Testimonios de mujeres en las cárceles franquistas

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estaba en la estación; yo creo que todo el pueblo estaba en la calle. No querían presas políticas, no querían que en el pueblo hubiese un penal, al extremo de que los guardias creían que nos querían pegar e hicieron un cordón para que fuéramos entre ellos; pero no, la gente no nos quería pegar ni nos quería hacer nada; la gente no quería que hubiera presas políticas en aquel pueblo. Nos alojaron en un convento de monjas, un colegio de monjas francesas. Lo pasamos bastante mal: la comida era malísima. El edificio era de tres pisos y la cocina estaba en la planta baja; cada día teníamos que bajar con nuestro plato a coger el rancho al patio, con un frío tremendo; era un puré repugnante. Cuando subíamos por la escalera poníamos el plato boca abajo y el rancho no se caía; aquello parecía pez de carpintero para pegarnos el estómago, pero les salió mal porque el estómago no se nos pegó, todo lo cagábamos y lo digeríamos muy bien; debió de ser porque éramos jóvenes, las pobres viejas lo pasaban muy mal. Unas se descomponían, otras no iban al váter en cinco o seis días ... siempre tenían problemas. Nosotras las jóvenes hacíamos lo que podíamos por ellas pero hay cosas que, por mucho que te esfuerces, no las puedes remediar. Cada día venían nuevas expediciones. De todo el territorio español. No había cárceles en toda España para tanto preso; muchos conventos habilitaron para penales. De Ventas llegó un ramillete de juventud, muchas menores, de ellas aprendí esta canción: Cárcel de Ventas hotel maravilloso, donde se come y se vive a to confort, donde no hay ni cama, ni reposo, y en los infiernos se está mucho mejor. Hay colas hasta en los retretes rico cemento dan por pan, lentejas, único alimento, un plato al día te darán. Lujoso baldosín tenemos por colchón y al despertar tenemos deshecho un riñón . Pueblo de España te gritan las presas, esta injusticia no puede continuar, pues el hambre empieza a hacer estragos y es un mal general, general.

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