocaba ponerla a secar con el sol y golpearla. Toda la cuadra estaba llena de madera porque como hacían muchas guitarras. Era todo muy bonito y muy tradicional”, relata Freddy y me comienza a hablar sobre la pintura, su especialidad.

Freddy heredó el oficio de su padre, Gilberto Beltrán ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Freddy marca el lugar exacto donde debe ir el puente.

Se levantaba antes del amanecer y, según me cuenta Jaqueline, una de sus cuatro hijas, se iba a correr. “Él toda la vida fue un excelente deportista, corrió muchos años, hizo la maratón de Bogotá y todos los días iba a trotar”. Después, llegaba al taller, se arreglaba para trabajar y hacia las siete de la mañana estaba armando instrumentos o arreglando las guitarras, las bandolas, los tiples o cualquier instrumento de cuerdas que pasara por su puerta. De pronto, un ruido se apodera del taller. Freddy me grita que es hora de lijar. Casi no lo escucho. Coge la guitarra y la acerca a la máquina, salen por los aires partes minús-

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De padre a hijo La trayectoria de Freddy comenzó casi que en forma de castigo. “De pequeñito me tocaba venir acá a trabajar con el hombre y ay de que uno se estuviera portando mal en la casa, entonces él decía: ‘Mándamelo para el taller’”, recuerda Freddy que Gilberto le decía a su esposa. Sin embargo, no era un castigo para nada malo, porque llegar al taller significaba galguerías, enseñanzas y una parte importantísima, el pago. Gilberto acostumbraba a pagarles a sus pequeños aprendices al final de la semana, incluida Jaqueline, la única mujer de sus cuatro hijos. Ella siempre se la llevó muy bien con su papá, y quizás por esa misma razón se ofuscaba y le parecía injusto que no la dejaran acompañarlo al taller. “Yo lloraba para que me dejara ir. Él no me ponía a hacer nada porque era la niña, pero me pagaba igual que a los muchachos”, cuenta Jaqueline.

Freddy con una de las guitarras fabricadas por su padre, el maestro Gilberto Beltrán.

Con el tiempo, parecía que la unión de caminos de Freddy y el taller se dividirían por completo. Pero cuando iba a comenzar a estudiar derecho se enteró de que sería padre. “Yo metí las patas, como quien dice, temprano”, relata Freddy. Entonces, su papá le dijo que debía volver a trabajar y responder por su hija. Hoy en día, con un poco más de 50 años, Freddy, no solo es padre, sino también abuelo. Tiene dos hijas, una de 32 años y la otra de 23. En la mitad de la conversación entra la mayor. Viene a saludar a su padre. Freddy me muestra una guitarra y me cuenta que esa la había hecho su padre, pero que él ahora la estaba arreglando porque quería que fuera para su nieta. Además, agrega que es de su hija y que se la trajo hace un tiempo pensando en que ya era hora de hacerle mantenimiento. Conmovido, me cuenta que nunca pensó que la tuviera guardada y que quiere dejarla perfecta para su nieta.

Freddy sujeta la guitarra con cauchos.

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Noto que el oficio del lutier para Freddy es una especie de contradicción entre lo que pudo ser su vida más allá del taller y su innegable habilidad como artesano, entre la búsqueda por trazar su propio camino y su compromiso con su padre. “Trabajamos muy bien juntos. Mi papá se encarga de la parte técnica y yo hago la terminación”, agrega.


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Ahora, Freddy, que está solo en el taller se enfrenta a otro dilema. Con la enfermedad de su padre tiene que decidir si seguir con su taller o dejarlo, si seguir con la forma en que venía haciendo las cosas o darle su propio toque. El gran problema es que hay poco trabajo y que las personas ya no respetan la labor del lutier como en el pasado.

La resistencia al cambio En el taller de los Beltrán todo se hace de manera artesanal. Sus métodos, instrumentos y máquinas son de otra época. La prensa gigantesca que descansa al lado de la puerta es de madera, como las de hace siglos. “Eso ya no se usa”, me cuenta Freddy. Tampoco los sellos que Gilberto se negó a cambiar durante todos estos años. Su letra en cursiva, elegante, serifada, es muy diferente a las minimalistas de ahora. Freddy coge el sello, lo unta en tinta y me muestra en un recibo cómo queda marcado el nombre del taller. “Él está muy arraigado en su pensamiento”, me cuenta. Dice que está negado a cambiar la más mínima manera de hacer las cosas. Mientras tanto, la tecnificación en la industria de los instrumentos crece y se perfecciona. Algo

preocupado, Freddy sentencia que en esos lugares “sacan mil guitarras en una semana, hay un obrero para cada parte. Uno se encarga de armar, otro le echa selladora, otro que solamente pinta”. La fabricación de instrumentos de cuerda así de tecnificada ha complicado aún más la labor artesanal. La división del trabajo reduce el precio, mientras que hacerlas con las propias manos hace que el precio sea muy elevado. “Mi papá es una persona que, entre comillas, no trabaja barato. Eso hace que tampoco tenga mucha demanda. Una guitarra acá hecha con sus manos vale 500.000 pesos. Si se los pagan la hace, si no se los pagan, no. El hombre es radical”. Competir contra la tecnificación con instrumentos de otro tiempo hace que se vea como un imposible. El futuro del taller es incierto. La autenticidad de cada una de sus guitarras se ve al acecho de la producción en masa y la falta de clientela. Freddy piensa en diferentes alternativas, en adentrarse en el mundo de las redes sociales, en el de la tecnología. Pero toda decisión es más difícil en ese taller que respira soledad sin su maestro y sin sus guitarras.

En sus mejores días, el taller alcanzó a tener 40 empleados. Hoy, Freddy está prácticamente solo atendiendo el negocio ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Freddy pone el puente de una guitarra.

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LOS MASAJES DE UN TIGRE

Texto: Laura Tatiana Vargas Lizarazo valaura@javeriana.edu.co Fotos: Diana Valentina Vargas Lizarazo divargas@javeriana.edu.co

Los pacientes acuden a El Tigre para buscar tratamientos contra distintas dolencias.

Hace más de 50 años los sobanderos se instalaron en el barrio San Bernardo, en la localidad de Santa Fe, con la promesa de tratar lesiones en los músculos y hasta en los huesos. Ellos ofrecen un servicio que se ha convertido en una tradición y que aún sobrevive en las calles de Bogotá, pero que no ha estado libre de cuestionamientos, pues la ciencia advierte sobre sus posibles riesgos. El local de uno de los sobanderos más antiguos de Bogotá aún está en pie, pero pronto será derrumbado. Es uno de los pocos establecimientos que sobrevivieron a la demolición de El Cartucho en 1998. Es una casa esquinera de un solo piso ubicada frente al parque Tercer Milenio, entre la calle sexta y la carrera 12A. La fachada es verde menta, tiene el dibujo de un tigre rugiendo y un aviso con la palabra “Sobandero” en la parte superior. La zona es llamada la “Calle del Dolor” y aunque son cerca de 20 negocios dedicados a este oficio, no hay otro tan distinguido y popular como El Tigre. Es martes, son las 11:30 de la mañana, el cielo está oscuro y algunas gotas de lluvia han comenzado a caer. En el consultorio está Harold Murillo atendiendo a puerta cerrada. Unos minutos más tarde sale una mujer mayor, de estatura baja y espalda encorvada, que no se va sin antes dar las gracias y acordar la fecha para la próxima sesión. Harold se despide cariñosamente de la paciente. Es un hombre carismático y atento que aprendió a sobar observando a su padre. Siente


Algunas personas acuden al sobandero con la esperanza de aliviar dolencias en los músculos y en los huesos ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

respeto por este trabajo y cree firmemente que no cualquiera puede hacerlo: “Todo el mundo acá dice que se soba, piensan que es masajear y ya, pero no es así. Esto es un don y no cualquiera lo hace. La señora que salió va para tres meses de tratamiento, ella antes no podía caminar y mira cómo se fue ahorita: caminando”, asegura. Harold se emociona cuando habla sobre su oficio y su familia. Cuenta que su papá, Carlos Iván Murillo, conocido como El Tigre, es uno de los sobanderos más antiguos de Bogotá. Todo comenzó hace 50 años cuando José Murillo, su abuelo, trabajaba en Medicina Legal arreglando y embalsamando los cuerpos del anfiteatro, fue así como aprendió de anatomía humana. Más adelante se dedicó a la sobandería, pues en ese entonces no existía mucha tecnología, y cuando alguien se dislocaba un hueso, la forma de “cuadrarlo” era con las manos. Carlos Iván quería continuar con el legado de su padre, por eso abrió un local y comenzó a trabajar junto con varios colegas. Algunos ya murieron y los que siguen vivos se dedican a otras cosas. De los antiguos sobanderos de Bogotá, dice Carlos, solo queda él.

El Tigre lleva más de 20 años atendiendo pacientes en este lugar.

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En el consultorio todo tiene un aspecto viejo. Las sillas son de pasta, la camilla está forrada con una tela rota y en las paredes blancas se distinguen algunas grietas. El interior de la casa compagina con el exterior: una vía desolada e insegura donde de vez en cuando transitan habitantes de calle. Sin embargo, esto no es un impedimento para que las personas de todas las zonas de la ciudad acudan a este lugar. “De todas las edades y de todos los estratos han llegado acá, desde la persona que vende en los buses, hasta el actor de televisión. A veces llegan personas muy pobres y los atendemos gratis; nosotros sabemos que estamos para curar. Pero otras veces llegan pacientes en carro blindado, y ahí la cosa es diferente”, dice Harold mientras ahuyenta inútilmente con sus manos las moscas que rondan la habitación. La gente recurre a los sobanderos por fracturas, esguinces, desgarres, luxaciones, tendinitis, “caída de hombro”, juanetes, displasia de cadera y desviación de columna. Esto último es lo que más se trata: Harold calcula que un 90 % de los pacientes que llegan diariamente —atiende entre 12 y 15 personas—, tienen este problema. Según él, la finalidad del trabajo es curar las lesiones evitando la cirugía, pues “con la ayuda de Dios todo se puede”, dice, mostrando que en este oficio se mezcla el masaje con la fe.

Arriba: El hijo del Tigre se niega a dejar morir este oficio. Abajo: El Tigre y sus hijos hace algunos años.

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Los pacientes más leales afirman que Carlos Iván Murillo, el Tigre tiene unas manos milagrosas. Tal es el caso de Andrés Rodríguez, a quien el sobandero atendió por una luxación de hombro izquierdo hace cinco años: “Desde que él me cuadró el hueso, nunca más me ha vuelto a molestar; yo soy fiel testimonio de sus manos benditas”, dice. Otro caso es el de Margarita Sánchez, quien acudió al Tigre porque su hija de ocho meses tenía displasia de cadera: “Nos dijeron que necesitaba cirugía, pero en el médico veíamos algunos niños operados que no quedaban bien. Entonces decidimos ir a donde el Tigre e iniciar un tratamiento. Estoy muy agradecida con él y con Dios porque mi hija quedó perfecta. Hoy en día tiene cinco años, corre, salta y baila sin ningún problema”, dice Margarita.


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Sin embargo, estos tratamientos no están avalados por la medicina profesional. El ortopedista Óscar Eduardo Reyes afirma que aunque los sobanderos pasan por un aprendizaje directo de observación y repetición, no tienen un conocimiento certificado en anatomía, semiología médica y biomecánica. “Un masaje sobre una lesión menor como una contusión o un esguince, si se hace suave y con cuidado, no causa daño, pero una fractura, luxación o ruptura de ligamentos tratada con tracción excesiva puede ocasionar un problema mayor. El organismo es capaz de curar una fractura, aún sin hacer nada, pero es el médico ortopedista quien garantiza el resultado funcional”, dice el especialista. *** Ya es mediodía cuando un ciclista de uniforme negro se acerca a la puerta del lugar para averiguar el valor de la consulta. Harold acude de inmediato, sabe que cualquier persona que llegue es una posibilidad para seguir trabajando. La mayoría son clientes antiguos que ya conocen los precios: una “sobadita” general cuesta 30.000 pesos y los tratamientos empiezan desde 160.000 pesos. Las lesiones que llevan años suelen ser las más prolongadas y costosas, y su valor puede variar desde 800.000 hasta 3.000.000 de pesos. “Hay lesiones viejas que la gente descuida; vienen acá y piensan que con 20.000 o 50.000 pesos se van recuperar, pero con un problema de hace años es imposible. Aquí evitamos la cirugía, por eso vale lo que vale. Para la salud nunca es demasiado dinero”. Aunque su negocio queda en Bogotá, a Carlos Murillo lo reconocen en varias regiones de Colombia, como en el Cauca y el Huila. Son muchas personas las que confían en esta tradición y buscan ayuda en las “manos curativas” del sobandero. Por esta razón, la manada del Tigre se niega a abandonar este oficio que por décadas ha sido su fuente de ingresos. En Bogotá tienen dos locales: el antiguo, que pronto será derrumbado para construir edificios residenciales, y el más reciente, ubicado una cuadra más abajo, en la avenida Caracas con calle sexta. Aunque la sobandería es una tradición y hay muchos que tienen puesta su fe en ella, la realidad es que esta práctica puede conllevar

Aunque el negocio queda en Bogotá, el Tigre tiene clientes en varios lugares de Colombia.

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Harold, el hijo del Tigre, aprendió a sobar desde muy pequeño. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Los aparentes milagros y problemas que puede generar la sobandería siguen siendo punto de discusión entre los que se dedican a este oficio, los pacientes fieles y los profesionales de la salud ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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riesgos. Un estudio publicado en New Zealand Medical Journal y desarrollado por investigadores del Peninsula Collegue of Medicine de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, advierte que cuando los masajes se practican erróneamente, pueden generar efectos secundarios peligrosos, como desplazamientos de vértebras, úlceras en las piernas, daño en los nervios y hasta accidentes cerebrovasculares ocurridos después de una terapia de masaje. Tanto los aparentes milagros como los problemas que puede generar la sobandería siguen siendo un punto de discusión entre los que se dedican a este oficio, los pacientes fieles y los profesionales de la salud. El investigador especializado en medicina alternativa Edzard Ernst —director del citado estudio británico— dice que no se opone a las terapias con masajes, pero sí al fomento de tratamientos que no demuestran su seguridad y efectividad. Por otro lado, algunos sobanderos como Harold respetan a los médicos profesionales, pero difieren de sus métodos de trabajo: “Obviamente ellos saben, son profesionales, lo que pasa es que solo funcionan con pastillas, inyecciones y cirugías. Aquí nos han llegado pacientes desde el hospital

con férulas grandísimas y sin soluciones al problema. Las personas van al médico, las enyesan y les dan pastillas para el dolor. Acá si vienes con fractura te decimos de una si el hueso se puede cuadrar o no. Obviamente son tratamientos que valen, nuestras manos valen, pero evitamos la cirugía y garantizamos nuestro trabajo”, dice Harold. Escuchar a los sobanderos pregonando sus servicios es un sonido familiar en la “Calle del Dolor”. Harold se ubica en la puerta del negocio y empieza a llamar a los transeúntes que pasan cerca: “¡Siga, siga! ¡Sobandero El Tigre! ¡El original, el del anfiteatro! ¡Cuadramos huesos! ¡Siga!”. En pocas semanas el antiguo local de El Tigre dejará de existir para siempre y sobre su suelo se construirá un edificio residencial. Harold Murillo continuará trabajando en el segundo local, mientras que su papá, “con la ayuda de Dios,” abrirá uno nuevo en Chapinero. Por el momento, ninguna persona se acerca, pero aún es temprano y de seguro no demora en llegar alguien que requiera los servicios de El Tigre y de su hijo, porque, como ellos mismos aseguran, “donde sea que se ubiquen, siempre llegará algún paciente”.


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EL LIBRERO Álvaro Castillo Granada es uno de los libreros más conocidos en Colombia. Su oficio le ha permitido relacionarse con muchos escritores y ser testigo de la evolución de la narrativa colombiana. Desde hace más de veinte años trabaja en San Librario, una reconocida librería de viejo en la calle 70 con carrera 12, que funciona como un eslabón entre libros y lectores. Texto y fotos: María Camila Dávila Bermúdez mcamila.davila@javeriana.edu.co Álvaro recolecta historias, no solo de los libros, sino de los clientes de la librería.

—San Librario, buenas tardes —saluda Álvaro Castillo Granada, quien se pierde entre su escritorio atiborrado de libros—. No, ese ya no lo tengo, pero si quiere, deme su nombre y su número y le aviso si lo vuelvo a vender —responde cuando le preguntan por un libro que ya no está disponible. Desde hace veintitrés años San Librario es su lugar de trabajo y también su zona de confort. Lo que anteriormente era la sala de una casa, ahora es una librería de segunda mano donde el exceso de teatro, poesía, ensayos, novelas, cuentos y crónicas, entre otros, hacen que el espacio se vea más pequeño de lo que es en realidad. Es dentro de estas torres de libros donde Álvaro se siente invulnerable. “Si yo tuviera que definirme a mí mismo, diría que soy un librero, un escritor y un lector. Las tres cosas de manera simultánea. No riñen la una con la otra”, dice después de preguntar si puede seguir trabajando mientras contesta las preguntas. “Curioso, diletante, ensoñador y andariego. Ese soy yo”. En el 2018, Álvaro publicó su primer libro de cuentos, Un librero, donde se retrata a sí mismo como “calvo, barbado, gafas de John Lennon, dos aretes en la oreja izquierda y las muñecas llenas de pulseras”. Después de leer esta descripción, es imposible no reconocerlo. A simple vista, nada ha cambiado con el tiempo. “Aunque suene extraño, a pesar de que soy calvo, la única diferencia es que tengo más canas”, asegura. Cuando era niño, Álvaro leía y releía las versiones infantiles, resumidas e ilustradas, de los libros que tenía a la mano: Corazón, Las aventuras de Tom Sawyer, Las mil y una noches, Un viaje a la Luna y Miguel Strogoff. Para alguien tan tímido, estas historias de aventura fueron un refugio contra la soledad y un viaje maravilloso que empezó en las páginas de estos libros. “Tenía 12 años cuando mi mamá tuvo un problema respiratorio y casi se muere. Al salir de la clínica, me regaló un libro que se llama Confieso que he vivido, del poeta chileno Pablo Neruda, y me dijo que ella lo había


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en la universidad, que no estar”, cuenta Álvaro, mientras pega con Colbón la punta que se despegó del lomo de un libro. —¿Se arrepiente de no haber terminado la carrera? —No, afortunadamente —afirma mientras con el puño golpea la madera de su escritorio para evitar un mal augurio—. Ya a los casi 52 años puedo decir que nunca necesité el título. Ahora bien, no tener un título en este momento de la humanidad sí sería muy jodido.

Desde el 1998, San Librario ha estado en el mismo lugar, en la calle 70 con carrera 12, en Bogotá. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Tengo el grandísimo privilegio de poder vivir de lo que más me gusta: leer y conseguir libros

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leído durante su convalecencia, que era muy bonito y que me iba a gustar mucho”. Leer ese libro fue como “abrir la caja de Pandora”, pues Álvaro empezó a leer y a buscar a los autores relacionados con Neruda. Por un lado, leía poesía hispanoamericana —Rafael Alberti, Federico García Lorca, Miguel Hernández, César Vallejo— y, por el otro, empezó a leer a poetas franceses, como Paul Éluard y Louis Aragon. Desde ese momento empezó a frecuentar la calle 19 en Bogotá, donde había casetas y mercados de pulgas, para conseguir los libros de segunda. Como recuerda Francisco Bohórquez, un amigo de toda la vida de Álvaro, “en el colegio nosotros no gastábamos plata en comida. No almorzábamos. Lo que hacíamos era gorrearles comida a los compañeros y así ahorrábamos esa plata para comprar discos y libros”. Luego Álvaro empezó a estudiar, sin mayor interés, literatura en la Universidad Javeriana, “tenía mejores cosas que hacer, estaba trabajando, tenía novia y me gustaba irme de vacaciones. Entonces, con todo ese revuelto de cosas, no había forma de que el estudio fuera lo principal”. Asistía a las clases y nunca perdió ninguna materia; sin embargo, “solo iba a ver a mi novia y porque era más fácil estar

Por motivos personales, en 1988, cuando estaba en segundo semestre de la universidad, tuvo que empezar a buscar trabajo. “Hice varias hojas de vida que, finalmente, como decía una amiga, eran hojas sin vida porque yo no tenía experiencia laboral: tenía 19 años y ningún título”. Se presentó a varias librerías y en ninguna lo aceptaron hasta que un día, sin ninguna hoja de vida y solo con el interés de mirar libros, entró a Enviado Especial Libros. Esta era una librería que le pertenecía a Gloria Moreno y al periodista Germán Castro Caicedo y que, en ese entonces, quedaba en el Centro Comercial Granahorrar —hoy el centro comercial Avenida Chile— en el local 107P, donde ahora hay una heladería de Crepes & Waffles. “Recuerdo que vi unos libros de Julio Cortázar que se llaman La vuelta al día en ochenta mundos, la edición de Siglo XXI, y los vi más caros que en otras librerías. No sé por qué diablos”, dice Álvaro mientras se ríe apenado al recordarlo y luego agrega: “A mí se me ocurrió decirle a un señor —que después descubriría que era César Reppetto, un librero uruguayo que fue gerente de la Editorial Losada en Colombia y quien terminó siendo un gran maestro para él— que ese libro estaba más caro. Se puso bravísimo y sacó una carpeta con la remisión y, efectivamente, estaba más caro. Fue un momento incomodísimo”. Sin embargo, después de esa discusión, Álvaro se quedó en la librería, y Gloria Moreno, una señora de acento paisa, se le acercó a preguntarle quién era, qué hacía y terminó ofreciéndole trabajo para las vacaciones. Empezó a trabajar el 30 de noviembre de 1988 en Enviado Especial Libros. El librero recuerda muy bien esa fecha porque ese trabajo duraría solo un


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par de meses. Sin embargo, después de 33 años, es el oficio que sigue ejerciendo. —¿Qué hace que un librero sea un buen librero? —Yo juzgo el oficio según como lo concibo. Para mí, un buen librero es una persona apasionada por su labor, que sabe que está brindando un buen servicio. Es alguien apasionado por la lectura. Una persona amable, que trata de hacer una buena gestión con sus clientes. Tiene que ser alguien que goza hablar de libros, conseguir libros y, sobre todo, que entiende que este trabajo no es solamente de diez a seis. Álvaro deja de reparar los libros y ahora empieza a empacar los que debe enviar. Sus respuestas se opacan con el sonido de la cinta trasparente al despegarse y el de los pliegos de periódicos con los que empaca cuidadosamente cada libro. “Un librero es un eslabón entre el libro, el autor y el lector. Es una parte de la cadena. No es lo más importante, ni lo menos importante. Es una parte”. En diciembre de 1998, diez años y un mes después de que Álvaro empezara a ejercer como librero, se unió en sociedad con Camilo Delgado, María Luisa Ortega y Claudia Cadena para abrir San Librario, en el mismo lugar en el que se encuentra ahora. “La inversión fue mínima”, recuerda. “Las bibliotecas fueron hechas con muebles hechizos, usted puede notarlo, ¡están cayéndose! Hicimos un aporte económico para equipar la librería, sacamos algunos libros de nuestras bibliotecas y otros nos los vendieron amigos”. —¿Cómo hace actualmente para conseguir tantos libros? —Voy a dar una respuesta muy abstracta, porque un mago no revela sus trucos, un periodista no revela sus fuentes y un abogado guarda la reserva del cliente. En el libro Un librero doy algunas pistas generales. Cuando la gente supo que existía San Librario, comenzaron a llamarnos y a ofrecernos libros. Cuando me dicen, yo voy a las casas a comprarlos. Procuro no comprar en otras librerías. A veces se los compro a algún colega… ¡Esto es puro azar! La segunda vez que visité a Álvaro en la librería, en la calle 70 con carrera 12, presencié ese azar.

A las cinco de la mañana sin falta, Álvaro publica en Instagram y Facebook los nuevos libros que están a la venta.

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Desde su escritorio, Álvaro arregla los libros, los empaca y los marca para después enviarlos a que cumplan su destino.

Mientras hablábamos, llegó un hombre a la librería. Alcancé la conversación cuando le decía que estaba interesado en vender algunos libros: —Tengo una colección que se hizo en homenaje a Santander y Bolívar hace muchos años… —Sí —respondió Álvaro con total conocimiento de lo que el hombre le decía sin más explicaciones. —La tengo completa y no quiero que la desmiembren. No sé si alguien estaría interesado. —Le propongo lo siguiente: yo le doy mi WhatsApp y usted me manda fotos. Si me interesa alguno, yo le digo, y si no, le puedo recomendar a alguien más. No todos los libros de segunda mano encuentran un espacio en las bibliotecas de San Librario. El criterio de selección es de Álvaro:

él selecciona libros que tengan interés, que sean importantes, que se acomoden a los precios que ellos manejan y que se ajusten al tipo de clientela que va a la librería. “Es una multiplicidad de factores”, contesta respecto a cómo se asignan los precios a los libros. “Primero, cuánto me costaron. Segundo, si el libro está en el mercado, ¿cuánto vale? Tercero, si yo fuera un cliente, ¿estaría dispuesto a pagar eso? Ahora bien, estamos hablando de los libros de combate. Hay libros que tienen otras características, y ahí el precio es una cosa muy aleatoria. Depende de la importancia de la edición, de la disponibilidad en el mercado y también del tipo de clientes que tenga yo”. Al lado derecho del escritorio de Álvaro, que actualmente está abarrotado de libros de poesía, hay un mueble de madera desgastada con puertas de vidrio donde se guardan los libros autografiados y las primeras ediciones. “El precio de estos libros depende de la clientela que yo tenga, porque usted puede tener en su casa la primera edición de la Biblia firmada por Jesús. ¿Cuánto vale ese libro? Todo y nada. Si usted no tiene a quién vendérselo, ¿cuánto vale? Nada. Si tiene a alguien que está dispuesto a darle un millón de dólares, ¿cuánto vale? Un millón de dólares”. El librero y el cliente intercambian números para ver si pueden llegar a algún trato en cuanto a la colección especial de Santander y Bolívar. —¿Usted tiene libros sobre Bogotá? —le pregunta el cliente a Álvaro desde la puerta. —¿Está buscando algo en particular? —Digamos que me interesan los libros que tengan fotos o mapas de Bogotá antigua. —Vea, casi todo eso ya lo vendí —no necesitó más de unos segundos para procesar lo que quería y en qué parte de la librería encontrarlo—. Le voy a poner aquí encima los que me quedan: el de la Media Torta, el de La Candelaria… Álvaro crea una relación con sus clientes. Después de hablar con ellos y preguntarles detalles clave, escoge el libro que cree que más se ajusta a lo que la persona quiere. “Ahí estoy jugando con mi memoria, con mi

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oficio de lector. Eso es lo que puedo temer que se pierda. Los libreros ya no leen porque confían en la máquina. Las personas que van a asumir esto como una profesión para toda la vida deben ser lectores, si no, se pierde esa posibilidad del encuentro con el lector”, responde cuando le planteo la posibilidad de que su oficio desaparezca. Esta es una de las mejores cualidades de Álvaro como librero: la relación que construye con sus clientes, con base en su memoria, para poder recomendarles libros. “Él es como Netflix, ¡como un algoritmo viviente!”, dice su amigo Francisco riéndose. “Así como los algoritmos de Netflix que le van recomendando cosas a uno, pues Alvarito es un algoritmo viviente. Lo que pasa es que es mucho más preciso. Él sabe exactamente qué recomendarte, qué te va a gustar. Te sabe guiar con una mayor certeza”.

guerrillas, firmado por el ‘Che’ Guevara, se lo regaló un amigo cubano. “Yo creo mucho en el azar; hace parte de la vida de todos”, me cuenta el librero después de un par de horas de conversación. “¿Por qué uno se enamora de alguien? ¿Por qué uno conoce o no conoce a alguien? Por el azar. Porque, como dice el escritor cubano Leonardo Padura, ‘aquello estaba deseando ocurrir’. Hay unas leyes por las cuales se mueven las cosas que tienen que pasar, tanto lo bueno como lo malo”, cuenta Álvaro. “Los libros que uno desea, quiere y sueña, si tienen que aparecer, aparecen y lo hacen en el momento indicado. Eso lo creo porque lo he vivido en carne propia. Los libros siempre han estado conmigo y siempre me han habitado”, concluye Álvaro.

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Álvaro también es escritor y ha publicado Un librero y Con los libreros en Cuba.

Álvaro teje relaciones con sus clientes, como la que tiene desde hace más de diez años con Alejandro Gaviria, actual rector de la Universidad de los Andes, que es un ejemplo perfecto de esto que se construye entre el lector y el librero. Por eso Gaviria cuenta: “Álvaro tiene una memoria impresionante, un conocimiento y una pasión muy grande por su oficio. Es uno de los libreros más especiales de Colombia”, y agrega: “Me ha permitido conocer a muchos escritores en estos años de coexistencia. A estas alturas, él ya sabe mis gustos, sabe lo que yo estoy buscando, sabe lo que estoy pensando. Somos, de alguna manera, cómplices en estas pesquisas librescas”. Alejandro Gaviria cree que es probable que el oficio del librero llegue a desaparecer. “Álvaro es una especie en vía de extinción, de alguna forma, al igual que esas librerías independientes y que ese gusto por los libros. Su supervivencia está en entredicho, y por eso tenemos que celebrarlo a él”. Actualmente, Álvaro tiene más cinco mil libros en la librería y diez mil libros en su apartamento. Tiene un fetiche con el hecho de saber que algunos libros estuvieron en un momento en las manos del autor. Por esto, por lo menos seis mil libros de su biblioteca son autografiados. El más preciado para él, La guerra de

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MEMORIAS DE BRONCE Texto y fotos: Paola Catalina Morales paola-moralesb@javeriana.edu.co

Rafael Franco se dedica a esculpir y fundir el bronce, y en su taller ha moldeado las figuras de aquellos que han definido la historia del país. Su oficio milenario, en medio del fuego y el metal, no solo conserva la memoria de una nación, sino también deja testimonio de un arte que solo toma forma con miles de grados centígrados. A Rafael Franco no le alcanza la boca para sonreír y debe hacerlo con el resto de la cara. De ojos felices y bigote negro, el escultor saca manotadas de casquillos de munición que el Ejército le vendió para fundirlos. Debe ser muy cuidadoso, pues de colarse una bala en el horno del taller, que llega a unos 1.200 grados centígrados, podría ser el fin del trato que ha hecho con el destino. O de su vida. Desde muy pequeño, Rafael estuvo en una carrera contra una fuerza desconocida que lo arrastraría siempre a un mismo punto, y, como a Edipo, cuanto más quiso aventajar las profecías del oráculo sobre su futuro, más cerca se encontró de él. Para Edipo fue matar a su padre y desposarse con su madre. Para Rafael fue ser reclutado por un grupo armado. Aunque no logró ganarle del todo al destino, pareció llegar a un acuerdo: en lugar de disparar las balas en el monte, pudo moldearlas en su taller. Quizá por eso sonríe tanto. En el taller todos los días son diferentes. Se levanta temprano, llega entre seis y siete de la mañana y sale entre diez y once de la noche. El resto del día se dedica a ordenar cosas, comprar materiales, estar pendiente


de su finca, de sus padres, de sus clientes. Desde pequeño duerme poco. A Bogotá llegó solo, a los 18 años, huyendo de la guerrilla. Para ese momento tenía tres alternativas: lo reclutaban, se moría o se iba. Escogió la tercera y fue así como dejó su finca en el municipio de Aguada, Santander, el 6 de enero de 1984. Antes, se dedicaba a hacer panela con su familia en el día y, en la noche, para que la guerrilla no lo cogiera dormido, a escuchar emisoras internacionales. Dormir poco se volvió costumbre. “La única forma de destruir el bronce es fundirlo, derretirlo. No lo daña nada. Es lo más inmortal y noble que hay. Se le puede dar color, no con pintura, sino con ácidos. Es el único metal que se deja dar color dependiendo del ácido que uno le coloque”, explica Rafael. Pero a ese descubrimiento llegó más adelante en su vida, ya mucho antes había algo en el bronce que lo intrigaba profundamente. Rafael supo que había llegado al futuro, o que había estado 18 años viviendo en el pasado, cuando lo primero que vio llegando a Bogotá fue el Monumento a los Héroes. Metido en su pueblo, dice que conoció el yogur solo a los 12 años, y el Chocoramo, después de los 15. Era una verdadera novedad. Su mamá fue quien le dijo que el Bolívar estaba hecho de bronce, un metal tan indestructible como las pailas de cobre donde hacían la panela de la finca. En los años siguientes, al terminar el bachillerato, empezó a estudiar en la Universidad Nacional, primero ingeniería agrícola y luego bellas artes. Por esos años había muchos conflictos y la Universidad permanecía cerrada: “Mejor dicho, me salí de la guerrilla rural y vine a llegar a donde estaba la guerrilla urbana”, bromea. Un día se encontró en medio de una trifulca entre quienes tiraban piedras y la Policía. El único resguardo que encontró fue el museo de la Universidad y, corriendo entre el tropel y los gases, logró entrar. Allí había una exposición de esculturas de terracota y bronce. Cosas de la vida. A partir de ese momento comenzó un largo recorrido por talleres de escultura y fundición en Bogotá, que ocuparía sus siguientes años de juventud. No finalizó sus estudios, pues estaba convencido de que lo que él buscaba no lo iba

a encontrar en libros y salones, sino en un taller. Por eso hoy Rafael se dedica tanto al trabajo de fundición en bronce de esculturas ya fabricadas como al trabajo creativo del modelado, pues él también es escultor. El bronce es un metal producto de la aleación entre ciertos porcentajes de cobre y estaño, y se puede combinar con otros metales como el aluminio y el zinc para conseguir otro tipo de calidades. Es difícil de encontrar: el material y quien lo trabaje. Y así como el material es

Las esculturas de Rafael Franco se exhiben en diversos parques, plazas y museos del país. Incluso algunas se las han llevado al exterior. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Rafael llegó a Bogotá desde Santander en 1984, estudió en la Universidad Nacional y allí descubrió su pasión por el bronce y la escultura ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••••

único y suntuoso, lo mismo ocurre con quienes llegan al taller de Rafael. La mayoría son artistas, quienes traen sus obras escultóricas y Rafael les hace la fundición en bronce. También lo buscan de galerías y museos, así como los alcaldes que quieren adornar sus municipios y parques. Algunos de sus clientes vienen del exterior: hace un par de años hizo un Winston Churchill para la Real Fuerza Aérea británica y un Michael Jackson para Hollywood… o por lo menos eso le dijeron. Rafael jamás ha pensado en visitar las obras que tiene por el mundo: “No sé en qué parte estarán, pero para allá se las llevaron”, dice con su tono fresco, despreocupado. Habla suavemente, y mientras lo hace va contando que en Colombia hay varias importantes: el Gato del río de Cali, el Bolívar de la plaza de Chiquinquirá, el Cacique Tisquesusa de Zipaquirá, las figuras mitológicas del Sendero de Mitos y Leyendas en el Parque del Café —entre las que se encuentran la Llorona y la Patasola— y el José María Córdova de la Escuela Militar en Bogotá.

Su trabajo es tan reconocido que no solo lo han buscado clientes de otros países, sino también algunos muy particulares. Hace muchos años, ahora recuerda Rafael, llegó al taller un hombre que quería una escultura similar a un guerrero, una suerte de miliciano con pañoleta que por alguna razón resultaba ligeramente familiar. Rafael se la cotizó en cinco millones de pesos y el cliente resolvió darle 3.000 dólares. Pero pasó el tiempo y el hombre no regresó, hasta que tres años más tarde volvió. Rafael le dijo que aún tenía la obra encargada, pero el hombre le pidió que la derritiera porque “al jefe lo mataron”. Luego, le explicó que iba a ser un regalo para su jefe, pero que en vista de las circunstancias era mejor que la destruyera. Después de mucho tiempo, husmeando, Rafael se enteró de que era un regalo para Carlos Castaño. El guerrero era él, aunque en lugar de su habitual pava militar, lucía una pañoleta en la cabeza. Nunca supo con seguridad quién era el hombre que le hizo el encargo. *** Pasadas tres horas, Rafael saca el bronce fundido —que ha alcanzado los 1.200 grados centígrados—, usando un pequeño recipiente. El metal, de color naranja fosforescente, parece una fuente de luz. Su temperatura es tan alta que con los movimientos genera llamas y pequeñas explosiones que iluminan el recipiente. Es un líquido en llamas. Lo lleva cuidadosamente a las cajas de arena húmeda que contienen los moldes de las esculturas y lo vierte en los huecos que ha dejado en la superficie. No se alcanza a percibir qué hay en el interior. —¿Ese pa’cuándo es? —pregunta uno de sus empleados. —Pa’yer —le responde con gracia Rafael, y suelta una carcajada. El calor en la parte posterior del taller, donde está el horno, es infernal. El escultor debe usar un delantal de protección encima de su overol, guantes de seguridad para altas temperaturas y una capota. Su vestimenta es rústica, pero sus movimientos son delicados. El proceso para fabricar una escultura en bronce empieza con la fase de modelado: la

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escultura inicial en arcilla. A esta se le toma una impresión en negativo en caucho; es decir, se hace una especie de molde. Luego, con este, se hace una impresión en cera en positivo, una réplica hueca de la escultura que rellena el molde. A continuación, a la réplica en cera se le hace un molde refractario en circonio. En este punto, se expone al calor para que la capa de cera se derrita y salga de tal forma que quede el espacio donde va a ir el bronce fundido. Esto quiere decir que la escultura final también será hueca, replicando la impresión en cera. Se mete todo en una caja con arena alrededor, dejando descubierta únicamente la superficie superior, donde están los agujeros que conducen al interior de los moldes. Finalmente, se vierte el metal por los agujeros. Al cabo de una hora se saca de la arena y todo se rompe con un martillo para poder sacar la recién endurecida obra en bronce. Se limpia, se talla y se pule y, luego, se le da color. La técnica recibe el nombre de cera perdida. Rafael tiene empleados para llevar a cabo casi todas las fases, pero el proceso de fundición del bronce lo hace él mismo. En ocasiones lo ayuda un joven empleado, pero es él quien da las instrucciones. Siempre. Toma años de experiencia, de prueba y error, saber cuándo el bronce ha alcanzado la temperatura, textura y color adecuados para sacarlo del horno. Él es el único que sabe, a ojo, cuando está listo, y aun así no es fácil: “Eso es un misterio, no es sino hasta que uno destapa todo cuando sabe si salió bien. La fundición es incierta”, advierte en tono prudente. *** El ruido que produce la pulidora es ensordecedor y, sin embargo, Rafael habla bajo. Ha sido una vida de sacrificios. Las condiciones son duras: las temperaturas, el tiempo invertido, los materiales contaminantes de la emisión de materia particulada y humo de óxido metálico en el proceso de fundición, el ruido…, pero en el taller siempre hay música. Cada empleado tiene su propia música en su estación de trabajo. Desde su puesto, Diego Herrera, el único empleado que usa protección auditiva, habla de su jefe: “Rafael le da la oportunidad a

uno de conocer muchas técnicas, tiene mucha paciencia para enseñar. Eso es lo virtuoso del man. No me gusta lo que escucha, mucho reggaetón. Por lo demás, el ruido es bastante molesto. Cuando hay que pulir cosas grandes, se le pone a uno la cabeza terrible”, cuenta. Al parecer, desde que le construyeron un techo más alto al taller, ubicado en la localidad de Engativá, hay más eco y el ruido se amplifica.

Una vez el bronce alcanza una temperatura de 1.200 ºC, Rafael comienza la etapa de moldeado

Rafael se describe como un hombre sin enemigos, un apasionado por la historia patria y como todo aquello que los demás vean en él al

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Buena parte del bronce que utiliza para sus esculturas viene de los casquillos de munición que le compra al Ejército Nacional.

describirlo. Y seguro todos verán algo en este escultor de expresión sonriente. Todos, sin importar de dónde vengan, porque por su taller ha pasado la mismísima historia colombiana. En su pacto con el destino, Rafael materializa esa historia. Por su taller se han paseado los pintores y escultores Hernando Tejada y Enrique Grau hablando de arte, con quienes fabricó El Gato del Río de Cali y el San Pedro Claver de la ciudad amurallada en Cartagena, respectivamente; y también el expresidente y escritor

Belisario Betancur, hablando de poesía. Entre sus amigos, la persona que más le ayudó a crecer en la escultura fue Alfredo Castañeda, un miembro del Partido Comunista, muy amigo de Alfonso López Michelsen, y quien en la juventud había sido compañero de Manuel Marulanda y de Jacobo Arenas. A su casa, un día llegó un tal Jaime Bateman Cayón. Lo conoció. “La vida es muy rara y curiosa. Yo huyéndole a la guerrilla, jueputa, y siempre termino rodeado de estos locos”, dice burlándose de sí mismo. Actualmente, su mayor proveedor de bronce es el Ejército que, bajo autorizaciones legales, le vende los casquillos vacíos de la munición ya usados en entrenamiento. En efecto, rara y curiosa: el mismo Ejército ha encargado varios de sus monumentos a Rafael. Entre el costal de 50 kilos de casquillos, se observa que la mayoría de las piezas están machacadas. “Es para evitar que esos casquillos caigan en manos de organizaciones armadas terroristas. Como para los bandidos es más difícil conseguir munición, la recalzan para reutilizarla”, explicará más adelante el coronel en retiro Gilberto Morales, exjefe del Departamento Control Comercio de Armas (DCCA) del Comando General de las Fuerzas Militares. —¿El Ejército es el único proveedor? —le pregunto a Rafael. —Cuando no puedo comprar en el Comando General, compro retal de lámina de bronce o de tubería. Y si ya es muy escaso, toca comprar cobre puro y hacer la aleación con zinc y estaño —responde Rafael. Amistoso, Rafael sonríe. Entre sus evidentes conocimientos de química, arte e historia, no le da pereza explicar cada minucia de su trabajo. En uno de los mesones se alcanza a ver un busto del fallecido exministro de defensa Carlos Holmes Trujillo. Hay dedos en bronce regados por todo el lugar. “Lo más difícil de esto es que uno siempre que está haciendo una obra, nunca la ve terminada. Si usted pudiera quedarse diez años terminándola, todos los días tendría que hacerle algo nuevo”, dice casi abatido. Mete una varilla en el horno para sacar la nata que se asienta encima del bronce. La llama que sale por la superficie crece y el humo se disipa en el aire.

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Paro Nacional 2021

UNA PROTESTA EN FRAGMENTOS Texto: Manuela Cano Pulido canomanuela@javeriana.edu.co

El 28 de abril estalló el paro nacional. La efervescencia colectiva se apoderó de las calles de las ciudades en Colombia y se difundió masivamente por las redes sociales. Una estudiante observa lo que sucede y comparte la experiencia íntima y fragmentada de las movilizaciones que vive en privado. Foto: David Guarín.

Tras meses de contención, explotó la ira de los colombianos. Agobiados por una pandemia interminable, repletos de incertidumbre y motivados por la efervescencia colectiva que se pausó en 2019, muchos ciudadanos no aguantaron más al ver con ojos incrédulos la nueva “Ley de la solidaridad sostenible”. Se trataba de la reforma tributaria propuesta por el gabinete de Iván Duque, presidente del país. Las calles se llenaron de miles de manifestantes que unieron su voz. Los reclamos eran múltiples y trascendieron por las propuestas de la reforma tributaria. Se oían gritos que condenaban la violencia del país en todas sus formas: policial, hacia los líderes sociales, en la ruralidad y en las ciudades, sexual… Se pedía el alto a las muertes y el cumplimiento del Acuerdo de Paz. Se reclamaba contra otras reformas que venían en camino, como la de la salud. Se llamaba la atención de un gobierno muchas veces sordo. Dentro del huracán de peticiones, todos esos reclamos me llegan —nos llegan—fragmentados. Vivo las manifestaciones encerrada en mi casa. Recibo en mi celular pequeños trozos de lo que está pasando en el país. Destellos en forma de fotografías. Pequeñas escenas reveladoras en forma de videos de las marchas. Relatos cortos en forma de tweets u opiniones regadas en mis chats de WhatsApp. Arte en forma de carteles colgados por toda la ciudad. Testimonios que se difunden por todos los canales y lenguajes posibles. Pistas y huellas de una enorme y compleja realidad. Vivo y atestiguo el paro nacional del 2021 quizá de una manera tan fragmentada como la actualidad del país. *** El mensaje que circula por todas las redes. El 28A vamos contra la reforma tributaria. El 28A nos encontramos en las calles. El 28A hay un nuevo paro nacional. Hay expectativa. Se cuestiona una movilización multitudinaria en el marco del tercer pico de la pandemia. “El 28A es un atentado contra la vida'”, dicen unos. “El 28A es absolutamente necesario”, responden otros.

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Grafiti en honor de Nicolás Guerrero 'Flex', joven grafitero asesinado durante las manifestaciones en Cali. Foto: Angie Rodríguez.

Pronto será 28 de abril y hay una preparación tensa. Mientras tanto, espero; me llegan cientos de notificaciones que llaman al paro y otras más que apelan a la serenidad. Me entusiasma y, a la vez, me asusta saber lo que va a pasar. *** Hay 300 manifestaciones en todo el país. Más de 50.000 personas alzaron su voz en las calles y, según el Ministerio de Defensa, 47.504 uniformados fueron desplegados por todo el país. Son las cifras que llegan a través de los canales oficiales, pero más allá de números y estadísticas, aún dentro de mi casa siento una euforia colectiva que nunca había experimentado. Veo encerradas en esos números rígidos peticiones diversas, manifestadas, sentidas y experimentadas de formas tan distintas como sus reclamantes. Concluye el primer día de manifestaciones. Hay mucha ira colectiva y Cali parece ser el epicentro. *** Veo la bandera de Colombia al revés. Arriba quedó el rojo. Rojo de sangre que mancha todo el país. Rojo muerte. Rojo violencia. Rojo que opaca al amarillo y al azul. Rojo que es el color que une a todos los manifestantes. Y así —ya no amarillo, azul y rojo, sino rojo, azul y amarillo— cuelga la bandera colombiana en estos días de protesta. *** Los primeros días pasan y el celular se transmuta en miles de ojos virtuales y dispersos por todas las ciudades. Impresiona la cantidad de contenido que se esparce por las redes. Es la sobreinformación en su máxima expresión. Entrar en cada apli-

cación es enfrentarse a todo tipo de emociones. Alegría: ¡se cayó la reforma tributaria! Tristeza: vimos la muerte de varios jóvenes en vivo. Indignación: ¿cómo nos pueden matar con casi 100.000 personas viendo una transmisión en vivo vía Instagram de DJ Juan de León? Rabia: mensajes de incitación a la violencia por parte de ciudadanos y políticos. Ilusión: unión y diálogos constructivos en diversos puntos de las ciudades. Miedo: cifras de muertos, desaparecidos, detenciones arbitrarias, desprotección… ¡Cuántas emociones circulan sin parar por las redes! *** Esta es la movilización de la conexión dentro de la desconexión. Conexión de miles de manifestantes a través de las redes, de Colombia con el mundo y entre diversos reclamos que hablan en la calle y desde la virtualidad. Pero todo dentro de una profunda desconexión de un gobierno que parece no sentirse interpelado. Desconexión del Estado con el pueblo, reflejada en la falta de garantías, en no darle espacio al diálogo y decantarse por la que quizás es la salida más fácil y cruel: la represión. *** “Colombia antiuribista”, “Medellín antiuribista”, “Bogotá antiuribista”, “Cali antiuribista”, “Tunja antiuribista”, “Sogamoso antiuribista”, “Palmira antiuribista”, “Barrancabermeja antiuribista”, “Pereira antiuribista”, “Catatumbo antiuribista”.... Y muchos “antiuribistas” más se dibujaron, las calles de muchos territorios. La inconformidad con el partido del gobierno ha sido una de las constantes de la manifestación. Se pinta en los suelos, se grita en forma de arengas en las manifestaciones, se plasma en carteles y se riega por las redes. ¿Qué será del uribismo después del paro nacional? *** Podría decir que las redes han sido una de las sorpresas de las movilizaciones. Quizás nunca habían tenido un papel tan activo y protagónico. Entro a Twitter y me encuentro con algo increíble: son más de cinco las tendencias uribistas. Me pregunto cómo es que tanta gente pudo estar tan activa para alcanzar esos primeros cinco puestos, los más virales, por los que se pelean millones. Me sorprendo aún

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Paro Nacional 2021

más al abrirlos, por curiosidad, y ver miles y miles de fotos, videos, GIF relacionados con el K-pop, el ahora famosísimo género de música coreana. Y aunque pensé que no me podía sorprender más, la respuesta al enigma me deja boquiabierta. Los kpopers, seguidores fieles de este género, se tomaron los hashtags uribistas para impedir la deslegitimación de la protesta. Increíble. *** “¿Dónde? ¿Dónde está mi hijo? ¡No! Mi único hijo. A mí me mataron también. Entonces, que me maten porque voy con mi hijo”. El hombre que graba el video acaba la transmisión. Colombia amanece con el sufrimiento de la madre de Santiago Andrés Murillo retratado en uno de los miles de videos que circulan por las redes. Santiago tenía solo 19 años. Le dispararon en la noche mientras regresaba a su casa. Su mamá está destrozada. Miles la vemos gritar. Miles nos sentimos impotentes. Las protestas en Colombia también son el dolor de las madres, como la de Santiago. Ahora, mientras reviso este artículo antes de enviarlo al editor, actualizo la cifra y encuentro que, según la ONG Temblores, 43 jóvenes fueron asesinados presuntamente a manos de la fuerza policial. Las madres los lloran. Algunas se suman a las marchas. Otras dan de comer a los manifestantes de la primera línea. Todas reclaman justicia, condenan la violencia que de la noche a la mañana se llevó a sus hijos para siempre. *** Hoy más que nunca queremos estar acompañados. Colectivamente siempre ha sido más fácil lidiar con la incertidumbre. Al menos eso pienso. Abro mi correo y recibo la noticia de que no tendremos clase, pero hay una posdata: mi profesora nos dice que se conectará para charlar con los que quieran.

impotentes de no poder salir a marchar, otros sienten que sus protestan no están siendo escuchadas. El común denominador de estos testimonios es la incertidumbre. Por ese momento siento que el diálogo ayuda a sanar. Colgamos. Sola otra vez, vuelve ese ahogo en el pecho que no me he podido quitar en los ocho días de movilización. *** Concentrarse en medio del caos es difícil. Lo estoy viviendo ahora que me paseo por las páginas del DANE e intento encontrar los datos para terminar un taller que me ha tomado horas. Al parecer, es un sentir colectivo. Unos días antes, por distintos grupos de WhatsApp, se habían rotado plantillas para poner en las fotos de perfil. Tienen forma circular y el tamaño perfecto para encajar en el ícono de todas las redes sociales. “Qué difícil es estudiar cuando matan a mi pueblo”, es el mensaje que más pusieron los estudiantes y que veo en mis aulas virtuales. Las clases cambiaron de forma desde que algunos de los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social y de la de Ciencias Sociales, mis dos facultades, entraron en paro. Ahora, en la ambivalencia de seguir estudiando y parar definitivamente las clases, nos reunimos a hablar de lo que está pasando a través de diferentes campos del conocimiento. *** Una marcha pasa al lado de mi casa. Veo la autopista Norte convertida en una gigantesca pista de patinaje y de ciclismo. A esta misma

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Manifestantes en la Plaza de la Hoja. Foto: Angie Rodríguez.

Al parecer, éramos muchos los que necesitábamos desahogarnos. Allí, en ese espacio virtual del que tanto nos habíamos quejado por no poder volver a clases presenciales, nos sentimos más cerca. Hablamos, nos desahogamos, compartimos nuestros miedos y desesperanza. Algunos se sienten

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Grafiti en la calle 47 con carrera séptima. Foto: Angie Rodríguez.

hora estaría repleta de carros atascados, luces encendidas y pitos incesantes. Hoy los carros les dan paso a cientos de manifestantes que ocupan el carril central. Las luces se convierten en coloridos carteles con mensajes en contra del abuso policial. Los pitos de los automóviles son reemplazados por silbatos de los manifestantes y sus cantos, muchos cantos.

Me meto al primer grupo que veo. “¿Ya confirmaron la muerte?”. “Muerte cerebral”, responde uno. “Ya murió”, complementa el otro (11:56 p. m. marca la hora del mensaje). Me dan escalofríos. Leo un poco más. Según varios medios, aún no ha muerto. Está en estado crítico en el Hospital Universitario de Pereira. Todo es muy confuso e inexacto.

“¡A parar para avanzar, viva el paro nacional!”, claman mientras avanzan y se pierden al fondo de esa autopista interminable.

Lucas recibió ocho disparos. Lucas se manifestaba pacíficamente. Lucas era estudiante de ciencia del deporte y recreación de la Universidad Tecnológica de Pereira. Lucas fue asesinado en Pereira. Lucas bailó durante todas las marchas.

*** Ahora es difícil irse a dormir en Colombia. Desaparecida: tiene 15 años y salió a marchar. Desaparecida: estudia ciencia política y no la hemos visto desde el 3 de mayo. Desaparecida: estudiante de antropología del Externado. Y la lista sigue.

Y sí, abro un video, veo a Lucas vestido de azul, con su barba larga, bailando un tanto descoordinado, eufórico. Veo a Lucas en un video grabado unas horas antes de recibir esos ocho disparos. Tendrán que pasar seis días para que el 11 del mayo el hospital confirme, mediante un comunicado, su fallecimiento. ***

Según un comunicado de la Fiscalía, para el 24 de mayo se reportaron 290 personas como desaparecidas, de las cuales 129 siguen siendo buscadas. Sí, es difícil irse a dormir en Colombia. No puedo dejar de pensar que podrían decir “comunicación”, “sociología”, “Javeriana”, que podría ser yo o una amiga. *** Abro los ojos. Son las seis de la mañana. Otra vez, como siempre, tomo el celular. Hay cientos de notificaciones. Tal como los otros días. No me acostumbro a ver el rojo de las notificaciones con números tan elevados, son casi trescientas. Cada uno de esos mensajes trae un poco de desesperanza.

“Es como si no hubiéramos salido hoy”, dice uno de los estudiantes javerianos en uno de los muchos grupos de WhatsApp en los que ahora todos convivimos con desconocidos. “Nos censuran”, dice otra. Y entonces, entro a Instagram, a esa aplicación que estaba pintada de banderas de Colombia puestas de cabeza, con un contenido inagotable de videos de movilizaciones, de abusos policiales, de llamados a la calma, de opiniones diversas. Es verdad, ahora no hay nada. No suenan las marchas por el parlante de mi celular, no me puedo conectar a través de su pantalla. Unas tras otras las historias denuncian censura. “Nos censuraron”, “Instagram censura”, “No más censura”. ¿Qué está pasando? Parece que los algoritmos eliminan las publicaciones cuando tienen muchas reacciones. Es curioso que a través de las redes se pasan consejos para obviarlos: los filtros, los stickers y las reacciones aparentemente son la solución. *** De un momento a otro, una de mis clases de sociología se convirtió en un concierto. La música inundó la estática sala de Zoom y la hizo retumbar a un mismo ritmo. En medio del canto sentí cómo la tensión de la clase se iba diluyendo.

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Paro Nacional 2021

Habíamos hablado sobre frustración, incertidumbre, enojo y algo de esperanza. Nos habíamos cuestionado sobre la profesión que elegimos y su verdadera “utilidad” en estos momentos de crisis. Después de dos horas y media no habíamos llegado a ninguna respuesta. Por suerte, unos minutos atrás había recibido un mensaje simple: “Manu, ¿cómo estás? Como sabes, mi papá y yo cantamos. A nosotros nos gustaría cantarles un rato, ya que para nosotros la música siempre ha sido un medio de sanación. ¿Le podrías decir al profesor si podemos hacerlo?”, decía. La respuesta del profesor fue afirmativa. Luego fue la guitarra, el canto, la letra de la canción Toitico bien empacao, la música en esa aula virtual, las lágrimas de muchos, el descanso del alma, la calma momentánea, la unión. El arte siempre cura. *** Cayó Gonzalo Jiménez de Quesada. Los indígenas misak derribaron la estatua que durante años marcaba el centro de la plazoleta de la Universidad del Rosario. “¡A partir de este momento no van a tener en Bogotá a este violador, a este supuesto conquistador!”, gritaba un grupo de indígenas misak después del acto. Unos días antes también cayeron Belalcázar, en Cali, y Antonio Nariño, en Pasto. Se abre el debate. Unos se escandalizan, otros aplauden. ¿Será que con ellos cae una parte de nuestra historia como país, o da paso a reescribirla? ***

La aparente calma se cayó a pedazos. Lo que se vivió en Cali el 9 de mayo, está muy lejos de dar tranquilidad. Por el contrario, nos lleva a preguntarnos hasta dónde vamos a llegar. La escena fue algo así: camionetas blancas, con vidrios blindados recorrieron toda la ciudad disparando de manera indiscriminada a los manifestantes. Hay mucha sangre. Algunos “justifican” las muertes por el vandalismo, por los bloqueos de la entrada de la ciudad por parte de la minga indígena, por la afectación de la economía y más. Pero más allá de eso, duele un país donde cualquier muerte pueda ir al lado de la palabra “justificar”. *** Tres reinas drag tomaron la Plaza de Bolívar como pista de baile. Al fondo del espectáculo se veía una enorme cantidad de miembros del Esmad. El público eran los manifestantes. Todos aplaudían los pasos de vogue, un baile originado en los años ochenta y que ha sido una forma de reivindicación de la comunidad LGTBIQ+. Dentro del caos y la militarización, estos movimientos tomaban un nuevo significado. Uno que podría resumir en un cartel colgado en alguna parte de la ciudad: “Las artes ni bellas ni apolíticas. Críticas y combativas”. No ha sido solo el vogue. También el circo se ha tomado los puentes en la movilización, y los grafitis con frases de denuncia, los muros bogotanos; la música crítica ha ambientado el ruido de la ciudad, los tambores de las batucadas les han dado el ritmo a las marchas, los performances han reinterpretado las muertes y la violencia.

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Foto: Angie Rodríguez.

Los ánimos se fueron aplacando, parece. Algunos desubicados preguntan si alguien sabe si habrá una movilización mañana. Mañana es domingo. Yo me pregunto si este paro sobrevivirá este fin de semana, si se quedará descansando como muchas otras movilizaciones que en el pasado prometían durar y se esfumaron rápidamente. Ya veremos. Quizás, solo quizás, se están retomando las fuerzas. ¿O será que en medio de tanta violencia se esfumaron? ***

33


Paro Nacional 2021

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Manifestante sosteniendo la bandera de Colombia. Foto: Angie Rodríguez.

34

Y así, el arte cura, calma, reconforta, y también resiste. *** El sonido del pito que daba comienzo al partido entre River Plate y Junior en Barranquilla se vio opacado por el de la detonación de varias aturdidoras fuera del estadio. Los gases lacrimógenos se expandieron por el terreno de juego. Era de no creer. Los comentaristas del partido estaban anonadados. “El futbolista participa de la sociedad, no es que esté ajeno, es parte de la comunidad. No es solo un futbolista, es una persona que juega al fútbol”, sentenciaban Mariano Closs y Diego Latorre en la narración del partido en vivo. Paralelamente se confirma que la Copa América sí se jugará en Colombia. Sin embargo, luego de múltiples controversias, se decidió unos días después, el 20 de mayo, que no se jugará la Copa América en el país. *** “Los Héroes y un monumento”, decía un tweet refiriéndose a las movilizaciones del 15 de mayo en Bogotá. Las fotos son impresionantes. No hay un espacio de pavimento, solo se ve una masa compacta de personas que rodean el monumento dedicado a los Héroes de la Independencia, en la autopista Norte con calle 80. Ahora son otras demandas, reivindicaciones y luchas de miles de personas que se congregan en las calles de la capital, cuando varios afirmaban que el paro había muerto. *** “Me bajaron el pantalón y me manosearon hasta el alma”, denunciaba en sus redes sociales Alison Ugus, una joven de Popayán. Pocas horas después se quitó la vida. Quedan muchos interrogantes sobre el presunto abuso por unos agentes de Policía en el marco de las protestas. Pero no solo fue Alison. En el marco

de las protestas, ya son 22 mujeres las que han denunciado ser víctimas de abusos sexuales. Y la cuenta sigue… *** El sábado el país se tiñó de morado, como representación de la lucha feminista. El domingo se transformó a los colores del arcoíris con las reivindicaciones de la comunidad LGTBIQ+. Y día a día las calles se llenaron de colores. Son las voces de los más vulnerables. Son los oprimidos que buscan cambios. Mientras tanto, el Comité del Paro se reúne con el Gobierno nacional. Las conversaciones no parecen avanzar y en las calles sigue la violencia. Al 25 de mayo, faltando poco para cumplir un mes de protestas, la ONG Temblores reporta 3.155 víctimas de violencia policial, 955 víctimas de violencia física por parte de la Policía, 165 disparos con armas de fuego y muchas más cifras espeluznantes. *** Inmersos en un país fragmentado y con reclamos tan diversos como los manifestantes, la gran pregunta que ronda por mi cabeza es cómo vamos a encontrar algo de unidad en medio de tanta violencia. Me parece inaudita la cantidad de muertes que han dejado las movilizaciones, me duele ver tanta crudeza, tantas violaciones a los derechos humanos. Me duele un país que normaliza lo que está sucediendo, que sigue sordo aún cuando miles de voces se han pronunciado durante casi un mes. Yo misma me siento fragmentada viendo cómo mi generación pide un cambio a gritos y la transformación parece inalcanzable. Veo algunos destellos de esperanza en forma de diálogo constructivo entre distintos sectores de la sociedad y de un país que está reaccionando y condenando los abusos de poder. Uno que se cansó de quedarse mudo ante las atrocidades que pasan día a día, que resiste como nunca lo había visto, que reclama por sus derechos quebrantados diariamente de manera sistemática y durante años. Me entusiasma ver la vitalidad de los jóvenes, sus propuestas desde la academia, desde la calle, desde el arte, y su voluntad de un futuro distinto. Pero los enfrentamientos y las muertes rompen esos pedazos luminosos y los tapan con oscuridad. Continúa la incertidumbre.


Paro Nacional 2021

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ILUSTRACIONES DE UNA

PROTESTA Imágenes y texto: María Paula Sánchez ma-sanchez@javeriana.edu.co

El país atraviesa una de las etapas más difíciles de su historia, y nos ha afectado a todos. Una ilustradora decidió llevar una suerte de diario ilustrado que refleja algunos de sus pensamientos más íntimos durante el paro nacional. Aquí, cuatro momentos del paro convertidos en dibujo.

Insomnio colectivo Los días pasan lentamente. Me abruma esta cantidad de pensamientos, de situaciones. Las redes sociales son un mar alborotado donde puedes percibir que todos, incluida tú, se están hundiendo. La tristeza es omnipresente en el ahora, el dormir es un privilegio y parece que todo el país sufre de insomnio. Hay muchas preguntas con posibles respuestas que herirán mi corazón: ¿qué está pasando?, ¿en qué momento llegamos a este punto?, ¿siempre ha sido así?

35


Paro Nacional 2021

46 Los ojos nos ayudan a percibir lo que nos rodea, pero también hablan de lo que está adentro. Siempre he temido a la ceguera, a no saber qué está y qué no, a desconocer todo. Lo tomo como posibilidad lejana, más lejana incluso que la de morir. Sin embargo, la situación me recuerda lo frágiles que somos como seres, lo absurdo de nuestro pensar, de nuestro actuar. Y esas armas “no letales” convierten aquella posibilidad lejana en próxima. El miedo invade mi cuerpo: no salir a marchar por miedo de perder un ojo o de morir. Para el 28 de mayo son 46 las víctimas de agresión en sus ojos, según la ONG Temblores. Ahora leo algo que dice un manifestante y que me conmueve profundamente: “Yo me quedé sin ojo, pero ellos sin corazón”. ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••• 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Nada está pasando La vida no para tras la muerte, y esto siempre me ha dado escalofríos. Tendemos a avanzar sin importar qué suceda. Caminando apurados hacia un lugar que desconocemos, el tiempo sigue pasando y detenerse no es una posibilidad. Entonces, incluso cuando Colombia se está cayendo es necesario seguir con la vida corriente: hacer mercado, saber cómo está la familia, seguir asistiendo a clases de la universidad y entregar trabajos. Pero mi cabeza ya está rebozada de emociones, pensamientos, frustraciones, tristezas o preguntas, ya no le cabe nada más, y concentrarse en una clase virtual, mientras afuera escucho sirenas y estallidos, es casi imposible.

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Paro Nacional 2021

Lucas

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Hago esta pieza gráfica sin intención de encender más los ánimos. Lo hago porque Lucas era un estudiante como yo y porque Lucas danzaba para manifestar su inconformidad. A Lucas le dispararon ocho veces. Resultado de lo que muchos llaman un “frente común para recuperar el orden”, resultado de la violencia que algunos insisten en legitimar. No puede ser que uno no pueda salir a marchar por miedo a morir.


Paro Nacional 2021

ARTE PARA

RESISTIR Texto: Laura Tatiana Vargas Lizarazo valaura@javeriana.edu.co

Durante el Paro Nacional, las calles se llenaron de expresiones artísticas y culturales que acompañaron las demandas de los ciudadanos y enviaron un mensaje social y político. Bailarinas de vogue, percusionistas y grafiteros de Bogotá demostraron que el arte es sinónimo de lucha, revolución y resistencia. Piisciiss, Neni Nova y Axidr en una estación de Transmilenio durante la grabación del video que se volvió viral. Foto: cortesía de Piisciiss.

El poder del vogue Al principio todo era miedo, nerviosismo e incertidumbre, pero una vez comenzó a sonar la música electrónica, esos sentimientos se transformaron en valentía, empoderamiento, fuerza y alegría. El escenario fue la entrada del Palacio de Justicia, en la Plaza de Bolívar de Bogotá, y el público era una multitud de manifestantes que aplaudían y gritaban a una sola voz. Integrantes del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) las rodearon e intentaron detenerlas, pero ellas resistieron con coraje, y a punta de vogue —una expresión artística que cobró fuerza en los años ochenta—, lograron transmitir las demandas de la comunidad LGBTIQ+. Piisciiss, Neni Nova y Axidr son tres personas no binarias, es decir, que no se identifican totalmente como hombres ni como mujeres. Ellas se hicieron conocidas por protagonizar un video en los buses e instalaciones de TransMilenio en el que aparecían bailando vogue al ritmo de la guaracha. El propósito del performance era visibilizar a las personas transgénero y no binarias, quienes son frecuentemente excluidas, violentadas y marginadas en el espacio público. “Nadie esperaba que tres personas, que no se sabía si eran hombres o mujeres, hicieran una danza muy particular con guaracha en el TransMilenio, eso generó un gran impacto. Usamos el vogue femme para mostrar la violencia que se vive en el transporte público”, dice Piisciiss. El vogue, o voguing, es una expresión artística que se creó en la década de 1960 en Nueva York. En ese entonces ser gay, lesbiana o vestirse con ropa que no correspondiera al género socialmente impuesto establecía una prohibición para disfrutar de la vida nocturna. Por ello, estos espacios ocultos o ballroom dances permitían que las personas de la comunidad LGBTIQ+ se encontraran y se expresaran con libertad. El vogue, específicamente, hace una coreografía imitando las poses de las modelos de la revista Vogue —de ahí proviene el nombre— y de los maniquíes de la quinta avenida en Nueva York. Actualmente cuenta con tres estilos: old way, new way y vogue femme. “La cultura ballroom y la danza vogue nacieron en la resistencia, en la lucha de los derechos, de la aceptación, de la visibilidad. Esa esencia

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El vogue, como toda expresión artística, logra tocar ese lado sensible de las personas, mueve fibras y expresa mensajes •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

La presentación de baile se dio el 28 de abril de 2021, primer día de paro nacional. Foto: Camilo Vargas.

Paro Nacional 2021

ha permanecido durante muchos años y siento que por eso fluyó tan bien con todo lo que está pasando en nuestro país. Aunque no estamos en los años setenta ni en los ochenta, todas esas problemáticas sociales siguen vigentes”, explica Piisciiss. Este movimiento artístico permitió visibilizar el descontento social, político y económico de la comunidad LGBTIQ+ en Colombia durante el Paro Nacional. Sin embargo, para Piisciiss, Neni Nova y Axidr, bailar al lado del Esmad no fue algo planeado, sino totalmente espontáneo. El 28 de abril, primer día de la manifestación, ellas salieron a marchar para demostrar su inconformidad con la reforma tributaria y con otros problemas del país. El ambiente en la Plaza de Bolívar era tenso, había disturbios y mucho enojo colectivo. Ante ese panorama oscuro,

las tres decidieron poner música y comenzar a bailar. Las personas que estaban cerca formaron inmediatamente un círculo alrededor de ellas mientras gritaban y aplaudían en señal de apoyo. La euforia del momento fue tan grande que, sin saber muy bien cómo, las tres terminaron en la entrada del Palacio de Justicia, bailando al lado de los miembros del Esmad. “Sentí mucha energía, como si hubiera tomado diez Red Bull al tiempo. Nosotres como personas LGBTIQ+, soportamos críticas, violencia y discriminación, pero en ese momento todos nos apoyaron. Esa es nuestra verdadera esencia: amar y empatizar. Para mí fue un momento de mucha adrenalina, no solo por los manifestantes, sino también porque vi de cerca la cara de algunos integrantes del Esmad. Estos hombres no sabían cómo abordar la situación y, por breves momentos, recuerdo ver sus ojos y percibir cierta confusión. Puede que sean solo suposiciones, pero creo que a ellos también se les movió algo ahí dentro porque, al final, no dejan de ser personas. Eso es lo importante del arte: la capacidad para penetrar en el corazón”, dice Piisciiss. Antes y después del espectáculo el ambiente era tenso y violento, pero en el momento en que sonó la música y bailaron, por ese breve lapso, el sentimiento de ira de los manifestantes se neutralizó. El vogue, como una expresión artística, logra tocar ese lado sensible de las personas, mueve fibras y transmite mensajes. Esto se hizo todavía más claro cuando el Esmad rompió su formación y ellas se convirtieron en el centro de atención. En el fondo se escuchaban las ovaciones, los aplausos, las arengas y se veían a lo lejos las banderas de Colombia ondeando en toda la Plaza de Bolívar. Es la postal de un momento icónico. “Hemos perdido el verdadero significado de la empatía, el amor y la libertad. Si logramos, a partir de todo esto, volver a reconectar con todas estas definiciones, si las resignificamos, siento que Colombia va a dar un paso muy grande. En nuestro país la violencia ha sido un lenguaje normalizado, una forma de relacionarse con el pueblo. Nosotras somos fieles partidarias de que se puede protestar pacíficamente, sin violencia, por medio del arte”, concluye Piisciiss.

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Paro Nacional 2021

La fuerza de las batucadas Los nervios se sienten desde la noche anterior. Algunos no pueden dormir pensando en los golpes que darán al día siguiente. Por la mañana desayunan algo rápido y toman el transporte público antes de que lo bloqueen. Llegan al lugar, cuadran la logística, se enumeran, comunican los protocolos de seguridad y comienzan a calentar. La adrenalina está a tope: respiran, se paran al frente de la marcha y se quedan en silencio por unos cinco segundos, hasta que suena el primer tambor. Los nervios, como por arte de magia, desaparecen y se transforman en alegría. Son los responsables de marcar el ritmo, pero también de difundir mensajes de lucha. Ellos son Barbukana, un grupo de batucada que ve en la percusión una herramienta de expresión, sensibilización y resistencia. Barbukana nació con tres personas que se reunían en una habitación para explorar los diferentes ritmos de la percusión. Comenzaron a ensayar en un garaje, realizaban intervenciones en festivales y así se fueron sumando más integrantes. Luego llegó la pandemia, que arrasó con todo el sector cultural y, por eso, se tomaron los espacios públicos y empezaron a tocar en parques y barrios populares. El grupo creció bastante cuando abrieron una escuela temporal en Chapinero, en colaboración con

una academia, para dictar talleres de percusión, danza y teatro. Actualmente, el colectivo está conformado por 35 personas que se dividen en dos grupos: Barbukana Raíz, los encargados de tocar la batucada en las marchas, y la Escuela, donde están las personas en proceso de formación. La batucada es un ritmo de origen brasileño, pero el colectivo Barbukana lo fusiona con sonidos cubanos, africanos y afrocolombianos. Además, en el contexto del Paro Nacional, la agrupación ha integrado otras formas de manifestación, como las arengas, pues, como expresa Fabio Castro, director de Barbukana, “las arengas son superimportantes porque dejan el mensaje y mueven mucho la energía interna, hacen que el ser humano tenga un fin con lo que canta, con lo que dice. Como artistas, la responsabilidad de incitar a la gente a tener actos violentos o no violentos está a una palabra de diferencia. Si tú vas pasando por una marcha donde hay un policía y lo insultas, toda la gente te respalda, pero si dices algo como ‘¡Más arte, menos armas!’, ya la gente capta otro mensaje, se cambia un poco ese discurso de violencia por uno de esperanza. El arte, cuando se presenta en las marchas, logra neutralizar ese pensamiento de quienes solo quieren atacar al otro”.

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Grupo de batucada tocando en una manifestación en la Plaza de Bolívar. Foto: Manuel Barrera.

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La batucada es un ritmo brasileño que mezcla tambores y danza. Foto: Manuel Barrera. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Fabio Castro, director de Barbukana

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El colectivo artístico ha participado activamente en la protesta social desde que empezó el Paro Nacional. Su objetivo es ofrecer un mensaje político y dejar huella a través de la intervención artística, pero también ser una especie de mapa que guía las marchas. Para los jóvenes, el sonido de los tambores en la calle crea un fuerte impacto: no solo llama la atención, sino que, además, une y genera entusiasmo colectivo.

lo que está pasando, se vuelve frío, y el arte no es gris, pero tampoco puede ser una expresión violenta. Es duro aceptar que en Colombia entrenan a personas para que impongan la ley desde la fuerza sin medida, eso está causando que la sociedad esté cada vez más reprimida. Cuando el arte se mantiene neutral, siento que es mediocre, que es solamente comercial. Por el contrario, debe tener una postura sensible ante los atropellos de la sociedad”, expresa Fabio.

Fabio cuenta que una vez en una marcha un policía se les acercó, todos estaban muy asustados, pero en lugar de recibir un acto represivo por parte del uniformado, recibieron un mensaje de agradecimiento por el arte que realizan. Desde ese momento los integrantes de Barbukana saben que con la música tienen el poder de bajar un poco la tensión, sin que ello implique que se envíe necesariamente un mensaje folclórico o de celebración, porque aunque exista baile, el luto nacional se siente y se escucha.

Los desfiles de la batucada pueden durar de tres a seis horas sin parar. Cuando llegan al punto final, hacen una pequeña pausa, se hidratan y realizan dos últimas intervenciones, dejando siempre claro por qué están ahí. Algunas veces se quedan en el lugar para ver y escuchar todo lo que sucede alrededor. Los días en los que el cuerpo no responde, porque el agotamiento físico es excesivo, se retiran apenas terminan la última intervención.

“Es gratificante entender que el arte no puede ser neutral. El arte, en esencia, expresa y transforma los sentimientos de la sociedad en otro lenguaje. Si uno no se sensibiliza con todo

En la noche todos tienen un momento para abrir su corazón, comentar, compartir y entender la importancia social de lo que hacen. “Es muy bonito tener la memoria no solamente sonora y corporal, sino también la memoria emotiva”, puntualiza Fabio.


Paro Nacional 2021

Las paredes hablan En un muro de la calle 80, en Bogotá, están pintadas las letras “S.O.S.” sobre los colores invertidos de la bandera de Colombia. Este mural representa la lucha de miles de ciudadanos que protestan en contra de los asesinatos, las violaciones de derechos humanos y las desapariciones durante las manifestaciones en el país. La intervención artística fue elaborada por un grupo de grafiteros de Bogotá que querían dejar un mensaje de resistencia y, al mismo tiempo, hacer una denuncia por el asesinato del artista caleño Nicolás Guerrero (Flex) en medio de las protestas. Los grafitis y murales tienen el poder de estar en el espacio público durante mucho tiempo, crean memoria y promueven una reflexión continua, al tiempo que expresan un mensaje de forma directa y contundente. César Castro (Crafdos), uno de los creadores de la intervención S.O.S., explica: “El arte es un medio para expresar un sentimiento, una emoción o un pensamiento; lo que nosotros hacemos como artistas urbanos es hacer visible lo que hoy en día está sucediendo en Colombia”.

Otra intervención artística que se realizó durante el Paro Nacional es Prohibido Rendirse, ubicada en la entrada del portal de Suba. El mensaje está escrito en letras blancas sobre un fondo negro y al costado tiene el dibujo de un puño con los colores invertidos de la bandera colombiana. Su creación estuvo a cargo del colectivo Suba Resiste, un grupo de grafiteros de la localidad, quienes se unieron para dar un mensaje de aliento y esperanza a las personas que protestan en defensa de sus derechos. Deenwear, uno de los grafiteros que participaron en la intervención, cuenta que fue posible hacer el mural gracias al apoyo de las personas que creen en el cambio y les donan materiales como las pinturas. “Nos sentimos muy orgullosos de que por medio del arte hagamos un aporte a toda la situación actual. Seguiremos generando resistencia desde el arte porque creemos en el cambio”, concluye.

Los grafitis y murales tienen el poder de estar en el espacio público durante mucho tiempo, crean una memoria y una reflexión continua, al tiempo que expresan un mensaje de forma directa y contundente •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••••••••••••••••

El mural S.O.S. está dedicado al grafitero Nicolás Guerrero, 'Flex'. Foto: @enkailustracion.

El objetivo de S.O.S. es llegar a quienes se muestran indiferentes a lo que está sucediendo. “El grafiti, como medio de expresión y protesta, es fastidioso para algunas personas porque interviene el bien público y privado. Por eso son dos dinámicas: incomodar a quien es indiferente con las injusticias y, por otro lado, visibilizar las problemáticas sociales”. Este grupo de artistas urbanos, entre los que se encuentran grafiteros como Lak One, Dose y Enka, han hecho intervenciones artísticas en la carrera 30, en el Monumento a los Héroes y en la localidad de Suba. Algunas fotos de los murales se han viralizado en otros países, lo cual permite visibilizar en el exterior la problemática social en Colombia. “Nosotros somos conscientes de que el grafiti genera un detrimento patrimonial, independientemente de si es público o privado, pero creemos que lo material se recupera. Es muy fácil pintar una fachada y volver a dejarla en su estado natural o limpiar un vidrio que se rayó con un marcador, pero es imposible recuperar una vida, un ojo y todo lo que viene detrás, entre las violaciones de los derechos humanos”, expresa César.

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LA MAZAMORRA ERRANTE DE NILSON Texto y fotos: Sophia Castro García sophia_castro@javeriana.edu.co

Nilson Muñoz vende mazamorra y arroz con leche en su moto mientras recorre las calles del suroccidente de Bogotá. Con su trabajo sostiene la economía de su hogar y continúa un legado familiar que le ha permitido llegar a otras personas con su receta.

“¡Llegó la rica, la deliciosa mazamorra! ¡El arroz con leche! ¡Rica la mazamorra!” Estas son las frases que salen a través de un megáfono entre las once de la mañana y las seis de la tarde por las calles del suroccidente de Bogotá, específicamente desde el barrio Alquería hasta el barrio Villa Sonia. Estas palabras van acompañadas por el bip, bip que sale de la bocina de una moto y que anuncian la llegada y el paso por el sector del vendedor de mazamorra. En la localidad de San Cristóbal, en el suroriente de Bogotá, un callejón empinado conduce a la casa de Nilson. Por una entrada estrecha y varios escalones se llega al segundo piso, donde vive con su familia. Lo conocen como el Paisa o el Paisita, aunque sea de Ibagué, Tolima. Algunos prefieren decirle “veci” para ahorrarse la molestia de preguntarle su nombre y tal vez porque no hay lugar en Bogotá donde no se le diga “veci” a quien vende algún producto. Subiendo las escaleras, justo detrás de una ventana que separa el espacio, está la cocina, en la que sobresalen estufas portátiles de gas ubicadas en el suelo, cucharones de madera y de metal y olletas brillantes de aluminio en las que cualquiera podría ver su reflejo. “Aquí es donde preparo la famosa mazamorra, comparto con mi familia y descanso cuando se puede”, expresa con una sonrisa, mientras enseña los implementos para la fabricación de su producto. Al frente de la cocina se encuentra un cuarto oscuro y lleno de estantes, en el que se pueden ver los implementos e ingredientes para la mazamorra: cucharas y vasos de plástico, gran cantidad de panela en polvo reservada en un enorme balde amarillo, costales de arroz y de maíz y una nevera donde guarda el queso para rallar. “Yo le ayudo a mi papi a alistar los vasos desechables, las cucharas y la panela; se los alcanzo para que los ponga en la moto”, cuenta Adrián Camilo, de nueve años, hijo mayor de Nilson, mientras sostiene los vasos desechables entre sus brazos para bajarlos a la moto. Nilson, de 32 años, se levanta todos los días a preparar el arroz, mientras su esposa


revisa todo para que los alimentos no se quemen, al tiempo que verifica la cocción del maíz, que se mantiene a fuego lento desde la noche anterior. “Yo empiezo a cocinar lo del siguiente día cuando llego a mi casa, a eso de las ocho de la noche. Lavo y pongo el maíz en la olla, le meto candela a las 8:30 y está hirviendo a las 11:30 de la noche. Luego, lo dejo a fuego bajo hasta las siete de la mañana, cuando me levanto”, comenta Nilson. Vende arroz con leche y mazamorra porque son productos que conoce desde que estaba pequeño cuando vivía en Ibagué. “Siempre lo he vendido desde niño, desde hace 15 o 18 años, porque mi papá preparaba estos productos y me llevaba por Ibagué a vender con él subido en la moto”. Hace doce años vive en Bogotá y considera que en la capital hay más posibilidades económicas que en el Tolima. “Vender el producto allá sale más caro, porque se comen solo el maíz hervido, en cambio aquí se vende con leche y rinde más”, afirma. Mientras Nilson mantiene las ollas a fuego lento, llega a saludarlo Cristopher, su hijo menor, un niño pequeño, de ojos grandes y voz dulce. Él afirma que este es su postre favorito: “A mí me gusta la mazamorra que hace mi papi, es rica”. Nilson considera a sus hijos como los principales catadores del producto. “Mis hijos son los mayores probadores de la mazamorra, sobre todo el chiquito, al que le gusta mucho. Al igual que en la calle, los que más piden son los niños o los viejitos”, relata mientras que, con una cuchara grande de metal, remueve los maíces amarillos, a los que les sale el vapor que anuncia que ya están listos. —¡Papi, llegó el señor de la leche! —dice el hijo mayor. —Mi amor, ve y recógela, por favor. Toma, aquí está el dinero, son 15.000 pesos y te devuelven un billete de 5.000 pesos —le explica mientras le da un billete de 20.000 pesos.

aluminio donde despacha su producto, espera a que hierva la leche mientras mezcla constantemente con una cuchara gigante de palo y luego empieza a agregar el maíz a las ollas calientes para que los sabores se integren.

“Así es todos los días: él me ayuda y hace mandados. El menor está aprendiendo porque quiere hacer todo lo que hace el grande”, dice Nilson, al tiempo que cuenta las bolsas de leche y las va abriendo una a una con una navaja pequeña. Riega su contenido en los baldes de

Pasados diez minutos, los fogones se apagan, entonces empieza a alistar la moto antes de partir y luego desayuna. Nilson levanta los baldes, les pone un plástico transparente, un caucho y una tapa de metal para que la mazamorra se mantenga caliente hasta el final

Nilson empieza a preparar la mazamorra desde la noche anterior, y en la mañana ya la tiene lista. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

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A las 10:30 de la mañana sale a vender su producto en las calles de la ciudad.

de su recorrido. “Así son todas mis mañanas, mientras mi esposa hace el desayuno, yo voy sacando mi moto para arreglar todo. Solo me queda alistar un poco más de arequipe para el arroz, pero el resto de los ingredientes e implementos mis hijos me los alcanzan”, cuenta mientras saluda a su hermana y a su sobrino, que viven en el primer piso de la casa. La moto tiene una canasta en la parte de atrás que le sirve para sostener todos los recipientes de metal. Carga una sombrilla por si llueve y una bandeja roja donde entrega el arroz con leche y la mazamorra a sus clientes. También lleva vasos desechables, cucharas y alcohol para limpiarse las manos antes de entregar la mazamorra, entre otros implementos. En la parte delantera solo queda el espacio para que

él se siente y para llevar encima del motor ese megáfono que suena a todo volumen y que se recarga con la batería de la moto. A través de este invita a las personas a comprarle. “Salgo a las 10:30 de la mañana porque el camino es largo y me toca irme despacio por el peso del producto, para llegar a la ruta de siempre”, cuenta mientras se sube a la moto. Espera un rato a que el motor se caliente, se pone el casco y les da un beso a sus hijos y a su esposa para ir a trabajar. Nilson no es el único en su familia que vende mazamorra en Bogotá, su esposa vendió antes del embarazo, además “mis tíos y primos maternos están mucho antes que yo. Si yo llevo doce años, ellos llevan veinte. Todos en la familia vendemos mazamorra. Entre familia nos distribuimos los sectores, pero con la competencia no”. Mientras recorre su ruta, de oriente a occidente y de occidente a oriente, cuenta que hubo un momento en el que no le compraban mazamorra. Para él y para su familia fueron días difíciles y de muchas pérdidas. Intentó cambiar de oficio y ser mecánico, pero no se sentía bien ejerciéndolo, hasta pensó en irse de Bogotá. A él le gusta salir, conversar y conocer personas. “Veo cosas distintas, hablo con la gente. Así como se me van clientes, vienen otros. Me he dado a conocer, no me quejo de mi trabajo y no puedo decir nada malo. Hay gente muy bella que he conocido y me ha apoyado”. *** “Los días de lluvia son muy buenos para trabajar, ya que la gente está en la casa y quiere algo rico”, cuenta. Como dice Mónica Raches, habitante del barrio Santa Rita y cliente fiel de Nilson desde hace más de diez años: “Llueva, truene o relampaguee, con cuarentena o sin cuarentena, no nos ha dejado con el antojo. Mi hijo es el fan número uno de la mazamorra; le gusta mucho, y esta es la mazamorra más rica”, cuenta mientras se ríe junto a Nilson, por la descripción que le da al producto. *** De textura rugosa, color amarillo y turupes, como la planta de algodón, es el maíz para la mazamorra. Cuando el maíz hierve, se ablanda y al mezclarlo con la leche da una textura

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de suavidad en la boca. El maíz no es duro ni blando: está en su punto exacto. Es una auténtica delicia, y para la mamá de Nilson, la mazamorra de su hijo es la mejor. Y ese sabor mejora aún más cuando él le agrega una cucharada de panela en polvo y queso doble crema rallado, que luego se derrite en la boca. Un vaso de mazamorra que cuesta 2.000 pesos alcanza para una persona, y a Nilson le queda una utilidad de 500 pesos; el de 3.000 pesos es más grande y él obtiene una ganancia de 700 pesos, y con el recipiente de 5.000 pesos puede comer hasta una familia de cuatro o cinco personas y extrae una ganancia cercana a 1.000 pesos. Aunque a veces sus clientes le piden que les eche en una olla la mazamorra para poder rendirla con un poquito más de leche y que alcance para más.

Parada, un cliente que vive en el barrio Muzú, “el trabajo de don Nilson ha sido fundamental: su trabajo es necesario, pues como vende un plato típico, casi se vuelve tradición comerse su vaso de mazamorra todos los días. Es el postre después del almuerzo y se hace casi fundamental para las personas que vivimos en el barrio”. Gabriel le compra a Nilson desde hace tres años y siempre lo escucha pasar de manera puntual. *** “Brillamos las ollas con jabón Rey y esponjilla Bon Bril y la gente ve todo eso. Por eso, tenemos ese dicho: ‘Como la comida entra por los ojos, entonces si todo se ve bien aseado y limpio, la gente se interesa más’”, dice él.

Nilson dice que el secreto para mantener a sus clientes está en el buen trato que les da y en la rigurosa higiene que aplica a la hora de preparar la mazamorra. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

Nilson cuenta que así como la pandemia lo afectó, también lo benefició. Al principio, cuando no podía salir a trabajar por las restricciones, tuvo que endeudarse y se estresó mucho, pero después de que la Alcaldía les dio luz verde a los vendedores ambulantes, volvió a salir. El miedo de Nilson era que no le compraran en la pandemia: “Es una inversión diaria de cien mil pesos y perderla todos los días da un poco de miedo. Los fines de semana consumen un poco más, pero aun así estaba nervioso”. Sin embargo, contrario a lo que pensó, no todo estaba perdido. Finalmente, las restricciones le ayudaron porque la mayoría de las personas estaban confinadas y le compraban más. Él lo notaba porque acababa su ruta más rápido de lo habitual y podía volver a casa sin tener que esperar más tiempo a que se le acabara el producto. Aunque cuenta que se entristecía por el comportamiento de algunos, pues “al principio se alejaban cuando les entregaba la mazamorra. Al parecer era por mí, no por el arroz o la mazamorra. Me sentía un poco mal, porque siempre cargo mi alcohol y mantengo todo muy limpio”. “Aunque haya restricciones los fines de semana, yo salgo a trabajar, yo no tengo otra entrada adicional. Una cosa es aguantar hambre uno, pero otra, los hijos”, cuenta mientras le sirve una porción a una de sus clientes más fieles. Como cuenta Gabriel

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Nilson se despide de sus dos hijos antes de salir a trabajar. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••• ••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Y sus clientes concuerdan, por eso Mónica dice que “aunque haya muchas mazamorras, la manera de atender, la higiene y limpieza de los productos que utiliza, hace que uno pueda comprar con más confianza”. Sin embargo, algunos se enojan con su presencia y le dicen que no haga ruido, “porque están trabajando”. A lo que él les responde que él también está trabajando y se molesta si no se lo dicen de buena forma. Le duele la cintura por el tiempo que lleva vendiendo en la misma postura. Sus piernas grandes y largas, estiradas a los lados de la moto, se mueven dando impulso: primero una pierna y luego la otra, como quien rema, para avanzar lentamente. A medida que avanza por las calles y andenes de la zona, está pendiente de quién lo llama. Para él es más fácil ver que escuchar, entonces después de ofrecer el producto por su bocina, mueve la cabeza para buscar algún cliente en una de las casas. Cuando se asoman desde sus ventanas, les pregunta si quieren mazamorra o arroz con leche. Se ubica justo frente a la persona, se baja de la moto, saca su frasco de alcohol, se lo apli-

ca en sus manos protegidas por guantes de nitrilo negros y pregunta, cuando se trata de mazamorra: “¿Con queso y panela?”. Así mismo, cuando es arroz con leche: “¿Con uvas, arequipe y queso?”. Saca el vaso desechable y levanta la tapa de alguno de los grandes recipientes de aluminio. Se alcanza a ver un poco de vapor cuando introduce la cuchara y saca el arroz o la mazamorra caliente para llenar el vaso. Por temas de bioseguridad y limpieza, decidió entregar su producto sobre una bandeja roja, allí pone el vaso y se lo entrega a su cliente, como cuando un mesero lleva el plato a la mesa. Si no ha vendido la mayoría, no se va a la casa, pues tiene que llegar con el dinero diario. Cuenta que no almuerza porque le da pereza y, además, no le queda tiempo, por lo que mejor desayuna y cena bien. Prefiere bañarse con agua fría para tener energía todo el día. Cree que el negocio de la mazamorra nunca se va a acabar, pues aunque “cada vez hay menos personas que compran, es un plato que perdura en los hogares colombianos porque es tradicional, rico y saludable”.


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EL ATERRADOR JAIRO PINILLA Texto y fotos: Santiago Gómez santiago_gomez@javeriana.edu.co

Jairo Pinilla es un director de cine que ha dividido a la crítica. Mientras que algunos son incapaces de ver el valor en sus precarias producciones, otros le han dado el título de “padre del terror en Colombia”. En la década de 1970, sus películas llenaron teatros y luego fueron olvidadas. Hoy, este hombre, considerado un director de culto, continúa apostándole a un cine tan extraño y extravagante como él mismo.

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Jairo tenía menos de diez años la primera vez que vio un cadáver: el padre de uno de sus compañeros de colegio se había suicidado unos días antes, y la rectora del colegio decidió que, en su honor, todos los alumnos debían desfilar frente al ataúd abierto antes de que fuera enterrado. “Nunca más en mi vida volví a acercarme a un ataúd. ¡Nunca más! Es que incluso hoy, sesenta años después, yo voy a una funeraria por la muerte de fulano, y solo llego hasta la puerta”, dice. El hombre conocido como el “padre de la ciencia ficción y el terror en Colombia”, también les tiene miedo a los muertos. Jairo Pinilla es un hombre de 77 años, ojos negros, cejas pobladas que se escurren por cada lado de su rostro y una nariz grande y puntiaguda justo encima de una sonrisa que se escapa cada vez que suelta un refrán a través de una densa nube de humo de tabaco. El cigarrillo es el que le ha dado esa voz ronca. Jairo toma una bocanada y la punta del cilindro se enciende. Retiene el aire por unos segundos y exhala con parsimonia antes de soltar nuevamente una sonrisa. Adentrarse en su cine es penetrar en esa densa nube de humo y caminar a ciegas hasta encontrarse con la muerte segura.

Funeral siniestro se estrenó en 1977 y fue el primer éxito de Pinilla. Es la historia


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Funeral siniestro fue su primer éxito en taquilla. La estrenó en 1977 y hubo grandes filas de espectadores en el teatro

de Isabelita, una niña que acaba de sufrir la muerte de su padre y que se ve forzada a vivir con su madrastra, Lucrecia, una mujer que siente un profundo odio hacia ella y tiene planes de acabar con su vida. Pero la película da un giro cuando la madrastra, mientras persigue a Isabelita, tropieza en medio de un potrero y una estaca se clava en su vientre. El camisón se le inunda de sangre y ella alcanza a lanzar una última mirada de odio a Isabelita antes de caer desplomada al suelo. Isabelita, entonces, se ve obligada a velar sola a su madrastra en una noche en la que vive experiencias extrañas y llenas de terror, al mejor estilo de Pinilla. Para el director, esa es “la película bandera de Colombia”, aunque la mayoría no la conoce, y entre los que sí la han visto, algunos podrían estar en desacuerdo con él. El cine de Pinilla

no tiene nada que ver con lo que Hollywood, la crítica, Dago García o Ciro Guerra nos han dicho que es el cine. Sus producciones han tenido que mantenerse con un apretado presupuesto, se desarrollan con más artesanía que con costosos efectos y resultan en filmes que si bien son precarios desde la forma, tienen cierto encanto que, precisamente, radica en sus fallas, pero también en su honestidad. En las producciones de Pinilla es frecuente encontrar ciertos errores técnicos —iluminación, fotografía, problemas de continuidad—, pero también una propuesta que desde la modestia pretende contar historias diferentes. Por eso, si bien su trabajo ha recibido muchas críticas y fue olvidado durante décadas, también ha sido reconocido y revivido: Canal Capital le rindió un homenaje en el 2006 en el Cementerio Central, el Zinema Zombie Fest 2013 incluyó una retrospectiva de su trabajo y en el Festival de Cine de Sitges, en Cataluña (España), el director fue ovacionado por el público en la sala Brigadoon. Hoy Jairo es un director de culto, una figura controversial para los amantes del cine y un hombre que sigue con su proyecto cinematográfico sin pensar en el dinero que entrará o no a su bolsillo al final del día y a pesar de quienes se niegan a ver algo de valor en sus producciones. *** Su historia en el cine comenzó cuando tenía 27 años, pero desde muy joven ya era un gran creador de historias. “Yo después de leer las tiras cómicas de El Santo: el enmascarado de plata, me puse a dibujar cuadritos en los cuadernos y a poner ahí aventuras que me inventaba. Estoy hablando de cuando tenía por ahí siete u ocho años, que fue cuando me di cuenta de que a mí me gustaba inventar”. Ahora, con toda una carrera de cineasta encima que le pesa como un ataúd lleno de demonios, Jairo tiene más de 40 producciones entre las que se encuentran películas, cortometrajes y documentales. Antes de dedicarse de lleno al cine, estudió Ingeniería Electrónica y recién graduado se fue a trabajar con la compañía Burroughs, que lo llevó a México a capacitarse en la construcción de dispositivos eléctricos. Pero como su trabajo solo le exigía estar ahí de lunes a viernes,

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los fines de semana se iba para los estudios de Churubusco, el hogar de algunas de las producciones más conocidas de la época de oro del cine mexicano. Allá no solo se “codeaba” con artistas como Mario Moreno, Germán Valdés y Antonio Espino, mejor conocidos por sus papeles como Cantinflas, Tintán y Clavillazo, respectivamente, sino que vio por primera vez las técnicas que utilizaban para la producción de las películas. “Yo decía ‘Esto es fácil, esto es mamey’, cuando veía que un escenario lo cambiaban en un momentico”, dice y luego cuenta que aprendió que si quería contar historias, debía entender cómo se hace una película de principio a fin. Jairo volvió a Colombia con la idea de producir películas que estuvieran a la altura de las que vio en México. El problema era —y siempre ha sido—conseguir los recursos para sacar adelante sus proyectos. “Para una película, una compañía gringa intentó cobrarme dizque 10.000 dólares por cortar unos negativos. ¿Qué hizo Jairo? Aprendió a cortar negativos”, dice. Sus películas no son perfectas, no tienen los actores que salen en las telenovelas o en grandes producciones ni mucho menos la calidad de efectos especiales que la industria cinematográfica ha demostrado ser capaz de crear, pero para Jairo, más que una debilidad, esto es un punto de orgullo. “Yo aprendí de producción, revelado, laboratorio… y ¿sabe por qué? Porque no tengo plata”, concluye. Durante la década de los ochenta produjo algunos de sus más grandes éxitos que lograron llenar teatros, como Área maldita (1980), 27 horas con la muerte (1982) y Triángulo de oro: la isla fantasma (1984). Y aunque se enfrentó a la escasez, eso nunca lo detuvo en su misión de llevar sus historias a la pantalla grande. “El no tener los recursos lo convirtió en una persona más experimentada”, afirma Amparo Desa, amiga y asistente de dirección en una de las últimas producciones de Pinilla. “El cine es lo que él ama, realmente a él no le importa el dinero. Al contrario, mucha gente ha explotado lo que él ha hecho para hacer dinero”, cuenta. Jairo vive en un pequeño apartamento en el barrio El Tunal de Bogotá. Allí es donde ubicó su estudio: Sonofilms Corporation, una

pequeña habitación con paredes de ladrillo y con un gran televisor que sirve como monitor. En el cuarto se amontonan cables, equipos de sonido, una claqueta, un tocadiscos, un VHS y una colección de películas. A la izquierda de la pantalla, arriba de una repisa, hay una imagen de la Virgen, una de Jesús y una pequeña estatuilla del Oscar, así sus producciones estén lejos de complacer a la academia. A Jairo, como le puede pasar a muchas personas de su edad, se le dificulta mandar un correo electrónico o contestar un mensaje por WhatsApp. Aún así, pasa las horas sentado allí editando sus películas como si hubiera nacido sabiendo qué es un computador. *** Las ruedas de una silla giran sobre un camino de baldosa descuidada mientras en la pantalla se van dibujando unas letras color rojo sangre. Detrás de ellas se mueve un hombre. Camina lentamente, con la mirada fija en el suelo mientras empuja la silla de ruedas vacía. Es el estereotipo del villano de película de terror. Camina lentamente, encorvado dentro de su gabardina y alrededor de sus ojos tiene círculos

Jairo lleva 50 años haciendo cine y hoy continúa apostándole al terror. Foto: Cortesía archivo Jairo Pinilla. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• ••••••••••••••••••••••• ••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

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Este es solo un ejemplo, pues en otras películas también ha tenido que correr riesgos para obtener lo que quiere. En Área maldita una serpiente real interactuaba en una escena con un niño de apenas dos años. En la misma producción tuvo que pedir la supervisión del F2 (antigua división de la Policía Secreta y Judicial) , pues les dio a sus actores ametralladoras y balas reales, “porque en Colombia no contamos con armas especiales para la producción de cine, y las balas de salva no funcionan en una ametralladora porque se traba”, aclara Pinilla en un video narrado por él mismo sobre la película. También Funeral siniestro tuvo una escena en la que dos personajes peleaban en un río, con la mala suerte de que una de ellas se vio arrastrada por la corriente hacia una cascada, y los demás miembros de la producción tuvieron que ir a socorrerla antes de que toda la faena terminara en un verdadero funeral. “Independientemente de si a uno le gusta o no lo que el tipo ha hecho, uno sí tiene que ser muy berraco para enfrentarse a hacer cine de género”, afirma Juan Gabriel Machado, cineasta y guionista colombiano. “No es sencillo hacer cine de terror porque tiene la complicación de hacer creíbles los universos y los personajes”, agrega Machado. Arriba: Jairo siempre habla con orgullo de sus producciones, además dice ser “el hombre que más sabe de cine en Colombia”. Foto: Cortesía archivo de Jairo Pinilla Abajo: Una técnica que utiliza con sus actores es que los pone a contar desde mil, así ellos mueven la boca y Jairo en edición inserta el diálogo necesario. Foto: Cortesía archivo Jairo Pinilla

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negros parcialmente cubiertos por unos mechones que caen de su cabeza despeinada. Acaba de comenzar La silla satánica, la historia de la posesión de este particular objeto que se dedica, a lo largo de la historia, a acabar con la vida de aquellos que se le atraviesan. Jairo es aguerrido y obstinado cuando se trata de hacer cine. No acepta un no por respuesta y siempre busca la manera de sacar adelante sus películas. “Trata de buscar siempre que las cosas sean muy naturales, por lo que a veces toca tomar ciertos riesgos”, recuerda Desa sobre algunas de las técnicas inusuales de este inusual director colombiano. “Para 27 horas con la muerte, el camarógrafo tuvo que ingresar a la fosa donde iban a enterrar al muerto de la película. Y dio la casualidad de que hacía una semana habían enterrado a otra persona ahí, entonces el olor era horrible”, dice y suelta una mueca de asco.

Pinilla, que ha sido comparado tanto con Ed Wood —a quien le han endilgado el título de “el peor director de cine de la historia”— como con Alfred Hitchcock —“el maestro de suspenso”—, utiliza ciertos elementos que son parte fundamental del género (música tensa, caras de espanto que ocupan toda la pantalla y sangre, mucha sangre), pero lo hace de una manera muy particular, pues elementos como la utilería, el sonido y el maquillaje, por su misma precariedad, suelen percibirse como falsos o exagerados y, al final, tienen un efecto más divertido que aterrador. “He ahí la gran cosa de Pinilla, y es que logra convertir ese estilo en una firma propia, y eso lo convierte en lo que llamamos un director de culto”, dice Machado. *** Sus años como cineasta lo han convertido en un compilador de historias. Se jacta de ser


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el padre del suspenso y la ciencia ficción en Colombia; despotrica contra la desaparecida Compañía de Fomento Cinematográfico (Focine), a la que acusa de arrebatarle sus películas; y cada tanto recuerda sus glorias pasadas, los días en los que las boletas para sus películas se agotaban en matiné, vespertina y noche, y las colas para ingresar que le daban la vuelta a la cuadra. Pero todo tuvo un comienzo más allá, un origen más complejo que el susto de un niño por la primera visita a un muerto. “Yo me estoy dando cuenta de que la humanidad le está dando la espalda a Dios”, dispara con una fría seriedad. Resulta paradójico que un hombre que ha dedicado su vida a la creación de historias de muertos, ouijas y demonios afirme que lo hace en nombre de Dios y la salvación de la humanidad. Su justificación para esto es muy simple: “A la gente hay que hablarle con lo que le gusta”. Por eso argumenta que en sus historias siempre hay un mensaje, una suerte de enseñanza sobre el bien y el mal. “Una cantidad de gente entra a una iglesia a oír a un señor allá decir un sermón el berraco, pero ¿los que no entraron qué?”, pregunta Jairo mientras se

acomoda en su silla inclinándose hacia adelante. “Yo estoy utilizando el cine para llevarle ese mensaje al que no entra”. Está serio y habla en voz baja, pues se toma muy a pecho la tarea de dejar un mensaje para “intentar moralizar” a las personas en cada una de sus películas. Está renco, desde hace varios años su cabello ha ido perdiendo lentamente ese color betún que tenía cuando protagonizaba sus películas y en su espalda se está formando una leve joroba. Ahora tiene lista una película llamada El espíritu de la muerte: poder satánico, el azote de la humanidad, pero quiere esperar a que la pandemia pase para estrenarla y que la vea más gente. La senectud le ha ido cobrando poco a poco la energía que tenía a sus veinte años cuando arrancó a hacer cine. Lo que no ha abandonado su rostro es esa sonrisa ingenua que le sale cada vez que se pone las gafas 3D —unas que construyó él mismo con un poco de cartón y papel celofán rojo y azul— o recuerda las caras de envidia de aquellos que se burlaron de su trabajo. Es un cineasta, un viejo raro, un paria, un hombre que le apostó a lo que amaba y que seguirá haciendo cine hasta el fin de sus días.

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LA PARTERÍA:

EL OFICIO ANCESTRAL DE LA VIDA Texto: Angie Tatiana Rodríguez Bernal rodriguez_angie@javeriana.edu.co Fotos: Archivo particular

El oficio de la partería indígena y urbana resiste en un mundo que no lo reconoce del todo. Las parteras, con sus saberes ancestrales, asisten a mujeres en proceso de gestación y no solo sostienen con ello su cosmogonía y cosmovisión, sino que mantienen una tradición que hoy continúa vigente y que les da la bienvenida al mundo a miles de recién nacidos. Katerin Gamboa y Luisa Fernanda en la ceremonia de vida y entrega de la panza.

¡Ciento veinte latidos por minuto! El momento se acerca. Las palpitaciones del bebé viajan rápidamente a través de un estetoscopio Pinard, un objeto de madera que parece una copa. Yuli Chiguasuque, una partera tradicional indígena mhuysqa desde hace trece años, pone su oreja sobre el estetoscopio ubicado en el vientre de la mujer embarazada, para asegurarse de que todo esté bien. La partera le pide que se ponga en cuclillas, respire y comience a pujar para que nazca su hijo. El alumbramiento se produce y, enseguida, como bienvenida, corta el cordón umbilical que unió al bebé a “la abuela placenta” y le entrega la criatura a la madre. Yuli, quien también pertenece al Cabildo Indígena Mhuysqa de Bosa y a la Red de Partería Tradicional e Intercultural Mhuysqa, aprendió sobre medicina tradicional indígena cuando era niña. En la comunidad le enseñaron sobre el uso de plantas, limpiezas, sobos y emplastos. Años después, mientras esperaba su segunda hija, conoció a un partero del cabildo que la asistió durante su proceso de gestación. “Cuando tuve a la niña me surgió esa intención de acompañar otras mujeres y fortalecer la tradición que viene de la comunidad desde hace mucho tiempo”, relata. Según la Organización Mundial de la Salud, la partería es una práctica tradicional con la que se asiste a las mujeres durante el embarazo, el parto y el posparto. Este oficio no solo ha aportado a la salud materna de diferentes comunidades, sino que también ha ayudado a preservar los saberes ancestrales de los pueblos que lo han practicado durante siglos. “La partera es una mujer líder, una mujer curandera que trabaja por su sanación primero para luego acompañar a los otros. Entonces, es una mujer que sostiene en el territorio a otras mujeres”, explica Yuli. Por medio de este oficio se ha rescatado la labor de las mujeres que han transmitido de generación en generación la cosmovisión y cosmogonía de los pueblos. Por eso Mónica Cobos, otra partera indígena e inte-


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grante de la misma red, afirma: “El acompañar el parto en casa significa respetar la tradición y que la comunidad me reconozca”. Mónica recuerda que cuando tenía diez años presenció un parto en casa que la marcó. A partir de esa experiencia decidió a los 18 años involucrarse más en la medicina tradicional. “Creo que el haber nacido en casa con la mayora María Pantano [la partera que asistió a su madre] y sembrar placenta al lado del fogón me permitió indagar sobre estos procesos y enlazarme con parteros y parteras de la comunidad”, recuerda con nostalgia. *** Yuli ahora se encuentra en su consultorio mientras espera a una paciente. El olor a incienso es fuerte. En medio del lugar hay una camilla que está cubierta por una cobija gris de felpa. Al frente, en una mesa pequeña, hay velas, esencias, aceites y dos tijeras quirúrgicas. En un altar al lado izquierdo de la habitación, se puede observar una estatuilla y una imagen religiosa, seguidas de unos tejidos y dos vasijas de barro que contienen la placenta de Yuli y de una de sus pacientes.

indígenas que habitan en zonas rurales, es una práctica que, desde hace unos años, también se ha fortalecido en las principales ciudades del país. La partería urbana nació como una alternativa a los partos medicalizados y a la violencia obstétrica que algunas mujeres señalan que se presenta en algunos hospitales. “Desde hace unos cinco años para acá, se evidenció que, desafortunadamente, en algunos servicios de ginecología se trataba mal a las pacientes. Les gritaban, se les hacía procedimientos no adecuados o no se les informaba”, asevera María Alejandra Cifuentes, ginecóloga obstetra. Por eso, para muchas mujeres la partería se ha convertido en una opción en la pueden tener a sus hijos de una manera que se acomoda mejor a su idea de un parto natural y tranquilo.

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Arriba: Luisa haciéndole un masaje de apertura del canal de parto a Katerin. Abajo: Mandala de la ceremonia de vida y entrega de la panza.

—¿Para ustedes qué significa la placenta? —le pregunto a Yuli —La sangre de placenta trae vida, está Dios allí. Están padre y madre presentes. Entonces, se siembran al territorio como pagamento, como agradecimiento para arraigar los hijos al territorio, a la tierra. Pa’que sepan que son de acá —responde. *** La partería sigue siendo una práctica común en muchas regiones de Colombia, principalmente en las zonas rurales. De hecho, en 2016, la partería fue proclamada como patrimonio cultural inmaterial de la nación. Según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), en el 2020 se registraron oficialmente 4.142 nacimientos atendidos por parteras. Los lugares donde es más común esta práctica son Risaralda, Tolima, Nariño, La Guajira y Cauca; este último, con la cifra más alta: 1.375 partos. Aunque este oficio se ha relacionado comúnmente con las comunidades afrocolombianas e

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Placenta de Katerin.

Tal es el caso de Katerin Gamboa, quien decidió que quería ser acompañada durante el proceso de gestación de su hijo por la Fundación Bendito Vientre, ubicada en Fusagasugá. Ella quería que fuera un proceso natural, familiar, libre de violencia obstétrica y de intervenciones médicas, en las que se usan ciertos medicamentos como el Pitocin (oxitocina sintética) o la anestesia epidural. De hecho, durante el trabajo de parto, la fundación le ayudó a generar oxitocina natural —una hormona que ayuda a mejorar las contracciones durante el parto— por medio de velas de olor, baños y masajes con esencias especiales. “Si cambiamos la forma de venir al mundo, de nacer, podemos cambiar la sociedad”, cree Katerin.

Una de las características de la partería urbana es que en esta se encuentra el apoyo de una doula, mujer que acompaña la lactancia y la dieta. “Mientras que la partera es la mujer que tiene el conocimiento técnico para garantizar la salud de la mamá y del bebé, las doulas acompañamos el proceso de gestación, parto y posparto tanto en la parte emocional como educativa”, explica Luisa Fernanda González, doula de gestación y aprendiz de partera. Además, en este tipo de partería no solo están presentes los saberes y tradiciones locales, sino también los venidos de otros lugares, como la danza, el yoga y la acupuntura. En Bendito Vientre, cada una de las integrantes tiene una escuela de formación distinta. Por ejemplo, Luisa aprendió en una escuela de parteras urbanas; Xóchitl Gómez se formó en tradiciones mhuysqas; Nadia Villamil aprendió en Doula Caribe, que tiene un enfoque más clínico y, por último, Íngrith Contreras viene de Happy Yoga, una escuela más oriental. “A la larga, esas cuatro escuelas confluyen en un solo punto: el bienestar de la familia gestante con diferentes herramientas que se complementan unas entre otras”, asegura Luisa. Durante el acompañamiento que realizan las doulas y aprendices de partería urbana de la Fundación Bendito Vientre, establecer un vínculo con la mamá es fundamental para prepararla física y psicológicamente para el parto. El proceso de Katerin comenzó con una limpieza de los aparatos digestivo y reproductor. Una vez quedó embarazada, realizó, junto a su pareja, varios cursos de preparación para el parto, de lactancia materna y de cuidados de la gestación que ofrece la fundación. Todo el tiempo se generó una conexión fuerte y espiritual entre Katerin, su hijo y su familia. Para ello se hizo una especie de “baby shower ancestral”, en el que se compartían dones que le querían brindar al niño; así como una ceremonia de la vida y entrega de la panza. Este último consiste en realizar un molde de yeso del vientre de Katerin con el fin de desapegarse y entregarle simbólicamente su hijo a la Madre Tierra. “Ese proceso fue muy importante, porque estamos dejando atrás toda la sabiduría de nuestras culturas, de nuestros ancestros, la

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cual nos conecta con la naturaleza y nuestro yo interior”, reflexiona Katerin. El servicio que ofrece la Fundación Bendito Vientre cuesta entre tres y cuatro millones de pesos. Sin embargo, desde su origen, el objetivo de la fundación ha sido brindar acompañamiento a mujeres que no tienen cómo pagar, pero que quieren ser asistidas por parteras y doulas. En esos casos, se buscan alternativas como la economía colaborativa. “A veces nos encontramos con mujeres que nos dicen que no nos pueden pagar completo, pero podemos hacer como un trueque por medicina o plantas”, señala Luisa. ***

nales, Partería y Enfermería, que sucedió en Buenaventura en el 2007. Este evento, que se hizo con el fin de generar espacios interculturales y de diálogo por medio de experiencias, agrupó aproximadamente 200 parteras, tanto rurales como urbanas, e integrantes de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad Libre. Así mismo, el Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia promovió en el 2017 el Diálogo de Saberes con parteras de la comunidad indígena wayuu en La Guajira. En ese sentido, María Alejandra, desde su punto de vista como médica, considera necesario trabajar en conjunto con las parteras, generando un acompañamiento no solo clínico, sino

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Luisa terminando el ritual de siembra de la placenta.

Si bien en Colombia la normatividad reconoce la partería como una práctica tradicional de ciertas comunidades, la función de las parteras dentro del sistema de salud colombiano aún es un tema tabú y desconocido por la institucionalidad. Es evidente que hay una estigmatización y un rechazo hacia este oficio que, en muchas ocasiones, se considera como arcaico y peligroso. “Hay ginecólogos que, si la paciente les dice desde un inicio que están con una doula, le responden que no la van a atender porque no están de acuerdo”, cuenta la ginecóloga María Alejandra Cifuentes. Esta separación entre medicina occidental y prácticas de partería de distintas tradiciones termina reproduciendo una brecha enorme. Sin embargo, también se han propuesto diálogos para fortalecer la relación que hay entre las parteras y los ginecobstetras, para así reducir las muertes maternas, respetar los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en gestación y entender los aspectos culturales de las pacientes. Por ejemplo, María Alejandra explica: “Ahora hay un programa en Medellín en el que van doulas gratis a una de las salas de parto de uno de los grandes hospitales para ayudar a los ginecólogos. Queríamos hacer eso acá, pero llegó la pandemia”. Y precisamente dentro de estos espacios que se abren, agrupaciones como la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico Colombiano (Asorupa) han convocado diálogos como el del Encuentro Internacional de Agentes Tradicio-

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En el 2020 se registraron en el país 4.142 nacimientos atendidos por parteras •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

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también psicológico, teniendo en cuenta que muchas veces, en las dinámicas de la medicina occidental, los vínculos que se generan con la parturienta son nulos, pues no hay una conexión ni tampoco un entendimiento de su parte emocional. “Sería maravilloso que, en vez de auxiliares de enfermería en las salas de parto, estuvieran las doulas o las parteras para que les ayuden a respirar, manejar el dolor y posicionarse”, expone la ginecobstetra *** Tanto en la partería indígena como en la urbana se aprovechan las propiedades de plantas medicinales como la manzanilla, el brevo, el frambueso o la ortiga. En cada mujer las plantas que se usan son diferentes, pues hay factores como la emocionalidad, su estado físico o las semanas de embarazo que influyen en el impacto que estas plantas, ya sea en baños, maceración, infusiones o polvo, pueden tener en sus cuerpos. Contrario a lo que muchos creen, la partería tradicional no solo se limita al proceso de acompañar durante la gestación, el parto y

el posparto. De hecho, sus conocimientos les permiten brindar una atención integral a la mujer. “Nosotras también acompañamos todo el tema de salud sexual y reproductiva, la menarquia de la mujer, la menopausia y el despertar sexual de las adolescentes”, dice Xóchitl Tamara Gómez, doula y aprendiz de partería urbana. La Unesco declaró el 5 de mayo como el Día Internacional de la Partera para visibilizar su oficio y la función que cumplen en sus pueblos. Con sus saberes y prácticas, le han enseñado al mundo que hay otra forma de nacer, han humanizado el parto, le han cantado a la vida y han luchado diariamente por no desaparecer. —¿Por qué es importante conservar el oficio de la partería? —le pregunto a Mónica Cobos, partera indígena. —Nosotras estamos ayudando a la humanidad. Lo más bonito que pudieron dejar nuestros ancestros fue un legado, un origen. Yo pienso que lo que hay que hacer como parteras es seguir hablando de lo maravillosa que es la partería —manifiesta con alegría.


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DEL BARRO, EL ARTE Texto: Isabella Herrera Balaguera herreraisabella@javeriana.edu.co Fotos: Archivo particular

María Cano es una artista bogotana que decidió apostarle al trabajo con el barro y la arcilla como una forma de expresión y creación. Su trabajo, que abreva de los saberes de los pueblos indígenas y campesinos, no solo produce bellos objetos, sino que también ayuda a mantener viva una tradición, al tiempo que la reinterpreta por medio de la alfarería contemporánea. María Cano crea piezas únicas en las que fusiona el arte con las técnicas ancestrales. Foto: Cristina de la Concha.

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Algunos oficios provenientes de saberes y técnicas ancestrales han sido desplazados por los intereses del mundo moderno. Sin embargo, la alfarería, el arte de fabricar objetos de barro y arcilla a mano, aún permanece viva en zonas de Colombia donde artesanos buscan mantener la tradición y oponerse a la practicidad de lo industrializado. Algunos de ellos se ubican en Ráquira (Boyacá), en La Chamba (Tolima) o en comunidades más pequeñas, como Juana Sánchez, un corregimiento ubicado en Hatillo de Loba (Bolívar). También están los artistas contemporáneos que, aunque no heredaron los saberes de la alfarería, tienen un interés por mantener vivo el oficio, y al fusionarlo con las inquietudes del mundo moderno, le abren paso a la cerámica contemporánea. María Cano es una de esas artistas. Nació en medio de una familia humanista —madre filósofa y padre fotógrafo—, por lo que nunca vio limitadas su creatividad ni su imaginación. Esto le sirvió para entender que lo suyo era el arte. Esta bogotana tiene 36 años y es graduada de la Universidad de los Andes en artes plásticas. Con sus ojos apacibles y una sonrisa que transmite autenticidad, se levanta cada día a poner sus manos sobre la arcilla.


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Para mí es muy importante mantener viva esa inquietud alrededor del oficio María Cano •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

María trabajando en el taller de Salvaje. Foto: Cristina de la Concha.

Su historia no empezó con la cerámica. En un principio había enfocado su carrera en la producción para los escenarios, ya fueran en el cine, en series de televisión o en el teatro. Se especializó en esa área, pero en ella seguía habitando la incertidumbre del vacío: sentía que aún se encontraba en búsqueda de su verdadero propósito de vida. Fue en ese momento cuando decidió escuchar esa intuición y experimentar con lo que siempre había sentido cercano, pero que hasta el momento no había tenido el valor de explorar: el hacer con las manos. Por eso, a finales del 2014, renunció a su trabajo y a ese mundo en el que había incursionado hasta el momento. De ese mismo llamado surgió Salvaje, una marca que empezó siendo un proyecto alrededor de la fotografía, otra de sus pasiones y un gusto heredado de su padre. Desde aquel entonces tenía la intención de crear por fuera de lo convencional, por lo que experimentó

con fotografías que tomaba, imprimiéndolas en todo tipo de telas. “Estaba en búsqueda de mi lenguaje propio”, cuenta María. Y es que para ella eso significa Salvaje: una constante búsqueda hacia el interior. Para 2015, mientras ponía los cimientos de su marca, María se convirtió en maestra de artes plásticas en el Colegio Tilatá, en La Calera, y enseñó a los niños de jardín a disfrutar el arte. Así como los niños, María jugó con todo un mundo de materiales y descubrió —o, en su caso, redescubrió— el contacto con el exterior. Pero no fue hasta que la arcilla se convirtió en la protagonista de la clase, cuando en su interior se prendió una luz. Trabajar con el barro despertó en ella el anhelo de querer saber más sobre ese mundo. En ese mismo año buscó cómo instruirse y aprender sobre la alfarería: desde el moldeado a mano hasta el uso de los distintos esmaltes y el moldeado en torno, que lo aprendió gracias a la ayuda de un tornero de Guatavita, quien le enseñó durante tres años todo sobre esta técnica en los talleres de Keramos, una de las fábricas de cerámica más antiguas de Bogotá. Ya enfocada en la alfarería y fascinada por el valor de la tradición, María emprendió un viaje interior para descubrir cómo quería consolidar su marca. Para ella, Salvaje significa libertad y desprendimiento, su esencia más pura y querer romper las reglas. Empezó haciendo objetos pequeños y vendiéndolos entre sus familiares y amigos más cercanos. Le gustaba crear objetos diferentes, con formas extrañas, acabados rústicos, esmaltes que dejaran en claro su mensaje de libertad. Ella hace platos coloridos, vajillas que parecen rosas o conchas de mar, recipientes con acabados asimétricos; todo lo que se sale de la idea de perfección entra en su lenguaje. El crecimiento de la marca fue orgánico, pues María no buscaba nada más que conectar con esa inquietud que la movía por dentro. Para Fernando, el padre de María, Salvaje significa “la culminación de un trabajo de curiosidad y lo que por fin la llena de felicidad”. Su trabajo empezó a conocerse con el voz a voz: cada día llegan clientes nuevos con distintos intereses, desde los que quieren esos objetos

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únicos que crea María, hasta grandes restaurantes que buscan vajillas al estilo Salvaje. Así, ha construido un nombre como artesana moderna, mezclando la tradición de elaborar objetos a mano con el lenguaje que ella misma ha creado en el barro.

de trabajo constante, de llevar su cuerpo al máximo para pulir su técnica. La emoción de aprender algo nuevo y el deseo de volverse tan buena como los artesanos con los que se había encontrado en el camino la llevaron al límite de sus capacidades.

María vive en su taller, literalmente. Adaptó el parqueadero de su casa para poner hornos, tornos, tornetas (mesas giratorias que facilitan el trabajo manual), vajillas y un sinfín de costales de barro que darán vida a sus próximas creaciones. En el taller también guarda objetos que ha ido creando en el camino. Cada día, María prepara la arcilla y a esa mezcla dura le agrega agua y la amasa hasta que tome una textura homogénea y agradable para el moldeado. Después se sienta durante horas frente al torno a crear, ya sean platos, vasos o recipientes, entre otros objetos, en todas las formas, estados y colores de la arcilla.

“Tuve una tendinitis muy grave en la mano izquierda. Por andar de intensa torneando todo el día me dañé la mano”, señala María. En el resto del viaje no hubo mejorías en la condición de su enfermedad. Volvió a Colombia a seguir trabajando y al mismo tiempo buscaba todo tipo de terapias que le permitieran recuperar el movimiento para evitar una cirugía. Tuvo la valentía de reconocer que sola no podría con todo el trabajo del taller, pues con su mano derecha solo podía pintar algunas cosas y meter otras cuantas más pequeñas al horno. Allí, en medio del dolor e incertidumbre, encontró a William Vargas, un tornero de tradición de Ráquira, que se convirtió más que en su mano derecha, en esa mano izquierda que a ella le fallaba.

En 2016, con Salvaje ya andando, María partió a México para hacer una residencia en la Escuela Nacional de las Artes. Allí se encontró con un mundo completamente nuevo y llamativo que enriquecería bastante su técnica y conocimiento sobre la alfarería. Quería conocerlo y aprenderlo todo. Al comienzo, fueron días

“Mi vida son las manos”, sostiene María con contundencia en su voz, y agrega: “Yo tenía mucho miedo de exponerme a una cirugía que no sabía cómo iba a salir. Finalmente me operé y afortunadamente todo salió bien, por

María en el corregimiento de Juana Sánchez, donde la comunidad alfarera es experta en hacer tinajas. Foto: Fernando Cano.

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Elizabeth Pérez Garzón, 'doña Licho', aprendió desde pequeña a hacer tinajas con su abuela. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

La inquietud de María por las comunidades alfareras la ha llevado a diversos lugares del país, en los que ha recogido la tradición para luego mezclarla con su propio enfoque artístico •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

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así decirlo, pues obviamente mi mano no es la misma de antes”. Aunque esa experiencia fue dolorosa, María cuenta que aquella tendinitis ha sido de las experiencias de vida más importantes que ha tenido. En sus palabras: “Aprendí a habitarme de una manera consciente, a entender cuánto peso soy capaz de cargar. Fue entrar en consciencia y aprovechar cada día, porque un día sirven las manos y al otro puede que no”. El viaje a México y la enfermedad la unieron aún más con esa intención de conectar con el otro, en especial con aquellos que tienen una historia tradicional tan arraigada como los artesanos de Colombia. Desde ese momento, ella supo que quería involucrar el conocimiento de los artesanos del país en su proyecto. “Yo siempre he tenido una curiosidad y fascinación por vivir y entender los puntos de vista de otros, más cuando esos otros están en el mismo medio [la alfarería] y habitan una experiencia viva tan grande [la tradición]”, explica. Esas ganas de conectar con la tradición y de comprender la alfarería desde sus orígenes la llevaron a trabajar en proyectos con Diseño Colombia, un programa que promueve el diseño artesanal contemporáneo. Allí se encontró con artesanos que la recibieron en su comunidad y le brindaron todo el conocimiento de la tradición. En su primer proyecto se vinculó con

Laureano Melo, un artesano de Ráquira, con el que trabajó para crear una vajilla que pudiera mostrarse en Expoartesanías, la feria más grande del sector. Desde ese entonces, María ha trabajado con artesanos de Ráquira, mezclando la técnica propia del lugar con el estilo original de Salvaje. Así también lo hizo con la comunidad alfarera de La Chamba, donde aprendió la reconocida técnica del municipio, la reinterpretó y la adaptó a su esencia. Las creaciones que surgen de estos encuentros buscan darles visibilidad a esos artesanos de tradición que por el olvido y el desinterés actual por parte de la sociedad han tenido que batallar por el reconocimiento de su oficio. La inquietud de María por las comunidades alfareras la ha llevado a viajar hasta Juana Sánchez, un corregimiento cerca a El Banco (Magdalena). María se refiere a esa experiencia como algo completamente transformador: “Es ver una comunidad alfarera que tiene una técnica que yo creo que es única en el país. Ellas son expertas en hacer tinajas, que son estas ollas grandes donde se almacenaba el agua tradicionalmente antes de que existiera el acueducto. Es un oficio que por los afanes del mundo moderno se está perdiendo”. Elizabeth Pérez y María de los Santos Aislanth son de las pocas tinajeras que quedan en el


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lugar. Para hacer sus tinajas, ellas sacan el barro de la orilla del río Magdalena, lo trabajan en el suelo con agua, con un palo y con sus pies para facilitar el amasado, dejando la arcilla con una textura blanda que permite moldearlos fácilmente. La técnica de las tinajeras es una interacción entre las manos y la arcilla. Ellas solo utilizan un molde —que varía de tamaño dependiendo del diámetro de la tinaja— y sus manos. María recuerda esta técnica con el nombre de “rollo tinajero”, pues consiste en agarrar un poco de arcilla en la mano derecha y moldearla en forma de rollo. Este se va presionando contra la mano izquierda, la cual, a su vez gira hasta asimilar el diámetro del molde para que vaya cogiendo la forma de estas grandes ollas. Desde su encuentro con las tinajeras de Juana Sánchez, María no ha parado de buscar el modo en el que pueda mantener viva aquella técnica. “Casi que asumí la tarea de mantener ese oficio vivo como pudiera”, dice, pues, para ella, esta técnica es un patrimonio inmaterial de nuestra cultura. A partir de ese viaje ha vuelto reiteradas veces, algunas sola, otras en compañía de su padre, quien la ha ayudado a llevar un registro fotográfico de esa labor. Su padre denomina “realismo mágico” a todo el proceso de su hija: “Cuando ella llegó de Juana Sánchez fue como si hubiera ido a un

mundo mágico; era tanta la alegría que nos transmitía cuando hablaba de su experiencia allá, que decidí que tenía que ir a acompañarla y, a través de la fotografía, que es mi modo de expresión, registrar algo de lo que ella descubría allá”, cuenta. Fernando recuerda que descubrió, de la mano de Elizabeth y de María de los Santos, todo un mundo extraordinario que, así como a María, lo transformó para siempre. Esta alfarera contemporánea se levanta cada día con la voluntad de trabajar por mantener la tradición viva. Para ella ha significado la edificación de una sociedad, la permanencia de un oficio y el valor de una cultura. Con sus manos sobre el barro, busca dejar una parte de ella en cada objeto que hace. Y aunque a veces las cosas no salen como se planean, María ha sabido adoptar los gajes del oficio para hacerlos parte de su lenguaje, que se resume en “manos en la arcilla”, concluye con la misma sonrisa del inicio. Al final, Salvaje no son solo las manos de María, sino también las de los torneros —William Carvajal y Laureano Melo— y las de Fernando, su padre y fotógrafo. Son las manos de los artesanos de Ráquira y La Chamba; las de Elizabeth, María de los Santos y todas las tinajeras de Juana Sánchez. Son las manos de cada uno de los artesanos que mantienen el oficio vivo hasta hoy en el país.

María de los Santos Aislanth es otra alfarera que heredó de su madre el oficio de hacer tinajas. •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••• •••••••••••••••••••••••••••••••••••

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CARICATURA

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Foto: María Paula Quintero @mapau6q

Un oficio para saborear

Fotoensayo



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