De la Urbe 109

Page 1


Del matrimonio infantil y los demonios del “amor” a destiempo

Entre China y Estados Unidos, ¿cuál es el daño menor para Colombia?

Los sufrimientos que padecen los afectados por las obras del metro de la 80

Laboratorio De la Urbe

Dirección periódico De la Urbe:

Juan David López Morales

Coordinación General del Laboratorio:

Ximena Forero Arango

Coordinación Digital:

Natalia María Restrepo Saldarriaga

Coordinación Lenguaje Sonoro: Daniela Sánchez Romero

Coordinación Lenguaje Audiovisual: Maribel Salazar Estrada

Auxiliares:

Santiago Bernal Largo, José Manuel Holguín Arboleda, Valeria Londoño Morales, Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga, Daniel Santiago Vega Durán y Juana Zuleta Betancur

Asistencia editorial:

Santiago Bernal Largo Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga

Diseño y diagramación: Pablo Pérez «Altais»  Jhojan Millán M.

Corrección de textos: Alejandra Montes Escobar

Impresión: La Patria

Circulación: 7000 ejemplares

Universidad de Antioquia

Rector:

John Jairo Arboleda Céspedes

Decanatura Facultad de Comunicaciones y Filología:

Olga Vallejo Murcia

Jefe Departamento de Formación Académica: Luis Eduardo Cárdenas Valencia

Coordinación 10|12 L@b: Carlos Andrés Arboleda Gómez

Coordinación Pregrado en Periodismo: Diana Milena Ramírez Hoyos

Comité de Carrera Periodismo: César Augusto Alzate Vargas, Estefanía Carvajal Restrepo, Heiner Castañeda Bustamante, Ximena Forero Arango, Jorge Alexander Múnera Restrepo, María Teresa Muriel Ríos, Maritza Andrea Trujillo Rodríguez, Diana Milena Ramírez Hoyos y Natalia María Restrepo Saldarriaga

Calle 67 N°53-108, Ciudad Universitaria, bloque 10, oficina 126.    delaurbe@udea.edu.co delaurbe.udea.edu.co Medellín, Colombia

Facebook: @sistemadelaurbe

La democracia muere en medio de un estruendoso aplauso

Era noviembre de 2021 y hacía un año que Donald Trump había perdido las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Un politólogo y abogado de Ohio, todavía con bajo perfil dentro del Partido Republicano, dio un discurso en la Conferencia Nacional del Conservadurismo, en Florida. En este habló de los riesgos que enfrentaba la nación, “de las mentiras y las falsas guerras culturales” y, en medio de aplausos, dijo que para salvar al país debían “atacar agresivamente a las universidades”. Era J. D. Vance, que en enero de 2025 tomó posesión como vicepresidente de Estados Unidos con el regreso de Trump al poder.

En una carta enviada el 11 de abril, el Departamento de Educación de ese país le exigió a la Universidad de Harvard reformar los órganos de gobierno, modificar los reglamentos disciplinarios, cambiar las prácticas de contratación docente, cerrar los programas de diversidad, equidad e inclusión, entre otras cosas. Según el Gobierno, todo esto para combatir el antisemitismo y la discriminación en el campus. Si no lo hacían, les bloquearían cerca de 2200 millones de dólares de fondos federales para la investigación.

Una semana después, Harvard demandó al Gobierno buscando descongelar esos fondos. Cuando le preguntaron a Alan Garber, presidente de la institución, si podían ganar esta lucha, respondió que no sabía: “Es tanto lo que está en juego, que no tenemos otra opción”. La historiadora Ruth Ben-Ghiat lo dijo para Democracy Now!: “Cuando Donald Trump habla de que Estados Unidos es un país ocupado que él va a liberar, este es también el lenguaje de Francisco Franco”, el dictador español.

Tenemos la certeza de que el fascismo sucedió, pero no la seguridad de que no vuelva a suceder. Además, hay que tener clara la diferencia que plantea el filósofo Jason Stanley: existen regímenes y políticas fascistas. “Estas últimas pueden ganar peso en la sociedad sin que necesariamente deriven en un Estado fascista a la antigua usanza”, dice. No por eso son menos peligrosas. Hoy parecemos mirar hacia otro lado ante la posibilidad de que regrese el fascismo y en medio del auge de Gobiernos que abrazan la autocracia y el totalitarismo perdemos de vista que está en juego la democracia misma.

A 20 años del estreno del episodio tres de Star Wars, vale la pena recordar cuando en el clímax el canciller Palpatine da un discurso sobre los peligros internos y las luchas que enfrenta la República y le pide al Senado Galáctico nombrarlo emperador. En medio del bullicio, la senadora Padmé Amidala dice una frase que hoy resuena con tono profético: “Así muere la democracia, con un estruendoso aplauso”.

Este alboroto contrasta con el silencio cómplice frente al fascismo, sobre todo cuando algunas de las voces disidentes de nuestros tiempos se apagan. Un día antes de morir, el papa Francisco dijo: “Cuánto desprecio se despierta a veces hacia los vulnerables, los marginados y los migrantes”. Su mensaje de justicia social intentó calar en un mundo que parece alejarse de los valores humanitarios. Basta con escuchar al presidente argentino Javier Milei, que dice aborrecer esa justicia. Es pronto para prever el rumbo del papado de León XIV, sucesor de Francisco. No obstante, cuando aún era el cardenal

Zona de distensión

Robert Prevost, este mostró una posición crítica con el Gobierno de su país. En su perfil de X compartió una columna de la teóloga Kat Armas en la que aseguraba que “J. D. Vance está equivocado” y cuestionaba que el vicepresidente usara la Biblia para defender las políticas antimigratorias. Cuando usted lea este editorial, habrán pasado semanas desde que Harvard empezara a ceder y anunciara que su Oficina de Diversidad, Equidad e Inclusión pasaría a llamarse Oficina de Vida en la Comunidad y el Campus. ¿Cuántos de estos cambios regresivos son necesarios para asumir el peligro de lo que está pasando? Según la filósofa estadounidense Susan Neiman: “Si esperamos hasta que se construyan campos de concentración para llamar a los protofascistas lo que son, será demasiado tarde para poder detenerlos”.

Lo que pasa con Harvard y otras universidades es síntoma de unas políticas que empiezan a ganarse el apelativo de “fascistas”. Reemplazan la importancia de la razón por un discurso que idealiza un pasado mítico y busca imponer un relato conspirativo mediante la propaganda, al tiempo que censura y persigue opiniones y formas de vida disidentes.

Sería ingenuo decir que este es el inicio, cuando los migrantes, las mujeres, las poblaciones LGTBIQ+ y afroamericanas o cualquier otro grupo que se distancia de la visión trumpista ya ha sentido el rigor de la “América grande” que amenaza a la democracia y a los derechos que la hacen posible. El mundo tendrá que decidir entre ser un testigo silencioso en medio de los aplausos o preocuparse por defender todo lo que está en riesgo.

X: @Delaurbe_Lab

Instagram: @delaurbe

YouTube: De la Urbe

TikTok: @delaurbe

Spotify: De la Urbe

Humo blanco para la IA

Ni Dios sabía quién sería el siguiente papa, pero la IA parecía tenerlo claro. Y también los grandes medios que creen ciegamente en lo que la máquina predica. Cuando la salud de Francisco entró en la agenda mediática, aparecieron titulares como “Los más papables según la IA”. Lo que los medios no entienden es que, como dice el cardenal Lawrence en Cónclave (2024), la certeza es un pecado, porque en el misterio está la posibilidad de la fe. Aunque el cardenal ficticio no lo dice así, en la duda está el potencial de conocer. Cuando la IA parece omnisciente es necesario afirmar el misterio para entender el presente.

Pablo Giraldo Vélez pablo.giraldov@udea.edu.co

Dopamina al segundo

La palabra del año para el Diccionario de Oxford en 2024 fue brain rot o ‘pudrición cerebral’ en español. Y cómo no iba a serlo si los videos que vemos en Instagram o TikTok son cada vez más absurdos. Muchos de los que dan verdadera información o tienen algún sentido lógico se pierden para siempre al deslizar hacia uno nuevo, porque no nos dieron la dopamina suficiente. Nuestros cerebros se están pudriendo poco a poco, y parece no importarnos porque estamos a un video de conseguir instantes de dopamina y emoción ofrecida en pequeñas cápsulas.

Salomé Vásquez Yepes salome.vasquezy@udea.edu.co

Un acto de fe

La presidencia de Petro no se quebró en una crisis, se fue deshilando entre discursos. Cuando propuso una consulta popular en la que se aferraba al “sí” como su salvación y culpó al Congreso, omitió que no fue capaz de gobernar con otros: prefirió el monólogo a la política. Los culpables cambian según el día: los tibios, los medios, los de siempre. La consulta, lejos de ser una salida, parecía un acto de fe: si el pueblo habla, todo se resolverá. Pero el riesgo no es que hable el pueblo, sino que nadie escuche. La consulta fallida es un epitafio: aquí yace una presidencia que vio en la terquedad un acto heroico, y en el monólogo, un mandato.

Juan Felipe Restrepo Cano juan.restrepo152@udea.edu.co

Mujer de alto valor… ¿o precio?

En TikTok miles de videos enseñan cómo ser “mujer de alto valor”: tener pareja, ser mantenida, cuidar el físico y el hogar. Lo que parece un camino hacia el empoderamiento es una vieja fórmula vestida de modernidad. Aunque estas ideas surgen como respuesta al cansancio frente a relaciones desiguales, terminan reforzando la misma lógica que las dañó: ya no se habla de valor propio, sino de precio. Y en ese intercambio lo humano se diluye. Claro que podemos arreglarnos y ser exitosas al mismo tiempo –si así lo decidimos–, pero no porque respondamos a una economía del deseo, sino porque elegimos hacerlo desde nuestra autonomía.

Sara Vanegas Cardona sara.vanegasc@udea.edu.co

Hay estrellas que no deben brillar en el espacio

Katy Perry y cinco mujeres más (cuyos nombres parecen ser irrelevantes) se lanzaron al espacio con Blue Origin. Aunque suena a hazaña, terminó siendo un meme. Un viaje de 10 minuticos, carísimo, disfrazado de empoderamiento femenino, que se sintió más como un lujo fuera de lugar. Hasta sus fans alzamos la ceja porque es ilógico que mientras hay cientos de problemas en el mundo, el foco esté sobre un viaje que implica un gasto enorme de recursos sin utilidad aparente. Katy, te adoro, pero hay estrellas que solo deben brillar en el espacio, además, con el video de E. T. ya nos habías dado toda la onda espacial que necesitábamos.

Jhon Stiven Ospina Cardona jhon.ospina1@udea.edu.co

Placebos

La UdeA llenó de placebos al estudiantado. Después de que se destapó la olla de la crisis, los estudiantes, que hasta entonces habían permanecido sonámbulos, decidieron levantarse por el Alma Máter. Desde mayo de 2024 le exigieron a la Universidad, a punta de marchas y asambleas, que respondiera con soluciones concretas. Los directivos contestaron como mejor saben: con planes y propuestas que se convirtieron en placebos para calmar el “desorden”. Pero no todos fueron superficiales; algunos aportaron a una leve reducción del déficit, aunque a costa de contratos de empleados y docentes. ¿Y las soluciones estructurales? Bien, gracias.

Gisele Tobón Arcila gisele.tobon@udea.edu.co

Portada:
Juan Sebastián
López-Galvis
ISSN 16572556
Número 109 Mayo de 2025
Capítulo Antioquia

Grises

Recuerdo cosas, no sé por qué solo hasta ahora pienso en ellas, pero las recuerdo. Recuerdo a compañeros del colegio quejarse y repetir palabras de adulto que solo se informa en noticieros: “Estos indios volvieron a cerrar la vía”. Recuerdo la voz miedosa de mis padres pidiéndome que, por favor, no fuera a una vereda más o menos lejana en el sur del Cauca, el departamento donde viven desde hace más de dos décadas. Recuerdo a mis amigos españoles preguntarme cómo hacía para venir a este país latinoamericano sin que me pasara nada. Recuerdo a mis amigos paisas preguntarme cómo hago para viajar a Popayán, la ciudad en la que nací, sin que me pase nada. Recuerdo responder, siempre, que no todo es como lo cuentan. O quizás sí sea un poco así, pero no completamente. No lo suficiente como para nunca volver. No lo suficiente como para solo hablar de eso. A mediados de abril fui de visita a Popayán. No es una ciudad principal, y quizás por eso solo aparece en las noticias en dos

ocasiones: por la Semana Santa –declarada por la Unesco como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad– y cuando se agudiza la violencia –porque siempre parece que se agudiza un poco más–. Mientras estuve allí, un carro bomba explotó en Piendamó, un pueblo cercano, y cerraron la vía Panamericana durante un par de horas por la sospecha de otro, aunque terminó siendo una falsa alarma. Fue entonces cuando escuché, una vez más, que el Cauca estaba muy peligroso.

Desde que tengo memoria ese relato nunca cambió: Cauca equivale a peligro. Y así con todas las periferias, con todo lo que no es un centro, incluso con ciertas poblaciones: ¿la Comuna 13?, peligrosa –antes de volverse centro turístico–; ¿este país?, peligroso –para quienes lo ven desde ese centro que es Occidente–; ¿los habitantes de calle?, peligrosos –para quienes están en el centro de la comodidad y el privilegio–; ¿los migrantes?, peligrosos –hasta que nos toca migrar–. Casi nunca vemos a esas comunidades como algo más que víctimas o victimarios. Casi nunca hacemos más que contar la historia que los hace víctimas o victimarios.

Por suerte, para algunos pensar en el Cauca no solo es pensar en todo lo que está mal, sino, también, en todo lo que está bien. Por suerte, para mí, pensar en el Cauca es pensar en esas cadenas de

montañas majestuosas e inolvidables, y en el taita Javier Calambás, líder Misak que sentó precedentes históricos para la recuperación de tierras indígenas en Colombia; y en el poder de la minga, y en el silbido de la zampoña y la quena, y en el oxígeno de los páramos, y en los volcanes, y en el maíz, y en el café, y en la miel, y en la panela, y en esas lenguas que siguen vivas a pesar de todo; y en esas ollas gigantes que alimentan a cientos de personas, y en esas mujeres de corazón gigante que cocinan esos alimentos que nutren a cientos de personas, y en esos campesinos que cultivan y cosechan los alimentos que esas mujeres cocinan. Y en este poema de Fredy Chicangana: “Me entregaron un puñado de tierra para que ahí viviera. / ‘Toma, lombriz de tierra’, me dijeron, / ‘Ahí cultivarás, ahí criarás a tus hijos, ahí masticarás tu bendito maíz’. / Entonces tomé ese puñado de tierra, / lo cerqué de piedras para que el agua / no me lo desvaneciera, / lo guardé en el cuenco de mi mano, lo calenté / lo acaricié y empecé a labrarlo… / [...] / entonces vino la hormiga, el grillo, el pájaro de la noche, / la serpiente de los pajonales, / y ellos quisieron servirse de ese puñado de tierra. / Quité el cerco y a cada uno le di su parte. / Me quedé nuevamente solo / con el

cuenco de mi mano vacío; / cerré entonces la mano, la hice puño y decidí pelear / por aquello que otros nos arrebataron”. Por eso, cuando pienso en esas otras periferias –la Comuna 13, las veredas lejanas de departamentos lejanos, los migrantes, los habitantes de calle–recuerdo experiencias parecidas. Pienso en cómo tenía miedo de meterme en esos lugares, de hablar con esa gente. Hasta que lo hice. La terquedad y la curiosidad fueron más grandes que el miedo y el prejuicio. Fui y me metí a esos lugares; fui y hablé con esa gente; y descubrí que no eran lugares infernales a los que fuera imposible acceder ni era gente peligrosa con la que fuera imposible hablar. Y aunque lo hubieran sido, algo en mí me dice que, de todas formas, no importa tanto. El peligro está en todos lados. Pienso que el Cauca es más que lo que dicen quienes fingen saber. Pienso que no es solo lo que dicen que es. Tengo pocas certezas en la vida, pero las que tengo las atesoro como quien guarda un rayo de luz en un bolsillo por si la oscuridad de la noche se torna muy intensa. Una de ellas es que entre el negro y el blanco hay toda una escala de grises. El miedo, supongo, es algo natural. Los prejuicios, sin embargo, se construyen.

Paciencia, buñuelo a bordo

| Julián Caro Bedoya*

Ahorita venía en el bus y vi algo que me llamó la atención. ¿Has visto que por detrás de los carros suelen poner frases? Normalmente veo la frase de «¿Quién como Dios?» y la leo con la voz de Ana Gabriel. ¿Esa frase de dónde habrá salido?, ¿será que no se les ocurrió que podría leerse como la canción? Es que tampoco se ayudan poniendo las palabras una debajo de la otra, más fácil aún leerlo: quién-como-dios. Hay otras que me parecen muy interesantes, las ingeniosas. Ser ingenioso para el conductor de atrás, totalmente desconocido, es un salto de confianza. Al imaginarte esa persona, ¿te cae bien?, ¿te da confianza?, ¿crees que es buena gente? ¿Qué pensarán los que ponen «Paciencia, buñuelo a bordo»? –ayer me preguntaste qué era buñuelo, entonces te recuerdo: persona que, teniendo el conocimiento de un arte u oficio, aún le falta experiencia–. ¿Qué pensará la persona promedio al ver esa frase? ¿Ir en carro será siempre relajante? Tengo la impresión de que no, de que manejar relajado un carro solo es posible en una autopista o si uno está de muy buen genio, pero esa impresión está viciada por mi pensamiento hacia la humanidad. Hoy me llamó particularmente la atención una frase que ya he visto

muchas veces en otros lugares, sobre todo en carros, pero jamás en la parte de atrás como calcomanía. «Salí con Dios y la Virgen, si no regreso me fui con ellos» –además fue la primera que vi que incluía a la Virgen–. Pensé: si de verdad cree y siente profundamente lo que tiene en la frase, qué bacano. No puedo imaginarme el descanso que se debe sentir salir de la casa y vivir la vida con esa certeza. Si se viviera con esa certeza, sin instituciones ni dogmas malucos, la vida sería muchísimo más tranquila, uno sería más liviano y podría entregar más al mundo. No sé cómo llegué allí, pero pensé que de verdad a mí me gusta la idea de ser taxista. Así como ser profesor. Escribir y curiosear es algo inalienable para mí, no lo podría dejar de hacer en la vida, siempre, siempre lo voy a estar haciendo. Me estallaría si no. Si se puede conseguir plata de eso, qué bacano, pero no me gustaría hacerlo pensando en eso exclusivamente y, para hacerlo con la tranquilidad económica que pueda brindar un trabajo de siete a cinco, prefiero manejar taxi en ese tiempo. No creo que pueda estar encerrado en una oficina, bueno, creo que sí podría, pero preferiría otra cosa. Tengo la leve impresión de que los taxistas pueden tener un salario digno, uno normal. No estoy intentando romantizar. Lo pensé con las cosas que podría implicar, como el calor, el peligro, etc. De hecho, aún no he dicho nada bueno de ser taxista, nada de verdad atractivo. Básicamente sería como

escribir. Escucho historias, me inspiro mirando el mundo, así como lo hago ahora, y tendría momentos de silencio, de independencia, de ser entrón o definitivamente estar callado. Preguntarle a la persona qué música quiere escuchar, someter al pasajero o la pasajera a escuchar el pódcast que a mí me plazca o darle la opción de ponerse los audífonos porque no quiero escuchar nada más que la calle. Incluso pensé en la idea de tener una nevera chiquita donde tenga agua para darles. Les cobraría, porque tampoco sería para regalárselas, sino para darles la oportunidad de conseguir las cosas que tal vez quisieran en ese momento, darles una facilidad absoluta, pero a un precio normal, barato, sin intentar ganar plata vendiendo agua dentro de un taxi.

Me tranquilizó esa idea, no tengo que ejercer como la caricatura de periodista solo por haberlo estudiado.

De todas maneras, lo que le define a uno la supervivencia es la plata y lo que esperen los demás de mí me importa un culo. Y así me vine, pensando, viendo a través de la ventanilla, escribiendo esta carta en mi mente.

Entró en mí el miedo al tiempo libre, al tiempo solo, pero no lo sentí en la piel, pareciera haberse amilanado; de hecho, venía muy ocupado viendo el mundo y a veces pensando en eso que está escrito líneas antes. Cuando llegué a mi casa encontré en una bolsa los tres libros que reclamó mi papá, la abrí de inmediato y tenía ganas de mirar el que pedí. Se llama Cómo no hacer nada. Resistirse a

la economía de la atención, escrito por Jenny Odell, artista, escritora y docente de la Universidad de Stanford. Me pareció curioso que justo venía con miedo al tiempo libre, pero van a ser casi las siete de la tarde y no me he cepillado, ni bañado, ni lavado los trastes. De hecho, empecé a escribir esto, no había terminado ni el primer párrafo y me entretuve viendo unos documentales en YouTube sobre la hinchada del Medellín, fue grabado el sábado pasado, en el clásico contra Nacional. Increíble.

Sonreí por la belleza humana, sus manifestaciones, su complejidad. Quería contarte y decirte, con certeza, que vamos a estar bien. Con todo mi amor y mi lenguaje. Con todo mi mundo, Julián

*Julián Caro Bedoya compartió con Ferchita, su pareja, su sensibilidad sobre lo cotidiano un 9 de diciembre de 2023, y escribió como otra manifestación de amor. Publicamos en su memoria esta carta póstuma y conservamos las comillas angulares y las rayas de incisos que tanto le gustaban.

Una cita con el exorcista

En Medellín cientos de personas buscan alivio espiritual y físico para liberarse de cargas que trascienden lo que la ciencia puede explicar. Para esto acuden a iglesias o cultos y esperan horas para conseguir la ayuda de sacerdotes como Álvaro Murillo, que hasta hace dos años era el exorcista oficial de la Arquidiócesis. Hoy nadie ocupa ese lugar.

| Valeria Acosta Velásquez valeria.acostav@udea.edu.co

| Santiago Bernal Largo santiago.bernal2@udea.edu.co

Y Jesús le reprendió, diciendo: “Cállate y sal de él”. Entonces el demonio, derrumbándose en medio de ellos, salió de él y no le hizo daño alguno. Lucas 4:35

El canto del viacrucis –“Misericordia inmensa, pródiga de perdón”– se mezcla con los gritos que llegan desde el otro extremo de la iglesia. Una mujer se retuerce y lucha por librarse de dos hombres que la sostienen mientras el padre Álvaro León Murillo unge su cabeza con aceite. Por un instante, toda la gente guarda silencio. El frío de la tarde entra por las ventanas. El viacrucis continúa sin interrupciones, como si aquel bullicio fuera apenas un impase en el ritual de la tarde. El segundo viernes de Cuaresma, el grupo de lectores y lectoras de la parroquia Jesús Obrero, en el barrio Campo Amor, de Guayabal, realiza la meditación del viacrucis como cada viernes en ese tiempo de preparación para la Semana Santa. Usan vestidos blancos, se turnan para leer fragmentos de los evangelios y cargar un báculo con una cruz. A medida que avanzan por cada cuadro, que representa cada estación de Jesús rumbo a su crucifixión, se acercan al lugar donde unas 20 personas hacen fila de pie, pese a que hay bancas vacías, esperando a ser atendidas en la nave izquierda del templo.

Aquella mujer que grita y se retuerce cae rendida. Los dos hombres que asisten al padre la sientan frente al sagrario, el espacio que en cada iglesia, según la doctrina católica, resguarda el cuerpo de Cristo.

En el mundo hay fuerzas malignas, ese relato está presente en la mayoría de las religiones: maldiciones que roban el sueño, enfermedades que avanzan con rapidez, amores que se marchitan sin explicación y tristezas que no se van. También hay quienes aseguran ser perseguidas y perseguidos por presencias que acechan desde la oscuridad de sus casas.

Esas son las creencias que impulsan a muchas personas a seguir al padre Álvaro, que hasta el 2023 era el delegado por la Arquidiócesis de Medellín para realizar exorcismos. Pero la gente no lo busca

solo por lo imponente de ese título, sino por lo que dicen que puede hacer: sanar enfermedades, liberar cargas espirituales, romper trabajos de brujería y, sí, también por expulsar los demonios.

El martes siguiente, después de aquel viacrucis, al finalizar la misa de las siete de la mañana, al menos 100 personas se quedan en la parroquia. Esperan las indicaciones del padre para lo que él llama “orar juntos”. Él las espera sentado frente al altar y junto a una mesita con aceite consagrado y una botella rociadora de agua bendita. Algunas personas están solas, otras, acompañadas de un pariente, amiga o amigo y hay quienes no buscan ayuda para sí mismas sino para alguien más de quien llevan una foto.

Al pasar donde el padre lloran o permanecen calladas, gritan, golpean y rasguñan. Tres hombres sujetan a una mujer de unos 30 años de los brazos y las piernas como si la fueran a reducir por completo. Al final, cae desmayada y uno de los hombres se alza la camiseta para rociarse agua bendita, la misma que usa el padre, en uno de los rasguños que le quedaron en la espalda. Esos gritos que hoy resuenan en Jesús Obrero antes sucedían en El Espíritu Santo, una parroquia en Prado, en el centro de Medellín.

Cuando el padre Álvaro era párroco de El Espíritu Santo, las filas solían abarcar cuadra y media. Wilbert Calvo, un panadero que trabaja frente a la iglesia, cuenta que mientras el padre estuvo allí cerraban más tarde para aprovechar que la gente compraba pan y café para pasar la noche: “Desde las cuatro de la tarde ya había gente haciendo fila para el otro día”.

Los gritos irrumpían la tranquilidad del barrio. Así lo recuerda Marina Rivera, que vive frente a la casa cural hace 30 años. A diario escuchaba alaridos que no parecían humanos. Ella misma hizo la fila una vez como acompañante: “Escuché unas voces que parecían animales y en el momento sentí un frío”.

Afuera de la iglesia las personas esperaban en vigilia hasta el amanecer. Cuando entraban, el padre les echaba aceite en la cabeza, frente a lo cual muchas de ellas gritaban, convulsionaban y si se caían, entre quienes asistían las acomodaban en una banca hasta que pudieran salir por su cuenta. Todo esto sucedía en menos de cinco minutos.

La experiencia le dio al padre y a su equipo un sistema para repartir turnos, como si fuera una EPS, el cual se implementó

durante los casi cuatro años que el padre estuvo en Prado. Aunque pronto esos fichos se convirtieron en negocio. No tardó en aparecer gente que hacía la fila para vender su lugar. “Empezaron en 20 mil y terminaron en 100 mil pesos”, dice Marina. Hoy las filas continúan en el barrio Campo Amor. ***

Hay representaciones y sonidos que, por imaginarios colectivos, se asocian al rito del exorcismo: el sacerdote que visita una casa para expulsar el demonio de una persona, voces graves similares a un rugido, una habitación fría y oscura, actos del cuerpo y el espacio que cruzan los límites de lo “común” y que orillan a los espectadores a echarse la bendición. Sin embargo, hoy la labor del padre Álvaro ocupa un espectro más amplio de “necesidades” que están arraigadas en la cultura popular, al menos para miles de personas en Antioquia. El exorcismo fue codificado por primera vez en 1614 en el Rituale Romanum, un libro que recoge la mayoría de los ritos católicos, a excepción de la misa. Pero en varios momentos ha sido objeto de discusión dentro de la Iglesia. A finales de los años 90, el Vaticano lo reformó e incluyó requisitos para realizarlo, como por ejemplo evaluaciones

Cada día, el padre Álvaro Murillo celebra la eucaristía en la parroquia Jesús Obrero (Guayabal), donde es párroco desde agosto de 2024. Foto: Juan Sebastián López-Galvis.

Facultad

psiquiátricas. El exorcismo, antes envuelto en secretismo, hoy es promovido por la Iglesia. Para 2023, la Asociación Internacional de Exorcistas, reconocida por la Santa Sede, contaba con 905 exorcistas certificados, 15 de ellos colombianos.

Esta práctica no es exclusiva del catolicismo; es común en cientos de religiones y cosmogonías en el mundo. Ramiro Delgado, profesor de Antropología Religiosa de la Universidad de Antioquia, dice que “el exorcismo es sacar, supuestamente, energías negativas que están adentro”; y aclara que en las maneras como cada sistema religioso entiende los flujos energéticos (alma o espíritu) hay rituales de purificación o liberación.

Pero no a cualquiera se le puede practicar. El padre Álvaro lo explica: antes de un exorcismo se debe estudiar si realmente hay “una fuerza demoníaca” y si es necesario intervenir. Solo entonces, dice, se programa el ritual.

En su experiencia, el padre Álvaro define otras formas en las que los asuntos espirituales pueden cruzar la frontera de lo cotidiano: la sanación, por ejemplo, puede abordar dolencias en los riñones o el corazón; la liberación es para quienes sienten que una presencia maligna los acecha; la infestación describe el momento en que la tristeza y la falta de progreso se vuelven constantes; y la aberración, afirma, ocurre cuando una entidad maligna intenta ejercer control.

Dice que enfrentar estas manifestaciones es un don que lo acompaña desde sus primeros años como sacerdote. En 2021, el arzobispo de Medellín, Ricardo Tobón, lo nombró párroco de El Espíritu Santo, pero ese encargo vino con la responsabilidad de ser el exorcista oficial. Álvaro recuerda la conversación que tuvo con su mamá en ese entonces:

–Mamá, me cambiaron para el Espíritu Santo.

–¿Dónde queda, hijo?

–Ahí, en Prado Centro.

–Ah, muy bien, mijo. ¡Qué rico, vas a estar más cerquita de nosotros! Oíste, ¿cuál fue el otro cargo que te asignaron?

–Mamá, soy el exorcista de la Arquidiócesis.

–Ahora sí nos llevó el diablo. Álvaro nació en 1959 en Támesis, pero vivió toda su vida en Itagüí. Se formó en el Seminario Conciliar de Medellín, donde estudió Filosofía, pero también le enseñaron Demonología y Angelología. Sus últimos años como seminarista los pasó en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, en Roma, donde se graduó como licenciado en Filosofía y Teología. Regresó a Colombia en 1986 y el 5 de julio fue ordenado sacerdote en Medellín por el papa Juan Pablo II. Tras su ordenación, pasó a ser formador en el seminario. Después, fue designado párroco de la iglesia María

Rosa Mística en el barrio Santa Cruz y desde entonces cientos de personas hacen fila para pedirle por su salud, conseguir empleo o aliviar cualquier “malestar espiritual”. En adelante, estuvo en las parroquias Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, El Salvador, Nuestra Señora de Chiquinquirá (en Bello) y El Divino Maestro, además de ser profesor de Filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana.

A lo largo de su vida ha atendido a miles de personas, pero cree que exorcismos propiamente habrá realizado unos 100 desde que fue nombrado. Dice que no necesita encontrarse al diablo con cachos y cola para ver el Mal, con mayúscula, que para eso solo tiene que ver personas que no equilibran su vida.

A finales de 2023 se enfermó, le detectaron cálculos biliares y fue sometido a una operación para extraerlos. Cuando lo cuenta, recuerda que la recuperación fue lenta, y cree que “atender a tantas personas afecta a la energía y contamina el espíritu”. Por la salud de Álvaro, monseñor Tobón decidió suspender la práctica de exorcismos en la ciudad. El arzobispo dice que siguen esperando que mejore su salud y que no han buscado a nadie más para el cargo. Hoy, nadie tiene la autoridad para exorcizar en la Arquidiócesis de Medellín. ***

En la calle Ecuador, una casa de dos pisos con fachada grafiteada y balcón con ornamentos negros palidece al lado de la imponente Catedral Metropolitana. Esa casa, propiedad de la Arquidiócesis, es el lugar designado para realizar exorcismos.

Allí se preparan 400 desayunos que se ofrecen a personas en situación de calle los fines de semana. Era durante la semana, casi siempre en la mañana, cuando se hacían los exorcismos. Así lo cuenta Carlos*, que asistió al padre Álvaro como voluntario por algunos años.

Antes de programar un exorcismo en esa casa, el padre Álvaro realizaba una entrevista con la persona. “Es como una consulta médica”, explica Marcela*, otra persona que también asistió al padre. Documentaban datos como nombre, procedencia y sensaciones experimentadas. La espera en la casa recordaba a una sala de atención médica: la gente llegaba con rostros tensos, en silencio, esperando su turno.

Julián Velásquez recuerda cuando acudió al padre y le programaron una cita: el ambiente era frío y la angustia persistía en quienes esperaban. “Me preguntó cómo me sentía, qué trabajo hacía, si estaba casado, si tenía hijos”, cuenta. Si después de esa conversación el padre decidía que la persona requería un exorcismo, se la llevaba a una habitación más pequeña.

El exorcismo “no son cinco o 10 minutos de oración”, explica Marcela. La persona era acostada en una camilla, ungida con aceite y sostenida por asistentes, mientras el padre Álvaro recitaba oraciones en latín, arameo o español.

Julián entró a un cuarto, una combinación entre consultorio y templo. Acostado, lo rodearon una religiosa, otro sacerdote y un laico. Lo sujetaron de manos y pies mientras el padre oraba. “Me preguntó si quería vomitar o escupir en un recipiente; me dio agua bendita y me pidió que lo hiciera varias veces”, recuerda. La oración se intensificó.

Recuerda que en un momento el padre Álvaro le presionó las costillas con los puños y que le decía: “Sal, diablo, demonio. Estás poseído. Libera a este hombre”. Al final, el sacerdote le dijo que estaba bien y que el maleficio había terminado. Le recomendó rezar todos los días y ayudar a alguien en la cárcel o dar limosna. Al salir, Julián sintió una emoción extraña. “Me puse a llorar sin saber por qué. Lloré durante 15 o 20 minutos y luego me sentí mucho mejor”.

El Rituale Romanum exige que el sacerdote use los ornamentos: alba blanca, estola morada, agua, sal y aceite exorcizados y el libro rojo que contiene todas las oraciones que deben servir de arma para enfrentar al demonio.

Además del padre Álvaro, en la ciudad hay otras personas, sacerdotes o laicos, que hacen lo mismo con o sin autorización de la Iglesia católica. Como Carlos Eduardo Cataño, que ocupó el cargo de exorcista antes que Álvaro, o Jaime de Jesús Díaz, un sacerdote católico independiente que hacía sus misas –y exorcismos– bajo el puente de la Aguacatala, al frente del bar Social Club. Hoy los exorcismos permanecen suspendidos en la ciudad. Cuando Álvaro se fue de El Espíritu Santo en agosto del 2024, en la reja de la casa cural pegaron un aviso que decía que allí ya no lo iban a encontrar más, que si lo necesitaban, lo buscaran en su nueva parroquia: Jesús Obrero. Pero no solo lo buscan sus seguidores. Carlos habla de los ataques “por parte de sectas satánicas” que recibió la parroquia El Espíritu Santo y dice que a finales de febrero colgaron un gato en la sacristía de la iglesia e hicieron pentagramas en los muros. Según el sacristán de la iglesia, que se negó a dar su nombre, aquel gato terminó colgado “en un lamentable accidente”. Pero Emmanuel Arias, uno de los asistentes de Álvaro, dice que eso que pasó en Prado, él y el padre lo ven como “un acto deliberado de una secta”. Para Marcela, “eso ya antes lo hacían muy camuflado, ya no, ya lo hacen de frente y directo”.

A pesar de no tener la autorización para practicar exorcismos, Álvaro sigue escuchando a la gente y haciendo liberaciones. Atiende las filas que crecen cada mañana llenas de personas esperanzadas en que algo cambie en sus vidas. Sus seguidores esperan que, tarde o temprano, retome su trabajo como exorcista. Y él asegura que ya está mejor, listo para volver: “Seguramente el arzobispo, en estos días, me llamará a decirme si sigo en esto”.

*Identidad reservada por solicitud de la fuente.

A principios de cada mes, en la parroquia se reparten los fichos para la atención del padre Álvaro. Aun así, decenas de personas llegan sin ficho a hacer fila, esperando obtener su ayuda. Foto: Juan Sebastián López-Galvis.
Después de misa, el padre se alista para recibir a todas las personas que lo esperan en las bancas. Atiende los lunes, martes, jueves y domingos. Foto: Juan Sebastián López-Galvis.

Lo que el matrimonio no dejó crecer

A la izquierda, Ángela Cano en el balcón de su casa; arriba, Lina

abajo a la derecha, Alexandra

el

En Colombia miles de mujeres le dijeron “sí” al matrimonio cuando aún eran niñas. Algunas lo hicieron por huir del miedo, la pobreza o un hogar donde la infancia dolía más de lo que protegía. Otras dicen que lo hicieron por amor. Tras ese “sí” temprano muchas veces se esconden historias marcadas por la violencia. Ahora, una ley intenta evitar esas uniones.

Aveces el amor y el matrimonio son una forma de huir. Milena* decidió casarse a los 17 años, el 28 de diciembre de 2006. Ese día pensó que escaparía para siempre de la realidad que conocía. “Yo creí que eso pasaba con todas las niñas y con todos los papás”, relata después de contarnos que su padrastro abusó de ella desde que tenía dos años. Entrecruza los dedos sobre la mesa y deja salir una risita nerviosa y desconsolada mientras cuenta que su mamá siempre supo lo que su pareja le hacía, pero que nunca hizo nada para evitarlo y, además, la culpaba. Solo cuando Milena cumplió siete años, su madre inició unos supuestos trámites judiciales, pero eso nunca avanzó y Milena siguió teniendo a su abusador en la habitación del lado durante otros ocho años.

Doris también huyó. Comenzó a trabajar como empleada doméstica a los 12 años. Se fue de la casa buscando zafarse de la responsabilidad de cuidar a sus hermanos menores luego de que su mamá volvió a quedar embarazada. Cuando la propuesta de matrimonio llegó, después de un año de noviazgo con un vecino siete años mayor que ella, aceptó sin pensarlo, a pesar de no sentirse enamorada. En ese “sí”, dado a sus 17 años, el 23 de mayo de 1997, resguardó el anhelo de tener el hogar con el que soñaba y la esperanza de dejar de sentirse sola después de cuatro años en los que anduvo de un lado para otro. Hoy, cuando habla de su niñez, tiene la mirada perdida, como quien carga recuerdos de guerra que prefiere echar al olvido.

Cuando oímos sobre estas historias, es fácil pensar que fue una problemática de antaño, que el matrimonio infantil era una costumbre aceptada porque eran “otros tiempos”. Sin embargo, según la Superintendencia de Notariado y Registro –citada en un informe de Profamilia de 2024–, en el 2023 se registraron 114 matrimonios infantiles en Colombia; los departamentos con más casos fueron Antioquia, Atlántico y Bolívar. Este informe también dice que, según Unicef, se tiene registro de 448 matrimonios en 2016, 415 en 2017 y 338 en 2018. De las uniones tempranas que no pasan por el ritual del matrimonio no hay cifras oficiales debido a su informalidad. Pero ambos son, según Unicef, una forma de violencia basada en género que “aumenta la posibilidad de que una niña experimente violencia por parte de su pareja en algún momento de su vida”.

Milena tiene 35 años, la piel blanca, la palabra elocuente, el cabello rizado y la mirada un poco esquiva. Vio en su esposo una salida a la violencia y el desprecio que recibió en su hogar desde que era una bebé, sin importar que él fuera nueve años mayor que ella. Pero a los pocos días de haberse casado supo que su matrimonio sería la prolongación de la vida violenta que ya conocía. “Pasé de un infierno a otro peor”, comenta.

Lo conoció en una feria artesanal en Rionegro, una de tantas a las que le tocó ir a trabajar desde los 15 años para ayudar a su mamá a sostener la casa, cuando ya no vivían con el padrastro que la abusaba y llevaba

varios años sin estudiar porque “no aguantó el trote”. “Él tenía 26 años, pero parecía de 40; no me gustaba ni poquito, pero aun así me casé con él a los tres meses de conocerlo”, nos confiesa Milena. En 2024 algunos colectivos y fundaciones con el apoyo de Alexandra Vásquez y Jennifer Pedraza, representantes a la Cámara, y Clara López, senadora, promovieron el proyecto de ley “Son niñas, no esposas”, que fue aprobado por el Congreso de la República en su noveno intento en noviembre de 2024 y sancionado por el presidente Gustavo Petro en febrero de 2025 como Ley 2447. Esta prohíbe los matrimonios infantiles y las uniones tempranas.

“Lo que ocurre con la ley es que empieza a generar una cultura de no tolerancia con esa práctica que vulnera los derechos de las niñas y las adolescentes; formaliza la prohibición. Es decir, está diciéndole a la sociedad que como nación no aceptamos esa práctica, no estamos de acuerdo, esa práctica es ilegal, anormal. Pero para que la ley tenga efectividad, en el sentido de identificar a las víctimas y darles protección, pues se va a necesitar tiempo”, expresa Nelson Rivera, subdirector de Atención a Víctimas de la Fundación Renacer, entidad que busca contribuir a la erradicación de la explotación y las violencias sexuales contra niños, niñas y adolescentes.

Así, la edad mínima para casarse o entrar a una unión marital quedó en 18 años, sin excepciones, lo que busca mitigar la problemática expuesta en el

Monsalve y Fredy en su matrimonio; abajo, en el centro, Alexandra Montoya y Jorge el día de su boda;
en
presente. Fotos: archivo personal y Valeria Londoño Morales.

mismo informe de Profamilia. Este afirma que aproximadamente siete de cada 10 niñas y adolescentes en matrimonios infantiles y uniones tempranas forzosas reportaron haber sido víctimas de alguna forma de violencia dentro de su unión, y el 4.1 % manifestó haber sufrido algún tipo de violencia sexual.

Pero ni todas las historias son iguales, ni todas las violencias se dan de la misma forma ni en la misma etapa. A pesar de vivir dos intentos de violación a los 10 y 13 años, tenerles miedo a los hombres y crecer en un hogar en el que “se criaba sola” y era tratada “a las patadas”, Alexandra siempre creyó en un amor bueno y en el amor a primera vista. A sus 48 años todavía habla de su esposo con la mirada fantasiosa de una adolescente que vive su primer amor. Conoció a Jorge en el barrio Doce de Octubre, a los 15 años, cuando él tenía 20 y una sonrisa coqueta que le hizo volver a confiar y dejar a un lado el miedo que nació en esos intentos de abuso.

Cuando se casó, con 17 años, sus padres no objetaron la decisión. Después de todo, por el maltrato que recibió, Alexandra cree que su mamá ni siquiera la quería. Pero no solo había experimentado violencia física, sino que dejó el colegio porque, en palabras de su mamá, estudiar no era para ella. Cuando tocamos este tema, su expresión cambia a una mirada triste, sombría. Se mira las manos y empieza a acariciarse el extremo de su larga trenza.

Alexandra llegó a su noche de bodas, en agosto de 1994, con total desconocimiento de las relaciones sexuales, por lo que lloró angustiada mientras intentaba procesar lo que su esposo le explicaba. Parecía fácil inferir que pudo ser forzada a tener relaciones como su “obligación conyugal”, pero cuando le preguntamos, sonríe

y mantiene la misma mirada brillante: “Nunca. Esa noche él me explicó lo que mi mamá nunca me dijo y luego de eso me tuvo paciencia y esperó que yo asimilara lo que era la intimidad en pareja”. ***

Casi siempre el maltrato deja secuelas que habitan la mente, así como también se dejan ver u oír. Doña Ángela habla bajito, con una parsimonia que arrulla. Detrás de ella están expuestos los collares y las pulseras en miyuki que teje todos los días. Los teje, pero no los usa. Le pesan los aretes y le estorban los anillos, quizá por eso tampoco lleva puesto el de su matrimonio. Cuenta que se casó enamorada y que fue novia de Édgar desde que tenía 11 años y él 16. Se casaron cinco años después, el 23 de diciembre de 1984, en la iglesia principal de Barbosa, Antioquia, y hoy siguen juntos. Con una voz suavecita, como si cuidara que nadie escuche, nos dice: “A mis primeros dos hijos les tocó una vida muy horrible, a veces teníamos que salir corriendo de aquí de huida de él borracho”.

Otras violencias atraviesan el cuerpo. Doña Rosa se casó un lunes de mayo de 1955, a los 14 años. Nos cuenta su historia en la sala de su casa, con su esposo al lado. Solo cuando él se va, confiesa que toda la vida la golpeó: “Yo con él pasé una vida muy maluca”. La primera vez que la violentó fue a sus 15 años, cuando tenía ocho meses de embarazo de su primer hijo, el primero de 21, de los cuales perdió 10: dos porque se los mataron ya adultos; uno porque, según ella, se lo robaron en el hospital San Vicente, en una época en que estuvo hospitalizado; otro porque murió recién nacido, y los otros seis porque morían en la casa “como de enfermedad del corazón, porque se ponían muy moraditos”.

Rosa hoy tiene 85 años, el pelo corto y la risa fácil. Es pícara y se tapa los ojos con las manos cada vez que cuenta lo que para ella fueron travesuras de su infancia, como cuando se volaba de la casa y amanecía con el que sería su esposo, un vecino de la misma vereda, siete años mayor que ella. Tose con frecuencia mientras nos relata su vida. Tiene principios de neumonía y otros “achaques de la edad”, pero eso no le impide hablar con ímpetu, casi con afán. Creció en un rancho de una vereda de Barbosa, en lo que describe como “mucha pobrecía”. Estudió hasta segundo de primaria y durante su niñez, “cuando ni las ollas de presión existían”, se dedicó a cocinar en leña y a llevarle el almuerzo a su papá.

Algunas violencias son silenciosas, tanto que casi no las percibimos como lo que son, se vuelven paisaje. Lina vivía en la zona rural de Bello cuando terminó el bachillerato y sepultó el sueño de ser médica veterinaria. Ya tenía su primer bebé y era una mujer casada, no había tiempo para más, no había tiempo para ella. Conoció a Fredy cuando tenía 12 años y él, el muchacho “noviero” de la vereda, tenía 19. Lina prefiere que su hija esté presente mientras conversamos. Cuando preguntamos si se arrepiente de algo en su matrimonio, le pide entre risas que se tape los oídos. Luego cuenta, ya sin importarle que su hija escuche: “Mamá siempre decía que cuando uno se iba de la casa ya no podía volver a vivir allá, y yo siempre me creí eso. Obviamente sí hubo momentos en que llegué a pensar que, si las cosas no funcionaban con Fredy, yo no tenía a dónde ir. ¿Para dónde me iba yo con mis dos muchachos?”. Aun así, Lina no se arrepiente de haberse casado con Fredy aquel 13 de agosto de 1999, ni de haberlo hecho a sus 16 años, sino de haber pensado que tener un

hijo significaba renunciar a sus sueños, pues creció con la idea de que cuando se es mamá no se puede ser más. Doña Ángela había decidido separarse de su esposo, pero su tercer embarazo le cortó las alas. Milena resistió 11 años en ese matrimonio por sus tres hijos. A pesar de perder 10 hijos, doña Rosa sigue riendo a carcajadas. Lina tuvo miedo de no tener a dónde ir, no por ella, sino por sus muchachos. Los hijos anclan en ocasiones con tanta fuerza que las mujeres envejecen y mueren en un matrimonio infeliz por ellos. Para todas ellas el matrimonio inició por razones distintas, pero algo las une: de una u otra forma han visto algunas de las muchas caras que tiene la violencia. Aunque sus relatos puedan parecer lejanos o ajenos, detrás de cada mujer que conocemos hay una historia. Ya sea la “señora con achaques” del barrio, de la que no conocemos su pasado, esa mamá o abuela de la que a veces nos quejamos o, incluso, esa amiga que no entendemos por qué no habla de su vida privada.

Como Doris, que vio su matrimonio como refugio de la soledad. Pero su hija mayor, hoy con 25 años, asegura entre lágrimas que su mamá sigue siendo una mujer solitaria, sin amigas y que, si fuera decisión suya, sus padres se hubieran divorciado hace mucho tiempo, porque “papá es un excelente papá, pero no ha sido un buen esposo para ella”. Doris, en cambio, dice que no se arrepiente de nada en torno a su matrimonio, pues sí se enamoró en algún punto. Sin embargo, mientras escucha a su hija, una lágrima solitaria se le desliza por la mejilla derecha. Milena, la más joven de estas seis mujeres, hoy está en octavo semestre de Ingeniería en Software en el Tecnológico de Antioquia. Hace siete años que consiguió autonomía y estabilidad económica y decidió “no aguantar nada más”. En ese momento se separó de su esposo. Vive con sus tres hijos, de 18, 16 y 14 años. A ellos les dice que no pueden repetir su historia, que tienen que planear sus vidas, estudiar y, sobre todo, ser buenos esposos y excelentes papás. Además, nos cuenta, orgullosa, que montó una cafetería y que de eso viven ella y sus hijos hasta que trabaje como la ingeniera que quiere ser. A pesar de que el “sí” de estas mujeres nunca fue (directamente) forzado, hubo unas circunstancias previas y un contexto social que las llevó a pensar y decidir como adultas cuando todavía eran niñas. Luego de ese “acepto”, ser niña dejó de ser una opción. Según la congresista Jennifer Pedraza, “esas decisiones pueden darse en entornos familiares muy violentos en donde las niñas dicen: ‘yo prefiero irme con cualquier persona antes que mantenerme en este hogar’. Es algo que puede verse como una salida a corto plazo, pero termina siendo una decisión de toda la vida. Además, suelen ser relaciones en las que la disparidad de poder es muy evidente. La mayoría de estos casos son con personas que les llevan de seis años en adelante, al menor o a la menor, y el porcentaje que sigue es de personas que les duplican la edad”.

¿Cambiarían algo de la decisión que tomaron cuando eran muy jóvenes, casi niñas?, les preguntamos a todas.

Rosa Duque: “Yo a veces sí pensaba ‘haberme casado para vivir una vida de estas, para amargarme la vida como me la amargué’”. Alexandra Montoya: “Nunca me he arrepentido, él siempre me demostró el amor que no tuve en mi casa”.

Doris Pérez: “No cambiaría nada”. Lina Monsalve: “Él ha sido el tipo de persona que uno hubiera querido en su vida y hemos sabido sobrellevar los problemas y las dificultades de cualquier pareja”.

Ángela Cano: “No me volvería a casar”. Milena: “Cambiaría el mero hecho de haberme casado. Lo que yo debí haber hecho fue independizarme, disfrutar mi juventud como la niña que todavía era, viviría solita, viviría para mí, me hubiera dedicado desde ese tiempo a estudiar porque me gustaba estudiar, no me gustaba estudiar cosas pequeñas, yo quería aspirar a cosas grandes”. *Nombre cambiado por solicitud de la fuente.

Rosa Duque en su casa; abajo a la izquierda, su hijo Nelson, que fue asesinado; y en el centro, a la derecha, ella con Mateo, uno de sus 19 bisnietos. Fotos: archivo personal y Valeria Londoño Morales.

Con poco gas se apaga nuestra seguridad energética

EEn medio del incremento a las tarifas del gas natural y la creciente necesidad de importarlo, toman relevancia las discusiones sobre la seguridad energética del país y el impulso de una transición hacia fuentes alternativas de energía.

l 5 de febrero de 2025 el grupo Vanti, la distribuidora de gas con más usuarios en el país, anunció en un comunicado que a partir de ese mes incrementarían las tarifas hasta un 36 %. Las empresas del sector justifican el alza por el aumento del costo del gas nacional en 2025, la necesidad de incorporar gas importado para atender la demanda interna y los costos de transporte desde Cartagena hacia el interior del país.

Desde 2023, Naturgas, la Asociación Colombiana de Gas Natural, ya venía advirtiendo sobre la insuficiencia de las reservas nacionales para satisfacer la demanda actual y creciente. Su informe de 2024 indica que “la exploración de nuevos pozos ha disminuido un 80 % desde 2014, lo que provocó una caída del 16 % en las reservas probadas en 2023”.

Marylone Montoya Torres, magíster en Ingeniería de Sistemas Energéticos, ya había concluido, en su tesis de 2018, “Análisis de la seguridad energética en Colombia desde la cadena de suministro del gas natural”, que para febrero de 2024 habría un déficit en las reservas nacionales. En entrevista para este análisis, menciona que los factores que llevaron al desabastecimiento son la poca estimulación de las políticas energéticas para explorar, la falta de descubrimientos significativos y el crecimiento de la demanda interna.

Colombia Risk Analysis, consultora de riesgo político, consideró en su canal de YouTube que se han frenado las exploraciones de nuevas fuentes de gas debido a las estrictas licencias ambientales que se le exigen al sector extractivo. El endurecimiento de los requisitos para los proyectos de exploración limita la oferta de gas nacional a corto y mediano plazo y hace necesaria la importación.

Colombia venía importando gas solo para la generación de energía en las termoeléctricas, especialmente durante el fenómeno de El Niño. Pero la dinámica cambió desde diciembre de 2024, cuando las importaciones comenzaron a cubrir la demanda nacional de todos los sectores.

Dos días después del comunicado de Vanti, el presidente Gustavo Petro acusó a las distribuidoras de gas de especular con los precios. Su argumento fue que Ecopetrol “tiene el gas colombiano barato, pero quieren importar el gas caro y por eso elevan las tarifas a todos los actores”. También Andrés Camacho, entonces ministro de Minas y Energía, hizo eco a la idea del mandatario: “Gas tenemos”.

El 21 de mayo la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios le ordenó a Vanti ajustar sus tarifas y devolverles a los usuarios los cobros “indebidos” de los meses anteriores. Vanti respondió que se trataba

de una “decisión desalineada” porque, entre otras cosas, ya había ajustado el incremento del 36 % al 20 %. También dijo que le solicitaría acompañamiento a la Procuraduría General de la Nación en este proceso. Pero este cruce entre el gremio energético y el Gobierno no explica la crisis de precios y oferta del gas.

El 30 de noviembre de 2024 las empresas debían renovar los contratos anuales. Ecopetrol hizo la oferta de gas a inicios de diciembre, pero detuvo el proceso hasta el 10 de ese mes porque algunas comunidades indígenas del Movimiento Político de Masas Social y Popular del Centro Oriente de Colombia se tomaron la Planta Gibraltar, en Norte de Santander, y la protesta paró la producción. A raíz de la incertidumbre de disponibilidad de gas para cerrar el año, las distribuidoras acudieron a las importaciones.

A pesar de los señalamientos, el 10 de marzo Petro escribió en X: “He decidido que Ecopetrol intervenga en la importación de gas y lo compre a Catar a precios razonables”. Expertos en hidrocarburos no tardaron en criticar la iniciativa argumentando que los precios los regula el mercado, y que traer gas desde el otro lado del mundo no es barato porque debe licuarse para ser transportado y, ya en el destino, ser regasificado. Además, lo que más encarece el proceso es el transporte desde la regasificadora Spec, en Cartagena, hacia el resto del país. También criticaron la

Más de 34 millones de personas usan gas natural en Colombia, según datos del Dane y Naturgas hasta 2024. Ilustración: Valeria Londoño Morales.

huella medioambiental que dejaría el hecho de transportar metano por más de 13 mil kilómetros de distancia.

Una de las motivaciones por las que Colombia buscaba, desde 2022, importar gas desde Venezuela, era conseguir el recurso más barato porque no debía ser licuado. Sin embargo, a finales de febrero de este año Donald Trump, como presidente de Estados Unidos, anunció sanciones económicas a los países que compraran petróleo y gas a Venezuela. Por eso Ricardo Roa, presidente de Ecopetrol, confirmó el 4 de marzo que la empresa estatal “no hará ninguna negociación o transacción con Venezuela mientras haya restricciones desde Estados Unidos”.

¿Seguridad o transición?

Andrés Amell Arrieta, magíster en Economía de la Energía y los Recursos Naturales, explica que la seguridad energética del país puede quedar en riesgo si perdemos soberanía, o sea, si dependemos de fuentes de energía importadas porque los recursos propios no son suficientes. “El suministro puede quedar en entredicho porque la geopolítica mundial puede afectar los flujos de energía hacia un país como Colombia”, aseguró.

Amell menciona que el gas tiene una gran participación en todos los sectores de la economía colombiana (residencial, comercial, industrial y de transporte), y por eso la confiabilidad del suministro es clave en la economía.

Censat Agua Viva, organización ambientalista que ha estado al frente de las discusiones por una transición energética justa, cuestiona la masificación del servicio de gas en Colombia, pues considera que por medio de políticas públicas se ha convertido “en una opción prácticamente imprescindible para la gente”. También cuestiona el discurso con el que el gremio energético promociona el gas como un “recurso limpio” por no emitir grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero. Pero el gas natural contiene metano, con un potencial de calentamiento 80 veces mayor que el CO2 en un período de 20 años. Además, según la Agencia de Protección

Medioambiental de Estados Unidos, este elemento contribuye en más del 25 % al aumento de la temperatura del planeta desde la Revolución Industrial.

Los estrictos requisitos ambientales para los proyectos de exploración son parte de la iniciativa del Gobierno Petro para apostarle a fuentes de energía alternativas, pero, como señala Censat, quedan discusiones pendientes sobre qué tan limpias son realmente.

Samuel David Jaramillo, profesional en el área de transición energética justa de Censat, habla de las complejidades sociales y medioambientales de las energías alternativas. “La crisis planetaria no es solo de emisiones de CO 2 , el problema también radica en nuestra forma de habitar el planeta”, señala.

Por ejemplo, los paneles solares tienen una vida útil de 25 a 30 años y no están hechos de materiales biodegradables. Entonces, ¿qué pasará con sus desechos cuando ya no sirvan? Las hidroeléctricas, otra forma de energía considerada limpia, “cambian la dinámica ecológica de los ríos y afectan a las poblaciones que dependen de ellos”, explica Jaramillo. Por su parte, los parques solares y eólicos también “necesitan una alta ocupación del suelo, y todo esto entra a chocar con la vida de la población que vive en el territorio”, agrega. Por otro lado, Marylone Montoya dice que los hidrocarburos son más rechazados porque los conocemos hace más tiempo y tienen consecuencias tangibles más inmediatas, pero, para ella, el gas natural es una apuesta segura hacia un camino de transición energética porque cumple con los compromisos ambientales nacionales e internacionales que tiene Colombia de descarbonizar otros sectores.

Según el último informe de Naturgas, el gas representa el 25 % de la matriz energética nacional, solo por debajo del petróleo que tiene el 39 % de participación; la energía hidroeléctrica aporta un 10 %, y la solar y eólica tan solo el 0.08 %. Según esto, Colombia aún es altamente dependiente de los fósiles y, según Andrés Amell, el país no está llevando a cabo una estrategia planeada y complementaria de todos los recursos para transicionar.

Amell profundiza en que “debe haber una estrategia complementaria” en la que Colombia continúe introduciendo y estimulando las energías renovables, pero sin abandonar la exploración y la producción de gas. Más ahora, ya que con la llegada de Trump a la presidencia de EE. UU. se ralentizan las estrategias contra el cambio climático. Además, habla de tener en cuenta todas las dificultades sociales y medioambientales que menciona Jaramillo, y que en la matriz energética las energías renovables aún no tienen suficiente participación para sustituir el gas.

Montoya aboga por continuar las exploraciones y conservar la infraestructura para la distribución, complementando que “hay que trabajar fuertemente en la promoción de otros tipos de energía, pero sin dejar el gas de lado”. En cambio, Jaramillo sí habla de reemplazar a largo plazo el uso del gas por otras fuentes y, en general, de disminuir los consumos de energía para que se ajusten a las capacidades del planeta. “La transición energética debe ser gradual y planeada, debe obedecer a un plan según los consumos de energía que se pueden ir reemplazando”, asegura.

Aunque el gremio energético ha alertado a los usuarios residenciales sobre el alza de las tarifas, estos tan solo consumen el 19 % de la demanda del gas, según el informe anual de 2023 realizado por el Gestor del Mercado de Gas Natural en Colombia y la Bolsa Mercantil de Colombia. También demuestra que los sectores que más consumen son el industrial y el térmico, 30 % y 23 %, respectivamente. En el informe de Naturgas del año pasado los mayores consumidores del sector industrial son las plantas térmicas de Atlántico y Bolívar, y la refinería de Barrancabermeja, en Santander.

Andrés Amell considera necesario establecer normas que exijan la implementación de planes de eficiencia en los sectores que más consumen: “Estimular la eficiencia energética en toda la cadena de valor garantiza seguridad energética” y puede reducir el riesgo de tener que importar. También se podrían reducir las emisiones de gases de efecto invernadero porque hay menos probabilidad de fugas

de metano, y se aplazaría la necesidad de invertir en infraestructura para gasoductos. Samuel Jaramillo propone que, en este escenario, el Estado garantice a corto plazo que el peso de las importaciones por el desabastecimiento no recaiga en el sector residencial y mucho menos en los estratos más vulnerables y que, en cambio, el alza de los precios sea proporcional al nivel de consumo, que, en este caso, le pertenece a las industrias y las termoeléctricas. A largo plazo, plantea que el país no debe comprometerse con proyectos de extracción de gas más allá de los necesarios para cubrir la demanda actual “y así ser coherentes con la transición que debemos hacer para disminuir la demanda”.

Aunque se pueden reducir las emisiones de metano al optimizar los procesos por los que pasa el gas, si la demanda sigue en aumento, esas emisiones seguirán siendo las mismas o incrementarán. Además, el deterioro de la infraestructura marina libera metales pesados que son altamente contaminantes y alteran los ecosistemas, el ruido submarino desplaza a las especies y terminan afectadas las comunidades que dependen de la pesca. Mientras que en las infraestructuras terrestres se presentan componentes cancerígenos y fugas de metano.

En diciembre, Petrobras, empresa estatal de petróleo y gas de Brasil, y Ecopetrol confirmaron que el volumen del pozo Sirius-2 en el Caribe colombiano es de más de 6000 giga pies cúbicos de gas (Gpc), lo que duplica las reservas probadas que para el cierre de 2023 se encontraban en 2373 Gpc. Sin embargo, este gas saldría al mercado en 2029.

Por ahora, el panorama indica que Colombia debe contratar las importaciones de gas a largo plazo para cubrir la demanda interna sin costos tan elevados. Aunque la Comisión de Regulación de Energía y Gas emitió en febrero de 2025 una resolución que flexibiliza las condiciones de contratación en la compra de gas, esta entrará en vigor en junio de 2025.

Además de las reservas, la exploración de pozos de gas se ha reducido en un 80 % desde 2014, según la Agencia Nacional de Hidrocarburos. Gráfico: Juana Zuleta Betancur y Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga.

En la pugna entre China y Estados Unidos por la hegemonía económica mundial, países como Colombia están quedando en la mitad. Ilustración: José M. Holguín.

Entre el águila y el dragón

ELa disputa arancelaria entre China y Estados Unidos, desatada por el Gobierno de Donald Trump, sacude al mundo desde el “Día de la Liberación”. En este contexto Colombia se enfrenta a un panorama incierto en el que, por ahora, parece apostarle a fortalecer su relación con el gigante asiático, pero las consecuencias de esta decisión podrían jugarle en contra.

| José M. Holguín

| Samuel D. Sánchez

l 2 de abril fue llamado por el presidente Donald Trump como el “Día de la Liberación” en Estados Unidos. Esto porque era el día pactado para anunciar un paquete de aranceles del 10 % para la mayoría de los países, y otros más altos para países y comunidades políticas como Vietnam (90 %), Taiwán (64 %) y la Unión Europea (39 %). Estos impuestos llegaron acompañados de declaraciones sobre las relaciones comerciales: “Durante décadas nuestro país ha sido estafado por países cercanos y lejanos [...], pero eso no va a volver a ocurrir”, dijo.

Desde esa fecha el principal objetivo de los aranceles ha sido China. Iniciaron en 67 %, luego escalaron hasta 145 % y, finalmente, tras un acercamiento entre las dos potencias, se establecieron de forma temporal en 30 % el 12 de mayo.

Colombia, aliado histórico de EE. UU. en el continente, está en medio de ese campo de batalla geopolítico en el que los aranceles y la guerra comercial han obligado a decenas de países a tomar un bando. Así, el país mira hacia Europa, África y, principalmente, al Pacífico en busca de mejores oportunidades.

A pesar del Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado en 2012 con EE. UU., Colombia fue uno de los países que recibió en abril el 10 % de aranceles. Esto provocó respuestas por parte de la Cancillería y el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo que, en conjunto, anunciaron que lideran “una estrategia integral para ampliar y consolidar nuevos destinos para nuestras exportaciones”. La canciller Laura Sarabia también declaró, durante el “Día de la Liberación”, que buscaría negociar la eliminación de los aranceles a Colombia, y que enviaría formalmente la petición el 11 de abril, aunque hasta ahora no ha habido avances significativos.

Detrás de esta conversación hay una razón importante: Colombia no puede responder recíprocamente a los aranceles, como sí pudieron hacerlo Brasil, China y la Unión Europea. Según Andrea Arango, politóloga y profesora de Ciencia Política de las universidades de Antioquia y Eafit, “Colombia no tiene cómo responder con la misma moneda”. Además, piensa que

no hacerlo es una buena decisión: “Es reconocer lo pequeña que es nuestra economía, lo frágil y dependiente que somos de Estados Unidos hoy”.

La situación se complejiza más porque la economía colombiana depende, en gran medida, de las exportaciones e importaciones de este país norteamericano. “Colombia no debería renunciar del todo a la relación económica, comercial y política con los Estados Unidos, porque sigue siendo el principal comprador de nuestros productos de exportación”, explica Javier Sánchez, coordinador del semillero de investigación en Estudios Asiáticos de la Universidad de Antioquia.

Según el Dane, hasta marzo de 2025, el 32.3 % de nuestros ingresos por exportaciones provenían de las realizadas a EE. UU. Además, el 39 % de todas las inversiones extranjeras directas del 2024 vinieron de ese país: cerca de 5550 millones de dólares. Por esto, Javier Díaz, presidente de la Asociación Nacional de Comercio Exterior (Analdex), dijo en enero a CNN que no es posible reemplazar las exportaciones enviadas a EE. UU., como sugirió el presidente Petro en enero ante las amenazas de las imposiciones arancelarias de Trump. La dependencia económica de Colombia con EE. UU. viene desde más atrás. Sin ir muy lejos, para el año 2000 el 30 % de las exportaciones colombianas llegaron a manos norteamericanas y, de acuerdo con el Dane y el U. S. Census Bureau, en 2015, poco después de la firma del TLC, las exportaciones a ese país alcanzaron su punto más alto: el 40 % de los productos colombianos. Mantener una relación preferente con EE. UU. es riesgoso. Como afirma Laura Sánchez, magíster en Economía e integrante del grupo de investigación Microeconomía Aplicada de la Universidad de Antioquia, “la imposición de aranceles a México y Canadá por parte de Trump demuestra la volatilidad de depender de un socio que prioriza sus intereses sobre la estabilidad regional”. Por su parte, quienes se han acercado a China han enfrentado consecuencias directas desde Washington: el 28 de febrero del 2025 Trump afirmó que el canal de Panamá estaba bajo influencia china, y amenazó

con medidas arancelarias a este país. En consecuencia, Panamá decidió no renovar el acuerdo de entendimiento con China que está vigente hasta el 2026 y por el cual hace parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. “Yo creo que es interesante ver qué va a pasar con Estados Unidos, porque Trump está en una dinámica un poco amenazante: ellos o nosotros; pero tampoco está ofreciendo beneficios a cambio de elegirlos a ellos. Puede que Panamá se quede sin el pan y sin el queso”, afirma la profesora Arango. La vía hacia el Lejano Oriente Cientos de países se han adherido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que inició en 2013 con Xi Jinping, presidente de China. Esta estrategia se basa en la financiación de grandes proyectos de infraestructura por todo el mundo, como puertos en el océano Índico, el Sudeste Asiático, África y ciertos puntos de Europa, además de gasoductos y vías férreas entre Asia y Europa con el objetivo de consolidar la economía china. Panamá fue el primer país de la región en adherirse a este acuerdo en el 2017. Le siguieron Uruguay, Ecuador, Venezuela, Chile, Bolivia, Costa Rica, Cuba, Perú, Nicaragua y Argentina. Colombia fue el último en sumarse. El 14 de mayo Gustavo Petro firmó el ingreso del país a la Iniciativa de la Franja y la Ruta durante una visita diplomática a China. Al día siguiente EE. UU. reaccionó. La Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental, adscrita al Departamento de Estado de ese país, dijo en su cuenta en X que bloqueará el financiamiento internacional para proyectos en Colombia vinculados a empresas chinas, por ejemplo, el metro de Bogotá. Además, señaló que tomarán las mismas medidas con cualquier país de la región donde la Iniciativa de la Franja y la Ruta tenga proyectos porque, a su juicio, “ponen en peligro la seguridad de la región”. La Iniciativa de la Franja y la Ruta ha hecho que el bloque asiático sea más amenazante para los intereses de EE. UU. en el mundo –su reacción lo prueba– y más promisorio para muchos países en desarrollo. Para Andrea Arango, China está haciendo lo mismo que hizo EE. UU. con el Plan Marshall

en la posguerra: a cambio de realizar aportes económicos para la recuperación de Europa, consolidó la ideología norteamericana en los países subsidiados. En el caso de China no es tan claro hasta dónde llegan sus aspiraciones con estas ayudas.

En la última década China se ha convertido en un imán para las economías emergentes: su flexibilidad para negociar con regímenes de todo tipo y su capacidad para financiar megaproyectos lo hacen atractivo para muchos países. Colombia no es la excepción. En 2025, el 26.3 % de las importaciones han provenido de China, superando por primera vez a EE. UU., según el Dane. Además, las exportaciones colombianas al país asiático también crecieron un 23 % en 2024: alcanzaron los 2500 millones de dólares.

En este contexto, para la profesora Arango los roles del poder político han cambiado: “China es el que está promoviendo el libre mercado, la inversión extranjera, la conexión entre capitales; y Estados Unidos está haciendo lo que China hizo antes, que es cerrarse, cerrar sus fronteras, concentrarse en la producción nacional y cuidar su mercado”.

Las relaciones diplomáticas y comerciales entre Colombia y China iniciaron con Julio César Turbay (1978-1982) y se han mantenido (y fortalecido) desde entonces hasta el mandato de Gustavo Petro. China fue el tercer país más importante en exportaciones de Colombia durante 2024 y es el principal importador en lo que va del año. Además, es nuestro principal aliado asiático. En definitiva, el país del dragón se ha vuelto fundamental para nuestro desarrollo. Gustavo Petro visitó China en octubre del 2023 con el objetivo de mejorar tratos sobre las exportaciones de cárnicos y los proyectos de infraestructura para el país. Allí insistió en su deseo de entrar al BRICS, una comunidad económica que empezó reuniendo a cinco países (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y que pretende generar un bloque económico distinto al occidental

con la pretensión de rivalizar la hegemonía norteamericana. En su última visita en mayo, Petro viajó junto con sus homólogos de Brasil y Chile para insistir en ese acercamiento, además de entrar a la Ruta.

Javier Díaz, presidente de Analdex, coincide con Javier Sánchez en que la mejor vía para el país es diversificar su panorama de socios comerciales. La oportunidad de ampliar la cantidad de aliados puede representar para Colombia más estabilidad en el largo plazo, debido a que esto significa una mayor autonomía y libertad de acción. Sánchez dice que la entrada de Colombia al BRICS es cuestión de tiempo, porque a pesar de no ser un país con las capacidades económicas o tecnológicas que poseen otros miembros del bloque, sí hay acercamientos importantes. Añade que uno de los principales atractivos que tiene Colombia es lo que representa en Latinoamérica: “Sería un golpe en la mesa en el ámbito internacional que los países del BRICS fortalezcan vínculos con uno de los mayores aliados de Estados Unidos en la región”.

Es por esto que, desde abril de este año, las relaciones con China se han venido intensificando: el martes 15 la canciller Laura Sarabia inició en Japón un recorrido diplomático por Asia en busca de mejorar las relaciones comerciales con varios países de la región. Un día después, Gustavo Petro se reunió con el embajador chino para concretar el encuentro de mayo en el marco de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (más conocida como Celac). Y el sábado 19 la canciller anunció que buscaría eliminar la visa para los ciudadanos de China y de algunos países de Asia (como India, Taiwán y Vietnam) para “facilitar el comercio, el turismo y la inversión extranjera”.

Un interés poco recíproco

El crecimiento del competitivo mercado asiático en Colombia ha potenciado el interés de enviar sus productos al país. Según Javier Díaz, el público colombiano

cada vez muestra más interés por productos chinos. Prueba de ello son las prendas de bajo costo de empresas de fast-fashion como Shein, artículos tecnológicos y electrónicos de marcas como Xiaomi o Huawei, e incluso automóviles como los BYD; así como también productos químicos, plásticos y textiles, según la Administración General de Aduanas de China.

Sin embargo, esta relación de importación/exportación no es nada recíproca: de acuerdo con datos del Dane de 2024, la ganancia por exportaciones a China es de poco más 2000 millones de dólares, mientras que Colombia gastó alrededor de 14.000 millones de dólares en importaciones; esto dejó al país con un déficit de más de 12.000 millones de dólares. La conclusión: el mercado colombiano no resulta tan atractivo para los chinos.

El problema de la exportación no se limita únicamente a materias primas como el petróleo y el carbón, sino que el café y las flores, dos de los productos que más exportamos, no son distribuidos masivamente en China. Como lo menciona Díaz, estos productos generan poco interés en este país, cosa que en los tratos con EE. UU. no ocurre. “Mientras Estados Unidos consume el 40 % de nuestro café, China prefiere el té”, dice Díaz, y explica que Colombia lleva décadas acostumbrada a la forma de consumo norteamericana, lo que ha provocado que se aparte de mercados como el europeo o, en este caso, el asiático.

A esto se le suma que uno de los mayores obstáculos para el comercio exterior de Colombia es su falta de competitividad logística. El transporte de mercancías depende en un 80 % del costo del camión, y la ausencia de trenes eleva los valores de exportación al Pacífico.

Socios a largo plazo

La posible entrada a los BRICS podría diversificar las opciones, pero Díaz aclara que “el Gobierno debe actuar con pragmatismo: diversificar sin provocar a

EE. UU., modernizar la infraestructura y proteger la industria local sin aislarse”. También considera que, debido a las amenazas (y ahora acciones) de nuestro mayor socio comercial, una muy buena opción para el país es ampliar el mercado a otros países de Asia-Pacífico que hayan experimentado grandes crecimientos económicos. Por ejemplo, Singapur, Hong Kong e Indonesia, por medio del Foro de Cooperación Económica de AsiaPacífico, en el que estamos en lista de espera para ingresar.

Para Andrea Arango, “no hay ningún país en el mundo que pueda ofrecer préstamos condicionados al nivel que ofrecen Estados Unidos y China para generar inversión en infraestructura y en desarrollos industriales grandes”. Y añade que organismos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial son sutilmente coordinados por parte de EE. UU., pues este es su principal accionista y tiene la última palabra en los términos de los aportes y los préstamos.

Según Javier Sánchez, el accionar chino para buscar aliados es más pragmático que ideológico, lo que permite que se puedan seguir realizando acercamientos a su economía sin tener que preocuparse por un posible gobierno ideológicamente opuesto a Petro en las próximas elecciones. Sánchez tiene la certeza de que el próximo presidente también buscará fortalecer el comercio con el gigante asiático.

Aunque hay consenso en que la mejor ruta para Colombia es la diversificación, además de seguir apostándole al fortalecimiento interno para ser más competitivo, la “guerra” desatada por Trump promete cambiar el tablero comercial y geopolítico y exige de países como el nuestro acciones urgentes que, por lo pronto, siguen sin estar claras.

Fuente: Dane. Gráfico: José M. Holguín.

Cuerpos enfermos, casas vacías y un metro que aún no pasa

Los moradores afectados por la construcción del metro de la 80 dicen que en los últimos cinco años más de 30 personas han muerto y otras se han enfermado por la incertidumbre, la injusticia y la tristeza. Quienes se han ido sufren el desarraigo, quienes quedan temen perder sus casas y perciben más inseguridad. Todos viven el estrés como una experiencia compartida.

el 24 de julio del 2024. La Línea E irá entre las estaciones Caribe y Aguacatala, con un trayecto de 13.5 km. El proyecto va en un 34.2 % de ejecución y requiere la compra de 1239 predios a cargo de la Empresa de Desarrollo Urbano de Medellín (EDU), de los cuales 750 (60 %) ya fueron entregados. La obra impacta a 2848 personas, entre ellas, las moradoras y los moradores que aseguran que su salud se viene deteriorando hasta llegar, incluso, a desenlaces fatales. Según la comunidad, hay alrededor de 32 muertos después del anuncio del proyecto, además los avalúos y las ofertas han sido inferiores al valor comercial de sus casas. A esto se suma que quienes perdieron su sustento económico perciben más inseguridad al quedar rodeados de estructuras desocupadas y hoy ven en ruinas los hogares que dejaron. ***

| Carmen Carolina Garnica Álvarez carmen.garnica@udea.edu.co

| Melany Peláez Morales melany.pelaez@udea.edu.co

Aprincipios de agosto de 2024 el Concejo de Medellín hizo un minuto de silencio por la memoria de Karla Cristina Velásquez Suárez, lideresa del barrio El Volador que había fallecido el mes anterior a sus 50 años. “Venía ejerciendo un liderazgo muy importante en los moradores”, dijo el concejal José Luis Marín cuando pidió el homenaje. En el video, justo antes de que el sonido de una trompeta llenara el recinto, se escucha una voz que pregunta: “¿Y de qué murió?”. Las obras para la construcción del metro ligero que seguirá el corredor vial de la avenida 80 de Medellín comenzaron ocho días después de la muerte de Karla Cristina,

En el solar había árboles de mango, mandarina, guanábana, aguacate y uno de mamoncillo que nunca dio fruto. Lucía tenía la costumbre de montarse en ellos a jugar y Karla, ocho años mayor, la tarea de cuidarla. Un día se rompió una rama, Lucía cayó de espaldas y no sintió el cuerpo. Ambas lloraron asustadas, Karla la levantó y la calmó hasta que recuperó el movimiento. Cuando crecieron, la mayor se volvió más de la casa y su hermana más habladora y atrevida. Por eso en la adolescencia su madre le pidió a Lucía que cuidara a Karla y así lo hizo.

Entre lágrimas, quienes conocieron a Karla recuerdan con gratitud y aprecio su sonrisa y su disposición a ayudar. Fue cercana a la Junta de Acción Comunal, participó en las reuniones con las instituciones y la comunidad y denunció las injusticias de la obra ante el Concejo y por medio de plantones, marchas y activismo en redes sociales. Preguntaba en un grupo de WhatsApp de afectados sobre las movilizaciones que llevaban a cabo y decía que se recuperaría para juntarse de nuevo, pero su deterioro fue rápido y el mensaje con la noticia de su muerte los tomó por sorpresa. Karla tenía diabetes y sufría de los riñones. Lucía la acompañó a sus controles los últimos cuatro años mientras la creatinina subía con el estrés: “Mi hermanita comenzó a decaer. Era la más vulnerable de la familia”. Karla lloraba por su casa y por no tener adónde ir, estaba enferma y desempleada. En junio, le dio una infección pulmonar, estuvo en cuidados intensivos y murió el 12 de julio. Juliana Machado, politóloga, psicóloga y terapeuta sistémica, explica que hay

estudios que demuestran que el estrés agudiza o acelera las enfermedades, pero en el mundo clínico no hay consenso porque no es sencillo probarlo y el sufrimiento solo se valida cuando se diagnostica. Para Machado no es necesario un respaldo científico que asocie estas muertes y síntomas con las pérdidas por el proyecto, basta con los testimonios. “Que la gente haga énfasis en lo material tiene que ver con que percibe que la ciudad la está empobreciendo a propósito, y en un país con muy pocas redes de protección social eso genera angustia y una vulnerabilidad en términos de poder mantenerte vivo y seguro”, explica. Sin embargo, pese a las denuncias ciudadanas, ninguna institución ha investigado las afectaciones en la salud de los moradores. En 2021, cuando les socializaron el proyecto, Karla, Lucía y Juan David, su hermano menor, pidieron una asesoría con la EDU porque no eran propietarios, sino poseedores y eso dificultaba la sucesión. Les respondieron que era un trámite lento y les hablaron de expropiación. Otros familiares aparecieron para reclamar la propiedad, entonces los hermanos solicitaron una declaración de pertenencia por ocupación a nombre de Karla, pues fue la que siempre estuvo ahí. Pero en enero de 2024 se les notificó la expropiación administrativa del predio. Karla murió ese año y Lucía ya no puede prestar más dinero para pagar abogados.

A finales del 2024 dejaron la casa que ocupó la familia por más de 110 años, una de las primeras de El Volador. Esa casa, erigida con tapia, y que ahora está demolida, recibió el primer televisor del barrio, fue sede de sancochos y novenas navideñas y fue la guardería que cuidó a varias generaciones por más de tres décadas. El patio con árboles frutales y la casa ahora son un lote baldío por el que evitan pasar y que Juan David prefirió no despedir.

El día que Lucía y Alejandro, el hijo mayor de Karla, entregaron la casa a la EDU, una de las trabajadoras sociales dijo “mirá esta matica tan bonita”, la arrancó del solar y se la llevó. ***

Jaime Alberto Lopera tiene 69 años, es alto y delgado, usa lentes, camiseta tipo polo y carga una agenda bajo el brazo donde anota los nombres de los fallecidos. Hay vecinos de toda la vida como Karla, gente de otros barrios que ni conoció y que le compartieron por el grupo de WhatsApp, e integrantes de su familia. Su nieta de 21 años, que no tiene enfermedades de base, tuvo un aborto

El barrio El Volador tiene más de un siglo de existencia. Hoy, el paisaje incluye a contratistas y retroexcavadoras que le abren paso al futuro metro de la 80. Collage: Melany Peláez Morales.

FacultaddeComunicacionesyFilología

espontáneo en 2023, a los cuatro meses de gestación, que le atribuyen al estrés por el proyecto; su hermana Gisela Lopera, de 56, era comerciante informal, desde que le dijeron que tenía que desocupar se agravó su salud y falleció en 2024; y su madre Martha Lía Quintero, de 81, murió un año antes, era oxígeno dependiente y empeoró porque le decían que la obra no iba a parar y por tener que separarse de su hijo. A inicios de octubre de 2022 en una reunión del Comité Ciudadano Cerro El Volador, un funcionario de alto rango del Metro de Medellín dijo que “la piedra en el zapato para el negocio” era Jaime. Dos días después recibió una llamada en la que le dijeron: “Doble hijueputa, vos no me conocés sino la risa, te quiebro el culo o te lo mando a quebrar con los muchachos”. No lo pensó dos veces y se fue del barrio.

Jaime no tiene protección como líder social y por eso sabe que solo le queda ser precavido. Aunque puede solicitar asilo en otro país, no se va porque no quiere abandonar la lucha. “O cumplen con la política pública o ellos verán qué hacer conmigo”, afirma. La Política Pública de Protección a Moradores, Actividades Económicas y Productivas se reglamentó en el Decreto 0818 de 2021 y entró en vigencia con este proyecto. Tiene el fin de proteger a quienes ceden sus derechos particulares ante el interés general, priorizando que estén en condiciones iguales o mejores a las que tenían antes de la obra.

La psicóloga Machado considera que es importante cuestionar cómo la ciudad, incluso mediante la normatividad, desprecia el modo de vida de la gente. Para ella es importante “entender que esto es un esfuerzo institucionalizado de desplazamiento y desarraigo que tiene una dimensión material y otra simbólica. Ambas tienen afectaciones e impactos altísimos sobre la mente y el cuerpo que no son predecibles”. Dentro de esas afectaciones no tan evidentes están desde comer o dormir mal hasta las rupturas de sus relaciones más cercanas.

Carmen Ruth Carmona vive en la 69-57 en una casa que está en sucesión. La demora en ese proceso la obligó a quedarse en una cuadra llena de casas vacías, sin techos, puertas ni ventanas. Carmen movió su cama a la sala para cuidar a su mamá, que murió en agosto de 2024, y no la ha devuelto a su lugar ni lo hará. Desde allí puede ver quién llega en la madrugada y echarlo. A veces se asusta con la sirena de la policía cuando ahuyentan habitantes de calle de los lotes, pero agradece poder dormir “siquiera una horita tranquila”. Sale en las mañanas cuando hay trabajadores en la vía y a las cinco de la tarde se encierra.

Robinson López vive en la 69-70, en una casa enrejada y saturada de letreros: de su negocio, anuncios de “se arrienda” y carteles contra la expropiación. En septiembre de 2024, cuando la casa estaba desocupada, entraron a robar, se llevaron la caja de tacos de luz, parte de la grifería del patio y un baño, la estufa y la campana extractora. Volvió a su casa solo con una colchoneta, cobijas y ropa. Está ahí “de combate”, cuidando su propiedad. Una malla metálica que rodea algunos predios baldíos separa las casas de Robinson y Carmen. En las noches se llaman cuando sienten algún ruido, ven algún extraño o se están llevando los postes y los cables de luz; se apoyan mutuamente hasta que deban irse y desaparezcan las nomenclaturas. ***

Esther Julia Hoyos tiene 70 años y es dueña de un edificio en el barrio Córdoba que desaparecerá por el intercambio vial Rinconcito Ecuatoriano. En los años 90, con ahorros y préstamos que sigue pagando, construyó una casa, un local y ocho apartamentos en cuatro pisos. “Toda una hazaña”, dice ella, para ser mamá, estudiar y trabajar al mismo tiempo. Sin embargo, la EDU le propuso comprarle un predio con mejoras en lugar de 10. Durante la socialización del proyecto, Esther no contestó el celular, así que la EDU le mandó razón con los inquilinos y les advirtió que desocuparan porque demolerían el edificio. Cuando la EDU le dejó una carta donde su hermana, en el barrio Prado, no pudo ignorarlos más. Le pedían que se presentara en la oficina y cuando respondía que no

podía, insistían en ir a visitarla. “Ahí sí me enloquecía yo, no los quería ni ver”, cuenta. Después de la persecución vino el caos económico. Un inquilino no le pagó el arriendo ni los servicios públicos por nueve meses, se fueron los del 502 y 202, el local quedó vacío por cinco meses y tuvo que bajarle 600 mil pesos al arriendo. Esther comenzó a tener pesadillas con paredes cayéndose, no dormía, estaba angustiada, triste y enojada. Se quedaba varios días en la cama. Sentía “una plancha caliente en las rodillas” que no la dejaba moverse y consultó en medicina general, psicología, psiquiatría y neuropsicología. Siempre les hablaba de la EDU. Le cambiaban o le reforzaban el medicamento y no mejoraba, le dijeron que aceptara eso que teme que va a ocurrir. A la psiquiatra le contó que practica deporte, yoga, lee, escucha música, hace “todo lo que un humano puede hacer, pero es más fuerte el dolor”.

Aunque el proyecto siempre ha ofrecido acompañamiento psicológico por obligación de la política pública, quienes han accedido a estos mecanismos sienten que no hay un trato justo ni empático por parte de las personas profesionales sociales del distrito ni de los funcionarios del Metro y la EDU. “A ellos les pagan es para eso, para que tengan un corazón duro”, dice Adelaida Tangarife, una mujer de 69 años que vive en el barrio

El Volador. Le salió una bola en la nuca por el estrés de pensar en perder su casa, antes lloraba tanto que la EDU le envió una psicóloga que, en lugar de preguntarle cómo estaba, le dijo “venda”.

Después hospitalizaron a su papá, Adelaida llamó a una funcionaria importante del Metro para decirle que él estaba enfermo por culpa del proyecto. En tono jocoso, ella le mandó a decir que se aliviara y se levantara de la cama porque su casa ya no la iban a tumbar. A los días, Adelaida la volvió a llamar para darle la noticia: Juan de Dios Tangarife falleció el 23 de marzo del 2024 a sus 84 años. Adelaida era una mujer sana, pero en un chequeo reciente le descubrieron la presión alta. “A mí me da miedo que me pase algo, que se me despierten tantas enfermedades”, dice.

Para Machado, lo que padecen estas personas excede a las obras del metro de la 80, que son apenas un síntoma del desarrollo urbano “que arrasa con la vida digna en clave de comunidad, de barrio, de casas que se pasan entre generaciones, de gente que tiene un arraigo particular con la tierra”. Como no atiende los casos, considera irresponsable decir si sufren estrés agudo o de otro tipo, pero “independientemente del diagnóstico, el sufrimiento es evidente”.

Consuelo Sosa tiene 92 años. Es menuda, de cabello corto, fino y gris. Toma tiempo

reconocerla en las fotos colgadas en la pared, porque, desde que les socializaron el proyecto y murió su esposo, ha perdido varios kilos. Dejó de comer y le dio anemia. Ahora va al psicólogo. “No sé qué camino coger, él solucionaba todos los problemas”, dice sobre José Miguel Varela, su esposo. Él no sufría algo grave, pero se deprimió, su salud desmejoró y falleció tres meses después de enterarse de que debían vender la casa que levantó con esfuerzo desde 1970, cuando llegaron al barrio Belén La Gloria. Ellos hacen parte de los fundadores de una cuadra construida en comunidad. Si se desbordaba la quebrada, todos barrían, y a punta de cartas lograron que arreglaran las calles e hicieran un puente. Lo que más le duele a Consuelo es perder a sus vecinos. Aunque no debe llorar por un glaucoma en un ojo, e incluso no lo hizo cuando murió su esposo, no puede evitarlo cuando piensa en los que se han ido. Mientras su cuadra desaparece, piensa con nostalgia en los muchachos que le cantaban el Día de la Madre, en los vecinos que le pedían frijoles con coles cuando sentían el olor, en los niños que la llamaban abuela y en la gente que la visitaba. Por todo esto, dice que solo consideraría irse con una oferta “muy buena”, porque lo que más desea es morir en su casa.

De izquierda a derecha y de arriba hacia abajo: las manos de Esther, Carmen con Kira, Jaime, Robinson, Consuelo, Adelaida, Lucía y Karla, moradores del área de influencia de las obras del metro. Collage: Melany Peláez Morales.

Buscar a un hijo con el cansancio a cuestas

ELa labor de madres buscadoras como Marta Soto y Flor Vásquez es valiente y heroica, pero también agotadora. En el proceso, sacrifican su bienestar y su carga se hace más pesada con cada día en que no obtienen respuestas. Sus hijos desaparecieron después de la firma del acuerdo de paz de 2016, por lo que tienen que lidiar con los tiempos y las formas de la justicia ordinaria.

n un cuarto pequeño de suelo veteado Marta Soto espera que el fiscal le permita acceder a la audiencia virtual en la que pretende obtener una orden de exhumación para buscar el cuerpo de su hijo Bleyder Alexander Aguirre Soto. La acompañan Luz Ceballos y Rubiela López, dos madres a quienes la guerra les quitó a sus hijos, y Juan David Toro, defensor de derechos humanos y fundador de la colectiva Buscadoras con Fe y Esperanza, quien también ha acompañado a Marta en los procesos legales de su búsqueda. Son las 9:15 de la mañana del 17 de marzo de 2025 y van 15 minutos de retraso para la audiencia. Buscadoras con Fe y Esperanza es una colectiva de mujeres que buscan a sus hijos, la mayoría de ellos desaparecidos después de la firma del acuerdo de paz entre el Estado y las Farc-EP en 2016. El grupo inició en 2020 de la mano de Juan David, que para entonces acompañaba, desde el equipo de atención a víctimas de la Alcaldía de Medellín, varios procesos de mujeres cuyos hijos desaparecieron después del primero de diciembre de 2016, cuando entró en vigencia el acuerdo. “Las reuniones empezaron con cuatro mamás, luego fueron llegando otras por el voz a voz. Nos decían: ‘Es que a mí también me pasó esa situación, yo no tengo quién me oriente o me acompañe, ayúdenme’”, cuenta Jessica María López, comunicadora y cofundadora de la colectiva. Los casos de las primeras madres que formaron el grupo eran de muchachos barristas mochileros del Nacional o Medellín que desaparecieron siguiendo a sus equipos. Los casos de desaparición forzada posteriores al acuerdo de paz no son investigados por la Justicia Especial para la Paz ni por la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas (UBPD), sino por la justicia ordinaria, es decir, la Fiscalía. Juan David y Jessica coinciden en que por esta razón la búsqueda que realizan madres como las de Buscadoras con Fe y Esperanza está aún más llena de trabas y demoras. Según el Comité Internacional de la Cruz Roja, entre la

firma del acuerdo de paz en 2016 y diciembre de 2024 hubo 1929 víctimas de desaparición forzada en Colombia. No obstante, los registros de la Fiscalía son más altos: 13.836 víctimas entre enero de 2017 y marzo de 2025, de las cuales 2400 son de Antioquia, es decir, el 17.3 % del total nacional.

Ante las demoras o la falta de resultados de la Fiscalía en los procesos de estas madres, muchas han tenido que convertirse en las detectives de sus propios casos. Son ellas quienes buscan pruebas y testigos que puedan ayudarles a dar con el paradero de sus hijos, lo que las lleva a ponerse en condiciones de vulnerabilidad física y emocional. Días después de la desaparición de Bleyder, Marta recibió imágenes del cuerpo de su hijo junto con la ubicación de donde lo habían enterrado. En 2023, la Fiscalía hizo prospecciones en ese lugar y encontró tres cuerpos, pero ninguno fue identificado como Bleyder Alexander.

“Ese estado permanente de búsqueda puede llevar a afectaciones cognitivas y en la memoria; también hay mujeres buscadoras que han muerto de cáncer, de accidentes cerebrovasculares y problemas cardiovasculares propiciados por las condiciones de su búsqueda”, afirma Nidia María Montoya, psicóloga de la UBPD. “Su situación les demanda 24/7 de su tiempo, por eso dejan de resolver sus asuntos personales o familiares y dejan de preocuparse por su salud y bienestar, porque eso es lo primero a lo que renuncian: su bienestar”, concluye.

Cuando van 40 minutos de retraso en la audiencia, Juan David refresca la página por décima vez con la esperanza de que en una de esas el fiscal ya esté en la videollamada. Mientras esperan, Marta les cuenta a Luz y Rubiela que piensa aceptar un microcrédito de tres millones y medio para poder pagarles a los tres pagadiarios a los que les debe. Ella vende mangos frente a un colegio, pero desde que su hijo desapareció el 27 de octubre de 2020 trabajar es cada vez más duro, pues es ella quien ha hecho toda la investigación del caso. Esto no solo le quita tiempo para trabajar, sino

que le implica gastos adicionales, porque el propósito de encontrar el cuerpo de su hijo le roba la paz y el sueño.

“¿Nada que te responde el fiscal?”, le pregunta Juan David a Marta cuando está por cumplirse una hora de retraso para la audiencia. Minutos antes, le había escrito al fiscal para avisarle que lo esperaban. Ella niega con la cabeza. No para de tocarse los dedos de las manos, mira a todos lados como buscando un escape del cuarto, se agarra la frente y se tapa los ojos mientras murmura “Dios mío, Dios mío, Dios mío”. Con cada minuto de retraso se ve más agotada.

“La desaparición forzada no es azarosa. Las condiciones socioeconómicas son un factor asociado al tema de la desaparición porque hay unas vulnerabilidades en la población que la hace propicia a ser carnada para actores del conflicto”, explica Nidia. También menciona que para algunos actores armados su muerte no es más que una supuesta “limpieza social”.

“Si usted tiene un familiar, sea bueno o malo, ¿usted quisiera que lo desaparecieran?”, pregunta Flor Alba Vásquez Serna, madre buscadora de la colectiva, en referencia a los comentarios negativos que ha recibido por buscar a Yoryin Adrián Hernández Vásquez, su hijo desaparecido en 2018. A diferencia de otras madres que sospechan del paradero de sus hijos o de quién pudo ser el responsable, Flor solo sabe que el primero de julio de ese año, durante el cumpleaños de su suegra, su hijo salió a fumar marihuana con un amigo en el barrio Santa Cruz, en Medellín. Antes de irse le pidió a su abuela que le guardara torta, pero ni a Yoryin ni a su amigo los volvieron a ver. Su torta duró cinco días en la nevera, hasta que se dañó.

Cuando Yoryin llegaba a casa le silbaba a Flor para avisarle que era él, y ella le respondía con otro silbido, como quien envía un pulgar arriba para decir “recibido”. Ahora, cada que escucha un silbido piensa que es él. Por eso no se va de la casa, aunque haya querido hacerlo muchas veces por el dolor que le traen los recuerdos y por las miradas

Flor Alba, a punta de cuchara y sartén, le exige a la fiscal de su caso que le dé celeridad a la investigación de la desaparición de su hijo, Yoryin Adrián.
Foto: Juan Andrés Fernández Villa.

DerechosHumanos

juzgadoras de los vecinos. “Si me voy y él no me encuentra, la desaparecida sería yo”, dice Flor con dolor en los los ojos. Con cada día que pasa la carga de no saber dónde está su hijo se hace más agotadora.

¿Dónde estará?, ¿qué dejé de hacer?, ¿quién lo tiene?, ¿cómo fallé?, ¿por qué le hicieron eso? son algunas de las preguntas que se hacen las buscadoras. Y es en esa búsqueda de respuestas que empiezan los deterioros físicos y mentales. “La alimentación o el sueño son cosas que, por estar en la búsqueda, las personas omiten, esto genera unas afectaciones físicas”, explica la psicóloga Nidia. Pero también se afectan sus relaciones sociales. Flor cuenta cómo desde la pérdida de su hijo se ha aislado en su casa y en su habitación de cortinas negras. Para ella hay días grises en los que le huye al baño, a la gente, a despertarse y a vivir. En medio de su encierro, la única respuesta que le da la justicia es que cuando va a la Fiscalía el encargado de su proceso le responde: “Ah, sí, su caso me suena”. En el cuarto de suelo veteado ya va una hora y media de retraso. “Esa audiencia ya no fue hoy”, dice Juan David. “Todo el tiempo es lo mismo”.

Marta, Luz y Rubiela hablan de otras cosas. Marta jura tener un dolor en el hígado, pero las otras dos la molestan diciéndole que ella ni sabe dónde queda.

–¿Dónde queda el hígado? –Creo que a la derecha. –Mmmm, yo creo que a la izquierda –responde después de pensarlo un momento y, por primera vez en esa sala, sonrió. Luego, el recuerdo de la audiencia incumplida vuelve y la sonrisa se va de su rostro: “Dios mío, Dios mío, Dios mío”.

Es irónico. El dolor colectivo que une a estas madres parece desaparecer cuando se juntan. Se reúnen cada 15 días en la sede de la corporación Primavera, una casa en Aranjuez de fachada pintada con flores sobre un fondo verde en medio de una zona de talleres. No siempre van todas, pero Flor siempre quiere ir, tanto que se convirtió en una de las voceras de la colectiva, pues para ella estar allá es poder distraerse del peso de su carga.

El 20 de marzo, Jessica y 10 madres integrantes de la colectiva se reunieron con siete funcionarias de la Secretaría de las Mujeres de Medellín. Estaban ahí para escuchar sus necesidades como madres buscadoras, sin embargo, el espacio inició con la instrucción de que se presentaran “pero sin decir a quién buscaban”. El ambiente se sentía distante, frío. Algunas manifestaban lo que necesitaban –apoyos económicos, oportunidades para terminar su bachillerato, aprendizajes que les

sirvieran para obtener trabajos–, otras hacían malacara, como si la presencia de esa figura institucional fuera intrusiva. Quizá porque esa institucionalidad es la que ha pintado de gris los murales donde las madres exigen justicia, y tachado de mentirosas a sus compañeras las “cuchas”. Entre ellas cuchicheaban mientras las funcionarias hablaban de sus programas y proyectos. Después de hora y media, las funcionarias se marcharon y las madres continuaron con su reunión. Juan David llegó en ese momento y con él cambió la dinámica del espacio. Ahora todas las madres querían hablar, proponer temas, marchas y plantones; como el cacerolazo que hicieron el 9 de abril frente al Palacio de Justicia para conmemorar el Día Nacional de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado y exigirle a la Fiscalía celeridad con sus procesos; se explayaban planeando pintadas de murales y se paraban duro cuando ocurría alguna diferencia, se reían y payaseaban juntas.

A Vilma, una de las madres más nuevas en la colectiva, le llevaron ese día el distintivo que tenían todas las integrantes: una camiseta polo negra con el logo del grupo, el nombre y una foto del hijo al que busca. “¡Que se la ponga, que se la ponga!”, vitoreaban todas. La pena no dejó que Vilma les diera el desfile de modelo que ellas le pedían, pero recibió sonriente ese símbolo. Esa tarde, al rodearse de otras madres que conocen mejor que nadie el dolor de no saber el paradero de sus hijos, de lo que menos hablaron fue de ese dolor.

“Cuando uno sale a las reuniones, sale triste, pero después uno llega con otro semblante a la casa, como más despejado, más livianito”, dice Flor sobre los encuentros. Cuenta que a lo largo de su búsqueda ha experimentado episodios de ansiedad y depresión que la aíslan durante semanas enteras, pero cuando va a las reuniones, las cosas cambian. “Yo soy como un ave fénix, renazco de mis cenizas”, dice tras contar que dejó la medicación que le había recetado un psiquiatra de su EPS porque la estaba volviendo “como una zombi”, todo el día tirada en la cama sin ganas de nada. Según Nidia Escobar, al sistema de salud colombiano le falta en muchas ocasiones un enfoque psicosocial que considere la realidad social de los pacientes. No es lo mismo medicar a una madre buscadora con dolores asociados a esa depresión, que a una persona que sufre una afectación biológica. Flor habla de la desaparición de su hijo con la naturalidad con la que se cuenta que uno perdió unas llaves. No le gusta mostrar su dolor ni generar lástima, pero hay momentos en que la olla a presión

explota. Su búsqueda la llena de cansancio, es un proceso que la ha hecho pensar en tirar la toalla, pero, como ella misma dice, resiste porque no hay otra forma de buscar a un familiar desaparecido que no sea en medio del cansancio.

A las 10:55 de la mañana, la audiencia programada de 9:00 a 11:00 no es más que una falsa esperanza. Media hora antes, Juan David apagó y guardó los equipos mientras repetía “eso no fue hoy”, como si decirlo muchas veces cambiara el resultado. Después, Marta, Luz y Rubiela conversan sobre unas ayudas humanitarias que necesitan reclamar, mientras Juan David les indica los documentos que deben conseguir. En eso, a Marta le entra

una llamada. Es el fiscal. Marta responde afanada, con ojos de esperanza. Ella cree saber dónde enterraron a su hijo porque hizo la investigación que el Estado no pudo. Dice que está en Tarazá, Antioquia, al lado de un árbol de mango, junto a un río. Sabe, incluso, dónde está el árbol, solo necesita la orden de prospección, pero está tan desesperada que ha pensado en ir ella misma a desenterrarlo. Al otro lado del teléfono, el fiscal le pide disculpas: “Qué pena, estaba en otra audiencia”, y le dice que la llama “ahorita”. Ese ahorita se vuelve otra espera más. “Dios mío, Dios mío, Dios mío, ¿dónde estará enterrado mi hijo?”. Cansada, mira al suelo veteado con los ojos al borde del llanto.

El 9 de abril, Día Nacional de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado, la colectiva Buscadoras con Fe y Esperanza hizo un cacerolazo frente al Palacio de Justicia de Medellín para exigir respuestas efectivas por sus desaparecidos. Foto: Juan Andrés Fernández Villa.
La colectiva Buscadoras con Fe y Esperanza está conformada por 36 familias que buscan a sus desaparecidos en Medellín, el Bajo Cauca antioqueño y Nariño. Foto: Juan Andrés Fernández Villa.

Dentro de los 20 millones de documentos del AHA, algunos están en este estado debido a condiciones como la oxidación de la tinta y el material del papel. Foto:

La historia que se rompe como el papel

La memoria nos permite saber quiénes fuimos y quiénes somos. Las hojas viejas que reposan en el Archivo Histórico de Antioquia soportan nuestra memoria regional, pero muchas están frágiles y en riesgo de perderse. Esta crónica cuenta las necesidades avisadas a la Gobernación desde 2012 y cómo la ausencia de soluciones efectivas amenaza la preservación de la historia antioqueña.

| Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga andresc.tuberquia@udea.edu.co

El tomo 827 está envuelto en una carpeta. Es un libro grande, café, tiene el lomo desgastado y la cubierta apenas unida al resto del cuerpo. Algunas hojas tienen hoyos y otras, la tinta corrida. Todas están amarilladas por la luz y tienen los bordes quebrados. Una hoja de un papel diferente dice que una página fue arrancada. Es el documento 1354, fechado en 1813.

En el Archivo Histórico de Antioquia (AHA) hay muchos documentos en el mismo estado –no hay un diagnóstico completo que

diga cuántos– y otros más lo estarán con el tiempo debido al descuido de la Gobernación desde hace más de una década. ***

Sobre la plaza Botero está el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. Este edificio no solo hace parte de la historia, sino que también la resguarda. En su planta baja queda el AHA, donde reposan hace casi 40 años alrededor de 20 millones de documentos que contienen la historia de Antioquia. Este es el segundo archivo más grande del país.

El documento más antiguo del archivo es sobre un pleito por tierras entre Manuel López Bravo y Nicolás Desolarte, dos capitanes de los ejércitos conquistadores. Para leerlo hay que saber paleografía, la disciplina que estudia la escritura a mano. Está en la categoría de Tierras, en el tomo 184, número 4646, tiene 85 hojas y es de 1568, es decir, de hace 457 años.

Para entonces, habían pasado 27 años desde que el capitán Jorge Robledo, cerca de Ebéjico y tras explorar el río Cauca y las cordilleras que lo rodean, fundó la Ciudad de Antioquia, la primera de la provincia de Antioquia, en 1541, aunque, al año siguiente, la trasladaron cerca de Frontino. En 1546, Robledo también fundó la Villa de Santa Fe. Tras varios despoblamientos y repoblamientos, la villa y la ciudad se fusionaron para crear la ciudad de Santa Fe de Antioquia que, en 1584, se convirtió en la capital de la provincia.

Allí se gestó el primer repositorio documental que fue trasladado a Medellín cuando fue declarada nueva capital de Antioquia en 1826. Los documentos hicieron parte del archivo administrativo de la Gobernación hasta 1956, cuando el gobernador Pioquinto Rengifo ordenó separar el archivo histórico del administrativo. En 1986, el AHA fue adscrito a la Dirección de Extensión Cultural, y hoy, después de pasar por varias secretarías, como un dulce que nadie aprecia, hace

parte de la Secretaría de Talento Humano y Servicios Administrativos. ***

Los archivos se miden en metros lineales: los tomos se ponen en cajas especiales –las hay en tamaños x100, x200 o x300, usualmente se usan x200, las medianas– y se cuentan. Según la Secretaría de Talento Humano y Servicios Administrativos de la Gobernación de Antioquia, los documentos del AHA suman seis kilómetros lineales. Sin embargo, notas de prensa de la misma Gobernación hablaban, en 2022, de 52 kilómetros, que casi equivalen al recorrido de la Línea A del Metro, de Niquía a La Estrella, ida y regreso.

Con el tiempo, el lugar donde está el archivo no ha cambiado mucho. Los 1052 metros cuadrados que arriendan en los bajos del Palacio de la Cultura se han dividido desde 1986 de la misma manera: las salas de consulta, publicaciones, capacitación y planoteca; el depósito de materiales; el área de trabajo y las oficinas administrativas. Afuera se escuchan vendedores ambulantes, carros, el metro, la combinación de conversaciones cotidianas y los alaridos propios del centro de Medellín. Pero adentro no hay ruido.

Las paredes color hueso del archivo se ven más cálidas por las luces led y la luz exterior que se cuela por las ventanas. A la izquierda de la sala de consulta hay tres mesas y varias sillas, y sobre cada mesa un par de atriles para poner los libros. En las paredes hay escritorios de madera empotrados y sobre ellos nueve computadores donde se consultan los índices de los archivos. Un busto de Simón Bolívar vigila el lugar desde una esquina. Al lado derecho de la sala todo es casi igual, solo que sin computadores ni busto y sí con más sillas y atriles.

En el archivo hay documentos fechados desde 1568 hasta 2021. En sus estantes hay 80.000 planos de distintos municipios, registros del período colonial,

de la Independencia y la etapa republicana, fotografías antiguas, archivos del Ferrocarril de Antioquia y expedientes de juicios por delitos que hoy resultarían absurdos. Óscar Calvo Isaza, historiador y decano de la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional, sede Medellín, dice que es por eso, precisamente, que es importante: “El AHA y sus documentos son la fuente nutricia de la memoria colectiva de los antioqueños, son un tesoro que se debe cuidar porque es la base para contarnos”.

***

Varias cuadras más arriba del AHA, entre Girardot y El Palo, está el Archivo Histórico de Medellín, el cual junto con el Archivo Distrital de Bogotá y el Archivo General de la Nación (AGN) son los únicos tres centros de documentación histórica del país que cuentan con equipo de restauración. Felipe Vargas y Sonia Cediel conforman ese equipo allí.

Un documento, dicen ellos, es como un paciente, y una restauración, como una cirugía. Desde el uso de un bisturí hasta la creación de la historia clínica, todo es muy similar. Primero se separan todos los folios –hojas– y se le hace un diagnóstico a cada uno sobre, por ejemplo, el tipo de papel y tinta del que están hechos, para luego establecer qué problemas o daños presentan y determinar el plan a seguir. Para la restauración se utilizan materiales que se parezcan a los originales. El más común para rellenar, reforzar y laminar los archivos es el papel japonés, hecho a base de celulosa, sin ácido y con fibras largas. Para realizar uniones de fragmentos se usa una pasta de almidón parecida al engrudo. Con esto, persiguen dos metas: hacer la mínima intervención y utilizar materiales que se puedan retirar para futuras reparaciones.

En Colombia, este cuidado está reglamentado por la Ley General de Archivos (Ley 594 del 2000), que establece las reglas

Gisele Tobón Arcila.

para la organización y la administración de los archivos en el país, y ordena garantizar la conservación, la preservación y el acceso de las personas a estos documentos. Hay tratamientos, como lavados con agua destilada, que se pueden hacer en el proceso de restauración, pero que no se contemplan inicialmente. Y cuando todo está listo, lo restaurado se encuaderna –si se puede– y se guarda en carpetas desacidificadas de cuatro aletas. Lo ideal es prevenir para no llegar a restaurar, pero varios factores pueden deteriorar un documento. Uno de ellos es la luz. El papel, como la piel, puede quemarse y decolorarse si se expone de manera constante a luces, en este caso, por encima de los 100 lux, la unidad que mide la cantidad de luz que llega a una superficie.

Otro son los insectos. El pececillo de plata (Lepisma saccharina) es uno de los más comunes. Es hasta de un centímetro de longitud, con escamas en tonos plateados, dos largas antenas y ojos pequeños. Según Sonia, este animal “se refriega contra la hoja, como lijándola”, y la desgasta por capas hasta que, tras mucho tiempo, la atraviesa por completo. Come papel, libros y materiales con celulosa, y son los ambientes húmedos y con altas temperaturas los que propician su aparición, lo que hace indispensable que los archivos tengan un programa de monitoreo ambiental con deshumidificadores, un ciclo de limpieza constante y que el aire acondicionado se mantenga entre los 17 y 20 grados centígrados.

El maltrato no siempre es por descuido, a veces se da por desconocimiento. Sonia destaca que, a pesar de las buenas intenciones, realizar restauraciones sin la formación necesaria puede ser nocivo. Lo ejemplifica con el uso de cintas que suelen ponerse para proteger los bordes de los folios, pero que se caen con el tiempo dejando manchas irreversibles por su adhesivo. “A veces, por hacer bonito, hacen feo”, concluye. ***

“Dame un punto de apoyo y moveré el mundo”, dice la última página de un documento titulado “AHA-Necesidades-2012”. Está en los computadores del archivo, tiene 29 páginas y enumera las necesidades de recursos y gestión para aquel año.

El documento pedía a la Gobernación de Antioquia –durante la administración de Sergio Fajardo– normatizar el proceso de consulta, montar el catálogo en línea y establecer políticas de cobro por algunos servicios. Puntualizaba la necesidad de tener aire acondicionado las 24 horas del día los 365 días del año, y la formulación de un plan de conservación. Pedía

exposición en redes sociales, capacitación para las visitas guiadas, computadores, escáneres, casilleros y mesas. También solicitaba un diagnóstico al AGN sobre qué se debía restaurar con prioridad, y la encuadernación y la digitalización de lo ya recuperado. Por último, pedía garantizar los contratos del personal que ya estaba y acelerar la contratación para los cargos vacantes y de practicantes.

Junto a esa hay otra carta, de 2021 –en el período de Aníbal Gaviria– y remitida a la Gobernación. Se titula “AHANecesidades-2021”. Solicitaba cuatro deshumidificadores y dos escáneres y exponía interés en un sitio web propio para agilizar la consulta de los usuarios. También pedía asignar dos funcionarios en los puestos de quienes se jubilaron y contratar a un profesional en restauración, además de dos practicantes de la misma carrera: “La restauración es una prioridad para la supervivencia de los archivos, detiene el deterioro y la desaparición paulatina de estas joyas patrimoniales únicas”.

En 2024 –con Andrés Julián Rendón como gobernador– enviaron la última carta de la que se tiene registro. Pedía lo mismo que en 2012 y 2021 y, además, solicitaba con prioridad arreglar el aire acondicionado que, para el 15 de marzo de ese año, llevaba casi siete meses dañado, poniendo en peligro la conservación de los documentos.

El 4 de marzo de ese año, la dirección de la Escuela Interamericana de Bibliotecología (EIB) y la coordinación del Área de Ciencias Sociales, Humanidades y Artes de la UdeA se comunicaron con la Gobernación para exponer su preocupación por el estado del archivo. Explicaron que las necesidades que

se venían exponiendo desde hace más de una década eran genuinas y urgentes. El 22 de marzo de 2024, la Gobernación respondió diciendo que estaba gestionando todo: el aire acondicionado, al practicante, los insumos para digitalizar los documentos y que, en general, todo marchaba bien. ***

“Sin los archivos es muy factible que la historia se pierda para siempre”, dice la nota que publicó El Colombiano el 27 de febrero de 2025. El artículo denunciaba que los documentos del AHA estaban en peligro, ya que el aire acondicionado estaba averiado y no había restaurador. También mostraba fotos de algunos documentos dañados y otros perdidos completamente. Según una fuente conocedora del archivo que pidió reserva de su nombre, la nota puso a la Gobernación “a moverse”: desembolsos de dinero, gestiones para licitaciones, además de regaños y restricciones a los funcionarios para dar declaraciones.

Un mes después, el último jueves de marzo de 2025, el archivo funcionaba en las mismas condiciones. Para llegar a la recepción hay que atravesar una puerta de madera abatible de cuatro hojas. En el centro de la habitación hay un escritorio alto de madera. Casi siempre hay una mujer sentada allí, máximo dos, pero nunca más. Detrás de ellas hay 17 estantes grises. Ahí están parte de los documentos.

Dos semanas antes, el 12 de marzo, la EIB publicó en sus redes sociales un comunicado en el que denunciaban que la Gobernación no cumplió con mejorar las condiciones del archivo. Marta Giraldo, docente de la EIB, dice que ahora la crisis es más profunda: “Las necesidades son las

mismas, pero más graves. El año pasado respondieron muy juiciosamente a todos los puntos ofreciendo soluciones, pero todo eso quedó solo en papel”. El aire acondicionado sigue dañado, no hay equipo de restauración ni un plan contemplado para tenerlo y las personas que trabajan en el archivo son pocas –cinco de planta y ningún practicante, ya que desde agosto de 2024 no han abierto convocatorias–y se encargan de todas las tareas: recepción, búsqueda de documentos, digitalización, visitas guiadas y hasta conservación.

Ignacio Epinayu, jefe de la Subdirección de Inspección, Vigilancia y Control del AGN, dice que la situación es problemática porque “un archivo de esa naturaleza requiere al menos un laboratorio de restauración, y profesionales en Historia, Restauración y Archivística”. Otras instituciones también han mostrado su descontento. Según Óscar Calvo, los departamentos de Historia de la UdeA, la Universidad Nacional y la Universidad Pontificia Bolivariana enviaron una carta al gobernador pidiendo atención y protección para el archivo.

A pesar de esta carta, de las notas de los medios y de los reclamos ciudadanos, la Gobernación de Antioquia no ha dicho nada públicamente. En respuesta a un cuestionario enviado por De la Urbe dijeron que cumplen “la mayoría” de condiciones de preservación de los archivos, y aseguraron que “el AHA cuenta con aire acondicionado permanente” y que se han tomado medidas para modernizarlo. Además, dijeron que avanzan en procesos de digitalización de algunas series documentales y que varios documentos se han restaurado en convenio con el AGN. “La documentación del AHA está en buenas condiciones”, concluyeron. ***

Es natural: el tiempo se lleva la pulcritud, el color y la vida de los objetos. Pero el descuido se suma al desgaste y acelera el proceso de deterioro.

El tomo está envuelto por una carpeta desacidificada, parecida a los sobres de manila. Es un libro grande, con distintas tonalidades de café –pardo, ocre, nogal y almendra– que muestran el pasar de los años. Tiene el lomo descascarado y la cubierta unida, de puro milagro, al resto del cuerpo. Algunas hojas tienen hoyos en su historia, iguales a los que deja el pececillo de plata; otras tienen la tinta corrida por la temperatura y las palabras se tropiezan entre sí. Todas están amarilladas por la luz y tienen los bordes quebrados por la manipulación. Una hoja de material diferente cuenta que un folio fue robado. Este es el tomo 827, documento número 1354, fechado en 1813; es, también, el acta de independencia de Antioquia.

El AHA paga arriendo por los 1052 metros que ocupa desde 1986 en el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. Foto: Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga.
Este tomo contiene la transcripción del acta en la que se oficializó la independencia antioqueña de España. Foto: Andrés Camilo Tuberquia Zuluaga.

El rebusque del cine en Medellín

de magnitudes homéricas que puede tardar años en llegar a buen puerto (en caso de sobrevivir al intento). “Bueno, entonces empiezo haciendo un corto”. Pues no es tan fácil, ni tan rápido, ni tan barato. Irati Dojura, comunicadora audiovisual y multimedial de la Universidad de Antioquia, estrenó en febrero de este año su cortometraje Akababuru: expresión de asombro en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Los 13 minutos que dura el corto condensan cinco años de su trabajo y vida. “Ahorita la pregunta que más me hacen es: ‘Bueno, ya hiciste el corto, ¿y el largo?’. Y yo: ‘Virgen Santísima, el largo’. Y dicen que hacerlo es el doble de años, así que, caramba”, comenta entre la risa y la preocupación. Pero el tiempo para producir contenido audiovisual de calidad en condiciones como las de Medellín no está grabado en piedra. Julio César Gaviria, director y productor que ha participado en la realización de 15 películas grabadas en Colombia, estrenó Uno, su primer largometraje como director, en noviembre de 2024. “Las películas tienen una vida propia, ellas nacen y son las que deciden cuándo salen a la luz y cuándo se mueren. Nosotros salimos a buscar acuerdos de financiación desde el 2020, o sea, en pandemia. La película se filmó en septiembre del 2023, en posproducción fueron más o menos ocho meses de trabajo y luego cuatro meses más entre la preparación y toda la etapa de promoción”. El total: cuatro años y medio. Sin embargo, estos años se cuentan desde cuando tenía un guion terminado para buscar acuerdos de financiación, por lo que el tiempo es, en realidad, más largo. ¿Qué tanto se hace en ese promedio de cinco años? Los obstáculos no faltan, las realizadoras y los realizadores audiovisuales de Medellín muchas veces deben obrar milagros en condiciones que distan de las óptimas para producir de una manera rápida y efectiva sin sacrificar la calidad de sus obras. Entre creación, financiación, producción, posproducción, distribución y exhibición hay cientos de batallas que se luchan todos los días, desde que nace la idea de hacer un filme hasta que este deja de proyectarse en cines (si llega a hacerlo).

Conseguir la plata

Hace 100 años se estrenó la primera película grabada y producida en Antioquia. Hoy, los esfuerzos por contar historias por medio del cine son más grandes que nunca, pero enfrentan los desafíos de un contexto en el que el cine colombiano todavía es subestimado.

uando llegó a Medellín el primer cinematógrafo, en 1899, los habitantes de la villa que empezaba a tornarse en ciudad llenaron el teatro Gallera (posteriormente teatro Bolívar), un recinto situado a 200 metros del parque Berrío y con capacidad para 1000 espectadores. El espectáculo estuvo dividido en dos partes, cada una con exhibición de 10 cortos diferentes que mostraban secuencias de la vida en las grandes ciudades europeas: las corridas de toros, los carnavales de Niza, los trenes, los transeúntes, los bailes y las situaciones cómicas. Pero no fue sino hasta 1925 que se estrenó en la ciudad un largometraje hecho enteramente entre las montañas del Valle de Aburrá. Bajo el cielo antioqueño fue una de las primeras cinco producciones cinematográficas hechas en Colombia. Escrita y producida por el magnate de la aviación Gonzalo Mejía y dirigida por Arturo Acevedo Vallarino es una película que, llena de clichés y dramatismo, cuenta la historia de Lina, una adolescente burguesa que escapa de casa con su novio para contrariar a su padre. Se realizó como un mero entretenimiento para los ricos de la época,

pero logró marcar un antes y un después para que en nuestras mentes se empezaran a gestar historias por medio de imágenes.

La búsqueda por definir una expresión propia en el cine ha atravesado un camino complicado. Incluso hoy es difícil hablar de un cine local, ya que generalmente las producciones son hechas en medio de un ecosistema fílmico que tiene participantes distribuidos en todo el país y fuera de él. Sin embargo, el cine se ha consolidado como una manifestación cultural de gran importancia para Medellín y sus habitantes, con historias que han trascendido la cordillera y recorrido el mundo. Películas como Rodrigo D. No futuro (1990), La vendedora de rosas (1998), Los nadie (2016) y Los reyes del mundo (2022) así lo demuestran.

Un siglo después de aquella lejana primera incursión en el cine, el panorama fílmico de Medellín es irreconocible. En 2024 se estrenaron 74 largometrajes colombianos, 85 % más respecto al promedio entre 2014 y 2019. De esos 74, ocho fueron realizados por cineastas antioqueños.

Sin embargo, el milagro no ha sido tan fácil como contarlo. Hacer cine en Colombia y en Medellín es embarcarse en una gesta

Hacer cine cuesta mucho dinero. Según un estudio financiero de Proimágenes Colombia, la entidad encargada de la administración de los principales estímulos en el país, el costo promedio de realización completa de un largometraje colombiano es de 2656 millones de pesos: 109 en la etapa de desarrollo, 254 en preproducción, 1069 en producción, 540 en posproducción y 684 millones en promoción.

En Colombia hay tres caminos posibles para financiar una película: fondos públicos, inversionistas privados o una mezcla de ambos El primer camino lleva a las convocatorias de estímulos. Aunque en el país han bajado los fondos públicos para el cine, y se han cerrado algunos como Crea Digital y el mercado de coproducción de RTVC y Señal Colombia, estos se han fortalecido en Medellín. Este año, la Comisión Fílmica de Medellín, encargada de fortalecer la industria audiovisual y cinematográfica local, cuenta con una bolsa histórica de 1500 millones de pesos destinados al Incentivo Cinematográfico y Audiovisual. En 2023 fue de 161 millones. A pesar de esto, aún hay problemáticas en cómo se distribuyen estos recursos.

Fotogramas de Rodrigo D. No futuro (1990), La vendedora de rosas (1998), Bajo el cielo antioqueño (1925) y María Cano (1990), “clásicos” del cine antioqueño. Collage: Cristian Dávila Rojas.

Ana Katalina Carmona, líder del Consejo Audiovisual y Cinematográfico de Medellín como representante del gremio de guionistas, ha insistido en que estos recursos empiecen a ofertarse con categorías para creadores emergentes y para creadores con trayectoria: “Hay cosas que no están funcionando tan bien, pero otras sí. Ya somos muchos. Hay nuevos y hay gente con trayectoria. Los estímulos casi siempre se los llevan las personas con trayectoria”.

Los fondos que están vigentes se han conseguido mediante procesos de concertación donde el Consejo Audiovisual ha expuesto sus necesidades y ha levantado la voz cuando ha visto vulnerados sus derechos. “Somos un consejo muy activo, cuando tenemos que hacer bulla, hacemos bulla. Nos tomamos la participación ciudadana muy en serio. Vamos a las plenarias, proponemos mejoras en las políticas públicas y eso nos protege también”, cuenta Ana Katalina.

El segundo camino lleva a los privados. En 2003 fue sancionada la Ley 814, conocida como la Ley de Cine. Esta funciona como una invitación a participar activamente en el fomento de proyectos cinematográficos colombianos. Las personas naturales o jurídicas pueden obtener beneficios tributarios del 165 % por invertir o donar en una película colombiana. Es decir, por cada 100 pesos invertidos, se descuentan 165 pesos de su declaración de renta.

También existe la Ley 1556 de 2012, mediante la cual los productores extranjeros pueden beneficiarse al grabar sus películas en territorio colombiano; pueden recibir hasta un 40 % de retorno en costos de producción y un 20 % en costos

de logística. Gracias a esto, Colombia, y particularmente Medellín, se perfila año tras año como un destino atractivo para cineastas internacionales.

“Esas leyes son las que permiten que en Colombia hagamos cine. Lo que hace Medellín es tratar de calcar esos incentivos con fondos liderados por entidades locales. Es ahí donde nosotros como ciudad y como departamento aprendimos de Colombia”, comenta Julio César Gaviria. Él, además, proyecta que en cuatro años puede haber una industria local fortalecida, capaz de producir películas y series en la región con mayor eficacia.

Aquí entra a escena otro de los actores más importantes del ecosistema cinematográfico: las productoras. Y es que, en medio de la búsqueda de financiación, es probable que, en ocasiones, deba figurar una persona jurídica que se haga cargo del dinero. Ana Katalina, que además es cofundadora de Querida Productora junto con el escritor José Ardila, afirma que “por más buen productor que seas necesitas un marco institucional que te ayude a administrar esos recursos. Hay convocatorias más grandes, para largometraje, que no aceptan que te postules como persona natural”. Por este requerimiento han surgido iniciativas de productoras de cine independiente y alternativo en la ciudad como Crisálida Cine, Monociclo Cine, Lúcida Cine, Ojo Mágico, Máquina Espía o Animal Films.

Lista la película, ¿y ahora? La grabación de las películas también trae consigo dificultades que van desde problemas de logística, como alimentación y transporte, hasta problemas más

estructurales, como la imposibilidad de grabar determinada escena en determinada locación. Sin embargo, estos percances son inherentes a la realización audiovisual en todo el mundo.

El problema mayor llega cuando la película ya está grabada, editada y con años de trabajo de cientos de personas a cuestas. Es aquí cuando llega el momento de buscar una distribuidora, que es la que se encarga de comercializar el resultado y buscar exhibidores, es decir, aquellos que proyectan las películas en sus salas de cine tras comprar sus derechos.

En Medellín y Colombia el distribuidor más grande es también el exhibidor más grande: Cine Colombia. Esta empresa, que fue fundada por un grupo de empresarios antioqueños hace 98 años, está enfocada en distribuir y exhibir películas internacionales.

En 2024, de los 74 estrenos nacionales solo uno fue distribuido por Cine Colombia ( Malta , dirigida por Natalia Santa). Las demás películas fueron distribuidas por 22 empresas distintas: Danta Cine fue la que más distribuyó, con 10 títulos, seguida por Cinecolor Films, con nueve, y La Alucinante Fábrica, con ocho.

Cine Colombia tiene la parte más grande de la torta en distribución de cine con 48 complejos de salas de cine y 340 pantallas distribuidas en el territorio nacional. Cinemark, otra de las grandes distribuidoras en el país, cuenta con 31 complejos y 185 pantallas. “Nosotros llegamos con un largometraje y ellos dicen ‘No me interesa. Prefiero poner Barbie en todas mis pantallas al mismo tiempo. O la nueva de Spider Man, porque es lo que la gente quiere ver’”, cuenta Ana Katalina, que,

sin éxito, ha ofrecido sus películas a Cine Colombia. “Finalmente es que la gente no tiene todavía la formación cinematográfica como para elegir otras cosas”, añade. De acuerdo con las cifras de cine en Colombia publicadas por Proimágenes, la asistencia a películas colombianas entre enero y noviembre de 2024 fue de 997.059 espectadores, que representa un aumento del 56.3 % frente al mismo período del 2023. A pesar del casi millón de asistentes en 2024, esta cifra es la cuarta más baja en los últimos 10 años.

De los más de 45 millones de espectadores de películas en 2024 en Colombia, solo el 2.2 % vio alguna película colombiana. “Los colombianos no vemos cine colombiano. En las salas de cine priorizamos otro tipo de narrativas, casi siempre anglosajonas, americanas o europeas”, reflexiona Irati Dojura sobre la dificultad de atraer audiencias al cine nacional.

Para solucionar esta problemática de audiencias en el sector audiovisual de Medellín se habla sobre diferentes propuestas como, por ejemplo, la cuota de pantalla. Esta propuesta obligaría a los exhibidores a mostrar un mínimo de películas colombianas en un período determinado; países como Reino Unido, Corea del Sur, Brasil y Argentina han implementado esta estrategia con resultados más o menos favorables.

Sin embargo, para Juliana Restrepo Santamaría, coordinadora administrativa de la Cinemateca Distrital de Medellín, la cuota de pantalla no es la solución. Ella considera que la mayor tarea está en la formación de públicos mediante labores de difusión y educación: “No reconocemos el valor que tiene el cine local. La única manera de seducir a las audiencias es mostrarles el panorama tan amplio que hay”.

Pensar en el futuro

El cine en Medellín sigue creciendo y, a juicio de Julio César Gaviria, se perfila como uno de los renglones más importantes en la industria creativa de la ciudad. Por esto, en el Plan de Desarrollo Distrital 20242027 hay una serie de proyectos enfocados a mejorar el ecosistema cinematográfico desde el sector público. Estas iniciativas se plantean en el marco de Distrito Cinema, un proyecto de infraestructura para el sector audiovisual con énfasis en cine y animación. Así, se espera que este año se inicie la construcción del edificio para la Cinemateca Distrital de Medellín que, desde 2017, funciona de forma itinerante, es decir, sin una sede fija.

Cristian Cartagena, subsecretario de Arte y Cultura, dice que la Cinemateca Distrital “tendrá diferentes espacios para los diferentes componentes de la cinemateca: exhibición, formación y archivo. Además, en el caso del sector audiovisual y cinematográfico lo que buscamos es aumentar el compromiso en la línea de festivales”. Desde 2021 y de manera anual se realiza en Medellín el Festival Miradas, con el objetivo de celebrar el cine creado en la ciudad y sus realizadores. Además, este año la productora TheGseven, con el apoyo de la Academia Colombiana de Cine y Proimágenes Colombia, promovió la declaración de abril como el Mes del Cine Colombiano, con proyecciones de diferentes títulos nacionales nuevos y antiguos en salas de todo el país.

Aunque ha pasado un siglo desde la primera vez que una cámara de cine filmó las calles, las casas, las montañas de Medellín y su gente, decenas de cineastas recorren hoy esta ciudad que, detrás de los grandes cambios que se ven a primera vista, mantiene las mismas preocupaciones por el trabajo del día a día, la idea de una identidad paisa, el sentido de pertenencia y el afán de crecimiento. La curiosidad por ver el mundo proyectado en la gran pantalla sigue intacta, y seguramente lo seguirá estando 100 años más.

La roya (2021), Los reyes del mundo (2022), Malta (2024) y Akababuru: expresión de asombro (2025) son referentes del cine colombiano contemporáneo. Collage: Cristian Dávila Rojas.

Una barca que flota sobre la locura

Lucía Agudelo Montoya es la última capitana de una apuesta de teatro itinerante, rebelde y transgresora que se niega a hundirse: La Barca de los Locos. Hace 50 años esta agrupación empezó a navegar –y escandalizar– por las calles de Medellín de la mano de Bernardo Ángel, el director que, tras su muerte, le dejó el timón a Lucía.

| Juan Esteban Cabrera juan.cabrera1@udea.edu.co

Era jueves y faltaban 15 minutos para las seis de la tarde. Por el parque Bolívar de Medellín transitaba todo tipo de gente y se formaba un círculo alrededor de una pareja que hacía algo inusual. Uno era un hombre canoso, delgado y con una habilidad aceptable para saltar la cuerda. Cerca de él, la otra, era una mujer recostada en el suelo sobre una manta en la que practicaba posturas de yoga. Bernardo y Lucía se preparaban para comenzar la obra. Ella empezó a caminar por los alrededores del parque con un silbato, haciendo un último llamado para unirse al círculo. Ambos se cambiaron de ropa, caminaron al centro del tumulto, tomaron aire y gritaron: “¡La - Barca - de - los - Locos - presenta - Dentellada!”. La atención del público era completa y la pareja se veía transformada, feliz, sin tapujos. Era 1996. Han pasado casi tres décadas. Es un domingo de 2025 y son las cuatro de la tarde. Lucía Agudelo Montoya está reunida con Carlos Orlas Sánchez, el último loco en llegar al grupo. Charlan un poco, sentados en unos pupitres colegiales desgastados en una terraza del barrio Prado. Luego se paran, acomodan los pupitres en círculo, se hacen en el centro y ensayan la obra Coreutas. La diferencia con 1996 es notable: Bernardo Ángel Saldarriaga, primer capitán de la agrupación, ya no está. Falleció en 2018 y le dejó a Lucía el timón de una barca, al parecer, destinada al naufragio.

Antes ensayaban todas las semanas sabiendo que cada jueves presentarían su

obra, ahora ensayan más por amor al teatro. Tampoco están en el parque Bolívar porque ya no es lo mismo para ellos. La dinámica cambió debido a las medidas de espacio público instauradas por el entonces alcalde Sergio Fajardo (2004-2007). A pesar de los intentos de mantener su icónico “jueves de teatro”, 2020 fue el último año en el que se presentaron con esta regularidad. Desde entonces dependen de otros para saber cuándo y dónde presentarse. En esta barca siempre ha habido incertidumbre, neblina y tormenta, el infierno para cualquier tripulación, pero para estos locos ni siquiera parece un problema.

La capitana La Barca de los Locos nació como agrupación teatral en 1975 de la mano de Bernardo, Carlos Enrique Márquez, Guillermo García y Gustavo Román como pioneros del grupo. Después llegó Lucía, una mujer que ama el yogur de fresa tanto como le disgustan la impuntualidad y el desorden; que prefiere caminar hasta la estación Parque Berrío antes que ir a San Antonio, que cuando entra al metro busca rápidamente dónde sentarse porque no le gusta viajar de pie; que no soporta las gafas si no son para leer o usar el computador; que en sus tiempos libres ve películas de Buñuel, Pasolini o Fellini y lee textos de Emil Cioran y de Bernardo, su alma gemela y pareja sentimental. Esa misma mujer ahora es la capitana que se esfuerza por zarpar y navegar junto con Carlos, otro loco

disfrazado de marinero, un politólogo que no se considera actor, pero que se convierte en uno para La Barca y para Lucía. La conexión de Lucía con el arte comenzó cuando era niña. Nació en Támesis, en cuna de artistas: sus padres eran profesores, pero el resto del tiempo hacían teatro y música. Cuando Lucía estaba recién nacida, su familia se mudó a Santa Fe de Antioquia. Más grande, empezó a jugar con sus hermanos, Luz Helena y Mario, a memorizar y dramatizar los guiones de su padre, acompañar cantos con su madre y presentar tertulias familiares. Cuando cumplió ocho años, llegaron a Medellín y la atención de sus padres viró hacia lo económico por la preocupación de mantener a 10 hijos, pero la semilla que había brotado en Lucía no desapareció. Creció, se interesó por la historia y la política y estudió Sociología en la Universidad Pontificia Bolivariana. Quiso retomar la actuación, así que se unió a un grupo de teatro universitario, donde se percató de que no le gustaba la literalidad de las obras. Ella buscaba reflexiones, expresarse libremente sin sujetarse a un guion único y repetible. Ya graduada, Lucía fue docente en varias universidades, entre ellas la Universidad de Antioquia. En 1981 conoció a Bernardo gracias a un amigo que lo presentó como “el mejor actor de Colombia”. Ella, intrigada por su trabajo, y Bernardo, desesperado por hacer teatro luego de romper relaciones con el Teatro Popular de Bogotá, hicieron un trato:

Lucía Agudelo Montoya encontró en La Barca de los Locos una forma de teatro que le apasiona, uno alejado de la literalidad. Foto: Juan Sebastián López-Galvis.

Lucía le prestaría su apartamento para presentarle a ella y algunos conocidos su obra Ni héroes ni mártires . Impactada y emocionada por lo que vio, supo que ese era el teatro que quería hacer y esa era la barca a la que quería montarse. A finales de ese año, asumió su primer papel con el grupo en la obra La monja.

“La Barca de los Locos hace un teatro que se enfoca en la experiencia humana, en la lucha contra la sociedad de consumo y la explotación utilitaria. Despierta todos los conflictos que duermen en nosotros, libra las fuerzas oscuras, se trata de un resguardo de la existencialidad humana. Este teatro subvierte los valores, es aventura, riesgo y desinterés”, así lo explica Lucía dejando ver el malditismo, lo anarquista y contestatario de su apuesta. “Es un teatro muy genuino y poético, con mucho énfasis en la palabra –añade Jaiver Jurado, director de la Oficina Central de los Sueños y quien halló inspiración en ellos–. Me pone a pensar en un teatro antiguo y ritual, como cuando los griegos lo tenían por una religión”.

El contexto en el que apareció esta apuesta teatral se puede rastrear en los movimientos estudiantiles de los años 70 que “resaltaban la importancia de la cultura y de las expresiones artísticas como el teatro. Muchos estudiantes de distintas universidades, como Lucía, se vincularon a grupos teatrales con el mismo ideal”, cuenta Beatriz del Castillo, compañera universitaria de Lucía entre 1972 y 1976. Después de algunos años sin tener contacto, se reencontraron en 2019. En aquel momento Lucía atravesaba una época muy dura por la pérdida de Bernardo, así que la compañía de antiguos colegas como Beatriz mitigó el vacío que tenía en su vida y la ayudó a tomar nuevas fuerzas para continuar y mantener La Barca. “Lucía pasó de socióloga a artista, a practicar un teatro radical, callejero y de pensamiento libre. Eso de alguna manera implica una madurez grande, pues se basa en el pensamiento crítico con una mirada muy aguda de la sociedad y los sentimientos humanos, una reflexión que va más allá de lo que piensan los sociólogos”, señala Beatriz con admiración.

Lucía cree que el sentido de venir al mundo está en transformarlo y que quien es auténtico “ya está cumpliendo un propósito en la vida”. Además, dice que su edad “es secreto de Estado”. Su cabello es color cobre, mide un poco más de metro y medio, tiene una gran sonrisa plácida y

ademanes propios de quien domina el don de la palabra, acompañados por un semblante inquebrantable. Pero no hay que dejarse engañar por su apariencia tranquila y serena. Ella es, probablemente y para quienes han visto su trabajo, la actriz que más huella ha dejado en el teatro antioqueño.

William Gómez, director del teatro La Sucursal y quien ha ofrecido su espacio para La Barca por años, habla de su buena relación con ella: “Con Lucía viva aún se puede desentrañar la génesis del teatro colombiano. Ella está igual de loca que Bernardo y practica muy bien el teatro visceral y panfletario. Considero que lo que ella hace es el verdadero teatro, deberían darles el reconocimiento que nunca les han dado”, dice.

“El parque Bolívar era un pulmón de libertad, una rotonda poética y con gente interesada por nuestro trabajo”, explica Lucía emocionada. “Luego de que fueron expulsados del parque los acogimos en Itagüí. Lucía es la dama del teatro en todo el sentido de la palabra, es férrea y concreta con sus ideales, una amiga incondicional”, explica Yovis Manuel Álvarez, director de Mimos y Clowns, colectivo que llegó de la costa y compartió con La Barca la experiencia del teatro callejero.

La vida de Lucía dio un giro radical al preferir el arte escénico, se volvió una aventura teatral incierta, peligrosa y excitante. La obra máxima de La Barca, según ella, fue Aúllan los lobos, que une la desnudez, lo erótico y lo religioso por medio de tres momentos oníricos donde exploran la soledad del individuo, la confrontación de una pareja frente a su relación y cotidianidad y, finalmente, una mirada crítica a las instituciones religiosas, militares y políticas.

Esta obra irreverente impactó en Cundinamarca y otras regiones del país. Debido a su presentación, recibieron amenazas de muerte en Antioquia y en España fueron censurados cuando la presentaron en 1983. “La obra conmocionó al público español. En la Universidad Autónoma de Barcelona aún se veía ese rezago franquista. Ricardo Salvat nos ayudó a estar ahí, pero preparó al público en catalán y se aseguró de que nadie tomara registro de la presentación. Por seguridad no volvimos a presentar ninguna obra por los dos meses que estuvimos allá”, cuenta Lucía.

También recuerda que esta misma puesta en escena provocó que un sacerdote de Fredonia llamado Iván Gaviria hablara con el entonces cardenal Alfonso López

Trujillo para que le pidiera al ejército que tomara represalias contra ellos. En otra ocasión, un juez de Heliconia persiguió a Bernardo con un cuchillo con toda la intención de apuñalarlo. Lucía trató de ayudarlo, pero terminó como rehén hasta que la policía llegó a auxiliarlos.

Arturo Vahos, director de Canchimalos, recuerda que se sentó incontables veces en el parque Bolívar a escuchar los manifiestos de La Barca: “En Medellín hay teatro y luego está La Barca de los Locos. Siempre me gustó su forma de llamar la atención con textos tan fuertes. Siempre fue un gusto tenerlos en nuestra sala, pues nos gustaba tener esa clase de teatro que solo ellos podían ofrecer”. Y agrega sobre Lucía que “es la compañera ideal para lidiar con el arte”.

“Los conocí justamente el año en que fundé mi colectivo; su estética cruel y de pánico es muy llamativa y performativa, son apabullantes con la intervención al público. Si bien los últimos años hemos sido distantes, reconozco que es una guerrera, de mucho atrevimiento, talante y perspectiva actoral”, dice Cristóbal Peláez, director del teatro Matacandelas y quien reconoce en La Barca a un grupo anómalo, desesperado por hacerse escuchar. Luis Alberto Correa, que ha ayudado a Lucía en los últimos años a presentar sus monólogos, dice: “Su trabajo es iconoclasta y hecho para la gente del común, Lucía y su pasión hacen que La Barca no pierda su insistencia”.

Zarpar hacia la tormenta Carlos, con su sutil diastema, relata que conoció a Lucía y a Bernardo en la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia, cuando los invitaron al programa radial En defensa de la palabra . Él, que era visitante habitual de la emisora, los veía en vivo y le encantaba la expresividad de ambos a la hora de exponer. Su interés se intensificó más cuando supo que era un grupo de teatro que no buscaba presumir ni tener su propia casa, pues nunca creyeron en las ostentosidades de la escenografía, ni en tener un teatro físico o una escuela para transmitir su legado. Para ellos solo bastan la calle, las ganas y la confianza en su palabra para perdurar en la memoria de los espectadores. Carlos vio en esos actores un espacio revolucionario, así que les pidió actuar con ellos. Su travesía inició en 2009. “Luego de que murió Bernardo, Lucía y yo nos dimos cuenta de que debíamos seguir con esto, porque es lo que él habría querido. Lucía es un pilar, un bastión de La Barca con

la labor de mantener viva una llama, cosa que es muy admirable con el pasar de los años. En ocasiones me he aislado por temas personales y aun así ella busca la forma de continuar”, dice Carlos. Quiere seguir acompañando a Lucía y dice que no sería capaz de hacer otro tipo de teatro que no sea este porque tiene una “mística” que le ayuda a no dejarse aplastar por la cotidianidad: “Soy padre de familia y respondo por un trabajo, pero esto es lo que me nutre y me hace pensar en otras cosas”. Bernardo escribió toda la dramaturgia de La Barca y, de algún modo, sus textos logran unir en cuerpo y mente a quienes se adentran en sus letras. Carlos ve a Lucía como una compañera transparente, sin intereses comerciales y con su mismo deseo de seguir con el legado para mantener a Bernardo con ellos, más sabiendo que dejó cerca de 100 obras inéditas. “Aprendo de Lucía la responsabilidad con la historia, ella es inquebrantable en ese aspecto: puede ser una historia oculta o anónima, disparen o maten a alguien, ahí estará ella. Mientras me pueda reunir con Lucía a practicar una obra, yo lo haré”, sentencia Carlos. A Lucía le gusta practicar yoga para mantener el cuerpo y espíritu sanos, cuida con mucho amor a su madre, que está delicada de salud, mantiene una dieta prácticamente vegetariana, va de puerta en puerta buscando dónde presentar la próxima obra. Si bien nunca se animó a escribir una, sabe que fue musa para que de Bernardo brotara la creatividad. Lucía nunca estuvo en segundo plano y ahora su compromiso con el grupo lo demuestra. “No pienso en el futuro, ahora estoy viva y estoy cumpliendo el sueño de Bernardo que es retomar los textos que él me dejó y los actuaré hasta que mi cuerpo no dé más. Toca ver qué sorpresas nos da la vida”, dice. Que ella dirija La Barca de los Locos da plena seguridad de que, mientras esté en su poder, zarpará con todas sus fuerzas hacia la incertidumbre, la tormenta y la neblina, porque allí se hacen más fuertes. Lucía y Carlos no saben si mañana terminarán en el naufragio absoluto o si conseguirán a un nuevo tripulante. Tampoco les importa mucho. Lo único seguro es que mientras sigan juntos esa nave que los ha visto por tantos años luchará contra viento y marea hasta que ambos mueran, porque hundirse no es una opción.

Carlos Orlas y Lucía Agudelo son los tripulantes que mantienen a flote La Barca de los Locos con cada ensayo en espacios como la sede de Comunes, en el centro de Medellín. Foto: Juan Sebastián López-Galvis.

De pactos con el diablo, lectura de almas y otros gajes del oficio

Los libreros existen desde que el libro se convirtió en un bien comercial de fácil acceso en el siglo XVIII. Desde entonces, han ejercido su oficio adaptándose a todo tipo de cambios propios del discurrir del tiempo, sirviendo como puente entre libros y potenciales lectores.

Para Umberto Eco, el oficio de librero se cimentaba en un pacto con el diablo, casi como el de Fausto cuando vendió su alma a cambio de la sabiduría completa. Es una labor que requiere de la perspicacia y la debida atención al voraz apetito de los lectores.

Esta labor titánica ha acompañado a la humanidad desde que la imprenta permitió democratizar el libro en el siglo XVIII. A Medellín llegó a finales del XIX con librerías que comercializaban artículos de oficina y libros, aunque estos últimos no eran el centro de su actividad comercial. En el Primer directorio general de la ciudad de Medellín, de 1906, ya se registraban cinco librerías: la Librería Católica, la Agencia de Negocios y Librería Religiosa, Camolina, la Librería Restrepo y la Librería y Papelería de Antonio Jesús Cano.

Este último era más conocido como el Negro Cano y fue uno de los personajes

más importantes en el mundo de las artes y las letras en Medellín en las primeras décadas del siglo XX. Empezó como librero en la librería de Manuel José Álvarez, para después fundar la suya propia, que fue lugar de paso obligado para los escritores e intelectuales de la época, como Tomás Carrasquilla, Efe Gómez, León de Greiff, Ciro Mendía y Fernando González. En medio de las tertulias auspiciadas por el Negro Cano nació el movimiento de Los Pánidas, que transformó el estilo poético de la época, principalmente clásico, por uno novedoso, rebelde y contestatario.

El Negro Cano, llamado por el poeta español Francisco Villaespesa como “el alma misma de la ciudad, hecha color, música y línea”, sigue siendo hoy uno de los mayores referentes para los libreros de Medellín, a pesar de que murió hace más de 80 años, en 1942.

En el prólogo del libro Vender el alma: el oficio del librero, del escritor Romano Montroni, Umberto Eco dice que “el comercio de libros es una actividad que va más allá de lo mercantil y que exige habilidades específicas. El librero ha de ser no solo un voraz lector de libros, sino de sus clientes”. Allí es donde se marca la frontera entre la simple venta de libros y el oficio del librero. Este último no se concentra en hacer ventas, sino en entender al posible lector, perfilarlo y encaminarlo hacia el libro que lo espera. En este sentido, el librero toma en sus hombros la labor de ser un puente entre las personas y la lectura.

El hogar del librero

“Siempre les digo a quienes nos visitan que este es un oasis en el corazón del centro, un remanso de calma en medio del ajetreo del pasaje La Bastilla. Aquí podemos relajarnos y conversar sin prisas. Mientras muchos libreros se enfocan solo en las ventas, nosotros ofrecemos algo distinto: un espacio con un valor agregado, un lugar para disfrutar”, cuenta Bárbara Lins desde su librería La Hojarasca, en el segundo piso del Centro Comercial del Libro y la Cultura, en aquel emblemático pasaje del centro de Medellín.

En La Hojarasca hay un pequeño espacio pensado para el encuentro: una mesa con sillas alrededor que evocan el ambiente de una tertulia. Tanto dentro como fuera del local se exhiben los libros que vende Bárbara: usados, clásicos, teóricos, además de postales y afiches. En ese universo literario, donde también se realizan charlas, lanzamientos y otros eventos culturales, Bárbara permite conocer la arquitectura y anatomía que rodea el oficio de librera.

Cuenta que en los alrededores del pasaje La Bastilla siempre encontró una magia especial: un rincón secreto donde hallaba libros que no conseguía en otros lugares. Por eso dice que tuvo la fortuna de encontrar el local justo allí, en un espacio que, tras estar sellado cinco años, en 2021 reabrió sus puertas y se ha llenado de literatura y conversación. Y es que el centro de Medellín está impregnado de historia librera: La Continental en Junín y Carabobo, La Aguirre en Maracaibo o La Anticuaria en Ayacucho son referencias constantes para quienes han transitado estos espacios durante años, conociendo a los libreros que les dan vida. Así lo recuerda Augusto Bedoya o don Augusto, como lo llaman, de la librería Pigmalión, quien asegura que ha dedicado “toda la vida” a este oficio, o al menos más de 50 años. Creció en una familia apasionada por los libros y el mundo editorial, trabajó en la librería-papelería Bolívar en la calle del mismo nombre y, desde hace unos 30 años, es el alma detrás de Pigmalión, también ubicada en el segundo piso del Centro Comercial del Libro y la Cultura. A don Augusto lo frecuenta mucha gente, en especial universitarios y lectores fieles de las humanidades: “Para mí, esto ha sido como otra universidad; a pesar de los años, uno aprende todos los días. El proceso del conocimiento es interminable, por eso Marx nos invitó a desconfiar de todo lo definitivo”.

Con una intención similar a la de Bárbara y Augusto, Wilson Mendoza, librero y propietario de la Librería Grámmata, adecuó su espacio en el barrio Estadio. Como él mismo dice, “quería una librería para atender a los clientes, sentarme a conversar, porque el ejercicio del librero es precisamente ese: conversar, compartir, llegar a otras personas mediante el diálogo, pero también el análisis y la lectura”. Grámmata comparte este espacio con la Librería Palinuro desde hace 10 años. En esta casa, ubicada a dos cuadras del estadio Atanasio Girardot, se encuentra una amplia selección de libros nuevos, usados y títulos de diversas editoriales. En el primer piso está Grámmata, precedida por un acogedor café que funciona como punto de encuentro para las personas amantes de la lectura. En el lugar, rostros jóvenes se ven inmersos en sus trabajos o proyectos, mientras otros visitantes llegan con la intención de conversar con Wilson. Esta dinámica cotidiana, facilitada por el espacio mismo, es uno de los rasgos que, según Wilson y Bárbara, los distingue de los grandes establecimientos

Augusto Bedoya, librero de Pigmalión, que se dedica hace más de 55 años a este oficio. Foto: María Andrea Canchila Velilla.

comerciales y, aún más, del comercio electrónico de libros y la creciente digitalización del mercado editorial.

El quehacer del librero

El escritor (y también librero) venezolano Ricardo Ramírez Requena afirma en un texto publicado en la revista española Trama & Texturas que este oficio trata de cuidar la lectura del otro y procurar que llegue a buen puerto. “Un librero es una de las formas de la memoria. Le pagamos para que sepa, para que recuerde siempre aquellos libros que tenemos en nuestra casa, aquellos que nos vendió, para que los recuerde. Su oficio es una invitación a invadir nuestra intimidad, de manera consentida, y a resguardar aquello que forma nuestro intelecto y nuestra sensibilidad”.

Las historias de Bárbara, Augusto y Wilson están marcadas por un vínculo permanente con el mundo de los libros, pero, sobre todo, por la pasión con la que viven su oficio. “Siempre les digo a las personas con las que converso que nos dediquemos a algo que realmente disfrutemos, algo que nos apasione, porque trabajar, en sí, es muy malo. Pero si hacemos las cosas con pasión, si les ponemos el alma, vivimos una vida más plena”, expresa Bárbara.

Luego recuerda sus primeros años vendiendo libros en Cartagena, así como el primer libro que vendió: El general en su laberinto de Gabriel García Márquez. En los 90 se mudó a Medellín, donde trabajó como bibliotecaria y promotora de lectura y, luego de muchos años, decidió cumplir sus sueños al abrir La Hojarasca, de la que es también la principal curadora. Le apasionan los libros usados, aquellos que han viajado de mano en mano y atesoran historias propias: los clásicos, las ciencias sociales, las páginas que resisten el tiempo. Aun así, no impone límites: “Soy abierta y creo que cada quien es libre de escoger su propia medicina. Lo importante es leer, alimentar el alma con aquello que verdaderamente necesita”. Esa forma de memoria que es el librero se percibe también como un puente y requiere del tiempo necesario para una curaduría y selección honesta que le permita al lector encontrar eso que necesita. Al preguntarle

en un centro comercial, preguntan por una recomendación y reciben una única respuesta: ‘este es el que más se vende’. Pero ¿es realmente el mejor?, ¿el que más gusta?, ¿el que más enriquece?”.

Los apuros del librero

Las últimas décadas han sido de grandes desafíos para el oficio del librero por diferentes razones. La primera de ellas es la aparición del internet y, con esto, de plataformas gigantes como Amazon o Buscalibre, que poco a poco han tomado gran parte de la torta de comercialización de libros, borrando por completo la interacción entre librero y lector y despersonalizando el acto de escoger un libro. La segunda, la pandemia, que impidió los encuentros en librerías por varios meses, relegando todas las interacciones a la virtualidad, donde el calor humano es un elemento descartable.

La tercera es un problema que viene de adentro, o así lo plantea Rodnei Cásares, librero que empezó en el oficio hace 35 años y que en 2021 abrió Ítaca, su propia librería. “Yo conozco la mayoría de las librerías de la ciudad. Voy, las visito, converso con la gente que está ahí y lo que siento es que no hay una formación del librero, de las bases”. Afirma que los jóvenes que empiezan en el oficio no duran más de seis meses o un año debido a las malas condiciones laborales ofrecidas por las librerías, donde generalmente no hay interés por enseñar más allá de lo básico e interesarlos por esta labor: “Ahí creo que peligra más el oficio, porque no hay continuidad y los jóvenes se cansan de esto, consiguen trabajos mejor pagos y se acabó. Más que tener miedo a las plataformas, hay que tener miedo a las librerías que ya existen y que no les dan mejores tratos a sus libreros”, agrega.

la Asociación Colombiana de Libreros Independientes, integrada por 47 librerías de las ciudades principales de Colombia. Esta asociación está en constante diálogo con alcaldías, gobernaciones e instituciones públicas y privadas en aras de buscar un beneficio económico, profesional o cultural para los libreros asociados.

Los libros del librero En 2007, cuando Amazon lanzó al mercado el primer modelo de Kindle, o lector electrónico de libros, muchas personas no perdieron tiempo en profetizar la muerte del libro de papel, pues parecía inminente ante el abrupto aumento de ventas de e-books o libros digitales frente a libros físicos. Incluso desde la década de los noventa ya se temía el final de la era del libro con la llegada del internet. En una conferencia de 1998 dirigida a jóvenes libreros italianos, Umberto Eco expresaba su cansancio frente a la pregunta que le hacían en todas las entrevistas, coloquios o seminarios en los que participaba: “¿Qué piensa usted de la muerte del libro?”.

Este temor se extiende al oficio de librero. Hay quienes están seguros de que, con este panorama, esta labor está próxima a desaparecer. Por ejemplo, en un artículo de El Heraldo de Barranquilla, en 2018, el librero José Ulises Arteta afirmaba: “Los libreros estamos destinados a desaparecer”. Mientras que en El País de España el periodista Juan Muñoz llegó a afirmar que “la figura del librero está en clara decadencia” y la declaró “en peligro de extinción”.

a Wilson sobre su historia con Grámmata, evocó aquellas librerías emblemáticas de Medellín y, entre recuerdos, dijo: “El esfuerzo por sostener las librerías ha estado siempre ligado a un compromiso con la promoción de la lectura, un ambiente que, con el tiempo, se ha ido desvaneciendo. El libro, que alguna vez fue el alma de estos espacios, ha terminado convertido en un artículo más dentro de los almacenes de cadena, reducido a una compra impulsiva, alentada por la lógica del best-seller. Allí, la selección no responde al gusto ni al conocimiento, sino a las cifras de ventas. Seguro les ha pasado, entran a una librería

Pero Wilson Mendoza tiene una visión optimista del futuro del oficio. “Estamos intentando recuperar esa virtud que tiene un buen librero de saber lo que hay dentro del libro y cómo proporcionarlo a otra persona”. Su larga trayectoria lo ha llevado a comprender que lo que hay son libros; tan solo en su librería tiene más de 85.000. Por esto, confía en que mientras existan los libros, estarán los demás actores de su cadena de producción y distribución, desde imprentas, editores y correctores hasta, efectivamente, libreros como el último eslabón de la cadena antes de llegar al lector.

Los libreros independientes conforman un gremio relativamente pequeño en comparación con otros, por lo que, para velar por sus intereses, crearon en 2020

Sin embargo, estas profecías no han llegado a cumplirse: el libro sigue más fuerte que nunca y no hay indicios que señalen que desaparecerá en un futuro cercano. Por ejemplo, en la décimo octava edición de la Fiesta del Libro de Medellín (2024) se vendieron más de 210.000 libros, un incremento del 27 % frente a las cifras del 2023, noticias más que alentadoras para aquellos que entienden la necesidad del libro físico y los libreros. Tal vez el libro esté condenado a desaparecer en el futuro, o tal vez morirá con la humanidad. Mientras tanto, los libreros dedicados a su oficio como Augusto, Bárbara, Rodnei, Wilson y decenas más en toda la ciudad continúan su labor, propiciando espacios de encuentro y conversación en torno a la lectura, leyendo las almas de sus clientes y aprovechando hasta el último momento la sabiduría obtenida en el fáustico pacto que les concedió su importante lugar en la formación cultural de las personas.

Bárbara Lins, librera de La Hojarasca, en su espacio para charlas y tertulias en el Centro Comercial del Libro y la Cultura. Foto: María Andrea Canchila Velilla.
Librerías Grámmata (primer piso) y Palinuro (segundo piso), ubicadas en el barrio Estadio. Foto: María Andrea Canchila Velilla.

El tulipán africano o miona (Spathodea campanulata) llegó a Colombia en 1930 desplazado desde el África subsahariana. 70 años después, la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza lo incluyó en la lista de las 100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo. Entonces, ¿qué hace uno en mi finca?

Qué raro es él. No le gusta caminar, pero siempre está afuera. No tira piscina, aunque vive con una al lado. Ni siquiera responde cuando uno le habla y hace más ruido su ropa cuando la mueve el viento. Creo que si yo fuera más alto tal vez podría verlo a la cara y hacer que me hable, pero sé que no va a pasar, porque para su atención necesito tener menos piel y ser más árbol, como él.

En 2021 cuando mi familia compró el terreno en Barbosa para hacer la finca, él ya estaba sembrado. Siempre lo he visto hermoso, porque él se viste hermoso: largas ramas cafés, hojas verde monte y unas aretas –flores– acampanadas, del mismo color del hogao, que lo diferencian de tanto palo que hay alrededor.

Ojalá esa fuera la única diferencia que tiene con los demás árboles de la finca. ***

Brasil, 1997. El ecologista Pablo Nogueira reportó una serie de asesinatos en el barrio Fazenda São Quirino, en la ciudad de Campinas, estado de São Paulo. La escena del crimen era bella. Flores acampanadas y naranjas, todas en el piso, dentro de ellas, los cadáveres: cientos de abejas.

Biología de primaria: las abejas son polinizadoras, o sea que se alimentan del néctar o polen de las flores y, al hacerlo, lo transportan de una flor a otra, facilitando la reproducción de las plantas y las frutas. Los animales necesitamos comer; muchas frutas y hortalizas son retoños de plantas que se reproducen gracias a la polinización. Las plantas generan oxígeno.

Lección de vida: sin comida y sin oxígeno no hay vida. El árbol les quita la vida a las que nos dan la vida.

Sobre cómo las mata hay dos teorías: el veneno y el atrapamiento. Según un estudio de la Universidad Estadual de Campinas (Brasil), el néctar de sus flores tiene un efecto tóxico. En 360 flores encontraron 651 insectos muertos, de los cuales el 75 % eran abejas. Pero otras investigaciones sugieren que estas podrían morir al quedarse atrapadas en las flores, como dice un estudio de la Universidad de Andhra (India), que detalló cómo las abejas del género Trigona quedaban apresadas entre el agua y el néctar dentro de las flores.

Morir ahogadas por la vida que intentaron “nectar” –como si esa palabra fuera un verbo–, parece un poema que habla de lo bello que es asesinar a tu mamá. ***

El terreno de la finca no era nuestro hasta que lo compraron, y quizá aún no lo es y nunca lo será porque desde hace siglos ya había árboles y arbustos dueños del lugar y para ellos nosotros somos los invasores. En el siglo XVII, las tierras de Barbosa fueron invadidas por colonos. De allí en adelante, los terrenos robados cambiaron de “dueños”: desde Juan Gómez de Salazar, gobernador de Antioquia, hasta Ignacio Muñoz, abuelo de José María Córdova. En

El más bello asesino

1812, más de 200 años después de que se empezara a habitar, fue declarado municipio. Nadie, más que la maleza, los ríos y las piedras que están allí desde antes, puede llamarse dueño de la tierra.

Cuando llegamos a la finca siempre hace sol, siempre canta un pájaro. Hay mandarinas que si tuvieran uñas ya habrían practicado canibalismo y plátanos escondidos temiendo el machete. En La Celestina, como se llama la finca en honor a mi abuela, siempre estamos buscando qué sembrar, porque para eso es la tierra, para comérsela.

Ya hay plantas creciendo y hace poco sembraron dos verbenas para atraer polinizadoras. A 20 metros está él, viendo a las abejas que llegan a las verbenas y que pronto girarán hacia sus campanas. ***

Desde mi computador navegué por el Sistema de Árbol Urbano de Medellín. Conté unos 103 tulipanes africanos, 15 de ellos en la UdeA, y creo que no recorrí ni el 30 % de la ciudad.

El tulipán africano empezó a usar sombrero vueltiao en 1930. Según el biólogo Jon Paul Rodríguez, este árbol, como otros, llegó a América como resultado de las introducciones deliberadas de plantas que tienen lugar en diferentes países para una gran variedad de propósitos (alimenticios, ornamentales…). El del tulipán responde a una necesidad principal: alimentar el ojo.

Los impactos de la llegada del árbol a nuestro país lo convirtieron en una especie invasora, pero creo que sería más como una especie desplazada, pues fue traída por una persona que la sacó de su territorio porque le pareció muy bonita.

Años después, convertimos esta especie casi que en el diablo. En Australia está prohibida su venta o liberación al ambiente sin permiso. En Cuba está entre las cinco principales especies invasoras. En Colombia está prohibida su plantación en departamentos como el Huila y Valle del Cauca. También es rechazada en Paraguay, Bolivia, Ecuador… Y así sigue el aislamiento, por invasora.

Según la Corporación Autónoma Regional para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga, en Colombia hay identificadas 298 especies de flora y fauna “introducidas, invasoras y de alto riesgo”. Encontramos etiquetas para castigar al árbol, pero para quien lo trajo aquí no hay nombres ni apellidos.

Y cuando ya está acá, haciendo lo que su naturaleza le obliga, estigmatizamos al tulipán sin pensar que no es solo un “atacapolinizadoras”. La medicina tradicional africana habla de propiedades diuréticas y antinflamatorias en sus flores, y del empleo de sus hojas contra enfermedades renales, inflamaciones de la uretra y como antídoto contra venenos. Irónico.

Pero cuando lo retuvieron acá solo importaba decorar el patio. Las flores del tulipán son hermosas, uno las ve y parece que los ojos bebieran su belleza como si su veneno fuera miel, pero más allá de la intención estética, hay un peligro que él no sabe controlar.

Esta no debería ser la historia de un

No todos los tulipanes africanos florecen al mismo tiempo. Este, con sus vistosas campanas naranjas, fue avistado en la UdeA a finales de abril. Foto: Thomas Mejía López.

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.