Miradas Ingenuas

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COLECCIÓN SANTOS LLORO

EL JUEGO DE LA VIDA ANTONIO SANTOS

S M I R A D AI N G EN UA S

LA VIDA EN EL JUEGO


S M I R A D AI N G EN U A S COLECCIÓN SANTOS LLORO ANTONIO SANTOS


La mirada ingenua irrumpió en la historia del arte durante la segunda mitad del siglo xix y propició que se valoraran por primera vez en Europa las creaciones de niños, artistas naífs y enfermos mentales, o lo que es lo mismo: la bondad, la espontaneidad, la alegría, el inocente descaro, la pasión por el descubrimiento, la intuición, la sensibilidad, las emociones; también el desconocimiento de las reglas, la importancia del deseo, la necesidad, y la unidad entre realidad y representación. Quienes salieron a recuperar la infancia que ofrecía todos esos valores volvieron cargados de juguetes antiguos y modernos, dibujos de niñas y de niños, máscaras religiosas y carnavalescas, títeres con muchas historias a sus espaldas, atracciones de feria, objetos cotidianos y objetos rituales, mágicos. Todo confluía en una reivindicación de la sencillez, el humor, el juego, la celebración y en el olvido o la renuncia a escuelas y movimientos. Se trataba de hacer acopio de elementos antiguos, en su mayoría anónimos, que pudieran propiciar nuevas formas de expresión. Javier Santos Lloro, coleccionista, y Antonio Santos, artista, renuevan, cada uno a su manera, esta voluntad de mirar ingenuamente el mundo. Han elegido la infancia, y han salido a buscarla en la memoria compartida de los objetos antiguos, en la creación de obras de arte.

Textos: Grassa Toro


Marioneta de tres dedos Francia, dĂŠcada de 1920


LA VIDA E N EL J U EG O COLECCIÓN SANTOS LLORO


Juego de bolos EspaĂąa, 1936-1939


LA VIDA EN EL JUEGO COLECCIÓN SANTOS LLORO La infancia empieza siendo una obligación y acaba siendo una decisión. El gran juego de la infancia es el de jugar a la vida, el de jugar a ser quien todavía no se es: maestra, payaso, leñador, trompetista, panadera. Es el juego de la representación, tan parecido al arte. No caben en este juego la competición, el azar, la suerte, el vértigo, ni las reglas de obligado cumplimiento, elementos tan característicos de otros. Tampoco se gana ni se pierde. Todas, todos nosotros hemos tenido un juguete, o ciento, regalado por quienes nos querían o construido con nuestras manos en la urgencia del deseo infantil. El juguete apareció en nuestras vidas al tiempo que lo hacían los primeros alimentos, el tejado protector, el abrazo. En el principio fue el juguete. Jugar a la vida sería imposible sin esos objetos a los que otorgamos el poder mágico de transportarnos desde nuestra realidad cotidiana hasta la realidad inventada. Javier Santos Lloro colecciona juguetes antiguos, creados en los últimos dos siglos. Un coleccionista intenta ordenar y clasificar el mundo desde una mirada propia, que en el caso de Javier Santos Lloro es definitiva y afortunadamente ingenua. Un coleccionista es dueño de sus elecciones, sus aciertos, sus objetos y puede esconderlos o mostrarlos públicamente. Javier Santos Lloro sabe que cuando se juega a la vida, a toda la vida, es mejor jugar acompañado. Pasen y vean.


Caballo de arrastre. Francia, segunda mitad del siglo xix


Quiero Quiero un camión con ruedas, y un caballo de cartón, y una muñeca que se llamará como yo, o como tú, y un tren que no pare de viajar. Y te quiero a ti. Todos hemos deseado un juguete, con la fuerza que otorgan la inocencia y la irracionalidad. Todos hemos amado un juguete, si amor es confundirse con él, borrar los límites, no concebir la posibilidad de separación. El trayecto del deseo al amor, el que va desde el yo quiero al yo te quiero, coincidía en la infancia con el que separaba el sueño de la realidad. ¿De dónde nacían los sueños? Eran los adultos los que imaginaban, construían, exhibían y, al fin, regalaban estos juguetes. Eran los adultos los que se soñaban niños. ¿Quién construía la realidad? Las niñas y los niños, que otorgaban sentido propio a cada juguete, que eran capaces de convertir un camión en un perro cariñoso, amputar la muñeca, empujar el tren hasta el fatal descarrilamiento o volar subidos sobre el caballo de cartón en busca de la felicidad.


Carnicería España, principios del siglo xx


¿Jugamos a que yo era? Yo era la maestra y te preguntaba la lección, yo era el capitán y defendía mi fuerte, yo era la carnicera y te daba comida para tus hijos, yo era la difunta y no decía nada. Digo yo era y cuando lo digo, todavía no lo soy, empiezo a serlo. Yo era en el juego, era porque quiero serlo, porque quiero jugar a ser otro, otra, a ser todo lo que la imaginación me permita ser. A eso llamamos libertad. ¿Quién administraba esa libertad? Los mismos adultos que propiciaban mediante el regalo del juguete las metamorfosis creadoras, restringían las posibilidades de las mismas a un reducido grupo de oficios y roles relacionados con el ejército, la religión, la escuela, el comercio, las estructuras de poder que mantenían el orden establecido en el periodo que va desde la Comuna de París hasta la Segunda Guerra Mundial. En aquel pasado, estos juguetes proponían modelos de vida, alejados de la naturaleza, la ciencia y el arte, a niñas y niños que generalmente jugaban a solas, en el interior de una casa en una ciudad. En este presente, los mismos juguetes son un documento que nos habla de una época, de una manera de pensar el mundo, de unos valores y, de la necesidad del ser humano, de representarse a sí mismo.


Circo Francia, dĂŠcada de 1920


¡Más difícil todavía! Ferias, barracas, circos, teatrillos ambulantes son espacios alejados de la realidad cotidiana, donde suceden cosas que rozan lo imposible y donde lo prohibido está permitido. A ellos acudían los adultos a recuperar la inocencia infantil, libre de culpa, y disfrutar contemplando el triple salto mortal de la trapecista, el garrotazo del ladrón sobre la cabeza del guardia, el hombre con cabeza de cartón. Y no solo contemplar, también pasar a la acción derrotando un ejército de bolos, haciendo tragar pelotas a un ser impasible, o disparando al blanco. Trapecistas, títeres, tragabolas, ocupaban espacios públicos bulliciosos, irreverentes y transgresores. La burguesía, poco amiga de desórdenes, los convirtió en juguetes y los trasladó hasta el hogar privado, donde cada tarde un niño repetía la función para un público casi siempre inexistente. Qué pasaba por la cabeza de la niña, del niño a solas, no lo sabremos; ese era su espacio de libertad, donde el juguete volvía a ser lo más parecido a la poesía.


Sra. de verde, 2015

© Antonio Santos, VEGAP, Huesca, 2020


EL JUEGO D E L A VI D A ANTONIO SANTOS


Sra. de verde, 2015


EL JUEGO DE LA VIDA ANTONIO SANTOS La creación empieza siendo una obligación y acaba siendo una decisión. Todos los seres humanos estamos obligados a crear desde nuestro nacimiento para asegurar nuestra supervivencia, quienes decidimos seguir creando más allá de esta necesidad tenemos dónde elegir: el arte es una posibilidad. El arte encarna una idea de libertad: capaz de definir sus propias reglas en vez de seguir las establecidas; capaz de explorar todas las posibilidades de la invención, incluida la invención de su propio lenguaje; capaz de crear nuevos significados y nuevos sentidos. Como algunos juegos. Y también, como algunos juegos, el arte está obligado a alejarse, a abandonar momentáneamente la realidad cotidiana, no para ocupar otra más o menos excepcional, sino para crear una nueva que no estaba allí. Antonio Santos decidió no dejar de crear. Contemplando hoy su obra, podemos pensar que también decidió seguir jugando y, tremenda decisión, aferrarse a una infancia, quizás la suya propia. Ingenua, inventada, como todas. Homo ludens, Antonio Santos ha puesto al servicio de su obra el conocimiento acumulado por el homo sapiens, en este caso el conocimiento de la pintura, la talla, el volumen, la representación del gesto, del movimiento, la expresión de la alegría, la bondad, la compasión, el asombro; conocimiento que se ha construido durante miles de años en cavernas prehistóricas, talleres de carpinteros y canteros medievales, templos con imágenes barrocas, ediciones populares de aleluyas y estudios de artistas de la vanguardia del siglo xx. Esto es vivir, los poetas y los niños lo saben.



¿Qué es lo primero que ves cuando llegas a una ciudad? (resultados de una encuesta a pie de calle) Pepa ve los sombreros de los solitarios. Jacinto ve árboles, cuenta hasta cien, y para. Un niño de Vallecas ve letras colgadas de las paredes, en todas está escrito su nombre. Jhonatan ve la velocidad, asegura que es azul. Sophie ve las espinas de los cactus en los balcones. Federico García veía trenes de rosas maniatadas por los comerciantes de perfumes, (este dato es antiguo). Renata ve las manos dentro de los bolsillos del invierno. Pilar ve los espejos de las esquinas, sobre todo, por la noche. Úrsula ve pájaros, una vez vio un caimán.

Tres personajes en la ciudad, 2010


Naturaleza muerta y nube, 2006


¿Qué es lo primero que ves cuando llegas a una casa? (conversación en la noche de Reyes) La madre dijo que ella siempre veía ventanas. El padre ve llaves, no dijo dónde. Faustino ve las sombras de las cucharas. Jorge Luis, que estaba de paso y fue invitado, dijo que él veía el desván y allí, olvidadas, las cosas del abuelo. La tía Ángeles ve una mujer en silencio, de pie, esperando. Horacio ve las patas de las camas. Isa dijo que no recordaba. Luego, dijo que recordaba, ya era tarde. Adèle dijo que ella ve las luces apagadas, siempre, dijo. Lola dijo que ve un piano, incluso en las casas donde no hay piano. El abuelo dijo que él veía las obras completas de Borges olvidadas en el desván, y sonrió.


NiĂąa del columpio, 1995


¿Qué es lo primero que ves cuando subes a un columpio? (redacción escolar a la vuelta de vacaciones) Ramón ve la tierra bajo sus pies. Hippolyte ve la cuerda donde agarrarse. Remedios ve el cielo. Paloma cierra los ojos y ve lo que quiere. Antonio no fue ese día a clase, pasó la mañana subido al columpio de su casa en Lupiñén.


19 DICIEMBRE 2020 31 ENERO 2021


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