Directo Bogotá # 19

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gomina— iba con dos ejecutivos. Salieron del parqueadero y entraron a Café Renault, un lujoso restaurante. Saludaron a alguien desde lejos. “Es la amante”, dijimos Óscar y yo. Después se sentaron los tres, solos, a almorzar. Nosotros nos hicimos cerca del restaurante, detrás de un árbol, desde donde podíamos verlos. —El objetivo me miró —le dije al detective, asustada, porque pensaba que nos habían descubierto. —Uno siempre siente eso, tranquila —me dijo Óscar, riéndose. Pero lo más importante es no mirar a la persona a los ojos. Jamás. Así se encuentren cara a cara. Si uno la mira, se quema, lo descubren. El almuerzo terminó y “doña Segunda” —así llama Óscar a las amantes— no apareció. El detective siguió al Mercedes toda la tarde. Ese día no hubo amante.

La agencia Kojak

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Óscar es de Ibagué. Pero de esa región sólo heredó el registro civil, pues ha vivido en Bogotá casi sus 42 años de vida. Antes de ser detective fue conductor de un colectivo. Y antes de ser conductor fue mecánico industrial. Estudió procedimientos judiciales en el Politécnico Marco Fidel Suárez. El curso, de dos años de duración, lo pagó con un préstamo que le hizo un compañero de fútbol de la infancia. Vive en el barrio Roma, al sur de la ciudad, con su esposa y sus dos hijos: Katerin Yulieth, de seis años, y Yair Steven, de 15. A veces el hijo lo acompaña a trabajar. Desde hace cinco años Óscar trabaja en la agencia investigativa Kojak. Su jefe es Tulio Esteban Gutiérrez, un suboficial retirado del Ejército. En 1985 Gutiérrez creó la agencia Kojak, en honor del detective de la serie de televisión gringa que admiraba. En Kojak se hacen trabajos dactiloscópicos, grafológicos y de comportamiento, básicamente aplicados a los casos de infidelidad, el servicio más demandado. Una vigilancia —que normalmente dura seis días, ocho horas diarias— cuesta $150.000 el día y, según el contrato de trabajo, Óscar debe obtener la mitad de ese dinero. Pero el detective quiere crear su propia agencia. Se llamaría Sherlock, como el legendario detective. Cuando conocí a Óscar tenía el cabello blanco: unos crespitos desteñidos que a pesar del viento, la lluvia y el sudor, permanecían en su puesto. Fue un martes a las 5:30 a.m., en la estación Flores de Transmilenio. La misión de ese día era descubrir al amante de la esposa de un comandante del Ejército. Cuando nos presentamos lo primero que el detective me dijo fue: “Se vino muy vistosa”. No tuve que pedirle explicaciones: mi buzo rosado era demasiado llamativo para acompañar a

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