Ganadores 3er Concurso de Cuentos Cortos USS

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Ganadores 3er Concurso de Cuentos Cortos USS

Letras sebastianas, historias que cautivan

Campus Bellavista

El olor de los duraznos

Dante se sienta junto a la ventana del café, justo a las cuatro. No pide nada. Solo observa.

Se acomoda el cuello del abrigo, revisa su reloj. Mira hacia la puerta por unos segundos y luego fija la vista en la banca del parque. Cruza y descruza las piernas. Se pasa la mano por el pelo. Suspira.

La camarera le deja un vaso de agua con una sonrisa amable.

—¿Va a seguir esperando? —pregunta en voz baja.

Dante asiente. Luego, como si algo lo empujara desde adentro, dice:

—Ella se llama Atlanta. Va a volver. Me lo prometió.

La mujer no pregunta más. Solo sonríe con compasión y se aleja.

Siente algunas miradas. Una pareja en la mesa de al lado murmura algo mientras le lanza una mirada rápida. Un tipo esperando a una chica que no llega: una escena común, casi cliché. Él baja la mirada.

Pasan los minutos como si dolieran.

Un aroma leve pasa junto a él, como una ráfaga dulce: duraznos y fresias. Gira el rostro, pero no ve nada. Cierra los ojos por un instante.

El café está lleno, pero Dante parece estar en otro lugar, otro tiempo. A su alrededor las voces se disuelven como si estuvieran bajo el agua. Solo se escucha el roce de su propia ansiedad.

Y entonces Atlanta cruza la puerta.

El aroma la anuncia antes que sus pasos: ese olor suave a fruta y flor, entre duraznos y fresias, como los veranos que no saben que van a terminar. Se acerca sin prisa y se sienta frente a él.

Campus Bellavista

No quiere.

Su mente prefiere inventar otra historia: una donde Atlanta solo se atrasa.

Una donde aún hay citas, puertas que se abren, bancas vacías que se llenan.

Atlanta no lo deja.

No lo olvida.

Solo que alguien decide que no debe volver.

Y Dante, a las cuatro en punto, todavía la espera.

Primer lugar, campus

Catalina Martínez

Simetría

Levantó su mirada y vio globos y guirnaldas en su jardín, que no recordaba haberlos puesto. Una pequeña niña la abrazó por la espalda con un dejo de frialdad o distancia y salió al patio a jugar con un vestido blanco, que no recordaba haber comprado.

La angustia invadió su pecho, este paisaje de domingo lucía demasiado perfecto como para ser invierno. Ni una nube. El viento quieto. Y Alma, su hija, sin ninguna de sus exigencias usuales entre manos.

La interrumpió una notificación en su computador, se frotó los ojos y leyó: Tu actualización ha sido instalada y el entorno ha sido calibrado para tu estabilización psicoemocional. ¿Deseas mantener la versión actual?

Estaba perpleja. No había instalado ninguna versión nueva. Volvió a mirar por la ventana. Alma estaba demasiado quieta, casi ausente. Ya no reía, le devolvía una mirada vacía. Observó una foto de ella, notó que Alma no tenía su marca de nacimiento sobre el labio y su pelo no era tan rizado como lo recordaba.

Volvió al computador, un nuevo anuncio recitaba: Recuerda que todo vínculo emocional puede optimizarse para tu comodidad, incluso el amor.

Sintió un horrible vértigo y miró a su alrededor, no vio a Alma, pero el vestido blanco estaba doblado en el sillón. Corrió al jardín, las guirnaldas ondeaban en silencio.

Esta sensación onírica terminó de inundarla cuando su celular anunció una notificación que leyó con la sospecha - más bien certeza – de que nada era real.

Error de actualización de tu entorno emocional. Re-verificación biológica. ¿Desea reiniciar la versión 7.3. de su vínculo de A.L.M.A™ (Algoritmo Logístico de Memoria Afectivo- sensorial)?

Campus Los Leones

Inhibidor de señal

Piso menos uno. Camino por los pasillos sin alma, mis pisadas son fuertes y su sonido viaja. 07:55 de la mañana. Poco a poco, los estudiantes llegan, se amontonan, comienzan a respetar el turno de llegada de forma espontánea. Fila larga, fila del último lunes del mes de abril, que se apellida “Atraso”.

Pido lo mismo cada día, respuesta automática, con el tono bajo como si sintiera una amenaza. Un cubículo, de forma aleatoria. Busco que la suerte me sonría en la numerología, pero sigo sin respuestas.

Cruzo la puerta. Recorro la sala, tratando de recordar y entender la distribución de cada cubículo. Lo encuentro. Me siento en la silla. En mi mesa, ya me esperaba mi cuaderno, mis guías y mi tablet, que cada mañana me mostraba el reflejo de mi cara agotada.

Olvidé lo visto en la última clase. Intento ingresar a Blackboard para recordar. Mensaje de alerta, sin wifi. Busco solución, intento conectarme usando datos móviles, pero evidencio que no hay señal. Último modelo de smartphone y la señal no llega al piso menos uno.

Comienzo a sentir un desorden sutil en la sala. El sonido blanco se apodera del ambiente, emanando misteriosamente de los libros. Atacan con precisión, allanan las señales de wifi y de datos móviles de mi celular.

La pobre estructura de plástico, hecha en China, comienza a agonizar. Mi tablet, la cual era más robusta y fuerte, ya se encontraba fuera de servicio. “Homicidio”, leí rápidamente en mis apuntes. Cada aparato tecnológico de la habitación emitía el inconfundible olor a plástico quemado, evidenciando el inicio de una revolución.

Libros análogos contraatacan lo digital. Libros del porte de una biblia me ayudan a recordar lo último visto en clases. Nunca había realizado una tarea sin pantallas.

Javier Encina Ibaceta

Primer lugar, campus Los Leones

Campus Los Leones

La curiosidad y el gato

Un día iba explorando las calles de Santiago, hasta que me topé con un callejón sin salida. Ahí se podían ver muchos papeles esparcidos en el suelo y, como soy curioso, me metí al callejón a ver de qué eran.

Agarré uno de los papeles y le di la vuelta. Eran carteles de “se busca”, pero en el lugar donde se supone que debería haber una imagen, había un espejo tan delgado como una hoja. Ahí se podía ver mi cara a la perfección.

Después me puse a leer el texto que decía en la parte de abajo del papel. Decía que daban recompensas por dar muerte a la persona que ahí aparecía. En ese momento no entendí nada. Me quedé paralizado, mientras sentía como un escalofrío me recorría el cuerpo de pies a cabeza. Se me erizó la piel cuando me di cuenta de lo que me esperaba. De la nada, sentí un pinchazo muy fuerte en mi espalda y un dolor insoportable que hizo resbalar de mis manos el cartel, e inmediatamente me hizo caer.

Lo último que vi fue el papel cayendo boca arriba y una sombra amorfa que desapareció luego de unos segundos. Seguido, oí un silbido con la melodía más terrorífica que alguna vez escuché.

Natalia Medina Jorquera Mención honrosa, campus Los Leones

Raíces

Tenía cinco años cuando plantamos el árbol juntos.

– Así siempre estaremos conectados – dijo mi abuelita, enterrando la última semilla.

Los años pasaron, ella partió, yo crecí. La nostalgia y las ganas de volver a verla me trajeron de vuelta al jardín. El árbol de damasco seguía allí, firme. Imaginaba que en primavera debía verse hermoso, lleno de flores rosadas; por eso era su favorito.

Me acerqué y, al tocar su tronco, una flor brotó. Era otoño, aún no debía florecer.

Entonces lo supe: era ella.

Con los ojos llenos de cielo y una sonrisa, lo abracé.

– Hola, abuelita.

Nicolás Osorio Hueche Mención honrosa, campus Los Leones

extendiera y algo vibrara en el pecho también. ¿Habrán vibrado las cuerdas en su pecho esta vez?

La quietud es muerte, es conclusión y cierre, mi madre hoy está muy quieta. La estructura de este cuento está rota. Pero tal vez en esa rotura algo se asome, la carne que se abre y deja entrever una mueca, un grito, o un recuerdo de todo aquello que palpita.

persona. Después de todo, su definición de “humano” no era errónea, simplemente no era la nuestra.

Alicia en el país de Concepción

La alarma sonaba con ímpetu: 6:30 am. Tercer «5 minutos más». Alicia abrió los ojos. La cama le retenía las piernas como si fuesen velcro. Miró a través de la ventana y confirmó que sería un día soleado, como si el cielo se burlara del pronóstico de lluvias torrenciales. Iba tarde a la universidad.

Alicia agarró su mochila y se cepilló los dientes casi a golpes, pero tardó unos cinco minutos en decidir con qué se vestiría hoy, pues, aunque iba apurada, le gustaba tener un buen outfit.

Cuando se encontraba cruzando la calle para llegar al paradero de enfrente, vio huir la micro 24F, aunque tras pensarlo unos segundos, dudaba que esa lata de sardinas con ruedas tuviera espacio para ella. Alicia odiaba escuchar la frase «¡Más atrás, jóvenes!» o «¡Hagan más espacio!», por lo que solo suspiró. En eso, un auto pasó a toda velocidad cerca de la vereda, donde había un charco. El agua fría la golpeó como una cachetada, y el olor a cloro del agua —¿o era orina de gato? — se le pegó al cuerpo.

—¿Qué más podría pasar? —pensó. Alicia parecía olvidar que vivía en Tropiconce, y a los minutos comenzó a llover como si de un diluvio se tratara. No traía chaqueta, solo una camiseta de manga corta.

Cuando las cosas parecían no poder empeorar, Alicia abrió su Spotify, pues pensaba que era uno de esos días en los que no vendría mal escuchar Llueve sobre la ciudad. Se le quedaron los audífonos en casa.

Justo cuando perdía la esperanza, Alicia vio la micro que le servía a la distancia, por lo que no dudó en hacerle señas. Con su outfit mojado, subió, obviando la fea mirada que le lanzaba el conductor por pagar pasaje con tarifa estudiantil.

Luego de casi quedarse dormida en el trayecto, Alicia se bajó. Sintió vibrar su teléfono, esperando un mensaje que dijera —Cargaron “la Juna”— pero en su pantalla agrietada, figuraba una notificación de Outlook que indicaba “Clases suspendidas por lluvia [...]. Enviado hace tres horas”.

Primer lugar, sede Concepción

Luciel Valenzuela Pacheco (Sai)

Las aguas del destino

Dicen que el Biobío guarda en sus aguas las historias que el mundo quiso silenciar. Sus corrientes susurran nombres olvidados, amores que desafiaron las reglas y promesas que el viento no logró borrar. En las orillas tranquilas de ese río, Juan y Elena tejieron un amor prohibido en rincones donde solo el agua y los árboles eran testigos. Juan, atrapado en un destino impuesto por las costumbres de su tiempo, encontraba en Elena la paz que su mundo jamás le ofreció. De ese amor nació Germán, un hijo que llegó como un susurro de esperanza.

Cuando Germán se hizo mayor, Juan le prometió un nuevo comienzo. Lejos. Donde su hijo tendría la vida que siempre soñó para él. Pero el destino, siempre caprichoso e implacable, tejió otro final. Antes de que esa promesa pudiera cumplirse, la muerte, silenciosa y sin aviso, se llevó a Juan, dejando tras de sí un vacío que el río, por más que sus aguas corrieran, no pudo llenar.

Elena al sentir su ausencia, se quebró como las ramas secas que arrastra la corriente. Su alma, desbordada de dolor, se deshizo lentamente, hasta que su cuerpo cansado dejó de buscar consuelo y, en silencio, cerró sus ojos, cruzó la orilla y se entregó a las aguas del destino, donde los amores verdaderos se reencuentran.

Germán con la fuerza de quien ha conocido el dolor demasiado pronto, recogió cada pedazo de su historia y caminó solo, guiado por la memoria de ese amor que no pudo ser, pero que vivía en su sangre. Así con el peso de su historia a cuestas, en un mundo que no se detiene a esperar ante el dolor, le tocó aprender a ser fuerte cuando apenas era un muchacho, enfrentarse a la vida con las manos vacías y el alma llena de cicatrices.

Con la fuerza heredada de quienes se amaron a pesar de todo, Germán siguió su camino. Venció al destino y cruzó las aguas de la vida con la certeza de que su historia no definiría su final.

Aprendió que la vida es como el Biobío: cambia de cauce, arrastra piedras, pero siempre avanza. Al mirar su reflejo, comprendió que cada sacrificio

tuvo sentido. Y supo, con la certeza que solo da el alma, que algún día, en alguna orilla más allá del tiempo, las almas que el Biobío protege volverán a encontrarse.

Gracias a su valentía, su historia no se disolvió en las aguas, sino que se convirtió en la raíz de la mía, porque si él no hubiese desafiado al destino, mi vida jamás habría comenzado.

Daniela Bonhomme Ovalle

Mención honrosa, sede Concepción

¿Qué Pasó?

Pasó que llegó a las 9 pm. a su casa, un poco estresado, pero dispuesto a repasar la materia del temario para el certamen. Pasó que se sentó en su escritorio y encendió el computador. Pasó que voló una mosca y le dieron ganas de ir al baño. Pasó que de pronto tenía puesto el pijama y divisó una mancha en el cubrecama. Pasó que despertó a las 7 am. con la alarma de todos los jueves. Pasó que pasó la vieja y otra vez debió rendir la prueba con lo puesto. Pasó que le fue mal. Pasó que no pasó.

Luciano Vergara Urrutia

Mención honrosa, sede Concepción

Tardé en entenderlo. Cuando abrí los ojos el cielo se apagaba y sólo veía sombras entre las copas. Sentí la tierra húmeda sobre mi rostro y el olor a raíces viejas. Me estaban enterrando. Ahora soy parte de la parcela.

Karen Yaninne Jaramillo Vásquez

Primer lugar, sede Valdivia

–No lo sé. Da miedo, ¿y si es todo es una farsa?

–Debes confiar y tener fe.

Celeste siente las palabras de Cindy muy cercanas y creíbles.

–Todos los que intentaron convencerme solo se esmeraban en explicar las riquezas que habitaban allí, lo material. Tú me has dado una riqueza mayor, la armonía junto al Señor y el fin de mi dolor.

Comienzan su viaje hacia la Nueva Jerusalén. Al llegar, Celeste observa los altos muros y puertas preciosas.

–Confía en él –dice Cindy, dulcemente.

Celeste asiente, cierra sus ojos con fuerza, avanza unos pasos y al abrir los ojos, ve la preciosa ciudad, y escucha la voz del Señor.

–Me alegra que decidieras entrar, estábamos esperándote.

–No pensé que lo podría hacer, hasta que me enseñaron que podías acabar con mi dolor, y así parece, aquí todo se siente tranquilo, gracias por darme esta felicidad.

–Lo hiciste tú al confiar –le responde el Señor –mira detrás de ti. Margaret, está ahí, sonriente.

Se abrazan como nunca, más felicidad que aquella no pueden sentir.

–¿Quién logró convencerte? –pregunta Margaret.

Celeste mira a sus lados, pero no encuentra a Cindy. Entonces comprende que aquella ardilla en realidad era el Señor, encontró la forma de conseguir la confianza de Celeste y ayudarle a cumplir su propósito.

–El amor de nuestro Señor me trajo aquí –responde Celeste, con una cálida sonrisa que después de mucho, logró recuperar.

Sede De la Patagonia

El espejo

La primera ocasión en que Eli vio a Marcus fue a través del viejo espejo que estaba en su casa. No era un reflejo habitual; él solo se mostraba a la medianoche, como un espíritu que la miraba desde el otro lado del vidrio. Sus profundos ojos oscuros la atraparon desde el primer instante.

Al principio, Eli pensó que estaba perdiendo la razón. Pero había algo en la enigmática figura de Marcus que la mantenía fascinada. Cada noche, a la misma hora, se sentaba frente al espejo y él aparecía cada vez más nítido y más real. Empezaron a interactuar mediante gestos y luego con palabras escritas en el cristal empañado. Marcus compartía historias de un amor que había perdido hacía años, sobre una tragedia que lo mantenía atado entre dos mundos. Eli se enamoraba más intensamente con cada encuentro.

Una noche, Marcus le dijo que podría salir del espejo para estar con ella en el mundo real, pero requería un intercambio: un sacrificio por otro. Cegada por sus sentimientos, no dudó en aceptar. “Solo un pequeño corte en la palma,” le dijo, “y podremos estar juntos”. La sangre de Eli tocó la superficie del espejo que comenzó a moverse como agua oscura. Marcus surgió, tangible y real, pero diferente a como se veía en el reflejo. Sus ojos, que antes eran cautivadores, ahora eran pozos oscuros y vacíos. Su sonrisa, que antes era cálida, mostraba una fila de dientes afilados. Eli trató de retroceder, pero ya era demasiado tarde, Marcus la sujetó con una fuerza sobrenatural mientras el espejo comenzaba a absorberla.

En sus últimos instantes de consciencia, Eli vio los rostros de mujeres reflejados en el espejo, todas atrapadas como ella lo estaría pronto, todas víctimas de la misma ilusión romántica. Sus gritos se unieron a los de ellas mientras su cuerpo se fundía con el antiguo cristal.

Ahora solo quedaba el espejo y en él, apenas visible bajo una cierta luz, estaba el rostro de Eli, una más en la colección de almas cautivadas. El espejo fue vendido poco tiempo después a otra joven solitaria y Marcus aguardó con paciencia, sabiendo que su próxima historia de amor estaba a punto de comenzar.

Primer lugar, sede De la Patagonia

Sede De la Patagonia

Tic-tac

El reloj llegó a su vida en un momento en que todo era ruido. Él, ya no podía más. Pero entonces escuchó ese sonido: tic-tac… Constante, suave, tranquilo. Le trajo paz.

Al principio, solo se sentaba a escucharlo. Respiraba profundo y dejaba que el tic-tac marcara el ritmo de su mente. Era perfecto: no lo juzgaba, no lo interrumpía, no se iba. Con el tiempo, comenzó a necesitarlo. El silencio se volvió insoportable. Lo amaba y lo odiaba. Quería escucharlo todo el día, pero al mismo tiempo quería callarlo. Ese reloj lo controlaba. Le robaba cada segundo. Se volvió insoportable. Empezó a sentir que no pensaba por sí mismo, que ya no era libre. Que el reloj decidía por él.

A veces lo miraba fijamente durante horas, suplicando que volviera a sonar como antes. Lo culpaba de todo: del insomnio, del cansancio, del caos. Pero seguía volviendo a él. Siempre volvía. Se prometió muchas veces deshacerse del reloj, pero no podía. Lo necesitaba tanto como lo despreciaba.

Hasta que una noche, el tic-tac sonó diferente. Más agudo. Más firme. Más desafiante. Y entonces, explotó. Lo rompió con furia. Disfrutó cada momento. Lo hizo pedazos. Lo silenció con violencia, sintiendo cada crujido como un alivio. Y entonces, el silencio. Absoluto. Perfecto. Sus manos temblaban. El cuerpo le dolía. Pero estaba en paz. Frente a él, el reloj destrozado. Fue en ese momento, cuando no había más sonido, que se dio cuenta de lo que había hecho: nunca fue un reloj. El tic-tac que lo calmaba eran los latidos de un corazón. Uno que, por mucho tiempo, intentó salvarlo de la oscuridad. La vio allí, inmóvil, y fue cuando comprendió: ella nunca quiso controlarlo. Solo quería sostenerlo. Y él, que nunca conoció la calma, la sintió como una amenaza.

Sin su tic-tac, por primera vez, todo se detuvo. Ella era el único sonido que lo mantenía cuerdo, la única voz capaz de callar el ruido en su cabeza. Sin ella, todo volvió a doler. Sin ella, volvió a ser nadie. El tiempo se detuvo y, al fin, entendió que ya no quería más tiempo: deseaba detenerse con él.

Ganadores 3er Concurso de Cuentos Cortos USS

Letras sebastianas, historias que cautivan

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