Jaime Plá y Plá: historia de un compromiso

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JAIME PLÁ Y PLÁ

HISTORIA DE UN COMPROMISO

Víctor Bayona Vila Sergio Calvo Romero

altoaragoneses

JAIME PLÁ Y PLÁ

altoaragoneses

JAIME PLÁ Y PLÁ

HISTORIA DE UN COMPROMISO

Víctor Bayona Vila Sergio Calvo Romero

Bayona Vila, Víctor (1961-)

Jaime Plá y Plá : historia de un compromiso / Víctor Bayona Vila, Sergio Calvo Romero

Huesca : Instituto de Estudios Altoaragoneses (Diputación Provincial de Huesca), 2023

174 p. : il. col. y n. ; 21 cm — (Altoaragoneses ; 9)

Bibliografía: p. 141-142

Plá y Plá, Jaime (1899-1991)

Calvo Romero, Sergio (1984-)

929 Plá y Plá, Jaime

© Víctor Bayona Vila y Sergio Calvo Romero, 2023

© De la presente edición, IEA / Diputación Provincial de Huesca

Colección: Altoaragoneses, 9

Director de la colección: Carlos Garcés Manau

Comité editorial: Natalia Juan García, Carlos Laliena Corbera, Myriam Martínez Iriarte y Alberto Sabio Alcutén

Coordinación editorial: Teresa Sas Bernad

Corrección: Ana Bescós García

Diseño editorial y de cubierta: Marta Ester

Impreso en España

Imprime: Gráficas Alós. Huesca

ISBN: 978-84-8127-326-7

Thema: DNBH, 3MP, 1DSE-ES-CA

DL: HU-3/2023

IEA / Diputación Provincial de Huesca

Calle del Parque, 10. E-22002 Huesca

Tel.: 974 294 120

www.iea.es / publicaciones@iea.es

LOS PRIMEROS AÑOS

La epidemia de gripe de 1918 en San Esteban de Litera

Organización y sociedad del municipio

La Asociación Musical de San Esteban de Litera

El fútbol

La Voz del Agrario

LA ETAPA AFRICANA: LA GUERRA DE MARRUECOS 43

Los prisioneros

La campaña de Tizzi-Azza

La vuelta a casa

LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936): NUEVOS RETOS 63

Alcaldía de San Esteban de Litera

Presidencia de la Diputación Provincial de Huesca

1935-1936: el comienzo del fin. Destitución, repudio político y represión

La larga posguerra: condena y encarcelamiento

La vida en prisión DESPUÉS DE LA CÁRCEL

Lejos de San Esteban de Litera

La literatura como medio de crítica y refugio personal

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ÍNDICE INTRODUCCIÓN
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LOS ÚLTIMOS AÑOS: BÚSQUEDA DE LA VERDAD 119 CRONOLOGÍA: VIDA Y TRAYECTORIA POLÍTICA DE UN SANTISTEBENSE DE ADOPCIÓN Y CORAZÓN 127 NOTAS 131 FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA 141 Archivos y fuentes Publicaciones periódicas Bibliografía ÁLBUM DE IMÁGENES 143

INTRODUCCIÓN

Muchos historiadores explican que una investigación histórica basada en el método científico nace de unas premisas iniciales que al ir contraponiéndose con las fuentes se ven modificadas o ratificadas. Nuestro caso es el primero, pero en términos superlativos. La aproximación a la figura de Jaime Plá se hizo por primera vez con cierta profundidad cuando Víctor Bayona y Sergio Calvo estudiábamos la historia de San Esteban de Litera para el libro que se publicó en 2021 con título similar. Una vez finalizado ese trabajo, acordamos que era necesario abordar y rescatar la historia de Jaime Plá y Plá, alcalde de San Esteban de Litera durante la Segunda República, presidente de la Diputación Provincial de Huesca durante el periodo radical-cedista y fuertemente golpeado por la represión en los dos bandos como consecuencia de su compromiso político, ajeno a etiquetas tan cerradas como de izquierdas o de derechas. Nuestras primeras tesis fueron superadas con creces debido a la calidad humana y política del personaje histórico. A medida que ahondábamos en el estudio de su vida nos quedaba más claro que una investigación de este calado era más que necesaria: casi se podría hablar de saldar una deuda con su legado.

Si bien es cierto que en mayo de 2011 se celebró un encuentro del Ateneo Republicano de Binéfar en el que se dio una conferencia sobre Jaime Plá, y que en época más reciente, en enero de 2020, el Centro de Estudios Literanos organizó la exposición Jaime Plá, un literano corresponsal en la guerra de Marruecos en

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San Esteban de Litera, en ambas ocasiones se recogieron solo determinados aspectos de su vida y de forma transversal. Describir la vida de Jaime Plá y Plá en este estudio ha sido, como poco, cautivador. Su marcada personalidad y sus firmes convicciones condicionaron el transcurrir de su día a día; tanto es así que nunca dejó de decir que era republicano en sus convicciones y católico practicante en su quehacer diario, algo que le granjeó antipatías de ambos lados, del republicanismo y del catolicismo. La investigación ha abordado dos grandes periodos: por un lado, la vida de Jaime Plá antes de ser elegido alcalde de San Esteban de Litera en la Segunda República; por otro, su experiencia vital desde 1931 hasta su fallecimiento en 1991. En el primero ha sido Víctor Bayona quien ha asumido la reconstrucción narrativa de los hechos. En ese primer bloque se han estudiado los primeros años de Plá, que corresponden a su infancia y su adolescencia, anteriores a su traslado, a los diecisiete años, a San Esteban de Litera; su llegada al municipio; su iniciativa en relación con el brote de gripe de 1918, merecedora de una distinción; la creación de la Asociación Musical de San Esteban de Litera; la fundación de la revista La Voz del Agrario, y su participación en la guerra de Marruecos, en la que actuó de facto como un verdadero corresponsal gracias a su afición a la fotografía y a las numerosas cartas y crónicas que escribió para El Diario de Lérida. Su labor como divulgador de todo lo que aconteció nos ha revelado información destacable tanto de la campaña militar de Marruecos como sobre aspectos importantes de su personalidad, ya sea su entusiasmo por la fotografía, su excelente y rigurosa capacidad narrativa o la humildad y la humanidad que refleja en sus escritos. Finalmente se aborda su vuelta a casa y su adaptación a la vida social de San Esteban.

El segundo bloque de la investigación ha sido resuelto por Sergio Calvo, quien ha estudiado la trayectoria vital y política de Plá entre 1931 y 1939 y ha fijado como apartados con entidad propia para ese periodo los correspondientes a su labor como alcalde de

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San Esteban de Litera desde las elecciones de abril de 1931 hasta abril de 1936, fecha de su destitución; sus experiencias como presidente de la Diputación Provincial de Huesca, y su encarcelamiento como consecuencia del consejo de guerra al que fue sometido, en el que se le aplicó una pena de doce años de cárcel por el delito de auxilio a la rebelión de la que cumplió aproximadamente tres años, desde el invierno de 1939 hasta el verano de 1942. En este bloque se han diferenciado las dos fases que claramente se pueden apreciar tras su salida de prisión: sus intentos de conseguir una posición económica que le permitiera mantener a su familia, que lo llevaron a establecer su residencia en distintas partes de la geografía española (Albacete, Barcelona y nuevamente en San Esteban de Litera), y sus últimos años de vida, claramente marcados por su firme voluntad de limpiar su nombre y de que su expediente penal fuera objeto de los beneficios de la Ley de Amnistía de 1977. Desde su salida de prisión también se aprecia como Jaime Plá se volcó en dos de sus pasiones: la lectura y la escritura. En las exploraciones realizadas en su archivo privado, en el cual Víctor Bayona lleva trabajando varios años, nos hemos encontrado con una gran variedad de libros sobre psicología, poesía, nacionalismos, historia de España, idiomas y política nacional y europea, así como obras clásicas entre las que destacan las relacionadas con el teatro. Por su formación académica contó con varias enciclopedias sobre agricultura en español, italiano y francés, además de estar suscrito a revistas especializadas para mantenerse al día en todo lo relacionado con la producción agrícola y ganadera. Su antaño extensa biblioteca fue saqueada en dos ocasiones, tras el estallido de la Guerra Civil y tras la ocupación de San Esteban de Litera por las tropas sublevadas, lo que la redujo considerablemente. Todo ello nos revela parte de la inquietud cultural de Jaime, preocupado por estar siempre informado y formado en la medida de sus posibilidades, tanto económicas como personales.

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En lo que concierne a la escritura, hemos tenido acceso a varios relatos en los que, a través de la reflexión sociocultural y económica sobre el país y sobre San Esteban, la ficción y las aproximaciones biográficas, construyó historias de una destacable calidad narrativa que incluso le procuraron cierto reconocimiento y algún que otro premio literario. La escritura se convirtió para él en una válvula de escape con la que mostrar su descontento por el devenir social, económico y político del país, al mismo tiempo que plasmaba sus ideas y el transcurrir de su vida. En sus últimos relatos mostró una marcada preocupación social, acentuada por su avanzada edad y por el hecho de tener un hijo, nacido en 1932, con una cierta discapacidad intelectual al que brindó todos los cuidados necesarios durante su vida.

Sus intentos de conseguir que se borraran sus antecedentes penales, derivados de su paso por prisión, y se dejara constancia de la ilegalidad y la injusticia del proceso judicial al que se le sometió por su actividad política y personal, se tradujeron en diversas peticiones a todas las instancias posibles para que su caso fuera revisado y su nombre no estuviera asociado a ningún tipo de acción delictiva.

En lo concerniente al apartado de fuentes, aligerado en este libro por motivos de espacio, durante la investigación llevamos a cabo una clasificación de los documentos y las imágenes estudiados. De esta forma creamos un cuadro de clasificación del archivo privado de Jaime Plá y Plá distinguiendo los fondos en función de su naturaleza, ya fuera política, jurídica, personal, fotográfica, etcétera. En la mayoría de las ocasiones pudimos indicar la fecha de los documentos, por lo que la construcción cronológica de la vida de Jaime Plá ha resultado ahora un poco más fácil.

Por último, tenemos que detenernos en la parte de la investigación basada en la selección de materiales gráficos para ilustrar esta publicación, básicamente procedentes del archivo personal de Jaime Plá y de su fondo fotográfico, hoy en la Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. La tarea ha sido complicada debido a

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la gran cantidad de documentación que la familia conservaba. Hemos intentando incluir los necesarios para acompañar y favorecer la lectura y la comprensión del contenido, elementos visuales de una extraordinaria riqueza histórica y narrativa. No podríamos dejar de dedicar unas líneas a los agradecimientos, que son varios. En primer lugar, hemos de expresar nuestro más sincero reconocimiento a la familia de Jaime Plá, concretamente a su hija Laura y a Ana, su nieta, quien rescató la mayor parte del fondo documental y la pequeña biblioteca de su abuelo Jaime y trasladó la documentación de la antigua casa donde residían hasta la actual, facilitando el acceso a este fondo para que pudiera ser estudiado desde el Centro de Estudios Literanos. También tenemos que dar las gracias al Instituto de Estudios Altoaragoneses de la Diputación Provincial de Huesca por concedernos una Ayuda de Investigación en la convocatoria de 2021 y por su compromiso de publicar el resultado dentro de su colección Altoaragoneses. Hemos de recordar también a la Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca por el tratamiento de las fotografías y a Sergio Monzón García por su colaboración desinteresada en lo que a imágenes locales se refiere. Por supuesto, no podemos olvidar al citado Centro de Estudios Literanos, que ha aportado sus instalaciones y sus medios para la culminación de este trabajo, ni a su presidente, Juan Rovira Marsal, que nos ha facilitado los ejemplares digitalizados de El Diario de Lérida de los años 1921, 1922 y 1923. En relación con este material debemos mencionar igualmente al Arxiu Municipal de Lleida, donde se encontraban esos diarios.

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LOS PRIMEROS AÑOS

Jaime Plá y Plá nació en Calella, provincia de Barcelona, el 17 de noviembre de 1899. Era hijo de Jaime Plá Burjó y Joaquina Plá

Catá, quienes le dieron una educación muy esmerada. Su padre era un ganadero propietario de pastos y bosques en las sierras Can Carreras y Calestol, cerca de la propia Calella, lo que le proporcionaba un cierto desahogo económico.

Cursó sus primeros estudios en el colegio de los padres escolapios de la propia Calella, donde ya destacaba por una caligrafía y una ortografía muy cuidadas. Seguidamente, llevado por su afición a la agricultura y la ganadería, se inscribió en el Instituto Agrícola Catalán San Isidro de Barcelona y a los diez años ingresó como interno en la Granja-Escuela Experimental de Gerona, regentada por los salesianos. Su padre murió cuando él era muy niño, ya que aún no había cumplido los cinco años, lo que acentuó en él una personalidad muy peculiar e independiente, con una madre que lo adoraba y a la que él correspondía en la misma medida. Jaime era un niño dotado de gran inteligencia y mucha disciplina, buen dibujante y muy aficionado a la música. Durante su etapa escolar formó parte de la magnífica banda de música del colegio, compuesta por veinticinco alumnos y su director. En esos años también adquirió una fe religiosa inquebrantable y pensó seriamente en ser misionero. Finalmente, en 1916, con solo dieciséis años, logró graduarse con matrícula de honor como técnico profesional de agricultura, lo que le daba capacidad para dirigir explotaciones agrícolas, ganaderas y forestales.

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Al finalizar sus estudios, y antes de abandonar el colegio, se inscribió en el Instituto Agrícola San Isidro de Barcelona, una suerte de oficina de empleo de la época a la que se dirigió la dirección del Banco de Tarrasa,1 que era propietario por embargo de una finca situada en San Esteban de Litera para la que solicitaba alguna persona con conocimientos en técnicas agrícolas. Jaime Plá se interesó por la oferta y, a pesar de ciertas reticencias del banco a causa de su edad, sus buenos resultados en los estudios acabaron convenciendo a la dirección.

Al poco tiempo Plá y un directivo recorrieron la finca, recogieron datos sobre el terreno y visitaron también la Estación de Estudios de Aplicación de Riegos de Binéfar, fundada en 1909 al albur de la puesta en marcha del canal de Aragón y Cataluña, que había tenido lugar en 1906. En esa estación se realizaban tareas de divulgación, investigación y análisis de tierras y aguas, así como de selección de los abonos y las semillas más adecuados para los cultivos, con objeto de ganar eficiencia en los trabajos que los nuevos regadíos demandaban. Con este fin Plá registró muchos datos, y también lo hizo sobre las temperaturas y la pluviometría de la zona, algo fundamental, pues el regadío aún no estaba lo suficientemente extendido.

De vuelta a Barcelona, y gracias a los datos recogidos en su visita a Binéfar y a la propia finca motivo de su viaje, elaboró un plan de viabilidad y explotación que fue aceptado de inmediato por el banco, así que hizo de nuevo su equipaje, en el que no solamente irían sus enseres personales, sino también varios libros: El criterio, de Jaime Balmes; Oligarquía y caciquismo, de Joaquín Costa; un diccionario; Los labradores, la agricultura y la cuestión social, del salesiano Pedro Ricaldone, y una obra publicada en 1902 por el conde de San Bernardo2 que, según él reconoció, lo indujo a estudiar el problema del campo español, El problema del pan, donde se plantea la solución social dentro de la crisis agrícola.

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Llegó en 1917 el día de partir hacia Aragón y volver a San Esteban de Litera. Consigo llevaba el documento que le daba los poderes necesarios para ejercer su cometido, así como el contrato redactado por el banco. Era toda una aventura con tan solo diecisiete años. Jaime cogió un tren y después de varias horas y algunos transbordos llegó por fin, bien entrada la mañana, a la estación ferroviaria de Binéfar, inaugurada en la temprana fecha del 16 de septiembre de 1861.

En su viaje anterior le habían recomendado una fonda, Prontito, situada en la plaza Ruata, hoy plaza de La Litera, y hacia allí se encaminó, ayudado en el transporte de su equipaje por un mozo de estación que también le sirvió de guía y por el camino le fue dando detalles de la villa de Binéfar. En aquella época la estación quedaba a las afueras de la población y había que recorrer el tramo hasta el pueblo, unos trescientos metros, caminando. A Plá le llamó la atención una gran balsa de agua situada en lo que hoy es la plaza de España que recogía aguas pluviales y era usada para lavar ropa y abrevar el ganado. Por fin llegó a la fonda, dejó su equipaje en el vestíbulo y se dispuso a almorzar en una gran sala donde ya había varios comensales. Al principio le sorprendió que fueran comerciantes catalanes, pero enseguida comprendió que la cercanía de Lérida y la expansión que en esos momentos vivía Binéfar hacían de la villa un buen lugar para los negocios. Preguntó cómo podía trasladarse al vecino pueblo de San Esteban y le explicaron que precisamente había un cartero que iba y venía dos veces al día conduciendo un carro tirado por un mulo y que en esa fonda paraba para ver si había algún pasajero o algún encargo que hacer, así que Jaime se dispuso a comer y a esperar a que apareciera el cartero. No pasó mucho tiempo hasta que llegó, renqueante y tranquilo, un hombre delgado que, quemado por el sol implacable de esas tierras, parecía más mayor de lo que era. Tomó un vino y preguntó a gritos si había algún pasajero o algún paquete. Plá se presentó y le contó sus intenciones al

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bueno del cartero, al que llamaban Pedret, quien, divertido ante tal novedad, musitó: «¡Pero si solo eres un crío!…». El carro estaba estacionado a la sombra de las fachadas en la plaza y a él subieron para partir. A Plá le resultaba fácil hablar con la gente. Además, al ser el catalán su lengua materna, le parecía muy familiar el modo de hablar de San Esteban de Litera. Dada la parsimonia del viaje, de apenas cinco kilómetros, le dio tiempo a entablar una amena conversación con el cartero, que también era un gran conversador y que, muy certero en su conocimiento de las personas y las cosas, lo iba poniendo al corriente de lo que acontecía en el pueblo que iba a pisar por primera vez.

El mulo del cartero se llamaba Clemenceau y tenía su gracia. La Primera Guerra Mundial estaba en su apogeo y el político francés del mismo nombre se había hecho muy popular. Resultó que el secretario del Ayuntamiento de San Esteban, que también era secretario del Sindicato de Riegos y de muchas más cosas, entre ellas era el administrador de la finca a la que yo me dirigía y al que me tocaba sustituir, lo que me ganaría para siempre su enemistad. Tenía un gran parecido con el Clemenceau francés a causa de su poblado y peculiar bigote y su recio físico. Este no le caía bien a nuestro amigo el cartero, y por eso, decía él, disfrutaba arreando a su mulo gritándole: «¡Arre, Clemenceau!».3

Cuando caía la tarde pasaron bajo el acueducto de Perera,4 inaugurado en 1906 por el propio rey Alfonso XIII, una obra emblemática del canal de Aragón y Cataluña desde la que se divisa con claridad y cercanía el antiguo torreón del castillo de San Esteban, construido por los árabes durante su dominio, que ofrece una inmejorable visión de la trama urbana del pueblo y de gran parte de su término municipal. Antes de llegar al pueblo pudo admirar el impresionante aljibe de Perera, un depósito horadado en la roca natural que recogía las aguas pluviales que al deslizarse por las faldas de las rocas iban

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a parar a él. Este tipo de ingenios para conservar el agua es propio de la zona. Su acertada construcción va pareja a su eficacia y existen más de doscientos repartidos por todo el término municipal. Llegaron a la entrada del pueblo cuando ya anochecía. Plá vio y sufrió en su propio calzado que sus calles carecían de alcantarillado, algo que, sin saberlo en ese momento, solucionaría él mismo con el transcurrir del tiempo. Al bajar del carro, que en realidad era una tartana, se dirigió a la fonda donde se hospedaría y alquiló dos habitaciones, una para dormir y otra más pequeña para instalar un despacho. Su llegada no pasó inadvertida: era muy alto, muy joven, bien parecido y forastero; llamaba la atención aunque no quisiera. En los días siguientes Plá fue adquiriendo lo imprescindible para iniciar las labores agrícolas, herramientas de mano y de tiro y los animales necesarios. Contrató a varios trabajadores, para lo que escogió a personas casadas o con cargas familiares que necesitasen trabajar, con lo que ya de alguna manera dejaba entrever su ideario, para algunos político, para otros moral. Él se guiaba por lo aprendido en sus años de estudio, que aplicó en su día a día personal.

Plá sabía de antemano que la propiedad de la tierra del pueblo al que había llegado estaba mal repartida. Eso no era una excepción en la comarca, pues existían en ella grandes propietarios que tenían las mayores y mejores tierras, y el resto de las fincas eran de pequeña extensión. El cereal de secano, el olivar y el viñedo predominaban en el término, y, aunque una parte de él se podía poner en regadío, los procedimientos para nivelar el terreno y ejecutar las obras necesarias para acercar en la práctica el agua a los campos progresaban con lentitud. Además, hechos como la compra de las tierras desamortizadas a mediados del siglo xix había, si no agravado, sí alejado la oportunidad de corregir en alguna medida ese gran desequilibrio, del que el ejemplo más sangrante fue la adquisición de la llamada torre de los Frailes, propiedad del clero, cuyas rentas eran destinadas al socorro de

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los pobres. La compraron una familia de San Esteban y otra de Tamarite, y algunos montes comunales también se vendieron a particulares con gran poder adquisitivo, lo que cortó el acceso al pasto y a la leña para las clases más humildes. En el pueblo algunas familias se dedicaban a la extracción y la preparación de yeso en pequeños hornos tradicionales. Ello era posible por la gran cantidad de este mineral que, aflora a la superficie en unas pequeñas sierras que forman parte del anticlinal Barbastro – Balaguer. Esta actividad fue evolucionando hacia una producción más industrial llevada a cabo por algún empresario, de modo que la elaboración artesanal quedó relegada al consumo propio. Sin embargo, fue una buena fuente de ingresos adicional en las épocas en las que el trabajo agrícola escaseaba, y más aún cuando finalizaron las obras del canal de Aragón y Cataluña.

San Esteban de Litera, además de constituir un amplio término municipal, tiene anejo el pueblo de Rocafort, el cual hoy en día se encuentra despoblado, y relativamente cerca el de Alcanar, de propiedad señorial y hoy desaparecido, que, aunque no pertenecía a su término, era trabajado siempre por colonos de San Esteban. La explotación de las tierras de otros llevada a cabo por jornaleros o colonos a modo de arrendamiento era una práctica bastante extendida. En última instancia quedaba la migración a Zaragoza y a Barcelona principalmente, y aún más las mujeres, que iban a servir a las casas de las familias adineradas.

Los trabajos comenzaron a los pocos días en la finca llamada Coto Redondo, 5 que había pertenecido a la casa Callén, una de las muchas familias infanzonas que existían en San Esteban, algunas ya venidas a menos. Por las circunstancias que fueran, esa familia tuvo que hipotecar la propiedad a favor del Banco de Tarrasa, y este, al no poder cobrar el crédito, ejecutó la hipoteca.

La finca llevaba mucho tiempo abandonada en su mayor parte y ponerla a punto iba a ser muy laborioso. Plá tuvo que

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comprar, aparte de las mulas, una pareja de bueyes para poder labrar aquella tierra dura y yerma. El gramen, una mala hierba muy extendida en la comarca, había invadido muchas hectáreas y arrancarla requería un gran esfuerzo. Fue necesario rehacer acequias, hijuelas y brazales para que el riego fuera eficaz, ya que se encontraban en la zona regable del término. Plá se interesó de inmediato por la viabilidad del ganado vacuno y por plantar árboles frutales, y también tenía una gran debilidad por la repoblación forestal, heredada de la actividad familiar en su tierra natal. Pasada la primera semana llegó el momento de pagar a los trabajadores, y fue ahí donde surgió el primer choque entre la oligarquía local y Plá. Así lo explica él mismo en sus notas:

Llegamos al pueblo con el cielo ya estrellado. Era a mediados de enero y les pregunté cuánto debía pagarles, dado que estaba muy satisfecho con su trabajo. Uno de ellos me explicó: «Si nos paga como la casa principal, casa Salas, 1 peseta diaria; si nos paga como el marqués de Falces, 1 peseta con 25 céntimos». Este jornal era de sol a sol, como solía decirse y en la práctica hacerse, un parco jornal en una época en que 1 kilo de pan costaba 50 céntimos y por el contrario el trigo, que su precio oficial era de 42 céntimos, era vendido a los franceses al doble de su valor, ya que la Primera Guerra Mundial estaba en todo su apogeo. Yo lloraba por dentro: «Con 1 peseta solamente pueden comprar dos panes». Una docena de huevos costaba 75 céntimos y 1 kilogramo de carne 3,50 pesetas. También se tenían que calzar, vestirse, y el que más y el que menos tenía abuelos a su cargo. Qué miseria de jornal, y eso el día que trabajaban, porque si llovía no había jornal y algunos meses al año difícilmente se hacían trabajos en el campo y tenían que dedicarse a otros menesteres.6

Era costumbre ancestral en el pueblo pagar los jornales el domingo a la salida de misa. Los administradores de cada casa se colocaban al lado de la iglesia y procedían a ello. Así se aseguraban

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de saber quién asistía a misa, lo que formaba parte del control que ejercían sobre los jornaleros.

Plá, que había pedido que le explicaran sus costumbres con la sana intención de no ser distinto de los demás, no pudo reprimirse y decidió que las cosas, al menos para él, tenían que cambiar. ¡Y vaya que si cambiaron!

Después de escuchar atentamente las explicaciones de mis peones, doce en total, les dije: «Pues yo os voy a pagar 1,50 pesetas el jornal y lo cobraréis ahora mismo, nada de ir a la puerta de la iglesia, que no está para esos menesteres precisamente. Así que seis días por 1,50 serán 9 pesetas y, como necesito que sigáis conmigo y estéis contentos para cumplir como es debido con vuestro trabajo, os lo redondeo por esta vez a 10 pesetas». Aquellos hombres no salían de su asombro y les faltó tiempo para salir bien contentos de la fonda donde me hospedaba y tenía instalado mi pequeño despacho. Tiempo le faltó también a mi patrona para advertirme: «Menuda la ha liado usted. Ya verá como esto tendrá consecuencias».

¡Y vaya que si las tuvo! Al cabo de un rato, cuando estaba en mi pequeño despacho repasando las cuentas y preparando la semana, un grupo de notables del pueblo pidió verme, y lo hizo. En la comitiva estaban el famoso Clemenceau, también apodado el Tigre, secretario de todo en el pueblo; su hijo, que a la sazón era el farmacéutico; el párroco local, que también poseía tierras, y varios de los más grandes propietarios. Sin querer sentarse me espetaron: «¿Es cierto que pagó usted 6 reales de jornal a sus trabajadores?». «¡Claro que sí!», les contesté, «¿Y acaso no lo merecían? ¿Acaso yo les pregunto lo que comen ustedes o si duermen en un buen colchón o junto a los animales para poder calentarse? ¿Acaso no tienen derecho a comer algo más que pan y tocino blanco? Pues claro que les he pagado a 6 reales, y así lo seguiré haciendo mientras trabajen para mí».

«Pues sepa usted», me dijeron, «que si piensa así ya puede hacer las maletas e irse de este pueblo, o le haremos la vida imposible».

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«Pues sepa usted», le dije, repitiendo su alegato, «que pensaba quedarme poco tiempo, pero he comprado un par de mulas de primera, dos pares de bueyes, arados y toda la clase de herramientas que se necesitan para trabajar adecuadamente la tierra. Sepan también que tengo ofertas de trabajo más ventajosas que la que ahora me ocupa, pero, dada su amable invitación, voy a quedarme no seis meses, no, sino sesenta años. Y ahora salgan todos de aquí».7

Después de este episodio Plá fue a visitar al marqués de SotoHermoso, propietario por matrimonio de la torre Falces,8 y se pusieron de acuerdo para pagar a 2 pesetas el jornal y en verano a 2,50, lo que fue muy celebrado, aunque no por todos, como es de suponer. Así fue como su vida quedó ligada a San Esteban para siempre. La finca llamada Coto Redondo iba transformándose poco a poco. Los trabajos eran duros pero él perseveraba y recomponía campos y riegos, aplicaba técnicas agrícolas más modernas y conseguía mejores resultados que sus enemigos locales, lo cual los enervaba aún más.

Cada cierto tiempo Plá debía viajar hasta Barcelona para rendir cuentas al Banco de sus progresos y también de sus proyectos, lo cual aprovechaba para ponerse al día en técnicas agrícolas y ganaderas. Como buen lector, compraba libros sobre esos temas, algunos de ellos en alemán, italiano o francés, y también completó poco a poco la obra publicada de Joaquín Costa. Con el tiempo lograría componer una biblioteca de gran variedad y calidad en la que compaginó esas lecturas meramente técnicas y sociales con obras clásicas, teatro y poesía. También se hizo con la famosa Enciclopedia Espasa. Como tenía una mente inquieta, leía todo lo que caía en sus manos, costumbre que no perdió a lo largo de su dilatada vida.

Su biblioteca personal fue asaltada por miembros del Comité Revolucionario Local en los primeros días del golpe de Estado franquista y vuelta a asaltar en los primeros años de la posguerra.

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Su condición de republicano y católico practicante, que nunca se preocupó de negar, lo hacía blanco de ambos bandos. Aun con todo, siempre fue fiel a sus principios y sus enseñanzas. Sus actos no pasaban desapercibidos. En cierta ocasión aparecieron unas monjas que iban visitar a la abuela de su patrona y al ver unas partituras en la casa preguntaron de quién eran y se presentaron. Plá no había tenido tiempo de saber muchas cosas del pueblo donde había recalado, y una de ellas era que existía una pequeña congregación ubicada en un antiguo hospital de origen medieval que estaba en la entrada este del pueblo. Las monjas eran carmelitas terciarias descalzas y básicamente habían llegado para enseñar primeras letras, ya que la tasa de analfabetismo, no solo en San Esteban, sino en todo el país, era muy elevada, y más en mujeres. Al mismo tiempo ejercían la caridad con aquellas personas que por su total falta de medios necesitaban una cama y acudían a su hospital cuando caían enfermas.

Las monjas le preguntaron si sabía tocar algún instrumento y Plá les explicó que había formado parte de la banda de su colegio, donde había adquirido nociones básicas de música, y, como le gustaba, se había convertido en un autodidacta y había aprendido composición musical por su cuenta.

En la capilla del hospital dedicada a san Roque, según le contaron las monjas, existía un armonio donado en 1895 por Irene Machado de Falces, miembro de una de las familias con más abolengo de San Esteban, los Falces. El instrumento, felizmente, aún se conserva en la actualidad. Las monjas aprovecharon la ocasión y, como es natural, le propusieron tocarlo los días de celebración. Plá, en su afán por integrarse, y también llevado por sus firmes convicciones religiosas y su afición a la música, recogió el guante, como suele decirse, y se puso a ensayar en sus escasos ratos libres.

Llegado el mes de mayo, y después de varios ensayos, se estrenó en la capilla del hospital tocando partes de la misa pontifical adaptadas por él mismo para el armonio, lo que fue del agrado de

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los asistentes a la celebración. La cuestión es que siguió tocándolo durante años, e incluso introdujo un coro que se presentó por primera vez con una misa a tres voces compuesta por Elías Anadón, y si era necesario trasladaba ocasionalmente el instrumento hasta el templo parroquial para las grandes celebraciones.

Por su estrecha relación con las monjas del hospital, y junto a ellas, en la festividad de Reyes de 1918 organizó una colecta para comprar juguetes a los niños de las familias más humildes, cosa que no llegaron a hacer, puesto que en vez de juguetes, vista la necesidad, gastaron el dinero en ropa de abrigo para los pequeños a la que añadieron algunos dulces.

La epidemia de gripe de 1918 en San Esteban de Litera

Entre 1918 y 1920 se desarrolló en medio mundo una pandemia conocida como gripe española 9 Fue muy violenta y afectó a todas las edades y todos los estratos sociales. Además, la sangrienta Primera Guerra Mundial aún no había terminado, lo que añadía más dramatismo al momento que se vivía. San Esteban, donde se había creado una junta de desinfección, como toda La Litera, no escapó del virus, y gracias al relato en primera persona de Plá podemos conocer con todo detalle lo que aconteció en el pueblo. Todos los días, antes del amanecer, Plá se reunía con sus trabajadores en la plaza Mayor para salir hacia la finca e iniciar el quehacer diario. Una mañana apareció un crío de unos diez años llamado Pedro Escuder que hacía de chulo en una de las casas solariegas. El término chulo no era despectivo, sino que definía al criado que iba a por agua para los trabajadores o a buscar pequeñas herramientas. Solía ser un pequeño al que sus padres habían tenido que sacar de la escuela para que trabajara o simplemente para que pudiera vivir en alguna buena casa a cambio de la comida y muy poco más. Así es como lo relata el propio Plá en un pasaje de sus diarios:

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Un crío medio sofocado por la carrera gritaba: «¡Señor Plá, señor Plá, en casa del piquero, en la calle Estaño, hay un hombre muerto hace varios días que nadie entierra!». «¿Y qué quieres que haga yo?», le inquirí. «Mi padre me ha dicho: “Ve a ver a Plá, que él sabrá qué hacer”». Me quedé en San Esteban con dos de los trabajadores y al resto los envié hacia la finca para que comenzaran la jornada. Era octubre y los preparativos para la siembra estaban en pleno apogeo. […] guiados por el crío, llegamos a la casa, oscura y humilde como son la mayoría, y allí estaba el pobre hombre, tumbado en su cama. Era viudo y vivía solo, pues sus hijos habían emigrado como muchos otros en pos de una vida mejor. Con las idas y venidas ya había amanecido y al salir de nuevo a la calle pasó el secretario, el Tigre, hacia el ayuntamiento. Fui tras él y le pregunté por los aspectos legales para poder enterrarlo. «Ve a ver primero al cura», me espetó. Y envié al crío a por el sacerdote.

Uno de los trabajadores me explicó que en la iglesia había unas parihuelas para el traslado de los fallecidos pobres, que al no poder comprar una caja los envolvían en un sencillo sudario. «Ve a por ellas», le ordené. Entre esas llegó el cura, pero no quiso entrar en la casa por miedo al contagio, pues hacía pocos días que había aparecido la epidemia de la gripe, que tanto daño haría. Le dije que íbamos a llevar al pobre hombre al cementerio, que por su estado no era aconsejable llevarlo a la iglesia, y que rezara un responso por él. Lo que me contestó me dejó helado: «Pero ¿quién me pagará el entierro?». «Por amor de Dios», le contesté, «si no tiene para una simple caja…».

No sin ciertas precauciones envolvimos con cuidado su cuerpo en un plumazo, que no es otra cosa que una manta basta que se usa lo mismo para cubrir las caballerías como para recoger las olivas, lo colocamos sobre las parihuelas y lo trasladamos al cementerio, cavamos la fosa y allí quedó el piquero. Antes de irnos recé una oración de las muchas que aprendí en el colegio y nos fuimos hacia la finca, no sin antes entregar en el ayuntamiento la llave de aquella casa.

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Volviendo de nuevo para el pueblo después de la jornada laboral, fuimos comentando el triste suceso y al llegar ya me esperaban varias personas para comentarme, sabedoras del suceso, que hiciera algo, ya que había más gente enferma y el médico y el farmacéutico y también el practicante estaban enfermos y no podían atenderlos. Entre las personas que estaban en la plaza se adelanta una mujer con varios termómetros en la mano diciendo: «Me los ha dado don Luis, el médico, que usted ya sabrá qué hacer con ellos». Pero si solo llevaba un año y varios meses en el pueblo… En fin, esa misma noche organizamos con algunos de mis trabajadores y varias mujeres voluntarias unas visitas a las casas afectadas, constatando que la situación era más grave de lo que aparentaba, pues, al pasar todo el día fuera del pueblo y salir pronto y llegar tarde, no nos habíamos percatado de la gravedad. En esas llegó una de las monjas ofreciendo los servicios de su comunidad para ayudar en lo que fuera menester.10

La epidemia de gripe se extendió por San Esteban como una mancha de aceite cebándose en los más humildes. Las condiciones higiénicas, una dieta desequilibrada y el desconcierto que provocaba el no saber cómo actuar contra la epidemia contribuían a que la enfermedad fuera más virulenta. Plá se puso manos a la obra sin descuidar los trabajos de la finca, así que tanto él como los trabajadores que voluntariamente lo ayudaron tuvieron que doblar sus esfuerzos.

La cosa es que, con los consejos que le daba el médico local, Plá envió un trabajador con urgencia a Tarragona para que comprara botes de leche condensada y dejara organizados sucesivos envíos: una tienda los mandaba por ferrocarril a Binéfar, en la estación los recogía el cartero y con su viejo mulo y la tartana los acercaba a San Esteban. Compró también gallinas para hacer caldos y las monjas los repartían por las casas en las que había personas enfermas.

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Muchos murieron en esas fechas, pero muchísimos más consiguieron salir adelante y vencer la enfermedad. Se dio el caso de que Plá solicitó al alcalde y al cura que no tocaran las campanas a muerto cuando alguien fallecía, pues deprimía aún más a los enfermos, algo que consiguió y que años más tarde, ya en los cuarenta, fue usado por sus detractores para acusarlo de anticlericalismo.

En los días que duró la epidemia, recuerda Plá:

El día más funesto fue el 14 de octubre, en el que murieron siete vecinos. Los carpinteros hacían cajas a toda prisa y se hizo necesario trasladar a los fallecidos en grupo con un carro hasta el cementerio, en el cual otro grupo de voluntarios cavó durante días las fosas necesarias para enterrarlos. Como en el extenso término municipal hay muchas casas de campo, se hizo necesario recorrerlas todas, si bien es cierto que en algunos casos su aislamiento les favorecía, y en otros, desgraciadamente, el estado en que se encontraban era desolador. Las cinco monjas que había en el hospital trabajaron día y noche. Una de ellas, la más mayor, y muy enferma, a la que se conocía como sor Inés, se ocupaba, sin poder convencerla de lo contrario, de los enfermos más cercanos a la comunidad. Los días pasaban y la epidemia persistía, hasta que a finales de octubre, en un acto ya desesperado, decidieron sacar en procesión la imagen de san Roque que presidía la capilla del hospital. Los vecinos salieron en masa a acompañarla y los más enfermos, envueltos en mantas, salían a las puertas de sus casas, se asomaban a las ventanas o caminaban unos pasos hasta que no podían más. Finalmente la gripe remitió. Había durado en su periodo más grave unos veinte días y se llevó por delante casi un centenar de personas.11

Por la gestión de esta crisis, a instancias de varios destacados santistebenses que residían fuera de la población y apoyado por los vecinos del pueblo, Jaime Plá y Plá y tres de sus colaboradores

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más cercanos, José Casado Cazcarra, José Montull Vallés y el coadjutor Jesús Arias Barros, fueron reconocidos por el gobernador civil de la provincia en nombre del Gobierno de la nación con la Cruz de la Orden Civil de Beneficencia de Primera Clase con distintivo morado y blanco. El decreto se firmó el 10 de septiembre de 1919, y la insignia correspondiente a Plá fue comprada por suscripción popular por iniciativa de la Asociación Musical de San Esteban de Litera, que él mismo había fundado, como veremos más adelante.

Llegado 1919, en el pueblo se produjo un pequeño pero violento brote de viruela y se dio una situación muy parecida a la de la gripe. Una mujer fue a ver a Plá y le explicó que su marido había fallecido a causa de la enfermedad y su familia se negaba a enterrarlo por miedo al contagio. Plá no tuvo más remedio que acudir a la casa y vio que los carpinteros habían dejado la caja mortuoria en la acera sin atreverse a entrar. Entonces apareció el coadjutor de la parroquia, que por orden del cura iba a ayudar, y entre los dos, con un pañuelo en la nariz, bajaron al finado, lo depositaron en la caja y lo llevaron al cementerio. Cuenta Plá con cierta ironía que el párroco iba delante del cortejo, pero a unos doscientos metros de distancia. El miedo es así.

Organización y sociedad del municipio

Después de pasada la crisis de la epidemia de la gripe, Jaime Plá ya tenía cierto predicamento entre los obreros de San Esteban; no así entre las casas infanzonas, que lo veían como un intruso, un forastero que estaba cambiando las ancestrales costumbres del pueblo y generando gran simpatía en la clase humilde y trabajadora. En esa época, e incluso antes de la llegada de Plá, los obreros y gran parte de la sociedad de San Esteban tenían un alto grado de organización social. Por ejemplo, existía la Asociación de Socorros Mutuos La Previsora, que fue creada por los vecinos

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Andrés Elsón, Esteban Vidal, José Casado, Agustín Zurita, Ramón Marqués y Victorián Benosa y en la que figuraban como depositario Juan Guarro y como primer médico Eusebio Bellí. Se fundó en 1901 y sus estatutos se redactaron tres años más tarde. La sociedad dejaba claros sus fines en el primer apartado de sus estatutos, donde se indicaba que su fin era «socorrerse los socios» en caso de enfermedad que les imposibilitara «ganar el sustento con su trabajo» y que tendría «un carácter exclusivamente benéfico», y por tanto no podría «mezclarse en asuntos políticos, religiosos ni sociales». A ella podían adherirse todas las personas de ambos sexos con edades comprendidas entre los doce y los cincuenta y cuatro años. La cuota mensual se estableció en 1 peseta, y cuando un socio enfermaba o sufría algún accidente tenía derecho a 1,50 o a 2,50 pesetas, según el coste de la cirugía y la medicación. La Previsora cumplía su función con creces en una sociedad eminentemente rural, humilde y falta de apoyos del Estado. Este modelo de asociación no era exclusivo de San Esteban, sino que estaba implantado en muchos de los pueblos de la comarca literana. Teniendo en cuenta su buen funcionamiento, el asociacionismo obrero vio una ventana abierta y, gracias a la legislación del último Gobierno de Canalejas, destinada a aliviar la presión social, en 1911 y por iniciativa del vecino de San Esteban Medardo Cera se fundó la Cooperativa Obrera de San Esteban de Litera. Desde el primer punto, sus estatutos le daban el carácter que la iba a presidir toda su andadura:

Con la denominación de Sociedad Cooperativa de San Esteban de Litera se instituye esta sociedad, para estimular al ahorro a los individuos que pertenezcan a ella y proporcionarles con la mayor economía posible toda clase de alimentos de primera necesidad para la vida […]. No tendrá carácter político ni religioso sino puramente económico; por lo tanto podrán pertenecer a ella toda clase de individuos, cualquiera que sea su opinión, siempre que reúnan las condiciones que más adelante se determinarán.12

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A esta sociedad solo podían pertenecer varones de más de veinte años, en una época en la que la emancipación de las mujeres aún estaba muy retrasada, aunque en la práctica podían acceder a sus instalaciones y sus servicios. Contaba con salón de baile, tienda de comestibles en la que principalmente se vendían los productos más básicos y una biblioteca en el segundo piso, donde también se daban clases nocturnas de alfabetización para adultos. Cabe destacar que en el pueblo, y al margen de la escuela nacional y de la escuela que regentaban las carmelitas terciarias descalzas en el antiguo hospital, había una escuela laica particular, dirigida por el maestro Armengol Crespell, que se encontraba en la plaza de España, casi frente al ayuntamiento. Funcionaba también, y en régimen cooperativo, un molino oleario donde los socios podían llevar sus cosechas de olivas para molerlas y extraer su propio aceite. Este molino era de vital importancia, sobre todo para los pequeños propietarios, ya que el cultivo del olivar estaba muy extendido, en un término municipal de 7294 hectáreas que era muy apropiado para el secano y las pequeñas propiedades. Aparte del molino mencionado había dos más privados, lo que da idea de la importancia de ese cultivo en el pueblo. El viñedo seguía extendiéndose, en gran medida con nuevas cepas resistentes a la filoxera, enfermedad de la vid que se había llevado por delante cientos de hectáreas a principios de siglo en toda la comarca. San Esteban de Litera tenía en esos años unos mil ochocientos habitantes, con lo que su masa de jornaleros era muy importante. Debemos tener en cuenta que las obras del canal de Aragón y Cataluña, que tanta mano de obra absorbieron, a la par que generaron nuevas ideas sobre el derecho del obrero, estaban ya finalizadas; es más, el pueblo ya contaba, como todos los pueblos de la zona regable, con la Comunidad de Regantes13 y el Sindicato de Riegos,14 pero esa masa seguía supeditada en su mayor parte a los grandes propietarios, que poseían la mejor y la mayor parte de la tierra cultivable.

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Aun con todo, las ganas de salir adelante, de prosperar, de desarrollar derechos tan elementales como el de aprender a leer y escribir, latían entre los vecinos, y Jaime Plá, con su vitalidad y su deseo de hacer algo por el pueblo que lo acogía, seguía colaborando en todo lo que podía. Mientras tanto, con unos precios agrícolas a la baja en una coyuntura de crisis generalizada, vio la necesidad de crear una nueva cooperativa pensada para la comercialización de la producción agrícola, tanto para la compra de semillas y abonos como para la venta de cereales, herbáceos y leguminosas. En San Esteban ya existía la Cooperativa Obrera, como hemos dicho, pero tenía otros fines.

La preocupación de Plá, la de los precios, que también le afectaba a él directamente, era más que escandalosa. Pone varios ejemplos. La alfalfa era pagada por el almacenista al agricultor a entre 5 y 6 pesetas los 100 kilogramos para después venderse en Barcelona a 25 pesetas los 100 kilos. No era distinto lo que pasaba con el trigo y la cebada, que en seis meses doblaban su valor, y en el caso de la cebada había un problema usurero añadido: si el agricultor no era capaz de producir la suficiente para la venta y el sustento de sus animales de labor, debía acudir al almacenista en primavera, y el trato habitual era que, si se llevaba 100 kilos, llegada la cosecha tenía que pagarla entregando 200 kilos. La solución, en este caso, la vio en la organización de los campesinos productores, entre los que incluía a los grandes propietarios. Por ello entabló conversaciones con el abogado barbastrense Nicolás Santos de Otto y Escudero, al que conocía porque dirigía el periódico barbastrense La Lucha, con el que él colaboraba, y que era propietario del patrimonio de casa Guillén, una de las más antiguas familias infanzonas de San Esteban. Santos de Otto, que se había licenciado como abogado a los dieciocho años, era también catedrático de Derecho Canónico y había fundado en su ciudad natal, Barbastro, de la que también fue alcalde, la Asociación de Labradores San Isidro, en la que Plá se fijó para tenerla como modelo.

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En su afán por que todos los propietarios, grandes y pequeños, estuvieran unidos, inició conversaciones con la casa de los Salas,15 una de las grandes familias infanzonas del pueblo, que ejercía una importante influencia y con la que aparentemente se puso de acuerdo. Llegado el día de exponer la idea a los vecinos, estos fueron convocados en los locales de la Cooperativa Obrera, pero nada salió como Plá pensaba, pues las familias más pudientes se echaron atrás y en la presentación del proyecto usaron un lenguaje paternalista y alejado de la realidad para influir en el ánimo de los agricultores, ya que se daba la circunstancia de que la gran mayoría de ellos eran arrendatarios de las tierras de esas familias y había una estrecha relación económica a favor de los hacendados. Plá se desanimó y no fue capaz de revertir el hecho, algo que le remordería toda su vida.

La vida seguía y el campesinado arrendatario de las grandes haciendas de San Esteban sufriría una inverosímil subida de precios a partir de 1929, cuando llegó octubre, un mes en el que tradicionalmente se abonaban los arriendos. La fanega se pagaba entonces a 15 pesetas, y así se hizo, pero los propietarios subieron la cuota para el siguiente año agrícola a 20 pesetas. Todos aceptaron, pues muchos ya habían comenzado los trabajos y no tenían donde ir si dejaban aquellas tierras que no eran suyas y que llevaban años cultivando. En 1930 sucedió lo mismo: a la hora de pagar se cumplió lo estipulado, pero se volvió a subir el arriendo 5 pesetas más para el siguiente año. Hubo protestas, pero todo continuó igual hasta que, por tercera vez, en la campaña de 1931 se anunció una subida de 5 pesetas más, lo que ya hizo la situación insostenible. La República ya había sido proclamada y Plá era alcalde, y a él fue al que acudieron los campesinos en busca de una solución.

Hacía poco tiempo que se había promulgado una ley sobre la revisión de los contratos de las fincas rústicas, pero los arrendadores no estaban al corriente, y Plá, como alcalde, se preocupó

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del asunto. La cuestión era llegar a un acuerdo solidario entre las dos partes o acudir a los tribunales. Se pidieron los preceptivos informes y se descubrió que la mayor parte de las tierras de labor arrendadas estaban declaradas como eriales, por lo que en la práctica no podían arrendarse, y mucho menos a esos desorbitados precios.

Ante la cantidad de contratos que había que revisar, la alcaldía propuso a los propietarios que se reunieran con los arrendadores en el ayuntamiento para intentar solucionar el asunto, pero nadie contestó, excepto Nicolás de Otto, que actuó individualmente y llegó a un acuerdo con sus arrendadores. Los demás contratos fueron revisados vía judicial en el juzgado de Tamarite de Litera y se consiguieron unas rebajas de entre el 25 y el 50 %. El problema era comarcal, y Plá recibió muchas consultas sobre los arriendos. Aconsejaba primero intentar solucionar los conflictos por la vía amistosa, y si esta fracasaba recurrir a los tribunales. Esto último sucedió en Esplús, una población con grandes fincas en su término y con más de cuarenta familias arrendadoras donde fue necesario acudir al juzgado y donde Plá intervino en el asunto directamente.

La Asociación Musical de San Esteban de Litera

Jaime Plá, gran aficionado a la música, fundó la Asociación Musical de San Esteban de Litera. Compró libros de solfeo que le fueron enviados desde su antiguo colegio salesiano, partituras de música popular e instrumentos, todos de viento (fiscornos, trompas, trompetas, saxos y clarinetes) a excepción de un tambor, y con un variopinto grupo formado por veintidós integrantes de entre trece y dieciocho años, y con gran esfuerzo y entusiasmo, consiguió crear una pequeña orquesta local que marcaría para siempre las vidas de muchos de sus componentes.

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Los arreglos musicales los hacía en un principio José Vila, de Lérida, y Jaime iba instruyéndose al mismo tiempo que dirigía a sus alumnos. Su inteligencia natural le sirvió para aprender rápidamente todo lo que necesitaba para cada paso que debía dar. Plá hizo innumerables arreglos que transcribió en decenas de pentagramas, cientos diríamos, con lo que adquirió una gran habilidad para escribir o componer pequeñas piezas musicales a lo largo de su vida.

Los ensayos se hacían en un local de la casa Callén, situada en la calle Mayor, que pertenecía a la familia que había sido propietaria de la finca Coto Redondo. Como es lógico, esos ensayos se realizaban después del trabajo, la mayoría de las veces por la noche. Debió de ser una tarea muy ardua, según cuenta Plá:

Ensayábamos de noche después del trabajo, y, como podéis imaginar, conseguir que aquellos rudos jornaleros del campo con sus fuertes manos hicieran sonar los instrumentos que habíamos adquirido junto a unos jóvenes casi niños con una más que justa instrucción era una tarea dura pero que finalmente dio sus frutos.16

La orquesta se estrenó un año después de ser creada, en la Semana Santa de 1919, acompañando con música por primera vez la procesión del Encuentro. Básicamente ensayaba piezas religiosas para las ceremonias de mayor relevancia. Más adelante, y ya con temas más populares y festivos en su repertorio, actuó en las fiestas mayores en los oficios religiosos y el rosario de la aurora, interpretó algún motete durante la misa y puso música a la procesión civil de la mula enjaezada, que era una costumbre de los hombres casados consistente en adornar una mula que, conducida por el mayordomo mayor, recorría las calles del pueblo recogiendo tartas y dulces para que se comieran después en la plaza Mayor, lo que era motivo de gran fiesta y alborozo.

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También realizó algunas salidas, como la que hizo a la colonia agrícola de Ventafarinas, que se encuentra al lado de la carretera que une la estación de Tamarite con Zaidín y donde estuvo un día. En otra ocasión fue a la localidad leridana de Almenar y allí permaneció dos días. Esas salidas creaban una gran expectación entre los componentes de la banda, que añadían a la dureza de su labor una diversión antes inexistente. Su primera andadura fue corta pero muy intensa, pues se atrevían con todo: pasodobles, foxtrots, valses, tangos… Sin duda se divertían mucho. El propio Plá comenzó a componer pequeñas piezas, la primera de las cuales fue un pequeño pasacalles en catalán al que llamó La pescataire; siguió con una mazurca, La jardinera, y con otra más, María

La guerra africana truncaría esa etapa, que tuvo un cierto renacer a la vuelta de la contienda, tras la cual la asociación se reactivó y sus temas se hicieron más populares. Tocaban composiciones del momento y otras más antiguas pero famosas, como la francesa La Madelon, cuya partitura había enviado Jaime Plá desde Melilla.17 La música le suponía una gran relajación en su quehacer diario a Plá, que seguía componiendo pequeñas piezas como El señor Ramón, Zapatera o Antonia y hasta se atrevió con tangos como Lucía o valses como Pamplinas. Sumó un total de veintiuna piezas, a las que hay que añadir las once que escribió en la cárcel de Huesca durante la posguerra.

El fútbol

Dada la plena integración de Plá en la vida local de San Esteban, y al ver que la juventud con la que trataba no tenía más diversión que la de acudir a las tabernas, además de crear la agrupación musical decidió probar con el deporte. Él mismo lo relata:

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Pasa por fin la epidemia de la gripe, mal llamada española, y, viendo que la juventud no tenía otra diversión, aparte de los que formaban parte de la banda de música, que la asistencia a las tabernas, las bodegas y los cafés diseminados por pueblo, se me antojó, para sacarlos de aquellos ambientes tan poco ortodoxos, formar un par de equipos de fútbol, es decir, entretenerlos con el deporte. El invierno era largo y tedioso, así que me dije: «Vamos a intentarlo».

En uno de mis viajes a Barcelona, donde iba mensualmente, compré un reglamento, un balón y un silbato. Una vez en el pueblo, como lógicamente no existía ningún campo, y a falta de este, elegí un terreno agrícola más o menos llano, conocido como cuadrón de Salas, que se encontraba en el camino del cementerio. El campo había sido cosechado en el verano anterior y, como de costumbre, estaba yermo, ya que se sembraba cada dos años dejándolo uno sin cultivar para que descansara la tierra. No pedí permiso para jugar en él; sinceramente, no pensé en ello. Como todo era un experimento, y a falta de porterías reglamentarias, hice unas con cañas, que por aquí crecen en abundancia, y para allí que fuimos un domingo en plan de enseñanza, y a ver cómo salía el asunto. Pasado este primer domingo, llegó el siguiente, y cuán grande fue mi sorpresa, que además de los treinta mozos habituales, veintidós jugadores y ocho suplentes, aparecieron más de doscientas personas, hombres y mujeres de todas las edades. Como este gentío no estaba previsto, hube de marcar el exterior del campo y hacerles comprender, no sin gran esfuerzo, que no podían pasar de las rayas e invadir la zona de juego a su antojo. Una vez alineados los dos contrincantes, rezamos unas plegarias con el fin de pedir a Nuestro Señor que nadie tuviera un percance grave. Ahora sonará anecdótico, pero la preocupación también era mucha: todos teníamos que acudir a los trabajos al día siguiente y, como es de imaginar, el botiquín era de aguanta y sigue. No les advertí otra cosa que que no fueran violentos, que no éramos bestias sino personas, que si uno caía derribado el otro lo ayudara a levantarse y le diera la mano o,

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mucho mejor, un abrazo. El partido transcurrió sin grandes incidentes con el resultado de tres a tres.

Al acabar el día se presentaron en mi despachito unos zagales, como dicen a los mozos jóvenes en esta tierra, para pedirme que organizara dos equipos con chavales más jóvenes. Me alegró mucho la idea, pero les expliqué que solo jugábamos los domingos por la tarde y que, aun comenzando a las tres, y con las dos horas a tres que duraban los partidos, ya se hacía enseguida tarde, así que los emplacé para cuando el día alargara más y poder organizar dos partidos, no sin antes de irse encargarme un balón para ellos y así empezar a jugar por su cuenta.

Llegó el tercer domingo y aquello ya parecía una manifestación, unas quinientas personas, diría yo. Salimos, como era habitual, de la plaza de la iglesia todos juntos hacia el campo y al coger el inicio de la calle del Estaño en dirección al campo aparecen unos críos corriendo que a grito pelado nos decían: «¡Han labrado el cuadrón, han labrado el cuadrón!». Aligeramos el paso y sí, habían labrado el cuadrón, nuestro flamante primer campo de fútbol, football como se decía entonces, de San Esteban de Litera. Las caras largas eran evidentes en todos nosotros. Es cierto que no, vuelvo a repetir, había pedido permiso, pero hasta ahora nadie había arado o labrado, como aquí se dice, un campo segado del año. Aparte del descanso de la tierra por la falta de utilizar abonos químicos, se dejaba crecer el ricio, que no es otra cosa que los granos que quedaban por el terreno y, germinados, se convertían en pasto que daban a comer a las ovejas para así eliminar al mismo tiempo las malas hierbas que emergían. Además, si se araba como habían hecho ahora, germinaban mejor los odiados cardos que lo invadían todo. En fin, que nos amargó el día. Todos pensamos que había sido por la influencia del Tigre, enemigo ya declarado de todos estos cambios.

«Bueno», pensé, «buscaremos otro lugar». Y, claro, la casa de Salas tenía los mejores sitios, así que nos dirigimos a la era donde realizaban la trilla en verano, que estaba muy bien cuidada y muy llana, plantamos las porterías con cañas, marcamos el campo y comenzó el juego. El primer gol se lo metieron al portero,

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que estaba bebiendo agua y pidió anularlo, pero, claro, no pudo ser. Enseguida se dieron cuenta de que, si hacían una barrera de varios jugadores delante de la portería, no podría entrar el balón, y no entró, así que los partidos se convirtieron en cero a cero permanentes. Costaba Dios y ayuda explicarles que tenían que jugar, hasta que un domingo, antes de empezar el juego, apareció en la era el señor Faro, mayordomo mayor de la casa de Salas. «Que me ha dicho doña Emilia que no quiere que jueguen aquí». «Y por qué no quiere?». «Porque dice que un juego donde se dan patadas es de brutos». «¿Quién se lo ha dicho?». «El Tigre». «Ya, pues dile que ya pasaré a verla». Al siguiente domingo me mandó un recado doña Emilia de Salas Sichar, matriarca de la casa en ese momento, para que pasara por su domicilio para poder explicar el asunto del fútbol. En las casas infanzonas como la de Salas era costumbre organizar tertulias con las personas influyentes del pueblo: el sacerdote, el secretario, el farmacéutico, la Guardia Civil si la hubiere, etcétera. Yo, por supuesto, me personé en la casa, pues tampoco debía dejar pasar semejante ocasión. Al llegar me invitaron a sentarme, pero no quise. Les expuse los beneficios que acarreaba para la juventud el estar ocupada con el deporte, como diversión y entretenimiento, dejando a un lado el juego en bares y tabernas, pero todo fue inútil.18

Y ahí se acabó el fútbol por una temporada en San Esteban de Litera. Ese paréntesis tuvo sus buenos resultados, pues la afición ya se había metido en la vida de la gente, así que pronto se retomó y, de era en era, de campo en campo, el fútbol se afianzó en el pueblo y finalmente se fundó la Unión Deportiva San Esteban.

La Voz del Agrario

Las inquietudes agrícolas de Jaime Plá, y más después de su fracaso en la creación de un sindicato, fueron canalizadas hacia la

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Portada del número 9 de la revista fundada por Jaime Plá La Voz del Agrario, de septiembre-octubre de 1919. (Universitat de Lleida, Repositori Obert, Fons Sol-Torres)

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publicación de una pequeña revista llamada La Voz del Agrario, que nació a finales de 1918 y al principio contaba con una doble hoja. Poco sabemos de ella porque no se conservan muchos ejemplares, pero los suficientes para poder comprender y explicar su contenido.

En los comienzos de su andadura, que duró poco más de un año, se iniciaba con una especie de alegato titulado «A cuantos nos lean» que puede verse en la portada que reproducimos en la página anterior. En su segundo año de vida la publicación constaba de diez páginas en un formato parecido a lo que hoy es un DIN A4. Su periodicidad pretendía ser mensual, pero pensamos que en realidad sería bimestral. La distribución era gratuita y se mantenía gracias a anuncios publicitarios principalmente de Binéfar y Lérida relacionados con la agricultura. Se insertaban también anuncios de compras y ventas de ganado y fincas agrícolas. Jaime Plá aparecía como director y creemos que la mayor parte de los artículos los escribía él mismo, porque no llevaban firma y cuando la había era el seudónimo P. Q. Ario, a todas luces pecuario, que pedía y animaba a los lectores de poblaciones vecinas a que le enviaran artículos relacionados con la agricultura para poder publicarlos. Sus temas no solo eran agrícolas y ganaderos, sino que tenían también un carácter marcadamente social. En el número 9, el artículo que firma Plá y encabeza la edición se titula «Actualidad social agraria», y el segundo, «Del campo social agrario». Además, en el mismo número hay otro bastante llamativo: «Causa del malestar obrero en Andalucía». En este extenso artículo, escrito en mayo de 1919 en Sevilla por varios colaboradores andaluces, se aborda una más que necesaria reforma agraria. Plá intenta extrapolar el problema de la deficiente explotación de los grandes latifundios y defiende el reparto de parcelas de extensión suficiente para que las familias puedan vivir con el debido decoro. En la comarca literana, salvo algunas excepciones, no existen

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grandes latifundios como los andaluces, pero sí hay grandes fincas o grandes propiedades en manos de unos pocos y entre las clases trabajadoras prevalece el minifundio. El problema del jornalero era similar: un jornal bajo y unos precios muy altos en los bienes que necesitaba comprar. Plá veía en una mejor distribución de la tierra y, a falta de industria, en un regadío en expansión la solución al problema del campo.

La revista tenía también otras secciones, como «Conocimientos útiles», donde se explicaban cosas tan dispares como el modo de hacer cerveza en casa, se daban fórmulas para el tratamiento de la tiña del ganado o noticias en las que se hablaba de temas relacionados con la agricultura en el ámbito nacional e internacional, se detallaba con gran precisión la actualidad de los mercados y se ponía al día a los agricultores y los ganaderos de los precios de ese momento. En ese año de 1919 destacaban los altos precios de la almendra molla, 110 pesetas los 50,45 kilogramos; los huevos, 2,25 pesetas la docena; el trigo blanco, 48 pesetas los 100 kilogramos, y la cebada, 36 pesetas los 100 kilogramos. La ganadería, sobre todo la lanar, estaba muy extendida en el campo literano. En 1919 se informaba en La Voz del Agrario de que los carneros monegrinos de primera se cotizaban entre 55 y 60 pesetas la cabeza, las ovejas de cría entre 50 y 60 pesetas y los borregos entre 30 y 35 pesetas. Como es fácil suponer, el acceso del jornalero agrícola a la compra de bienes estaba muy limitado, pues el día de trabajo en el campo oscilaba en ese año entre 2 y 2,50 pesetas. Como alternativa se solía trabajar a destajo en la construcción de desagües y acequias para los nuevos regadíos. Las comunidades de regantes sacaban a subasta la realización de ciertos trabajos. Por ejemplo, ofrecían 15 céntimos por metro lineal en la construcción de una acequia con unas medidas determinadas, lo que hacía que se formaran cuadrillas de jornaleros para ejecutar esos trabajos lo más rápido posible y poder aumentar su jornal, aunque en realidad llegaban

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a incrementarlo como mucho en 1 peseta. Así de dura era la situación en esos momentos. La revista, de lectura ágil y dinámica, tuvo una gran aceptación y compitió con las dos publicaciones de más transcendencia de la comarca, el Boletín Agrícola: órgano oficial de la Estación de Estudios de Aplicación de Riegos de Binéfar, y Agricultura: periódico defensor de los intereses generales de los sindicatos y comarca de la zona regable del canal de Aragón y Cataluña, aunque este hacía poco tiempo que había dejado de publicarse. No hay duda de que los agricultores y los ganaderos literanos estaban bien informados.

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LA ETAPA AFRICANA: LA GUERRA DE MARRUECOS

La vida transcurría sin grandes sobresaltos personales. Jaime se casó el 26 de mayo de 1920 con Vicenta Benosa Llacera, de dieciocho años y natural de San Esteban de Litera, hija y nieta de carpinteros originarios de Camporrells que ejercían su actividad en el pueblo de San Esteban desde hacía décadas.

Llevado por su sensibilidad religiosa y estudiantil, quiso que lo casara el superior de los salesianos de Gerona Ambrosio Firelli y que actuara como testigo el entonces rector del colegio escolapio de Peralta de la Sal, Pedro Maza, y así lo hicieron, junto con el párroco titular de San Esteban Manuel Puyalto. La noticia del enlace fue publicada en el periódico barbastrense La Lucha, en el que Plá colaboraba. Como anécdota cuenta el novio que «el fotógrafo de Azanuy fue contratado para inmortalizar el momento, pero desgraciadamente todas las imágenes salieron borrosas».19 Debió de ser un disgusto para un gran aficionado a la imagen como era Plá, según veremos más adelante. Incluso la típica fotografía de matrimonio tuvo que montarla él mismo con dos imágenes distintas. Los recién casados pasaron a vivir en la casa Callén, donde también ensayaba la Asociación Musical de San Esteban de Litera. El quehacer diario y la atención que dedicaba a la asociación llenaban la vida de Jaime Plá. Dadas sus muchas obligaciones personales, para no tener que hacer el servicio militar completo decidió acogerse al sistema de soldado de cuota, una figura creada en España en 1912 mediante la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército que consistía básicamente en una notable reducción

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del servicio militar a cambio de una cierta cantidad de dinero, 1000 pesetas para una reducción de diez meses y 2000 pesetas, que fue lo que pagó Plá, para servir cinco meses en dos periodos, uno de tres meses y otro de dos.

Nuestro personaje cumplió su servicio en Lérida en el Regimiento de Infantería de Navarra n.º 25, 2.º Batallón de la 3.ª Compañía, que tenía sus cuarteles en la Panera y eventualmente en la llamada Seu Vella de Lérida. Los soldados de cuota debían comprarse el uniforme, elegir destino y vivir fuera del cuartel. Plá lo hacía en un inmueble de la rambla Fernando de Lérida y todos los días pasaba por un establecimiento para comprar un ejemplar de El Diario de Lérida, propiedad del obispado, con cuyo redactor jefe entabló una cordial amistad. Ese tipo de servicio militar estaba muy extendido entre aquellas personas que podían permitírselo, unas gracias a su situación económica y otras, como Plá, llevadas por su situación personal y por la responsabilidad que exigía su trabajo. Recordemos que administraba una finca desde los diecisiete años, así que un servicio militar de tres años, que era la media entonces, con una guerra africana a la que podía ser enviado, no le entusiasmaba especialmente.

Y entonces ocurrió lo impensable: el conocido como desastre de Annual. España llevaba varios años inmersa en una desastrosa ocupación en el Rif marroquí, donde las escaramuzas armadas habían desembocado en una guerra a causa de la sublevación de las tribus contra la administración colonial española, una guerra marcada por el sinsentido y la corrupción generalizada entre la oficialidad de un ejército que veía en ella una manera rápida de medrar en la carrera militar. Jaime Plá había sido llamado a filas en abril de 1921 y se había incorporado a su regimiento en Lérida dejando a personas de su confianza, en régimen de cooperativa, al frente de la finca Coto Redondo, a la que creía que regresaría en breve. Dejaba también, y era lo que más le preocupaba, a su joven esposa, Vicenta, de dieciocho años. Habían perdido a su primer

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hijo, llamado Jaime Vicente Víctor, nacido el 16 de abril de 1921 y fallecido a causa de unas fiebres el 14 de julio del mismo año. La preocupación general de prácticamente todos los soldados de cuota, y de los que no lo eran, antes que sus trabajos, eran sus familias, ya que en la movilización decretada había muchos reclutas casados y con personas a sus expensas: todo un desastre y una zozobra personal. También es verdad que, para algunos jóvenes del interior que nunca habían visto el mar y que iban a una guerra inconscientes de lo que eso significaba, era el inicio de una aventura.

En la España de aquella época, poco instruida y con un ejército donde muchos de los cuadros de la oficialidad habían sido diezmados, faltaban mandos medios como los sargentos. Plá recuerda que, recién movilizado y acuartelado, fue llamado a la presencia de su comandante junto con dos compañeros, uno médico y otro abogado. En lo que a Plá se refiere, en su periodo de instrucción anterior había hecho un curso para ser cabo y por eso lo citaron. Una vez en la oficina del comandante, este les dijo: «Van a ser ustedes ascendidos a sargentos».

Acto seguido nos sirvió una copa de coñac que bebimos de un solo trago siguiendo su ejemplo y cayendo como una bomba en nuestros estómagos, diciéndonos seguidamente: «Señores, los que saben beberse de un trago este coñac sabrán llevar con dignidad estos galones».20

Y así fue como el 18 de abril de 1921, con esa ceremonia tan informal, se convirtió en sargento de complemento para un periodo de tres años Llegado el momento de partir hacia Marruecos desde la estación ferroviaria de Lérida, el 15 de agosto, cuando Plá estaba despidiéndose de su esposa, se presentó a la carrera, armado con una cámara fotográfica, el sacerdote y responsable de El Diario de Lérida mosén Fábregas para pedirle encarecidamente que fuese corresponsal de guerra del mencionado periódico. Plá

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aceptó y así se inició una serie de crónicas que fueron apareciendo con cierta regularidad firmadas con el seudónimo Un cabo del Batallón Expedicionario de Navarra.

El mismo día de su partida Plá escribió su primera crónica, que tituló «Lérida, adiós». Una vez en Tarragona, los reclutas embarcaron en el viejo vapor correo de la Transmediterránea Vicente Puchol, donde se instalaron en la cubierta como pudieron, en un ambiente enardecido por las bandas militares y los vivas de los paisanos. Es de suponer la congoja de aquellos hombres, la mayoría casados y muchos de los cuales jamás habían visto el mar. Partieron por fin y, según nos cuenta Plá en esa primera crónica, el viaje se endureció al ganar el mar abierto:

La noche fue algo ingrata para los que éramos habitantes de tierra firme. Desconocíamos lo que era alta mar. Pocos éramos los que nos mantuvimos reacios al mareo. La mar embraveció hasta llegar a barrer la cubierta de proa, que tuvieron que desalojar varios compañeros que estaban entregados al plácido sueño.21

A las seis de la tarde del día 19 atracaron en el puerto melillense. Ese mismo día, temprano, lo había hecho el buque Barceló, más grande y más rápido, que, procedente de Barcelona, había adelantado al lento barco donde viajaba Plá.

A las dos de la tarde, suavemente esfumado, divisamos el cabo Tres Forcas. «¡Tierra mora!», gritamos a coro general. A las seis pisamos Melilla a los acordes de la banda militar. Atravesamos entre vítores y aplausos la plaza de España y la calle Alfonso XIII y pasamos frente a la Comandancia siguiendo la carretera hasta el campamento de Cabrerizas Altas, donde tendimos varias tiendas de campaña y nos alojamos. Divisamos el monte Gurugú,22 cercano a Melilla. Multitud de hogueras coronaban su cima demostrando la presencia de las huestes moras.

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Desde la plaza numerosos reflectores lo inundaron de luz y a medianoche habían desaparecido.23

Los soldados fueron bien recibidos por una población civil atemorizada y al mismo tiempo esperanzada. Dado el gran número de reclutas que llegaban en los nuevos refuerzos, fueron instalados en tiendas de campaña militares. Los cuarteles de obra ya estaban ocupados y los nuevos barracones solo existían sobre el papel, por lo que se dirigieron hacia el cuartel de Cabrerizas Altas y ocuparon su lugar en la plaza de armas a la espera de las órdenes oficiales. Así fue el primer día de Jaime Plá en Marruecos.

Dos días después de su llegada a Melilla, el batallón fue requerido para escoltar un convoy hasta Taguil Manin a las órdenes del teniente coronel Ladislao Ayuso con el fin de aprovisionar posiciones a la espera de la ofensiva definitiva para recuperar el monte Gurugú. No hace falta imaginar la premura con que se hacían las cosas. La escasa instrucción recibida pasaría una alta factura; sin embargo, las autoridades militares intentaban no usar ese tipo de tropas en las acciones directas y de mayor peligro, conscientes como eran de la impopularidad que acarreaban las bajas entre los regimientos militares que no eran legionarios, regulares o indígenas.

Plá tuvo su bautismo de fuego ese día, en el que perdió la vida uno de sus compañeros. De regreso al cuartel escribió la crónica correspondiente con un detalle preciso y locuaz que tuvo un rotundo éxito y fue aceptado de inmediato por los lectores de El Diario de Lérida, que desde ese día esperaban sus crónicas con gran avidez. Estas tienen una importancia extraordinaria y serían necesarias muchas páginas para reproducirlas; por esta razón nos limitaremos a aquellos aspectos que por su importancia histórica o anecdótica nos resulten más apropiados. Hay que resaltar también el vocabulario del árabe dialectal, bereber rifeño o tarifit,24 que Jaime Plá utiliza con una gran precisión. No podemos olvidar que en

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Portada de El Diario de Lérida del 22 de marzo de 1922, en la que se publicó una de las crónicas enviadas por Jaime Plá desde Marruecos: «El nuevo avance».

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el fondo no dejaba de ser un rudo, aunque ilustrado, campesino de tierras literanas; de hecho, al llegar a Melilla gastó sus primeras pesetas en comprar un libro, Geografía general de la provincia del Rif, para ponerse al día del espacio geográfico y humano al que acababa de llegar.

Tocó todos los temas imaginables, e incluso sorteó muchas veces la censura militar porque su manera de narrar los acontecimientos era más concisa y más precisa que pasional. Así sucedía en lo relativo a la sanidad, el entretenimiento, los prisioneros o las operaciones militares que se iban sucediendo. Las crónicas eran enviadas a la Península por teletipo o por correo y reproducidas por El Diario de Lérida en su sección «Cartas de Marruecos». Durante los tres años que estuvo en el Rif envió innumerables crónicas, aunque hubo periodos en que no mandó ninguna por diversas circunstancias.

Esas crónicas tienen un gran interés histórico, ya que reflejan aspectos de toda índole olvidados por el relato oficial de la guerra rifeña. El regimiento de Plá, como otros, destacó en acciones militares durante todo el conflicto, bien de manera directa, bien por su apoyo a legionarios o regulares que difícilmente habrían conseguido todos sus objetivos sin el concurso de esas fuerzas. Los prisioneros

La dramática situación que vivían los prisioneros españoles durante el desastre de Annual estaba en boca de todos. El maltrato que recibían era notorio y nadie deseaba caer en manos de los rifeños. Plá relata así una situación poco conocida:

A medida que vamos acercándonos al antiguo frente, el del 21 de junio de 1921, llegan a nuestras líneas mayor número de prisioneros, de cautivos, que, exponiéndose una vez más a la

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muerte, logran huir de las penalidades del cautiverio rifeño. Día tras día llegan a nuestras líneas nuestros heroicos hermanos cubiertos a lo más con una harapienta chilaba que mal cubre sus flacas carnes. Ante su sufrimiento no ven el peligro que corren al huir de sus prisiones, burlar a sus guardianes, andar noches y noches entre los pueblos y las aguadas,25 donde pueden ser más vistos y pasar más hambre y sed si cabe, que acentúan aún más su ya penosa debilidad, que representa hallarse cinco meses cautivo para presentarse finalmente a nuestras líneas, en donde órdenes concretas mandan hacer fuego al enemigo, y un prisionero a distancia con una chilaba no es distinguible.

Para no exponerse hay una táctica que hasta ahora ha dado excelente resultado. Al llegar el prisionero a nuestras avanzadas se esconde hasta el amanecer, y al hacer nosotros las primeras descubiertas se presenta a las primeras guerrillas que llegan. No solamente son los que, ávidos de libertad y con su osadía, logran fugarse y presentarse, sino que a otros muchos los traen los mismos moros.

Estos, ante el temor al castigo, preparan la fuga de todos los que pueden. Es su guía en el camino, que siempre se hace de noche, dándose el caso de que, además de presentar varios cautivos, presentan fusiles y cerrojos de cañón en bastantes cantidades. Cuando llegan los cautivos, desfallecen en nuestros brazos como si fuera un ensueño su libertad. Poco tenemos en el campamento, pero todo ello les pertenece: pan, jamón, chorizo, huevos, vino, anís, coñac, y no citemos las prendas. ¡Han padecido tanto! Sus ojos profundos, su tez tostada por el sol africano, sus mejillas huesudas, sus piernas y sus brazos, sus dedos delgados, todos sin afeitar, sus greñas tersas; en fin, hechos unos eccehomos. ¡Ya se acerca la hora libertadora!

Este relato se publicó el 21 de enero de 1922 en El Diario de Lérida y supuso un gran baño de realidad para los ávidos lectores, no solo leridanos, pues el periódico recibía nuevas suscripciones de la zona aragonesa limítrofe con la provincia de Lérida. Esas

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crónicas solían ocupar entre dos y tres columnas y siempre, salvo pocas excepciones, aparecían en primera página. Su publicación no era regular, ya que dependía de la disponibilidad del corresponsal. No olvidemos que primero era un soldado y se debía al día a día de la guerra; de hecho, en 1921 participó directamente en once acciones de guerra.

Un año después de escribir la crónica sobre los prisioneros españoles hizo otra sobre los propios prisioneros rifeños motivada por un acto fortuito en el que se vio envuelto. Sucedió que recibió la orden de trasladarse junto a dos cabos y veinticuatro soldados bajo sus órdenes a relevar una dotación de tropas que ocupaba un cuartel que había pertenecido a la policía indígena en Dar alGarbi. Como la desafección de los policías indígenas había sido masiva, por seguridad había en los puestos unos pocos que aún eran fieles junto a una tropa mucho más numerosa.

La marcha se efectuó a pie, y una vez en el cuartel, antes de proceder al relevo efectivo, le fueron enseñando las dependencias […].

En el centro de nuestro patio hay un subterráneo que contiene agua hasta la rodilla. Pregunté por qué no tapaban el silo y un asistente indígena me contestó:

—Estar calabozo de prisioneros.

—Pero hay prisioneros rifeños —contesté.

—Sí, tener nueve. Míralos.

Efectivamente, en un lóbrego cuartucho había dos policías armados y varios moros, que una vez cogidos son traídos hasta aquí. El día lo pasan en el cuarto y la noche en el silo.

—Pero en el silo hay agua —inquirí.

—¿Y qué? —me contestó el policía.

—Pues que está muy mal y pueden morir de frío.

—Sí, morir —me contestó tranquilamente el policía moro.

Al momento me llamaron del cuerpo de guardia, donde me esperaban unos moros que pedían permiso para acudir a su harca de origen para poder sembrar.

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A las tres de la tarde solían salir los prisioneros a trabajar al huerto del cuartel. Algunos trabajaban bien, otros de mala manera, y solo tres guardias los custodiaban. Aparte, desde los torreones nuestros propios centinelas tenían el dominio visual del terreno.

—¿Y qué les dais de comer?

—Comer bien.

—¿Y todos estos son rifeños?

—¡No! Solo haber cinco beni urriaguel.26

—¿Y los demás?

—Los otros son moros de por aquí que han cometido alguna falta. ¿Ves aquel que arranca las chumberas con la mano? Pues ser un policía que perdió el cerrojo del fusil y cogió el de otro policía. Ahora estar castigado un mes y solo le faltan tres días, y luego volver a la policía.

—¿Y los otros?

—Otros robar cebada.

—Ya, ya. ¿Y a los beni urriaguel dónde los cogisteis?

—Estos llevarlos a Melilla y allí fusilar —dijo maliciosamente.

Al anochecer volvían al silo y les daban de comer un cocido moruno de patatas, cebolla y un ceneque 27 de pan mientras un guardia con el fusil cargado los vigilaba desde el borde.

Mientras, nosotros distribuimos las guardias, cuatro puestos, cené algo tarde y luego me fui a pasar un rato de chau-chau (charla) con la policía indígena. Las pipas de kif-kif 28 pasaban de mano en mano y apuramos varios vasos de atay bi naa’ naa’ (té con hierbabuena) hasta cerca de medianoche.29

El día 26 del mismo mes de diciembre tuvo lugar un hecho lúdico que se hizo habitual en esa campaña: una delegación del Casino Principal de Lérida se personó en Melilla para entregar a los miembros del Batallón Expedicionario de Navarra y el Regimiento La Albuera30 el aguinaldo del soldado:

Los comisionados han desembarcado por la mañana en el puerto melillense y al llegar la tarde y en dos camiones fueron

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trasladados al campamento de Nador acompañados por el jefe del regimiento, el teniente coronel D. Ladislao Ayuso. El aguinaldo siempre es muy bien recibido, pues también le da a la familia la ocasión de enviar algún producto de la tierra de origen, aunque básicamente se compone de alguna botella de coñac o aguardiente, tabaco, chocolate e incluso algunas ropas, todo recogido por las comisiones que se crean al efecto. También la Cruz Roja y asociaciones principalmente católicas realizan esta actividad.31

En esos días de asueto para la tropa que había sido relevada del frente se organizaban competiciones deportivas, principalmente de atletismo y fútbol, que aún se denominaba football. Eran momentos muy necesarios para evadirse como se podía de los duros días del frente, en los que las posiciones eran improvisadas y se carecía de muchas comodidades. Las rotaciones, si no había operaciones especiales, eran de unos treinta días. En una de ellas los soldados del regimiento al que pertenecía Plá fueron vacunados contra el tifus, enfermedad muy extendida principalmente a causa de la deficiente higiene, ya que los piojos eran compañeros inseparables de la tropa. Esa vacuna les producía uno o dos días de fiebre, por lo que generalmente tenían que guardar cama. Como nota anecdótica podemos relatar que uno de esos días, en abril de 1922, Plá le envió una postal a su suegro, Victoriano Benosa, para agradecerle un paquete que le había mandado a través de un soldado de remplazo que había llegado a Melilla en esas fechas y en la frase final de su escueta misiva le preguntó: «¿Aún hay afición en el pueblo por la música?». Esto denota que, a pesar de la distancia, Jaime Plá no se había desconectado ni de sus aficiones ni del pueblo; de hecho, durante sus permisos en Melilla iba a la tienda que había en la calle O’Donnell, 3, y compraba partituras de piezas populares del momento que en su licencia se llevó consigo a San Esteban. También se entretuvo en sus ratos libres arreglando y componiendo pequeñas partituras,

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como fue el caso de un pasodoble que arregló para la charanga del regimiento en el campamento ya reconquistado y de infausto y trágico recuerdo de Dar el Quebdani.32 Llegado diciembre de 1922, Plá obtuvo por fin su primer y único permiso. Salió desde Melilla en el vapor correo el día 24; tras unos días en tren llegó a Binéfar y desde allí en tartana a San Esteban. Con la natural alegría del reencuentro, enseguida pudo poner al corriente sus asuntos personales y de trabajo, pero esa alegría duró poco, pues el paludismo se cebó en él, que cayó enfermo y tuvo que guardar cama el resto de los días. Cuando acabó el permiso fue trasladado desde San Esteban de Litera al hospital de Lérida, donde estuvo convaleciente un mes, hasta que finalmente fue enviado de nuevo a Melilla.

La campaña de Tizzi-Azza

Si un acontecimiento en particular marcó la vida de Jaime Plá en la guerra africana fue sin duda la campaña de Tizzi-Azza,33 un enclave estratégico que se había establecido como base de futuras reconquistas pero que seguía siendo acosado por las cabilas rifeñas que combatían a su alrededor. Esa posición marcaba de alguna manera el límite occidental del avance español en una zona con grandes desniveles, colinas y barrancos, muy propicia para las emboscadas y el paqueo,34 situaciones que sufrían habitualmente los convoyes de aprovisionamiento, lo que generaba fuertes enfrentamientos con las tropas españolas que los escoltaban. En este sentido, el batallón en el que operaba Plá fue requerido para varias misiones muy peligrosas de escolta de convoyes de aprovisionamiento hacia Tizzi-Azza y otras posiciones muy expuestas al fuego enemigo, así como para la protección de nuevas instalaciones defensivas conforme avanzaban las tropas, para la defensa de los flancos, etcétera.

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A la Legión y los regulares se les encomendó una operación de limpieza de la zona que diera como resultado la ansiada tranquilidad a la posición, y durante ella tuvieron lugar (y nos les restamos ningún mérito, por supuesto) unas acciones emprendidas por esos dos cuerpos en las que incluso perdió la vida en una emboscada el propio jefe del tercio, el teniente coronel Valenzuela, mientras coordinaba el avance de tres banderas legionarias desde un barranco cercano a Peña Tahuarda. Hay que señalar el olvido en que han caído en la historia general militar los otros cuerpos que participaron en esa acción, entre ellos una compañía del Batallón Expedicionario de Navarra, donde estaba destinado Plá, a la que se había asignado la misión de proteger el flanco derecho de la tropa principal, legionarios sobre todo.

El 23 de junio de 1923 cayeron mortalmente heridos un capitán, un alférez, un teniente y tres sargentos, así como la mayoría de los soldados. De la sección que mandaba Plá, de veinte hombres solo sobrevivieron un cabo, cuatro soldados y él mismo. Se dio la circunstancia de que en el caos generado por los combates y en los días posteriores el cadáver del sargento Balaña, natural del pueblo leridano de Alcoletge, maestro nacional en la vida civil y perteneciente al mismo regimiento, fue tomado por el de Plá. Su muerte fue publicada en la consiguiente lista de El Diario de Lérida y causó un gran estupor. Cuenta su hija, Laura, que su madre tardó mucho tiempo en enterarse, ya que, a pesar de que el periódico llegaba a San Esteban, nadie se atrevía a decírselo. Ella no leía las crónicas de su marido porque, según decía, así no se enteraba de lo que debía de sufrir, y gracias a eso llegó a tiempo el feliz desenlace ante tal confusión, ya que la dirección de El Diario de Lérida se interesó de inmediato por los detalles del fatal trance y el asunto se aclaró.

Como fotógrafo, Jaime Plá tenía una costumbre peculiar que consistía en escribir sobre el negativo o sobre la fotografía revelada una pequeña nota explicativa si la imagen era apropiada para

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ello, como se puede ver en algunas de las que se conservan en el Fondo Jaime Plá y Plá de la Fototeca Provincial de Huesca. Por ejemplo, en una foto del citado sargento Balaña junto a una cantinera de la compañía anotó: «Recuerdo póstumo del compañero sargento Francisco Balaña Ros, muerto en el combate de Tizzi-Azza, 5 de junio 1923».

Otra de las crónicas que envió en el caluroso agosto de 1923 a El Diario de Lérida no pasa desapercibida por el realismo que surgió de su pluma al relatar un episodio del que extraigo su parte central:

Pasamos frente a Valenzuela,35 en donde estaba ya la 4.ª Compañía descargando su impedimenta. Nosotros proseguimos por la pista de Benítez,36 Tizzi Azza, y aquí empieza lo peor del camino: mulos que caían con sus cargas al fondo del barranco, con tiendas, víveres o los elementos de la ranchería. En una de las curvas vemos resbalar primero y dar vueltas de campana un mulo; se rompe la cincha y rueda hasta el fondo del barranco unos doscientos metros; la carga rompe sus trabas; la tienda queda en un peñasco; los enseres de cocina, rotos los cierres, ruedan a la par que el mulo; se abre la tapadera: platos, ollas, sartenes, fuentes, cacerolas, todo desplegado en guerrilla, y no hace alto hasta la barrancada, donde está el mulo agonizando. Hay que ir a por la batería de cocina y la tienda y arrastrándonos más que caminando volvemos sudorosos al camino, pero uno más, dos, tres, cuatro mulos imitan al primero, y, si no es bastante el ir cargados con el saco morral, bolsas, municiones y armamento, tenemos que llevar los enseres y la tienda recuperados. El termómetro oscila entre los 38 y 41 grados y sube que sube, no el termómetro sino nosotros. Así todo el camino hasta llegar a Sendra,37 otros hasta Casaus.38

¡Gloria tibi, Domine!

El batallón estuvo en la zona hasta el 6 de noviembre. Tras concentrarse en Tafersit, fue enviado a Segangán, y de ahí a Melilla, donde se encontraba el 23 de noviembre, día en que se

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embarcó hacia la Península para desembarcar en Málaga y llegar en ferrocarril a Lérida el 25. Cuando acabó la campaña, y una vez revisado el historial de combates de Plá, fue condecorado con la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo, pensionada con 17,50 pesetas al mes durante cinco años, como dice su expediente, por los «méritos contraídos en las operaciones realizadas desde el 1 de febrero al 31 de julio de 1923».

La vuelta a casa

Por fin el domingo 25 de noviembre de 1923, a las once, un convoy militar formado por siete unidades del Batallón Expedicionario de Navarra llegó a la estación leridana. Lo estaba esperando una comisión del Ayuntamiento de Lérida presidida por su alcalde, Ramón Grau, además del gobernador militar de la plaza, el coronel jefe del regimiento y muchos más oficiales, algunos de ellos francos de servicio pero deseosos de ver de nuevo a sus compañeros. Además, en previsión de que se desplazaran enfermos y heridos, una brigada de camilleros de la Cruz Roja se encontraba igualmente en el andén. Cuando el tren se detuvo, la banda de música del regimiento entonó la Marcha real y el público presente prorrumpió en vítores y aplausos. Los repatriados fueron, además del comandante Cristóbal, dos capitanes, dos tenientes, dos alféreces, veinticinco sargentos (entre los que se encontraba Jaime Plá), veinticuatro cabos y cuatrocientos dos soldados, todos ellos pertenecientes al reemplazo de 1920.

Desde la estación se dirigieron formados militarmente hacia su cuartel de la Panera, donde descansaron después de veintisiete meses de guerra en África. En los días siguientes fueron licenciados y cada cual regresó a su lugar de origen. La redacción de El Diario de Lérida recogía así la llegada de su cronista el 27 de noviembre de 1923:

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Entre los repatriados tuvimos ayer el gusto de estrechar la mano de nuestro querido y compañero D. Jaime Plá, sargento del Batallón Expedicionario de Navarra, autor de las interesantes «Cartas de Marruecos», publicadas en nuestro periódico. Le damos nuestra más sincera y cariñosa bienvenida, celebrando en el alma que después de tan ruda campaña, haya vuelto a nuestro lado.

Llegado al pueblo, y después de hacerse con la situación, lo que le costó varios días (hay que tener en cuenta que estuvo ausente treinta meses, salvo un corto periodo de permiso), volvió a hacerse cargo de la finca Coto Redondo y se reintegró a la vida civil de San Esteban de Litera. En enero de 1924 se produjo un festejo peculiar. La ocasión fue que, excepcionalmente, habían vuelto a San Esteban todos los que habían sido movilizados para la guerra de África, un caso rarísimo y digno de celebración, y por ese motivo el Ayuntamiento y las asociaciones locales organizaron unos actos que duraron dos días, el 11 y el 12 de enero.

El día 11 por la tarde todos los veteranos recorrieron las calles en una procesión laica con la orquesta Los Navarros de Tamarite, que para finalizar tocó una retreta floreada en su honor. El 12, a la temprana hora de las seis de la mañana, la misma banda interpretó una diana floreada por las calles del pueblo que duró hasta las nueve, hora en que comenzó una misa para la que se requería que los veteranos asistieran en debida formación. A las diez y media realizaron un nuevo recorrido por las calles de la población, con ronda jotera y acompañados por la mula enjaezada.

Al mediodía se realizó un gran banquete en su honor, con la particularidad de que una banda de cornetas llegada ex profeso tocó a fajina, un toque militar con el que se llama a los soldados para que se dirijan a los comedores. Acabada la comida hubo baile en el salón de la asociación La Juventud Aragonesa, a las nueve una retreta floreada y a las nueve y media otra vez baile, donde se interpretaron algunas piezas para que las bailaran solo los veteranos

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y sus parejas, sin duda un alegre colofón para una más que triste singladura por las áridas y calurosas tierras rifeñas.

La vida seguía y Plá, incorporado a sus anteriores quehaceres en la finca Coto Redondo, descubrió que los trabajadores a los que había dejado al frente de la hacienda mientras estaba ausente no habían conseguido obtener los resultados esperados. Aun así, retomó su vida con nuevos bríos y fueron naciendo sus hijos: Joaquín en 1925, Laura en 1927 y por último Jaime en 1932. Mientras tanto, siguió instalado en la casa de sus suegros, en la calle Solana Baja.

Su situación económica después de tres años de ausencia no era la mejor que se podía esperar, por lo que en 1925 exploró la posibilidad de emigrar a América con su familia. Para ello se puso en contacto con la Oficina de Información y Propaganda para España, Portugal y África de la República de Colombia, donde solicitó información sobre haciendas agrícolas, principalmente cafetales, que precisaran una dirección o una capacitación para su explotación. La oficina, por medio de su representante en España, le envió la información y al mismo tiempo le advirtió: «El país, hoy por hoy, ofrece mayores ventajas y garantías a los pequeños capitalistas que a cualquier otra forma de inmigrantes».39 Después de esa intentona fallida consiguió un trabajo extra: pasó a administrar, además de la finca Coto Redondo, la hacienda Monjoy de Almacellas, perteneciente a Joaquín de Robert y de Carles, marqués de Robert, presidente de Industrias Mineras, S. A., ubicada en la provincia de Lérida y a unos treinta kilómetros de su residencia de San Esteban. También administró por un tiempo la finca de San Miguel de la Encomienda, situada en el término de Belver de Cinca, donde incluso estuvo viviendo con su familia. En esos duros años la cantidad de hectáreas que administraba superaba las tres mil, y tenía a su cargo todos los equipos agrícolas anexos y los trabajadores con sus familias, muchos de los cuales vivían en las propias explotaciones. En San Miguel

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tuvo grandes discrepancias con los propietarios porque querían introducir cultivos más propios de otras latitudes, a lo que Plá se opuso, de modo que hubo de abandonar la finca.

Más tarde la finca Monjoy fue vendida por su propietario, que le ofreció a Plá un puesto en una de sus industrias, la química Ceres, situada en Barcelona. Plá lo aceptó y trabajó allí durante un tiempo, pero finalmente volvió a San Esteban junto a su familia. La vida en el pueblo continuó sin grandes sobresaltos. En el ámbito económico, la extracción y la cocción del yeso se reactivaron con fuerza gracias a la familia Riverola, de Binéfar, propietaria de una rica cantera local y de un horno, y se introdujo el cultivo de la remolacha azucarera, la cual precisaba de una gran cantidad de mano de obra. Las familias solariegas siguieron a lo suyo y los jornaleros hicieron lo propio. San Esteban contaba en 1930 con 1689 habitantes censados.

En la finca Coto Redondo las cosas no iban bien debido a la falta de liquidez. Su propietario, el Banco de Tarrasa, quebró irremediablemente y se convirtió en el Banco Comercial de Tarrasa. Sin embargo, por enésima vez, y con la aprobación del banco, Plá intentó sacar adelante la explotación y reactivó la ganadería que ya había introducido en sus comienzos, lo que fue una gran novedad en la zona porque suponía combinar la actividad agrícola con la ganadera. Experimentó la viabilidad de un ciclo cerrado de porcino (esto es, la cría de cerdas y el engorde de sus lechones), aumentó el rebaño de ovejas que ya tenía y probó con el engorde de ganado vacuno.

La introducción y el cultivo de la remolacha azucarera supusieron una nueva fuente de ingresos. Al principio se contrató a 50 pesetas la tonelada y en poco tiempo fue subiendo hasta alcanzar el doble. Sin embargo, en Monzón, población cercana a San Esteban, se construyó un gran complejo para su transformación, lo que facilitó el transporte y dio seguridad al cultivo, pero también bajó los precios del producto.

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Mientras, el banco le ofreció a Plá la posibilidad de comprar la finca. El dinero necesario era mucho, pero aun así lo intentó y siguió administrándola hasta que la política, o más bien el clamor popular, se cruzó en su camino.

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LA SEGUNDA REPÚBLICA (1931-1936):

NUEVOS RETOS

Ese camino comenzaría tanto por su compromiso con el futuro posible de San Esteban como por la influencia y los consejos de Nicolás Santos de Otto, quien animó a Jaime Plá a presentarse a las elecciones de abril de 1931. El 12 de abril fue un día soleado. Los mayores de veintiún años habían sido convocados a las urnas tras ocho años sin comicios municipales. La causa de la demora fue la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, más tarde sustituido por el general Dámaso Berenguer y este por el almirante Juan Bautista Aznar. La aquiescencia de Alfonso XIII con la dictadura del marqués jerezano pesaría en el ánimo de los electores mucho más de lo que se pensaba en palacio y en los cuarteles. A las urnas concurrían candidaturas monárquicas y republicanosocialistas. 40 La derrota de los monárquicos en casi todas las capitales de provincia y las ciudades importantes propició el advenimiento de la República. Los resultados electorales ocuparon todos los titulares de la prensa española. Desde «El triunfo de las izquierdas» de El Progreso, pasando por «En el gran plebiscito de ayer España votó por la República» del Heraldo de Madrid o el «Se ha proclamado la República» de Ahora, hasta llegar a El Diario de Huesca, en cuya portada del 16 de abril se anunciaba: «Por voluntad popular y dentro

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Alcaldía de San Esteban de Litera

del mayor orden, en Huesca, queda proclamada la República».

En suma, todos los periódicos informaron del cambio de régimen político. En un extraordinario análisis, Carmen Frías destaca que en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 «los votos republicanos resultaron mayoritarios en aquellas poblaciones que habían conocido una trayectoria republicana, más tarde liberal. Son los casos de Almudévar, Barbastro, Monzón, Fraga, Huesca, Jaca, etc.».41

En Huesca los monárquicos obtuvieron seis concejales frente a los catorce de las candidaturas republicanas. En San Esteban de Litera las elecciones se saldaron con una amplia mayoría republicana y Jaime Plá y Plá, perteneciente a la Agrupación Administrativa Independiente, fue el nuevo alcalde de la localidad. En 1931

San Esteban contaba con una población que sobrepasaba los mil seiscientos habitantes y era uno de los municipios con mayor población de la comarca de La Litera.42 A corto plazo sería objeto de estudio y de reportajes periodísticos por todo lo que allí aconteció durante la Segunda República.

El propio Jaime Plá explicó la contienda electoral afirmando:

Dos candidaturas se disputaban la mayoría del Ayuntamiento. La nuestra, netamente republicana y proclamada por el pueblo, que lealmente íbamos a la elección; y la candidatura patrocinada por los propugnadores de la monarquía, por los mismos que durante años y años, mejor dicho, durante siglos, habían regentado los destinos del pueblo de San Esteban. Nosotros, proclamando la libertad del voto; ellos coaccionando y usando los mismos procedimientos del caciquismo de antaño; y de ellos vamos a hablar.43

La nueva realidad política de San Esteban propició que la localidad acometiera sustanciales mejoras. Bastantes datos sobre ello nos proporciona el Memorial de antecedentes y realidades de San Esteban de Litera: 12 de abril de 1931 – 12 abril de 1933

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elaborado por el Ayuntamiento, cuyas primeras líneas son toda una declaración de intenciones: «Hacía tiempo que deseábamos darte cuenta de nuestra gestión al frente del Ayuntamiento, que el día 12 de abril de 1931, nos entregaste».44 La situación económica del municipio era caótica. El Ayuntamiento de San Esteban de Litera contaba con un activo de 1875 pesetas frente a un pasivo de 81 886,11. En resumen, la nueva corporación se encontró una deuda flotante de 80 000 pesetas, cantidad que se incrementó una vez se añadieron las deudas que se tenía con la Diputación Provincial, con Hacienda, con particulares, etcétera, por un total de 16 886,31 pesetas; con el Banco de España, de 95 166,50 pesetas, y finalmente con el Estado a causa de los anticipos del 20 y el 30 % por diversas recaudaciones tributarias, que sumaban aproximadamente 42 000 pesetas. En total el Ayuntamiento tenía una deuda de 235 938,92 pesetas, o, dicho de otro modo, se hallaba en ruina económica. Su nueva posición política le permitió a Plá solventar una de las carencias que tenía el pueblo y que él mismo sufrió cuando llegó a San Esteban: la falta de alcantarillado. Las herramientas utilizadas fueron dos: un gran número de gestiones, peliagudas y tediosas, y una voluntad firme. Consiguió una subvención del Ministerio de Gobernación de 15 000 pesetas para ejecutar tan necesaria obra. El 21 de enero de 1932 se firmó la concesión de la subvención, que un día después pudo cobrarse. De igual modo pidió una ayuda a la Dirección General de Sanidad para sufragar la totalidad de los costes y poder extender la nueva red de alcantarillado a todo el municipio. Las dos subvenciones se sumaron al préstamo solicitado al Banco de Crédito Aragonés, y al cabo de tres años el proyecto concluyó con éxito. Las razones principales de que llegara a buen puerto semejante obra fueron la gestión hecha por el Ayuntamiento y el altruismo de muchos vecinos. Una vez concedidas las ayudas, se convocó al pueblo a una asamblea pública en el denominado salón de los mozos para

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Memorial de antecedentes y realidades: 12 abril de 1931 – 12 abril de 1933, Ayuntamiento de San Esteban de Litera, 1933.

(Archivo del Centro de Estudios Literanos)

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estudiar la manera de llevar a cabo las obras. En dicha reunión fueron muchos los jornaleros que se comprometieron a trabajar en el proyecto sin cobrar nada, aportando conocimientos y mano de obra por el beneficio del pueblo. De todo ello resultó una obra que no generó sobrecostes, pérdidas económicas, etcétera, sino todo lo contrario: al pueblo, según consta en las cuentas municipales, no le costó «ni un duro», como explicó Jaime Plá.

Durante ese periodo también se impulsó la creación de una biblioteca municipal, para lo cual se cursaron solicitudes de donación de libros a diferentes ministerios y editoriales. Es menester señalar que en San Esteban ya había una biblioteca, que pertenecía a la Cooperativa Obrera. El objetivo era dotar al pueblo de un espacio más acorde con las necesidades del municipio, complementario de las ya existentes y dependiente del Ayuntamiento, en el que niños y adultos pudieran disfrutar de unas instalaciones adecuadas para la lectura y el estudio.

En 1931 el pueblo tenía una población escolar de cuarenta niños y en 1934 de más de trescientos, tendencia al alza que se generalizó en toda España como consecuencia de la disminución de las tasas de mortalidad infantil y el aumento del número de nacimientos. Ambos factores, y la voluntad de la República de reducir las tasas de analfabetismo, convirtieron la tarea de reacondicionamiento de las antiguas escuelas en algo imperativo.

Con objeto de hacer un censo escolar completo se celebró en 1934 la Fiesta del Árbol. Se plantaron en total ciento ochenta árboles (plátanos y chopos de varios metros de altura), y cada árbol fue plantado por un niño y una niña, lo que correspondía a una población escolar total de trescientos sesenta alumnos. Para aquel año en las escuelas viejas todavía se contaba con nueve maestros, dos de los cuales se ocupaban de los alumnos en edad de parvulario.

En este terreno la corporación municipal tuvo que volcarse en la reversión de los múltiples fallos cometidos por los regidores de

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épocas anteriores. El nuevo descalabro comenzó en 1927. El 19 de septiembre se publicó en la Gaceta de Madrid la dotación extraordinaria para la construcción de escuelas en el pueblo.45 No obstante, el 1 de mayo, cuatro meses antes, ya se habían realizado pagos a trabajadores y por el transporte de grava. Cuando se acabó la dotación únicamente se había terminado una primera fase de las escuelas, esto es, cuatro paredes y el tejado, cuyo coste había sido de 33 000 pesetas. El sobrecoste era más que evidente y los fallos estructurales igualmente visibles. De nuevo había que iniciar una cantidad ingente de trámites administrativos y gestiones para conseguir una subvención que permitiera terminar las escuelas. El Ministerio de Instrucción Pública asignó un arquitecto para la planificación de las modificaciones necesarias. Una vez hechas, el Ministerio se comprometió a conceder una ayuda de 36 000 pesetas y así dejar acondicionadas las escuelas. No se gastó toda la cantidad asignada y se procedió a la reasignación de 10 000 pesetas sobrantes a la continuación de la construcción del alcantarillado y a la creación de un pósito agrícola municipal. Finalmente, en mayo de 1934 tuvo lugar la inauguración de las nuevas escuelas, a la que se invitó a autoridades de la Delegación de Enseñanza de Huesca y a catedráticos y profesores del Instituto y de la Escuela Normal de Huesca. El acto estuvo amenizado por la orquesta Los Navarros de Tamarite. Estas iniciativas se vieron completadas con la experiencia de las colonias escolares que se organizaron en 1932 y 1933. El 8 de junio de 1932 el director general de Primera Enseñanza remitió un escrito a San Esteban por el que concedía 2000 pesetas de subvención para que se llevara a cabo la actividad. El 25 de julio quince niños acompañados por sus profesores partieron hacia Torredembarra para disfrutar de la playa hasta el 15 de agosto. Se hospedaron en el colegio de las hermanas de San Vicente de Paúl de esa población, alojamiento facilitado gracias a la mediación directa de Jaime Plá. En las colonias de 1933 llegó a multiplicarse por dos el número de estudiantes que participaron.

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La consecución de una actividad tan lúdica como las colonias, que además fueron pioneras en este tipo de actuaciones, debe valorarse desde un punto de vista más amplio: no solo por la actividad en sí, sino por la posibilidad de llevar a niños y niñas a la playa y abrirles unos horizontes que en esos años parecían insalvables como consecuencia de los tediosos viajes y la burocracia. Sin ninguna duda se trataba de una experiencia única que seguramente se grabaría en las memorias de aquellos alumnos.

En medio de toda esa vorágine administrativa y de reformas se dio el escándalo del entonces recaudador de impuestos, el señor Moreno. Ostentaba el cargo desde el 15 de mayo de 1930 y en el proceso de examinar la situación económica del pueblo se encontraron varias irregularidades cometidas por él: desde cobrar los tributos con retraso, con el consiguiente perjuicio para la caja, hasta percibir cantidades por encima de lo que marcaban las ordenanzas, siendo presumible que se las quedaba, una amplia gama de actividades contrarias a sus funciones y, por supuesto, ilegales. En mayo de 1931 fue destituido y en agosto denunciado en el Jugado de Instrucción. El 17 de junio de 1932 se dictó auto de procesamiento y se le impuso una fianza de 24 000 pesetas para responder a la estafa cometida.

Durante ese primer mandato la mayoría de los miembros del Ayuntamiento de San Esteban de Litera fueron representantes del Partido Republicano Radical: Jaime Plá y Plá (alcalde), Fermín Berche Vila (primer teniente de alcalde), Manuel Fontava Puyol (segundo teniente de alcalde), J. Nogueras Zanuy y Francisco Faro Bomiguel (concejales). De partidos a la derecha de los radicales estaban José Villacampa, José Vidal Boix y Luis Enjuanes. Completaban la corporación José Villas Peirón (síndico) y Alejandro Nasarre Anoro (secretario).46

En los meses siguientes a su elección como alcalde Plá encontró en el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux la formación política que mejor representaba sus intereses y sus

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sentimientos políticos. Es por eso por lo que se presentaría por esa formación a las elecciones de 1933, comicios que confirmarían la confianza que los votantes le habían mostrado dos años antes. Mientras tanto, la vida social del pueblo discurrió, como en muchos municipios, entre la complacencia por los intentos de renovación y la oposición de aquellos que durante años habían formado parte del Ayuntamiento o de la estructura de poder, ya fuera durante la Restauración o durante la dictadura de Primo de Rivera.

En el tiempo en que ejerció como alcalde Jaime Plá se vio en situaciones complicadas y en otras en las que la solidaridad de los vecinos o de conocidos suyos marcó su trayectoria. Uno de los episodios dignos de mención es el referente a una carta que recibió en junio de 1935. Con ella Fernando García de San Pedro y Falces, amigo de Jaime Plá, por lo que se desprende de la correspondencia analizada, envió un giro postal de 200 pesetas para que se repartieran entre los más necesitados de San Esteban: ancianos, viudas y pobres. En una carta fechada el 20 de agosto Jaime Plá remitió a García de San Pedro la lista de personas entre las que se había repartido el donativo y le mostraba su más sincero agradecimiento.47 La fiesta mayor que se celebró en 1934 fue motivo de la algarabía y el jolgorio de todos los vecinos, tal y como se desprende de la fotografía que puede verse en el «Álbum de imágenes». Dos fueron las novedades en tal festividad. Una de ellas fue la inauguración de la ampliación de la sede de la Cooperativa Obrera, fundada en 1911, hasta el nivel frontal de la iglesia parroquial. Se levantó una fachada totalmente nueva y se elevó una altura para que sirviera como nueva biblioteca municipal. Las labores de construcción fueron llevadas a cabo de forma gratuita por algunos de los mozos del municipio y el cemento lo costeó el Ayuntamiento. En segundo lugar, la presencia de las famosas cantadoras de jota Camila Gracia y Gregoria Ciprés, de Huesca, ambas engalanadas con el traje típico aragonés, que cantaron ante todas las casas del municipio.

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Presidencia de la Diputación Provincial de Huesca

Jaime Plá compaginó durante unos meses sus funciones de alcalde de San Esteban de Litera con las de presidente de la Diputación Provincial de Huesca. En septiembre de 1933 Rafael Salazar Alonso, ministro de Gobernación, convocó a Plá, con quien ya había tenido trato en anteriores ocasiones, en su despacho de Madrid. El ministro, en un alarde de sinceridad, reconoció que el gobernador civil de Huesca le había confesado que la Diputación era un caos, que la gestión de su presidente era nefasta y que él no podía consentir que se degradara más la situación. La intervención del ministro se alargó hasta el punto de ofrecerle a él el puesto: «Le he dicho al gobernador que reuniera a los diputados y que me dieran el nombre de un nuevo presidente, un hombre de consenso para dirigir la Diputación sin luchas tribales. La respuesta ha sido incontestable, Jaime Plá y Plá».48

Y así el joven alcalde, que no había cumplido los treinta y cuatro años, ostentaría por seis meses (así lo pactaron) la presidencia de la Diputación Provincial de Huesca. Tras el correspondiente nombramiento gubernativo, de 7 de octubre, el día 10 El Diario de Huesca daba cuenta de la reunión constitutiva de la renovada Comisión Gestora de la institución provincial, celebrada el día anterior, que había elegido como presidente a Jaime Plá. La componían los republicanos radicales Jaime Plá y Plá por el distrito de BenabarreTamarite, Enrique Bayo Lucía por el de Jaca, Nicolás Buisán Clavería por el de Fraga-Sariñena y José Pera Penella por el de BarbastroBoltaña, y Jesús Abad (de Acción Republicana), Juan Arenas Bara (del Partido Republicano Radical Socialista) y Santiago Mercadel Masa, concejal y «obrero independiente» de Albero Bajo, por el de Huesca. Pasados unos meses, y como consecuencia del resultado de las elecciones de noviembre de 1933, el 11 de febrero de 1934 quedaría constituida una nueva Comisión Gestora, a la que se incorporaban Agustín Delplán Puente (de Acción Republicana, que

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sería nombrado vicepresidente), José Lacadena Arbués (del Partido Agrario Español) y Magín Calvo Clarió (de Acción Popular) y que nuevamente elegiría a Jaime Plá como presidente.49

El periodo pactado de seis meses se alargó más de lo previsto, y de su gestión puede dar testimonio la ingente cantidad de documentación que hemos encontrado en su archivo privado. La primera decisión que tomó Plá como presidente de la Diputación, tal y como él mismo explicaba, fue la de intentar concluir la construcción de un hospital en Huesca. En 1930 se había aprobado la edificación de un nuevo centro hospitalario provincial debido al estado de ruina del situado en la antigua plaza del Hospital (ya entonces plaza de la Universidad), que tenía como origen el antiguo de Nuestra Señora de la Esperanza, San Lorenzo y San Vicente, dependiente desde la Ley de Beneficencia de 1822 de la Junta Provincial de Beneficencia y a partir de 1868 de la Diputación Provincial, que lo había transformado en un hospital medicalizado.50

Entre 1931 y 1932 se adquirió para la ubicación del nuevo hospital un campo colindante con el paseo de la Alameda (hoy de Lucas Mallada), al lado del velódromo, cerca del casco urbano, de las Residencias Provinciales y de la Casa de Observación de Dementes. Sus más de cuatro hectáreas permitirían levantar allí dos edificios (hospital y pabellón destinado a la cura de tuberculosos, en el extremo este del solar).51 La construcción comenzó en 1932, pero los trabajos, las subvenciones y los trámites se dilataron en exceso durante los primeros meses, tanto que incluso llegó a paralizarse. En este contexto hay que entender el interés de Jaime Plá por imprimir velocidad a las obras. A los pocos días de su nombramiento Plá fue a visitar el «hospital viejo», situado frente al antiguo cuartel de San Juan. Se hallaba, según cuenta,

en un estado indecoroso, pues la mezcolanza de enfermos de distinto diagnóstico era lo habitual. […] las cocinas junto a la

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farmacia y cuadras de caballo que entonces se utilizaban para el traslado de cadáveres de la ciudad, e incluso el estiércol de las caballerías que para sacarlo se amontonaba debajo de las ventanas de las parturientas.

En su visita lo atendió el doctor Lorenzo Loste Echeto,52 jefe del equipo médico del hospital y que, junto a Franco García Bragado, había asesorado a la Diputación en la construcción del nuevo complejo hospitalario que lo sustituiría. Tras los pertinentes saludos, explica, fue sala por sala, departamento por departamento, etcétera, y una vez terminado el recorrido se reunió con todo el personal médico e incluso con las religiosas que lo regentaban. Ante la pregunta «¿Qué le ha parecido el hospital?», lanzada por el doctor Loste, Plá afirmó que lo había encontrado hecho «una auténtica porquería». Tras esta respuesta se sucedieron distintas intervenciones del personal, que se quejaba de la falta de espacio, del rechazo de las solicitudes de incrementar el número de trabajadores, de las irregularidades que había en el abastecimiento de fármacos, etcétera. Sobre este último aspecto, relata Plá:

Se me enseñó un folio escrito a dos columnas, y en la firma de la lista de medicamentos había el siguiente escrito: «Suminístrese la mitad. El Presidente», firma ilegible y un cuño que decía: «Diputación Provincial, Huesca». Saqué mi estilográfica y escribí: «Suminístrese la otra mitad. Jaime Plá», firmé el documento, puse la fecha y se lo entregué al secretario de la Diputación que me acompañaba, el señor Blanco. Le dije que pusiera el cuño y que sacara un duplicado del documento.

Al margen de este hecho anecdótico pero significativo, quedó sobre todo la promesa de concluir la construcción del nuevo hospital tantas veces demandado en los últimos lustros. Si la duración del cargo, explicó Plá, se lo permitía, así sería. Ante esta afirmación uno de los médicos presentes en la reunión le contestó: «Ya me saldrá

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barba a mí…». La cuestión es que tres meses después de su nombramiento y de la visita se organizó una recepción en la Diputación al personal médico de la provincia con motivo de las Pascuas. En ella Jaime Plá se volvió a encontrar con muchos de los que estuvieron presentes en aquella reunión, que rápidamente al verlo le agradecieron su buen hacer en tan poco tiempo, ya que el suministro de medicamentos había mejorado notablemente e incluso se había conseguido sacar a subasta la contratación del nuevo hospital y obtener la financiación para ello. La recepción se recordaría, señala, por las palabras que le dirigió el ya citado doctor García Bragado, que era quien le había mostrado dudas sobre sus promesas con el desafío de dejarse barba si cumplía todo lo que había prometido. Plá relata aquel momento: «Le recordé al doctor Bragado la respuesta de “Ya me saldrá barba…”, y vistas las cosas conseguidas… ¡a dejarse la barba! La carcajada fue general…, fue estrepitosa y resonó rato largo hasta por los pasillos».53

La realidad es que, aun habiendo logrado salvar las trabas administrativas y conseguido la financiación, con lo que volvió a salir a subasta la contratación de las obras tras acuerdo de la Comisión Gestora de la Diputación de 31 de enero de 1934,54 durante su mandato Plá únicamente vería concluido el pabellón de tuberculosos, tras dotarlo de utensilios y mobiliario. El nuevo hospital no sería terminado hasta 1944; concretamente, el 14 de agosto de ese año la Dirección General de Regiones Devastadas hacía entrega del edificio a la Diputación Provincial de Huesca. Los esfuerzos de Plá en la década anterior se vieron truncados por un sinfín de obstáculos administrativos y por su cese en el puesto, que tuvo lugar en mayo de 1934.

En cierta medida la labor de Plá al frente de la Diputación Provincial se focalizó en disponer de un análisis económico del estado de la institución y, en segunda instancia, en recuperar subvenciones y desatascar determinadas ayudas económicas para llevar a cabo obras públicas en la provincia. Las primeras y reiteradas

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cartas se dirigieron a Manuel Marraco Ramón, ministro de Hacienda.55 En todas ellas reclamaba diferentes partidas e ingresos que figuraban como pendientes. Básicamente las reclamaciones fueron tres:

1. Está por liquidar a esta diputación desde 1927, según instancia y nota presentada. Que se ordene su liquidación y pago. […] Que se ordene el pago de la patente, correspondiente al 2.º semestre de 1933 (es la participación del 15 % de la Patente Nacional de automóviles) correspondiente a la Diputación de Huesca.

2. Que se ordene a la Delegación de Huesca (de Hacienda), el pago a la Diputación de dicha Providencia del 3.º y 4.º trimestre de 1933 por recargos municipales de industrial. Ídem del 20 % de riqueza industrial, el 2.º y 3.º trimestre de 1933. De la Delegación de Huesca han remitido al Ministerio la nómina correspondiente al 5 % de rústica para la Diputación. Que se apruebe y se ordene el pago de inmediato.

3. Que se apruebe la solicitud del Ayuntamiento de San Esteban de Litera (Huesca) y se ordene el reintegro del exceso percibido por Hacienda en concepto del 16 % de contribución para atenciones de Enseñanza.56

Entre los meses de marzo y mayo de 1934 Plá invirtió numerosos esfuerzos en que sus peticiones se escucharan y en que en la medida de lo posible se atendieran, y para ello no escatimó recursos ni tiempo. En un corto lapso de tiempo fueron muchas las gestiones realizadas para hacer llegar a los ministerios o a los departamentos correspondientes sus peticiones, tal como se deduce de las respuestas duplicadas con pocos días de diferencia, de Manuel Marraco, que contestó en dos cartas, el 7 y el 18 de abril, a las diferentes misivas de Plá. En ambas cartas le decía: «no dejo de la mano ninguno de los asuntos a que en la suya hace referencia (carta recibida el 5 de abril), pues sabe el interés que me inspiran todas las cosas que a esa provincia se refieren».57

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La insistencia de Plá fue tal que consiguió la implicación del Gobierno, tal y como se desprende de dos cartas firmadas por el presidente, Alejandro Lerroux, y por el ministro Manuel Marraco. En la primera, enviada a Plá el 17 de abril de 1934, Lerroux se refería a él como «distinguido amigo y correligionario», le explicaba que tenía en su poder la carta que él le había enviado un día antes, junto a diversas notas adjuntas, y que iba a trasladarlas «a los diferentes Departamentos Ministeriales, para la pronta resolución». En la segunda, con fecha del 20 de abril, Marraco escribía a Plá para informarle de que había recibido su nota sobre los asuntos que interesaban a la Diputación Provincial de Huesca: «en respuesta a la suya manifiesto a usted que me ocupo con interés de los deseos que me expone, que ya me han sido recomendados directamente por el Presidente de la citada Diputación provincial».58

La labor de divulgación de las necesidades de la provincia fue tal que incluso el entonces ministro de Gobernación, Rafael Salazar Alonso, escribía el 24 de abril de 1934 al presidente del Gobierno para informarle de que le había llegado la carta enviada por «Don Jaime Plá, Presidente de la Diputación de Huesca». El ministro dejaba constancia de haber recibido las correspondientes peticiones: «Una vez tomada nota del contenido para hacer las oportunas indicaciones al Gobernador Civil […]».

Y por si por algún motivo sus intentos no tuvieran el efecto esperado, también escribía Plá a determinados miembros del Partido Republicano Radical para que hicieran de puente o altavoz de las reclamaciones de la Diputación. Fue el caso de Pío Díaz Pradas, a quien se dirigía el 8 de marzo de 1934 para comunicarle que se le remitía «una copia de una nota enviada a don Manuel Marraco», y añadía: «con objeto de que intervenga Vd., en este asunto de tanto interés para nuestra política».59 Asimismo fue el caso de José Orensanz, a quien se le envió una carta el 8 de marzo para remitirle una copia de las notas que en esa misma fecha se mandaban a Manuel Marraco. La misiva continuaba diciendo: «Como

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suponemos que se verá Vd. con él, cuando así sea le hable de esto mismo y le recomiende su pronta tramitación».

No cabe duda alguna del ímpetu que Jaime Plá puso en la solución de los problemas que lastraban el desarrollo de la Diputación y, por ende, de la provincia de Huesca. Varias fueron las actuaciones diseñadas, pero solo unas pocas pudieron ejecutarse. De los trescientos sesenta y cinco pueblos que componían la provincia solo cuarenta tenían comunicación telefónica. Sobre este aspecto propuso que una partida del presupuesto de la institución, que era de más de cuatro millones de pesetas, se destinara a ampliar el número de municipios con este tipo de comunicación, pero esto no pudo lograrse. Lo mismo puede decirse de sus intentos de aumentar el gasto, de forma sustancial, en instrucción pública, creación de una residencia de estudiantes becados y una escuela de capacitación agrícola, mejora y modernización del servicio de pompas fúnebres (del que tenía el monopolio la Diputación), organización de talleres o escuelas de artes y oficios (de sastrería, carpintería, zapatería, construcción, mecánica, etcétera) y construcción de «pabellones para alienados»; en suma, iniciativas en materia de servicios sociales y públicos que no pudieron llevarse a término.60

Las numerosas cartas analizadas dejan claro que uno de los principales obstáculos, si no el más importante, para conseguir financiación con la que volver a poner en marcha algunos proyectos de la Diputación e iniciar otros nuevos fue el muro administrativo y financiero que supuso el ministro de Hacienda Manuel Marraco. Desde el mismo instante en que Jaime Plá se vio obligado a realizar algunas peticiones de ayuda para agilizar o mediar entre ambos organismos, bien podría deducirse que tanto a nivel personal como a nivel político debieron de existir fuertes discrepancias.

Otra de las circunstancias que sufrió fue la del gran número de peticiones que recibiría de favores a terceras personas, recomendaciones, observaciones…, que le llevaron a un amplio abanico de diligencias de distintos calados. Así, el 1 de marzo de 1934 José María

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Lafuente Paraíso, jefe de la Sección Provincial de la Administración Local de Huesca, escribía una carta a Jaime Plá con este motivo:

rogarle su interés a favor de la familia de Marcelino Sesé, funcionario afecto a esta oficina, y que han acudido a la Corporación en súplica de ayuda económica para estudios que realiza la hermana mayor María Sesé.

El esfuerzo que realizan es muy grande, pues hasta hace poco tiempo estaban en la Beneficencia provincial […].61

Un ejemplo más fue el caso del ministro de Trabajo, Sanidad y Previsión José Estadella, quien en una carta con membrete y fechada el 30 de abril de 1934 se dirigía a Plá de la siguiente forma:

Mi querido amigo:

Con mucho gusto sigo la oportuna indicación en favor de don Juan José Lacambra, para ver si hay posibilidad de que sea nombrado chófer de la Cía. Telefónica en Lérida. No hay que decir cómo celebraría un pronto y satisfactorio resultado y entre tanto le saluda afectuosamente su buen amigo.62

De fecha 20 de marzo de 1934, otra del ministro de Hacienda Manuel Marraco Ramón afirmaba:

me permito recomendarle con interés se lleve a efecto lo antes posible el replanteo y la construcción del camino vecinal de Castejón de Sobrarbe a la carretera del Grado a Jaca, que se tiene solicitado repetidas veces, y que resuelva la crisis económica de los vecinos de Castejón y de los de su aldea de Latorre, y le estimaré mucho cuanto tenga la bondad de procurar en obsequio de estos deseos.63

El 25 de abril de 1934, y como respuesta a una carta del día 23, Jaime Plá se dirigía a Joaquín Mallo64 y explicaba:

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Respecto a la petición de los vecinos de Morillo, debo significarle que, vista la posibilidad de hacer una liquidación dentro de breves días de todo lo que afecta a caminos vecinales, y ante las varias peticiones que de caminos vengo recibiendo, me complace el manifestarle que con fecha de ayer ordené al encargado de la sección de Vías y Obras de esta Diputación el hacer una relación concreta de todos los diez o doce primeros caminos que por su situación (oferta en baja) les corresponde el hacer el estudio, planos, &, &.65

Otra carta merecedora de mención podría ser la que envió el 2 de mayo de 1934 al presidente de la sociedad Juventud Los Almogávares de Barcelona66 como contestación a un telegrama que se había recibido sobre la supuesta salida de los restos de Fermín Galán y Ángel García Hernández. Plá respondía:

Recibido su telegrama en el que expresa el deseo de esa entidad para que no se dejen salir de Huesca los restos de los gloriosos héroes de la República Galán y García Hernández, le participo que he procurado informarme no hallando origen veraz en la noticia, que de ser cierta sería el primero en oponerme y hacer todo lo posible para evitarlo.

Jaime Plá narra cómo se enteró de su sustitución. Cuenta que estaba en Zaragoza con motivo de la tramitación de algunas subvenciones referentes a Obras Públicas, Hacienda y Sanidad, que iba camino del lugar donde estaba el coche de la Diputación, y continúa:

Me encontré con unos amigos y me comunicaron que había sido destituido. Incrédulo yo, ya que no era ello posible, al haberlo efectuado en mi ausencia, sin motivo que lo justificase, ni habiéndome dado referencias de tal determinación, fui a visitar al Presidente de la Diputación de Zaragoza, don Luis Orensanz.

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Cartas enviadas por el presidente de la Diputación Provincial de Huesca Jaime Plá y Plá en abril y mayo de 1934, respectivamente, que muestran el ingente esfuerzo epistolar y de resolución de asuntos realizado durante su mandato. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

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Este habló por teléfono con el señor Pineda, y le contestó que lo hacía porque se había enterado de que yo gestionaba en Madrid su destitución, y así, antes de que yo le diera la bofetada, él me daba otra dejándome cesante, a mí y al gestor señor Pera. Con estas noticias regresé a Madrid […].67

En el mismo documento Plá da cuenta de cómo se informó al presidente del Comité Provincial del Partido Republicano Radical. Este fue llamado al despacho del entonces gobernador civil de Huesca, Pablo Francisco Pineda Loscos, y allí se encontró «con el Sr. Mallo y el Sr. Gazo;68 le comunicaron que ya estaban destituidos los Sres. Plá y Pera, que los oficios estaban ya extendidos y que los motivos eran que gestionábamos su destitución». Ante su destitución, que se produjo el 21 de mayo de 1934,69 Jaime Plá comenzó una serie de pesquisas, en primer lugar para que le fueran expuestos los motivos y en segundo lugar para dejar claras su adhesión y su lealtad al Partido Republicano Radical, del que era militante y defensor. La primera misiva la mandó a Alejandro Lerroux, presidente de la República en ese momento y máximo dirigente del Partido Radical. Fechada el 6 de junio de 1934, comienza con un «Querido jefe», que era la fórmula con la que Plá siempre se dirigía a él. En la carta le explicaba:

Hallándome en Madrid, y sin que hasta el presente se me hayan dicho las causas, fui destituido de mi cargo de Presidente de la Diputación. Al comunicárselo a usted me respondió que me quedase hasta el cambio de Gobernador, para zanjar la cuestión. Me quedé algunos días, hasta que visitando a mi querido amigo, y abogado, Sr. Salazar Alonso, al pedirle que enviase persona técnica, idónea, que hiciese una revisión de mi actuación, me prometió ser atendido, pero lo que necesito y precisa mi dignidad personal, y lo que afecta a la dignidad del Partido, es la rehabilitación, ya que el procedimiento empleado para dejarme cesante, sin motivo que lo fundamente, denigra no solo a mi persona, sino al Partido.70

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En otra carta, de noviembre de 1934, denunciaba la injusticia de su destitución y se refería a las acusaciones que había vertido sobre él y su gestión el recién nombrado gobernador de la provincia de Huesca Pedro Pilón,71 a las trabas administrativas que se le habían puesto para conseguir una subvención, a las críticas que se habían lanzado sobre su persona diciendo que en San Esteban incluso se había llegado a arrastrar una efigie de Alejandro Lerroux… En suma, y el propio Plá así lo narra, estaba siendo «instigado por adversarios» que solo querían quitárselo de en medio.72 Mientras intentaba conseguir la mediación del presidente del Gobierno, y ante la falta de respuesta de este, Plá dirigió varias cartas a determinadas personalidades con el fin de obtener una respuesta de Lerroux. Una de ellas la dirigió a Rafael Guerra del Río73 el 11 de noviembre de 1934. Refiriéndose a él como «distinguido amigo y correligionario», le explicaba que se había trasladado a Madrid hacía quince días con el fin de entrevistarse «con el jefe», pero hasta el momento no lo había conseguido. A continuación le decía:

Cuando por necesidades del partido, y otras de matiz político ha convenido, no he omitido sacrificio; ni mirado su cuantía, ni magnitud para entrevistarse con él, y, cosa singular, mil veces lo he visto a los pocos minutos de anunciárseme; hoy cual previendo que se trata de algo particular, de algo íntimo, parece que se levanta entre el jefe y yo, una barrera inexpugnable. […] Ante esta dificultad no he dudado dirigirme a varios amigos, como Vd., para que vean de conseguirme cinco minutos de audiencia para con el jefe. No he de ocultarle los motivos que me obligan a ello, confiando que me ayudará en mis lógicas y legítimas esperanzas.

[…] Hoy vengo acuciado por esta necesidad. Todos mis amigos han alcanzado puestos distinguidos, han sido o son directores generales, delegados gubernativos, gobernadores, etc. Yo no pido cargos de ostentación. Solo me limito a solicitar alguno que libre de los vaivenes políticos, me permita continuar la labor política

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en la provincia, y asegurar el pan de los míos. Pido un cargo de consejero en Trabajo, Ferrocarriles, Bancos, etc.74

Y en última instancia escribió una carta más a Alejandro Lerroux. Fechada el 29 diciembre de 1934, comenzaba así: «Querido Jefe: Me permito molestarlo una vez más, la última quizá. Y digo la última, porque no estoy dispuesto a tolerar la persecución de unos y el olvido de otros». En un tono derrotista y de dolor, era claro al explicar:

Un Gobernador mujeriego me destituye de la Diputación. De él, Marraco le dará razón. Un llamado Radical me insulta (Mariano Marraco) diciéndome que soy funesto, y otras lindezas. Faltando a la verdad, propagan que en este Centro Radical se ha arrastrado su efigie y dado mueras. Gracias a Mallo no consigo el pago de una subvención de las Escuelas después de 16 meses de conseguidas y un año de terminadas. Por los pósitos se me amenaza. Estoy un mes en Madrid para darle cuenta de mi situación, y ni casi saludarlo. Los diputados de la región se molestan con tanta persistencia mía. Me piden con insultos revisión del Ayuntamiento de mi Presidencia, y yo les reto exigiéndolas muy rigurosas. Y finalmente una entidad Bancaria, de la que durante 17 años he administrado una hacienda, instigada por adversarios, me quita el pan. Este es el resultado de mi actuación fundando Centros, llevando masas al partido, teniendo en mi archivo particular más de 2400 cartas de los correligionarios de la provincia (cosa que no tiene el provincial) y dándolo, en fin, todo, TODO, al partido, y cuando moral y materialmente estoy agotado caen sobre mí una serie de persecuciones que culmina hasta verme privado del pan de mis hijos.75

La realidad es que sus numerosas peticiones de posibles explicaciones no encontraron respuesta alguna y sus intentos de recabar información fueron infructuosos. Su cese no hizo más

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Carta enviada por Jaime Plá a Alejandro Lerroux, presidente del Gobierno de la República y máximo dirigente del Partido Republicano Radical, el 29 de diciembre de 1934 en la que denunciaba la injusticia de su destitución de la presidencia de la Diputación Provincial de Huesca.

(Archivo Histórico Nacional)

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que enseñarle a Plá que el camino político que hasta ese momento había transitado comenzaba a estar empedrado y lleno de dificultades. Una vez cesado en su cargo de presidente de la Diputación, Jaime Plá vio como su gestión en el Ayuntamiento de San Esteban de Litera iba a ser otro campo en el que se iban a presentar serias dificultades. En una carta enviada el 23 de febrero de 1935 a Enrique Peyró, gobernador civil de la provincia de Huesca en ese momento, escribía Plá:

Con fecha 22 de febrero de 1935, se realizó en este ayuntamiento una investigación administrativa, motivada por denuncia de varios vecinos de esta localidad. El resultado de la investigación fue altamente favorable para este ayuntamiento popular. De ello, como es lógico, solicitamos la oportuna copia, de la investigación y resultado de la misma, sin que hasta la fecha haya llegado a esta alcaldía la copia solicitada. En consecuencia, respetuosamente SUPLICO se digne ordenar a la Sección de Administración Local de la Provincia me sea remitida copia íntegra y total de la citada investigación.76

1935-1936: el comienzo del fin. Destitución, repudio político y represión

La situación socioeconómica con la que se encontró Jaime Plá después de su destitución y el comienzo de la rumorología sobre la gestión por él realizada en el Ayuntamiento de San Esteban propiciaron que también fueran objeto de revisión y crítica sus labores de dirección de las fincas en las que había ejercido como administrador durante décadas, una coyuntura complicada desde el punto de vista económico. Algo que le dejaría huella, y que sería objeto de dos reportajes del Heraldo de Madrid, fue la ayuda que le prestaron en 1935 numerosos jornaleros de toda la comarca a la hora de sembrar y

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de cosechar la finca Coto Redondo que él administraba, propiedad del Banco Comercial de Tarrasa (Plá intentó comprarla, pero finalmente no se cerró la operación). En ellos se detallan el contexto, los hechos y el porqué de estos. El primer artículo, publicado el 15 de marzo,77 hace referencia a que más de cien labradores de la localidad habían roturado y sembrado cerca de trescientas fanegas. El segundo, aparecido el 9 de agosto,78 explica que se había corrido la voz de las dificultades por las que pasaba Jaime Plá y que, con el fin de echarle una mano, más de ochenta trabajadores procedentes de los pueblos de Esplús, Monzón, Binéfar, Alcampell, etcétera, llegaron a la finca un día al amanecer y en una sola jornada realizaron la cosecha: «cuatro máquinas segadoras y más de veinte guadañas», afirma, «siegan la mies de más de 200 fanegas».

Todos los entrevistados pusieron énfasis en la encomiable gestión y en la dedicación de Jaime Plá como alcalde y como presidente de la Diputación Provincial de Huesca. Se recogieron numerosos testimonios en los que se repasaba todo lo que se había conseguido en el pueblo y en la provincia, y todos señalaron el compromiso de Plá, republicano de pro alejado de etiquetas o corrientes ideológicas.

Las elecciones del 16 de febrero de 1936 dieron la victoria a los republicanos de izquierdas, esta vez aglutinados en el Frente Popular. Tanto en la provincia de Huesca como en San Esteban los cuatro candidatos del Frente Popular fueron los más votados.79 En abril se constituyó formalmente el nuevo Ayuntamiento bajo la mayoría del Bloque Popular de izquierdas y con Jaime Plá como alcalde. Todo hacía pensar que la vida política del municipio no se vería alterada, pero las celebraciones por la victoria del Frente Popular durarían muy poco. Pocas semanas después de las elecciones llegó una noticia que vendría a marcar los meses anteriores al estallido de la Guerra Civil: Jaime Plá y todos los miembros de la alcaldía habían sido destituidos por el gobernador civil de Huesca.

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El cese de Jaime Plá, cuyos motivos todavía no se conocen con seguridad, fue contestado por un nutrido grupo de vecinos del pueblo que mostraron su desaprobación ante la decisión gubernativa, «máxime cuando los nuevos miembros de la Alcaldía simpatizaban con la CEDA y Falange», tal y como ellos mismos afirmaban en un documento enviado al gobernador civil. La respuesta a los nuevos nombramientos no se hizo esperar y las organizaciones que compusieron el Frente Popular en el municipio (Bloque del Centro Republicano, Cooperativa Obrera, Juventud Republicana y Ateneo Cultural), con un total de ochocientos treinta socios, cifra nada desdeñable, suscribieron un documento de protesta que elevaron al Gobierno Civil para exigir las pertinentes explicaciones y solicitar la restitución de los cesados. Este clima de incredulidad y sorpresa pronto se vería superado por la temible noticia del golpe de Estado del 18 de julio y el inicio de una cruenta guerra.

El cese obligado en sus funciones de alcalde se produjo a finales de abril de 1936. Inmediatamente, como ya era norma en su forma de actuar, Plá pidió por escrito explicaciones de tal decisión a determinados cargos. El 8 de mayo envió dos cartas calcadas en las que de forma insistente solicitaba que se le aclarasen los motivos. Una de ellas iba dirigida a Josep Maria Bertran, y la segunda a Casimiro Lana Serrate,80 ambos relacionados con la provincia de Huesca y con un reconocido empaque político. En las dos misivas (se presume que podría haber enviado un número mayor) Plá repite las mismas afirmaciones:

Ignoro las causas o los motivos de tan fulminante determinación. Los unos dicen que yo pedía la destitución del Gobernador; otros que mi actuación en la Diputación y otros, en fin, que no pertenecía yo a Izquierda Republicana. Jamás pedí yo la destitución alguna de gobernadores. Mi actuación en la Diputación jamás me abochornará, ya que a dignidad y honradez no llegan a mi sombra los difamadores que pretenden oscurecerla.

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[…] Y con respecto a si pertenezco a Izquierda, al socialismo o al comunismo, mi actuación y mi obra, no data de un día, ni de un mes, ni de un año; y a la obra realizada me apelo. […] suplico como un único favor una explicación de este atropello y de este abandono. Creo que era merecedor de algo más.81

Es el propio Plá quien nos ofrece una narración de lo acontecido los días siguientes al golpe de Estado del 18 de julio de 1936.82 En el relato-alegato que incluyó en su consejo de guerra da testimonio de todo. Cuando estaba realizando las labores de «director de la explotación agrícola “San Miguel de la Encomienda”, propiedad de Industrias Mineras S. A., situada a 20 kilómetros de Binéfar», recibió un aviso, sobre las ocho de la mañana del 19 de julio, «de que la abuela de mi esposa, se hallaba en San Esteban de Litera, en estado gravísimo». Al llegar a Binéfar se enteró de que se había «proclamado el estado de guerra». El fatal desenlace del fallecimiento, que aconteció el día 21 de julio, marcó en su memoria aquellos momentos. Acerca de esos días de julio explica:

Me llamaron tres o cuatro veces un llamado Comité de la FAI, negándome terminantemente a acudir. Al tercer día de los sucesos, el citado Comité se apoderó de la llave del ayuntamiento, haciendo salir a todos los componentes del mismo. Pocos días después, quemaron el archivo municipal […]. Se me incautaron de las fincas San Miguel de la Encomienda y de Coto Redondo, que dirigía y administraba desde hacía diecinueve años.

En suma, las funciones ejecutivas del municipio de San Esteban fueron asumidas por el Comité Local de la CNT, que de forma casi inmediata llevó a cabo colectivizaciones, incautaciones (como las de las casas de Mariano Marraco y Nicolás Santos de Otto), acciones de coerción y represión contra determinados vecinos de San Esteban, etcétera. Incluso se tomó la decisión de cambiar el

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nombre del municipio, que pasó a llamarse Altemira. No nos es posible determinar con la debida precisión el periodo en el que el pueblo ostentó ese nombre ni durante cuánto tiempo ejerció el poder el citado Comité.83

A los pocos días de formarse el Comité Local, Plá fue nuevamente llamado para que tuviera una reunión con algunos de sus miembros, quienes le propusieron que entrara «a su colectividad como el Sr. De Salas, D. Florencio Sánchez, Luis Enjuanes, etc., etc.», oferta a la que respondió con una negativa. Ante esa situación, se le encomendó la función de trasladar en coche a determinados cargos del Comité. En esos traslados se realizaron incautaciones de fincas para la colectivización de las tierras y otras acciones de diversa naturaleza y de gran dureza.

Varios son los episodios que pueden reseñarse en los que Jaime Plá fue protagonista. Uno de ellos fue la puesta a salvo de las religiosas del hospital-colegio que las carmelitas tenían en San Esteban. Plá recibió un aviso de la madre superiora del centro, que, muy asustada, estaba viendo como varios miembros del Comité Local cargaban piezas de la capilla de san Roque en un camión que habían aparcado a las puertas del hospital. Plá habló con algunos de ellos con el fin de quitar presión a la situación y ofrecer garantías de bienestar a las religiosas. Aunque pudo conseguirles cierta seguridad, decidió ayudarlas a salir de allí:

de acuerdo con las citadas religiosas y con mi esposa, las pusimos a salvo, llevándolas y acompañándolas personalmente a sus respectivos domicilios familiares; pese al peligro que ello significaba mi esposa acompañó hasta su casa de Reus a la Rvda. Madre y a una hermana; otra a Manresa; yo llevé en mi propio coche otras hermanas a Benasque y Estadilla y a otra a Barbastro.

En otra ocasión el Comité Local aprobó un bando referente a la destrucción de estampas, cuadros e imágenes religiosas de las casas particulares. Plá poseía una talla extraordinaria de la

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Virgen de la Providencia de la que no quería desprenderse: «nos negamos a entregarla hasta que, conminados con los fusiles en el pecho, en el mismo centro y en plena calle, tuvimos que entregarla». Además, escondió en su casa las reliquias de la parroquia de San Esteban, y, una vez terminada la guerra, Vicenta, su esposa, volvió a llevarlas a la iglesia. Con motivo del estado de guerra que imperaba, muchas eran las personas que a corto plazo corrían serio peligro. Ese era el caso del entonces médico titular de Esplús, Rafael Carrera Tornos. Al enterarse de este peligro, el 4 de septiembre de 1936 Plá fue a recogerlo con su propio coche y lo llevó a Camporrells, donde vivía su hija, que tiempo después sería nombrada jefa local de la Sección Femenina de FET y de las JONS. A los pocos días de ese suceso Jaime Plá tomó la decisión de abandonar San Esteban de Litera y marchar junto con su hijo Joaquín, de once años, rumbo a Calella. Su esposa y sus otros dos hijos, Laura y Jaime, se quedaron en el pueblo. Tal decisión fue fruto de los rumores que circulaban sobre la resolución del Comité de fusilarlo por su negativa a colaborar con ellos en varias ocasiones. Poco después de que él saliera del municipio Vicenta fue detenida y así permaneció ocho días. Fue interrogada a diario y, una vez liberada, obligada a pagar una cuantiosa multa.84

La fecha exacta de su partida nos es todavía desconocida, pero un documento del Comité de Transportes de Lérida de CNT y UGT sitúa a Plá en tierras catalanas en octubre de 1936, en la misma fecha que él indica en la declaración que hizo con motivo del consejo de guerra. En ese documento se autorizaba a Plá a circular por carretera para llevar su vehículo a reparar a Barcelona. Su primera parada fue su pueblo natal: Calella. En casa de su madre encontró un refugio en el que pasar los primeros días tras el traslado. El cariño, el respeto y el reconocimiento hacia Jaime Plá eran tales que los máximos representantes en San Esteban de UGT y la Agrupación Comunista, organizaciones que en ese momento no formaban parte del Comité Local, mandaron al Ayuntamiento de

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Calella un escrito fechado el 26 de febrero de 1937 para solicitar que fuera bien recibido, ya que la labor que había desempeñado a favor de trabajadores y campesinos había sido encomiable.85 Pasados nueve meses desde su partida pudo regresar a San Esteban tras recibir un aviso de «los Guardias de Asalto del Ejército Rojo, que habían sido presos dos elementos del Comité de la CNT». Así lo cuenta él mismo: «Pude abrazar a mi familia, esposa, hijos, madre política, amigos, a todos…, menos a mi padre político, que falleció a los cuatro meses de mi huida». Los anarquistas fueron sustituidos por un comité integrado por militantes socialistas y comunistas. Plá solicitó a ese nuevo comité la devolución de las fincas que bajo su dirección habían sido incautadas, pero la negativa de sus dirigentes propició que volviera a marcharse a Calella. No regresaría al pueblo hasta comienzos de la primavera de 1938. En Cataluña desempeñó varios trabajos y llevó a cabo acciones que aseguraron el bienestar e incluso la vida de varias personas. En esta línea se pronunciaba José Monllor Blánquez, jefe de negociado de segunda clase del Cuerpo Técnico Administrativo de Obras Públicas de la Confederación Sindical Hidrográfica del Pirineo Oriental de Barcelona, en un documento que se aportó como aval de buena conducta en su consejo de guerra. En él Monllor da fe de que Jaime Plá trabajó como auxiliar administrativo eventual en la delegación de Barcelona entre el 4 de noviembre de 1937 y el 30 de abril de 1938, y añade:

desempeñó dicho cargo con mucho acierto y a satisfacción del que suscribe, habiendo prestado algunos otros servicios ajenos a su cargo que favorecieron en gran manera a algún empleado de esta Delegación, procurándoles avales para librarles de la incorporación a filas durante el periodo rojo en Cataluña, proporcionando además alimentos y víveres para la Casa de Familia de San José Oriol en la crisis por que pasaban las cuarenta ancianas enfermas, impedidas y desamparadas que tenía y tiene dicho establecimiento fundado y sostenido por el que suscribe.86

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También tenemos constancia de que trataba con alfalfa para importar fajos a Barcelona y vendía productos textiles en la zona de San Esteban, una red comercial susceptible de ser calificada como ilegal de la que pudo sacar un beneficio económico que le permitió vivir y mantenerse en Barcelona con su hijo Joaquín. Del mismo modo, la documentación consultada y los testimonios recogidos en su consejo de guerra indican una relación directa con el Comité de Refugiados de Aragón en Barcelona. Pensamos que debió de ser miembro del órgano de dirección o estar muy próximo a él, ya que hay relatos en los que se explica que consiguió avales o salvoconductos para que algunas personas perseguidas pudieran llegar a Francia.

En una declaración jurada incluida en su consejo de guerra cuatro personas dan fe de las acciones llevadas a cabo por Plá para salvarles la vida cuando él residía en Calella: María, Cristina y Catalina Santigosa y Galcerán, y Alberto Giol y Galcerán. En ella afirman:

Don Jaime Plá y Plá […], que accidentalmente residió en Calella durante parte del tiempo en que imperó el terror marxista, evitó que se cometieran atropellos contra las personas firmantes del presente documento, lo que se complacen en hacer constar a favor del referido señor don Jaime Plá y Plá.87

El mismo contenido encontramos en una declaración, fechada el 15 de marzo de 1939, del teniente de la Guardia Civil de Calella, quien certifica lo siguiente:

D. Jaime Plá y Plá, pese a los peligros y responsabilidades que para él concurrían, me refugió en su casa de Calella cuando fui procesado y perseguido por los rojos. Que así mismo me facilitó falsa documentación y en su propio coche condujo él personalmente a través de numerosos controles desde Calella hasta Vich […] ocultándome en sus montañas tras recorrer más de 200 kilómetros.88

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El 31 de marzo de 1938 las tropas sublevadas llegaron a San Esteban de Litera, y de forma paralela la ofensiva sobre Cataluña cercenaba el territorio que estaba bajo el control de la República. Ambos factores propiciaron que Jaime Plá regresara a San Esteban. Con este retorno inició una nueva etapa de su vida, marcada por la represión y el encarcelamiento.

La larga posguerra: condena y encarcelamiento

Jaime Plá fue detenido el 8 de febrero de 1939 bajo la acusación de auxilio a la rebelión y trasladado a la prisión provisional de Huesca al día siguiente. De esta forma se abrió la causa 4080/39, que derivó en un consejo de guerra celebrado el 10 de julio de 1940. El 13 de abril de 1939 tuvo lugar su declaración ante el juez instructor. Comenzaba así un duro camino de encarcelamiento, injurias y lucha. Durante el tiempo que pasó en prisión antes de la celebración del consejo, Plá defendió su inocencia y denunció la situación en la que se encontraba. Catorce días después de su detención presentó al juez instructor de su causa un documento de quince páginas titulado Alegaciones en defensa de Jaime Plá y Plá. El 15 de abril de 1939, dos días después de haber prestado declaración, le entregó otro escrito, de diez páginas, con el título Justificación del interrogatorio, en que contestaba de forma detallada a las treinta y una preguntas que se le formularon en él, «refutando cada una de las acusaciones viles, ruines, que evidenciaban el canallesco proceder» de sus acusadores. Desde el 13 de abril hasta el 30 de junio Plá fue entregando al juez, a medida que los recibía, más de veinte avales o certificaciones que acreditaban «la dignidad, nobleza y honradez, moral, social y políticamente», con que había actuado siempre en su «dilatada vida». Un año después de su detención, al no haberse producido la correspondiente notificación de procesamiento, se

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acogió a la orden presidencial de enero de 1940 en la que se estipulaban los plazos y los procedimientos jurídicos para solicitar el sobreseimiento de su causa. En última instancia, el 5 de febrero de 1940 presentó desde la prisión provincial de Huesca un recurso al presidente de la Comisión de Clasificación de Detenidos de Huesca en el que, refiriéndose tanto a su declaración como a los numerosos testimonios recogidos para su defensa, alegaba:

Han evidenciado mi intachable conducta moral, pública y privada, no encontrando motivo procesal, y consecuentemente por falsedad de la denuncia, debe serme aplicado el apartado 3 del art. 456 del precitado Código de Justicia Militar, o sea el sobreseimiento definitivo de mi causa, con todos los pronunciamientos favorables. […] Los selectos y a la par numerosos testimonios aportados al sumario de mi causa evidencian rotundamente no solo mi inculpabilidad, sino que dan fehacientes pruebas de mi personal actuación, de lo que sin jactancia ni falsa modestia, estoy orgulloso, como cristiano y genuino español, y demuestran por pasiva el indigno proceder de quienes, a sabiendas que mentían, tuvieron la osadía de acusarme de presuntas faltas y supuestos delitos.89

El fiscal solicitó una condena de treinta años por prestarse a la rebelión. Entre las muchas acusaciones resonaban las siguientes: asesinato, masonería, contrabando, propaganda demagógica contra los líderes de la guerra de liberación, difamación de la clase política vencedora de la guerra, antecedentes izquierdistas, connivencia con el comunismo, instigación de revueltas, etcétera. Algunos de los testimonios expuestos en su contra fueron los de los nuevos cargos municipales de San Esteban de Litera, afines al llamado Movimiento Nacional y nombrados por las tropas sublevadas, así como otras acusaciones infundadas vertidas por personas de Alcampell, Binéfar y Tamarite de Litera principalmente.90 Estos y otros testimonios se habían incorporado a lo largo del mes de abril de 1939 a

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su expediente del consejo de guerra. Fueron llegando escritos en los que se narraban determinados hechos relacionados con delitos de propaganda ilegal, alteración del orden público e instigación de revueltas, todos ellos firmados por varias docenas de vecinos de San Esteban y de otros pueblos de alrededor. Con todo ese material se armó el caso contra Jaime Plá.

A lo largo de la amplia documentación que Jaime Plá conservó se dejaba constancia de una falta total de garantías procesales. Autores como Francisco Polo, Arturo Acebal o Adolfo Burriel, que ejercieron de abogados defensores en numerosos consejos de guerra y juicios del Tribunal de Orden Público de Aragón, dan fe de las prácticas tendenciosas y las limitaciones con las que actuaban. El propio Plá enumera diversas irregularidades que denunció en su momento, como por ejemplo la no posibilidad de elegir abogado defensor (además de que, según dice, su abogado defensor no fue ni una vez a visitarlo a la prisión), la no notificación del procesamiento, la no aplicación de las diligencias de prueba, solicitadas por escrito y verbalmente, etcétera. En su consejo de guerra se pueden encontrar numerosos avales de buena conducta. La variedad y la vehemencia de sus autores son destacables. Estos fueron los firmantes:91

Arturo Benosa, capitán de la Guardia Civil perteneciente a la Capitanía General de Barcelona

José Monllor Blánquez, jefe de negociado de segunda clase del Cuerpo Técnico Administrativo de Obras Públicas de la Confederación Sindical Hidrográfica del Pirineo Oriental de Barcelona

María Laulla, religiosa carmelita de San Esteban de Litera – Benasque

Joaquín Miguel Girbau, secretario de la Falange Española de Calella

Ernesto Cacho Vicente, jefe de la Falange Española de Calella

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Sección Femenina de la Falange Española de Camporrells

Rafael Carrera Tornos, médico titular de Esplús

Madre superiora de las religiosas carmelitas de Estadilla

María de la Transverberación, hermana carmelita de San Esteban de Litera

A. Alejos, industrial de Zaragoza

Religiosos salesianos de Gerona

María, Cristina y Catalina Santigosa y Galcerán, y Alberto Giol y Galcerán, miembros de la Falange Española de Calella

Industrias Mineras, S. A., de Barcelona

Jerónimo Masanet, sacerdote jesuita de Huesca

Cristino Gracia, vecino de San Esteban de Litera

Manuel Biel, sacerdote de los escolapios de Logroño

Marqués de Robert

Cuarenta vecinos de San Esteban de Litera

Tres vecinos de San Esteban de Litera

Dolores Solans, vecina de San Esteban de Litera y hermana de Lorenzo Solans, sacerdote «mártir»

Marcelino Olaechea Loizaga, obispo de Pamplona (carta particular)

Basilio Martí Ballester, hasta 1935 abogado en Huesca y posteriormente juez instructor militar en Madrid

Director de Casa Oriol de Barcelona

Banco de Tarrasa

Granja-Escuela Experimental de Gerona

Incluso llegó a emitir un informe el presidente de la Comisión Gestora de la Diputación Provincial de Huesca, fechado el 14 de abril de 1939, en el que explicaba:

según se desprende de los documentos obrantes en el archivo de esta Diputación el Sr. don Jaime Plá y Plá, fue designado con

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fecha 7 de Octubre de 1933, miembro de la Comisión Gestora de esta Diputación, con el carácter de republicano radical, desempeñando el cargo de Presidente y continuando con tal cargo en una reorganización que experimentó la Comisión en febrero del año 1934.

Del examen de las actas y documentación se desprende que su actuación fue anodina, dentro de la política radical que en aquellos momentos imperaba en la nación, no produciéndose precisamente como izquierdista, antes bien, como político de orden, según se desprende de la lectura del Acta correspondiente al día 16 de diciembre de 1933, en la que actuaba de presidente, según copia certificada que se acompaña. Existen otros acuerdos igualmente favorables, en el sentido de reparar atropellos hechos por los políticos de izquierda a su paso por esta Diputación contra dignos funcionarios de la misma.92

A pesar de la firme voluntad y la tenacidad de Jaime Plá para defender su honor y demostrar la falta de credibilidad del propio proceso judicial, el 6 de agosto de 1940 se le notificó la condena: doce años y un día de reclusión menor por el delito de rebelión No obstante, su reclusión finalizaría el 24 de junio de 1942, tal y como se puede ver en su certificado de buena conducta, y pasó a ser un reo en situación de libertad condicional hasta el 24 de julio de 1946, cuando le fue concedido el indulto a tenor del «Decreto de 9 de octubre de 1945 por el que se concede indulto total a los condenados por delito de rebelión militar y otros cometidos hasta el 1.º de abril de 1939».93 De esta forma, Jaime Plá permaneció en prisión efectiva tres años y varios meses, y en libertad condicional algo más de cuatro años.

Lo llamativo es que fue el propio Jaime Plá quien tramitó el pertinente recurso para que le fueran aplicados los beneficios de ese decreto. En su escrito al juez instructor, el comandante de infantería Sebastián Bosques Ventura aludía a la falsedad de las acusaciones y a la estricta moralidad de todos sus actos; en suma, era

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una nueva ocasión en la que quedaba constancia de la elocuencia de Plá. Tras examinar su caso, el Ministerio Fiscal dictaminó:

De los actos del solicitante no se desprende que haya tomado parte en actos de crueldad extrema ni participado directamente y activamente en delitos de sangre, violaciones, profanaciones u otros delitos que por su índole repugnen a todo hombre honrado. Otra parte no se acredita que haya incurrido en casos de reincidencias o reiteración, los cuales dejarían sin efecto los beneficios contenidos en el decreto de referencia. […] ES PROCEDENTE la concesión del indulto total del resto de la pena que le queda por cumplir. 24 de julio de 1946.94

Mientras estaba en prisión también se procedió a la apertura de un expediente en el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas de Zaragoza. El 22 de agosto de 1940 José María San Agustín Mur, secretario de ese tribunal, certificaba mediante documento oficial que se había abierto procedimiento contra Jaime Plá. El expediente 2903 contra Plá tuvo como juez a Norberto Asín Iriarte y como secretario a Isidoro Álvarez Iglesias, ambos pertenecientes al Juzgado Instructor Provincial de Responsabilidades Políticas de Huesca. Como en todo expediente de responsabilidad política, desde el Juzgado Provincial se solicitó información sobre el acusado, entre otros, al alcalde de la localidad en la que residía, al jefe local de FET y de las JONS, al párroco y al comandante de la Guardia Civil. Las peticiones se realizaron el 5 de septiembre y al día siguiente ya se recibieron respuestas.95

El delegado provincial de Falange explicaba:

Era propagandista de las doctrinas demagógicas del marxismo y creador por los pueblos de la Comarca de las Juntas del Frente Popular.

Iniciado el Movimiento, como presidente del Frente Popular, estaba encuadrado en la UGT. Durante los primeros días del dominio

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Sentencia del consejo de guerra al que fue sometido Jaime Plá, de fecha 10 de julio de 1940, por la que era condenado a doce años y un día de reclusión menor a causa de «un delito de auxilio a la rebelión». (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

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rojo, formó parte del Comité Revolucionario, actuando en él, destacándose, entre otras cosas, la incautación de la finca del Sr. Salillas. […] Posteriormente se tiene noticias de que ocupaba un cargo en la Generalidad de Cataluña. Se le cree autor moral de los asesinatos cometidos en el pueblo de San Esteban de Litera.96

Desde el Ayuntamiento de Huesca también se emitió una carta, fechada y firmada el 17 de septiembre, en la que se decía:

Al advenimiento de la República estaba afiliado al partido Radical y fue nombrado Alcalde del pueblo de San Esteban de Litera, distinguiéndose por su actuación sectaria y contraria a las personas de derechas y sus intereses; proyectó y llevó a cabo obras municipales en las que no dejaba trabajar a los obreros contrarios a su ideología; semanalmente reunía en un local denominado Centro Republicano a todos sus adeptos y en sus conferencias exaltaba la personalidad de los elementos de izquierdas y difamaba a las personas de orden. Posteriormente fue nombrado Gestor de la Excma. Diputación provincial y más tarde Presidente de la misma, siendo su actuación en dicho cargo bastante moderada y en el aspecto económico inmoral. […] En el año 1934, con motivo de los sucesos ocurridos en la repetida zona [San Esteban], ocultó durante unos días y luego llevó a Andorra, utilizando para ello el automóvil oficial de la Diputación, al cabecilla extremista MANUEL MORENO CLAVERÍA 97

En lo que respecta a la Comandancia de la Guardia Civil, en su respuesta se detallaba lo siguiente:

Fue Presidente de la Diputación de Huesca durante algún tiempo con la República, cargo que le fue concedido por los partidos del Frente Popular y durante las visitas que hizo a esta Capital tanto en el tiempo que desempeñó el cargo citado como alguna otra vez que vino, demostró ser elemento de izquierdas, pero se desconoce en este puesto sus actividades.98

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Y en última instancia consta la carta del que era alcalde de San Esteban de Litera en esos momentos. El 1 de diciembre enumeraba las acciones de Jaime Plá:

Presidente del Centro Republicano, dándose de baja para presidir el Frente Popular, siendo el organizador del Frente Popular en toda La Litera.

Era izquierdista distinguiéndose mucho en su propaganda a favor del Frente Popular […].

Pertenecía a la UGT. […] Siendo el organizador de dicho sindicato en la población, distinguiéndose por sus mítines y propagandas marxistas que defendía con gran calor.

[…]

Se sabe que estuvo en Francia en varias ocasiones, sin saberse qué tiempo […].

Su conducta fue siempre pésima.

Del mismo modo, se le informó de que también se había abierto un expediente sancionador de responsabilidad política contra su mujer, Vicenta Benosa Llacera, y su suegra, Nicanora Llacera Villas. A ambas se les aplicó la Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 9 de febrero de 1939 y publicada en el Boletín Oficial del Estado el 13 del mismo mes, la cual sancionaba con multas económicas, inhabilitación o destierro a las personas que habían sido simpatizantes de las organizaciones de izquierdas y republicanas y que hubieran mostrado oposición al alzamiento del 18 de julio de 1936. El principio de retroactividad se aplicó contra quienes «contribuyeron con actos u omisiones a forjar la sublevación roja […] y entorpecieron el triunfo, providencial e históricamente ineludible, del Movimiento Nacional».

Con la máxima rapidez ejecutoria el alcalde envió a las afectadas una carta en las que les comunicaba que el 13 de marzo el entonces gobernador civil de la provincia de Huesca, Antonio

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Mola Fuertes, nombrado en enero del mismo año, había tomado la decisión de aplicarles la sanción, y añadía:

Constando a este Centro la conducta observada por Vdes. en relación con el Glorioso Movimiento Nacional, no acatando si no es por la fuerza las órdenes de las Autoridades y dando con su carácter agresivo y rebelde un ejemplo nada recomendable y sostener además relaciones innecesarias con familias de dirigentes que pertenecieron al Comité rojo, he acordado en PROVIDENCIA de hoy imponerles a cada una de ustedes una multa de CIENTO CINCUENTA pesetas, significándoles que la sanción será más grave si se me denuncia nuevamente la conducta de ustedes, que espero cambie para su bien, con respeto a nuestra CAUSA.99

El 18 de abril se remitió un escrito de la alcaldía de San Esteban, concretamente del secretario, José María Arribas, al Gobierno Civil de la provincia de Huesca en el que se decía:

Don Justo Lanao, vecino de San Esteban de Litera, ha ingresado en el día de la fecha en este gobierno la cantidad de TRESCIENTAS PESETAS, importe de la multa impuesta a Doña Vicenta Benosa Llacera y Nicanora Llacera Villas, según providencia de 13 de marzo último.100

Casi con la misma inmediatez con que se inició el expediente sancionador Jaime Plá dedicó todos sus esfuerzos a limpiar los nombres de su esposa y su suegra. En mayo de 1939, cuando estaba recluido en la prisión provincial de Huesca, envió al gobernador civil un escrito en el que le manifestaba su incredulidad y le suplicaba que atendiera a las pruebas que adjuntaba al escrito con el fin de aclarar que ambas estaban siendo víctimas injustas de la sanción, ya que todas sus actuaciones estaban recubiertas de nobleza y lealtad y eran «dignas de todo elogio y encomio».

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En toda la documentación que se generó como consecuencia de los recursos interpuestos contra la sentencia de su consejo de guerra Plá siempre incluía unas líneas en las que mostraba su disconformidad por esa multa alegando que ambas siempre habían obrado de forma cristiana, honorable y patriótica. Sea como fuere, en agosto de 1943 se notificó el sobreseimiento del expediente de responsabilidades políticas, una pequeña victoria en el arduo camino que Jaime Plá tuvo que andar hasta conseguir su indulto.

En los años cuarenta en San Esteban la reconstrucción social se vio fuertemente condicionada por las distintas acciones represivas que los sublevados pusieron en marcha durante la guerra y en la inmediata posguerra. Durante el bienio 1938-1939 alrededor de cincuenta vecinos de San Esteban fueron juzgados por «adhesión a la rebelión». En los territorios en los que el golpe de Estado triunfó se declaró el estado de guerra y se anunció que quienes llevaran a cabo alguna acción contra la sublevación militar serían juzgados en consejo de guerra sumarísimo y condenados a la pena de muerte, que se ejecutaría de inmediato. Las acciones constitutivas de delito eran muy variadas: haber sido diputado, alcalde, concejal o miembro de los comités revolucionarios o de defensa puestos en marcha por el Frente Popular (en tal caso, e independientemente de su actuación, se les condenaba porque «durante su mandato» se habían producido determinados desmanes); haber participado en hechos de sangre —no siempre probados de manera fehaciente—; haber intervenido en registros, incautaciones, saqueos o detenciones; haber sido miliciano armado a las órdenes del comité revolucionario de la localidad —haciendo guardias y controles de carreteras—; haber maltratado de palabra u obra a presos de derechas; haber sido testigo de cargo en juicios ante los tribunales populares; haber tomado parte en el incendio de iglesias y ermitas o en la destrucción de imágenes sagradas y objetos de culto; haber marchado con su reemplazo

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o voluntariamente al frente y haber alcanzado graduación en el «ejército rojo»; etcétera. El consejo de guerra sumarísimo de urgencia se caracterizaba por la ausencia total de garantías y ha sido calificado como «mero trámite para dar una apariencia legal a la venganza».101

De los casi cincuenta vecinos que fueron juzgados la gran mayoría fueron condenados por haberse opuesto de una forma u otra al «Glorioso Movimiento Nacional» y en contados casos se decretó su absolución y su puesta en libertad. Las condenas oscilaron desde los seis meses y un día hasta la pena de muerte, que a veces se conmutaba por treinta años de prisión. Pero las solicitudes de indulto o conmutación de pena que se tramitaron en la década de los cuarenta fueron rechazadas, salvo alguna excepción.102 Varias fueron las misivas enviadas al entonces alcalde, Jesús Cajal López, desde distintas cárceles para informarle de la concesión o la denegación de la libertad condicional. Encontramos cartas desde las prisiones provisionales de Huesca, Soria y Barbastro (Capuchinas) y la prisión central de El Puerto de Santa María.

La vida en prisión

Sobre la vida de Jaime Plá en la prisión ubicada en el antiguo edificio del Instituto de Huesca, en la plaza de la Universidad, pueden destacarse varios aspectos. La primera consecuencia de los procedimientos judiciales en los que se encontraba inmerso fue el tiempo que dedicó a redactar cada una de las instancias que forman parte de su consejo de guerra. Puede afirmarse con total rotundidad que durante los tres años que estuvo en la cárcel diseñó, escribió y mandó decenas de solicitudes y documentos para que su sentencia fuera revisada e incluso anulada.

En segundo lugar, y es algo que marcaría una tónica en su vida cuando saliera de prisión, estaría la escritura creativa. En su archivo

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privado se conserva un escrito titulado ¡Libertad! que narra el día a día en prisión de un recluso llamado Tiago. Este sería el seudónimo con el que Plá firmaría algunos de sus relatos. En esa narración también tiene cabida la mujer de Tiago, Ramona, nombre con el que Plá se refiere a su esposa, Vicenta. El conjunto narrativo es extraordinario, de una gran sutileza estilística y formal, y está cargado de connotaciones y, por supuesto, para cualquier ávido lector, de mucha información indirecta.

Durante los tres años de encarcelamiento las penas de Jaime se centraban sobre todo en la delicada situación económica de su familia, tal y como recoge en su escrito. En esas circunstancias, se vio obligado a pedir dinero a distintas personas para que se lo hicieran llegar a Vicenta, quien contaba únicamente con «unas pocas pesetas».103 A esas preocupaciones se sumaban las originadas por las noticias sobre la suerte de algunos de sus amigos y sus conocidos, unos condenados, otros fusilados…

En tercer lugar, nos encontramos con un Jaime Plá dedicado a otra de sus pasiones: la música. Durante su estancia en prisión se encargó de la dirección y la organización de la orquesta de la cárcel. En su archivo hemos podido encontrar varias obras: los villancicos a tres voces Duerme, duerme, Ya se van los quintos y Pastorela; obras completas con varios instrumentos como La canción del segador, Yo elegí mi dolor o La canción del cautivo; poemas como Indocaciones o Sálvame, Virgen María… Plá indicaba en cada obra la fecha de realización, y ello nos ha ayudado a entender, en parte, cómo pudo sobrellevar la privación de libertad. Se puso a componer y dirigir la orquesta pocos meses después de su encarcelamiento y lo hizo hasta unos meses antes de salir de la cárcel.

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DESPUÉS DE LA CÁRCEL

Lejos de San Esteban de Litera

La alegría de la concesión de la libertad condicional y la excarcelación a finales de junio de 1942 se vio pronto enturbiada por la situación económica. Es necesario que nos detengamos aquí para reseñar que una vez que se conoció la noticia de su salida de prisión fueron muchas las misivas que le fueron enviadas para mostrarle satisfacción por su libertad, preguntarle por su salud y la de su familia e incluso pedirle favores. Una de ellas fue la de Eugenio Urdiáin, propietario de la Industrial Oscense, una fábrica de bebidas espumosas y lejías. Su carta, mandada en septiembre de 1942, fue de las primeras que Jaime Plá recibió, y en ella el remitente le daba muestras de cariño y aprovechaba la ocasión para pedirle un favor: «Necesito cloruro de cal para mi industria de lejía, pues de carecer de él tendré que dejar de fabricarla. Usted con sus amistades quizá pueda conseguirme, rogándole pues se tome la molestia de averiguar dónde existe y ponerse en contacto conmigo».104 En otra carta José Paraled, en julio de 1944, le hacía llegar todo su cariño y su alegría por su salida de Huesca y le instaba a que se vieran pronto para darse un fuerte abrazo. Sin recursos, Jaime tomó la decisión de marchar a otras tierras en busca de oportunidades. Su primer destino fue Albacete. La razón por la que acabó en una zona en la que no tenía ningún tipo de arraigo o relación fue su deseo de volver a trabajar.

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Aún hoy desconocemos los motivos o las personas que lo animaron a irse a Minaya. Parece que sus labores allí se centraron en la contratación y la supervisión del personal necesario para terminar la construcción de una fábrica destinada precisamente a la producción de bebidas espumosas y lejías. En esa localidad permaneció aproximadamente un año y pudo conseguir cierta estabilidad económica. Cuando llegó allí, «población y provincia desconocida», explica, se presentó al sargento comandante del puesto de la Guardia Civil, como preso en libertad condicional y le dijo:

como desconozco el personal de Minaya, le agradecería, es más, le suplico, tenga a bien hacerme usted personalmente la selección de personal: primera etapa, 10 albañiles y de 30 a 40 años, no aprendices ni medio albañiles, 15 peones de albañiles […] de 25 a 30 años.105

Una de las afectuosas cartas que recibió, fechada el 12 de mayo de 1943 y enviada a Minaya, nos informa en primer lugar de que Jaime Plá todavía estaba en ese municipio a finales de la primavera de ese año. En segundo lugar, revela que la idea que muchos tenían de la situación en que se encontraba Jaime Plá cuando salió de la cárcel distaba mucho de la realidad. El remitente era un conocido suyo que se hallaba en Barcelona «en busca y captura de una colocación» para poder atender sus necesidades y las de su familia y que, teniendo «la suerte adversa», comenzaba a desesperarse y recurrió a él por si tenía «alguna amistad en Barcelona, o donde sea», que lo ayudara a «entrar de lleno en cualquier trabajo».106 Acudían a él presuponiendo que tenía una buena posición social y una red de amigos influyentes que podrían proveer de trabajo.

La estancia de Jaime Plá en Albacete llegó a su fin por la oferta de trabajo del marqués de Robert, propietario de la empresa Ceres de Barcelona. Una nueva etapa se iniciaba a finales del verano de 1943 y duraría hasta 1945. Se trataba de una fábrica de

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productos químicos, abonos, extractos tánicos, etcétera, y Plá llevó a cabo la edificación y dispuso las instalaciones necesarias para su puesta en marcha. Desempeñó tareas similares a las que había ejercido en Minaya: supervisión y contrataciones. Parece ser que las adversidades económicas acompañaron a Jaime Plá y su familia hasta el final, lo que se deduce de la documentación a la que hemos podido acceder. En una carta del 11 de julio de 1945 Plá respondía a Patrocinio Clúa, residente en Minaya, con quien puede presumirse que en su momento tendría una relación cercana:

con motivo del fallecimiento de mi madre, he tenido que venderme unas leñas de los bosques de Calella, para atender a los gastos, y hasta hoy no me han contestado, manifestándome que sobre el día 20 del corriente me mandarán el dinero. Así pues, amiga Patro, no creas que por ello olvidaba mi deuda contigo, muy al contrario; pero las enfermedades de mis hijos, que como sabes, a consecuencia de mi prisión, dos han sido atacados de la tuberculosis, si bien Laura está bien, Joaquín sigue con el tratamiento que me cuesta tanto como gano […]. Por esta causa no te había dicho nada, pero ahora, al vender las leñas, te enviaré inmediatamente las 200 pts., y con respecto a las alubias, yo no recuerdo a cómo iban entonces, por lo que prefiero me digas cuánto valen, para enviártelo también. Espero, pues, enviarte las primeras 200 pts. a últimos de este mes, y el resto de las alubias, el próximo.107

El siguiente trabajo lo desempeñó en la finca El Vedado de Fraga. Aproximadamente estuvo desde inicios de 1945 hasta 1948. Se trataba de una explotación agropecuaria y forestal de unas cuatro mil quinientas hectáreas. Ejerció como supervisor, en su origen, de su puesta en marcha, y tuvo que revisar los planos y el proceso de mecanización y realizar contrataciones. Una vez que estuvo en funcionamiento, asumió el puesto de director. Todo

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Borrador de un escrito en el que Jaime Plá solicitaba trabajo para poder subsistir tras su jubilación. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

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iba bien hasta que la entidad propietaria quiso cultivar plantas exóticas sin atender al clima de la provincia de Huesca. Fue en ese momento, explica, en el que por discrepancias presentó su dimisión. Incluso apunta que se intentó llevar a cabo ese tipo de cultivo, pero resultó un fracaso y años después de la partida de Plá los dueños tuvieron que vender la explotación.108

Su último trabajo lo realizó en el manso Talleda de Tordera, en la provincia de Barcelona. Tras un breve parón, estuvo allí como director-administrador desde mayo de 1949 hasta 1964, año en el que se jubiló. En este caso también se trataba de una explotación agropecuaria y forestal. Después de la fase de puesta en funcionamiento la hacienda contaba con cincuenta vacas lecheras, doscientos cincuenta mil pinos y doce mil chopos canadienses para ganadería, repoblación forestal y cultivos diversos. A lo largo de los quince años que permaneció al frente de la hacienda llevó una minuciosa contabilidad, como puede verse en un libro de cuentas al que hemos tenido acceso, y realizó numerosas fotografías que forman parte del Fondo Jaime Plá y Plá de la Fototeca Provincial de Huesca.

Las complicaciones económicas volvieron a su vida después de su estancia en Tordera. La nueva situación administrativa de Jaime Plá, jubilado, le deparó una pensión de 650 pesetas, cantidad insuficiente para tener una vejez tranquila y digna. Era tal su preocupación que llegó a mandar varias solicitudes de empleo y a elaborar una carta de presentación que hoy entenderíamos como curriculum vitae. A la edad de sesenta y cinco años necesitaba trabajar para poder alcanzar esa tranquilidad económica que desde sus tiempos de alcalde de San Esteban parece que no volvió a tener.109 Además, sus ansias de aprendizaje no se vieron mermadas en ningún momento, pues con fecha 31 de mayo de 1965 se le expidió, con nota de sobresaliente, el diploma de Formación Empresarial Agraria, estudios que cursó por correspondencia, tal y como se indica en el propio diploma.

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Uno de los artículos publicados en prensa por Jaime Plá tras su jubilación. El Diario de Lérida, 29 de octubre de 1974. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

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La literatura como medio de crítica y refugio personal

La jubilación hizo emerger en Jaime Plá una sensibilidad especial por la lectura y la creación literaria. Como si se tratara de un engranaje perfecto que se puso en marcha después de jubilarse, el tiempo del que entonces disponía comenzó a dedicarlo a dar rienda suelta a una de sus aficiones, la escritura, que a lo largo de la década de los sesenta se convirtió para él en un hábito muy prolífico, además de continuar publicando artículos en la prensa escrita.

Estos fueron algunos de sus escritos, a los que se sumarían sus colaboraciones en forma de artículo para la prensa:

El actual desarrollo industrial y la estructura agraria en España, 1952. Firmado por Tiago.

Del pragmatismo a la utopía, 9 de junio de 1966. Firmado por Tiago.

La vejez y el campo español: ave, Cesar Imperatur, Morituri te salutant, junio de 1966.

El mostillo, agosto de 1968. Enviado al Premio Jauja de Cuentos de la Caja de Ahorros Provincial de Valladolid. Noche de Reyes: cuento de antaño (para niños de 5 a 85 años), agosto de 1969.

Padre nuestro: la plegaria del anciano campesino, septiembre de 1969 Enviado al IV Concurso de Cuentos de la Confederación Española de Cajas de Ahorros.

Pan, paz y amor, con dos versiones, una de septiembre de 1968 y otra de enero de 1970. La primera fue enviada al Concurso de Cuentos de la Confederación Española de Cajas de Ahorros y la segunda al Concurso de Cuentos de la Biblioteca Gabriel Miró de Alicante.

Los sabios de tontolandia, septiembre de 1971. Firmado por Tiago.

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Portada de uno de los escritos de Jaime Plá, firmado con su seudónimo Tiago en 1952. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

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El escrito titulado Del pragmatismo a la utopía fue enviado con el lema «La protesta del campo» a un premio de economía convocado por Ediciones Punta Europa en 1966. El 8 de agosto del mismo año La Vanguardia Española daba cuenta de que Jaime Plá había obtenido el primer premio, dotado con 1000 pesetas.110 Como hemos visto, algunos otros se mandaron a distintos concursos, pero este fue el único que recibió un premio. Hemos encontrado cartas de editoriales o de representantes de los concursos a los que Plá concurrió en las que se destacaba su capacidad narrativa y su creatividad. Algunos textos los firmó con los seudónimos Tiago o Jack Piper y otros únicamente con sus iniciales, J. P. P., pero esto es un hecho circunstancial, ya que lo importante es el contenido.

Son escritos de temática muy variada: crítica social y política mezclada con sátira, análisis socioeconómicos con una compleja construcción narrativa, reflexiones personales sobre algunos aspectos de la sociedad de ese momento, etcétera. La diversidad en la que se manejaba es otro indicativo más de la versatilidad de Plá y de su capacidad de adaptación. Esto entra también en relación con las numerosas obras que componen su biblioteca personal. Estamos ante una variedad extraordinaria de géneros y autores: desde libros sobre el nacionalismo hasta manuales de psicología, desde obras de autores relevantes en materia económica hasta verdaderos poetas y literatos. Todo ello nos habla de un hombre que vivió en un proceso continuo de aprendizaje, unas veces de forma reglada y otras a base de un autodidactismo envidiable. Entre libros y escritos pasó la década de los sesenta y parte de los setenta.

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LOS ÚLTIMOS AÑOS: BÚSQUEDA DE LA VERDAD

La infatigable voluntad de Jaime Plá de limpiar su nombre tuvo, al parecer, dos desencadenantes: por un lado, el fallecimiento de Vicenta, ocurrido el 18 de enero de 1981; por otro, el libro El martirio de una iglesia: Lérida-Lleida, 1936-1939, publicado en 1981, cuyo autor, Ramiro Viola González,111 afirmaba:

mucho antes del 16 de febrero de 1936, el alcalde Jaime Plá, Jefe del Frente Popular, prohibió toda exteriorización del culto. Después de dicha fecha, hubo ya efervescencia antirreligiosasocial que fue creciendo por los mítines que el Frente Popular daba casi semanalmente. No culminó ningún hecho grave hasta que vino la revolución de julio de 1936.112

Esta alusión a su persona en el pasado dio inicio a una profusa correspondencia entre el autor del libro, el obispado de Lérida, Plá e incluso amigos religiosos de este. Ya en noviembre de 1982 Jaime dirigió a la diócesis de Lérida un escrito aclaratorio en el que, tras toda una narración de hechos de distinta índole, explicaba:

lo que quiero evidenciar es la monstruosidad de calumnias que en El martirio de una iglesia han vertido sobre mi nombre y actuación política, social y religiosa, a sabiendas que mienten, que Jaime Plá jamás fue jefe del Frente Popular, ni antes del 16 de febrero jamás prohibí las procesiones.113

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Toda la discordia generada puede resumirse de la siguiente forma: Plá visitó al obispo de Lérida a principios de 1983 y en la reunión mantenida hablaron sobre el libro y las afirmaciones recogidas. Parece ser que preguntó por la documentación que el autor había consultado para afirmar con tal rotundidad los hechos aludidos. El 15 de febrero del mismo año el obispo escribió a Jaime Plá en estos términos:

me satisface poderle comunicar que he recibido la documentación que le había solicitado, relacionada con su actitud durante el tiempo y circunstancias de las que habla el mencionado libro y del que tuvimos ocasión de hablar cuando usted tuvo la bondad de visitarme. […] acreditan, de forma fehaciente, la nobleza con que actuó en aquellos días difíciles, entre lo cual me complace el destacar su arriesgada intervención a favor de las hermanas carmelitas. […]. Le agradezco el que haya tenido la bondad de avisar sobre la confusión existente en el citado libro, confusión procedente de informaciones que fueron la causa del malentendido y de la involuntaria difamación.114

A esta carta la siguió una con la misma fecha del propio autor, Ramiro Viola, que expresaba a Plá su arrepentimiento y sus disculpas, y añadía:

abundando en el mismo tema, puede estar seguro que, si algún día se verificara una segunda edición, no solamente se eliminará todo lo que aparece peyorativo para usted, sino que se reclamará de modo especial su nobleza, serenidad y fortaleza, gracias a la cual mantuvo la paz y el orden en su pueblo durante los cinco años de su mandato, se borrará su nombre de la actual edición. Lamento el dolor que de forma tan involuntaria le haya producido y, agradeciendo su caballerosidad, le repito que puede contar con mi más sentido afecto.115

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A favor de Plá intervino incluso José María Leminyana y Alfaro,116 quien en un escrito enviado a Viola en agosto de 1982 ya le decía:

las afirmaciones deben ser rectificadas, allí donde (pienso por error) o por una fuente mal intencionada han derivado en un equívoco histórico. Pienso, por otra parte, que la vida de Jaime Plá y su entorno familiar tienen, en consecuencia, algún capítulo positivo y testimonial dentro de las finalidades del libro.117

El malentendido se cerró con una misiva de Jaime Plá a Ramiro Viola fechada el 24 de marzo de 1983 en la que en un tono recriminatorio se agradecía la carta de disculpa y rectificación y se argumentaba que la documentación que obraba en poder del Archivo Diocesano de Lérida era «suficiente para disipar errores y malas interpretaciones entre personas de buena voluntad», que era lo esencial, máxime si eran «verdaderamente cristianos».118

En los últimos años de su vida Jaime Plá invirtió tiempo y esfuerzos en realizar numerosas peticiones de acceso a la documentación concerniente a su consejo de guerra. Con fecha de entrada de 29 de julio de 1982 cursó una instancia para acceder a la Capitanía General de la 5.ª Región Militar con el fin de disponer de la totalidad de esa documentación. Se trataba de un consejo compuesto por más de doscientas páginas, lleno de testimonios e instancias administrativas y en muy buen estado. Tras varias diligencias, y ante el «recurso de revisión» de su causa (número 4080/39), registrado el 19 de septiembre, se le respondió que era admitido con el fin de «esclarecer los hechos procesales, las anomalías, errores u omisiones». El recurso, en el que Plá enumeraba las argumentaciones ya mencionadas anteriormente, se cerraba así: «Suplico tenga a bien el sobreseimiento definitivo que espero merecer del justo y recto criterio de Su Excelentísima, cuya vida Dios guarde muchos años».119 Cierto es que sobre el papel podría

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Informe del fiscal jurídico militar José M.ª Llorente Sagaseta de Ilurdoz, del 9 de septiembre de 1982, que estimaba procedente la petición de Jaime Plá de que le fueran aplicados los beneficios que concedía la Ley de Amnistía de 1977. (Archivo de la 5.ª Región Militar)

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entenderse como un proceso no muy complejo para el solicitante, pero la realidad es que en lo que respecta a la administración interna se instruyeron, entre otras, estas:

Dictamen auditorial n.º 4256/2/F, del 1 de septiembre de 1982.

Acuerdo del capitán general n.º 1873, del 6 de septiembre de 1982.

Informe del fiscal jurídico militar n.º 1910-JR, del 9 de septiembre de 1982.

Dictamen del auditor n.º 4528-3-J, del 20 de septiembre de 1982.

Acuerdo del capitán general n.º 2000, del 23 de septiembre de 1982.

Dictamen auditorial n.º 4258/2/F, del 29 de septiembre de 1982.

Acuerdo del capitán general n.º 2096, del 6 de octubre de 1982.

En el acuerdo del 23 de septiembre de 1982 el capitán general Luis Caruana y Gómez de Barreda manifestaba

conceder a JAIME PLÁ Y PLÁ los beneficios de la gracia de amnistía que regula la Ley 46/1977, de 15 de octubre, lo que determinará la extinción de la responsabilidad criminal derivada de la pena principal y accesoria impuesta, los efectos económicos que le pueden corresponder y la cancelación de los antecedentes penales.120

Como punto final llegó a registrar una «solicitud de indemnización por tiempos de prisión» en octubre de 1990, conforme a lo establecido en la disposición adicional decimoctava de la Ley de Presupuestos Generales del Estado para ese año,121 proceso administrativo que lo obligó a volver a pedir determinada

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documentación que a raíz de este pudo conseguir. El análisis de los documentos que le hicieron llegar desde el Juzgado Militar Decano de Zaragoza y desde el centro penitenciario de Huesca revela su falta de rigurosidad, ya que en el primero se indica que Jaime Plá fue excarcelado el 24 de junio de 1942 y en el segundo que lo fue el día 23. Lo mismo ocurre con los distintos certificados que forman parte de su consejo de guerra, en los que no hay consenso sobre la fecha exacta de su puesta en libertad, aunque es necesario recordar que se trataba de libertad condicional. Al margen de este hecho anecdótico, la lectura que debe hacerse es que aun teniendo algo más de noventa años Jaime Plá no cesó en sus intentos de obtener una reparación moral y económica por la represión a la que se había visto sometido.

La batalla judicial, administrativa, política y moral en la que tantos años llevaba inmerso Jaime Plá llegaba a su fin. Después de decenas y decenas de escritos, testimonios, instancias, declaraciones oficiales, etcétera, sus actuaciones durante la Segunda República y la Guerra Civil serían consideradas legítimas y ajenas a cualquier juicio político y moral. A todos los que se atrevieron a pronunciarse en su favor, y más en documento oficial, Jaime quería mostrarles su agradecimiento. En algunos casos pudo hacerlo, pero en otros, por cuestiones del devenir de la vida, le fue imposible. Gracias a esos testimonios hemos podido hoy escribir estas líneas.

La larga y experimentada vida de Jaime Plá y Plá concluyó cuando tenía noventa y dos años, el 11 de agosto de 1991, en el entonces Hogar de Ancianos Sagrada Familia de Huesca. Al día siguiente, la esquela de la Agrupación Local de Binéfar del PSOE publicada en el Diario del Alto Aragón rezaba así: «Su larga vida fue un ejemplo de amor a la libertad». Un breve aparecido en el mismo periódico el 13 de agosto con el título «Fallece el que fuera presidente de la DPH en los años 1933-34» resumía bastante acertadamente su vida:

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Jaime Plá y Plá, presidente de la Diputación de Huesca durante los años 1933 y 1934, falleció el pasado domingo a los 92 años de edad en Huesca. Este hombre fue también durante varios años alcalde de San Esteban de Litera, población a la que se trasladó cuando contaba con diecisiete años, ya que era natural de Calella, provincia de Barcelona. Junto a su actividad política, destacó igualmente en otras vertientes, como lo demuestran las condecoraciones que recibió por su valor en la guerra de África, su destacada labor como corresponsal del «Diario de Lérida» en esa contienda, o la Cruz de la Orden Civil de Beneficencia por su colaboración contra una epidemia de gripe en 1918.

Durante su mandato como presidente de la Diputación de Huesca cabe destacar su labor impulsora del Hospital Provincial. Tras ser cesado de este puesto renunció al mismo cuando trataron de reponerlo, así como a otros cargos de relevancia que le fueron propuestos.

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CRONOLOGÍA

VIDA Y TRAYECTORIA POLÍTICA DE UN SANTISTEBENSE DE ADOPCIÓN Y CORAZÓN

1899 Nace el 17 de noviembre en Calella (Barcelona). Sus padres son Jaime Plá Burjó y Joaquina Plá Catá.

1909 Ingresa como interno en la Granja-Escuela Experimental de Gerona.

1916 Se gradúa como técnico profesional de agricultura con matrícula de honor.

1917 Llega a San Esteban de Litera para hacerse cargo de la administración de la finca Coto Redondo, propiedad embargada del Banco de Tarrasa.

1918 A finales de año funda la revista La Voz del Agrario. Gran aficionado a la música, crea la Asociación Musical de San Esteban de Litera, cuya orquesta se estrena un año después. Promueve la formación del primer equipo de fútbol de la localidad.

1919 Su colaboración con la población de San Esteban de Litera durante la epidemia de gripe es reconocida por el Gobierno de la nación con la Cruz de la Orden Civil de Beneficencia de Primera Clase con distintivo morado y blanco.

1920 El 26 de mayo se casa con Vicenta Benosa Llacera, natural de San Esteban de Litera.

1921 En abril es llamado a filas y se incorpora al Regimiento de Infantería de Navarra n.º 25, 2.º Batallón de la 3.ª Compañía, que tiene sus cuarteles en Lérida. El día 18 se convierte en sargento de complemento y el 19 de agosto atraca en el puerto de Melilla para ir a luchar a la guerra de Marruecos tras el desastre de Annual. En esta etapa actúa de facto

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como corresponsal de guerra de El Diario de Lérida, al que envía crónicas y fotografías.

1923 Entre junio y noviembre su regimiento participa en la campaña de Tizzi-Azza. En noviembre regresa del frente. Acabada la campaña, es condecorado con la Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo.

1925 Nace su hijo Joaquín.

1927 Nace su hija Laura.

1932 Nace su hijo Jaime.

1931 En las elecciones del 12 de abril la Agrupación Administrativa Independiente, plataforma política encabezada por él, es la lista más votada, por lo que se convierte en alcalde de San Esteban de Litera.

1933 En las elecciones municipales de abril el Partido Republicano Radical es el más votado en el municipio y él vuelve a ser elegido alcalde. Desde el 9 de octubre es además presidente de la Comisión Gestora de la Diputación Provincial de Huesca.

1934 El 21 de mayo es destituido de la presidencia de la Comisión Gestora de la Diputación Provincial de Huesca.

1936 Las elecciones del 16 de febrero dan la victoria a los republicanos de izquierdas, esta vez aglutinados en el Frente Popular. En abril se constituye formalmente el Ayuntamiento de San Esteban de Litera con él como alcalde. El comienzo de la Guerra Civil lo obliga a abandonar la localidad rumbo a Calella con su hijo Joaquín.

1937 Regresa a San Esteban de Litera, permanece allí unas semanas y vuelve a Cataluña. Desde el 4 de noviembre y hasta el 30 de abril del año siguiente trabaja en la Confederación Sindical Hidrográfica del Pirineo Oriental de Barcelona como auxiliar administrativo. Mantiene una relación directa con el Comité de Refugiados de Aragón en Barcelona.

1938 El 31 de marzo las tropas sublevadas llegan a San Esteban de Litera, y de forma paralela la ofensiva sobre Cataluña cercena el territorio que está bajo el control de la República, por lo que regresa a la localidad literana.

1939 El 8 de febrero es detenido bajo la acusación de auxilio a la rebelión y al día siguiente trasladado a la prisión provisional

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de Huesca. Se abre una causa que deriva en consejo de guerra. El 20 de marzo se notifica a su esposa, Vicenta Benosa, y a su suegra, Nicanora Llacera, que se les incoa un expediente sancionador a tenor de la Ley de Responsabilidades Políticas.

1940 Por sentencia de su consejo de guerra del 10 de julio es condenado a doce años y un día de reclusión menor por el delito de auxilio a la rebelión.

1942 El 24 de junio es excarcelado y hasta 1946 está en libertad condicional. Se traslada a Minaya (Albacete) para trabajar en la contratación y la supervisión del personal necesario para terminar la construcción de una fábrica. A finales del verano se desplaza a Cataluña para desempeñar tareas similares en la empresa Ceres de Barcelona, en la que permanece hasta 1945.

1945 Desde principios de año y hasta finales de 1948 trabaja como supervisor de la puesta en marcha de la explotación agropecuaria y forestal El Vedado de Fraga.

1949 Su último empleo lo tuvo en el manso Talleda de Tordera (Barcelona), donde fue director-administrador desde mayo de ese año hasta 1964, cuando se jubiló.

1952 Empieza a escribir textos de temática muy variada: crítica social y política mezclada con sátira, análisis socioeconómicos, reflexiones personales, etcétera.

1966 Su escrito titulado Del pragmatismo a la utopía, con el lema «La protesta del campo», consigue el primer premio de economía en un concurso convocado por Ediciones Punta Europa y dotado con 1000 pesetas.

1981 Fallece su esposa, Vicenta Benosa Llacera.

1982 Comienza un arduo proceso de recuperación del honor y la dignidad de su persona. El 29 de julio registra un recurso de revisión de su causa. El 23 de septiembre se acuerda concederle «los beneficios de la gracia de amnistía» que regula la Ley 46/1997, de 15 de octubre, lo que supone la extinción de la responsabilidad criminal derivada de la pena principal y accesoria impuesta, con los efectos económicos que le puedan corresponder, y la cancelación de los antecedentes penales.

1990 En octubre registra una «solicitud de indemnización por tiempos de prisión», conforme a lo establecido en la disposición

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adicional decimoctava de la Ley de Presupuestos Generales del Estado. No llegará a ser beneficiario de ningún tipo de compensación.

1991 Fallece el 11 de agosto en el entonces Hogar de Ancianos Sagrada Familia de Huesca. Su cuerpo recibe sepultura en el cementerio de San Esteban de Litera.

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NOTAS

1. El Banco de Tarrasa fue fundado el 24 de diciembre de 1881 y llegó a ser el segundo banco de Cataluña en importancia. En 1924 quebró y se convirtió en el Banco Comercial de Tarrasa. Actualmente se puede admirar la que fue su sede, el monumental y modernista edificio conocido como Casa Soteras

2. Seudónimo de Manuel Mariategui y Vinyals, político y escritor español nacido en Madrid en 1842.

3. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, relato de su llegada a San Esteban de Litera, sin datar.

4. El acueducto de Perera salva un gran desnivel y la carretera que une Binéfar con San Esteban de Litera y fue una obra emblemática en su tiempo. Con diez metros de altura y ciento veinte de longitud, fue diseñado por el ingeniero Rafael L. Sandino y construido en 1906.

5. Se denomina coto redondo al conjunto de fincas rurales unidas o próximas que pertenecen a un mismo dueño.

6. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, relato de su llegada a San Esteban de Litera, sin datar.

7. Ibidem

8. Se da la circunstancia de que fue en esta finca, la torre Falces, donde Alfonso XIII abrió la tajadera que inauguraba el regadío del canal de Aragón y Cataluña en 1906.

9. Se llamó así porque se le prestó mayor atención en la prensa de España que en la del resto de Europa, ya que la española no se encontraba bajo la censura que imponía la Primera Guerra Mundial que estaba teniendo lugar.

10. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, relato de la epidemia, sin datar.

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11. Ibidem.

12. Archivo del Centro de Estudios Literanos, Alcaldía, Estatutos originales de la Sociedad Cooperativa de San Esteban de Litera, 1912.

13. Fundada en 1909.

14. Fundada en 1906.

15. La casa de los Salas era, con mucho, la más influyente en la época, y es prácticamente la única que ha llegado hasta nuestros días y ha conservado su casa solariega.

16. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, relato de la creación de la asociación, sin datar.

17. Jaime Plá compró en Melilla muchas partituras de temas diversos que luego llevó consigo a la Península.

18. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, relato de la introducción del fútbol en San Esteban.

19. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, relato personal del día de su boda, sin datar.

20. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, relato personal de cómo aconteció el nombramiento, sin datar.

21. Primera crónica escrita por Plá para El Diario de Lérida, publicada el 26 de agosto de 1921.

22. El monte Gurugú, con casi novecientos metros, es el punto más elevado del cabo Tres Forcas y está muy cerca de la ciudad de Melilla.

23. El Diario de Lérida, 26 de agosto de 1921.

24. El tarifit o chelja es una variedad de las lenguas bereberes que se habla en la región del Rif marroquí.

25. Convoyes de suministro de agua a las posiciones aisladas españolas.

26. Tribu muy belicosa de la región del Rif marroquí.

27. Pequeño bollo de pan.

28. Polen de cannabis.

29. El Diario de Lérida, 7 de diciembre de 1922.

30. Regimiento que tenía sus cuarteles en Lérida al igual que el de Navarra, en el que estaba destinado Jaime Plá.

31. El Diario de Lérida, 30 de diciembre de 1921.

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32. La columna que ocupaba ese campamento durante los días de Annual se rindió a los rifeños, pero estos no respetaron el acuerdo y masacraron a los soldados. Sobre el desastre de Annual, véase «El desastre de Annual», Desperta Ferro Contemporánea, 30 (noviembre de 2018).

33. Fue la línea más avanzada durante la reconquista del territorio perdido en 1921 y recibió el nombre de la posición militar que se estableció en su cumbre.

34. Tiroteo llevado a cabo por los rifeños.

35. Lugar llamado así porque en él perdió la vida el teniente coronel legionario Rafael de Valenzuela.

36. Denominada así en recuerdo del comandante de infantería Julio Benítez, caído en Igueriben en 1921.

37. Llamada así en memoria del alférez legionario Pablo Sendra, caído en los combates de Tizzi-Azza.

38. Denominada así en recuerdo de Pedro Casaus Beola, capitán de infantería caído en los combates del Rif.

39. Respuesta del consulado de Colombia en España, 1925.

40. El País, 27 de mayo de 2007.

41. Frías (1995: 342).

42. Palomares y Rovira (coords.) (2008: 277).

43. Archivo del Centro de Estudios Literanos, Alcaldía, Jaime Plá y Plá, Memorial de antecedentes y realidades: 12 abril de 1931 – 12 abril de 1933, Huesca, Imprenta Viuda de M. Aguarón, 1933.

44. Ibidem

45. Gaceta de Madrid, 262, 19 de septiembre de 1927.

46. Información extraída de Francisco J. de Gaztambide, «San Esteban de Litera. Don Jaime Plá, alcalde del Ayuntamiento y presidente de la Diputación de Huesca: una gestión modelo», El Municipio Español, año vii, 80 (enero de 1934), pp. 13-16.

47. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, carta de Fernando García de San Pedro y de Falces, 1935. No disponemos de la lista de beneficiados.

48. Pardo (1990).

49. «En la Diputación Provincial: renovación de la Comisión gestora», El Diario de Huesca, 10 de octubre de 1933, y «En la Diputación: Constitución

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de la Comisión gestora», El Diario de Huesca, 14 de febrero de 1934. Véase igualmente, en el Archivo Documental de la Diputación Provincial de Huesca (sign. 00059/015), el expediente de abril de 1939 que contiene el informe requerido por el Juzgado Militar de Sariñena-Tamarite-Fraga sobre los antecedentes de Jaime Plá en la institución, donde aparecen algunos datos sobre su nombramiento y el desempeño de sus funciones como presidente.

50. Arcarazo (2018: 235).

51. Dean et alii (2009: 49-88).

52. Lorenzo Loste ejerció como médico puericultor del Estado. Fue autor de diversas obras sobre la maternidad, la lactancia y la infancia, entre otros temas, y socio honorario de la Sociedad Italiana de Nipología.

53. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, El Hospital Provincial: medio siglo de existencia, sin fecha. Véase también el artículo de Rosa Paz «Jaime Plá fue el promotor, desde la Diputación Provincial de Huesca, de la construcción del Hospital Provincial», Nueva España: el periódico de Huesca, 23 de marzo de 1984.

54. «Subasta para la contratación de las obras de construcción del Nuevo Hospital provincial», Gaceta de Madrid, 48, 17 de febrero de 1934, anexo único, p. 347.

55. En junio de 1931 Marraco fue elegido diputado a Cortes por Zaragoza capital dentro de la candidatura de Conjunción Republicana y llegó a ser vicepresidente de las Cortes Constituyentes de la República. Durante esos años presidió el Comité Provincial del Partido Republicano Radical en Zaragoza. En 1931 fue nombrado director del Banco de Crédito Local de España y dos años más tarde gobernador del Banco de España. Durante el bienio 1934-1935 desarrolló una gran actividad en diversas carteras ministeriales: así, desde enero de 1934 se encargó del Ministerio de Hacienda; de este pasó en abril de 1935 al de Industria y Comercio, cartera que sustituyó un mes más tarde por la de Obras Públicas.

56. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, correspondencia, Diputación Provincial, 1934.

57. Ibidem

58. Ibidem

59. Político republicano nacido en Jaca. Participó en la sublevación de Fermín Galán y Ángel García Hernández que tuvo lugar en Jaca en 1930, por lo que fue procesado. Posteriormente fue alcalde de Jaca. Con el advenimiento de la Segunda República fue diputado a Cortes Constituyentes por

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el Partido Republicano Radical en 1931. En 1932 fue nombrado alcalde honorario de todos los municipios de España y en 1935 condecorado con la Orden de la República Española. En abril de 1935 pasó a ser consejero representante del Estado en Campsa.

60. Información extraída de Francisco J. de Gaztambide, «San Esteban de Litera. Don Jaime Plá, alcalde del Ayuntamiento y presidente de la Diputación de Huesca: una gestión modelo», El Municipio Español, año vii, 80 (enero de 1934), pp. 13-16.

61. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, correspondencia, Diputación Provincial, 1934.

62. Ibidem

63. Ibidem.

64. Político español afiliado al Partido Republicano Radical que fue elegido diputado a Cortes por Huesca en las elecciones de 1931, 1933 y 1936, este último año por Unión Republicana debido a un desacuerdo con su partido. Ocupó varios cargos de dirección en el partido en Huesca. La Guerra Civil motivó su marcha al exilio a Francia, donde falleció.

65. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, correspondencia, Diputación Provincial, 1934.

66. Organización juvenil del partido Estado Aragonés de la que partió la celebración del congreso que tuvo lugar en Caspe entre el 1 y el 3 de mayo de 1936. Puede verse información sobre el congreso en El Ebro, 190 (junio de 1936) <https://fundaciongaspartorrente.files.wordpress. com/2016/04/coronica-caspe-1936.pdf>.

67. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, Narración de la destitución como presidente de la Diputación Provincial de Huesca, sin fecha.

68. Saúl Gazo Borruel fue diputado provincial desde 1924 hasta 1928. Se inscribió en el Colegio de Abogados de Huesca el 14 de enero de 1929. A comienzos de la Segunda República, a raíz de unos escritos publicados en El Radical, defendió la vía de Alejandro Lerroux, y a partir de las diferencias surgidas entre Lerroux y Diego Martínez Barrio optó por la línea radical-socialista de este último. Después, en 1934, se afilió a Unión Republicana. Fue compromisario de las elecciones de 1936, en las que venció el Frente Popular, por Unión Republicana. Sería diputado a Cortes hasta que en 1939 se exilió a Francia. Tras el estallido de la Guerra Civil se dirigió a Huesca, pero, advertido de que estaba ocupada por tropas sublevadas, volvió a Boltaña, donde era alcalde su hermano Marín. Se trasladó a Mollerusa (Lérida) y fue nombrado por el Gobierno

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republicano delegado de la Confederación Hidrográfica del Ebro, cargo del que dimitió en 1938. Véase su biografía en el portal DARA: Documentos y Archivos en Aragón.

69. Véase, en el Archivo Documental de la Diputación Provincial de Huesca (sign. 00039/009), el expediente relativo al cese de dos miembros de su Comisión Gestora, Jaime Plá y José Pera (cesaba igualmente Juan Arenas Bara por aplicación de la Ley de Incompatibilidades de 8 de abril de 1933), y al nombramiento de otros dos, según comunicación del gobernador civil, de 21 de mayo de 1934, al hasta entonces vicepresidente Agustín Delplán. Aún había presidido Plá el 9 de mayo una reunión de la comisión de la que informaron El Diario de Huesca y el también oscense

El Pueblo: Diario de la República al día siguiente. De finales de mayo son otras informaciones aparecidas en este último periódico que dan cuenta de su destitución.

70. Archivo Histórico Nacional, sección Guerra Civil, carp. 46, leg. 770, carta de Jaime Plá a Alejandro Lerroux, 6 de junio de 1934, f. 69v.

71. El Pueblo: Diario de la República, 15, 26 y 27 de mayo de 1934.

72. Ibidem, f. 68v.

73. Diputado a Cortes por la circunscripción de Canarias en las elecciones de 1920 y 1923. Con la proclamación de la Segunda República volvió a ser elegido parlamentario en las elecciones de 1931, 1933 y 1936 por la circunscripción de Las Palmas. Fue portavoz del grupo parlamentario del Partido Republicano Radical en las Cortes Constituyentes y ministro de Obras Públicas en los sucesivos Gobiernos que entre el 12 de septiembre de 1933 y el 4 de octubre de 1934 presidieron Alejandro Lerroux, Diego Martínez Barrio y Ricardo Samper. Entre el 3 de abril y el 6 de mayo de 1935 volvería a ocupar la cartera de Obras Públicas en el Gabinete que nuevamente presidiría Lerroux. En las elecciones del 16 de febrero de 1936 fue uno de los cuatro radicales que obtuvieron el acta de diputado.

74. Archivo Histórico Nacional, sección Guerra Civil, carp. 46, leg. 770, carta de Jaime Plá a Alejandro Lerroux, 6 de junio de 1934, f. 70v.

75. Ibidem, f. 68v.

76. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, correspondencia, Ayuntamiento de San Esteban de Litera, 1935.

77. «Un gran ejemplo de los obreros de San Esteban de Litera», Heraldo de Madrid, 15 de marzo de 1935.

78. «Magnífico ejemplo de civilidad de los campesinos de San Esteban de Litera», Heraldo de Madrid, 9 de agosto de 1935.

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79. En las elecciones generales a Cortes celebradas el 15 de noviembre de 1933 las formaciones políticas de derechas y conservadoras obtuvieron una clara victoria. Por la provincia de Huesca fueron elegidos dos diputados de Acción Popular (formación integrada dentro de la CEDA), dos del Partido Agrario Español y uno del Partido Republicano Radical.

80. Lana fue diputado a Cortes como miembro del Partido Republicano Radical Socialista por la circunscripción de Huesca tras las elecciones del 28 de junio de 1931, de acuerdo con el Índice histórico de diputados del Congreso. Ocupó el escaño dejado por José Salmerón. Ejerció como delegado del Gobierno en el circuito pirenaico, aunque se vio obligado a dimitir en abril de 1933 por la Ley de Incompatibilidades. No obstante, fue nuevamente nombrado para desempeñar ese cargo en abril de 1936. En las elecciones del 16 de febrero de 1936 consiguió un escaño de diputado en las Cortes Generales por el Frente Popular por la circunscripción de Huesca.

81. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, correspondencia, Ayuntamiento de San Esteban de Litera, 1936.

82. Juzgado Togado Militar Territorial 32 de Zaragoza, Sumarísimo de urgencia de Jaime Plá y Plá, pp. 48-50.

83. Ibidem, pp. 90-100.

84. Anteriormente había sido detenido y más tarde multado su padre, el suegro de Jaime Plá.

85. Archivo del Centro de Estudios Literanos, Guerra Civil, Frente de Aragón, escrito de las formaciones de izquieras destinado al Ayuntamiento de Calella a favor de Jaime Plá y Plá, 1937.

86. Aval de buena conducta firmado por José Monllor Blanquer, jefe de negociado de segunda clase del Cuerpo Técnico Administrativo de Obras Públicas de la Confederación Sindical Hidrográfica del Pirineo Oriental, Barcelona, 16 de marzo de 1939.

87. Juzgado Togado Militar Territorial 32 de Zaragoza, Sumarísimo de urgencia de Jaime Plá y Plá, p. 40.

88. Ibidem, p. 57.

89. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, escritos políticos, Recurso al Sr. presidente de la Comisión de Clasificación de Detenidos de Huesca, 1940.

90. El listado puede verse en Juzgado Togado Militar Territorial 32 de Zaragoza, Sumarísimo de urgencia de Jaime Plá y Plá, pp. 3-140.

91. Ibidem, pp. 127-140.

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92. Ibidem, p. 25. Véase igualmente, en el Archivo Documental de la Diputación Provincial de Huesca (sign. 00059/015), el ya mencionado expediente que contiene este informe.

93. Boletín Oficial del Estado, 293, 20 de octubre de 1945.

94. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, escritos políticos, indulto, copia n.º 628, Barcelona, 30 de marzo de 1955.

95. Archivo Histórico Provincial de Huesca, expedientes de responsabilidades políticas, 1940-1947, Jaime Plá y Plá, sign. J-5618-2093.

96. Respuesta del delegado provincial de FET y de las JONS al requerimiento de información del Juzgado Instructor Provincial de Responsabilidades Políticas de Huesca, 6 de septiembre de 1940.

97. Respuesta del alcalde de Huesca al requerimiento de información del Juzgado Instructor Provincial de Responsabilidades Políticas de Huesca, 17 de septiembre de 1940.

98. Respuesta del comandante del puesto de la Guardia Civil de Huesca al requerimiento de información del Juzgado Instructor Provincial de Responsabilidades Políticas de Huesca, 18 de septiembre de 1940.

99. Carta de la alcaldía de San Esteban de Litera a Vicenta Benosa Llacera y Nicanora Llacera Villas en la que se les comunicaba la apertura de un expediente de responsabilidad política y la imposición de una multa de 150 pesetas a cada una.

100. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, escritos políticos, carta de la alcaldía de San Esteban de Litera a Vicenta Benosa Llacera y Nicanora Llacera Villas, 1939.

101. Moreno (2010).

102. Información obtenida a través del análisis de los procedimientos sumarísimos de urgencia ubicados en el Juzgado Togado Militar Territorial 32 de Zaragoza, dependiente del Tribunal Militar Tercero de Barcelona.

103. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, relato de Tiago en la cárcel, sin fecha, p. 3.

104. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, carta de Eugenio Urdiáin, 1942.

105. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, informe de síntesis penitenciaria de Jaime Plá, 1990.

106. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, carta afectuosa de un amigo, 1943.

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107. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, carta a Patrocinio Clúa, 1945.

108. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, antecedentes profesionales, sin datar.

109. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, escrito en borrador para solicitar trabajo, 1964.

110. La Vanguardia Española, 9 de agosto de 1966.

111. Ramiro Viola ingresó en el Seminario Conciliar de Lérida en 1946 para cursar los estudios eclesiásticos. Ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1952 en el Congreso Eucarístico de Barcelona, fue nombrado coadjutor de la parroquia de San Pedro – catedral de Lérida el 1 de julio de 1952, a la que sirvió posteriormente como adscrito. También en esos años dio clases en el seminario. Licenciado en Historia, en 1958 fue fundador del Colegio Episcopal de Lérida y su primer director hasta 1965, año a partir del cual desempeñó tareas directivas y docentes hasta su jubilación. Falleció el 22 de septiembre de 2018.

112. Viola (1981: 46).

113. Archivo del Centro de Estudios Literanos, Alcaldía, Jaime Plá y Plá, Carta de Jaime Plá a la diócesis de Lérida, 1982.

114. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, carta del obispo de Lérida a Jaime Plá, 1983.

115. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, carta de Ramiro Viola, 1983.

116. Ordenado sacerdote en 1949, José María Leminyana tuvo como primer destino Tamarite de Litera, y luego se trasladó a Peraltilla, Azara y Azlor. Al pasar estos últimos pueblos a la diócesis de Huesca fue enviado a San Esteban de Litera, donde permaneció hasta 1970 siendo a la vez profesor de Religión en el Instituto de Binéfar. Su siguiente parroquia fue la de San Pablo de Lérida, donde compaginaba su labor con su cargo de delegado episcopal de Cáritas en el obispado ilerdense. Al quedar vacante la parroquia de Roda de Isábena, a mediados de los años setenta del pasado siglo, se le ofreció ese destino. Allí permaneció treinta años. Murió a los ochenta y cuatro años de edad el 18 de diciembre de 2009.

117. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, carta de José María Leminyana y Alfaro, 1982.

118. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, personal, carta de Jaime Plá a Ramiro Viola, 1983.

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119. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, escritos políticos, dictamen de la Capitanía General de la 5.ª Región Militar y resto de la correspondencia del caso, 1982.

120. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, escritos políticos, concesión a Jaime Plá de los beneficios de la gracia de amnistía que regulaba la Ley 46/1977, 23 de septiembre de 1982.

121. Archivo privado de Jaime Plá y Plá, escritos políticos, solicitud de indemnización por tiempos de prisión de Jaime Plá y Plá, 1990.

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FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA

Archivos y fuentes

Archivo Documental de la Diputación Provincial de Huesca

Archivo de la 5.ª Región Militar

Archivo del Centro de Estudios Literanos

Archivo Histórico Nacional

Archivo Histórico Provincial de Huesca

Archivo Municipal de San Esteban de Litera

Archivo privado de Jaime Plá y Plá

Archivo privado de Jaime Salas Castellanos

Archivo privado de María Rourera

Arxiu Municipal de Lleida

Publicaciones periódicas

Ahora

Desperta Ferro Contemporánea

Diario del Alto Aragón

El Diario de Huesca

El Diario de Lérida

El Municipio Español

El Progreso

El Pueblo: Diario de la República

Gaceta de Madrid

Heraldo de Madrid

La Lucha

La Vanguardia Española

La Voz del Agrario

Nueva España: el periódico de Huesca

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Bibliografía

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ÁLBUM DE IMÁGENES

Jaime Plá con su madre, Joaquina Plá Catá, en 1910. En el óvalo, su padre, Jaime Plá Burjó, fallecido años atrás. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Cruz de la Orden Civil de Beneficencia de Primera Clase con distintivo morado y blanco otorgada a Jaime Plá por las acciones que llevó a cabo durante la gripe de 1918 en San Esteban de Litera.

(Archivo privado de Jaime Plá y Plá. Foto: Javier Blasco)

Jaime Plá en 1918 en su despacho de la fonda de San Esteban de Litera donde se hospedaba. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Jaime Plá y Plá con Vicenta Benosa Llacera, con quien se casó el 26 de mayo de 1920. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Jaime Plá en el Rif marroquí en septiembre de 1922. Al dorso de la fotografía escribió Plá a su esposa: «Recuerdo de la Campaña de 1921-22. Foto de mi máquina. Posición de Draa, n.º 2, en donde estuve destacado el mes de Septiembre. […]». (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá)

Jaime Plá en Dar el Quebdani en agosto de 1922. En la dedicatoria a su esposa, al dorso de la fotografía, escribió Plá: «Está hecha con mi máquina». (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá)

El botín de una incursión: un cordero. Fotografía tomada por Jaime Plá durante la campaña militar de Marruecos. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá)

Entramado urbano de San Esteban de Litera en los años treinta. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Jaime Plá retratado en 1930. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Siembra de maíz en la finca Coto Redondo de San Esteban de Litera, que Jaime Plá administró entre 1917 y julio de 1936. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá)

Celebración en San Esteban de Litera de la proclamación de la Segunda República, que tuvo lugar el 14 de abril de 1931. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Retrato de Jaime Plá fechado en enero de 1933. Al dorso de la fotografía figura la siguiente anotación manuscrita: «D.n Jaime Plá y Plá. Presidente Diputación Provincial. Huesca, 10-10-33». (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá, foto: Martín Luesma)

Edificios en construcción del nuevo hospital provincial y el pabellón destinado a la cura de tuberculosos en Huesca a comienzos de la década de 1930.

(Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca. Foto superior: Colección Pedro Moliner; foto inferior: José Oltra)

Fotografía tomada durante las obras de instalación del primer alcantarillado en San Esteban de Litera, que se proyectaron y se realizaron entre 1931 y 1934.

(Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá)

Arriba, acto de inauguración de las nuevas escuelas de San Esteban de Litera, en mayo de 1934. En la imagen pueden verse, entre otros, el alcalde Jaime Plá (arriba, a la derecha) y su esposa, Vicenta Benosa; el catedrático del Instituto de Huesca Juan Tormo Cervino y su esposa, la archivera Rosa Rodríguez

Troncoso, y el gobernador civil de la provincia, Pablo Francisco Pineda Loscos. Abajo, verja de entrada al edificio de las nuevas escuelas tal como se ha mantenido hasta hoy. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá.

Foto: Alfredo Masfarré Torns / Foto: Javier Blasco)

Fotografía tomada el día de la inauguración de la ampliación realizada en 1934 en la sede de la Cooperativa Obrera de San Esteban de Litera para instalar en el piso superior una nueva biblioteca municipal. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Grupo de labradores de San Esteban de Litera que de forma solidaria y ejemplar ayudaron a Jaime Plá en 1935 a roturar y sembrar la finca Coto Redondo, que administraba, tal como recogía un amplio reportaje del Heraldo de Madrid del 15 de marzo de ese año que relataba las dificultades políticas y económicas que el alcalde atravesaba. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Fiesta mayor de San Esteban de Litera de 1934, en la que participaron todos los vecinos y que fue animada por las famosas joteras oscenses Camila Gracia y Gregoria Ciprés, en la imagen junto al alcalde, Jaime Plá. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá. Foto: Alfredo Masfarré Torns)

Fotografía tomada en mayo de 1936 en la finca de San Miguel de la Encomienda, en Belver de Cinca, que Jaime Plá (el primero por la izquierda) administró por un tiempo y en la que estuvo viviendo con su familia (la niña es su hija mayor, Laura). (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Arriba, sello del Bloque Popular de izquierdas que, encabezado por Jaime Plá, consiguió la mayoría en el Ayuntamiento de San Esteban de Litera en las elecciones de febrero de 1936. Abajo, sello del Consejo Local de Defensa de San Esteban, que pasó a denominarse Altemira en el periodo que se inició tras el golpe de Estado del 18 de julio. (Archivo Municipal de San Esteban de Litera)

Autorización expedida por la Comisaría de Lérida (Generalidad de Cataluña), y debidamente sellada por el Comité de Transportes de UGT y CNT, por la que el 30 de octubre de 1936 se autorizaba a Jaime Plá a circular por carretera hasta Barcelona. (Archivo del Centro de Estudios Literanos)

Cartilla de trabajo que tuvo Jaime Plá durante su encarcelamiento, de 1939 a 1942. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Dos de las composiciones escritas por Jaime Plá en la cárcel de Huesca, de diciembre de 1939 y marzo de 1940, respectivamente. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

Edificio principal del manso Talleda, en Tordera (Barcelona), que Jaime Plá administró desde mayo de 1949 hasta 1964, año de su jubilación. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá)

Jaime Plá en su despacho del manso Talleda en marzo de 1955. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá)

Jornada de trabajo en la explotación agropecuaria y forestal del manso Talleda. (Fototeca de la Diputación Provincial de Huesca, Fondo Jaime Plá y Plá)

Acuerdo del capitán general Luis Caruana y Gómez de Barreda, del 23 de septiembre de 1982, por el cual se concedían a Jaime Plá los beneficios de la Ley de Amnistía de 1977. (Archivo de la 5.ª Región Militar)

San Esteban de Litera a finales de la década de los setenta. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

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Jaime Plá fotografiado en los últimos años de su vida. (Archivo privado de Jaime Plá y Plá)

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altoaragoneses

León Abadías: pintor, escritor y didacta

Fernando Alvira Banzo

Manuel Sender y el republicanismo oscense

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Sancha, primera reina de la Corona de Aragón

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Manuel María Coll: una vida de compromiso entre Binéfar y América

Silvia Isábal Mallén

Félix Lafuente, pintor escenógrafo

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Fermín Galán: la película de la sublevación de Jaca

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Francisco de Artiga: el final de un mundo

Carlos Garcés Manau, Julio Bernués Pardo y Natalia Juan García

Mariano Bastarás: el rey de Los Monegros

Joaquim Pisa Carilla

Colección dedicada a difundir, de forma accesible y amena pero sin pérdida de exactitud científica, las biografías de figuras destacadas de la historia del Alto Aragón, enmarcadas en su época y acompañadas de un cuidado álbum de imágenes.

El santistebense de adopción y corazón Jaime Plá y Plá (18991991) es una de las figuras altoaragonesas del siglo xx más desconocidas. Su biografía, en la que destacan su constancia y su compromiso por mejorar las condiciones de vida de su pueblo y su provincia, permite comprender con mayor claridad la realidad política y social de los tiempos que le tocó vivir. Polifacético y autodidacta en muchos aspectos, entre los que resalta su afición por la fotografía, ejerció como corresponsal en la guerra de Marruecos. Fue alcalde de San Esteban de Litera durante la Segunda República, así como presidente de la Diputación Provincial de Huesca entre octubre de 1933 y mayo de 1934. Tras la Guerra Civil y el correspondiente consejo de guerra, permanecería en prisión hasta 1942.

Tras dejar atrás la política y la cárcel, Plá procuró conseguir un trabajo con el que mantener dignamente a su familia y, además, halló en la escritura una herramienta de expresión y evasión. Nos legó diversos relatos y artículos relacionados con su vida o con el costumbrismo local, así como sobre la situación socioeconómica del país, con una visión muy realista y acertada. En sus últimos años se centró en restaurar la honorabilidad de su nombre, y lo consiguió.

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