De la Urbe 87

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2 Ciudad

Bell 407:

Medellín,

Un helicóptero policial patrulla las calles de Medellín día y noche desde abril de este año. Su presencia ha traído a la mente de muchos las escenas de Batman y la Policía persiguiendo el crimen en Ciudad Gótica. Hasta agosto, la intervención del Bell 407 reportó 454 patrullajes y 74 capturas asistidas. Sin embargo, la pregunta que queda en el aire es si su labor es suficiente para contrarrestar la efervescencia de la actividad criminal.

Escritura y reportería: Karen Parrado Beltrán, Angie López Cardona, Iván Álvarez Tamayo Reportería: Alejandro Valencia Carmona, Danilo Arias Henao Estudiantes de Periodismo

¿ciudad gótica?

Fotografías: Policía Metropolitana Ilustración: Juliette López

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roducto de un convenio entre la Policía Nacional y la Alcaldía de Medellín —vigente hasta 2019—, el helicóptero Bell 407 comenzó su labor el 29 de abril de 2017. Con algunas horas de vuelo previas en operaciones regionales, la aeronave fue puesta a disposición de la ciudad y recibió una adecuación tecnológica de la Secretaría de Seguridad y Convivencia de Medellín por seis mil millones de pesos, los cuales se sumaron a los once mil millones que le costó el aparato a la Policía en 2014. Este es el tercer helicóptero suministrado a una ciudad de Colombia con el fin de reforzar el Modelo Nacional de Vigilancia Comunitaria por Cuadrantes (MNVCC). Los otros dos funcionan en Bogotá y Cali, y el plan de la Policía Nacional es dotar con aeronaves de este tipo a dieciocho ciudades del país. El de Medellín fue entregado en una ceremonia donde fue bendecido con agua bendita por un sacerdote y presentado a los medios de comunicación por el director nacional de la Policía, general Jorge Hernando Nieto, y el alcalde Federico Gutiérrez. Su equipamiento incluye desde una cartografía completa de la ciudad, dividida por comunas y cuadrantes, hasta una cámara infrarroja Flir de tecnología estadounidense —la cual permite identificar movimiento y calor a dos kilómetros de distancia—, una luz de búsqueda apodada como “el ojo de Dios”, un mecanismo de perifoneo y un sistema Data Link, que sirve para la comunicación simultánea aire-tierra, permitiendo la acción conjunta con patrullas y unidades policiales. Uno de los pilotos, el mayor Gastón Mariño, quien además tiene a su cargo la tripulación de la aeronave, explica que el helicóptero presta tres tipos de asistencia policial desde el aire. La primera, rutinaria y de prevención, que es definida semanalmente de acuerdo con los índices de criminalidad monitoreados desde el Comando de Seguridad Ciudadana (COSEC). La segunda, de reacción y asistencia

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inmediata, que responde a casos de persecución u operaciones sorpresivas de la Policía. Y la tercera, de disuasión para manifestaciones masivas que no ha sido implementada hasta el momento. El aparato atiende en promedio quince casos por hora. Aunque cumple turnos en el día y en la noche, no puede sobrepasar las cinco horas y media de patrullaje diario que dispone el convenio con la Alcaldía de Medellín. Su autonomía de vuelo le permite hasta tres horas y media seguidas de patrullaje urbano, el cual realiza a 450 pies de altura —137 metros—, “150 pies más alto de lo que determina el Reglamento Aeronáutico de Colombia (RAC)”, aclara Mariño. En redes sociales como Twitter, los ciudadanos han expresado sus quejas por el ruido que produce el helicóptero. Mariño atribuye esta inconformidad al aumento de la percepción del ruido en las noches, pues a esas horas se reduce la actividad humana y vehicular. Según el piloto, en la noche el helicóptero no alcanza una altura menor a la del día y señala, además, que el fabricante hizo un ajuste en la aeronave para evitar el exceso de ruido. La familia de los ‘Halcones’ Las características técnicas del Bell 407 lo han hecho idóneo para pertenecer a la familia “Halcones” de la Policía, compuesta por cinco helicópteros: uno empleado por la Policía de Carreteras, tres de utilería que hacen sobrevuelos constantes como refuerzos de seguridad ciudadana y otro de apoyo nacional para eventos de gran magnitud o reemplazo de los demás. Esta máquina voladora tiene 3.3 metros de altura y 1.2 toneladas de peso. Es capaz de transportar hasta seis pasajeros y alcanzar una velocidad máxima de 264 kilómetros por hora, según la ficha técnica publicada en internet por la casa matriz Bell Helicopter, la empresa estadounidense que los fabrica desde 1935. El mayor Mariño aclara que el heli-


3 cóptero de Medellín es utilitario y no de artillería, a diferencia de los artillados dispuestos para atender hechos de conflicto armado en varias regiones del país. La operación del 407 La tripulación orientada por la Policía Nacional para la operación del Bell 407 está compuesta por un equipo de quince personas que trabajan en horarios rotativos, entre ellos seis tripulantes operativos, tres pilotos, tres técnicos y un “grupo flotante” de tres pilotos para relevos durante descansos o ausencias. Los requisitos de selección fueron conocer muy bien Medellín y tener experiencia previa en vuelo, pues “no tenemos mucho espacio para aterrizar [en la ciudad] y eso requiere de cierta habilidad”, explica Mariño. De ahí que el único lugar de aterrizaje y despegue autorizado sea el Aeropuerto Olaya Herrera. No obstante, se tienen marcados posibles puntos de aterrizaje en caso de emergencia, algunos de ellos en canchas universitarias. Los costos de operación y cuidado del helicóptero son asumidos en su totalidad por la Policía. Según datos de esta misma institución, la hora de mantenimiento equivale a $175.928 pesos, de los cuales el combustible representa $136.415 pesos. De igual manera, esta institución se encarga del mantenimiento obligatorio de la máquina cada 25, 50 y 300 horas. Todas estas actividades son ejecutadas en Medellín, excepto el mantenimiento a las 300 horas de vuelo que se efectúa en Bogotá. El ojo puesto en la seguridad Según los indicadores del Sistema de Información para la Seguridad y Convivencia de Medellín (SISC), entre abril y octubre de este año fueron asesinadas en la ciudad 310 personas, un 2,9 por ciento más que en el mismo periodo de 2016. El incremento de la actividad criminal también es perceptible en otras modalidades delictivas como el hurto, que hasta el 7 de octubre dejaba 10.925 víctimas, un catorce por ciento más que en el mismo periodo del año anterior. La preocupación que genera la seguridad en Medellín ha puesto en la mira las medidas de control adoptadas por la Alcaldía y la Policía Metropolitana del Valle de Aburrá, en especial cuando las dimensiones sociales y lado los problemas reales, de esta forma se concentra en económicas de la criminalidad configuran una problemátiafianzar las leyes de las que de una u otra manera “todos ca que reta a los mecanismos visibles de control y vigilancia somos transgresores”. como el helicóptero o las cámaras de seguridad. Mientras el reflector del helicóptero invade de luz las Reforzar la inteligencia de la Fuerza Pública es una de calles para señalar el crimen andante, la red subterránea las propuestas para complementar la labor del helicópteque la sabotea desde adentro permanece en la oscuridad. ro. Jaime Mejía, concejal de Medellín por el partido Centro No hace falta tener mucha imaginación para pensar que el Democrático, sugiere aprovechar estas herramientas tecnoúnico capaz de acabar el crimen desde el aire sea Batman, lógicas que facilitan la acción policiaca, porque “si se concon su increíble armazón tecnológica de justicia. Él y su siguió un helicóptero solamente para patrullar, es un gasto batimóvil salvando a Ciudad Gótica de los malhechores inoficioso, que no va a generar el impacto esperado”. lunáticos. Él y su abnegado trabajo de persecución y enjuiciamiento moral. Él, un héroe de la noche en medio de un Entre mayo y agosto, la intervención del helicóptero y crimen de trabaja a plena luz del día. la inversión realizada por la administración municipal han Pero, más allá de las luces y la acción, queda la discusión hecho efectivas la captura de 74 personas, la recuperación sobre la seguridad. Los resultados parecen difuminarse ante de 108 motopartes, tres motocicletas y cinco vehículos, así la latencia criminal que mueve por tierra y aire a una ciudad como el rescate de tres personas. “Los equipos tecnológicos sin un Batman, pero repleta de acertijos y guasones. Si la siempre serán de gran ayuda para la investigación, para meestrategia de seguridad se reduce a los efectos especiales de jorar la seguridad, siempre y cuando se utilicen bien y haya esta aeronave, será difícil hacerle frente al crecimiento de la seguimiento a esa utilización”, señala el concejal Mejía. delincuencia bajo la actual estrategia de vigilancia y control Por su parte, Léider Perdomo, docente de la Facultad que, finalmente, se convierte en un círculo vicioso. de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia y estudioso de la criminalidad urbana, invita a evaluar la función del helicóptero, pues es necesario que primero se reconozcan los arraigos de la actividad criminal en la población, al igual que la capacidad de adaptación de las bandas ilegales. “Así el helicóptero persiga ‘pillos’, los ‘pillos’ no van a dejar de hacer lo que hacen porque eso les ofrece renta, legitimidad, aceptación y seguridad”, anota Perdomo. Se trata de una dinámica que se retroalimenta, “siempre que haya una oferta de seguridad, hay implícita una amenaza”. Pablo Angarita, PhD en Derechos Humanos y Desarrollo e investigador del Observatorio de Seguridad Humana de Medellín, señala que la inversión en equipos de seguridad tecnológica es una “medida que aparece como una moda y un falso remedio”, puesto que en el ejercicio real hay que considerar que “no siempre mayor vigilancia representa mayor seguridad. Muchas veces uno de los factores de la inseguridad son elementos de la propia fuerza pública relacionada con grupos criminales y eso no se combate con cámaras ni helicópteros”. Aunque las cifras no dejan de registrar el progresivo aumento de la criminalidad en el municipio, el corazón del problema estaría en los datos de carne y hueso no capturables por la estadística. “Eso pasa porque el problema no está en la tecnología, sino en los seres humanos”, explica el profesor Angarita. Para los dos estudiosos, las medidas de control tecnológico son un medio efectivo de control psicológico y represión de la población que se ajusta a las normas, pero insuficientes para combatir las estructuras del crimen. La incidencia de la seguridad psicológica hace efecto por la captura de “chiEl helicóptero no puede sobrepasar las cinco horas y media de patrullaje diario que dispone el convenio con la Alcaldía de Medellín. vos expiatorios” —explica Perdomo—, dejando de

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


4 Opinión Editorial

¡Impresionante!: El periodismo adjetivado

Comité editorial Patricia Nieto, Ana Cristina Restrepo Jiménez, Heiner Castañeda Bustamante, Raúl Osorio Vargas, Gonzalo Medina Pérez Dirección: César Alzate Vargas Asistencia editorial: Eliana Castro Gaviria Coordinación editorial: Daniela Jiménez González Equipo de redacción: Juan Manuel Flórez Arias, Karen Parrado Beltrán, Juan Manuel Valencia, Laura Cardona, Elisa Castrillón Palacio, Santiago Rodríguez Álvarez Corrección de textos: Alba Rocío Rojas León Coordinación de fotografía: Juan David Tamayo Mejía Diseño gráfico: Sara Ortega Ramírez Impresión: La Patria, Manizales Circulación: 10.000 ejemplares Sistema Informativo De la Urbe Coordinación general y de Radio: Alejandro González Ochoa Coordinación de Televisión: Alejandro Muñoz Cano Coordinación Digital: Walter Arias Coordinación de Especiales y Regiones: Juan David Ortiz Corresponsal en Urabá: Juan Arturo Gómez Tobón Calle 67 N° 53-108, Ciudad Universitaria, of. 12-122 Tel: (57-4) 219 5919 delaurbe.udea.edu.co delau.prensa@gmail.com facebook.com/sistemadelaurbe twitter.com/delaurbe Medellín, Colombia Acorde con los postulados sobre derecho a la información y libertad de expresión consagrados en la Constitución Política y las leyes de Colombia, las opiniones expresadas por los autores no comprometen a la Universidad de Antioquia ni al Sistema Informativo De la Urbe. Universidad de Antioquia Mauricio Alviar Ramírez, Rector Edwin Carvajal Córdoba, Decano Facultad de Comunicaciones Juan David Rodas Patiño, Jefe Departamento de Comunicación Social

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os ánimos del país parecen arder en llamas cada vez que una noticia potencialmente indignante enciende la chispa. Poner la lupa sobre la realidad siempre genera una concentración de fuerzas capaz de hacer arder la piel, a veces con un foco manipulado. Desde hace unas semanas, el país convive con el vaivén de las noticias derivadas del paro de Avianca, declarado el 20 de septiembre por cerca de setecientos pilotos agremiados en la ACDAC —Asociación Colombiana de Aviadores Civiles—. El paro de los pilotos completa un mes y ya goza de una creciente impopularidad entre los grandes medios nacionales, a quienes no les ha sido difícil tomar partido —mientras informan— y adjetivar sin rodeos. En la radio, el famoso periodista Darío Arizmendi saluda al empresario y mayor accionista de Avianca, Germán Efromovich, como “Don Efra” al inicio de una entrevista, al tiempo que califica la situación con adjetivos que van del “gravísimo” al “impresionante”; mientras tanto, uno de los miembros de su mesa de trabajo prefiere hacer énfasis en el “absurdo”. Los adjetivos se enuncian como si los periodistas fueran parte de la mesa directiva de Avianca y no lo que deberían ser: periodistas que informan. En las noticias virtuales, algunos medios asemejan el paro a una tormenta tropical a punto de convertirse en huracán y otros hacen hincapié en lo que este le cuesta a la economía nacional. Entonces el país arde, se enciende la cólera y la gente asume opiniones como informaciones y, así las cosas, la ‘opinadera’ se atraganta con una realidad de la que le quedan las sobras. No solo pasa con los temas que paralizan al país por alguna de sus venas vitales, como el transporte, sino con sus venas en sí mismas. Tan solo hace unos días, el 5 de octubre, siete campesinos fueron masacrados en zona rural de Tumaco, Nariño, en confusas circunstancias en las que intervino la Policía. La noticia se mantuvo en vilo en las redes informativas independientes,

Entonces el país arde, se enciende la cólera y la gente asume opiniones como informaciones y, así las cosas, la ‘opinadera’ se atraganta con una realidad de la que le quedan las sobras.

¿Ya estamos preparados para la anáfora y la demagogia eterna? Laura Franco Estudiante de Periodismo

Capítulo Antioquia

ISSN 16572556 Número 87 Octubre 21 - noviembre 20 de 2017

Fotografía de portada: Alejandro Valencia Carmona Entre el 1° y el 8 de octubre, grupos de teatro y danza hicieron la primera versión del Festival Selva Adentro en la zona de concentración de las Farc en Riosucio, Chocó. La joya del evento fue la construcción de un teatro para la comunidad. Imagen correspondiente al artículo “Paz y reconciliación selva adentro”.

como un rumor difícil de creer por la gravedad de los hechos. Los dos millones y medio de dólares diarios que por esos días dejaban de volar a las cuentas de Avianca durante el paro se vieron aterrizados cuando el país impactó con su realidad: que se sigue matando contra y pese a todo, y que con impresionante frecuencia quien lo hace es el propio Estado. Entonces, la noticia de Tumaco dejó de ser una preocupación de los medios “chiquitos” y dio la zancada a los grandes medios de comunicación que se encienden cada noche en las salas de los hogares colombianos. El ruido que generaba la masacre en redes sociales, por el hormigueo del copie y pegue de los usuarios, no pudo ser ignorado por mucho tiempo y, como si sufrieran de un daño en la señal, las notas periodísticas, los reportes, los informes especiales sobre Tumaco, empezaron a aparecer en diferido. La masacre de Tumaco se volvió tema de interés público, y con él resurgieron otros como los cultivos ilícitos, el abuso de la Fuerza Pública, la debilidad estatal, las Farc, la paz y hasta el castrochavismo —siempre necesario para ciertos intereses—, los cuales volvieron a levantar los ánimos. Hay quienes ponen y quitan temas de la agenda pública como platos de una mesa; esa suele ser la finalidad de los consejos de redacción. Allí el tema más caliente se sirve primero para picar la lengua. El periodismo, encargado en principio de informar, siempre será un apasionante juego de poderes. Y así vivimos —no sin mucha falta de conciencia de ello— , pensándonos cada vez más informados de una realidad que se acomoda estratégicamente, como una batalla naval desecha y avala noticias a diestra y siniestra. Pero, bueno, “tenemos los periodistas”, dirían algunos, para que nos pongan los hechos pertinentes sobre la mesa con el fin de conocerlos y con suerte comprenderlos. La mala suerte es que ante tal responsabilidad, los susodichos sucumben —no pocas veces— ante la rapidez del adjetivo, siempre dispuesto a arremeter sin hacerle justicia a la realidad o, quizá, solo a la propia… ¡Increíble!, jummmm, que solo nos quede el adjetivo frente a los hechos.

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esde el inicio de los diálogos entre el Gobierno y las Farc, el país se vio inmerso en un juego de vanidades en el que los participantes se encargaron de jactarse y juzgar, dependiendo de si se apoyaba o no el proceso de paz. Se fue aprovechando entonces el escenario, que resultaba ser de una transformación sustancial -más allá de esas superficialidades altivas-, para el enaltecimiento político y la consolidación de una estrategia con el objetivo de alcanzar o mantener poder. Se les olvidó a los implicados que la búsqueda de una “paz estable y duradera” no es exclusiva de morales perfectas, es un objetivo intrínseco e instintivo —además de constitucional— que con convicción han perseguido muchos gobiernos, aplicando maniobras particulares por supuesto; desde Pastrana con su fracasado intento de negociación, hasta Uribe con su política de Seguridad Democrática. Así pues, con el proceso de paz iniciado en el mandato de Juan Manuel Santos, no se estaba llevando a cabo la insurrección del siglo (y por favor no me malinterpreten, no le resto valor a lo que se alcanzó con el Acuerdo y lo que resta por lograrse), pero el aire de superioridad que supone estar logrando una hazaña o estar en el lado correcto de la polarización, es penoso. Santos, por ejemplo, desde finales de 2016 —para ese tiempo ya Nobel de Paz—, no deja pasar en sus alocuciones ningún concepto que no haga referencia directa a la reconciliación, la guerra o la paz, como si de un deber se tratase y como si el repetirlo reafirmara su figura. Es así como la palabra paz, de tanto ser repetida, se ha vuelto pleonástica y falta de sentido. La repetición ha sido siempre una herramienta retórica usada para enfatizar el sentido de algo, antes que para des-

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prestigiarlo. No obstante, esa anáfora discursiva, propia de Santos y demás personalidades políticas, en torno a la paz, ha hecho que desaparezca la carga simbólica del concepto que ahora se queda en una figura estilística. Abusar del término, y del concepto que engloba, es innecesario, pues desde el origen de las comunidades se ha estado siempre en un proceso de paz, en busca de una tranquilidad y una buena convivencia que hoy se extiende con la construcción de la misma desde los territorios, las relaciones sociales, la educación, la cultura y el arte. El Acuerdo fue en últimas una más de esas iniciativas, aunque macro y con un mayor despliegue mediático. Ahora bien, próximos a unas elecciones presidenciales, los candidatos se han estado vinculando a uno u otro costado de la discusión eterna, apoyar o no los acuerdos, dejando casi en segundo plano el resto de problemáticas que envuelven al país. Se está haciendo entonces que la sociedad colombiana gire su mirada en un solo sentido. Es importante por supuesto tener clara la posición del candidato frente a lo pactado, pero no es en absoluto lo único relevante dentro de la presentación de su candidatura. De la Calle, Claudia López y Fajardo (los candidatos con mayor favorabilidad según la encuesta Gallup poll) se han manifestado ya afines a lo firmado con las Farc. Cada uno ha asegurado respaldar el Acuerdo a la vez que coinciden en otro término no menos repetitivo: la anticorrupción, inmiscuida en un discurso que resulta demagógico en la medida en que trata de persuadir a los votantes de que siendo ellos los elegidos podrán terminar con ese defecto inherente a la sociedad colombiana. Parece entonces que la anáfora -por el lado de la paz- y la demagogia -por el lado del discurso de la anti-corrupción- serán las que guíen la propaganda y la publicidad de las elecciones venideras y de paso, el resto de alocuciones políticas. Espero que estemos preparados.


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Sí, yo también Doris Elisa Bustamante siquiera tiene mi celular”. ¿¡Se puede creer!? Mi terrible inconsciente me hacía pensar que era un acto de seducción. Profesora de Periodismo ¿En qué mundo crecí que ante una agresión como esa, yo, @debtte

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. es mi vecino colindante. El hijo de los vecinos de mis padres desde hace más de treinta años. Una noche, cuando estaba en su taller de carpintería y le di la espalda para salir, después de una breve charla por una mesa de trabajo que eventualmente me ayudaría a construir, me agarró de la cintura y comenzó a besarme y a manosearme. Me volteé para tratar de zafarme sin mucho éxito, parecía que sus brazos y sus manos se hubieran multiplicado, los sentía por todos lados. No medió palabra, ni antes, ni durante, ni cuando pude irme. Yo pasé del “no, no” a tratar de aflojar para ver si aflojaba él, “ahora no, ahora no” le decía como si pudiera haber un “después sí”, y quizás entonces me soltaría y yo podría irme. Le decía que mi mamá estaba afuera y ya no recuerdo qué otras cosas. No sé cómo, pero de pronto me vi con las piernas en el aire y abiertas sin poder poner pie en el piso y sin poder apoyarme en nada. Me tenía cargada sobre su cadera y fui consciente de su pene frotándose contra mí. Es lo más asqueroso que he sentido en la vida. Comencé a reírme. En ese momento solo pensaba en la ridícula posición en la que estaba y ¡me reía! mientras manoteaba hacia el techo y la pared más cercana tratando de volver sobre mis pies. De repente me bajó y quiso seguir tocándome. Finalmente tuve algo de control y dije “me voy a mi casa”. Algo lo detuvo, yo no pude. No sé qué fue, quizás la conciencia de ese entorno simbólico en el que vivimos tantos años y que él ignoró en esos minutos eternos y horribles: mi mamá, la de él, sus otros hermanos, el vecindario, suyo y mío al mismo tiempo; mi casa, la de él. No sé. Cuando salí de ese garaje, arreglándome el pelo, me sentí como en una película y lo primero que pensé fue “ni

una persona consciente, que ha pensado estos temas y se ha atrevido a analizar la reacción social e individual de quienes sufren algo así, tira por la borda la razón y reacciona como una simple mujer abusada e inconsciente de haberlo sido? ¡A mis 49 años! Y pienso entonces en el escándalo hollywoodense del momento. Simple. Crecí en el mundo de los Harvey Weinstein, que es también el de aquellos que critican las reivindicaciones feministas, que creen que las mujeres adornamos sus vidas, que estamos para ser seducidas y halagadas, que debemos ser suaves y agradecidas, que “la imagen de la mujer es pública y es de todos” como defendió los piropos alguien en las redes sociales tratando de deslindarse de los abiertamente sicópatas como J. y los abusadores como Weinstein. Y me acordé de una escena en La naranja mecánica en donde como terapia de choque hacen que Alex escuche su amada novena sinfonía de Beethoven mientras lo obligan, con ganchos en sus ojos, a ver la proyección de escenas repulsivas y violentas... La belleza como terrible instrumento de control y disciplinamiento. Si no hay consentimiento, hasta la belleza pierde su bondad. Si no hay capacidad de elección, no hay libertad. Y sin ella, nos roban la dignidad como ser humano. Por eso, la poderosa respuesta colectiva que derivó del caso Weinstein, la campaña virtual #YoTambién (#MeToo en su versión original), que saca del baúl de lo privado esa costumbre social tan enquistada, es vital para construir una ética pública que nos considere sujetos de derechos plenos. Porque el feminismo no es un discurso solo de mujeres, o no debería serlo. Es una manera de relacionarnos socialmente, una que le da igual derecho de ser, parecer y decidir a cualquier persona sin importar su género.

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oda la tarde me la he pasado en busca de información sobre plagios en el periodismo que hayan dejado huella en el mundo y, sobre todo, que hubiesen abierto la brecha casi imborrable de la desconfianza entre el periodista y sus lectores. Encontré hechos reales que irónicamente tienen como eje central la falsedad. Casos como el de Stephen Glass, quien inventó veintiuno de los cuarenta artículos que escribió para el semanario estadounidense The New Republic, o el de Jaison Blair, quien falsificó alrededor de cien de las seiscientas notas que escribió para The New York Times, muestran la falta de pasión por el oficio, la necesidad de producir en exceso o el no admitir que como seres humanos pasamos por épocas en las que las ideas no nos fluyen como quisiéramos, son alicientes que han llevado a muchos a menospreciar la labor periodística y, a veces, a convertirla en literatura. Me encanta leer cuentos, novelas y poesías, me parece que la imaginación que tienen los autores que escriben esos tipos de textos es increíble, pero con lo que no estoy de acuerdo es con el hecho de utilizar este recurso en un espacio que, si bien necesita la capacidad de una buena utilización de las palabras y originalidad, tiene como ente inspirador los hechos reales, los

A comienzos de este año compramos e instalamos cuatro exhibidores para poner ejemplares de De la Urbe al alcance de la comunidad universitaria. Ubicamos uno en la portería del Metro, otro en el primer piso del bloque 12, otro en un costado de la plazoleta Barrientos, a unos metros de la cafetería de Pastora, y el último en el otro costado de la misma plazoleta, diagonal a Frutikas. Días después, junto a nuestro exhibidor apareció un puesto de ventas estacionarias. Legal o ilegal, ahí estaba. Más tarde apareció otro. Durante meses acudimos a dejar ejemplares en el exhibidor, a pesar de que cada vez era necesario pedir a los detentadores de los puestos (¿estudiantes?) que nos dejaran pasar y retiraran los objetos que colocaban sobre el exhibidor como si de una especie de mesa de noche se tratara. Cada vez, los objetos eran más abultados y pesados; crecían en directa proporción al surtido de los puestos. Y, claro, llegó el día en que lo dañaron. Cabe anotar que la Universidad es de todos.

El concejal solitario

Buscar la verdad, no inventarla Sebastián Puerta Ortiz Estudiante de Periodismo

Dañar lo público

datos demostrables y a las personas que dan fe con sus realidades de un pedazo de cada historia que se cuenta. Cada cosa tiene su espacio y el buen periodismo debe ir paralelo, pero por un camino diferente al de la ficción. Gracias al mundo digital, la información se pasea de manera mucho más cercana a nosotros; si tienes un computador o celular con acceso a la red, puedes disfrutar de innumerable cantidad de contenidos de toda índole. Las posibilidades son infinitas y el conocimiento que se puede adquirir es amplio, pero en algunas ocasiones estas ventajas pueden ser mal utilizadas. El periodista debe ser honesto, debe contar los hechos tal cual, sin verdades a medias y respetando el trabajo de sus demás colegas. El plagio es un delito, pero más que eso es una forma de menospreciarnos como profesionales y de sacarles el dedo del medio a las personas que siguen nuestro trabajo; ¿qué se pierde con agregar en un texto que ‘x’ línea o ‘y’ párrafo se sacó de ‘z’ medio? ¿Eso no nos fortalece? ¿Pasamos tantos años en la universidad reporteando, conociendo distintos métodos de investigación, formulando proyectos, para que después se nos “olvide” hacer una cita? Bien por todos aquellos que han sido capaces de destapar la olla del sancocho de mentiras que otros colegas han tenido hirviendo por tanto tiempo. Entiendo que estemos en la época de la inmediatez, pero eso no es excusa para ofender las bases del periodismo.

Reventamos de risa, no era para menos: Santiago Jaramillo, un concejal por el Centro Democrático, escupe en pleno debate sobre cultura una diatriba en la que lanza a un expresidente de Atlético Nacional a la alcaldía de Medellín y hasta habla de Abril, su perrita. En sus disculpas posteriores, habla de Diego Maradona y de su amor por los argentinos, del “rincón uribista” de su casa y, de nuevo, de su perrita. Al final del video, que transmitió por Facebook, se queja por la poca audiencia. Miente, insulta, acusa sin pruebas. Días después, cachetea a un periodista. Ya no es folclor, es alguien que enfrenta un problema que afecta su vida, que necesita ayuda. Pero volvimos a reventar de risa. Lo paradójico es que su partido, que también miente, insulta y acusa sin pruebas, respondió suspendiéndolo. También lo dejó solo. Su jefe, ese que inspiró un rincón de su casa, dijo que es una cuestión de “ética en la política”. El concejal respondió acusando al jefe de ser el principal obstáculo para la paz. Ambos tenían razón.

Recursos públicos, campaña privada

El tipo, malencarado y desdeñoso, dispara: “Yo lo que hice fue contribuir a los logros más grandes del presidente Santos”. El director del noticiero más visto del país le acaba de preguntar si, durante su paso por el gobierno actual, lo que hizo no fue ordeñar una vaca, agotar una mina. El tipo, con una cara de piedra imposible de maquillar hasta en televisión, menciona casas, alcantarillados y carreteras. “¿Eso es ordeñar la vaca o un gran aporte que yo le hice al gobierno?”, alega con el pecho inflado, casi a punto de aplaudirse. El periodista, entonces, pregunta: ¿eso lo hizo para alimentar la campaña? Y el otro, sin asomo de vergüenza, dice que sí. Y algo más: “Yo nunca lo oculté”. Qué Código Disciplinario Único ni qué ética ni qué nada, si yo ya soy el dueño de este país, piensa el tipo. El video queda archivado por ahí, junto a un montón más, para cuando nos visiten los marcianos y tengamos que mostrarles los dirigentes de este país. Un coscorrón, Vargas Lleras.

La señorita María

Los tiempos venideros no pintan muy favorables. Faltan seis meses para las elecciones presidenciales, y esta vez no hay ni olas ni remolinos es que ni una lluvia de esperanza. Suceden masacres como la de Tumaco y siguen los asesinatos a líderes sociales. ¿A qué santo nos encomendamos, entonces? Al cine, siempre al cine. El próximo 23 de noviembre se estrena a nivel nacional el documental más reciente del director Rubén Mendoza: Señorita María, la falda de la montaña. La señorita María es, tal vez, uno de los personajes más bellos que nos haya mostrado el cine colombiano; una mujer que sostiene su vida en el amor y la resistencia. Vaya a verla, estimado lector. Hay que buscar trincheras que nos devuelvan la fe.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


6 Posconflicto

Paz y reconciliación

selva adentro

Entre el 1 y el 8 de octubre, en el Espacio Territorial de Capacitación y Reintegración Silver Vidal Mora, ubicado entre los municipios de Riosucio y Carmen del Darién, en el Chocó, se realizó el Festival Selva Adentro. En él, grupos de teatro y danza de cinco departamentos presentaron sus obras a excombatientes del Frente 57 de las Farc, sus familiares y comunidades cercanas. Elisa Castrillón Palacio Estudiante de Periodismo castrillonelisa@gmail.com Fotografías: Alejandro Valencia Carmona

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abíamos que en la selva algo iba a pasar, y pasó, y pasa. Que los pueblos cercanos al río Atrato, en el Chocó, habían tenido que resistir al desplazamiento, la muerte y el miedo constantes de quedar en medio de los enfrentamientos entre grupos armados. Sabíamos que la guerra se había asentado en las cuencas del río y se había vuelto cotidiana, igual que el olvido del Estado y la presencia activa de paramilitares, guerrillas y fuerza pública. Luego supimos que las comunidades cercanas al río habían perdonado, y que, después de firmados los acuerdos de paz entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno, habían cedido parte de sus territorios al Frente 57 para que sus miembros lograran el tránsito a la vida civil en el mismo espacio donde habían operado desde su formación en la década de los años ochenta. También, que en medio de la incertidumbre por la lenta implementación de los acuerdos y las condiciones en las que los excombatientes avanzaban en la reincorporación, el arte y el teatro llegarían a ese pequeño rincón del bajo Atrato para hacer que retornara la esperanza. El Festival Selva Adentro, realizado entre el 1 y 8 de octubre y organizado por la Red de Colectivos de Estudio en Pensamiento Latinoamericano (Cepela), el Teatro

Matacandelas y la Escuela de Danza Bailes Afroantillanos, en el Espacio Territorial de Capacitación y Reintegración (ETCR) Silver Vidal Mora en Riosucio, fue una apuesta para que los excombatientes del Frente 57 y las comunidades cercanas de Bojayá, Buchadó, Cacarica, entre otras, se congregaran a través de nuevos lenguajes que les permitieran reencontrarse. En el Festival participaron trece grupos de teatro y danza de las ciudades de Cali, Manizales, Bogotá y Medellín, dos de las comunidades cercanas al punto y el grupo De Frente, conformado por excombatientes y jóvenes de las comunidades vecinas. Las temáticas de las obras giraron en torno a la memoria y la resistencia frente al conflicto como un arma para enfrentar el olvido y la violencia. Además, se realizaron talleres y conversatorios con las personas del espacio y de las comunidades aledañas para que contaran sus historias y se idearan estrategias para la reconciliación. Para Camilo Durango, director del festival, “en la sociedad en que vivimos hay una particularidad y es que nos enseñaron al silencio. La matriz cultural en Colombia es el miedo y el silencio. No nos han enseñado a hablar o a destaparnos, nos han enseñado a crecer con máscaras y nos han dicho que ni de política ni de religión se habla”, y el festival era el espacio para superar esas barreras y comenzar a relatar la historia de comunidades que se habían sumido en el silencio. Un escenario para superar la guerra Con Selva Adentro llegó también la idea de construir un teatro que fuera el escenario de las obras que se iban a

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presentar durante los ocho días de festival, pero también de las reuniones que se adelantarían con la formación del nuevo partido político de las Farc y que además se convirtiera en un espacio para que todas las comunidades de la región pudieran compartir y reunirse a través de la cultura en el único escenario de la zona. Para la construcción hubo donaciones de la comunidad y otros colectivos, y fue un trabajo conjunto entre la arquitecta Carolina Saldarriaga, la Red Cepela y los habitantes del Espacio Territorial. Cuenta Wílmer Antonio Toribío, excombatiente y actor del grupo de teatro De Frente: “La primera vez que yo vine a este sitio a limpiar con una guadaña el terreno donde iban a hacer el teatro, vi la estructura medida con nailon y me reí porque dije: ‘¿Un teatro aquí? Sería maravilloso, pero si en la ciudad duran años haciéndolo, acá en el campo cuánto duraremos’. Y trabajábamos y trabajábamos, porque nosotros somos como hormigas, y traíamos la arena desde la orilla de la carretera a hombro, la teja, la madera, todo a hombro. Parecía mentira, pero hoy en día estamos disfrutando el fruto de parte de nuestra lucha, porque esto es una parte de eso”. Se demoraron dos meses en construirlo. El proceso finalizó el primer día del festival y, aunque estuvo lleno de contratiempos y temores porque, según la arquitecta, la comunidad no pudo entender el proyecto hasta verlo terminado, hoy es un espacio para que cerca de trescientas personas puedan congregarse a través del arte. Según Carolina, fue una lucha hacerles entender a los excombatientes que ellos mismos tenían las capacidades y la fortaleza para construir-


7 lo. “Aquí es donde yo le encuentro un sentido a la arquitectura; este momento es tan crucial en este país, que es muy fácil que se nos pase de frente y que no hagamos nada, y este tipo de proyectos son los que confrontan y le apuestan a una paz de una forma mucho más concreta”, dice. Terminado el festival, las comunidades tendrán que llenar de programación el espacio para hacerlo un escenario de reencuentro, donde confluyan todas las expresiones artísticas de la región y se generen otras nuevas. “Ahora, mi miedo más grande es lo que va a pasar. Cómo hacer que a este teatro no se lo coma la selva literalmente. Que quede ahí, baldío y sin uso”, expresa Carolina. Una vez terminado el festival, Toribio aspira ser el nuevo director del grupo de teatro De Frente y, aunque son muchas las expectativas frente a la segunda versión de Selva Adentro, Camilo Durango aspira que sean las comunidades quienes se apropien del teatro y del festival para realizar otras versiones. Tierra de quién A este miedo se suma el hecho de que el terreno del ETCR se encuentra en litigio entre las comunidades afrodescendientes que históricamente han ocupado la región y la actual propietaria del mismo. A finales de los noventa, las comunidades que se ubicaban en las cuencas del río Curvaradó sufrieron un desplazamiento que, según Cristobalina Mena, Secretaria de Paz, Reconciliación y Reinserción de Carmen del Darién, “se dio más que todo por el tema de cultivo de palma de aceite en estas tierras. Muchas familias fueron desplazadas por grandes empresarios que, o compraban a menor precio, o amenazaban e intimidaban a la población para que saliera del territorio y ellos pudieran hacer los cultivos”. En 2004 la Corte Constitucional se pronunció a favor de las comunidades afro que habían ocupado el territorio y la demanda se focalizó en la Unidad de Restitución de Tierras. Sin embargo, cuando se eligió el punto en el que el Frente 57 adelantaría la dejación de armas y el tránsito a la vida civil, el alquiler del predio se hizo con la actual poseedora del mismo. Para Mena, “no se entiende la razón por la que el gobierno nacional, cuando se hizo el proceso para ubicar el lugar donde se iban a construir los campamentos de los excombatientes, seleccionó este terreno sabiendo que existe una sentencia que lo protegía y que ordenaba el desalojo y la restitución del mismo”. Sin embargo, para la arquitecta Carolina Saldarriaga, el teatro “lo que debe hacer es dar más motivación para quedarse. Porque las realidades de los territorios no se miden por las leyes” y es la comunidad la que debe apropiarse de ellos. La implementación de los acuerdos Otra de las grandes preocupaciones, no solo de los exguerrilleros, sino de las comunidades que conviven en el sector, tiene que ver con la lenta implementación de los acuerdos y los problemas de seguridad que siguen presentándose en el territorio. Por un lado, las condiciones en las que viven los excombatientes y sus familias son precarias. Para Omar de Jesús Restrepo, presidente del ETCR y conocido en la organización como Olmedo Ruiz, “las viviendas están hechas para una tropa, no para personas civiles, una comunidad de civiles, de campesinos”. Las estructuras tienen grietas, los servicios sanitarios son insuficientes y la carretera de acceso está deteriorada. Además, el terreno presenta aguas estancadas, lo que les ha imposibilitado avanzar en sus proyectos productivos, que tampoco han implementado por el problema de litigio del terreno. Por otro lado, la presencia del paramilitarismo en la región atemoriza a los pobladores de la zona, que ya han denunciado la presencia de dicho grupo a las autoridades. Según Restrepo, ya ha habido amenazas y ofrecimientos a algunos habitantes del ETCR para instalar explosivos en el salón donde periódicamente se reúnen los miembros de la junta administradora del Espacio Territorial. Y, aunque no descartan cualquier acción paramilitar, cree que “al proceso lo va blindando la misma sociedad en la medida en que se vaya apoderando de él. Porque puede haber un saboteo, y eso genera caos, zozobra y también puede tener sus costos políticos para la misma fuerza pública que está al pie de nosotros”. Para las comunidades cercanas el panorama es distinto, porque son ellas las que históricamente han hecho frente a la presencia de los paramilitares en la zona y han regresado a los territorios después de los múltiples desplazamientos de los que han sido víctimas. “Los paramilitares aquí, y de esta tierra para afuera, andan como perro por su casa. Andan matando, andan asesinado, andan extorsionando, andan haciendo y aconteciendo. Y nosotros los campesinos que hemos sufrido en carne propia este flagelo de los asesinatos y las muertes y las desapariciones, tenemos miedo. Porque sabemos que esos fueron los que nos sacaron del territorio y asesinaron centenares de personas. Entonces el miedo no lo hemos dejado”, declara Libia María Chaverra, habitante de la Zona Humanitaria Camelias, una comunidad cercana al ETCR que se reconoce como territorio vulnerable por la presencia de diversos grupos armados. Según Jorge San Martín Machado, líder del corregimiento de Buchadó de Vigía del Fuerte, el año 1997 es el referente de la incursión paramilitar en el territorio, y con ella del inicio de la violencia en el Atrato. La Operación Génesis, perpetrada en febrero de dicho año por los para-

militares en complicidad con la fuerza pública y por la cual se condenó al comandante de la Brigada XVII del Ejército, general Rito Alejo del Río, dejó cientos de desplazados en la zona e hizo que se iniciaran los enfrentamientos entre las autodefensas y el Frente 57, que hasta ese momento había ocupado el territorio con relativa tranquilidad. “Nosotros sentimos temor. Porque nosotros no vemos esa presencia del Estado realmente como debe ser. Porque las Farc salieron de los territorios con la condición de que el Estado retomara el poder en esos territorios, y en este momento el Estado no lo ha hecho. Son unos vacíos que hay y nosotros tenemos temor de que por ahí puedan llegar los otros que sabemos que se están organizando para eso”, asegura. Y es en medio de esa incertidumbre y ese temor que el Festival Selva Adentro llega para promover otro lenguaje, el del arte, para que las comunidades continúen en sus procesos de resistencia y hagan visibles a través de él las problemáticas a las que se enfrentan, los miedos, las necesidades, y le hagan honor a la memoria.

Frente a los alcances del festival, en palabras de su director, “no sé qué logremos, pero algo que sí empecé a vislumbrar es que por lo menos la gente que nos visitó empezó a darse cuenta de que el imaginario que tienen sobre las personas que vivieron la guerra y que están en la guerra, no es el imaginario que han puesto los medios de comunicación”. Durante ocho días, los asistentes disfrutaron de obras de teatro y danza que representaron la guerra y les sirvieron a los excombatientes como un espejo, y a las víctimas como un ejercicio de memoria. La risa y las lágrimas acompañaron los aplausos que fueron llenando el teatro cada día más, a medida que los habitantes del ETCR se animaban a asistir a las funciones del festival, y, aunque fue difícil lograr la participación de los excombatientes en los talleres y conversatorios de la mañana, las funciones nocturnas se convirtieron en el escenario de diálogo entre los artistas y los recuerdos de víctimas y los exguerrilleros. Por ahora, según Fredy Bedoya, director de la Corporación Cultural Nuestra Gente, “hay que poner el puente para

Si bien el Gobierno fue el encargado de abastecer a los excombatientes en las Zonas Veredales Transitorias de Normalización, ahora las familias se deben encargar de sus alimentos, y algunas han hecho de su casa tiendas y mercados.

El festival “Yo creo que la política debe volver a ser arte y es porque la política debe ser capaz de cambiar. El arte cambia, crea, busca nuevas posibilidades. La política debería volver a ser eso. No debería ser simplemente el ejercicio técnico de llegar a un puesto o tener unas fórmulas legales para hacer algo, no. La política debe moverse, porque la política es la organización de las sociedades y en esa medida es la expresión de las sociedades”, afirma Camilo Durango, el director del festival. Durante ocho días en el río Curvaradó navegaron las pangas que acercaban al ETCR a miemCarolina Saldarriaga, arquitecta del teatro. bros de otras comunidades y por la carretera que lleva al espacio transitaron actores, actrices y directores de teatro, periodistas, que de la otra orilla pasen aquí. Hay que tender el puente voluntarios y curiosos. Todos con la bandera del arte como para que de Belén vengan aquí, para que se den cuenta de un elemento esperanzador en medio de tanta incertidumbre. que aquí está pasando una cosa: está pasando la vida, la Los excombatientes y miembros de las comunidades, esperanza. La nueva Colombia pasa por aquí, empieza por que empíricamente habían venido desarrollando diversos aquí, y ahí es donde tenemos que ponernos todos las pilas”. ejercicios de memoria a través de la danza y el teatro, enEl reto está en seguir ofreciendo espacios donde el arte tendieron la importancia del festival como espacio para que y la cultura irrumpan en la cotidianidad de los habitantes confluyeran todas sus historias. “El teatro no es solamente del ETCR, mientras los excombatientes se habitúan a la las palabras. El teatro es memoria, el teatro es historias, el levedad de no cargar fusiles o pesados equipajes. Ahora teatro da alegría y tristezas. Es un ejercicio muchas veces que han transformado los cambuches en carpas para una mudo que se hace, pero que se ve del ayer, el presente y barbería, han convertido sus habitaciones en lugares de enmuchas veces el futuro”, expresa Bernardo Vivas, líder de cuentro y reunión, y se han instalado en el espacio con la la comunidad del Cacarica. esperanza de hacerlo definitivamente suyo, la primera verEl festival fue el espacio para que las víctimas del consión del Festival Selva Adentro tiene que servir de ejemplo flicto y los excombatientes compartieran sus experiencias y para que en otros rincones del país se erijan teatros que le dieran rienda suelta a la memoria, tantas veces acorralada sean escenarios de encuentro y reconciliación. por el miedo y la desesperanza. “La guerra nos ha privado de la libertad, a veces uno no tiene mucha participación de expresión, es algo que siempre mantiene uno ahí como ahogado, y estos espacios abren puertas para uno poder hacerlo”, dice Ana del Carmen Martínez, víctima de desplazamiento en la comunidad del Cacarica.

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8 Reconciliación

Voces de la paz: cese al fuego entre Gobierno y ELN

El primero de octubre, el Gobierno y el ELN dieron un paso firme en la búsqueda de la paz. Por primera vez en 53 años de conflicto se produjo un alto en las acciones bélicas. Las partes se comprometieron a que durante cien días, a partir de esa fecha, se lleven a cabo acciones encaminadas a cambiar la realidad de las comunidades afectadas por la acción militar de ambas. Hablamos con cinco personas que, de una u otra forma, viven estos diálogos desde su interior. Juan Arturo Gómez Tobón Estudiante de Comunicación Social Periodismo atgoz@hotmail.com

P

ara Juan Camilo Restrepo, jefe de la comisión negociadora del Gobierno, el cese al fuego y de hostilidades que se inició a comienzos de mes con el ELN significa un comienzo, no un final: “Este es un primer esfuerzo para ir creando confianza, desarmando los espíritus, silenciando los fusiles y montando una serie de medidas humanitarias a las cuales se han comprometido las dos partes en este cese al fuego”, afirma. Durante estos cien días, de parte del ELN, no debe haber secuestros a ciudadanos, ni extranjeros ni nacionales, ni atentados en contra de la infraestructura del país ni reclutamiento de menores, y no debe haber instalación de artefactos antipersonales que pongan en peligro a la sociedad civil. Por su parte, el Gobierno se comprometió a fortalecer el sistema de alertas tempranas para proteger mejor a los líderes sociales, a adelantar un programa de carácter humanitario para aliviar la condición de los reclusos del ELN y a poner en marcha el sistema de las audiencias, que constituyen el primer paso para el desarrollo del punto número

“Diego Galvis”, miembro del ELN. Fotografía: Cortesía

uno de la agenda convenida en marzo de 2016. Dicho punto especifica la participación de la sociedad en la construcción de la paz. Según Restrepo y Pablo Beltrán, delegado del ELN, en un comunicado conjunto del 13 de octubre, las audiencias se harán en todo el territorio nacional entre el 30 de octubre y el 13 de noviembre y en estas “las delegaciones conocerán desde diversos sectores y organizaciones, experiencias y propuestas sobre los mecanismos y formas de participación que enriquezcan la discusión de dicho punto en la Mesa de Diálogos”. . “Estoy aburrido de esta guerra de porquería” Diego Galvis es su seudónimo en la guerrilla. Ingresó al ELN a los diecisiete años, realizó estudios de Derecho y Ciencias Políticas que no concluyó y es cofundador de la cadena radial del ELN, Radio Nacional Patria Libre (Ranpal). Además de diseñar, junto a un colectivo de insurgentes, la política comunicacional y la estrategia para Redes Sociales Virtuales del ELN, Galvis afirma haber participado en el diseño de la propuesta pedagógica y de comunicación que el ELN presentó en la Mesa de Quito para trabajar de manera conjunta con el Gobierno. Después de vivir 31 años en medio de la guerra, esta es su posición con respecto a los diálogos: “Yo, en verdad, sí estoy cansado de ver cómo mueren millones de colombianos en esta guerra de porquería, pero no renunciaré a

Ernesto Ramírez líder de comunidades negras de Riosucio, Chocó. Fotografía: Cortesía Ernesto Ramírez

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luchar hasta no ver transformaciones. El ELN desde el inicio de la fase exploratoria, la que no era pública, planteó un cese al fuego bilateral. Un cese al fuego que en últimas beneficia al pueblo colombiano, a las familias que tienen hijos policías, hijos militares, líderes sociales, y a nosotros que somos también hijos del pueblo. Este cese representa para nosotros la oportunidad de formarnos políticamente, dedicar nuestro tiempo a otras cosas que nos gustan como la música y la pintura, compartir con la gente del pueblo en las zonas donde nos movemos. Significa esa alegría inmensa de que el Gobierno va a detener esa agresión contra el movimiento social, contra los líderes sociales, va a parar esa masacre que viene cometiéndose. Yo estoy tan cansado como los millones de colombianos que hemos padecido esta guerra. En mi caso, tengo más de diez años sin ver a mis hijos. Cada vez que pienso en lo terrible de esta guerra, en lo inhumana, en los niveles de degradación a que hemos llegado, ver por ejemplo cómo policías han asesinado campesinos por solicitar la sustitución de cultivos, me da ganas de llorar. Eso se debe a la forma como han trabajado en todos los bandos el odio hacia el contrincante y eso hace que uno como combatiente eleno se cuestione.”. “Una oportunidad para que la gente pueda volver a su territorio” Monseñor Hugo Alberto Torres Marín, obispo de Apartadó, será el encargado de hacer la veeduría al cese al fuego y de hostilidades en los once municipios del Urabá antioqueño y gran parte del departamento del Chocó. Torres Marín es licenciado en Teología Dogmática de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, estudió Filosofía en la Universidad Católica de Oriente y especialización en Alta Gerencia en la Universidad de Medellín. “Estamos muy contentos con este cese al fuego entre los elenos y el Gobierno. Primero, porque el mensaje del Papa va calando en la mente de los colombianos, en la mentalidad del Gobierno y de estos grupos al margen de la ley. El Papa decía muy claro: “Todos somos pecadores, todos somos vulnerables, todos tenemos errores y todos estamos llamados a dar el paso de unas situaciones de violencia a una Colombia en paz, ojalá permanente”. Para las comunidades del Bajo Atrato donde antes no había presencia del ELN, territorio que históricamente había sido dominado por las Farc, no solo es una buena noticia, es una especie

Juan Camilo Restrepo, jefe del equipo negociador del Gobierno. Fotografía: Presidencia de la República


9 de manto de tranquilidad. Aunque el miedo siga presente por los enfrentamientos entre los paramilitares y los elenos. En la visita que hicimos al Truandó encontramos cuatro veredas completamente abandonadas, como si de la noche a la mañana todos se hubieran ido. Estas personas esperan poder retornar, continuar con su vida campesina, porque hoy esos campesinos viven en el casco urbano en medio de pobreza y de muchas limitaciones. Nosotros vemos en este cese al fuego una oportunidad de que la gente pueda volver a su territorio. Yo invito al Gobierno a mantener esta puerta abierta del diálogo y de la negociación por encima de las dificultades que se puedan presentar e invito al ELN a que cumpla las exigencias de ese cese al fuego bilateral, pero muy especialmente que no siga involucrando a los jóvenes en los combates, que los dejen ser jóvenes y que las familias tengan un punto más para creer que la paz sí es posible”. “Pedimos urgente la paz” Ernesto Ramírez es un líder afro del municipio de Riosucio, Chocó, y de la Asociación de Consejos Comunitarios del Bajo Atrato (Ascoba). Desde la salida de las Farc del Bajo Atrato, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia o Clan del Golfo han tenido fuertes enfrentamientos por el control de este territorio. Recientemente, las comunidades indígenas de Juin Duur, Quiparadó, Marcial y Pichindé y las comunidades afro de El Limón y Platanillo quedaron en medio del fuego cruzado entre estos grupos ilegales, y sus tierras están plagadas de minas antipersona. Una de esas minas le costó la vida en agosto pasado a la indígena Ana María Mepaquito. Ramírez opina: “Para la comunidad, este cese al fuego significa un respiro. Esto nos permite tener un mínimo de tranquilidad y poder adelantar nuestros proyectos de vida. Pero no podemos olvidar que, aunque se silencien estos fusiles, hay otros actores armados en muestro territorio que no han hecho acuerdos con el Gobierno, no han hecho acuerdos con el ELN y estamos seguros de que la confrontación armada va a continuar. Lo que pedimos, como comunidad, es que el Gobierno llame a estos grupos. ¿Bajo qué medidas o pretensiones? No sabemos cuáles puedan ser, pero que nos brinden la paz que estamos anhelando en nuestro territorio, que nuestros hijos puedan salir con la plena libertad a educarse, que nuestros campesinos puedan salir a trabajar sin el temor a ser objeto de un cruce de disparos entre los diferentes actores armados; pedimos urgente la paz. Nuestros líderes ya no soportan el señalamiento de uno u otro actor armado. Apoyamos el cese al fuego y pedimos que la paz plena se materialice”. “La violencia no sirve para avanzar en la agenda política” Jorge Alberto Restrepo es el director del Centro de Recursos para Análisis del Conflicto, Cerac. Doctor en Economía de la Escuela Royal Holloway de la Universidad de Londres, con maestría en la Universidad de Cambridge, se ha especializado en el análisis de los conflictos armados, violencia, bandas criminales y su impacto en el desarrollo de los países. “Este cese al fuego bilateral es una oportunidad para muchas cosas: para que avance por fin ese proceso de negociación, por ejemplo, y lograr acuerdos en la agenda. Pero también es una oportunidad para demostrarle al ELN el rechazo que hace toda la sociedad colombiana a sus acciones de fuerza, a las acciones violentas, porque el ELN no está ganando nada con la escalada que desde hace tres años le impuso al conflicto. No ganó nada en términos de esa agenda de negociación, en términos políticos y tampoco en términos militares; por el contrario, perdió legitimidad, la poca legitimidad que tenía su lucha, pues no es una lucha de resistencia, es una lucha que afecta los derechos de las per-

sonas y tremendamente a las comunidades. Es una guerrilla cada vez más radicalizada, cercana al fundamentalismo. Este cese bilateral es la oportunidad de demostrar que la violencia no sirve para avanzar en esa agenda política. “Hasta ahora, soy bastante optimista sobre el resultado que se ha visto en términos de la capacidad de comando y control del ELN, que ha logrado consolidarse desde febrero cuando se iniciaron las conversaciones. Pero soy bastante pesimista en términos de que se pueda alcanzar un acuerdo rápido con esa guerrilla para que deje las armas y se acabe el conflicto; en esa medida veo que falta mucho camino por recorrer y debemos prepararnos porque el proceso puede ser afectado por el proceso electoral que viene en mayo”. Según el Cerac, desde el inicio de la fase pública de los diálogos con el ELN se han reducido las acciones ofensivas y combates de un 42,8 por ciento a un 28,8 ciento con respecto al mismo periodo de 2016. Por otro lado, la reducción de pérdidas de vidas en ambos lados ha sido más significativa: pasó de 68,6 por ciento a un 60,7 por ciento.

“Este cese al fuego bilateral es una oportunidad para muchas cosas: para que avance por fin ese proceso de negociación, por ejemplo, y lograr acuerdos en la agenda. Pero también es una oportunidad para demostrarle al ELN el rechazo que hace toda la sociedad colombiana a sus acciones de fuerza, a las acciones violentas, porque el ELN no está ganando nada con la escalada que desde hace tres años le impuso al conflicto...”

32 años de diálogos en medio de las balas Primera tregua El primer presidente en pactar una tregua con un sector del ELN fue Belisario Betancur, en 1985. En 1987, las FARC, ELN y EPL crearon la Coordinadora Nacional Guerrillera. Dentro de los objetivos de la CNG estaba el llegar unidos a los diálogos de paz. 1998: se filtró a la prensa un preacuerdo entre el ELN y el Gobierno, situación que tiró al traste la posibilidad de un acuerdo final. En julio del mismo año, sin representación del Gobierno, se reunieron en Alemania representantes de la sociedad civil y miembros del ELN. En 2002 se dieron los primeros acercamientos exploratorios entre el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y el ELN. En noviembre del mismo año, el Alto Comisionado para la Paz, Luis Carlos Restrepo, se reunió en la cárcel de Itagüí con miembros del grupo subversivo. Restrepo le planteó al ELN la posibilidad de que el Estado le hiciera una especie de pago para no secuestrar. 30 de marzo de 2016: después de casi dos años de acercamientos, el Gobierno y el ELN anunciaron el inicio de los diálogos para la búsqueda de la paz.

Piedras en el camino

El 11 de octubre, la delegación del ELN expresó su preocupación frente a las recientes noticias del país y el peligro en que se encuentra el cese al fuego bilateral: “Después del primero de octubre, se han presentado una serie de graves situaciones humanitarias que se convierten en una afrenta al espíritu y la letra del cese. Nos referimos a la masacre de Tumaco, cometida por la fuerza pública, y a las mentiras que sobre la misma ha difundido el Gobierno; al asesinato de la comunicadora indígena Efigenia Vásquez, del resguardo de Coconuco, Cauca, el 8 de octubre a manos del Esmad; al asesinato del dirigente social Yimi Medina en Guaviare el 3 de este mes y al de Ezequiel Manyoma en Chocó. Estos hechos expresan serios incumplimientos del Gobierno. De seguirse presentando, estarán colocando en grave riesgo el cese”.

El 7 de febrero de 2017, después de la liberación de Odín Sánchez Montes de Oca por parte del ELN y de la libertad de un grupo de presos por parte del Gobierno para que actuaran como gestores de paz, se creó en Quito la mesa de diálogo.

Mesa de Quito: Juan Camilo Restrepo Salazar, vocero del Gobierno colombiano; María Fernanda Espinosa, canciller de Ecuador; y “Pablo Beltrán”, jefe del equipo negociador del ELN, en el acto de firma del cese al fuego. La firma se concretó el 4 de septiembre. Fotografía: Presidencia de la República

Jorge Alberto Restrepo, director del Cerac. Fotografía: Cortesía

Monseñor Hugo Torres, obispo de Apartadó. Fotografía: Bertha Durango Benítez

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ESPECIAL Medellín, manteca y mantel

*Frente a cada historia encontrará un recuadro. Por favor, califique de uno a cinco qué tanto le gustaría comer en ese lugar. Al lado de este párrafo encontrará dos recuadros. Ubique en ellos la suma de sus resultados: por una parte, la comida callejera. Por otra, la comida de “mantel”. Asimismo, junto al título de cada artículo encontrará un recuadro para que califique la experiencia sugerida por el autor. Compártanos su puntuación respondiendo al tweet fijado que encontrará en la cuenta de Twitter @Delaurbe. En nuestra próxima edición le contaremos si nuestros lectores prefieren los restaurantes que pagan Industria y Comercio o los “chuzos” que la gente de Espacio Público sueña levantar. Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

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Texto y fotografía: Karen Parrado Beltrán Estudiante de Periodismo piedemosca@gmail.com

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lueve. En el aire se abre paso una corriente esmerilada de vapor que atraviesa la calle mojada. El calor galopa entre la lluvia. Sentada, frente a una parrilla ardiente y un carrito de metal con tarros de salsa y servilletas, espero un plato de carne asada mientras un televisor viejo emite una señal distorsionada en un puesto de comida ambulante. La preparación de una de las carnes asadas más famosas de Medellín se hace en una parrilla básica, sobre el andén de una de sus calles más transitadas. Allí, cerca de veinte puestos callejeros preparan este tradicional plato que reúne, todas la noches, a cientos de comensales. Alrededor de la glorieta de la calle Barranquilla, frente al Hospital Universitario San Vicente Fundación, se enciende la aldea de humaredas y toldos plásticos. Todas las tardes, un grupo de cocineros nómada arriban a este punto de la ciudad con carritos metálicos, sillas, plásticos, canastas de gaseosas, botellas de aceite y mucha carne para asar. “Aquí uno no tiene horario de entrada ni de salida. Yo entre semana llego a las tres de la tarde y cierro a la una o dos de la mañana”, dice Carlos Alberto Uribe, el hombre que prepara la carne de res que espero. La tarde húmeda favorece los carbones que se rizan en las brasas. La carne ha sido tasajeada horas antes en porciones de 250 gramos y nada en medio de un coágulo amarillento de adobo, dentro de un recipiente plástico. “Eso es al cálculo, usted sabe que es muy difícil saber el peso porción por porción”, comenta Carlos. Bodegón de res Serpentean. Un circuito irregular de cables se extiende a ras del andén entre los toldos. La energía eléctrica es provista por una cabina de EPM cercana. Carlos paga cerca de treinta mil pesos semanales a esta red de energía prepagada para poder atender su clientela, en una curva, al borde de

Medellín

, manteca y man tel

la calle. Allí ofrece la orden de cada día: “Carne de res o de cerdo, con arepita y queso”, por ocho mil pesos el plato. —De res, por favor. El anfitrión se precipita sobre la parrilla con un trozo crudo en las manos. La cocción es rápida y atizada por un viejo secador de pelo portátil, color amarillo, que aviva las brasas y acelera la evaporación del agua. Carlos le da vuelta a la carne un par de veces. Mientras la asa, el olor a humareda salada se dispersa por la curva y el bodegón de res se dispone ante los ojos de los comensales, como si de un comedor de lujo se tratara. Rechina. El tenedor desechable termina de trinchar la carne asada que Carlos acaba de servirme en un plato de icopor. El bocado se embadurna del último hálito de carbón que le queda, mientras sus hermanas de carne se zambullen en el sudor de humo y esmog que permanece en la parrilla. “Despacito. Quiero desnudarte a besos, despacito”, amplifica una grabadora. El primer bocado libera paulatinamente los condimentos: cebolla, comino, ajo, huevo, sal…; el rastro de sabor a humo ronda en el paladar unos cuantos segundos más. El quesito, sobre la arepa, destila una sensación mantequilluda; un trago de gaseosa termina de suavizar el bocado. “Esta es una tradición que lleva por ahí treinta años”, cuenta Carlos, quien vende carnes asadas en esta zona desde hace diez. Carne, arepa, quesito y salsa conforman el bodegón completo. Este hombre sirve aproximadamente sesenta cada noche. Sentada, con la música que suena en la grabadora y el compás del tráfico, trincho el último bocado de carne. En el cadáver del plato solo quedan los cortes del cuchillo y unas cuantas servilletas entrapadas en grasa.

Tu calificación

Texto y fotografía: Sara Ortega Ramírez Antropóloga saritaorte@gmail.com

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os recibe una joven de cabello rubio, largo y liso, tez blanca y ojos azules. “¿Mesa para cuántos?”. Es sábado, hora de almuerzo, y el lugar está lleno. Tenemos la suerte de ser únicamente dos y logramos un lugar en la única mesa disponible. Dos familias se quedan esperando afuera mientras la joven rubia nos acomoda. Instala sobre la mesa de madera oscura y maciza los dos individuales de papel con la foto —el orgullo del restaurante— de una vieja visita de Lionel Messi. Luego, al lado derecho de cada uno, sitúa los cubiertos que vienen en una bolsa de papel blanco, nos entrega la carta y vuelve rápidamente a su puesto en la entrada del local. Casi de inmediato se acerca un joven vestido con pantalón negro y camisa negra, un pañuelo azul celeste al cuello —al estilo gaucho, por supuesto— y un delantal, también negro, que baja de la cintura hasta casi sus tobillos. “¿Habían venido antes?”, pregunta. Y un “no” como respuesta impulsa una explicación de la carta y varias preguntas: “Todas nuestras carnes son de trescientos gramos. ¿Les gusta la carne gruesa o delgada?, ¿con gordo o sin gordo?”. Nos recomienda el ojo de bife y el bife de chorizo. El primero es un corte de lujo del centro de la chata, con carne más blanda y más grasa que otros cortes; miro la fotografía en la carta y logro apreciar un aro blanquecino de grasa que rodea la fracción ovalada de la carne rosada y gruesa. Las imágenes de la carta son de las carnes en su estado crudo para que el cliente —que sabe de esto— elija bien informado. El segundo plato, algo más conocido, es la parte externa del lomo de res, un corte muy grueso y jugoso.

Luego nos menciona los cortes importados que, claro, son los más caros y exclusivos. Entre ellos se encuentra el vacío de res y la entraña, famosos en la parrilla argentina. El vacío parece prometer la gloria, pero nos valdría casi cien mil pesos por cada uno. Nos decidimos por algo más terrenal y elegimos Chateaubriand —un corte grueso y sin grasa— y un ojo de bife, de 38 mil y 35 mil pesos, respectivamente. “¿Qué término desea la carne? ¿Con qué acompañante la prefiere? El plato viene con dos acompañantes a su elección”. Las opciones: papas a la francesa, rústicas, asadas o en puré; aros de cebolla o bastones de yuca. El segundo acompañamiento es la ensalada que cada comensal pasa a servirse en la barra. Lechugas, tomates, champiñones frescos, queso en cubos, habichuelas, zanahorias, cebolla de huevo en julianas, huevos duros, salsas, vinagretas, aceite de oliva, balsámico y pimienta para aderezar.

Mientras tanto, de fondo, música de cuerda, tangos —suena Cambalache— y samba argentina. En una fotografía de la carta aparecen los gauchos, hábiles jinetes de las llanuras suramericanas. También están en un cuadro de más de metro y medio de ancho que decora una de las paredes. Los gauchos en la vaquería, con sus caballos, con sus guitarras, con su libertad. La libertad. Dicen que esta es la clave de la alta calidad de la carne de vacuno de la Argentina. Así atrapaban a las vacas estos vaqueros de tiempos pasados: pastando a campo abierto. Y así, a campo abierto, las asaban y se las merendaban. La humareda sale de la cocina, en la cual los visitantes tienen derecho a husmear a través de una vidriera. Casi treinta minutos después de haber ordenado llegan los platos. Con el cuchillo de sierra y mango grueso de madera, corto el primer trozo de carne. Suave y jugosa. El proceso de maduración juega un papel importante. La sazonan únicamente con sal dejándola en la parrilla expuesta al carbón rojo vivo entre veinte y veinticinco minutos. Nos han dejado el chimichurri en un pequeño recipiente, también un tarro de salsa de tomate Heinz. A los pocos minutos de recibir nuestros platos, se acerca el mesero y nos pregunta si todo está bien. Todo va de maravilla. Los sentidos están complacidos. Para cerrar, nos ofrecen algún postre, nos recomienda el alfajor tradicional argentino, ¿recubierto con chocolate negro o chocolate blanco? Esta noche habrá música en vivo, coplas pamperas.

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Texto y fotografía: Laura Valentina Camacho Estudiante de Periodismo laura.camacho@udea.edu.co

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a tradición paisa de los fríjoles se pasea por los fogones de la alta cocina y por los ‘corrientazos’. Se aferra a la olla pitadora en casa de la abuela e incluso desfila por los puestos de comida callejeros. Un plato de fríjoles no es el lujo de algunos pocos: es la excusa para reunirse alrededor de una mesa de madera o una de mármol y sentirse igual de satisfecho. En definitiva, la sonrisa de alivio que tienen los comensales, luego de probar la primera cucharada de fríjoles, suele ser lo mejor del espectáculo. Los que voy a comerme hoy han hecho un recorrido largo para llegar hasta mi plato de icopor. Son como fríjoles viajeros. Andan todo el día por las esquinas del Centro buscando quién los adopte en su paladar a cambio de seis mil pesos. Las afortunadas que hoy llegaron temprano a la fila son una señora de 67 años y, detrás suyo, una niña de apenas un año con su mamá. La primera recibe con emoción infantil su plato, la segunda, se come con lentitud senil los suyos…, con la diferencia de que fueron convertidos en compota por el movimiento pendular de la cuchara, manejada por una mamá que hace que la tradición paisa se siga paseando por los fogones de la alta cocina, pero también por los baberos. Ketty Herrera trabaja en un puesto de almuerzos en una esquina del Centro, a veces, en varias. El dueño del negocio las contrató a ella y a otras personas para vender lo que se prepara toda la mañana en los nueve fogones de la cocina ubicada a un par de cuadras del puesto. Todos los días, excepto los domingos, se levanta a las 3:30 de la mañana. Es imposible que la despierten los gallos porque cuando ellos se despiertan ella ya está lista para organizar su casa en San Cristóbal, dejar lista la comida para su hijo e irse a trabajar; tarda media hora en llegar al negocio. Deja

su moto en un parqueadero y se dirige a la cocina, de la que sale con las ollas sobre ruedas para empezar con la odisea. El reloj plateado que Ketty tiene en su muñeca izquierda dirige la orquesta. Con la otra mano sostiene un cuaderno en el que anota con afán muchos pedidos, los cuales, de ser necesario, llevará otro empleado desde el carrito a cada cliente. Con una agilidad hipnotizadora destapa las ollas para servir mi almuerzo; el olor a receta casera hace que me olvide de que desayuné hace apenas una hora. Todo se

sirve en platos desechables y no hay manteles con velas sobre la mesa, tampoco hay mesa, pero la variedad de opciones te hace olvidarlo. Dentro del carrito de Ketty, a partir de las doce del día, los portacomidas con carne molida, chicharrón, pescado frito, pollo sudado, ensalada, fríjoles y guarapo abren una jornada que no dura más de dos horas. De fríjoles, solo son necesarios dos kilos diarios. La noche anterior se dejaron en remojo y hoy están bien cocinados y calados; tan sencillo como eso. Hay generosidad en las porciones, a veces creo que si pusiera un fríjol más se saldrían los otros del plato, pero ella es la experta. Cuando acabo, me doy cuenta de que, entre ruidos de autos, pregones de comerciantes y conversaciones de mediodía, también hay una buena comida. No todo se trata de restaurantes. La sencillez de Ketty es el toque final de la receta: apetecida por los clientes fieles y por transeúntes hambrientos. Para la última en la fila, que soy yo, también hubo un almuerzo delicioso. Y claro está que deseo incluir la propina como agradecimiento por el servicio recibido.

que hacía mi mamá”

Walter Arias Hidalgo Profesor de Periodismo watico@gmail.com Fotografía: Laura Valentina Camacho

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elia del Socorro Guerra era terca. Se oponía a ‘pitar’ los fríjoles porque, decía, era un crimen someterlos a este tipo de cocción. Prefería, entonces, que pasaran doce horas a fuego lento hasta que los granos, enteros, estuvieran bañados en una especie de jugo cremoso. Ni quedaban como un caldo ni tampoco como un pegote. Solo le gustaba el cargamanto. Pero no el rojo. Decía que tenía un sabor ácido y que la tinta era escandalosa, como la sangre de toro. Entonces, solo preparaba el blanco porque, al final, con la mezcla de la zanahoria, daba un color marrón claro. No le gustaba la “garra” porque, argumentaba, este tipo de piel del cerdo suelta mucha grasa. Entonces, solo les echaba la de la parte frontal de la cabeza, llamada careta, porque había comprobado que les daba buen sabor y no los volvía empalagosos, pesados, de esos que es recomendable no consumir en “viaje largo”. Entre ensayo y error, como si se hubiera sentido obligada a crear la receta del fríjol perfectamente balanceado, esta matrona, oriunda de Remedios, dio en el blanco y creó, quizás, una de las mejores recetas de los fríjoles antioqueños. Su esposo, Heriberto de Jesús Valderrama Betancur, de Yarumal, lo supo gracias a ese olfato de los ‘viejos zorros’ de los negocios que no dejan pasar una buena idea para levantar empresa. Levantó la suya en diciembre de 1985 en un punto de la vereda Salinas del municipio de Caldas, al lado de la vía que conduce al Suroeste antioqueño. La llamó El Palacio de los Fríjoles. El negocio se extendió a la medida de su descendencia: cinco vástagos, cinco restaurantes. En la actualidad, sin embargo, funcionan cuatro: además del de Caldas, también hay en Cocorná, Marinilla y Rionegro.

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vale cerca de dieciséis mil pesos—, vienen de Urrao que, a propósito, es el sexto municipio de Antioquia que más produce fríjol. Desde 2006 hasta 2015, este municipio del Occidente produjo más de cinco mil toneladas de Phaseolus Vulgaris —nombre científico del fríjol—, según el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural. El primero fue Santuario. En el departamento más productor de fríjol en Colombia —cerca de siete mil toneladas al año en promedio—, el legado de Delia y Heriberto difícilmente morirá. Sus hijos no hicieron carreras profesionales, pero se metieron de lleno al negoEn el Palacio de los Fríjoles de Caldas, hay actualmente siete empleados fijos. Sin embargo, los domingos Ramiro cio de sus padres. Ahora, los contrata unas veinte personas más para atender la clientela que, a veces, llega a cien comensales. hijos de Ramiro, que sí han pasado por la universidad, Delia Guerra murió hace once años, a los 62, y Heriberpiensan en modernizar el negocio. No la fórmula, porque el to, con 82, aún vive. Cada Palacio es administrado por uno secreto, como el de la Coca-Cola, está en la original. Pero sí la de los hijos, pero en cada uno están presentes los espíritus imagen. Por ejemplo, Sebastián Valderrama, veintitrés años, de los fundadores, no solo por las fotos de ambos, sino por hijo de Ramiro, se ha dedicado a mostrar el negocio en las rela receta que no ha variado un ápice en treinta y dos años. des sociales. Además de las típicas fotos del menú, publica fra“Aquí solo se vende el fríjol que hacía mi mamá”, dice Ramises inspiradoras que dan cuenta de lo que representa el abuero Alberto Valderrama, 54 años, para intentar explicar por lo Heriberto para la familia, como una del escritor irlandés qué sus fríjoles son tan sabrosos, tan bien comentados en George Bernard Shaw: “Solo triunfa en el mundo quien se leredes sociales y considerados, según una encuesta en Twitter vanta y busca las circunstancias, y las crea si no las encuentra”. de El Colombiano, los más apetecidos del Valle de Aburrá. Ramiro Valderrama, entretanto, está convencido de Los cincuenta kilos de fríjol cargamanto blanco que, en que la misión de esta dinastía que le supo sacar el jugo al promedio, se consumen cada semana en el restaurante de fríjol es preservar un negocio que sea la “representación de Caldas —una bandeja sencilla con una porción de fríjoles la gastronomía antioqueña”.

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Texto y fotografía: Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo juan.florezarias@gmail.com

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o huelo antes de verlo. Caminamos sobre la carrera Bolívar, cerca de la estación Alpujarra del metro, en busca del puesto de pescado frito. Giro la cabeza tratando de hacer coincidir el olor con una imagen. Está sobre el andén, frente a un casino, oculto tras una caseta de concreto. Es un carro cubierto por una carpa verde enorme que se sostiene ayudada por palos de escoba. En cuanto nos sentamos, escuchamos el nombre de Salvador, el dueño del puesto. Los otros clientes lo tratan como a un viejo conocido. Es alto, o así lo indica la extensión de sus brazos. Mientras trabaja, casi no se desplaza o ni siquiera se levanta de su silla. Cada uno de los elementos que manipula está a la medida de sus brazos, que dan la impresión de ser más de dos. ─Consuelo, vaya a la tienda y traiga limones ─le dice a su compañera. ─¿Cuánto cuesta el pescado? ─pregunto. ─Depende ─responde Salvador, y estira su cuerpo hasta una nevera portátil a su izquierda. Saca un pescado rojo y lo exhibe colgando─. Esta tilapia le cuesta doce mil ─la introduce otra vez y saca uno negro y redondo─ y esta cachama, catorce. Mire, mire a ver cuál se va a comer. No es necesario inventar una excusa para hablar con él. Gira la cabeza y, como quien administra un auditorio, nos hace parte de su conversación con otro de los clientes. ─Eso es así. En todo negocio manda el cliente —espera algún gesto afirmativo de nuestra parte y continúa─. Uno solo es un administrador. Por eso aquí al que come le pongo la bolsa con arepas al lado, para que coja las que

quiera. Si yo fuera el invitado a una casa, no me gustaría que el anfitrión estuviera midiendo cuánto me como. “Salvador, El Pescador”, se lee en la tarjeta que nos entrega. Todo en su negocio parece ser objeto de exhibición: el carné de manipulación de alimentos; el estado —favorable— de su relación con Consuelo; la historia del accidente que le afectó la columna y hace que le cueste estar de pie y caminar. También, el origen de su trabajo.

─En el parque Berrío nació este negocio, hace 38 años. Allá vendía olladas de bocachico cocinado. Un día de estos le enseño cómo se cocina el pescado. Del parque Berrío pasó al de San Antonio y del pescado cocinado al frito. Cuando Juan Gómez Martínez ─“el alcalde más violento que ha tenido Medellín”, según dice— lo sacó del parque San Antonio, se ubicó en la carrera Bolívar, donde lleva veintiocho años. Ha vivido de la calle, lo dice así, como un campesino diría de la tierra. Se levanta a las tres y media de la mañana, de lunes a sábado, va a la Plaza Minorista a surtir los desechables, los limones, las papas, y luego al Centro Comercial del Pescado y la Cosecha, a tres cuadras de la Plaza Botero. —Allá le pago a un señor para lavarlo y desescamarlo. Un día de estos le enseño cómo se desescama el pescado ─habla como quien pacta un encuentro a futuro, como si estuviera seguro de que nos vamos a volver a ver—. Luego vengo aquí, a las seis de la mañana, y de ahí hasta las seis de la tarde. Durante la casi media hora de conversación, saboreo con los ojos los platos que va entregando al resto de clientes: pescado, papas criollas cocinadas, patacón, arepas a discreción y guarapo. ─Ya se llenó con el olor y la carreta ─dice Consuelo cuando me pone al frente la tilapia negra. Salvador me pregunta si quiero bastante limón, más guarapo, otro patacón. Digo que sí, a todo. El patacón no es de plátano, es de banano verde; puede que por eso sienta un dulzor leve, como de tierra caliente, que hace que el pescado sepa mejor. O quizá es por el hambre ─¿Y cómo le va con las ganancias? ─pregunto. ─Le saco un diez o un quince por ciento de utilidad ─dice. ─Es que es difícil vender pescado en la calle. ─Es que fácil no hay nada.

Texto y fotografía: Juan David Ortiz Franco Profesor de Periodismo david.ortiz@udea.edu.co

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upe de ese restaurante hace años ─cinco, para ser más preciso─ por cuenta de un cupón de descuento con una descripción rimbombante y una foto —más rimbombante— que le hacía honor a la parafernalia del sitio. La oferta: un banquete para dos personas con un “fondue de anchoas del Cantábrico” como su mayor excentricidad. “59.200 pesos en vez de 120.800”. Esta vez llegamos pasada la hora del almuerzo de un viernes. Nos recibió un mesero ─camisa blanca impecable, delantal negro, acento venezolano─ que retiró los otros dos platos que adornaban la mesa y preguntó: ─¿Tal vez sangría, vino, alguna entrada? ¿O prefieren ver la carta? ─Sí, mejor la carta. El tipo se retiró y apareció una señora, encopetada, con actitud de jefe, sin delantal. Sin cupón que mediara en la relación entre el restaurante y yo, la señora nos dejó a solas con las cartas y en ese momento se me quitaron las ganas de pescado, de almorzar, de escribir esta historia. ─Pargo rojo: desde 46 mil pesos. Sí, “desde”. Entre más grande, más caro. ¿En serio? Agradecí, eso sí, que mi tarea fuera comer pescado frito y no la langosta de 79 mil pesos que pidieron los tipos con cara de lista Clinton que estaban en la mesa del lado. De nuevo, a nuestra mesa la señora encopetada. ─¿El pargo está muy grande? ─pregunté. Era una inquietud genuina basada mucho más en el “desde” 46 mil pesos que en la preocupación por el tamaño del almuerzo. ─Está más bien medianito ─respondió ella. En fin, pedimos el tal pargo rojo y una jaiba de 48 mil pesos. De acuerdo con datos de la Autoridad Nacional de Pesca y Acuicultura, Colombia tiene una pesca anual de 43 mil toneladas, menos de la tercera parte de lo que se pescaba en la década de los noventa. En contraste con esa disminución, que se puede explicar por las importaciones y por el pescado cultivado en criaderos, el consumo casi se ha duplicado en las últimas tres décadas. Sin embargo, los 6,7 kilos de pescado que consume en promedio un colombiano cada año, están muy lejos de los 54 kilos que consume un japonés y hasta de los dieciocho del promedio por persona en América Latina.

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En ese contexto, el pargo no es un lujo ni una rareza. Hace parte de la oferta de casi cualquier restaurante en las costas colombianas y de muchas de las cocinas especializadas en comida de mar en las ciudades del interior del país. Sin embargo, sí es uno de los más apetecidos en el mercado y, por tanto, su precio suele ser más elevado que el de otras especies. Por eso mismo, no es extraño escuchar que en algunos restaurantes de la Costa, a los “cachacos” les meten tilapia por pargo y no se dan por enterados. Según un estudio publicado en 2016 por Oceana, una organización internacional dedicada a la conservación de los ecosistemas marinos, el veinte por ciento del pescado que se vende en

el mundo es un fraude. Esa investigación analizó en Colombia 120 muestras que eran comercializadas como pargo rojo. De ellas, solo siete eran reales. Pasó muy poco tiempo antes de que se acercara otra empleada ─camisa blanca impecable, delantal negro, acento antioqueño convencional─ y dejara sobre la mesa una entrada ─incluida, afortunadamente─ con un dip de salmón, pimentones, galletas de soda y tostaditas de paquete. Poco después llegaron los platos principales. El pargo era pargo. Ahí estaba: dorado, crujiente, todavía parecía rechinar, como si se siguiera fritando sobre el plato. Al lado, un par de patacones y un arroz con coco algo dulzón. Si sacara ese plato del restaurante y me lo llevara así, intacto, para un restaurante de mar de esos en donde sirven jarradas de aguapanela con limón helada y se puede repetir, nadie notaría la diferencia. O sí, dicen que el pescado frito bien hecho se puede comer completo con cabeza y cola, que quedan apenas las espinas. Con este, la excursión por la cabeza fue imposible. Terminamos mientras en la mesa del lado pedían hielo para un vino tinto y otro mesero, con ademanes ochenteros, respondía a la solicitud. Llegó nuestra cuenta: 128 mil pesos. De ellos, 54 mil del pargo “más bien medianito”. Estaba bueno, pues sí; pero hay muchos mejores, al lado del mar o en cualquier plaza de mercado.

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Texto y fotografía: Daniela Jiménez González Estudiante de Periodismo danielajimenezg09@gmail.com

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uz Mary agarra el pan, sitúa la carne y esparce el ripio de papas y las salsas —roja, rosada y piña— casi con la habilidad de un prestidigitador, en una serie de movimientos difícil de seguir en un carro de comidas rápidas tan pequeño. Aquí, en Comamos pizza, un carrito de chatarra situado en la punta de una acera en el Centro, entre la carrera Bolívar y la calle Pichincha, las hamburguesas son preparadas por esta hábil cocinera. Más se tarda el comensal en decidir si quiere adicionarle queso a su manjar, por un recargo de quinientos pesitos, que Luz Mary en despachar hasta dos o tres hamburguesas de un solo manotazo. Cada una le toma menos de dos minutos A Luz Mary la acompaña Edwin, quien se encarga de cobrar los tres mil pesos que vale la hamburguesa: quinientos más si se quiere con gaseosa. Cada mañana, a eso de las 10:30, Edwin conduce el carrito naranja desde la bodega en donde se surten los ingredientes, hasta la esquina habitual, a una cuadra de la estación San Antonio del Metro. La jornada laboral termina a eso de las 7:30 p.m., cuando lavan el carrito y los utensilios. —¿Qué es lo más maluco de todo esto? —Trabajar —dice Edwin. —Pero algo en particular. —Cuando me descuadro —explica—. No suele ocurrir con frecuencia, pero uno queda muy aburrido. O cuando se van sin pagar. —Una vez un señor le conversaba y le conversaba y, cuando Edwin se despabiló, el tipo había desaparecido — recuerda Luz Mary.

—Eso fue en un momentico que se abrió. Aún no lo supero —sonríe Edwin. Los días duros son los sábados, en horas pico, después de las cuatro de la tarde. Y aunque el carrito le apuesta desde su nombre a que todos “comamos pizza”, lo que más se vende son las hamburguesas. —Cuando llueve, todo el mundo se escampa debajo del carrito. A veces nos ayuda, otras veces, no. Yo, los sábados, no puedo ni hablar, solo tengo tiempo de responder qué precio tiene, nada más —dice Edwin. La preparación no tiene mañas. Luz Mery llega también a las 10:30 a. m., pero comienza a trabajar al mediodía: pone a calentar los panes, a asar las carnes, no hay procesos excesi-

vos. La ensalada es lechuga, así, simple. Carne, lechuga, salsas, ripio de papa y pan. Un paquete de las carnes que utilizan pesa unos quinientos gramos y trae diez porciones. Y en su básica preparación, la hamburguesa sabe bien, no es grasosa, es un aperitivo que sacia y cumple con su objetivo en caso de tener afán o pocos billetes en el bolsillo. La gaseosa, eso sí, de un solo tipo: unos días hay Manzana, otros días, Coca-Cola. —A veces le preguntan a uno qué salsas tiene la hamburguesa. Y uno dice: “roja, rosada y piña”. ¿Y no tiene mayonesa?, preguntan. Y uno: “No, solo roja, rosada y piña. Y la gente insiste: Y mayonesa, ¿no? —acota Edwin. Luz Mary, madre de cuatro hijos, lleva seis años en el negocio de las comidas rápidas. Vive en el barrio El Bosque, en Aranjuez, y antes trabajaba en un restaurante del sector. Edwin, quien vive en Manrique, llegó hace apenas cinco meses, aunque ya había trabajado antes en negocios de este tipo. El pago es por nómina: un salario mínimo. Cuentan que el dueño de este negocio es un joven de veintidós años que tiene otros dos carritos iguales a este en el Centro. Me engullo la hamburguesa en unos cuatro mordiscos y, para cerciorarme, le señalo a Edwin una bolsa negra que cuelga, lánguida, de uno de los costados del carro. —¿Esa es la basura?, ¿o me equivoco? —No, es la bolsa de los traídos, los regalos. —¿En serio? —No, mentiras. Ahí se dejan las donaciones —dice y ríe. —Tan graciosito, ¿no? —Es que la comida con buen humor cae bien. Y así compran más.

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Eliana Castro Gaviria Periodista ecastrogaviria@yahoo.es Fotografía: Daniela Jiménez González

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as direcciones de estos restaurantes son enredadas para alguien desubicado. Siempre van al sur, muy al sur, como si entre más al sur fueran más famosos, o están ubicadas dentro de un impersonal mall. Después de mucho revisar, encuentro un sitio con nombre sofisticado, dirección sencilla y una promesa: a un par de cuadras de una estación del metro, por la deteriorada carrera 46 con calle 7, sector Patio Bonito, en El Poblado. Desde la calle, es fácil reconocer el restaurante. Hay un cerdo de perfil con un ala que alumbra, acompañado del nombre del restaurante en letras mayúsculas: Lardón, con el lema “doctrina del sabor”. A través del ventanal rodeado de plantas, el restaurante parece un barco luminoso ajeno al bullicio de un viernes lluvioso. En la entrada saludan tres meseros puestos como para una foto. El sitio está divido en dos: un salón grande, de mesas rojas y muchas lámparas, decorado con frases como “Podrás deleitarte hasta que los cerdos vuelen” o “¿Será que algún día volarán los cerdos?”, y un patio al fondo enclavado entre paredes con enredaderas y un par de árboles. Nos vamos hasta el patio que, a esta hora —siete y media de la noche— apenas tiene un par de mesas ocupadas. Suena alguna de esas canciones medio electrónica, algo de balada. —¿No te parece un sitio muy pintoresco? —me pregunta mi acompañante. —¿Por qué? —¿Cerdos que vuelan? Más que pintoresco, es efectivo. Un jovencito de dientes grandes y blancos, y una sonrisa sin descanso, nos entrega un mamotreto inmanejable con una lista de entradas, sánduches, ensaladas, bebidas y nuestras esperadas hamburguesas. Elegi-

mos la hamburguesa de la casa, una sola, y un par de bebidas. —¿Para compartir? Respondemos que sí —no es la dieta, querido lector, o sí, pero la de los asistentes editoriales—. Pablo, nuestro mesero, es biólogo de la Universidad de Antioquia, estudiante de maestría y buen conversador; viste bluyín, camisa negra, un delantal rojo y gorra como los demás meseros. Empezó a trabajar en el restaurante el mismo día de su inauguración, en septiembre de 2016. Por él, tres de los cuatro meseros (tres mujeres) son biólogos que saben que aquella no es una enredadera cualquiera, sino una arácea epífita, por ejemplo. Pasan diez minutos y llega la hamburguesa. A primera vista, tiene un buen tamaño, está dividida en dos y viene acompañada por papas rústicas y sin cubiertos. La Lardón, nos explica Pablo, está compuesta por carne de punta de anca, aros de cebolla apanados, chicharrones, queso cheddar y pimentones confitados. Muerdo y siento el chicharrón, delicioso, crocante y seco, un pan suave y una carne gruesa y jugosa; pero es una hamburguesa, en su conjunto, a la que le falta un sabor que

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ponga a bailar la boca. Algo parecido piensa mi acompañante, más avezada en estos temas, que la encuentra sosa, como un estudiante que cumple, pero no entusiasma. Las hamburguesas saladas, explica Alejandro Restrepo, el chef, no son muy apetecidas en Medellín. Cuatro de las cinco hamburguesas que se escogieron de un famoso concurso de hamburguesas que hace meses se realizó fueron dulces. Alejandro es un muchacho de veintiocho años, blanco y rapado, de vida acelerada. Apenas salió del colegio, estudió una técnica en cocina en la desaparecida Escuela Gastronómica de Antioquia y, después, pasó algunos años entre Argentina y Perú, donde estudió y trabajó en hoteles y restaurantes. Mientras cursaba una maestría en cocina en Le Cordon Bleu, la escuela francesa con sede en Perú, empezó a pensar en la idea de un restaurante informal, pero gourmet, cuyo plato principal fueran los sánduches de cerdo. A su regreso, tardó aproximadamente un año en encontrar el local, buscar a dos chefs más, conseguir meseros y crear las recetas de salsas, carnes y verduras que le fueran bien al tocino —‘chicharrón’ como decimos en Antioquia, no ‘lardon’ como decían sus profesores franceses—. “Pero, vos sabés, yo no le podía poner Chicharrón al restaurante”, dice Alejandro y suelta una carcajada. A las ocho y media, el patio está casi lleno y los meseros van de un lado a otro. Antes de irnos, pagamos: son treinta mil pesos, una hamburguesa y dos bebidas. Pablo nos despide con otra sonrisa y un par de dulces. En la puerta, nos quedamos viendo un tablero que tiene dibujado a Medellín con sus edificios y una luz desde la que alumbra, otra vez, el mismo cerdo volador. —¿Sí te pillaste el intertexto? —dice mi acompañante. Yo, despistada, respondo que no. —Es la Lardón–señal. —¡Wow! —Diseñador sí tienen. Quién sabe si los cerdos vuelen algún día. Ojalá los publicistas, esos sí, volaran menos.


15 Tu calificación

ESPECIAL Medellín

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Texto y fotografía: Juan David Tamayo Mejía Estudiante de Periodismo juand.tamayo@udea.edu.co

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asticar ese crocante trozo de intestino de res bañado en aceite y con un rocío de limón me hizo dar cuenta del contraste que estaba viviendo en esa calle cerca de Ayacucho. Es que el sonido del tranvía se confundía con el de los kilos de chunchurria que se fritaban en una plancha colmada de aceite sobre un carrito, del cual colgaba un bombillo con una luz amarilla que hacía resaltar el color anaranjado de la tripa cruda. La chunchurria carga con la fama de ser comida de pobre, de ser del pueblo, del obrero, de la clase baja. La sonoridad de la palabra no ayuda mucho: chun-chu-rria, suena a una grosería o hasta a enfermedad venérea. Sin embargo, salir a comer este plato en lugares tan tradicionales de Medellín como el barrio Buenos Aires, es una práctica que ha traspasado todas las clases sociales. Ni la violencia de los noventa ni la construcción del tranvía, que desplazó el lugar donde la vendían, ha logrado desaparecer algo que, pareciese, ya es parte no solo de nuestra gastronomía, sino de nuestra forma de ser. Wílmar Quiroz, “el Mocho”, es el personaje más representativo de lo que queda de la calle de la chunchurria de Buenos Aires. Recibe a todo comensal con un trocito de su producto en un palillo. Con ayuda de su muleta roja, lo lleva a las personas que, en carro o moto, se detienen al frente de su carrito. No le duele regalar un poquito, lo que importa es atraer clientela. “El Mocho” lleva 35 años vendiendo chunchurria, 35 años viendo cómo el intestino se

va reduciendo al contacto con el aceite hirviendo, 35 años raspando con una espátula la grasa que queda pegada a la plancha. Hace algunos años vendía una tonelada de chunchurria a la semana. Ahora vende quinientos kilos. De más de cinco trabajadores que laboraban en su carrito, ahora solo quedan tres contándolo a él. “Los tiempos cambian, el tranvía es muy bonito y ha cambiado mucho la zona, pero también me ha hecho cambiar a mí, reducir personal, reducir ventas. Lo único que no cambia es lo que se vende; la chunchurria es lo único que siempre está y estará”, dice “el Mocho”. Se sirve crujiente en un plato desechable —el pequeño, a cinco mil pesos; el grande, a ocho mil—, con arepa frita, varios palillos y una lunita de limón que ayuda a apaciguar el grasero en el estómago. Los trocitos son pequeños y hacen olvidar que, minutos antes, era una tira de intestino. Aunque frita y crujiente, la chunchurria se deshace en la boca; los pequeños trozos dan la ilusión de que uno va a acabar rápido la bandeja. No se puede dejar de comer, el sabor cada vez se hace más intenso, más particular. Deliciosa, sin duda. Sin embargo, hay que aceptar que es un sabor agresivo para un paladar acostumbrado a la carne común, para alguien que no tiene estómago de gamín. Para algunos, su aspecto crea un desenamoramiento inmediato y eso de que la belleza va por dentro, no es suficiente.

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Alejandro González Ochoa Profesor de Periodismo alejandro.gonzalezo@udea.edu.co Fotografía: Juan David Tamayo Mejía

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ncontrar lugares para comer chunchurria en Medellín no es difícil. La ruta puede centrarse, por ejemplo, en los parques. La he comido en los de Berrío, Bolívar, Belén, La Floresta y San Cristóbal. También en los de Caldas, Sabaneta, Itagüí, Envigado, Bello y Girardota. Siempre en la calle. Ahora me tocó buscarla en un lugar “fino”. No fue fácil; de hecho, me tocó pedir su equivalente argentino: chinchulín. Me gusta la chunchurria, esa parte del intestino delgado de la res, del cerdo o del cordero que se come asada o frita. Disfruto de su sensación pastosa al masticarla. Vuelvo a la niñez cuando la como, así como le pasa al narrador de En busca del tiempo perdido con la magdalena y a Anton Ego con la ratatouille (guiso con trozos revueltos de diversas hortalizas) que le prepara el ratón Remy, en Ratatouille. Es esa sensación de los sábados de la infancia que transcurrieron en Venecia, Antioquia, en la casa de mi abuela Chila; es esa necesidad de volverla a comer, acompañada de huevo revuelto y arepa con quesito, en los desayunos que ella me servía mientras yo veía en la tele a Los Súper Amigos, por las que nunca desprecio un plato de chunchurria. Me pasó lo mismo cuando probé el chinchulín que, finalmente, encontré en Cambalache, el restaurante argentino de Sebastián Posada. —¿Venden chinchulín? —pregunté al teléfono. —Sí, vení. Lo preparamos a la parrilla. En comparación con mi experiencia anterior, el cambio fue drástico. El primer giro fue el precio: 16 mil pesos por un plato de chinchulín cuando estaba acostumbrado a pagar cinco mil, en promedio, por un abundante plato de chunchurria con arepa. Después, todo se compensó con la comodidad de una mesa a la sombra de un árbol de mango y con un ambiente tranquilo con Soda Stereo y Charly García sonando tenues. Mientras que, en los puestos de calle, he estado expuesto a los ruidos de motores y cantinas, al es-

mog y a la romería. Pero en este estilo a manteles, pude entretenerme con la variedad de la carta, especialmente cuando leí la palabra en inglés para chinchulín: small intestine. —¿Cómo te va aquí con el chinchulín? —le pregunté a Sebastián. —Me fue muy mal al principio. Hace unos seis años, cuando empecé aquí, casi lo saco de la carta porque me lo devolvían siempre. Los comensales antioqueños son muy cerrados; salen a comer en la calle lo mismo que pueden comer en la casa. —¿Cómo así? —Mirá te explico: los paisas salen por mondongo o fríjoles cuando en la casa pueden preparar eso. Pagan más caro por el nombre de un restaurante de comida típica y no se aventuran con otras gastronomías. Por eso me devolvían

el chinchulín cuando notaban que no estaba frito como la chunchurria. Pero eso ha venido cambiando. En Argentina, el chinchulín se prepara tradicionalmente a la parrilla. Según Sebastián, el que venden en Antioquia no queda en su punto por la raza de los animales, la alimentación que les dan, la edad en que los sacrifican, entre otros factores. —Para venderlo bien, lo adapté un poco al contexto paisa. Debo precocerlo para ablandarlo, fritarlo y, finalmente, asarlo con sal y limón para darle sabor y crocancia. Sin embargo, venden las dos versiones: el precocido y asado, y el precocido, frito y asado. Probé las dos y me quedo con la primera; aunque no queda tostado, se acentúa el sabor que ni el limón logra esconder y se intensifica la sensación pastosa que tanto me pone a masticar los recuerdos de la infancia. En esencia, el chinchulín no se distancia de la chunchurria, ni siquiera por su toque ahumado. Al final, la manera en la que me lo sirvieron, acompañado de cascos de limón, ensalada de lechuga con tomate cherry y pan francés, fue el colofón con el que viví la experiencia gourmet con este intestino delgado de la res. Si estuviera en Argentina, me habría atrevido a maridarlo con un vino tinto; aquí lo pasé con cerveza y lo rematé con un alfajor.

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16 Obras

Pareja abierta, o cómo ser infiel durante treinta años Pareja abierta casi de par en par es una obra de teatro que se viene presentando en Medellín y distintas partes de Colombia desde 1987. Aprovechamos su aniversario número treinta para hablar con los actores y preguntarnos de nuevo por la pareja y la infidelidad.

“Nadie está inmune a esa enfermedad dolorosa y placentera que es el amor que se tiene a otro ser”. Gilberto Martínez.

Juan Manuel Valencia Estudiante de Periodismo jmanuel.valencia@udea.edu.co

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ace treinta años, puede alguien decir, nacieron muchas cosas memorables. Y ese alguien no estaría equivocado. En 1987 se emitió por primera vez en la televisión estadounidense El show de Tracey Ullman, un programa semanal presentado por la comediante del mismo nombre basado en sketches cómicos. Fue la primera serie de la cadena FOX y fue allí donde la gente conoció a la familia Simpson, que debutó en una serie de cortos dentro del show antes de tener su propio programa. Hace treinta años, además, la banda de hard rock Guns n’ Roses debutó con su icónico Appetite for destruction, el álbum debut más vendido de la historia del rock. En Medellín también estábamos preocupados por crear nuestras propias cosas memorables para mostrar al mundo. Tal vez con esa idea en mente fue que hace treinta años se celebró la primera ceremonia de los premios Hétores, un evento universitario que galardona parodias de películas, series y comerciales de televisión; y a los que le debemos nuestros propios clásicos como Rápido y Ocioso (parodia de Rápido y Furioso) o Poya (parodia de Troya). Quién sabe si todas esas cosas memorables que nacieron hace treinta años se pensaron memorables desde un principio. Quién sabe si Matt Groening, creador de Los Simpson, pensó alguna vez que su show se convertiría en uno de los más influyentes de la historia de la televisión. Sin embargo, este artículo no es para hablar de él ni de su popular familia, sino de otra cosa memorable nacida hace treinta años. Una obra de teatro que, a decir de su protagonista, nació “sin pretensiones” y que a diferencia de la familia amarilla, aún conserva la gracia de sus inicios. Cuatro maridos y seis matrimonios Pío: “La fidelidad es un concepto civilizado e indigno. El ideal de pareja cerrada, de familia, está ligado al mantenimiento del patriarcado, a la defensa de grandes intereses económicos que están objetivamente interesados en evitar que ese núcleo caduco evolucione hacia soluciones renovadoras, más acordes con nuestros tiempos y con las necesidades sociopolíticas actuales. En resumen, lo que no hay manera de hacerte entender es que se puede estar perfectamente casado y tener una relación con otra o con varias mujeres. Lo importante es que siga habiendo entre nosotros una relación de amistad, de afecto y, sobre todo, de respeto”. Antonia: “¡Vaya discurso! Absolutamente genial. ¿Se te ha ocurrido a ti solo o has tenido que convocar una asamblea de maridos modernos?”. Pareja abierta casi de par en par es una obra de teatro que nació en la Universidad de Antioquia. Producto de un extenso paro que, a su vez, fue producto del agitado clima político y social que vivía la universidad en 1987. Tan solo entre julio y diciembre de ese año fueron asesinadas diecisiete personas vinculadas a la U. de A., pero este artículo tampoco es para hablar de la violencia de ese tiempo. En los cierres de la Universidad, Gilberto Martínez, quien era profesor de Cardiología y de teatro, convocó a dos de sus estudiantes del pregrado de Artes Escénicas, que investigaron y ensayaron religiosamente. El 26 de noviembre del 87 se estrenó la obra en el teatro Matacandelas, dirigida por él y protagonizada por Vicky Salazar y José Fernando Quintero, el primer marido. “Esta obra ha tenido cuatro maridos y seis matrimonios”, dice Vicky, la actriz que lleva interpretando el papel de Antonia treinta años. Cuatro maridos, seis matrimonios

Vicky Salazar y Gustavo Gómez, actores de la obra Pareja abierta casi de par en par. Ambos son egresados de la escuela de Artes escénicas de la Universidad de Antioquia. Fotografía: Hugo Alexander Villegas

Vicky Salazar y el tercer marido de Antonia, el actor Juan Fernando Quintero, en 1992. Fotografía: Sergio Fernando Ceballos

“y una sola Vicky verdadera”, añade Gustavo, el segundo marido, quien ingresó a la obra en el noventa. Además de ser el segundo, Gustavo también ha sido el cuarto y el sexto marido. Dos actores más han interpretado el papel de Pío —Juan Fernando Quintero y Eduardo Cárdenas—, pero solo Gustavo ha estado yendo y viniendo intermitentemente. Sus periodos en la obra suman más de veinte años; es el marido actual y el último, según Vicky. Según Vicky, “siempre que se iba un marido decíamos: ‘ya Pareja cumplió su ciclo, dejemos hasta aquí’, y siempre resultaba una gira. ¿Cómo perdíamos la oportunidad?”. Es una obra que se ha presentado por casi toda Colombia, estuvo en el primer Festival Iberoamericano de Teatro en

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Bogotá, que se realizó en el 88, además de en múltiples festivales nacionales e internacionales. Mandar al espectador clavado para su casa Decía Molière, el dramaturgo francés, que “con la tragedia te involucras, lloras y por fin duermes relajado, porque el discurso político pasa sobre ti como agua sobre el cristal. Mientras que para reírse hace falta inteligencia, agudeza. En la carcajada se te abre la boca, pero también el cerebro, y en el cerebro se te clavan los clavos de la razón”. De esta idea parte Gilberto Martínez para realizar el montaje de Pareja abierta. También ayudó a sus actores con la creación de sus personajes. “Gilberto —dice Vicky— siem-


pre partía de un trabajo cotidiano y natural. Él arrancaba desde el rol, cuando uno está asumiendo una situación en determinado momento: ‘Vicky, es usted en esta situación, donde descubre que la persona con la que está saliendo, le monta los cachos. ¿Cómo puede reaccionar?’”. Con esta obra, el director quería abordar la pregunta por la relación de pareja y la infidelidad. A través de la risa las personas comprenden que la dinámica de Pío y Antonia es común, universal. Reírse, pero “irse clavado de puertas para afuera”, porque luego el espectador se entera de que la obra no da una respuesta a esa pregunta, ‘es usted en esa situación, donde descubre que la persona con la que está saliendo, le monta los cachos. ¿Cómo puede reaccionar?’. Esta obra da una mirada a aquel microcosmos tormentoso que es la pareja, del cual todos hemos sido más que espectadores. A principios de este año, Gilberto Martínez —cardiólogo, fundador de la Casa del teatro y de varios grupos teatrales, entre ellos El Tinglado, el colectivo cuyo nombre usaron para presentar por primera vez Pareja abierta— falleció a la edad de 82 años. Rame y Fo Franca Rame y Darío Fo fueron esposos. Ambos italianos, nacieron en el siglo XX y murieron en el XXI. Ambos actores y ambos escritores. Ella participó en política, él se ganó el Premio Nobel de literatura en 1997. Los dos escribieron Pareja abierta como una sátira a aquellas relaciones modernas, supuestamente liberales, donde el único que goza de aquella libertad es el hombre. La dramaturgia de Darío Fo es cotidiana, y también lo es su lenguaje. Fue un escritor polémico, crítico abierto de la Iglesia Católica y dramaturgo poco convencional: no se sentaba frente a un escritorio con un lápiz, se paraba en el escenario e improvisaba sus escenas, las grababa y luego las escribía. “Sus obras son protagonizadas por personajes de la vida real, que están ahí sentados, que van caminando por la calle y que tienen algo para contar”, dice Vicky. ¿Víctimas del desencanto? Antonia: “Una vez intentaste echarle la culpa a la política. (Hablando al público): Oigan, es que tenían que haberle oído”. Pío: “Mira, Antonia, esto ya no es lo que era. A mí la verdad ya no me apetece hacer el amor, es que estamos como dominados por el desencanto, la desmovilización, la derrota de los ideales (...) ¿O acaso no es verdad que tras el fracaso de tantas luchas nos hemos sentido todos un tanto, cómo lo digo, frustrados?”. Uno de los principales males para un actor es volverse mecánico. Esto es, hacer tantas veces una acción, repetir tanto un texto, una obra, que esta se convierte en algo automático, desprovisto de la espontaneidad de la creación y el descubrimiento. Las acciones y diálogos mecánicos son opuestos a un arte donde la representación se da en vivo, y donde cada presentación debe sentirse como la primera, porque probablemente así lo sea para el público. ¿Cómo encontrar el encanto, la magia de la primera temporada, cuando esta ya pasó hace treinta años? “Nos la seguimos disfrutando como si fuera la primera vez”, responde Vicky. Además, el tiempo sirve para adquirir lo que Gustavo llama “la densidad del actor”, que es “recoger y aprovechar todo lo vivido, ser perceptivo con uno mismo” y usarlo para darle encanto a una situación que se lleva presentando durante años. Pareja abierta le habla directamente al público, lo involucra en la acción dramática. Toda la sala es el escenario. La cuarta pared, aquella barrera imaginaria que separa a los personajes de la audiencia, no existe. El espectador es el vecino de la pareja o un pretendiente de Antonia o, quizás, una de las amantes de Pío. Eso da como resultado una obra que siempre es diferente, que cambia en la medida que participa la gente, y que tiene una gran cuota de material improvisado.

Yo le puse cachos, no alas Celebraron los diez años con los tres maridos que iban hasta el momento; cada uno hacía una parte de la obra y después cambiaban; los quince años fue al revés, el infiel no era Pío sino Antonia, y se llamaba Parejo abierto. A los dieciocho se anunciaron con un volante que decía que “ya cumplieron la mayoría de edad”. Celebraron el Nobel de Darío Fo con una función gratis en el teatro Carlos Vieco. Aquella vez tuvieron como invitado, vía videoconferencia, al autor italiano, quien estaba feliz de saber que en Latinoamérica había un grupo que llevaba más de diez años haciendo sus obras. Una vez, una mujer le terminó a su pareja en plena función: “Quiero que le quede claro, que hasta aquí llegamos”, se paró y se fue. “Todos nos quedamos parados mirando porque fue muy duro”, dice Gustavo. En otra ocasión, un espectador le gritó a Pío, cuando este iba a intentar tirarse por la ventana: “¡No se mate, Pío; Antonia le puso cachos, no alas!”; frase que ahora hace parte regular de la obra.

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Vicky Salazar y José Fernando Quintero (QEPD), primer marido de Antonia, por los días del estreno en 1987. Fotografía: Jorge Iván Suárez

De un consultorio de cardiología a una cafetería “Uno hace otras cosas alternas, esas cosas son las que permiten mantener el teatro, porque en las condiciones en que nos desenvolvemos no todos podemos vivir del teatro, que sería lo ideal”, afirma Vicky. Tras treinta años de presentar Pareja abierta y muchos otros montajes, tanto Gustavo como ella lamentan no tener aún una sala propia para su grupo. Además de actriz, Vicky es profesora en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia; mientras que él da clases de teatro y es asesor y gestor cultural. Pareja abierta ha pasado por diversos colectivos y razones sociales. En sus inicios estuvo afiliada a El Tinglado y posteriormente se presentó bajo el nombre de la Casa del Teatro. Han sido verdaderamente itinerantes, iniciaron ensayando en el consultorio de cardiología de Gilberto Martínez y de ahí han pasado por apartamentos, cafeterías, Vicky y los actores Gustavo Gómez, segundo y actual marido de Antonia, y Luis Alberto Sierra, en el Parque del Periodista, el Salón 1990. Gustavo ha acumulado veinte años en la obra. Versalles, el Astor. Hoy su oficina Fotografía: Óscar Botero central es el cuarto piso del Camino Real. Vicky y Gustavo solo tocan las tablas para ensayar cuando están presentando la obra como grupo invitado en algún teatro. En la actualidad se presentan con el nombre de Safo Teatro. Vicky y Gustavo son sus propios directores y actores, son dramaturgos con proyectos, aspiraciones de dictar talleres, de montar más obras. “Nosotros ya era para que tuviéramos una salita”, dice ella. “Tenemos muchas cosas en el tintero”, dice él.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


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Julio César Osorio, guitarrista

La música mueve corazones, mueve pasiones y mueve vidas

Julio César es guitarrista de la de la banda Tres de Corazón, reconocida en la ciudad por fusionar el rock y el fútbol con un mensaje de convivencia y paz.

Daniela Sánchez Romero Estudiante de Periodismo daniela.sanchezr@udea.edu.co Fotografía: Archivo personal Julio César Osorio

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a primera impresión que se tiene cuando uno se halla ante Julio César Osorio —docente y músico—, es la de un hombre autoritario, serio, algo intimidante por esos ojos grandes, con los que mira fijamente a su interlocutor. Su pinta, en cambio, es más desenfadada: acostumbra vestir camisas de manga corta, de cuadros, jeans clásicos y tenis deportivos. Tiene 39 años, es profesor de producción musical de tiempo completo en el Instituto Tecnológico Metropolitano y de guitarra en la academia Yamaha Musical. Es reconocido por ser el guitarrista de la banda de punk rock Tres de Corazón. Dicen sus estudiantes que, después de esa primera impresión seria, da paso a una simpatía natural. “Yo empecé en la música desde muy niño”, cuenta, sentado en uno de los jardines del ITM, sede Floresta. “En primaria, había un profesor que llegaba a la clase haciendo ritmo, nos ponía a hacer redondas, negras, y a mí me parecía algo divertido; pero todavía no tenía la inclinación”. Desde pequeño estuvo rodeado de música, pues sus dos abuelos eran guitarristas. En la adolescencia, quiso estudiar guitarra y empezó a pedirles prestadas partituras a sus compañeros. “Todo muy empírico”, dice, pues en su familia le repetían constantemente: “De la música no se vive, Julio” y a él se le fue grabando esa idea en la cabeza: “Ellos creían que el músico es ese personaje que se va a parar en la 70 a esperar que lo contraten, así de incultos somos y así de alto es el desconocimiento de nuestra cultura musical. Pero resulta que sí hay una carrera que se llama Música y que es tan importante y difícil como cualquiera”. —Entre tantos géneros, ¿por qué el rock? —A mis hermanos y a mí nos criaron con música de ‘plancha’ y salsa, que escuchaba mi mamá; recuerdo la salsa vieja, la salsa ‘valija’: Gitana, ¡Oh, qué será!, esa música me parecía maravillosa. Entre el paso de la emisora de salsa y de plancha había una como rockera y que, de hecho, me chocaba bastante y me sonaba horrible. “¡Ahg! Estos rockeros malucos”, decía yo. Un día me llamó mi hermano y me dijo que pusiera Veracruz Estéreo, la puse y estaba sonando una canción de Air Supply que se llama Lonely is the night; la primera vez que la escuché me pareció muy bonita porque tenía todo el espíritu de la plancha, pero con una voz supersónica, un tenor tremendo. Luego, salió Bon Jovi con Living

on a prayer y fue la primera canción rockera que me gustó. De ahí,el rock and roll absorbió mi vida. A pesar de su amor por la música, Julio estaba seguro de que no podía estudiarla en una universidad. Entonces, aprovechó su otro amor, la electricidad: siendo niño, desarmaba VHS, grabadoras y cuanto aparato había en la casa. Al terminar el bachillerato, se presentó a Ingeniería Eléctrica en la Universidad de Antioquia. Comenzó sus estudios, pero en el segundo semestre se encontró con algunos amigos guitarristas que estudiaban música en la Universidad. Ellos le contaron las posibilidades laborales que podía tener estudiando un pregrado en Música, no siendo un músico por hobbie. Lo pensó y decidió cambiarse. —¿Qué dijeron tus papás cuando se enteraron? —Fue un día difícil, pegaron el grito en el cielo; pero mi papá me dijo lo siguiente: “Vea, mijo, yo solo espero que usted, independientemente de la profesión que escoja, no vaya a ser mediocre; en lo que se vaya a meter, busque ser el mejor”. En 2003, Julio se graduó como Maestro en Guitarra, con un concierto en que interpretó Suite N° 4, de J.S. Bach, Suite española, de I. Albéniz, y Suite colombiana No.1, de Gentil Montaña. La presentación duró más de una hora y aún guarda como un tesoro el videocasete. —¿Cómo te convertiste en docente? —La docencia apareció cuando era un adolescente: yo tocaba guitarra eléctrica, la gente me veía y querían que les diera clase; pero tomó forma mientras fui estudiante de pregrado en una vacante en el Departamento de Extensión y comencé a enseñar guitarra clásica, en 1998. Me gustaba porque veía gente que disfrutaba la música de una manera parecida a la mía; esa felicidad que le puedo transmitir a través del conocimiento, me parece muy bonita. Fui profesor cuatro años en la Universidad, después renuncié porque me contrató Yamaha Musical, donde todavía estoy trabajando; regresé a la Universidad como docente en el pregrado y preparatorio hasta el 2009, cuando el ITM me propuso ser docente de tiempo completo. ¿Y el rockero? Como Maestro en guitarra clásica, Julio pudo explorar su faceta de rockero y de docente. Y a través de la guitarra eléctrica, encontró los escenarios. —¿Cómo llegaste a ser parte de Tres de Corazón? —Yo conocía a Pipe [Felipe Muñoz, baterista] desde hace años, pues tocamos juntos en tarima y nos gustaba mucho el heavy metal. En el 2006, después de que Tres de Corazón dio un concierto con Juanes en la calle San Juan de Medellín, Juanes invitó a la banda a hacer una producción de un nuevo disco con Universal Music. La banda eligió grabar en un estudio famoso en Monterrey, México, pero la condición de Juanes era que debían tener un cuarto integrante, así fuera como músico invitado. Entonces, Pipe pensó en mí, sabía de mis habilidades en el rock y mis conocimientos académicos.

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Ellos esperaban un ‘man nerd’ y llegó otro rockero con la misma energía; desde ese primer día, hubo muy buen acople con el grupo y ya llevo diez años con ellos. —Es sabido que el público es quien acepta o rechaza los nuevos integrantes de una banda, ¿qué tal fue ese recibimiento? Fue muy bonito, recuerdo que en el primer concierto muchas personas tenían pancartas. Una decía: “Sebas sos Corazón”; otra: “Pipe sos motivación”; y la que yo vi: “Julio sos bienvenido”. Sentí que ya la gente me había abierto su corazón. Tres de Corazón ha sido una banda de triunfos: ganó un Premio Shock en la categoría Mejor Artista Nacional 2007 y mención especial a Mejor Video en el festival Bogoshorts en 2014 con “Dame una alegría”; es reconocida en el gremio rockero de Colombia por canciones como “Qué se yo” y “Por siempre” . En 2015, crearon la Corporación Cultural Tres de Corazón y trabajan por el fortalecimiento del arte musical en temas como organización de eventos, producción y grabación, entre otros. “La canción más importante ha sido la que sacamos para el mundial de fútbol 2014 —dice Julio— Colombia adoptó la canción como oficial: la coreaban, la repetían y hasta los jugadores de la Selección se la sabían. El día que llegaron los jugadores a Bogotá, se me acercó Ibarbo y me dijo que iba a cantar conmigo en tarima, yo le dije que no se la sabía y él comenzó a cantarla. Fue un momento bonito porque es muy valioso saber que tu trabajo inspira a esas personas que muchos consideran héroes”. Hace un par de años, Julio terminó una maestría en Dirección Estratégica en la Universidad Internacional Iberoamericana de Puerto Rico. Y ahora piensa en la posibilidad de un doctorado. —¿Qué planes hay a futuro? —Hay planes inmediatos, los quince años de Tres de Corazón: vamos a sacar un disco doble que implica mucho trabajo de grabación, arreglos y composición. Otro objetivo que tengo es seguir visitando el NAMM Show, que es la exposición más grande del mundo de marcas de música, instrumentos y software. En enero tuve la oportunidad de estar en Anaheim, California, donde se realiza y se tiene la posibilidad de aprender acerca de nuevas tecnologías y compartir con artistas de gran renombre internacional. Desde las aulas del ITM, Julio continúa demostrándole al mundo que la música mueve corazones, mueve pasiones y mueve vidas. Dentro de sus sueños, también está la grabación de un disco como solista: “Quiero publicarlo. Sé que no se venderá mucho, posiblemente solo mis tíos lo compren, porque es un disco de una música que no es nada comercial, pero ojalá lo pueda sacar este año”. Se ríe. Toma agua. Mira su reloj. Ya es hora de entrar a clase.


Verdad

Cuatro entrevistas

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del festival Gabo Entre el 28 y el 30 de septiembre se llevó a cabo en Medellín la quinta edición del Festival y Premio Gabo de Periodismo. Numerosos nombres del oficio en Iberoamérica vinieron a la ciudad para dialogar entre ellos y con el público. Nuestros jóvenes periodistas conversaron con varias de esas personalidades.

Natalia Sánchez Loayza:

La rigurosidad del periodismo activista Édgar Quintero H. Estudiante de Periodismo edgar.quinteroh@udea.edu.co

N

atalia Sánchez Loayza no esconde sus convicciones feministas tras la indumentaria aséptica de un pretendido periodismo objetivo. Esta periodista peruana es editora de la plataforma Malquerida, un medio digital producido por mujeres. Por su crónica Cama adentro, donde aborda la violación de los derechos de las empleadas domésticas en Perú, ganó la Beca Oxfam FNPI de periodismo sobre desigualdad. Sánchez Loayza es colaboradora también de Etiqueta Negra, una de las revistas de periodismo narrativo más prestigiosas en América Latina. Fue allí donde aprendió el oficio y donde conoció una forma Fotografía: tomada de internet especial de narrar historias reales, una en la que es importante el manejo del lenguaje para sensibilizar a los lectores ante realidades devasta¿Cómo surgió el proyecto Malquerida? doras. Teníamos cierto coraje porque las revistas para mujeEn la quinta edición del Festival Gabo, Sánchez converres son muy malas, en el sentido de mal escritas. Tienen só con Jineth Bedoya Lima, subeditora de El Tiempo, sobre cinco temas, los temas se abordan de cinco maneras y se los retos del periodismo frente a la desigualdad de género. acabó. Entonces montamos esta plataforma que, de hecho, Durante la charla también habló sobre su actual trabajo de es para cualquier público y sobre distintos temas. Ahí esreportería, financiado por la beca, donde investiga el plan cribimos de seguridad ciudadana, políticas públicas. Nos de esterilización forzada llevado a cabo por la dictadura de gusta que las mujeres hablen sobre temas que las mujeres Alberto Fujimori en contra de mujeres indígenas en el Perú. supuestamente no saben, cosa que es mentira. En su crónica Cama adentro, usted aborda los múltiples abusos que sufren las empleadas domésticas en el Perú, una labor históricamente despreciada en nuestras sociedades. Sí, el trabajo del cuidado es un trabajo sumamente devaluado. Devaluado en términos sociales y en términos económicos. Ser una empleada del hogar significa tener un trabajo de segunda, tercera o cuarta categoría para nuestra sociedad, cuando en realidad es un trabajo que requiere de habilidades, tiempo y de una entrega que muchas veces es igual o más grande que otros trabajos. Estas trabajadoras del hogar son discriminadas no solamente por su condición de mujeres, sino también por la labor que realizan, que no es considerada como la mejor, la más compleja, la más adecuada. Y también tienen que enfrentar un problema de clase, definitivamente. Ahora, el fenómeno en Perú y en Latinoamérica, en general, permite que las empleadas del hogar tengan como patrones gente de todas las clases sociales. En ese sentido es una injusticia que viene de todos lados.

Yo creo que la carrera de periodismo te enseña cosas sumamente útiles, cosas éticas, cosas del método, que cuando pones en la práctica cambian. Y hay que permitirnos ese cambio.

Durante la charla, usted abordó un periodismo que también puede hacer activismo. Activismo feminista, por ejemplo. ¿Cómo es eso? El periodismo nunca es neutro y el periodista nunca es neutro, lo cual no quiere decir que no sea responsable, que no sea sincero, que no deba ser lo más riguroso posible. Somos personas, no máquinas, y como personas tenemos una historia. Yo soy activista, tengo ciertos pensamientos. No voy a negarme al entendimiento y me encanta enfrentarme a las contradicciones. Creo que es importante, a la hora de investigar, de enfrentarnos a un tema, de presentarnos ante el otro, enunciarnos como somos. Actualmente, usted está investigando sobre las esterilizaciones forzadas durante la dictadura de Alberto Fujimori. ¿Por qué escogió ese tema? Porque las esterilizaciones forzadas fueron uno de los atentados más grandes que se llevaron en contra de las mujeres peruanas, específicamente indígenas. Estamos hablando de la eliminación brutal de personas pobres a través de la imposibilidad de seguir teniendo hijos. Y, si bien existen algunos casos de mujeres que les han ganado juicios a algunos médicos, no se ha hecho justicia. No estamos hablando de accidentes, como nos quieren hacer pensar, de cinco médicos que cometieron un error. Estamos hablando de un plan. Y ese plan hay que investigarlo, hay que reportarlo y hay que contar la historia de esas mujeres. Siempre me interesó el tema y esta beca se me presentó en el momento y en el lugar para poder hacerlo. Una pregunta que me parece inevitable hacerle a una periodista peruana: ¿qué piensa sobre la fuerza del fujimorismo en Perú y sobre los rumores de un eventual indulto del presidente Pedro Pablo Kucz ynskia Fujimori?

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


20 Verdad Yo me siento sumamente mortificada. El fujimorismo fue un régimen autoritario y, hoy, lamentablemente es una de las fuerzas políticas más grandes del país. De hecho, es uno de los partidos más sólidos. Y a las mujeres nos ha jodido de una manera increíble: no quieren que se admitan temas de género en la educación, no quieren que las mujeres tengamos derechos reproductivos. Ese indulto sería una traición enorme de Kuczynski a nosotros, quienes lo pusimos en el poder, porque Fujimori es un criminal. Indultarlo, para mí, sería una traición. Volvamos al periodismo. Usted habla de encontrar una conexión emocional que permita seducir al lector mientras se le presentan cifras, testimonios y leyes. ¿Cómo hallar esa conexión? ¿Es intuición o eso también se puede aprender? Es intuición, pero se puede aprender. Es un poco de todo. Yo estudié literatura, tengo una ventajita [risas]. Yo creo que es algo que se puede aprender si empezamos a leer más lo que escribimos. Es decir, editarnos a nosotros mismos. La mayoría no tiene el lujo de tener un editor. Un editor o editora que tenga experiencia, que justamente sea la persona que mejor escribe. Tenemos usualmente jefes que son muy buenos, que son muy rigurosos, que tienen experiencia, pero también podemos intentar innovar, intentar leer más. Leer siempre es útil. Enfrentarnos al lenguaje de una manera distinta. Y lo digo por Etiqueta Negra, que es la escuela de donde yo vengo. Finalmente, los temas nos son comunes, los temas que nos unen a todos nos permiten traducir un montón de cosas. La gente está atiborrada de información y de cosas tan terribles que se vuelve insensible. Hay que encontrar una manera de sensibilizarla. Usted dicta clases en la Universidad Católica del Perú, y mucha gente cuestiona la existencia de los pregrados de periodismo. El periodismo, dicen, finalmente se aprende en la calle. ¿Qué opina de eso? Yo no estudié periodismo, lo cual me genera muchas desventajas. He tenido que aprender en la cancha. A mí me lanzaron a entrevistar y a reportar. Tuve que defenderme como pude. Menos mal llegué a Etiqueta Negra, donde conocí otro tipo de periodismo. Conocí un periodismo al que le importaba la historia, los hechos, y cómo estaba escrita. Yo creo que la carrera de periodismo te enseña cosas sumamente útiles, cosas éticas, cosas del método, que cuando pones en la práctica cambian. Y hay que permitirnos ese cambio. Por último, dos libros de ficción y dos libros de periodismo que le recomiende a un estudiante de primer semestre. Más que títulos, podría recomendar autores. Podría recomendar a Joan Didion para cuestiones de no ficción y también de ficción. En cuanto a ficción, me gustaría recomendar a Margaret Atwood. Te voy a recomendar puras mujeres. Hay que empezar a leer a más mujeres, definitivamente. Últimamente estoy leyendo el trabajo de la nobel Svetlana Aleksiévich. Estoy leyendo su libro La guerra no tiene rostro de mujer. Yo creo que ese es un gran ejemplo si alguien quiere entender cómo traducir algo tan terrible a través del sentimiento.

Ismael Bojórquez: “Estamos haciendo periodismo, no somos policías” Sergio Andrés Ramírez Zuluaga Estudiante de Periodismo sergio.ramirezz@udea.edu.co

Ismael Bojórquez, periodista mexicano, defensor de la libertad de prensa y fundador del periódico semanal Ríodoce. Fotografía: tomada de Internet

Durante los últimos seis años, 36 periodistas fueron asesinados en México a manos de los carteles de la droga; de estos casos, más del noventa por ciento permanecen impunes. Las cifras son tan estremecedoras que, según la organización Reporteros Sin Fronteras, México es el tercer país con mayor número de muertes de periodistas, después de Siria y Afganistán. Uno de los crímenes más recientes fue el de Javier Valdez, fundador del semanario Ríodoce en el estado de Sinaloa y corresponsal de La Jornada. Valdez fue uno de los periodistas que más investigó el crimen organizado en su país. En la charla “Libertad de expresión e impunidad en México”, Ismael Bojórquez, periodista mexicano, también fundador de Ríodoce y amigo de Valdez, abordó el panorama actual para los periodistas en México. Entre otras de las cosas dichas, Bojórquez destacó la creación de la Agenda de Periodistas, un mecanismo para la autoprotección de los periodistas. ¿Cuál es la situación actual para los periodistas en su país? En México, el trabajo periodístico se complicó mucho en la última década por la beligerancia de los cárteles de la droga. Antes sufríamos las agresiones de los caciques, de los políticos, del Gobierno, pero muy pocas veces del crimen. En el último tiempo, empezó a generarse un ambiente de mucha agresión por parte de los carteles a los que no les gusta que se publique información sobre lo que ellos hacen, ni siquiera del contexto en el que se mueven. Algunas zonas del país, como el norte, el golfo, los casos de periodistas asesinados por carteles son más críticos. El gran problema es que los crímenes contra los periodistas no se castigan: en México hay un problema de impunidad muy grave, sobre todo en el caso de los periodistas: el 99 por ciento, casi todos los crímenes, no se castigan. ¿Ese fue el caso de Javier Valdez? A Javier lo mataron el 15 de mayo. Nos conocíamos hace cinco años, éramos grandes amigos, hermanos como familia y lo mataron en medio de una guerra del cartel de Sinaloa por el poder que había dejado “el Chapo” Guzmán. Uno de los últimos trabajos de Valdez fue una entrevista a Dámaso López, exsubdirector de la cárcel de la que el Chapo Guzmán se escapó por primera vez y quien después se convirtió en mano derecha del narcotraficante en el Cartel de Sinaloa. En esa entrevista, un enviado de López aseguraba que su grupo no había atacado a Los chapitos —los hijos del Chapo— en una disputa interna por el lideraz go en el Cartel. ¿Considera que esta entrevista influyó en el asesinato de Valdez? Sí. A partir esa entrevista, el ambiente se empezó a enrarecer en Culiacán, en la redacción, en el medio periodístico y nosotros decidimos sacar a Javier de la ciudad, pero nos tardamos. Luego detuvieron a Dámaso y nos confiamos, pensábamos que con esa detención se iban a cargar los dados a favor de los “Chapitos”, pero nos equivocamos. De hecho, el día que mataron a Javier habíamos hablado del tema, pensábamos que las cosas iban a estar más tranquilas, pero nos equivocamos gravemente. ¿Cuál es la actitud que los periodistas deben asumir después de estos crímenes a compañeros? Una de las grandes asignaturas que tenemos pendiente como periodistas es exigir justicia en todas estas agresiones. Otra asignatura es buscar organismos de protección. En México existen organismos de protección gubernamentales para periodistas, pero no funcionan y nos siguen matando. Además, el régimen de impunidad en el que se están cometiendo agresiones hacia los periodistas va a permitir que las organizaciones de narcotráfico sigan cometiendo estos asesinatos como si nada. Tenemos que crear mecanismos de autoprotección y en eso estamos trabajando. Con la muerte de Javier se generó un organismo de protección, pero aún estamos buscando nuevos mecanismos. De hecho, Guillermo y Diego Enrique Osorno, reporteros y escritores

país, y ahora están trabajando en una organización protectora que nunca ha existido y no sé por qué. ¿Internet da posibilidades reales para la lucha contra la censura? Internet te da la ventaja de que puedes estar en una banqueta o en tu carro enviando mensajes sin la necesidad de nada más. No hay censura y me parece fantástico, pero a veces, sobre todo en algunos países, se cometen excesos. No hay manera de controlarlo y no creo que la haya. Tal vez en un futuro deberíamos generar algún mecanismo para siquiera poderlo regular. ¿A qué se refería con la frase que dijo en una entrevista anterior: “No estamos luchando con los narcos; estamos haciendo periodismo”? Me refería a que hay un alto nivel de irracionalidad en quienes se dedican a cubrir el asunto de las drogas. Javier no tenía por qué morir. Él no le hizo daño a nadie, era un periodista que te miraba a los ojos, te miraba a la cara, él descubría los sentimientos de las personas, el alma de la gente y eso lo traducía en textos, algunos maravillosos. No había razón para que Javier muriera. Nosotros estamos haciendo periodismo, no somos policías, tampoco somos malandrines narcotraficantes. Somos periodistas y si alguien se siente agraviado por lo que publicamos tiene que estar consciente de que nosotros no tenemos la intención de molestar a la gente, sino de informar para que el pueblo tome decisiones.

Lina Uribe:

Una mirada a la criminalidad en Cali Jessica Marcela Castañeda Gómez Estudiante de Periodismo marce-024@hotmail.com

Fotografía: Archivo personal de Lina Uribe

Una de las grandes asignaturas que tenemos pendiente como periodistas es exigir justicia en todas estas agresiones. Otra asignatura es buscar organismos de protección.

Sentada a la sombra, como cualquier otro asistente, Lina Uribe conversaba con su colega y amiga Lina Álvarez; las dos periodistas caleñas estaban en Medellín como finalistas del Premio Gabo 2017, categorías Cobertura e Innovación. El viernes 29 de septiembre, en el Jardín Botánico de Medellín, Uribe subió a recibir el galardón. En esta edición del Premio se recibieron 1.383 postulaciones y cada uno de los ganadores recibió 33 millones de pesos. “El mapa de la muerte: quince años de homicidios en Cali”, el trabajo ganador con el que ganó equipo de cinco periodistas de El País, es un especial multimedial diseñado para mostrar cómo Cali se convirtió en un infierno en el que durante quince años murieron casi 27.000 personas de forma violenta. A decir de los jurados, “este trabajo demuestra que, en medio de un contexto social complejo, la crisis de la prensa y de los retos de la transición tecnológica, el periodismo se reafirma como un espacio de reflexión y comprensión de los ciudadanos”.

mexicanos, fueron dos de los impulsores de lo que llaman Agenda de Periodistas. A partir de la muerte de Javier, ellos se preguntaron: “¿Qué está pasando aquí? Ya mataron a Javier, ¿qué vamos a hacer?”. Entonces hicieron una convocatoria muy exitosa a la que asistieron quinientos periodistas de casi todo el

¿En qué consiste este Mapa de la muerte en Cali? ¿Son meras cifras? ¿Hay historias? Lo que tratamos de hacer fue un resumen o una radiografía de los últimos quince años en la ciudad, del 2000 al 2015, y contar cuántas personas habían sido asesinadas en ese lapso, que fueron más de veintiocho mil.

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21 Además de consignar una cifra, queríamos hacer un trabajo de periodismo de datos donde pudiéramos aterrizar esas cifras y contarle a la gente cuáles eran los barrios más violentos, cuál era la hora más violenta, el rango de edad en el que más asesinaban a las personas, hacer gráficos, mapas, videos en 360 grados. También contar las historias de algunos de los jóvenes que habían muerto. Recurrimos a sus familias, que nos contaban cómo habían sido desde niños, por qué los habían asesinado. Muchos de ellos eran inocentes, jóvenes promesas del fútbol que, por cruzar una calle o un barrio aledaño, los mataron. Había que mostrar todo ese panorama para que en Cali y en todo el país tomáramos conciencia de que nos estamos matando y que hay que hacer algo para frenar esa violencia. ¿Cómo inició el proyecto? Teníamos los informes que hace el Observatorio Social de la Alcaldía. Lo que hace el Observatorio es recopilar los informes de la Policía y otras entidades que tienen cifras de homicidios en la ciudad y entregar un informe general, año a año, de cuántas personas han sido asesinadas. Recopilamos esos quince informes anuales y analizamos esos datos para que no quedaran como cifras independientes: no decir, simplemente, este año mataron a tantos, sino en quince años murieron tantos y además esas personas tenían una historia, cuáles fueron los motivos por los que fueron asesinados.

Sylvia Colombo: “El buen periodismo es el que ilumina una situación y la aclara para el espectador” Mariana Palacio Estudiante de Periodismo mariana.palacio@udea.edu.co

Fue de dominio público la situación por la que atravesó Brasil durante el Gobierno de Dilma Rousseff, ¿cómo hace para que su condición de ciudadana no altere su percepción como periodista? La verdad, estoy pensando en eso desde ayer cuando hablé con Jorge Ramos y Joe Sacco acerca de tomar partido en la historia. Todavía veo eso complicado. No estoy totalmente de acuerdo con ellos porque creo que el hecho de que uno elija un lado hace que tu visión de las cosas sea un poco sesgada; creo que hay que contar ambos lados, aunque sí, remarcando que uno de ellos está violando los derechos humanos. ¿Siente que en los veinticinco años de carrera periodística ha suscitado cambios, ha provocado, así sea, pequeñas transformaciones? Cuando empezamos en el periodismo, pensamos que podemos cambiar una realidad, el mundo. El buen periodismo no es el que milita y hace cambiar a alguien de idea, es el que ilumina la situación y la aclara para el espectador. ¿Qué percepción tiene de los medios de comunicación en Colombia? Vivo en Argentina, soy corresponsal para Latinoamérica, pero me toca viajar mucho a Colombia. El año pasado pasé varios meses acá por el tema de la paz. Me sorprendió positivamente la calidad de los medios en comparación con otros de la región; en Argentina, por ejemplo, el periodismo es muy sesgado. Aquí, creo, hay un poco más de preocupación por la información correcta.

¿Cuánto demoró la investigación? Nos tardamos cerca de dos meses, entre finales de septiembre y noviembre. Hasta ahora ha sido el especial multimedia más visitado del periódico, desde que se empezaron a sacar estos especiales. ¿Cuánto invirtieron en el proyecto? Lo que pasa es que ese es un trabajo de periodismo de datos y lo bueno del periodismo de datos es que es gratis. Los datos están disponibles al público y lo que uno tiene que hacer es tener la inteligencia y la capacidad de la información para saber qué hacer con ellos. Además, nosotros éramos nómina fija de un periódico, no nos pagaron nada adicional. No hubo un presupuesto para ese proyecto y tampoco hubo que comprar información ni comprar equipos. Nada, porque ya todo lo teníamos. En el desarrollo del proyecto, ¿qué fue lo que más la marcó? Yo estuve a cargo de hacer varias historias de jóvenes que habían sido asesinados y de una crónica del barrio más violento de Cali. Me marcó hablar con las familias de los jóvenes, porque así ellos hubieran sido drogadictos, ladrones o lo que sea, para las mamás eran sus hijos y los amaban. Entonces revivir todo ese dolor fue muy conmovedor. Cuando hice la crónica del barrio había, por supuesto, un ambiente muy hostil, pero también me di cuenta de que en ese barrio la misma comunidad está haciendo cosas para alejar a los jóvenes de la violencia. Arman partidos de fútbol entre pandillas y ya en el campo de juego no son enemigos sino que son el mismo equipo, por ejemplo. Me llamó la atención eso, que hubiera esfuerzos a partir de la misma comunidad para salir adelante, y que no estuvieran sentados esperando a que la Policía, la Alcaldía o la Fiscalía les solucionen los problemas.

Me marcó hablar con las familias de los jóvenes, porque así ellos hubieran sido drogadictos, ladrones o lo que sea, para las mamás eran sus hijos y los amaban.

¿Qué es lo más difícil de cubrir el tema de la violencia en Cali? Es riesgoso meterse a los barrios. Siempre hay que entrar con líderes comunales, porque la gente nota que uno no es del barrio y se pone alerta. Piensan que de pronto es un infiltrado o un policía de civil. Entonces, lo primero que hay que hacer en este tipo de reporterías es conseguir el contacto de los líderes comunales; ya cuando uno entra con ellos, la gente distingue el líder y no hay ningún lío. ¿Qué significa para usted este premio? Con este trabajo, ya nos hemos ganado dos premios de periodismo en Cali, uno organizado por la Alcaldía y otro interno organizado por el periódico El País. A mí este tipo de reconocimiento me motiva mucho para seguir con mi carrera, porque de verdad es una gran pasión. Me gusta mucho ser periodista, trabajar con la gente y escribir. Entonces es gran motivación para seguir para que las cosas mejoren y podamos lograr lo que todos queremos, un país en paz o al menos una ciudad en paz, un barrio en paz, un hogar en paz.

Sylvia Colombo, periodista brasilera, residente en Argentina e invitada al Premio Gabo 2017. Fotografía: tomada de internet

Sylvia Colombo disfruta de la literatura, de nadar en aguas abiertas y, sobre todo, de desarrollar la reportería con una mirada crítica que le permita entregar al lector información veraz, libre de ambigüedades. Brasileña, periodista desde hace veinticinco años, Colombo desarrolló estudios de Historia en la Universidad de São Paulo y recibió la beca Knigt Wallace para periodistas de la Universidad de Michigan. En los últimos años se especializó en política y cultura. Ha tenido la posibilidad de estar en diferentes lugares del mundo: Antártida, Estados Unidos, Las Malvinas y otros lugares de Latinoamérica. Fue corresponsal en España e Inglaterra, labor que le permitió entrevistar a personajes como Ian McEwan, Paul Auster, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Rod Stewart, Julio Iglesias y Bono, entre otros. Colombo es reportera del diario Folha de São Paulo y corresponsal en la región para medios europeos. Dice que el periodismo le ha permitido crecer como ser humano, conocer muchas historias de vida que han colaborado para que ella quiera explorar la escritura literaria: “En algún momento de mi vida proyecto hacer un libro sobre las personas con las que conversé, anónimos, en ese recorrido por el interior de Latinoamérica”. Joe Sacco decía que confiar en sus instintos era su forma de resistencia al iniciar en el mundo del periodismo. ¿Cuál cree que es su resistencia? Creo que gran parte de los periodistas sienten, al principio, que va a ser imposible que alguien te diga cosas solo porque quieras saberlas. Abrir su casa para recibirte, contarte su historia, su drama familiar, su historia de éxodo de un país a otro. Cuando era estudiante me parecía que nunca nadie me iba a contar su historia. ¿Y cómo hacer para que alguien lo haga? Con el tiempo uno aprende que, primero, debes hacer las preguntas de manera que generes empatía con la gente, que se sientan a gusto para hablar con vos. El periodismo te da una autoridad, una especie de salvoconducto; realmente te abre puertas. Así como te llega la información debes saber que esto trae consigo una gran responsabilidad, debes tener mucho cuidado con ello. ¿A lo largo de su carrera alguna historia la estremeció? Veo cosas muy dramáticas que me tocan mucho. En Latinoamérica, si uno va hacia el interior de los países, ve un continente todavía muy desigual, más que muchas partes del mundo. Nací en São Paulo, una ciudad que se puede comparar con Nueva York en términos de servicios, de ofertas culturales, sus universidades son las mejores del país; pero vas al interior de Minas Gerais y ves una pobreza, una gente que no sabe expresarse, hay demasiada desigualdad. Y sí me tocan las cosas. Es una frustración porque trabajo para un diario de noticias duras. A veces parte de mi investigación queda por fuera de las notas. Charlar con la señora de la tienda que me cuenta cómo es su pueblo, cómo su familia llegó desde el interior; ese tipo de noticias no tiene mucho espacio, no puedo contar mucho el drama humano que vi.

Cuando no está haciendo reportería, ¿qué hace? Me encanta nadar. Fui reportera de cultura y jefe de la sección de Cultura, entonces me encanta la literatura, leer, ir al cine, cosas normales. Me encanta leer a los clásicos, siempre estoy volviendo a Borges, su forma de ver el mundo y de escribir son fantásticas.

¿Qué piensan de García Márquez en el extranjero? Creo que Gabo fue un maestro. Me encanta su obra literaria y periodística, pero también creo que sí hay críticas que hacerle y en este mismo festival se podría organizar una mesa de detractores ─eso sería muy argentino─. Se podría hablar de sus vínculos con el castrismo, su posición polémica con relación a las guerrillas, su enamoramiento con la figura de líderes autoritarios. Se podría discutir, no creo que se pueda decir con todas las letras que fue así. Sería una sugerencia para una próxima edición.

El periodismo te da una autoridad, una especie de salvoconducto; realmente te abre puertas. Así como te llega la información debes saber que esto trae consigo una gran responsabilidad, debes tener mucho cuidado con ello. Cuando Gabo cumplió ochenta años, le hicieron un gran homenaje. Fui a hacer una nota en Aracataca acerca de cómo era la Macondo real y algunos no sabían quién era. Unos decían “ese se puso famoso y no hizo ni un puente para su pueblo”. La gente mayor que lo conoció o a alguien de la familia, hablaban cosas buenas. También hay que cuestionar, ¿tendría Gabo que hacer un puente en Aracataca? Estas son cuestiones para un debate, sería buena idea. ¿Hay alguna noticia que no haya querido abordar? Tuve y tengo jefes con quienes es posible dialogar y decir esas cosas. En general, las notas que no quiero hacer son las que me ponen en peligro y no tengo cómo defenderme. A veces, también, me toca hacer cosas que no quiero. Me pagan un sueldo. Me enviaron a lugares del mundo a los que quería ir, me dejan hacer un montón de cosas, entonces, ¿por qué no hacer las notas que me piden? Soy feliz haciendo lo que hago, me encanta.

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22 Memoria

Oficio:

buscador de rastros Gustavo Meoño, director del Archivo Histórico de la Policía Nacional de Guatemala, fue guerrillero en su juventud. Ahora su vocación es la custodia y búsqueda de las huellas de la historia, contenidas en los documentos del que fue su enemigo.

Texto y fotografía: Juan Manuel Flórez Arias Estudiante de Periodismo juan.florezarias@gmail.com

E

ran mediados de 1980 cuando el comandante del Ejército Guerrillero de los Pobres, Gustavo Meoño, conoció en México a Rigoberta Menchú Tum. Estaba refugiada en la Diócesis de San Cristóbal de las Casas. Su padre había muerto —seis meses antes, durante la masacre de la Embajada de España en Guatemala—. Su madre había muerto —poco después, secuestrada y asesinada por los militares—. Sus hermanas menores tal vez habían muerto. Estaban desaparecidas, y un desaparecido es, de alguna forma, alguien por fuera del mundo, cuyas huellas se han perdido. Ella tenía la esperanza encontrarlas y él, sin haberlo buscado, tenía el rastro que le permitió hacerlo: antes de dejar Guatemala, uno de sus compañeros le había contado que las hijas de don Vicente Menchú estaban en las montañas del noroccidente del país, con otros habitantes de la zona que también huían de la persecución del gobierno militar. Meoño dejó San Cristóbal de las Casas prometiendo que haría lo posible para que Rigoberta se encontrara con sus hermanas. Fue el comienzo de su amistad. Doce años después, cuando ella recibió el Premio Nobel de Paz —por su defensa de los derechos de los indígenas—, eligió al exguerrillero como director de su fundación. Trabajaron juntos durante más de una década, hasta que él asumió la dirección del Archivo Histórico de la Policía Nacional, tras su hallazgo en 2005. Entonces, treinta años después de conocer a Rigoberta Menchú Tum, ese primer encuentro en San Cristóbal de las Casas se reveló como el preludio de la verdadera vocación de Gustavo Meoño: la búsqueda de las huellas del conflicto armado en su país, del rastro de las personas que este sustrajo del mundo. Meoño es a la vez cordial y distante. Al moverse, apoya su enorme estatura sobre un bastón. Su sonrisa aparece fácil y desaparece, con un gesto de reserva, cuando le piden una fotografía. Le han pedido algunas durante estos días en Colombia. Ha venido a hablar de su experiencia en el posconflicto en Guatemala, del que tiene más cosas para decir como director del archivo que como ex combatiente. Inicia la conversación explicando que en su país, a diferencia de otros de América Latina, hubo pocos presos políticos en el contexto de la Guerra Fría: lo que hubo fue cuarenta y cinco mil desaparecidos durante los treinta y seis años que se dio el enfrentamiento entre los gobiernos militares —apoyados por la doctrina de Seguridad Nacional de

Estados Unidos— y los movimientos revolucionarios — asociados más o menos con el bloque soviético—. Por eso, al archivo pocas veces acuden sobrevivientes, personas en busca de los fragmentos que desconocen u olvidaron de su propia historia. Van, más bien, los que quedaron sin historia, sin fragmentos, que un día dejaron de saber de sus familiares. Para ellos, el archivo es un lugar para la memoria y, a través de ella, para la justicia: en la década que lleva funcionando, ha servido como insumo en catorce procesos judiciales, entre ellos el del ex presidente Efraín Ríos Montt. Cuando lo encontraron, el 5 de julio de 2005, los funcionarios de la Procuraduría de los Derechos Humanos no lo estaban buscando. Los documentos estaban en un edificio abandonado, a medio construir, rodeado en las cuadras circundantes por pilas de carros chatarrizados. Allí, durante el segundo semestre de 1996 y el primero de 1997, antes de su disolución, la Policía Nacional había juntado a empellones ochenta millones de documentos, la historia administrativa de sus cien años de existencia. El afán era evidente: ocultar todo antes de que se estableciera la Comisión para el Esclarecimiento Histórico, surgida del acuerdo de paz en 1996. Las evidencias de su colaboración con el ejército en violaciones de derechos humanos, sin embargo, no eran explícitas. —Es casi imposible que encuentres un documento donde esté la orden: secuestren, torturen, desaparezcan — dice Meoño. Se trata de un archivo administrativo, del día a día de esa organización. Lo que tiene para revelar está cifrado en la cotidianidad, a la espera de que alguien interprete las pistas. Meoño llegó con esa intención, al día siguiente del hallazgo. Miró con desconfianza a las oficiales de la Policía Civil, sucesora de la Policía Nacional, encargadas de custodiar el edificio. Ellas lo miraron con desconfianza a él, a su pasado. —No lo vi como un botín —dice—. Su valor estaba más en lo colectivo. Los archivos son la historia. Estos documentos nos muestran muchas facetas para entender por qué los guatemaltecos somos como somos. En general hablamos poco, nos cuesta intimar, las relaciones se quedan más en la superficie. Somos temerosos porque así se nos enseñó. Es una consecuencia del conflicto armado, sí, pero la historia de la Policía Nacional es muy anterior al conflicto, se remonta al siglo XIX, y lo que demuestra es que en Guatemala, sistemáticamente, funcionó un estado policiaco, basado en el control de la ciudadanía.

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En los documentos ha encontrado registros que prueban este nivel de control. El gobierno militar no solo tenía informantes en las universidades, en los sindicatos, en los espacios políticos, también en instituciones encargadas de monitorear el clima o la actividad volcánica. Reportaban cuántas personas trabajaban allí, sus nombres, qué decían y qué libros leían. —Ese fue mi tiempo —suele decir Meoño cuando le han preguntado por su pasado guerrillero—. A los diecisiete años tuve qué elegir qué hacer con mi vida frente a la injusticia. Eligió la revolución, tomar la historia en sus manos, intentar modificarla por su cuenta. Treinta y seis años después eligió custodiarla, ayudar a que las víctimas accedieran a ella para probar, a través de los documentos, su relato. Este pertenece al pasado —ese territorio móvil— y por ello es constantemente amenazado. Hallar los papeles en los que está fijado el pasado es una forma de protegerlo. —Resulta fácil descalificar el testimonio de las víctimas —dice—. Recuerdo una mujer que llegó pocos días después del descubrimiento. Traía unas bolsas plásticas que comenzó a vaciar frente a mí: había un recorte de periódico donde se le veía a ella, más joven, junto a un artículo que reseñaba su protesta en solitario por la desaparición de su hijo; una foto de este, que era estudiante de música; copias de los recursos que había interpuesto inquiriendo por su paradero. Había envejecido buscándolo. Después de muchas semanas solo pudimos encontrar un documento. Era una ficha que se elaboraba cuando los jóvenes cumplían la edad y tramitaban lo que entonces se llamaba cédula de vecindad. Era parte de un registro alterno que la Policía Nacional hacía de cada uno de los ciudadanos con su fotografía, sus datos y sus huellas digitales. Nada más. Me sentía mal. No había podido encontrar nada de lo que ella ansiaba, con ese papel no podía aclarar nada. Meoño levanta un papel imaginario y lo acaricia en el aire, imitando el gesto de ella cuando le entregó la ficha. Luego repite sus palabras: “¿Ya vio que mi hijo sí existía, ya ve que no estoy loca? Porque hasta me lo han negado, no solo me lo quitaron sino que casi no tengo derecho a recordarlo”. Podrían elaborarse frases inteligentes sobre estas palabras, pero a veces basta con repetirlas, con fijarlas en el papel.


Mundo

23

Cataluña

para una principiante

Esta es una de las vistas desde el turístico mirador del centro comercial Arenas, antes una plaza de toros, situado al lado de la plaza España.

Mientras el presidente del gobierno autónomo (regional), Carles Puigdemont, declaraba pero no sostenía la independencia y el presidente del gobierno central, Mariano Rajoy, se desmedía en fuerza y amenazas, una fotógrafa colombiana aterrizaba en Barcelona para iniciar una maestría. He aquí sus impresiones iniciales sobre lo que podría ser el nacimiento de un nuevo país o apenas una rabieta de independentistas sin mucha idea de lo que quieren y pueden. Texto y fotografías: Carolina Londoño Comunicadora Social Periodista diacarolon@gmail.com

L

legué a Barcelona tres días antes de que sucedieran aquellas imágenes que, supongo, la mayoría de ustedes vieron ese domingo primero de octubre. Las de una Cataluña herida con la derrota simbólica infligida por Mariano Rajoy y su actuación coercitiva. Llegué en mi nuevo rol de estudiante, justo el día en que piolines y supermanes con banderas como capas, muchos de ellos menores de edad, sin derecho al voto todavía, se manifestaban al lado de los universitarios prorreferendo en la plaza situada a las afueras del edificio histórico de la Universidad de Barcelona. A las 10:00 p.m., el cacerolazo independentista anunció, además de su mensaje de protesta, que era hora de ir a la cama. Sin embargo, el jet lag, ese trastorno temporal de sueño que provocan los viajes largos, me mantuvo más que alerta para ver cómo cubrían los medios la previa a las votaciones. Estaba en juego mi futuro académico y laboral en España o en un posible nuevo país. Al día siguiente, gracias a mi paseo en Bicing, el sistema de bicicletas públicas de la ciudad, pude ver en un mismo edificio balcones con banderas catalanas (esteladas) y españolas, regadas y distribuidas como piezas en un tablero de ajedrez, en un juego ya avanzado, pero reñido. Al finalizar el recorrido, supe que por la multitud de independentistas que celebraban el cierre de campaña se había ordenado el cierre total de la avenida de la Reina María Cristina, y parcial en la Plaza España, como si de fútbol se tratara. Hasta ahí llegaron mis ganas de conocer Montjuic y sus fuentes. Más tarde, decidí asistir a la fiesta de la localidad, aunque desde que llegué he procurado controlar mis salidas a sitios concurridos porque aquello de la seguridad todavía preocupa a mi familia y amigos. Allí, compartiendo unas cañas y charlas con algunos catalanes, independentistas y no, me dio la impresión de que quienes se acercarían a las urnas serían únicamente los interesados por el sí, pues los demás

se mostraban muy indiferentes y unos pocos calificaban el movimiento como anticonstitucional. Pero aquel domingo, mientras los del sí esperaban su turno para votar en los colegios electorales y custodiaban sus urnas, vi cómo los indiferentes se tocaron y salieron a votar también a causa de las imágenes de violencia. Los indiferentes dieron su voto como protesta. La jornada se extendió hasta las 8:00 p.m. Además de las fotos y videos que circularon en medios, hay otras imágenes del “1-0”, como llamaron los medios locales este día, que me atrevo a calificar como quijotescas: desde el sábado los padres de familia fueron convocados con sus hijos a pijamadas en los colegios; desde la madrugada había filas eternas para evitar la violencia y alcanzar a votar; los voluntarios fueron elegidos a dedo para el cuidado de urnas de plástico; el registro de usuarios se hizo a través de aplicaciones móviles, que luego no funcionaron por un corte de internet y un supuesto jaqueo de la aplicación; la impresión de boletas electorales se hizo desde las casas en muchos casos, por la falta de papel y de sobres, y el registro también fue manual a lápiz y papel, y, para finalizar, algunos conteos de votos se hicieron dentro de las iglesias mientras se celebraban eucaristías. En toda esta odisea, lo que he sentido yo, como extranjera, es una intención por parte de la gente de ser parte de algo, de tener un fin, de solidarizarse con una causa, de levantar la voz, de abrazar al hermano, de vencer la violencia con la expresión del voto. Los medios locales transmitieron sin parar desde la madrugada hasta pasada la medianoche. Al día siguiente vino la indignación: las cifras de heridos no eran claras y los titulares, videos y fotos en redes sociales y medios internacionales decían que la violencia movilizó a Cataluña, pero ya no se hablaba del vilo en el que se encontraba la unidad de España, sino de la democracia atacada. ¿Luego qué más vino? La especulación, manifestaciones de todo tipo: en re-

chazo por la violencia vivida, manifestaciones proindependentistas, manifestaciones invitando al diálogo, manifestaciones pro España y Unión Europea, manifestaciones con el lema “Basta, recuperemos la sensatez”. Bancos y grandes empresas empezaron a abandonar la región; el aparente desconocimiento de la norma y el susto económico por el espectro de una declaración unilateral de independencia. Durante la semana siguiente, el cacerolazo no sonó solo a las 10:00 p.m., también cuando habló el rey. Cada vez que pasaban por las calles pequeños grupos de personas gritando “¡Viva España, viva Cataluña!”, en coro respondían “¡Yo soy español, español, español!” “Benvinguts a aquesta España dividida”, saludó mi profesora de catalán el 10 de octubre. Siete horas después llegó la incertidumbre prolongada con la firma de los diputados de una declaración de independencia, que luego quedó suspendida para buscar una vía negociada. Pero esas posibilidades de diálogo, al parecer, se dilatarán no por días, sino semanas o meses. Mientras Carles Puigdemon, presidente de la Generalidad de Cataluña, declaraba en televisión la suspensión de la declaración de independencia y las intenciones de diálogo, estaba en un bar del centro con un catalán proindependentista siguiendo la transmisión. Para las personas del bar todo parecía un chiste, un engaño a la ciudadanía por la poca claridad de los discursos de parte y parte. Creo que las manifestaciones continuarán, los políticos seguirán tratando de responder al ritmo de sus intereses, las leyes se endurecerán para el control mayor de la población que se manifieste, mientras parte de los habitantes de Cataluña se alejará por miedo a las consecuencias, sobre todo económicas. Seguirá circulando información de todo tipo en las redes sociales, mientras la banca se adapta y monedas como el Bitcoin seguirán tomando fuerza, curiosamente, por fuera de las regulaciones de cualquier Estado.

Facultad de Comunicaciones Universidad de Antioquia


24 Última

Durante la semana siguiente, el cacerolazo no sonó solo a las 10:00 p.m., también cuando habló el rey. Cada vez que pasaban por las calles pequeños grupos de personas gritando “¡Viva España, viva Cataluña!”, en coro respondían “¡Yo soy español, español, español!” “Benvinguts a aquesta España dividida”, saludó mi profesora de catalán el 10 de octubre.

Manifestación en el arco del triunfo del 8 de octubre en contra del referendo independentista, una de las tantas marchas convocadas días posteriores a las votaciones.

No. 87 Medellín, octubre 21 - noviembre 20 de 2017


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