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Carlos III fue exhibición nacionalismo británico
de 200 años.
Las diferencias son obvias, pero no solo por el tiempo y la coyuntura. En 1953, Isabel II tenía la frescura y belleza de sus 27 años, mientras su hijo Carlos III lo hizo ya anciano, a los 74 años, y con un pasado turbulento por sus amoríos adúlteros con Camila.
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La reina consorte tampoco ayudó a levantar la imagen de Carlos III. Ella es su mayor, por un año, y hasta hace unos años literalmente no era querida por los ingleses. Camila nunca pudo superar la sombra de la princesa Diana, cuya infelicidad y divorcio, siempre le fueron achacados.
Con las dos figuras protagónicas ya vencidas por el tiempo, la ceremonia de coronación y su ritual litúrtgico de más de una hora, se sintió pesado, lento, extemporáneo y hasta fuera de lugar en un mundo rutilante, cambiante y que, ante todo, glorifica y ensalza a la juventud y los jóvenes.
Estos nubarrones del pasado y la tradición, a los que debemos sumar el cielo nublado y lloroso del 6 de mayo, no opacó en entusiasmo en las calles que se fortaleció, ante todo, por ese acendrado nacionalismo que elevó a Inglaterra como potencia mundial entre los siglo XVII y XIX, cuyos fastos aún mantiene.

La vejez de Carlos y Camilla hizo evidente la juventud y vitalidad del príncipe Guillermo y su esposa Kate. Según las encuestas, aún es mayoritario el respaldo de los británicos a su corona, pese al alto costo que le representa al tesoro público y cuando la economía británica afronta varias crisis.
Sin duda, bajo este contexto, el famoso lema “larga vida al rey” no se sabe cuanto tiempo será aplicable a Carlos III. Una gran mayoría, sin embargo, no cree que sea tan extenso su reinado como lo fue el de su madre Isabel II, que solo cambió el trono por la tumba.
