DangDai N° 39: La potente literatura de Kunming (invierno 2023)

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昆明市的文学底蕴

中国当代文学重镇 西南部独特的文化

La potente literatura de Kunming

EDICIÓN ESPECIAL

Antología exclusiva en español de la pujante literatura de la capital de la sureña provincia china de Yunnan

EN CHINA INVERSIONES, COMERCIO Y COOPERACION FINANCIERA / EL SHOW DE MESSI EN BEIJING LA SELECCIÓN ARGENTINA DE FÚTBOL ALEGRÓ UNA TARDE INOLVIDABLE PARA LOS FANS CHINOS / PREMIO A GUSTAVO NG EL EDITOR DE DANGDAI OBTUVO UN DISTINGUIDO RECONOCIMIENTO A SU OBRA LITERARIA Y PERIODÍSTICA EN CHINA P UB LICA CIÓ N DE E DI CIONES U NIVERSIDAD DE CONGRES O - E DIU INVIERNO 2023 – AÑO XIII – Nº 39 –
C
MASSA
$1.700

目 录

Nota al lector

Esta edición número 39 de DangDai ofrece a sus lectores una exclusiva antología de la nueva literatura de la capital de la provincia de Yunnan. Fue traducida al español y patrocinada para esta revista por la Asociación de Escritores de Kunming.

Son cuatro cuentos y cuatro poemas que expresan una selección especial de una de las narrativas que más se destacan en la nueva literatura china, y que proviene de una provincia sudoccidental que se vincula al sudeste asiático y está caracterizada por su diversidad étnica y paisajística, lo que nutre a su cultura y a sus letras.

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Copyright © DangDai Nº 39, junio-agosto de 2023.

Prohibido reproducir total o parcialmente material de esta revista sin permiso. Registro DNDA 5351168. ISSN 1853-8797. Propietaria y directora responsable Fundación Postgrado de Congreso-UC. Maipú 1252 P 2 C1006ACT, CABA.

本期《当代》杂志(总第39期)为读者奉上中国云南省最新的文学作品精选。

本期专刊由昆明作家协会大力支持选稿并翻译成西班牙语。

四篇小说和四组诗歌代表了中国新时代文学中最突出的表现方法之一,作者均来 自云南这个与东南亚相连的中国西南省份,当地民族及景观的多样性特点滋养出 了其独特的文化和文学。

http://www.ucongreso.edu.ar

SUMARIO
致读者

Índice

你好,桑丘·潘沙

“Hola, Sancho Panza”

Págs. 8 a 19 por Chen Peng

我母亲的婚事

“El matrimonio de mi madre”

Págs. 20 a 29 por Ma Ke

直觉素描

“Apuntes espontáneos”

Págs. 30 a 33 poemas de Yang Rui

Poemas

Págs. 34 a 37 por Zhu Ligen

Poemas

Págs. 38 a 42 por Hepancao

Poemas

Págs. 44 a 47 por Hu Xingshang

那就晚安吧

“Bueno, pues nada, buenas noches”

Págs. 48 a 53 por Bao Zhuo

新房沉降

“El hundimiento de la nueva casa”

Págs. 54 a 65 por Ruan Wangchun

Construyendo un puente literario

Desde hace doce años la revista DangDai tiene el cometido de contribuir al intercambio cultural entre Argentina y China.

Tenemos plena fe en que cultivar la amistad y la cooperación con China favorecerá a los argentinos porque nuestra relación está destinada a profundizarse y ampliarse, porque la dimensión que va ganando China en la reconfiguración del mundo es igualmente inevitable y porque el contacto con China nos enriquece.

Estamos, como creemos que lo está la mayoría de Argentina, convencidos de que es necesaria la amistad entre todos los pueblos. Nuestra cercanía con China no es excluyente ni por conveniencia. Pero es inocultable que el peso de China en las relaciones internacionales de este tiempo debe abordarse de manera amplia, honesta y decidida. Por supuesto, desde una perspectiva nacional y, más aún, óptimamente, latinoamericana.

China ofrece su historia multimilenaria, su realidad plurinacional, sus cuantiosas tradiciones que se hunden en los tiempos y en los territorios, sus diferentes visiones del mundo, sus ingeniosas y muchas soluciones a problemas similares a los que tenemos nosotros, desde la soberanía territorial y financiera hasta la superación de la pobreza, pasando por la apuesta ecológica que incluye la reforestación masiva y la inversión en energías renovables.

Para materializar el intercambio, es necesaria la decisión de que los argentinos conozcamos y comprendamos a China. No nos falta inteligencia perceptiva ni perspicacia analítica. Cada argentino que pasa un período en China adquiere un saber que luego capitaliza muy bien. Esa es una constante altamente promisoria.

Nos conviene conocer y entender mejor cada aspecto de la realidad china, es decir, su modo de existir en el mundo, porque, entre otras cosas, ya es nuestro primer socio económico. Resulta tan importante conocer su esquema financiero, sus nuevas tecnologías y sus recursos logísticos como su literatura.

Diríamos que especialmente su literatura, porque nos gana la convicción de que el alma de un pueblo vive en su literatura y de que la literatura le da alma a un pueblo.

Esta es una de las razones por las que dedicamos un número especial de la revista DangDai a la literatura china, específicamente la producida por los escritores de Kunming, capital de la provincia de Yunnan.

La Asociación de Escritores de Kunming nos honra eligiéndonos para que compartamos una muestra de su obra con el público de Argentina, reconociendo el lugar de referencia y el alcance que ha conseguido nuestro medio.

Por ese reconocimiento, podemos ofrecer estos cuentos y poemas inéditos en español de los autores

Bao Zuo, Chen Peng, Ma Ke, Ruan Wangchin, Hu Xingshang, Yang Rui y Zhu Ligen.

Han sido traducidos exclusivamente para nuestra publicación por Antonio Rodríguez Durán, Isabel Jervis, Agustín Alepuz Morales, Ema Velázquez Burmester, Isolda Morillo y Pablo E. Mendoza Ruiz, coordinados por Sun Xintang, un promotor de la cultura china en América Latina que tendrá un lugar prominente en esta etapa inicial del intercambio literario entre China y nuestros países.

Cuando se habla de intercambio, se piensa en los contenidos que van y vienen, pero suele darse por sentado el puente por el que los contenidos son transportados. En algunos casos, no tomamos conciencia de ese puente hasta que intentamos el intercambio. Entonces comprendemos que tenemos la intención, tenemos los productos, llegamos a un acuerdo, pero sin embargo no logramos resultados. Simplemente, falta el puente. Este es puntualmente el caso del intercambio cultural. Ante esta situación, actores culturales como Sun Xintang y la revista DangDai no solo generan el intercambio, sino además construyen, ladrillo por ladrillo, el puente para dar y recibir los bienes culturales del otro.

Es en ese empeño que se escribe este número especial de la revista DangDai

La emergencia de los escritores de Kunming

China cuenta con una gran extensión territorial y amplia variedad etnocultural. Las vastas áreas habitadas por los chinos han desarrollado muchas culturas regionales diferentes debido a las diferencias en la historia, la geografía y diversos factores humanos. En la literatura china contemporánea, la cultura regional ha tenido una influencia constante y significativa, no solo en el carácter, la sensibilidad estética, el estilo artístico y la expresión literaria, sino también en la creación de géneros literarios y grupos de escritores específicos.

Kunming, capital de la provincia de Yunnan, es muy especial en el mapa chino: tiene una larga historia, cuenta con una cultura profunda y es la ciudad de eterna primavera. Su sensación mágica y única en la meseta Yunnan-Guizhou es similar a la de América Latina contemporánea. Además, Kunming es la principal sede china de la traducción y publicación del boom literario latinoamericano en el siglo pasado, por lo que escritores y poetas de Kunming aman la literatura del otro lado del Pacífico y han aprendido muchísimo de los maestros latinoamericanos.

En este sentido, este número especial que presenta a los escritores de Kunming es un homenaje, pero también una gran iniciativa. Desde la década de 1940, Kunming ha sido una de las tierras literarias más fértiles de China, y sobre todo el grupo de poetas de la Universidad Unida del Suroeste (1938-1946), liderado por Mu Da, ha sido aclamado como la cumbre en la historia de la poesía china moderna. Desde la década de 1980, los escritores de Kunming han conseguido notables logros, no solo produciendo importantes poetas como Xiao Xue, Yu Jian y Hai Nan, sino también excelentes narradores como Peng Jingfeng, Fan Wen, Zhang Qingguo, Hu Xingneng y Cun Wenxue. En los últimos años, la generación joven con nuevas voces ha salido a luz, incluyendo a Chen Peng, Ban Xia, Bao Zhuo, Zhu Ligen y Hu Xingshang, quienes no dejan de presentarse en las principales revistas literarias chinas y ganar premios importantes. En fin, ha emergido con fuerza en el suroeste del país una nueva comunidad de escritores, cada vez más madura, con diligencia, dedicación y calidad literaria.

Este número especial de revista DangDai está dedicado a la nueva generación de escritores de Kunming: Chen Peng siempre se ha declarado vanguardista y sus escritos han tenido una repercusión considerable que cruza las fronteras chinas; Bao Zhuo escribe sobre la situación de las minorías étnicas que entran en la ciudad; Ma Ke se centra en las mujeres, Ruan Wangchun narra sobre el campo. La poesía de Zhu Ligen, Hu Xingshang, Ma Bingli y Yang Rui exhibe una marcada autonomía entre las diversas voces actuales de China... En resumen, se trata de un grupo muy especial de autores, una generación en su apogeo, y sus obras representan el escenario literario de Kunming y de China en la actualidad, y también sirven para vislumbrar los variados aspectos de la vida y la existencia chinas en el momento presente.

Este es el comienzo de su viaje al mundo.

Chen Peng 陈鹏

Nació en 1975 en Kunming, provincia de Yunnan. Fue futbolista profesional de segundas ligas. Es presidente de la Asociación de Escritores de Kunming y director de la Academia de Letras Taetea. Ha recibido numerosos galardones literarios entre los que se encuentran el Premio Octubre, el Premio Internacional Mekong y el Primer Premio de las Artes de Yunnan. Ha publicado las novelas El cuchillo, Jaque mate, El invierno pasado, etc., y Quién no adora a Paul Scholes, una antología de cuentos con tema de fútbol. Su novela corta La muerte de Camus fue traducida al español (Simplemente Editores 2020).

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你好,桑丘·潘沙

Hola, Sancho Panza

Chen Peng

Como un árbol plantado junto al agua […] En tiempos de sequía sus hojas no se marchitan y seguirá rindiendo frutos.

Jeremías 17:8, Antiguo Testamento

Se recomienda conocer Madrid, pero nosotros decidimos ir a Barcelona. No solo está junto al mar, es también la ciudad de Gaudí, de Picasso. Y, por supuesto, es la ciudad de Lionel Messi.

El tercer día, al salir de la estación de metro, nos recibió un anochecer apenas interrumpido por unos cuantos haces de luz. Era como si alguien hubiera lanzado un puñado de arena al aire. Las calles eran amplias, los peatones, escasos. Y yo me sentía como transportado a la época del rey Carlos I.

Guiados por GoogleMaps, caminamos hasta la costa. No eran las siete aún pero ya no se veía el mar; era noviembre, el sol se ponía y salpicaba con sus últimos rayos las olas que lamían la orilla. La playa no se extendía por mucho y la arena podría haber sido más fina. A nuestra izquierda había un puerto atestado de pequeñas barcas pesqueras, blancas como la nieve y con las velas bajas. El sol tramontaba, arrancando destellos de atardecer al bosque de mástiles mientras las gaviotas que circunvolaban el cielo soltaban graznidos tenues como bocanadas de humo. Nos quitamos los zapatos y luego los calcetines para sentir la arena bajo nuestros pies descalzos. Suli iba a mi lado, guardando la misma tibia distancia de los últimos tres días. Tres días en los que cada quien dormía en su propia cama. Ya no éramos dos jóvenes.

No muy lejos de nosotros, unos muchachos jugaban volleyball de playa. Dos contra dos, que es la alineación estándar del deporte. Suli quiso ir hasta la orilla para mojarse los pies en el agua. Yo solté un suspiro y, vigilando desde lejos su silueta, me dirigí hasta la red de volleyball. La brisa le levantaba el largo vestido color rosa pero ella lo aferraba con una determinación que no le hacía perder la elegancia.

Las dos parejas que jugaban al volleyball eran muy jóvenes (trece o catorce años, niños aún). Los cuatro usaban pantalones cortos y ninguno tenía camiseta. Su piel era blanca y lustrosa y en sus vientres se advertía claramente los surcos de abdominales, como una barra de chocolate. La precisión del servicio y la fuerza de los remates me hicieron preguntarme, admirado, si unos niños a esa edad ya eran capaces de jugar a ese nivel. Suli no era más que un punto en la distancia. No estaba ni a cien metros de mí, pero en esa playa semidesierta parecía inalcanzable. Pronto se perdería de vista. Yo no lograba determinar si seguía recorriendo la orilla o no, quizás solo estaba allí de pie, contemplando la inmensidad del mar. Me di vuelta y vi las sombras desdibujadas de los chicos correteando de aquí para allá. De golpe, percibí la pelota silbando en mi dirección y en un acto inconsciente alargué la pierna derecha y, sin aspavientos pero con soltura, la recibí con el empeine e hice que aterrizara en la arena. Sentí mi

LITERATURA 文学 9 www.dangdai.com.ar

pie descalzo arder allí donde había impactado la pelota. Ardí yo entonces, pero de ganas de jugar fútbol. Estaba en España, en la Barcelona de Messi. El gran Messi. Deberíamos ir mañana al Camp Nou1

Uno de los chicos llegó corriendo hasta mí y a través de los rayos de una luna que ascendía por el cielo me hizo señas para que le entregara la pelota. Dominé con el arco interior del pie el esférico, elevándolo apenas para que quedara a la altura del pecho y aterrizara suavemente entre los brazos del chico. Una risa le iluminó el rostro. Era la viva imagen de la juventud catalana, cálida y sencilla.

—¡Hola! —me saludó alzando la voz.

—¡Hola! —le respondí también en español.

El chico soltó una sarta de bisbiseos sibilantes en español. Le pregunté si hablaba inglés.

—¡Claro, hombre! —contestó en inglés—. Te decía que sabes cómo darle al balón.

—Solía ser futbolista.

—Pero, tú eres chino, ¿no?

Sentí una punzada de incomodidad, pero no tuve otra que aceptar que sí, en efecto provenía de uno de los países con el peor addy en todo el mundo.

—¡Claro! Wu Lei es chino, ¿cierto? Él juega en el Barça, ¿no?

—Sí, es chino. Pero juega en otro equipo, en el RCD Espanyol.

—Mi papá lo ama. No dije nada.

—¡Nos vemos!

—¡Adiós!

Los chicos siguieron jugando al volleyball a la luz de la luna, parecían cuatro duendes translúcidos. El cielo se tornó negro sin que yo me diera cuenta.

Ahora, es mi deber decirles —decirnos—que, así como en ese atardecer las cosas resultaban indescifrables en medio de la oscuridad, ahora mismo este relato y lo que me lleva a escribirlo me es esquivo. Solo sé que debo apurarme a escribirlo. Eso que llaman desahogarse. Solo que este es diferente a mis relatos anteriores, estas letras van a tientas en medio de la bruma; y ese yo —me refiero al Chen Peng que escribe— es ahora inevitable.

No huyamos, pues. El novelista ha de ser honesto. Sí. Me deshago de la ficción, me escribo a mí mismo, a mí mismo y a nadie más.

¿Está bien?

Caminé hasta donde se encontraba Suli. La brisa marina soplaba fuerte y el rosa de su vestido cobraba tintes azulados mientras que su largo cabello ondeaba al son del viento. Había perdido toda gracia y ahora solo se veía frágil y aterida de frío. Temí que fuera a resfriarse. Me llegó su aroma y pensé que de espaldas parecía un niño. Quise abrazarla por detrás, como hace Jack con Rose en Titanic, pero no lo hice. Deseché el pensamiento con la premura y el pasmo de quien traga una espina de pescado que siente atascada en la garganta.

Cayó el sol y la luna se deshizo entre las olas. Le pregunté a Suli si no quería recoger un par de conchas de la playa. No, fue su respuesta. ¿Qué hacemos, entonces? ¿Qué quieres que hagamos? Ella había calculado la velocidad de crecimiento de la marea; más o menos cien metros cada segundo. ¿Y eso se puede medir? Le pregunté. Ella fijó la mirada en la luna, el rumor del mar perdía sentido con cada ola que pasaba. ¿No vas a seguir jugando con ellos?, quiso saber Suli. No me interesa, no es fútbol. Ella no dijo nada. Yo tampoco. ¿Cuál fue el técnico que dijo que el fútbol era una religión? Mourinho, le contesté. ¿O sea que ese Mourinho lo que quiso decir fue que si profesas la fe de fútbol entonces no puedes adherirte a otras religiones? Quizás, contesté y luego solté una risa que seguro me hizo quedar aún más como un imbécil. Lejos, los chicos que jugaban al volleyball eran retazos imprecisos rodeados de oscuridad, incluso sus gritos nos llegaban embrumecidos por la noche.

El viento nocturno arreció. Estiré un brazo y tomé a Suli por la cintura pero ella ni se inmutó. Sentí su carne firme bajo mis dedos; su cuerpo era aún joven, cálido y terso.

Abandonamos la playa y nos adentramos en una larga avenida. Casas en su mayoría de techos planos y generosas terrazas que, bañadas por la luz de la luna y de los escasos postes de luz encendidos a esa hora, parecían un leopardo nevado agazapado y al acecho. La cuadra entera estaba sumida en una espesa oscuridad.

Evidentemente, hicimos este viaje antes de que la pandemia se desatara; no voy a divulgar la fecha exacta, pero un día, sin más propósito que el salir de Kunming y sin ningún destino en concreto, compré un boleto de avión que resultó ser a Barcelona. Después iríamos a Madrid o a Lyon, o quizás regresaría-

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1 El Camp Nou es el estadio del Club de Fútbol Barcelona y una Meca para sus hinchas.

mos antes de lo presupuestado. Estábamos empezando a vivir la treintena y ya parecíamos una pareja de ancianos… seis años llevábamos de pareja. Ocho si contábamos el noviazgo. En el transcurso de esos ocho años habíamos perdido a dos hijos.

Uno había muerto prematuramente a los seis meses de nacido; el otro fue un aborto espontáneo. Entre la muerte de uno y de otro pasaron escasamente tres años. Es muy poco tiempo, tres años. Venir a Barcelona fue idea mía, ella quería ir a Atenas pero yo me negué. Así se zanjó el asunto. Suli no solía discutir conmigo ese tipo de cosas; claro, que no dijera nada no quería decir en lo más mínimo que no tuviera sus reparos al respecto. Tal vez la indiferencia que sentía hacia Barcelona fuera precisamente debido a su aversión por el fútbol. ¿Messi le caía así de mal precisamente porque no me soportaba a mí? No lograba entenderlo. Y estaba exhausto, no daba más. Aquello que se agitaba en mi interior con la turbulencia del océano pareció aquietarse un poco luego de que llegamos a Barcelona, pero seguía sin saber a dónde dirigirme.

—¿A dónde vamos? —preguntó Suli.

—A dónde nos lleven los pies —le contesté.

—Todavía es temprano.

—Cierto. Acá anochece muy rápido.

—De haberlo sabido nos hubiéramos quedado en un sitio más por el centro. Podríamos tomarnos algo cuando se nos diera la gana.

—¿Quieres ir a tomar algo?

—Ayer quería. El vino español es muy bueno.

Mi idea inicial era dejar pasar las horas al lado del mar y ver el cielo ir del amarillo de la tarde al arrebol del ocaso, pero el negro de la noche se instaló con una rapidez inesperada y con la luz del día también se esfumó el atractivo de la playa.

—¿Tienes hambre? —quise saber.

—También tengo sed —fue su respuesta.

Señalé un café unos treinta metros más allá. Una “P” en luces neón y lo que le seguía parecía deletrear la palabra “perla” en inglés.

—¿Ese?

—Bueno.

Entramos a un lugar que parecía sacado de una novela de Hemingway: una cantina larga y estrecha que se ensanchaba en la parte de atrás. El pasillo de entrada era espacioso, con un total de cinco mesas, una barra a la izquierda y la entrada se le oponía perpendicularmente; un mesero joven y apuesto que atendía tras la barra me trajo a la mente al Nick Adams de Los asesinos. ¿Se habría escapado de Estados Unidos y dio a parar aquí?

La pared opuesta a la barra lucía una enorme pantalla de cristal líquido. Pasaban un partido de fútbol. En un rincón había dos ancianos españoles comunes y corrientes. Una copa de vino reposaba sobre la mesa frente a uno mientras que el otro tomaba café de una taza. Este era al que más se le notaban los años y a pesar de su cabeza reventada de rizos negros, su cara estaba transida de arrugas y una ostentosa papada le colgaba de la barbilla. El que tomaba vino era rollizo y cuando respiraba abría mucho la boca e inflaba la barriga como si se quedara sin aire. Ninguno despegaba la mirada del televisor. Cada vez que el equipo de uniforme blanco y azul cometía algún error, el anciano rechoncho sacudía vigorosamente su enorme cráneo y refunfuñaba una sarta de improperios en un español que no entendíamos; supuse que sería algo del estilo de “imbéciles de mierda”.

Nos sentamos en una mesa del centro. Desde ahí se veía el partido con claridad, ¿por qué esos dos viejos habían decidido sentarse en un rincón? ¿Costumbre? ¿Serían clientes habituales? Supuse que sí, seguro habían hecho de esa mesa apartada su lugar predilecto, su espacio. Igual que Hemingway tenía el suyo en el Café De Flore en París.

—¿Qué comemos?

—Lo que quieras—. Estaba cansada. Habíamos caminado bastante. Muy cansada estaba.

Me dirigí a la barra.

Para mi gran alivio, el apuesto Nick no solo hablaba inglés sino que era bastante competente. Me entregó amablemente un menú y se apresuró a explicarme que hoy solo estaba él tras la barra, por lo cual apenas llegamos quiso venir a atendernos pero justo había recibido una llamada. “Era mi novia… en fin”. Se disculpó varias veces.

Afortunadamente, el menú también estaba en inglés. Pedí un plato de ensalada, una tortilla española, garbanzos con chorizo, un plato de paella y una serie de postres. Todo maridado con una botella de vino tinto. Quise saber si la paella era muy salada. Lo justo, respondió él. Pregunté si era suficiente para dos personas. Él me recomendó añadir un plato de pasta. Decidí hacerle caso a Nick. Era un joven refinado y cortés, su mirada era limpia y tenía un aire al Hemingway de los años treinta del siglo pasado, pero barcelonés. Le pregunté quién jugaba pero él confesó no tenerlo claro y me aconsejó preguntarles a los dos viejos. Le agradecí y volví a la mesa.

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—¿Sabes quién juega?

—¿Tú no sabes?

—¿Será el Espanyol? No, no puede ser, no está Wu Lei. El uniforme se parece…

—…

—El otro, los de rojo… ¿Granada? ¿Bilbao?

—A mí no me mires.

—¿Lo puedes googlear?

—¿Qué?

—Que si puedes buscar en Google quién juega en la Liga Española hoy.

—No.

—No te molestes, ¿no puedes hacerme el favor de buscarlo? Sabes que no tengo instalado Google en el teléfono…

—No estoy molesta, solo no lo quiero buscar.

—Bueno.

No volvió a prestarme atención y se dedicó a deslizar el dedo a lo largo de su grupo de amigos en WeChat. Desde que entramos al café ya estaba conectada al wifi.

El partido estaba aburridísimo. Esto no podía ser la Liga Española. Por mucho habría unos tres mil espectadores en el estadio, las gradas estaban desiertas. Los del equipo de azul y blanco, a pesar de mostrar una clara superioridad en la cancha, se demoraban en jugar muy abiertos por la banda y no parecía que fueran a meter un gol pronto. El nueve era un mediocampista al que le faltaba garra. Nick nos trajo la comida. El vino no estaba nada mal y el chorizo olía delicioso. ¿Quién contra quién? Suli dedicaba toda su atención a comer y no me miraba ni a mí ni al televisor. ¿Serían de la segunda, la cuarta división? ¿Un amistoso? Por más que me estrujaba los sesos, me era imposible llegar a cualquier conclusión y poco a poco fui perdiendo interés en el partido. Mientras tanto, los viejos en su rincón soltaban un comentario de vez en cuanto o se rendían ante la sacudida de un suspiro, y cuando el error era craso, se desvivían en una ristra de palabrotas. El nueve había quedado solo contra el portero y falló. El pase del otro mediocampista, el diez, le quedó largo y no tuvo espacio para recibirlo. El nueve estaba en el área, cara a cara con el portero. Anda a saber por qué se decidió por ladearla, pero la pelota ya rozaba el palo izquierdo y lo pasaba de largo como un ave que emprende el vuelo.

—¡Mierda! —vociferé.

—No grites.

—Yo la habría metido.

—Por favor, Chen Peng, estamos en Barcelona.

—Un tiro así tienes que hacerlo al ángulo del fondo.

Suli se cruzó los labios con un índice y en su rostro afloró una expresión entre apática y altiva. Sabía de sobra que ella no podía ver a un futbolista bañado en sudor y no considerarlo un idiota, un organismo unicelular que no tenía nada mejor que hacer que perseguir a los tumbos una bola. Lo que ella no entiende es que el fútbol es también una religión. No crean que no sé que desear a una mujer que no solo aprecie sino que se apasione por este sacrosanto deporte es en realidad pedir demasiado.

El equipo blanco y azul —al cual llamaremos el equipo A— mantenía una clara superioridad en el campo, mientras que el equipo B, que iba de rojo, se empeñaba en conservar una férrea defensa que frenara las ofensivas constantes de su rival. El equipo A, empero las constantes oleadas de ofensiva, no lograba hacer gol. No es que le faltara técnica al delantero número nueve, era su confianza la que se desmoronaba y para aquel entonces no le quedaba iniciativa, motivación ni garra. ¿Por qué el técnico no hacía el cambio de una vez?

Cada vez se oía con más claridad a los dos viejos resoplar. Al flaco de pelo negro, el que tomaba café, se le había ido ensombreciendo el semblante; apenas había empezado el partido aún lanzaba gritos de indignación, pero ahora estaba impávido como una gárgola, los puños crispados y las pupilas imantadas en la pantalla del televisor. La mala suerte quiso que el número nueve perdiera nuevamente una buena oportunidad de anotar. El flaco se limitó a manotear varias veces como si estuviera espantando a una nube de moscas. El gordo estampó un puñetazo sobre la mesa y soltó una retahíla que parecía no tanto un hombre escupiendo quejas en español sino una ametralladora vomitando un cartucho de municiones. Adiviné que debía tener unos sesenta años, por lo menos. Podía incluso llegar a los ochenta. Ya no estaba en edad de ir al estadio.

—Ya ha pasado antes que un equipo bajo presión repunte de la nada, ¿sabes?

—…

—¿Me escuchaste?

—Te oí. Esta paella no está nada mal. —Está rica.

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—Sí, será mía.

—Cómela toda si puedes. Debes comer más.

Habían pasado tres días sin desacuerdos entre nosotros. Ni una discusión ni una pelea. Ella procuraba cuidar mi imagen y no dejarme mal parado frente a los demás; por ejemplo, a pesar de que su inglés superaba con creces el mío, no era ella quien se comunicaba con los locales. Así velaba Suli por este adulto acomplejado y a mí se me aguaban los ojos del agradecimiento. En este par de días habíamos recorrido la ciudad a pie y visitado Casa Battló y la Sagrada Familia. Ella la había pasado de maravilla, moría por la arquitectura contrahecha de Gaudí. Por las noches regresábamos al hotel, hervíamos un paquete de fideos instantáneos, le añadíamos un huevo cocido en soya y vinagre y cada quien se iba a dormir a su propia cama. Cuando me levantaba en mitad de la noche para ir al baño y advertía la silueta contrahecha de Suli bajo las sábanas, me asaltaba la impresión de estar contemplando un cadáver.

—¿Es la Eurocopa? —dijo ella de pronto.

—No, no. La Eurocopa la juegan países, estos son clubes.

—Pues debe ser entonces la Liga Española.

—No creo. Es más, estoy seguro de que no.

—Ya sé, es la Champions.

Le expliqué que tampoco era posible, porque cuando pasaban las repeticiones en cámara lenta no se veía el logo de las cinco estrellas características de ese torneo por ningún lado en la pantalla.

—Pregúntale a él, entonces.

—¿A quién?

—Al mesero.

—Bueno.

Me dirigí hacia el apuesto Nick y se lo pregunté pero él tampoco tenía idea. No le interesaba el fútbol.

—¿Un español que no le gustaba el fútbol? —me asombré.

—Lo lamento —dijo y soltó una risa que acentuó aún más su atractivo—. Sepa que tampoco todos los españoles somos hinchas de Messi.

—Pero si Messi le dio todo a esta ciudad. Renombre, turismo, futuro…

—Esa es su opinión.

—Pero, ¿no tengo razón?

—No, no. Tan solo le digo que hay españoles a los que no les interesa ni el fútbol ni Messi.

Me aconsejó que fuera a preguntarle a los viejos que, en efecto, eran clientes habituales y acostumbraban irse casi de madrugada.

—Viven en el barrio, además uno de ellos… —pero Nick dejó la frase a la mitad.

—¿Uno de ellos…?

Nick parpadeó varias veces y dijo:

—Es una persona muy reservada, no le gusta que anden por ahí diciendo quién es.

—¿Es decir…?

—Mejor vaya usted y pregúntele. Es mejor así y yo no me pongo a hablar de lo que no me toca.

—¿Es un futbolista? ¿Uno famoso?

—Disculpe, señor —Nick soltó otra risa que le sonrojó las mejillas —si quiere saber, pregúnteselo.

—¿Tienes amigos que jueguen al fútbol? —le pregunté, reacio de ir a la mesa donde estaban los dos viejos.

—Claro, tengo muchos. Todos los fines de semana van a jugar, pero a mí de verdad no me gusta. Prefiero quedarme en casa tranquilo, oír música, leer un libro. No me agrada la idea de quedar bañado en sudor después de estar corriendo de un lado al otro de una cancha. Además, es un deporte bastante riesgoso, varios de mis amigos se han roto huesos jugando.

—¿Y tus amigos siguen jugando después de lesionarse?

—¡Obvio! —dijo y esta vez me uní a su carcajada. Le conté que jugando en los torneos amistosos de Kunming en una ocasión me había roto una pierna trágicamente (y que había escrito un cuento corto en el que contaba esta tragedia personal. El cuento se llama El mediocampista de noviembre).

—A usted le encanta el fútbol, ¿no?

—Hasta la muerte.

—Espero no ofenderlo, pero precisamente es por eso que no me gusta. Se lesionan, una y otra vez, pero siguen jugando como si el partido fuera su propia vida y las opciones fueran ganar o…

—¿O morir en el intento? —dije y Nick soltó una nueva carcajada que reveló dos hileras de dientes blanquísimos como conchas de mar. En verdad era muy guapo, me sorprendió que Suli no hubiera reparado en él con más atención.

—O morir en el intento, exacto.

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Regresé a nuestra mesa y vi que Suli había desistido de la paella luego de comerse la mitad y ahora estaba enfrentando el plato de pasta. El flaco de pelo negro había estirado las piernas por debajo de la mesa y se había cruzado de brazos. Pude ver que tenía puestos dos zapatillas New Balance color gris. Era un modelo de hace años. Desde que habíamos entrado, el viejo no había siquiera dirigido una mirada en nuestra dirección y no parecía siquiera advertir nuestra existencia. El gordo, en cambio, le echaba a Suli un vistazo de vez en cuando. El partido se había avivado. El equipo A se estaba viniendo a pique y el B aprovechaba para contratacar, habían tenido al menos tres oportunidades de gol en los últimos minutos.

—El mesero me dijo que uno de ellos fue futbolista.

—¿Profesional?

—Sí, parece que fue de los grandes. Me imagino que en sus tiempos jugó acá en Barcelona.

—Ya veo. Normal, ¿no?

—No me quiso decir quién era.

—¿Y te interesa?

—Pues claro.

—Ve y pregúntales entonces. Invítalos a tomar algo.

Pero no me sentía cómodo comunicándome en inglés. ¿Qué más daba reunir el valor para ir y hablarles si no nos entendíamos? Además, me preocupaba no lograr entender su inglés, que muy posiblemente hablara con un fuerte acento español. El flaco hacía rato que no se movía de su posición: las piernas estiradas y los brazos cruzados. La decepción le agravaba el rostro. Ese era el futbolista del que no había querido hablar Nick, se veía en su complexión atlética, propia de un deportista de este calibre. Además, cada vez se me parecía más a Zico. ¿Pero de quién se trataba? ¿Quién había jugado en el Barcelona y que correspondiera con la edad? Me devané los sesos pero no se me ocurría nadie. No había seguido tan de cerca el fútbol español.

—Ve, pregúntales.

—Pero…

—¿Qué te preocupa?

—Que no me salgan las palabras.

—¿Ahora resulta que no sabes cómo hablar con la gente?

—Pues sí.

—No te va a pasar nada. Si te animas a ir, vas a ver que todo va a estar bien. Bueno, claro, si no vas es como si no te hubieran salido las palabras. Te entiendo.

—Me parece que no del todo.

Suli soltó una risa seca llena de implicaciones. Una bola de spaghetti colgaba de su tenedor. A ella le encantaba comer pasta así, no tomando porciones pequeñas sino abultando la pasta en madejas que se tragaba enteras de un bocado.

—Ve. No te hagas tan de rogar.

—No digas eso.

—Pero si cuando se trata de fútbol no te lo piensas ni medio segundo.

—¿Te parece?

—Ve.

Nick me indicó con un gesto que podía acercarme a la mesa donde estaban sentados. No moví un músculo. No lograba entender qué era lo que me retenía. Ya ni siquiera estaba pendiente del televisor. El partiducho amistoso entre dos equipos desconocidos me traía sin cuidado y en cambio ahora hacía cálculos en mi mente: si tenía sesenta, entonces hacía al menos cuarenta años que se habría retirado. Coincidía con la generación de Zico. ¿Pero quién era? Di Stéfano ya había muerto, y en Madrid. ¿Paco Gento? No, no podía ser. ¿Hugo Sánchez? Tampoco. ¿Emilio Butragueño? No, no. La verdad, no tenía idea. Ahora, ¿quería tener idea? Si ni lograba reconocerlo, ¿para qué ir y hablarle? Era como si dos españoles se encontraran en un bar en China con una estrella de ping-pong como Jiang Jialiang o Chen Longcan, ¿qué sentido tendría ir a saludarlos si no sabía ni cómo se llamaban?

Nick entonces dejó la barra y se acercó a la mesa de los dos viejos.

Sentí el corazón desbocarse en mi pecho. Esto no me pasaba nunca. ¿Cómo era que podía parar a cualquier español en la calle para preguntarle dónde había un baño o cómo llegar a un museo y ahora me asaltaba un súbito ataque de pánico escénico? Esos dos viejos barceloneses de apariencia apacible no eran muy diferentes a cualquier transeúnte que me encontrara por la calle.

—Si yo estuviera en tu lugar, iría a hablarles y ya.

—¿Sí?

—Tan simple como ir y hacerlo.

—Pero tienes que ayudarme.

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—¿Ayudarte? ¿Y a qué?

—Con el inglés.

—Pero esto no tiene nada que ver con el inglés.

—¿Y con qué tiene que ver, entonces?

—Pues con el fútbol.

—Ya sé que no te aguantas el fútbol, y tú sabes tan bien como yo que no hablo de otra cosa, por eso…

—Por eso vinimos a Barcelona y no a Atenas.

—¿Estás molesta?

—Ni siquiera vale la pena estarlo. La he pasado muy bien este par de días, me encanta Gaudí.

—¿Me estás siendo sincera?

—Claro que sí.

—Anoche, bien tarde, como a eso de las tres… ¿estabas llorando? —le dediqué una mirada a Suli.

—Por supuesto que no —dijo mientras se llevaba una bola de espagueti a la boca. El bocado era demasiado grande y la salsa de tomate le manchó los labios, dándole por un instante un aspecto feroz— Yo creo que estaba teniendo una pesadilla.

—¿Me quieres contar?

—No me acuerdo.

—Yo anoche soñé que volvíamos a nuestra primera casa, en Beijing, ¿te acuerdas?

—No hables de eso. No es algo que haga falta mencionar. Chen Peng, de verdad, no me interesa.

—Está bien.

El ambiente se había enrarecido. Me arrepentí de haber empezado a hablar de las tonterías que se me presentaban en sueños. Pero ¿en realidad lo había soñado o habían sido imaginaciones mías? Pero estaba seguro de haberla oído sollozar la noche anterior. Gimoteaba como una niña pequeña y yo no supe si estaba dormida o despierta, así que, tras dudar por un rato, de pie en medio de la oscuridad, frené el impulso de ir y abrazarla. Era como si ella fuese una trampa. Frente a mí, su blanco contorno era frágil como un diente flojo a punto de caerse. Estuve parado, inmóvil, respirando la opresiva y árida atmósfera que reinaba en el cuarto de hotel hasta que decidí volver a la cama. Me quedé dormido sin darme cuenta.

Nick, de pie junto a la mesa de los dos viejos —un mesero no podía ir tan campante a sentarse junto a los clientes— les hablaba en voz baja. Se dirigía en especial al flaco, para lo cual tenía que agacharse bastante y así conseguir que el hombre, que se mantenía inmóvil, lo oyera bien. Era como un hincha de Messi que no podía evitar querer arrodillarse ante su ídolo. El corazón me dio un vuelco cuando vi que el apuesto mesero apuntaba en mi dirección. Uno de ellos, el rollizo, nos dedicó abiertamente la mirada y saludó con la mano lanzando un ¡hola! en español. Le devolví el saludo en su lengua. El otro, el delgado, apenas alzó un poco los párpados con aire misterioso. Sentí una punzada en el pecho. Nick se acercó a nosotros y me dijo en un susurro que no les gustaba que los interrumpieran si estaban viendo un partido.

Le agradecí su gestión.

—¿Estás molesto? —me preguntó Suli. Ya casi había barrido con el plato entero de pasta.

—No.

—Claro que sí, se te nota.

—¿Y a cuento de qué debería molestarme?

—Te conozco, que no se te olvide —me dijo—. También estás molesto conmigo.

—¿Cómo voy a estar molesto contigo?

—Pues porque no te presté mi teléfono ni te quise ayudar a ir y hablar con ellos.

—Da igual.

—Está bien. Si de verdad quieres saber quién es, te ayudo.

—No hace falta.

—Ve y los invitas a tomarse algo. Seguro les va a dar gusto. Además —añadió—, el gordo no me ha quitado el ojo de encima desde que entramos.

—No pasa nada, en serio.

Empujé mi plato de pasta y se lo puse enfrente a Suli. La salsa estaba deliciosa, tenía un leve aroma a canela. El vino también era exquisito; sentías cómo el bouquet te inundaba las papilas cuando entraba en contacto con la lengua. En Kunming habría sido imposible tomar un vino de esa calidad a ese precio.

—¿Te acuerdas de la vez pasada que te acompañé al campo en Haigeng? —preguntó entonces.

—¿La vez pasada? Si no has ido más de dos veces…

—Me refiero a la última vez.

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—¿La cancha número cinco?

—Sí, la vez que te caíste, ¿te acuerdas?

—Sí, me acuerdo.

—¿Te acuerdas de que salí disparada al campo para ayudarte cuando pasó y me mandaste a la mierda?

—No te mandé a la mierda, nunca te dije eso.

—¿Ya te olvidaste? Qué memoria selectiva que tienes…

Claro que no me había olvidado. Apenas caí al suelo, Suli entró en la cancha como un caballo asustado. Todo era un teatro, una simulación que me encargué de exagerar. Tenía esperanzas de que el árbitro me valiera un penal, pero con la irrupción de Suli en el campo de juego todo mi espectáculo se desinfló y para calmarla y demostrarle que estaba bien tuve que ponerme de pie como si no hubiera pasado nada. La dejé inspeccionar un raspón en mi pantorrilla, que ni siquiera ardía. Al ver esto, el árbitro canceló el penal que ya me había concedido. Saqué a Suli a los gritos de la cancha y poco me faltó para arrastrarla fuera del campo.

—Ya te lo he explicado antes. Cuando hay un partido en curso, las tribunas no pueden meterse al campo cuando les parezca.

—¿Sabes por qué me metí a la cancha?

—Sí que lo sé. Y te lo agradezco, Suli.

—Por eso es que dejé de ir a verte jugar.

—A ti nunca te ha gustado el fútbol.

—Es cierto.

—¿Qué te gusta entonces? ¿Ir a correr, el yoga, la natación?

—Siento decepcionarte pero a mí no me ha gustado nunca —y nunca es nunca— ningún deporte.

—No estoy decepcionado. No te tienen por qué gustar los deportes.

—¿En serio piensas eso?

—Sí, es lo que pienso.

—¿No te ha dado por pensar un poquito más? ¿Pensar cómo me sentía cuando me despertabas a las seis de la mañana para ir a correr? ¿Cuántos eran? ¿Dos, tres kilómetros todos los días?

—Lo siento.

—¿Qué es lo que sientes?

—Solo lo siento, disculpa.

Ella no dijo nada, se llevó a la boca el último bocado de espagueti y se acabó de un trago media copa de vino.

Yo tampoco dije nada más.

Fijé los ojos en la pantalla del televisor sin reparar en el partido. Ya no me importaba cuánto iba el marcador, que un equipo declinara y el otro repuntara me traía sin cuidado. Eran tan solo un puñado de imbéciles organismos unicelulares. Malparidos. Sentí un vacío de silencio como un globo en la garganta. Vi que el viejo gordo le decía algo al flaco. La actitud del segundo me exasperó, se comportaba como uno de esos déspotas arrogantes a los cuales les interesa poco o nada lo que tienen que decir los demás.

Me puse de pie y fui a pagar la cuenta, aunque aquí no sea esa la costumbre. En todos los bares, lo que se solía hacer era meter en una copita dorada la cantidad del consumo más una propina y eras libre de partir sin más del local. Claro, los meseros siempre tenían el gesto de devolverte el cambio exacto y tú decidías si dejar o no propina.

Por ello, Nick pareció sorprendido cuando recibió de mis manos el dinero. Sin embargo, lo hizo en el acto con su habitual sonrisa, me dio las cuentas en inglés y en voz alta: dieciocho euros. Le di veinte. Me dio dos de cambio y yo le dejé un euro de propina.

—Se lo agradezco mucho.

—Ahora sí, dime, ¿quién es?

Él sacudió de un lado al otro la cabeza.

—Lo siento mucho, no puedo.

—¿Es de la generación de Zico? ¿Jugó con la selección española?

—De verdad, no puedo, lo lamento.

Me di la vuelta y fui directo a su mesa. Mientras me aproximaba, no dejé de fijarme en el flaco con la mirada. Mis dudas se habían disipado y ahora tenía la plena confianza de que entendían y hablaban el inglés sin problema. De lo contrario, Nick no habría ido a preguntarles si accedían a hablar conmigo.

Ay, llegados a este punto en mi relato no sé muy bien cómo terminarlo. Yo sé que la conclusión de un cuento no es poca cosa. También sé que Suli tiene la sospecha de que hay fragmentos en mi historia que ventilan la privacidad de nuestra relación y por ello en ocasiones pareciera que se opone tanto a

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que juegue fútbol como a que escriba novelas. Hay tantas obras maestras en este mundo, ¿qué ganas de gastar energías en escribir una pila de historias que no van a trascender a la posteridad? A sus ojos, todo lo que no tiene trascendencia es basura. ¿Qué necesidad de sumarle más basura a un mundo agobiado de basura? ¿Qué sentido tiene que haya gente (eso te incluye a ti, que lees esta historia) leyéndome? No lo tiene, en lo más mínimo. Cuando Nietzsche mató a Dios también dio muerte al sentido. La muerte es el sentido, ¿o no? La muerte es tan solo el gigantesco sentido que yace en la omnipresencia del sentido mismo. Ella había llorado. Si mis novelas de mierda no lograban redimir ni cambiar nada, ¿entonces en qué se diferenciaban de una película taquillera, de un guion cómico? ¿Qué sentido había en dejarme la piel en escribir?

Suli siempre tenía la razón.

Pero yo solo puedo escribir. Debo escribir.

La literatura y el fútbol se parecen solamente en que te dedicas y luego te olvidas. Es una manera de aguantar. ¿El sentido no proviene de aquello a lo que te resistes?

Ahora voy a intentar concluir mi historia. Una conclusión bien larga.

Llegué hasta la mesa y con toda la educación les dije que durante muchos años me había dedicado al fútbol semiprofesional en mi China natal. Habíamos venido con mi mujer de vacaciones a Barcelona y quisiera saber quiénes eran ustedes. Me da la impresión de que usted (me dirigí al flaco) fue en su momento un jugador de fama mundial. Era, para mí, un honor conocerlos a ambos.

—Hola, amigo de la China —dijo el gordo luego de soltar una risotada.

—¿Puedo sentarme con ustedes?

—Claro, claro.

El flaco parecía no haber reparado en mi existencia. El fuerte acento castellano con el que hablaba inglés el gordo por fortuna no impedía que le entendiera.

—¿Has oído hablar de Manuel Negrete? —me preguntó.

—México 86, la media tijera en el partido contra Bulgaria… ¿usted…? —estaba boquiabierto.

—Entonces también sabrás que, después del Mundial, Negrete se sumó al Sporting de Gijón.

Le dije que en ese entonces a China no llegaban estas noticias. No fue sino hasta 1988 que la televisión china empezó a pasar los partidos de la Serie A de Italia.

El gordo le dedicó una mirada al flaco. Seguía con ambos ojos —un par de ojos rapaces y ambarinos— imantados en la pantalla del televisor. Su presencia era imponente. Me sentí transportado a mis nueve años, sirviendo de addy para uno de los jugadores profesionales, y no supe poner en claro si ese pequeño era una ficción fabricada por mí o por el novelista Chen Peng.

—¿No te acuerdas de cómo luce Negrete?

—No, la verdad no lo recuerdo. En ese entonces tenía apenas once años y la calidad de la transmisión en ese entonces era muy mala.

—Bien, entonces te voy a contar su historia —el anciano entrado en carnes no era mal orador. De vez en cuando pausaba su relato para, muy a su pesar y casi irrefrenablemente, dedicarle una mirada lasciva a Suli. Todos los viejos españoles que había visto tenían esa misma mirada —¿Qué tal un trago?

Le pedí a Nick una copa de vino.

—La primera temporada de Negrete en el Gijón fue bastante llamativa, pero la segunda se fue a pique estrepitosamente. Fue un desastre. La culpa la tuvo esto… —el anciano dio dos golpecitos a su copa de vino— si no te sabes controlar, esto te destruye la vida.

¿Ese viejo de complexión magra sentado allí en serio era el mexicano Manuel Negrete? ¿El mejor gol en la historia de los mundiales? Carajo, ¿cómo no me acordaba de su rostro? Además, ¿quién no me garantiza que en treinta años envejeció drásticamente? De ser así, el hombre no había cumplido aún los sesenta.

—Un oscuro viernes, el entrenador sacó a un Negrete hecho un desastre del campo antes de lo acordado y este abandonó el estadio antes de que siquiera terminara el partido. No se me olvida nunca… estaba jugando contra el Mallorca —el gordo enderezó la espalda, entusiasmado—. Se largó y se fue derechito a un bar. Regresando ya muy de noche a su casa, se estrelló contra un autobús.

Sentí un vacío en la boca del estómago.

—La gente no se aguanta una historia sin ir directo al grano, ¿no? —el gordo dio un trago a su copa de vino y chasqueó la lengua—. Pero ¿cuál es el corazón de una historia? ¿Una historia es una historia y basta? Y cuando te la terminan de contar no es que todo lo que no fue fundamental deje de ser parte del relato. La única función de un relato es contar su historia y nada tiene que ver con quién la escucha. Como tú y yo, que nada tenemos que ver el uno con el otro —el viejo arrastraba las palabras, divagaba, parecía borracho. El otro seguía sin moverse y solo de vez en cuando gruñía con desaprobación cuando el equipo A (¿sería el Gijón?) cometía un error—. Bueno, el caso es que Manuel Negrete estaba acabado. Se rompió la pierna izquierda y se perdió toda la temporada. Voló de vuelta a México y un año después

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regresó a España para ser entrenador en una liga de jóvenes talento, pero eso también se vino abajo cuando lo pusieron de ayudante del asistente de entrenador. Era el tercero en mando.

—¿Y luego? ¿Qué pasó?

—Nada, esa es la historia de Manuel —dijo el gordo y se acabó la copa de vino de un trago.

¿Así sin más? ¿Esa era la historia del artífice del mejor gol en la historia de los mundiales?

Afuera, la noche estaba cerrada. Quería llamar a Suli para que escuchara al viejo gordo divagar, pero pronto deseché la idea. No estaba seguro de si iba a continuar hablando. A veces, esa mezcla de arrogancia y fragilidad suyas me hacían odiarla un poco. Un mucho, en realidad. Sus llantos en mitad de la noche hacían parte de esa rabia que me provocaba.

La oscuridad nocturna era densa y digna de una noche sin adjetivos; estábamos irremediablemente perdidos en ella. Lancé una mirada furtiva bajo la mesa y atisbé un pie izquierdo enfundado en las New Balance. El mismo pie izquierdo que había dejado boquiabierto al mundo entero en México 86.

—No, ese no es el final de la historia.

Ese hombre delgado, ya entrado en años, hablaba muy bien inglés. No tenía casi acento y hablaba en voz muy baja, despacio, como si tuviera que masticar bien cada sílaba antes de pronunciarla.

—Después conoció a una mujer y te lo juro por Dios que fue gracias a ella que dejó el alcohol. Luego ella quedó embarazada. Escogieron un día para ir a su iglesia —la catedral de Santa Eulalia de Barcelona— con la esperanza de que, luego de atender a la misa, el padre Omar les diera su bendición —dijo esto e hizo una pausa durante la cual el gordo lo miró y negó con la cabeza. Sin prestarle atención, continuó hablando—: Era el tercer día de Semana Santa. La Biblia dice que la Semana Santa no habla solo de la resurrección de Jesucristo sino también de sus penurias. Por ello, Manuel vistió entre sus trajes el más elegante y sus mejores zapatos de cuero para llevar a su mujer a la iglesia. La misa acababa de empezar cuando le dijo que salía por un momento, que ya volvía. No fue al baño, cómo crees. Exacto, salió de la iglesia y se metió en un callejón unas cuadras más allá donde había un bar. Las letras cursivas de laca descascarada que rezaban el nombre Hola, Sancho Panza coronaban la ruinosa fachada del local. No lo olvidaré jamás. Manuel entró y luego…

Lo miré a los ojos.

—Luego de tomarse dos copas de un trago, un par de chicos entraron al bar. Eran hinchas del Gijón y cuando lo reconocieron quisieron invitarle a un trago, y luego a otro y al siguiente. El cielo ya estaba oscuro cuando se obligó a regresar. La misa había concluido hacía rato. Al comprobar que ni el padre Omar ni su mujer estaban allí, se sentó en una de las bancas de la catedral y contempló los vitrales multicolor derramar su luz opaca en todas direcciones. La imagen de la Virgen estaba anegada en lágrimas y la iglesia estaba desierta. Era enorme, nunca había reparado en cuán grande era ni en lo amplia que se sentía. Pronto, la sensación de ebriedad abandonó su cuerpo. Su traje se había arrugado y sus zapatos estaban sucios. No se atrevía a moverse de allí, mucho menos a marcharse. Sintió el miedo apoderarse de él, temió el castigo de Dios, que le arrebatara lo que había logrado recuperar de su vida hecha añicos. Rezó, rezó sin parar hasta que se hizo de noche. Pero su mujer no regresó.

—¿Y luego?

—Luego el celador de la iglesia se le acercó y le aconsejó volver a casa —el hombre ya no me miraba. Guardó silencio y luego prosiguió—: Pero él no se fue. Llegó la medianoche y el vigilante se limitó a sentarse en el banco de atrás, ninguno medió palabra.

Volteé a mirar a Suli.

—Después, se fue. Estuvo yendo y viniendo por unos tres años. Estuvo en el Münich y en el Sporting de Lisboa. Pasados esos tres años, se vino a Barcelona.

—¿Y después qué ocurrió?

Por fin, el hombre giró la cabeza y me miró a los ojos.

—Nada. Hizo trabajitos para una que otra asociación de fútbol y todos los días fue a rezar a la iglesia. Se volvió muy devoto. Oía con suma atención los sermones del padre Omar y se hizo amigo de Rivas, el vigilante. Se veían casi diario y de vez en cuanto este convocaba a los niños de la calle a que vinieran a aprender a jugar al fútbol con él. Este pobre hijo de la chingada, al que el trago le había jodido la vida y Dios lo había olvidado, terminó siendo un buen tipo.

—Pero ¿siguió bebiendo?

Gol.

Fue el defensa número cinco del equipo A quien, en un tiro de esquina, mandó el balón de un cabezazo hasta el fondo de la red. El hombre interrumpió su relato y estampó una palmada contra la mesa seguido de una sarta de español que a mis oídos llegó como una jerigonza incomprensible. El gordo rugió entusiasmado y casi tira al piso la copa de vino. Con una sonrisa pintada en el rostro me miró de frente. Entendí lo que me quiso decir.

—Muchas gracias por su tiempo —les dije a ambos y pedí a Nick otra copa para la mesa.

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—¿Nos vamos? —le pregunté a Suli cuando estuve de vuelta en nuestra mesa.

—Vamos.

Me despedí de ellos con un gesto de la mano. El gordo me lo devolvió y el flaco no pareció inmutarse. Salimos del bar. Afuera, la oscuridad lo había engullido todo y el frío calaba los huesos. Se adivinaba en el viento un tufillo a pescado.

—¿Y sí era él?

—¿Quién?

—El tal Negrete.

—…

—¿Cómo nos volvemos?

—Pidamos un taxi.

Esperamos al carro en una esquina, abrazados bajo un farol. Su cuerpo, rígido en un inicio, fue relajándose poco a poco. La suavidad de su carne me transportó a otros tiempos, llenos de bellos recuerdos. Quise besarla pero ella me esquivó.

—Nos queda todavía una semana de vacaciones —le dije.

—No, Chen Peng. No importa.

Guardé silencio.

—¿Para qué vinimos tan lejos? —le pregunté.

—¿Si crees que fuera él?

—¿Quién, Negrete? Pues el otro viejo lo dijo desde el principio, es apenas una historia.

—Una historia hueca.

—No me gustan las historias así.

—Seguro que hubo algunas cosas que no te contó. Algo importante, si no es que lo más importante de todo.

—¿Qué? ¿Que los futbolistas van todos los días a la iglesia?

—No, no creo que sea eso.

—¿Entonces?

—No sé, pero seguro que era importante.

—Es posible.

—Quizás seas tú. ¿O fue él quien omitió lo más importante?

—…

—El hotel queda al lado de esa catedral, ¿no te acuerdas? Desde la ventana podemos ver el campanario.

—Es cierto. ¿Quieres decir entonces que Negrete vivía también cerca?

Estábamos de pie, no nos separaba ni medio metro pero había algo entre nosotros que parecía sacudirnos.

—¿Te dijeron quién jugaba? Negué con la cabeza.

—Era un partido de la UEFA, de la Liga Europea. Málaga contra Estrasburgo. La miré, estupefacto.

—¿Lo buscaste?

Ella soltó una carcajada.

—Ay Suli, mi querida Suli. Seguro que hasta hoy no habías ni oído hablar de Manuel Negrete.

—Mundial de México del 86, el gol de media tijera.

—¿Lo viste por la televisión cuando ocurrió?

Suli negó con la cabeza y dijo:

—Pero, Chen Peng, apenas tenía dos años.

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Traducción de Antonio Rodríguez Durán

Ma Ke 马可

Originaria de Kunming, provincia de Yunnan, editora de la Academia de Letras TAETEA. Ha publicado ficción y poesía en revistas como Jiangnan, Literatura de Hong Kong, Literatura de Beijing, Obras (Zuopin), Literatura de Shanghai y Octubre

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我母亲的婚事

El matrimonio de mi madre

uando mi madre viajó de Mangshi a Kunming, capital de la provincia de Yunnan, para casarse con mi padre, solo llevaba una bolsa de tela y dos mudas de ropa limpia. Su ropa no era nueva, había tomado los dos únicos conjuntos que tenía, los lavó una y otra vez y los puso a secar al sol. Ya era verano, en la escuela habían empezado las vacaciones estivales y muchos estudiantes se habían ido a casa. Mi madre acababa de recibir su diploma y también se preparaba para marcharse. Sentía cierta nostalgia al partir de la escuela en la que había vivido durante seis años.

Mientras secaba su ropa al sol, se sentó a un lado como en trance, mirando las sombras de la ropa bailando sobre el suelo. Su mirada recorrió el muro del patio de la escuela, afuera había algunos tenebrosos y robustos banianos. Miró el patio de recreo donde el viento levantaba polvo, los aros de baloncesto, las mesas de ping-pong de piedra, las aulas de ladrillo rojo, el edificio de la escuela con su techo de hojalata. Todo ello apareció ante sus ojos, como el sonido de una flauta vibrando bajo la fuerte luz del sol.

Mi madre, sentada al sol secando su ropa, no pensaba en mucho. La bandera nacional, erigida en el asta frente al escenario en el patio de recreo, ondeaba al viento, susurrando en el silencioso ambiente. Mi madre nunca había visto a mi padre. Cuando se casaron, ella solo tenía catorce años y lo único que habían visto era una fotografía del otro. En la suya mi padre tenía un rostro severo, unos ojos límpidos y centelleantes, y sus cejas, arqueadas hacia arriba, parecían las alas de un águila.

Cuando vio la fotografía, mi madre no estaba segura de si le gustaba ese hombre o no; apenas tenía catorce años y aún no había pensado con qué tipo de persona le gustaría casarse. Mi padre era nueve años mayor que mi madre, y la fotografía que obtuvo mostraba a mi madre como una joven alta y delgada, con ojos rasgados y finos, ligeramente elevados hacia arriba y sus rasgos eran delicados y bien definidos. El día en que se tomó esta foto, mi madre vestía una blusa blanca de tela gruesa, una falda negra de algodón y en los pies unas toscas zapatillas blancas y unos calcetines blancos de algodón.

Al día siguiente, mi madre subió a un autobús con destino a Kunming. Estaba solo a dos meses de cumplir los dieciocho años, y no sabía qué destino le esperaba. Nunca había viajado en autobús, no solo ella, muchos de sus compañeros de clase tampoco lo habían hecho. No tenían dinero o no se permitían comprar un billete de autobús. Cada vez que llegaban las vacaciones, volvían a casa a pie, caminaban como poco durante tres o cuatro días y como mucho una semana o hasta diez días. Cuando subió al autobús mi madre no se fijó en absoluto en el color del vehículo, o se le olvidó simplemente, tal vez era verde o rojo; de cualquier forma, el color se perdió en sus narraciones posteriores. Solo se fijó en los pedales del vehículo. “Hechos de hierro verdadero dan tranquilidad a quien los pisa”, describiría más tarde.

LITERATURA 文学 21 www.dangdai.com.ar
Ma Ke C

Bajo la guía del conductor, encontró su asiento junto a la ventana. Solo la mitad de la gente estaba a bordo y, mientras escudriñaba el autobús, le llamó la atención un soldado sentado en la última fila, una madre con un niño cerca de la puerta, una pareja al otro lado del pasillo y una mujer mayor al lado de mi madre. La anciana llevaba una túnica azul oscuro y, agitando un abanico de bambú en la mano, la miraba con una leve sonrisa. Mi madre no llevaba equipaje, no pidió al conductor que pusiera ninguna maleta en el techo del vehículo como los demás pasajeros, solo llevaba una bolsa de tela con sus mudas de ropa limpia, su diploma de secundaria y su permiso de migración.

Era una tarde abrasadora, estaba sudando, pero sentía una gran curiosidad por todo y, gracias a su coraje innato para enfrentar las cosas, no tenía miedo en absoluto. Hacía tanto calor que el niño comenzó a llorar, y su madre lo cogió en brazos, le abrió la chaqueta y le metió el pezón en la boca. Los llantos del bebé eran irritantes, pero mi madre contenía el aliento y se mantenía en silencio, inmutable como una roca, ni siquiera oía su propia respiración. Junto a la estación de autobuses había una hilera de casas bajas con techos de tejas y pérgolas de paja al frente que protegían del fuerte sol, había algunas personas vendiendo herramientas de labranza y montículos de paja hechos con tallos de maíz. Cada ráfaga de viento levantaba del suelo una polvareda que llenaba el aire.

Unos veinte minutos después de que el autobús arrancara, un fuerte y penetrante olor hizo que mi madre sintiera náuseas, pero afortunadamente fueron rápidamente disipadas por una racha de aire que soplaba a través de la ventana. Su cuerpo se estremecía violentamente con el autobús, haciéndole recordar cuando montaba en burro. El recuerdo la hizo reír y no pudo evitar mirar a los demás: el soldado había cerrado los ojos, el niño estaba dormido en los brazos de su madre y la pareja, sentados con la espalda recta, discutían sin cesar sus asuntos domésticos. Los ojos de mi madre comenzaron a divagar otra vez. En ese momento, el autobús había comenzado avanzar realmente. Los árboles a ambos lados de la carretera –de un verde exuberante bajo el sol de la tarde– desaparecían mágicamente de su vista. Los lejanos maizales retrocedían en un gesto más suave, mientras que las montañas de color negro azulado estaban congeladas en su lugar, como grandes nubes oscuras que se fusionaban con el de los fuegos de cocina que se elevaba desde las faldas de la montaña.

El autobús de larga distancia tardaría cuatro días en llegar a Kunming. Durante el día, el autobús viajaba por la carretera, y por la noche descansaban en algún albergue. Ella estaba muy agradecida con la anciana que iba sentada a su lado, ella la protegió de manera intencionada durante todo el camino, sobre todo por la noche, cuando dormían en el gran catre del albergue. Siempre hacía que mi madre durmiera en la parte más alejada mientras ella se colocaba al lado de mi madre como un ángel guardián. A menudo había pulgas y chinches en esas camas que viajaban en los cuerpos de las personas, y mientras se alimentaban de la sangre de estas y hacían que los llevaran aún más lejos.

Todos los días, antes de dormir, mi madre siempre colocaba cuidadosamente su permiso de migración bajo la almohada y luego doblaba a conciencia su ropa y sus pantalones y los colocaba en la cabecera de la cama. Toda la vida fue así, nunca dejaba su ropa tirada al azar porque no le gustaba que esta estuviera demasiado arrugada. En la escuela, era miembro del club de teatro. He visto muchas de sus fotografías escénicas de esa época. Guardaba esas fotos, incluidas las que le regalaron sus compañeros de clase como recuerdo de la graduación, en un álbum rojo. Cuando empecé a formar recuerdos y ojeaba estas fotografías, ella ya era una mujer de treinta años, pero aún lucía un aire de niña.

Este aire desapareció cuando llegó a los cincuenta años. Empezó a engordar, a hacerse la permanente en el pelo corto y, como muchas mujeres de su edad, su actitud exudaba osadía e incluso cierta agresividad por exceso de confianza. Sin embargo, al llegar a los setenta años recobró ese aire de su juventud, volvió a ser inocente y cándida, a veces incluso tímida, y también soñadora, como una jovencita. La mayoría de sus sueños tenían que ver con sus recuerdos: de repente recordaba ciertos momentos de su pasado que aparecían en su mente como fotografías amarillentas, tan vagos como el vapor de agua y tan escurridizos como las nubes.

En la escuela había adquirido el hábito de lavarse los dientes todos los días, así que cada mañana en el albergue, tomaba su vasito para cepillarse los dientes. Solo entonces la anciana abandonaba su habitual mirada amable y la evaluaba con extrañeza, pero no decía nada. En esos momentos, la vieja solía sentarse al borde del catre, fumando, mientras esperaba que los demás estuvieran listos para seguir el viaje. A mi madre no le importaban las miradas extrañas que recibía. Cuando todavía estaba en el colegio, sus compañeros siempre comentaban sobre su ropa, decían que, aunque iba vestida con ropa remendada, le quedaba mejor que a los demás, por lo que mantenían que había empleado algún artificio en la ropa, un signo de la diseminación del pensamiento burgués.

Los pasajeros durmieron durante la mayor parte del trayecto, sobre todo porque las sinuosas y continuas carreteras de montaña los mareaban y lo único que pasaba frente a sus ojos eran los picos de los montes, arbustos, árboles y polvo. La carrocería del autobús ya estaba cubierta de una gruesa capa de tierra amarilla, especialmente la ventana trasera, desde la que era casi imposible ver a través del cristal. En este estado de duermevela mi madre tuvo muchos sueños. Soñaba con su infancia, con la madre de su madre y la hermana menor de su madre. Se dio cuenta de que desde pequeña se había

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criado entre mujeres. Al principio, mi abuela la llevó a vivir con su madre, y más tarde con su hermana menor. Estas experiencias le provocaron una suerte de rechazo natural a los hombres. Los hombres eran otra especie, unos salvajes que carecían de compasión y empatía. Eran ajenos al dolor que soportaban las mujeres, solo fumaban opio y apostaban, menospreciaban a las mujeres y no les gustaba estar cerca de ellas porque pensaban que ello los hacía parecer menos masculinos. Precisamente por esto, las mujeres de la familia tenían muchas oportunidades de criticarlos a sus espaldas.

Cuando el río suena, piedras trae: sus críticas no eran infundadas, los ejemplos abundaban. La madre de mi madre, por ejemplo, tenía un marido, es decir mi abuelo, que fumaba opio y apostaba. Mi abuela tenía que hacer ropa y bordados para otra gente a fin de mantener a la familia. Mi abuelo fue irresponsable con su familia no porque mi abuela fuera incapaz de tener hijos, porque incluso cuando él encontró a otra mujer y se volvió a casar (esta mujer era la madre biológica de mi madre), la situación no mejoró en lo más mínimo. Pero creo que mi abuelo dejó a mi abuela en parte por su infertilidad, y en parte porque ella era de un carácter muy fuerte. Y en la versión de mi abuelo de esta historia, posiblemente él no pensaría que fue irresponsable con su familia.

La madre biológica de mi madre se quitó la vida ingiriendo opio cuando mi madre tenía seis meses. El motivo de su suicidio fue que mi abuelo perdió en apuestas todos los ahorros que ella había logrado acumular con gran dificultad. Cada vez que pienso en la madre biológica de mi madre es como si viera un signo de pregunta colgando sobre su cabeza. Calculo que tenía, como mucho, veinte años cuando murió, una edad en la que uno está dando sus primeros pasos en la vida, ¿qué clase de carácter decidido, feroz y resoluto necesita tener uno para acabar consigo mismo de esa manera? Pero las preguntas que hice nunca fueron respondidas, nadie pudo contestarlas, dejándome sin posibilidad de saber qué clase de persona era ella. Todos quienes lo sabían estaban muertos, incluso mi madre se había enterado por otros. Tras la muerte de la madre biológica de mi madre, mi abuelo se vio incapaz de criar a un infante que todavía estaba lactando. Llevó a mi madre en una cesta y se la dio a mi abuela, diciendo que así tendría alguien que la cuidara cuando fuera vieja. “Críala y búscale un marido, cuando seas viaja ella te podrá cuidar hasta el final”. Me imagino a mi abuelo diciendo eso para librarse de las dificultades de criar a una niña pequeña. Más tarde murió de una enfermedad fatal. Alguien le llevó un recado a mi madre diciendo que su padre se estaba muriendo y que debía ir a verlo. Ella se negó, no quería de ninguna manera, en los años en que había sido criada por su madre adoptiva, esta había logrado plantar el resentimiento y el odio en su corazón. No, ella no quería verlo en absoluto. En ese entonces tenía trece años.

Mi madre siempre supo que mi abuela no era su madre biológica y, aunque se refería a ella como “apreciada madre” en las cartas que cada mes le escribía a mi abuela desde la escuela, no la consideraba su verdadera madre bajo ningún concepto. Era solamente un intercambio, pensaba ella, mi abuela la había criado para que pudiera cuidar de ella en su vejez. Cuando mi abuela tomó la decisión de concertar el matrimonio de mi madre, también lo vio como un canje que le daría a mi madre alguien de quién depender y haría que la vejez de mi abuela fuera más cómoda.

Ella no amaba a su madre adoptiva, tampoco a su marido, y menos aún a su padre. Tampoco amaba a su madre biológica que no existía en su memoria. A veces la compadecía, pero eso fue muchos años después, cuando volvió a examinar el pasado. En esos momentos, toda su vida era como una corriente de agua que se derramaba a raudales y le parecía que volvía a experimentarla. La atravesaba con una velocidad extraordinaria, como una cascada que se precipita desde una roca imponente. Muchos momentos banales quedaban suprimidos, dejando que solo algunos acontecimientos decisivos emergieran de forma vívida. Aquellos momentos críticos no eran como los destellos de la luz del sol que ilumina la superficie del río; eran oscuros y sombríos, y traían consigo una miríada de dolores, remordimientos y reproches para el mundo. Pero estos instantes pronto desaparecían.

Desde que me dio a luz, ella volcó todo su amor en mí. No quería que me hicieran ningún daño, no quería que sufriera ni un poco. Pero aún no había desarrollado esas emociones cuando estaba embarazada de mí. Estas estallaron después de mi nacimiento, en el instante en que me vio. En ese instante, su corazón se derritió y una fuerza sin precedentes la liberó de sus sueños de adolescente. Experimentó una suerte de despertar y vertió su amor sobre mí con un frenesí indescriptible, besando mis manos y mis pies como una creyente devota, tomando mis dedos de las manos y de los pies en su boca como si fueran dulces. Se preocupaba de si tenía frío en invierno y calor en verano, cuando soplaba viento, me preparaba una bufanda y revisaba constantemente del cuello de mi ropa para asegurarse de que me envolvía completamente. Tenía demasiado miedo de perderme, de despertar de repente y descubrir que yo hubiera muerto de la noche a la mañana.

Mi madre se despertó en el autobús con un sabor amargo en la boca. Avergonzada se dio cuenta de que, inesperadamente, mientras estaba durmiendo había babeado, y esperaba que nadie lo hubiera notado. Por suerte, la mayoría de las personas que iban en el autobús también se habían quedado dormidas. La anciana a su lado también dormía, y su cabeza se movía de un lado a otro con el traqueteo del vehículo. En cuanto a la pareja, la mujer estaba dormida con la cabeza apoyada en el hombro de su marido. Él, en cambio, no estaba dormido, sus ojos estaban fijos en la ventana. Mi madre también se

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sintió atraída por el paisaje y volvió a posar su mirada en la ribera. Vio que la niebla de la madrugada se había disipado, pero todavía había humedad sobre la superficie del río que le impedía ver el paisaje en la otra orilla. Quizás había pájaros volando en la niebla, pensó. En ese momento, el autobús se detuvo en la puerta de una casa de huéspedes y nuevamente llegó la hora de comer. Cuando estaba a punto de salir del autobús, mi madre dio un grito de terror, como si el alma se le hubiera caído a los pies, y todos en el autobús se volvieron para mirarla. La anciana le preguntó qué le pasaba y ella dijo que había perdido su permiso de migración.

“¿Cómo pudo haberse perdido? ¿El resto de tus cosas están?”.

Ella revolvió sus cosas, todo estaba allí. Recordó que lo había dejado en el albergue, la noche anterior había puesto el permiso de migración bajo la almohada. En la mañana al levantarse, había olvidado llevarlo consigo.

“¿Cómo pudiste olvidarlo?”, dijo la anciana. “Ve y pregúntale al conductor si el autobús puede regresar”.

Mi madre se dirigió entonces a la parte delantera y se lo preguntó al conductor, que en ese momento estaba llamando a los pasajeros a bajarse del autobús para comer.

“Ya estamos en Dali, ¿cómo podría regresar?”, dijo el conductor, “este autobús tiene un horario fijo, y pase lo que pase, no puede regresar”.

“Entonces, ¿qué puedo hacer?”, mi madre estaba al borde del llanto.

Las últimas personas a bordo del autobús se bajaron, solo la anciana se quedó acompañando a mi madre.

“En tal caso, ¿qué te parece esto?”, dijo el conductor experimentado y bien informado, después de pensarlo: “Después de comer, ve a la comisaría a reportar el caso. Dices que has dejado el permiso de migración en el albergue y les pides que te ayuden a contactar a la gente de allí”. Para consolar a mi madre, el conductor añadió: “No puede perderse, basta con que sepas dónde lo has dejado”.

Mi madre consiguió recuperar su permiso de migración, y cada vez que me lo contaba después, decía que los agentes de seguridad pública de aquel entonces realmente estaban al servicio del pueblo. Mi madre repitió esta frase una vez cuando le arrancaron un collar de oro que llevaba al cuello en un mercado de verduras; otra vez cuando ella y mi padre fueron a Chengdu y perdieron cinco mil yuanes en el tren, y otra más cuando perdió su teléfono móvil. Desde la pérdida del permiso de migración y el éxito de la denuncia, mi madre siempre reportaba cada caso, aunque en ninguna ocasión posterior tuvo tanta suerte como aquella vez cuando recuperó con éxito lo perdido.

Solo después de escuchar al conductor mi madre se sintió un poco aliviada y siguió a los demás a la cantina para merendar. Había muy poca comida, pero había suficiente arroz para todos, y como estaba pensando en la denuncia, ella tomó al azar unos cuantos bocados de vegetales salados y se terminó un gran cuenco de arroz. Cuando acabó de comer, quiso ir a la comisaría para denunciar el caso, pero no sabía dónde estaba ubicada, así que fue a preguntárselo al conductor. Él le dijo que tampoco lo sabía y que se lo preguntara al personal de la cantina. Finalmente, un hombre de la taberna que ayudaba en la cocina a preparar los vegetales la llevó al lugar.

Mi madre todavía tiene un recuerdo vívido de la comisaría, pero apenas recuerda al ayudante de cocina. Recuerda que siguió a ese tipo hasta una puerta de hierro tras la que había una casa blanca de dos plantas, con dos habitaciones en cada una. Las puertas de las dos del primer piso estaban cerradas, así que subió al segundo piso, donde ambas estaban abiertas. Se dirigió a la primera y vio a alguien dentro sentado detrás de un escritorio. Entró y le dijo que había perdido su permiso de migración.

La primera vez que mi madre fue al lago Erhai fue hace apenas diez años, y en aquella ocasión yo la acompañé. Le propuse ir en un crucero, pero se negó, diciendo que podía verlo igual de bien desde la orilla. Lo cierto es que no quería gastar mucho. En aquella época, ella ya llevaba muchos años jubilada y viajaba a varios lugares cada año. Cada vez que visitaba un lugar, evaluaba la situación del turismo local y daba sugerencias razonables con la perspectiva de una turista bien informada y profesional, pero nadie aparte de mí las escuchaba. Así que en ese momento pensé que tal vez no le interesaba tanto el lago Erhai porque había visto el mar Mediterráneo.

Ella nunca tuvo tiempo de pasear hasta después de la muerte de mi padre, y aunque estaba un poco triste cuando él murió, sospecho que en realidad por dentro dio un suspiro de desahogo. No es que estuviera aliviada de poder tomar sus propias decisiones sobre todos los asuntos, pero sí de sentir que por fin estaba sin ataduras. Durante toda su vida, mi madre había buscado la relajación y la libertad, pero nunca pudo conseguir lo que quería. Entonces dejó de hacerse esas ilusiones, creyendo que la vida era así, que la relajación y la libertad deseadas eran eternamente imposibles, que esa emancipación solo se encontraba en las obras de teatro, en las películas y en las novelas: cuando uno se preocupa por el destino de personaje ficticios, ya no se preocupa tanto por el propio destino. No le dije que eso se llamaba autoparálisis, o autolavado de cerebro; sería cruel decirle eso a una persona mayor. Me alegraba verla agarrada a una novela o viendo la televisión todo el día y yendo de vez en cuando al cine, de esta forma no tenía que ponerse nostálgica de su vida, no necesitaba decirme: “Se podría escribir una novela sobre mi vida”.

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La vida de cualquier persona podría dar material para una novela, era lo que yo quería decir.

Mi madre contaba que el hombre sentado detrás del escritorio le advirtió que los agentes de policía no estaban y que debía volver más tarde. Mi madre explicó que más tarde el autobús partiría. Este hombre tenía un rostro alargado, con cejas pobladas y dos ojos grandes, brillantes y penetrantes. En cuanto a su nariz, mi madre no entró en detalles, pero probablemente también era alta y recta. Dado que tenía todas las características anteriores, también debía tener esta última para que fuera la persona que mi madre mencionaba de vez en cuando. Ella siempre criticaba el aspecto de la gente. Nunca decía de sí misma que era hermosa, y si la gente lo hacía, aseguraba que tenía un lunar en la barbilla, que sus pestañas no eran lo suficientemente espesas y que sería mejor si no tuviera ese lunar y si sus pestañas fueran más espesas. Buscaba la perfección absoluta. Así que supongo que ese hombre debió ser hermoso. Mi madre insistió en que al autobús pronto se iría y el hombre la miró atónito, no entendía para nada el afán de mi madre. Solo entonces el ayudante de cocina que había llevado a mi madre se acercó y le contó en detalle lo que había sucedido. Él no dejaba de asentir con la cabeza como si lo entendiera todo perfectamente, pero seguía sin hacer nada. A mi madre le pareció que al menos debería tomar notas o algo, porque de lo contrario, era mucha información y si olvidaba algo, ¿qué entonces? El acto de anotar da a la gente una sensación de seguridad, les hace pensar que los están tomando en serio. Además, mi madre se preguntaba: “Si no eres un agente de policía, ¿qué diablos haces aquí sentado?”.

Él dijo que, efectivamente, no era un agente de policía, su compañero de clase era el agente. Él había venido a verlo, y ahora su compañero había salido para algo, así que él se había sentado tras su escritorio. Sí, en efecto, no vestía el uniforme de un agente de policía, por supuesto que no era un agente de policía, si lo fuera, debería llevar un uniforme blanco. Ella no se había percatado de ello antes porque su mente estaba preocupada con el permiso de migración que había dejado en el albergue.

“¿A qué hora volverá?”, preguntó mi madre.

Él dijo que no lo sabía. Su compañero agente de policía había salido a lidiar con un asunto y en estos casos era imposible decir cuánto demoraría. Cuando terminara, regresaría, y mientras no terminara, no regresaría.

“¿Entonces qué? ¿No podrías tú decírselo?”, añadió mi madre de inmediato.

No sabría decirlo, dijo él. Porque si tardaba demasiado, tampoco iba a seguir esperando a su compañero eternamente. Estaba allí solo de paso por motivos de trabajo, y si su compañero tardaba en regresar, no podría esperarlo; de lo contrario, si él volvía tarde se consideraría una falta disciplinaria.

Mi madre pensaba que él estaba decidido a no ayudarla, pero no podía decirlo, no podía discutir con él por ello. Estaba realmente preocupada. El conductor había dicho que la esperaría, pero ¿y si demoraba mucho y ya no la esperaba? El autobús también tenía un horario. ¿No sería también una falta disciplinaria sobrepasar la hora? Mirándolo desde otra perspectiva, aunque el conductor estuviera dispuesto a esperar y no temiera de cometer una falta disciplinaria, ¿qué pasaría si los demás pasajeros no estuvieran dispuestos? Sea lo que sea, todos llevaban tres días fuera y, aunque en el camino había gente que se había subido y bajado del autobús, parecía que la mayoría de los pasajeros viajaban a Kunming, como ella. Todos estaban bastante cansados y querrían llegar a su destino cuanto antes, así que era comprensible que no quisieran esperarla.

“¿Hay tan pocos agentes en este lugar?”, preguntó mi madre exasperada. “Al menos uno debería haberse quedado”.

Eran tres, dijo el hombre, y todos habían salido. Parecía que el asunto era bastante serio, de lo contrario, no habrían salido los tres, analizó. Pero su compañero se había limitado a decirle que esperara, no le había dicho qué había pasado, pero parecía bastante grave. Por consideración a las restricciones disciplinarias, su compañero no podía decirle concretamente lo que pasaba, y solo le pidió que, de paso, ayudara a vigilar la puerta y que no dejara entrar a nadie a robar. Dijo que, si la comisaría era robada, se meterían en problemas por haber salido. Así que él solamente estaba esperando allí a que volviera su compañero. Estaba dispuesto a esperar porque no se habían visto desde que se separaron tras graduarse de la secundaria. Esta vez él había obtenido, con mucha dificultad, la oportunidad de viajar hasta allí por motivos de trabajo, por lo que quiso ver a su compañero, no esperaba que este saliera justo cuando él acababa de venir. Esperaba ver a su compañero antes de tener que marcharse, pues no sabía cuándo sería la próxima vez que se verían.

Mi madre no quería escucharlo hablar de estas cosas, lo único que le importaba era si podría reportar el caso y recuperar el permiso de migración que había dejado en el albergue. Si no lograba recobrarlo, ¿cómo aplicaría para el permiso de residencia en Kunming cuando llegara? Y si no lograra obtener dicho permiso, ¿tendría que regresar a Mangshi de nuevo? Estos pensamientos pasaron rápidamente por la mente de mi madre. Dijo que no podía esperar, de lo contrario el autobús se iría. Mi padre le había enviado el dinero para el billete, que no fue para nada barato. El dinero que le había enviado solo había alcanzado para un billete de ida, y lo poco que quedaba era su dinero de bolsillo para el viaje, así que, si perdía el autobús, no podría permitirse comprar otro boleto.

“No puedo esperar”, volvió a decir. Dicho esto, se dio la vuelta con solemnidad y se fue.

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1 Dazibao se traduce como “afiche de grandes caracteres”. Eran redactados por ciudadanos comunes sobre un tema político o moral que se pegaban en los muros de lugares públicos. Desempeñaron un papel fundamental en varias campañas políticas del Partido Comunista Chino, que culminaron en la Revolución Cultural.

En realidad, en mi imaginación, mi madre no habría sido tan determinada en ese momento, aún no tenía dieciocho años, había estado siempre en la escuela, sin experiencias, y no habría sido capaz de hacer preguntas oportunas y pertinentes como “¿No podrías tú decírselo?” o “¿Hay tan pocos agentes en este lugar?”. En aquella época era muy tímida y no le gustaba hablar. Era testaruda, pero también tenía un fuerte sentido del amor propio y a menudo se tragaba las palabras por miedo a decir algo inapropiado. Además, realmente no pensaba en mucho, siempre obedecía a sus profesores y rara vez cuestionaba o contradecía sus palabras. Todo esto lo superó durante la Revolución Cultural, en los debates y conflictos con otra facción, en esa época ella ya era una persona muy diferente a la de sus días de estudiante.

En su época de estudiante, siempre había sido objeto de críticas en las reuniones de clase, acusada de llevar zapatos durante los trabajos obligatorios, de dar demasiada importancia a la ropa y la apariencia, también de llevar un peinado ligeramente diferente al de los demás. Además, tenía el descaro de estar comprometida en matrimonio: sobre todo era esto último, agregado al hecho de que su prometido fuera incluso descendiente de un “gran terrateniente”. Todo ello eran señales de que estaba influenciada por los restos del feudalismo, de que no era políticamente consciente ni profesionalmente competente, y de que su pensamiento no era revolucionario. Denunciaban todos sus problemas ideológicos en las reuniones de clase, fuera ella consciente de ellos o no, y no dejaban de instarla a reformar su pensamiento para purificar su mente. Otros consideraron que debían profundizar en sus orígenes, ya que la lógica dictaba que no podía proceder de una simple familia de comerciantes, sino que debían ser terratenientes, capitalistas o, cuando menos, propietarios de un pequeño negocio. El matrimonio tiene que ver con la familia adecuada, y si ella no hubiera provenido de ese entorno, ¿cómo podría haberse comprometido con este descendiente de un “gran terrateniente”? Esperaban que mi madre fuera honesta sobre sus verdaderos orígenes e incluso enviaron a alguien a investigar, pero mi abuelo ya había fallecido y de hecho no tenía ninguna propiedad, tampoco había vivido con mi madre, así que no pudieron investigar más allá. Lo cierto es que en un principio mi abuelo sí tenía una propiedad, una casa grande con tres patios, que le había dejado su padre. La tuvo que ceder a alguien más cuando la perdió en una apuesta, precisamente por ello su estatus social no había sido clasificado como el de propietario. Para cuando llegaron los enfrentamientos con la otra facción, mi madre ya tenía experiencia en la lucha, defendiendo sus puntos de vista con pasión y burlándose con desdén de los de las otras facciones. Aprendió a presionar a los demás con ímpetu, y repetía continuamente este método para subrayar la veracidad de sus criterios, pero también sabía que a veces necesitaba argumentar con lógica, e incluso necesitaba las Obras escogidas de Mao Zedong como apoyo teórico, por lo que a menudo las recitaba de memoria para poder dominarlas y utilizarlas con habilidad. En ese entonces, yo ya estaba a punto de nacer, pero pese a ello, ella pensaba que debatir con otros era más importante, porque la sola idea de que estaban haciendo algo sin precedentes en la historia hacía hervir de justa indignación la sangre de la gente, y ella pensaba en trance que había un cierto romanticismo en ello. Pero no puedo imaginarme una escena así: una mujer embarazada que se pone delante de un dazibao1 y debate con los demás de forma vehemente pero absolutamente sincera. En aquella época, siempre había un gran número de personas que se reunían frente a los dazibao a debatir sin tregua, y también les encantaba cubrir con sus propios afiches los de los demás, de modo que todas las paredes de las calles principales estaban cubiertas de capas y más capas de dazibao. Al final de este movimiento, nadie tenía ya la energía o el impulso de seguir con esa guerra de afiches, y los que estaban en las paredes se fueron desprendiendo lentamente por el viento y el sol, y luego se desparramaron por todas partes. Sin embargo, no faltaba gente que suspiraba con emoción por haber tenido la oportunidad de practicar la caligrafía.

Tras casarse con mi padre, mi madre no salía a trabajar. No es que encontrar trabajo fuera difícil en absoluto. Para algunos quizás, pero ella, graduada de la escuela secundaria, era bastante solicitada por la sociedad. Aun así, rechazó sucesivamente los trabajos en una fábrica de tabaco, como maestra de primaria y en un juzgado. Finalmente, entró en una fábrica textil donde se convirtió en una tejedora. Rechazó el trabajo en la fábrica de tabaco porque estaba demasiado lejos de casa, y el trabajo de maestra porque el estatus social de los maestros era demasiado bajo. En cuanto al trabajo en el juzgado, no lo aceptó porque yo estaba a punto de nacer. En cambio, la fábrica textil, por una parte, al estar más cerca de casa le permitiría cuidarme más fácilmente y, por otra parte, los obreros tenían el estatus social más alto en aquella época, así que iba contenta a trabajar. Antes de encontrar un trabajo formal, solía hacer trabajos esporádicos en los talleres de la calle, ayudaba al director del comité de residentes a hacer registros de mediación y limpiaba el agua potable poniendo cal en todos los pozos del barrio con regularidad, como se le había ordenado.

La luz del sol bailaba sobre las hojas de maíz en la distancia. A ambos lados de la carretera había grandes campos de maíz. Mi madre y el ayudante de cocina caminaban rápidamente cuando desde atrás les llegó el sonido de alguien que corría. Al girarse para verlo, el hombre corría hacia ella ya sin aliento. “Te propongo algo”, dijo jadeando, “deja tu dirección y cuando venga mi compañero, le contaré lo sucedido y haré que se ponga en contacto con la comisaría local de allí, y si lo encuentran, te enviarán el permiso de migración”.

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Sus palabras sorprendieron a mi madre, lo miraba con los ojos muy abiertos, casi sin creer que estuviera hablando. El ayudante de cocina le acababa de sugerir que, ya que no podría denunciar el incidente allí, debería volver a reportarlo cuando el autobús se detuviera en la siguiente parada, solo que no sabía si había una comisaría en ese lugar. Las palabras del ayudante de cocina reconfortaron un poco a mi madre, pues le indicaban que al menos todavía había esperanza y que no era un asunto insalvable. Si la cosa no funcionaba, tendría que volver a Mangshi desde Kunming para tramitarlo de nuevo, pero aún no sabía concretamente lo que tendría que hacer. Tal vez los procedimientos serían tremendamente engorrosos y tendría que volver a pasar por toda clase de interrogatorios. Pero, ni modo, tendría que soportarlo. ¿Por qué había sido tan descuidada con un documento tan importante en el albergue?

“¿De verdad?”, preguntó mi madre gratamente sorprendida.

“De verdad”, él asintió sonriendo. “De lo contrario tendrás muchos problemas”.

“Te lo agradezco mucho”.

“No hay de qué”.

Cuando terminó de decirlo, sus ojos todavía miraban a mi madre pestañeando, en sus manos sostenía una libreta y un bolígrafo, que mi madre ya había visto cuando él se acercó corriendo. Ahora ella sabía que eran para anotar su dirección.

“¿Allí?”, le preguntó ella mirando el cuaderno y el bolígrafo en sus manos.

“Oh, sí”. Su rostro se sonrojó y se apresuró a abrir el cuaderno en una página en blanco, y se lo entregó junto con el bolígrafo. “Escribe tu dirección y tu nombre”. Intentó evitar tocarle la mano mientras le entregaba ambas cosas, pero no pudo evitar rozarla ligeramente. Él retiró la mano como si lo hubiera picado una abeja. Mi madre también de repente se puso nerviosa y se sonrojó.

Sus dedos eran largos y delgados, no parecía que hiciera trabajos manuales. Mi madre estaba tratando de adivinar a qué se dedicaba. Él señaló la primera línea de la página y le dijo que escribiera allí. Mi madre se acuclilló y apoyó el libro sobre sus rodillas para escribir su nombre y la dirección, que por supuesto era la de mi padre. En ese momento pensó que estaría bien poder escribir un poco más bonito, nunca le había gustado su letra y, aunque había practicado de manera particular, seguía sin escribir muy bien. Le devolvió el cuaderno, un poco avergonzada, y le advirtió repetidamente que ese era su domicilio y que, si encontraban su permiso de migración, se lo enviaran a donde ella vivía.

“Escribes muy bien”, dijo él mientras tomaba el cuaderno y lo miraba.

Al oírlo decir esto, ella se sonrojó aún más.

“Lo digo en serio.”

“No escribo bien”.

“Si vieras cómo escribo yo, sabrías lo que es escribir mal”.

Mi madre aún quería decir más, pero pensando que en verdad no alcanzaría a llegar si no se iba, le dijo que tenía que irse y le dio las gracias de nuevo. Sin embargo, no parecía que él quisiera irse de ninguna manera. Para ella, era como si él estuviera petrificado allí por un extraño encanto. Se quedaron allí parados de esa forma, mirándose el uno al otro. “Date prisa”. La urgió a su lado el ayudante de cocina. Solo entonces mi madre volvió en sí y dijo una vez más que tenía que irse. Esta vez no le importó si él seguía petrificado o no, ágilmente se dio la vuelta y se alejó.

Cuando llegó a la entrada del albergue, todas las personas del autobús ya estaban a bordo, esperando solo a que ella llegara para partir. No dijo nada en el camino de regreso, incluso casi olvidó dar las gracias al hombre que la había llevado a la comisaría, solo cuando este le dijo que subiera rápido al autobús, lo recordó. Se apresuró a subir al vehículo y todas las personas que iban en él le preguntaron si había hecho la denuncia. Les contó que los agentes de policía no estaban, pero que hubo alguien que registró su dirección y prometió que se lo enviarían cuando lo encontraran. Al oírlo, todos en el autobús comentaron, menos mal, eso está bien. Luego, otras personas le volvieron a preguntar algo, pero esta vez fue algo más lenta en responderles, quizás a causa del incesante serpenteo del autobús por la carretera de montaña.

El autobús zigzagueaba por las grandes montañas, subía por una ladera, bajaba por otra, luego volvía a subir y bajar. El polvo que se levantaba de la carretera flotaba a la deriva y se metía por las ventanas de ambos lados del vehículo. Una parte aterrizaba en los vidrios amontonándose en una pesada capa. Ella podía ver más o menos el paisaje del otro lado, pero la vista de fuera ya no la atraía, se repetían las mismas montañas, árboles, pasto y alguna que otra flor ocasional: todo eso que ella ya llevaba observando por casi cuatro días.

Alguna vez acompañé a mi madre a la escuela donde estudió. El lugar ya no era el mismo, al menos, no era como cuando mi madre aún asistía. La escuela con techo de hojalata había desaparecido, en su lugar se erguía un edificio de cinco plantas de hormigón reforzado con acero. El edificio de educación era también de los mismos materiales, tal vez solo la plataforma para izar la bandera había sido trasladada, pero el aro de baloncesto y la mesa de ping-pong habían sido sustituidos por otros nuevos, y se había colocado una nueva pista de carreras de tartán. Los eslóganes habían desaparecido del muro, al otro lado del cual seguían los banianos, tan robustos y frondosos como siempre.

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Mi madre también le dejó a ese hombre la dirección de la escuela. Me pregunto si alguna vez envió cartas a la dirección de la escuela. Y es que en esa época él le escribió varias cartas a mi madre, pero ella no respondió a ninguna, excepto a la primera. Al no recibir respuesta, ¿se le habría ocurrido hacer el intento de enviarlas a esta dirección? Y si lo hizo, ¿la escuela se las reenviaría a mi madre? Ella jamás habló de esto, solo me contó cómo empezó. Comenzó cuando él le escribió una carta a mi madre para preguntarle si había recibido el permiso de migración. Le dijo que le había preguntado a su compañero, y este a su vez había dicho que habían encontrado el permiso en el albergue y se lo habían enviado a la dirección en Kunming que ella dejó. Mi madre le contestó diciendo que lo había recibido y le agradeció nuevamente. Mi madre recibió el permiso de migración al séptimo día de llegar a Kunming, para entonces ella ya se había establecido allí y se preparaba para casarse con mi padre. Escribió su respuesta y luego quemó la carta que aquel hombre le había enviado, por miedo a que mi padre la viera. Antes de hacerlo, le dio la vuelta a esa carta muchas veces, revisándolo todo con cuidado, incluso el sobre, las estampillas y el matasellos. El sobre era de papel de estraza y pertenecía a algún periódico, para el que mi madre supuso que trabajaba, pero él no lo decía en la carta.

Al mes siguiente, recibió otra carta de él, en la que la saludaba y le preguntaba si había recibido la carta anterior. Para entonces, ella ya se había casado con mi padre. No tuvieron una ceremonia nupcial: mi padre había invitado a algunos de sus amigos a comer y ellos les regalaron objetos cotidianos como lavacaras, tazas de té y ropa de cama. Su mobiliario consistía solo de una cama y algunos taburetes. Ni siquiera tenían una mesa de comedor, la suya estaba hecha con dos cajas de madera desechadas que mi padre había sacado de su lugar de trabajo y montado. Mi madre hizo lo mismo con las dos cartas que siguieron, pero recordaba cada palabra escrita en ellas.

Cuando llegó la última carta, mi madre estaba ocupada mudándose de casa con mi padre, se preparaban para trasladarse a la casa vacía de un amigo de él. En ese tiempo, la lucha entre las dos facciones había alcanzado un punto álgido y no cesaban de ocupar a la fuerza las unidades de trabajo para ampliar su esfera de influencia, capturar el terreno más alto y preparar sus armas para dispararse mutuamente. La casa en la que vivían mis padres era parte de un edificio que daba a la calle y los ocasionales silbidos de los disparos inquietaban a mi padre, quien decidió llevarnos a mi madre y a mí a la casa vacía de su amigo. Esa casa estaba en un callejón aislado y era menos probable que fuera impactada por una bala perdida. A estas alturas, mucha gente había dejado de participar, los que colocaban dazibao en las calles hace algunos años también se habían retirado y en todas las calles reinaba la quietud, no se oía ni el vuelo de una mosca. Por supuesto, también mi padre y mi madre mantenían un bajo perfil. Ellos alguna vez habían pertenecido a dos facciones distintas y se habían enzarzado en acaloradas discusiones por sus diferentes puntos de vista, pero para entonces habían dejado de discutir y limitaban sus disputas a los asuntos domésticos, los artículos de primera necesidad: temas cotidianos que eran más concretos y tangibles y les daban una paz mental que los traía de vuelta a la realidad.

Me resulta increíble que aquel hombre enviara cartas en una época en la que todo el mundo hablaba de revolución y de lucha. Me pregunto si mi madre pensó lo mismo. Era como si él no perteneciera a esa época, ¿acaso él no atravesaba lo que estaban viviendo los demás? No lo mencionaba en sus cartas, solo escribía sobre atardeceres lluviosos y hierba bañada por el rocío, sobre el resplandor del ocaso en el cielo y los brotes de las hojas nuevas en los árboles, sobre las sombras en las paredes y el sonido que hacían las hojas de los árboles al mecerse. Fiel a la usanza, escribía algunas consignas al principio y al final de sus cartas. En el medio, nunca había mucho texto, pero era todo descriptivo, ninguna carta pasaba de una página. También solía escribir sobre el sol, el cual descrito en sus cartas rezumaba calidez, igual que una pradera.

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Por alguna razón, mi madre conservó esa carta. Tal vez porque estaba empacando las cosas que se iba a llevar, no se molestó en ocuparse de ella y no la quemó como había hecho con sus otras cartas. Sobrevivió, en el fondo de una caja, en lo más profundo de un armario, en un libro que pasaba desapercibido en la estantería, también en un viejo calcetín. Una vez incluso la empapó la lluvia y después fue puesta cuidadosamente a secar bajo el sol antes de volver a ser guardada en algún rincón desconocido. Cuando la vi, tanto el sobre como la carta estaban tan desgastados que no se podía distinguir lo que estaba escrito en ellos. Pero mi madre lo sabía, y pensaba que era suficiente. Creo que por esta razón mi madre estuvo dispuesta a dejarme verla; ella siempre mantuvo ciertas reservas, había construido una especie de habitaciones en su corazón, algunas de estas estaban abiertas, otras estaban cerradas, incluso para mí. Esta fue la última carta que ese hombre escribió y desde entonces no volvió a enviarle ninguna carta a mi madre.

Sentada en el autobús, mi madre seguía aquel sinuoso viaje hacia Kunming. El trayecto de cinco días seguidos la había dejado cubierta de tierra, confusa y desorientada. Desde que hizo la denuncia, había estado mareada, sumida en un duermevela, y sospechaba que estaba enferma. Tuvo numerosos sueños confusos y enmarañados. Antes, sus sueños eran todos en blanco y negro. Desde entonces, se volvieron radiantes y magníficos.

Al bajarse del autobús, todavía no se sentía del todo despierta. Se despidió de la anciana, de los demás pasajeros y del conductor. Cuando se dio la vuelta, descubrió a mi padre de pie, esperándola, tenía un rostro severo y unos ojos límpidos y centelleantes, y sus cejas, arqueadas hacia arriba, parecían las alas de un águila. Tenía el mismo aspecto que en la fotografía, pero más nítido. Trabajaba como contador en una fábrica y a la vez dedicaba su tiempo libre a llevar la contabilidad de otras tres unidades de trabajo, y trabajar día y noche en su escritorio lo obligaba a llevar anteojos. Mi madre caminó hacia él, con un poco de recelo e incertidumbre en su corazón. Parecía haber llegado de repente a otro mundo.

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Traducción de Isabel Jervis

Yang Rui 杨蕊

Yang Rui es originaria de Longling, Yunnan, y reside actualmente en Kunming, la capital provincial, donde trabaja como profesora. Es miembro de la Sociedad China de Poesía y de la Asociación de Escritores de la provincia de Yunnan. Sus trabajos han sido publicados en Masters, Estrella, Literatura de Frontera, Dianchi y otras revistas. Su obra ha sido seleccionada en antologías como Anuario de Poesía Joven (2015) y Naciones indomables, entre otras. Su poema largo “La otra orilla” ganó el premio Gran Travesía en el primer Concurso de Poesía de Viajes convocado por la revista Masters. Su serie de poemas 28 kilómetros obtuvo el tercer premio en el primer concurso de obras literarias de Literatura de docentes de China, etc. En mayo de 2021, publicó su colección de poesía La otra orilla

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直觉素描

Apuntes espontáneos

远山落满蓝

Las montañas lejanas lucen azules

Lo que pertenece a las montañas lejanas Todo es azul, excepto el azul

La niebla en la cima de la montaña posee Un tono azul etéreo y sugerente Se parece al cuerno de una escultura ovalada Colmo mis oídos con el fragor de la luz de la luna Y al amanecer, canto un canto azul profundo

Magueyes azul claro con espinas agudas Parecen familias de distintos linajes

Enroscadas

En el suelo áspero y firme

Sus cuerpos son prueba de la aridez de la tierra Y de las leyes de supervivencia

Algunas de estas familias son grandes, de múltiples estirpes Otras solitarias, compuestas de una sola rama

Ante el soplo del viento

Tornan azul la montaña entera

LITERATURA 文学 31 www.dangdai.com.ar

地名录 Índice geográfico

Cuando entro lentamente en los espacios silvestres Lo que quiero saber ante todo es ¿De dónde provienen sus nombres?

¿De qué montaña, de qué río?

¿De qué piedra, de qué árbol? Quizás no haya relación alguna Existen simplemente

Suelo hacer algo similar cuando me topo con lugareños Escucho su acento, indago su origen

El pueblo del Agua Clara, el campo de La Luna Aldeas separadas por colinas pobladas de cucos

Dirección hacia Gele, Tuobuqia, Tangdan, Shekuai Awang, Guhai, Boqia1

Estos nombres exóticos de sonido tosco y duro A veces también se despojan de su armadura

Y dejan al descubierto aldeas con templos y riachuelos Peces que sobreviven al hambre en charcos sin muros O aquel balde de otoño

Que cura a la luz de luna detenida

La distancia

Es común a todos los destinos sea en sus sonidos o en sus formas

Una piedra sin puerta

Algunas piedras huyen de otras piedras Cuando retrocede la marea Como el matorral que en primavera huye del nuevo matorral que irrumpe Él prefiere campos más abiertos

Los pájaros han dejado semillas Que han ido preparando el terreno

Las piedras se mueven en la orilla del río La grava, los bichos del agua, el muelle Son evidencias

Del clamor de libertad

Quiero ser una planta acuática Y en el patio lapislázuli

Hacer el boceto de una lila floreciendo

Pero la piedra no tiene puerta

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没有门的石头
1 Regiones ubicadas en la provincia de Yunnan (nota de la traductora).

包容一棵稗子吧

Toleremos un poco de maleza

Cuando los brotes del pasto son aún tiernos

El matorral le lleva la delantera a la primavera

Él crece tranquilamente en los campos de trigo

Flameando flores de color crema

Meciéndose en el viento

Es la primera en cautivar a las abejas

Aunque ante mis ojos solo luce el verde de los brotes de trigo

Al parecer, en un campo de trigo no debe reinar sino el brillo de las espigas

Todas las otras flores silvestres, las malas hierbas

Deberían agachar la cabeza ante el sol

Lo que asumimos como normal

Pero,

Tanto los matorrales como los brotes de trigo

¿Acaso no son también parte legítima de la primavera?

桌台上的西红柿

Tomates en la mesa

El escritorio al lado de la ventana del estudio

A las arañas les gusta trepar y tejer sus redes en las ventanas bajas

A menudo, las cortinas no se apartan

Sobre el escritorio no se suelen poner velas

Salvo esta noche

En el candelabro color plata se ven los restos de una vela recién apagada

Algunos tomates me acompañan

En esta noche insustancial que se dilata lentamente

Tomates de diferente tamaño reposan dentro

De un plato de porcelana azul y blanca

Unas hojas de color verde jade, cuelgan de la frondosa trepadera

Sólo yo tengo el poder de transformarlos

Cuando uno de los tomates verdes se torna casi rojo

Empiezo mis dibujos

Las líneas, los colores, los claroscuros

Son recursos simples

En realidad, no sé dibujar muy bien

Hago esto sólo para probar que

En la oscuridad, he aceptado innumerables veces

Mi propia rebeldía

用瓦罐插花的女人

Una mujer coloca flores en un jarrón de arcilla

Jarrón de arcilla olvidado brevemente por la luz

Vaciamos la lluvia depositada en él desde el verano pasado

Colocamos frescas flores de colza dentro

De pronto, esos objetos dorados se atenúan en tonos apagados

En el horno, las llamas se alzan hacia el cielo

Arde roja la arcilla, se agrietan las rocas

Las piezas creadas por el alfarero

Son alabadas al llegar el día

Sus dedos ennegrecidos cierran bruscamente la puerta del horno “Cerrado durante siete días”

Para un hombre que trabaja todo el año con piedras y arcilla

Su tosquedad es expresión de natural ternura

La mujer que coloca flores en la maceta de arcilla

Parece recordar algo

El crepúsculo encadena otros sonidos

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Traducción de Isolda Morillo

Zhu Ligen 祝立根

Nació en 1978 en Tengchong, provincia de Yunnan. Ha sido acreedor de varios premios: el Premio a Jóvenes Poetas Chinos y el Premio Anual de Obras Literarias de la provincia de Yunnan. Fue becario de la Escritura “Octubre”. Ha publicado tres volúmenes de sus poemarios. Participó en la XVI Residencia de Poetas de la Universidad Normal de la Capital y funge como vicepresidente de la Asociación de Escritores de Kunming. Actualmente reside en Kunming, capital de la provincia de Yunnan.

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Poemas

Zhu Ligen

纪念碑 Monumento

¿Has visto el río Nu? Aquí donde estoy, tengo un pequeño afluente, en las aguas inmaculadas del río Nu ya no efervesce, ¡Así es!, tantos años han transcurrido cuántas vicisitudes no han pasado por este pecho aquellas brasas de cenizas enfurecidas se parecen tanto a una montaña nevada gélida

深蓝

Azul marino

Mi madre patria es un rostro bañado en lágrimas el río, obstinado a no ceder día y noche, lleva de allá penas y alegrías

Finalmente he llegado a la orilla del mar, bebí un sorbo de su agua lágrimas, que finalmente corrieron de las mejillas de ella, hasta llegar a las comisuras de mis labios

LITERATURA 文学 35 www.dangdai.com.ar

对面就是野人山

Del otro lado está la montaña silvestre

Florece en los meses de invierno, florece a medida que da frutos conozco a alguien, que contrajo nupcias a los quince años ese mismo año tuvo un hijo, amargo cerezo antes de que llegara la primavera, ya se había quitado el velo de novia de vuelta a la hierba silvestre, aquel año que obtuvo el acta de matrimonio el hijo ya había muerto, como si en la historia nada hubiera ocurrido aquí, el poeta Mu Dan dijo aquí es, señalando a la exuberante hierba, los huesos blancos palidecen fácilmente un hueso blanco es tan sólo un hueso blanco, no hay ningún simbolismo no hay tiempo para el lamento o la misericordia Por lo que sé, aquella pareja se fue lejos, a Shanghai para nunca más volver. Parado en este lugar puedo también entender, amarga flor de cerezo cómo es que se ve tan maravillosa

苍茫 Inconmensurable

Mi padre es un volcán dormido su cabello es blanco cenizo toda una vida ha sembrado la flor de la camelia en las esbeltas y largas ramas negras de esos árboles de hoja ancha lleva la flama que quema el cielo Mi madre también es un volcán dormido, toda una vida ha trabajado con la cabeza baja, acumulando magma Los tubérculos que ha sembrado, son su resistencia al desasosiego, cada uno como diminuto granero Ambos, en la misma parcela, desplegaron una competición prolongada Mi padre, desearía un poco más de espacio para el amor y el idealismo Mi madre, quisiera recolectar un poco más de hebras de la luz del realismo Por tal motivo han peleado, y por lo mismo, los volcanes han hecho erupción las cenizas taparon las hornillas de la estufa, los termos de agua hasta las montañas y campos que tuvieron a su alcance Llegada la vejez, finalmente alcanzaron el mutuo entendimiento como si uno reconciliara el alma y el cuerpo se levantan y caen desgarradoramente el uno al otro Como su hijo, crecí en el campo heredé la humildad y la sencillez de las papas

Para ese mar celeste por encima de la cabeza deseo contribuir inconmensurablemente con los fuegos artificiales de la fiesta, como un damasco resplandeciente

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稻草人

Espantapájaros

Es como un padre, que vuelve del campo abierto finalmente ha vuelto a casa, en los agitados arrozales flacos niños se apiñan en su regazo

Por nosotros ha soportado tantas heridas, saliva fuego incesante, es un santo, ve cómo inclina la cabeza ha abierto sus brazos

落日江上

El ocaso en el río

Recojo una piedra del agua del río la tomo, la froto con mi mano así como lo han hecho nuestros antepasados, pulir sobre ese mismo objeto sólido, sin parar consumiéndose a uno mismo, pasándose de mano en mano una onda impulsando a la otra

Cuando el milagro ocurre, la piedra irradia calor una gota de agua pesada se convierte en una lágrima ardiente el milagro se revela en el cielo aquella piedra incandescente, a la superficie del río colapsa con estruendo, como nuestro destino como una palomilla que se lanza al fuego

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Traducción de Pablo E. Mendoza Ruiz

Hepancao 河畔草

Hepancao (Hierbas de la Orilla) es el seudónimo de Ma Bingli. Comenzó a escribir en 2013 y desde entonces alternó esta labor con la docencia. Sus poemas han sido publicados en Octubre, Literatura de Frontera, Dianchi, entre otras revistas literarias chinas, e incluidos en diversas antologías como Anuario de Poesía, Anuario de Jóvenes Escritores, El Nuevo Camino de la Poesía, 300 Poetas del Año. Ha sido galardonada con el Premio de Literatura de Dianchi en el 2017, y en 2020 por el premio convocado por la revista Octubre. Ha recibido también las distinciones Poeta Notable en el

2º Concurso de Poesía Changhuai de China, y Premio Nacional de Literatura Ecológica de Dapeng, en 2021, en la categoría de poesía. Actualmente, es miembro del Instituto de Poesía de China, de la Asociación de Escritores de Yunnan, y directora de la Asociación de Escritores de Kunming. Asimismo, cumple la función de escritora contratada en la Asociación de Escritores y Artistas de Kunming.

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Poemas

Hepancao 1

天边一颗星

Una estrella en el confín del cielo

Dejé la mesa, salí de la tienda había oscurecido. Qué bueno cuando todo oscurece. En la noche, me deshice de las sonrisas de muñeca de porcelana, y de los ojos que se habían detenido en su cuerpo. Sopla el viento, hace un poco de frío, pero es agradable, acaricia directamente mi mejilla, me limpia de las miradas detenidas en mi rostro, de las palabras que resuenan en mis oídos. Sola, camino en dirección de una estrella que cuelga en el oeste del cielo, es la más brillante del firmamento, la he visto muchas veces, pero desconozco su nombre, lo único que sé es que si la sigo continuamente empezaré a parecerme cada vez más a un niño recién nacido

行走的大地

La tierra que camina

Originaria de la tierra

Soy un cúmulo de tierra andante

De hierbas, de espinas, de flores silvestres, de montañas, de lagos, de llanuras, de ríos… Todo aquello que está en la tierra, está también en mi cuerpo Todo aquello que la tierra ha vivido También lo estoy viviendo yo

1 Significa “Hierbas de la Orilla”, es el seudónimo de la poeta Ma Bingli.

LITERATURA 文学 39 www.dangdai.com.ar

陶罐 Jarrón de arcilla

Sobre el armario, un jarrón de arcilla, ha contenido durante largo tiempo el silencio de estas cuatro paredes, todo el vacío de la habitación el verdor y ocaso de las plantas junto a la ventana, las penas del ciclo de la vida la polvareda acumulada brilla con cierto vigor cuando siento remolinos dentro de mi cuerpo observo el jarrón intento transformar los días de viento y el frío de mi cuerpo, en un jarrón de agua cristalina y fresca modelo las flechas para transformarlas en flores y colocarlas en el jarrón es cuando me siento más cerca de la tierra empiezo a comprenderla, a comprender su grandeza y su silencio

夜色里 En la noche

Un arbusto pequeño engancha mi falda me doy la vuelta, me agacho al soltar mi falda del arbusto noto que sus hojas están empapadas de gotas de rocío la noche se acerca camino en la penumbra agradezco el amor que me profesa este pequeño arbusto mi gratitud hace que una estrella se eleve en el cielo lejano bajo la luz de las estrellas, en el camino de regreso, mi sombra delgada abraza todo lo que se encuentra en el camino

我的骨头

Mis huesos

Estoy segura de que mis huesos son muy fuertes cada vez que cae una nieve fría en mi vida siempre me encuentra agazapada en la cama ¡Levántate! ¡Ya levántate y sacúdete! quizás hayan caído 36.000 copos, pero al fin y al cabo no es más que un charco de agua me levanto y oigo cómo mis huesos crujen dentro de mí se burlan de mí y dicen: cobarde aunque un día la tierra te entierre en lo profundo agotaremos nuestra última llama para iluminar el camino que emprende tu alma

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生日 Cumpleaños

Sólo queda medio vaso de vino tinto En la boca de la copa queda una bonita marca de labios rojos Se levanta para apagar la luz, mira por la ventana En el cielo una media luna, brillante y resplandeciente

La mira durante un rato y estira la mano para correr a medias las cortinas Y dejar que entre a medias la luz de la luna Sentada en la mitad oscura

La mitad de la copa se halla iluminada a medias por la luz de la luna

一颗露珠碎了

Una gota de rocío se desintegra

Tus ojos están demasiado colmados, por ello, tu cuerpo está saturado Por la noche, tus sueños son oscuros, lo acompañan jadeos turbios

El rocío sobre las hojas, la luz de las estrellas en el cielo, la luz de la luna Intentan ingresar en tus sueños, limpiarlos, limpiar tu cuerpo

Pero el camino hacia tu sueño está tan saturado que se dan la vuelta y se van

Una gota de rocío resiste y te espera en la rama frente a tu ventana Para cuando despiertes saltar hacia tus ojos Pero no bien los abres te apresuras a vestirte, a lavarte, empujas la puerta y te vas Aquella gota de rocío que te había esperado toda la noche cae desde la hoja del árbol Y se desintegra en la brisa de la mañana 蓝

Azul

El arroyo fluye a través de muchas miradas Sin embargo, esas miradas siguen siendo grises y vienen hasta aquí sólo para hacer ciertos ademanes y llevarse de paso paisajes sin alma

Una garza solitaria sobre el pantano

Al despegar enciende un fuego azul pálido en sus ojos

Al verla rozar el lago recordaste tu pequeña barca blanca

Te sientas junto al arroyo

Sabes que hay muchos espíritus que lo habitan

Pues las rocas son su medio ambiente

Ellos cantan una vieja canción

Cuando te sientas

El arroyo te acerca el cielo color jade acogedor y sosegado

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Traducción de Isolda Morillo

Aurora

Los clavos del hambre y de la sed golpean las tripas Sus labios secos y agrietados rechazan el consuelo de una gota de agua

En medio del ruido apagan las señales de humo Aquellas promesas que mantienen muchos en sus labios Llega la noche, un tipo de oscuridad Atravesar el vacío dentro de uno mismo, un tipo de oscuridad

Al rezar en la noche con los ojos abiertos Ambas, las personas y la noche, están en la oscuridad

En la oscuridad, el cielo deja ver las estrellas Y luego, amanece

Al sol de la mañana, tú y la noche Se convierten en luz

Amar lentamente

Si conozco a alguien y estamos destinados a amarnos Debo decirme a mí misma que tengo que amar muy despacio, lentamente

Como la carne que se cuece a fuego lento dentro de una olla de arcilla Como la flor que finalmente florece en una rama muerta Como un tapiz tejido a mano, puntada a puntada Como el nido de una golondrina construido con barro, hierba y saliva

Hay que amar despacio, lentamente Nunca como la leña que se consume en el fuego tras el intenso fulgor sólo quedan cenizas Tenemos que dejar algo de fuerza y espacio como la luna menguante, que siempre es capaz de llenarse, entera, brillante y pura

Hay que tomar una brizna de aliento a la vez un centímetro de piel a la vez un centímetro de hueso y sangre a la vez Amar despacio, lentamente hasta enamorarse del pelo más diminuto hasta amar el último puñado de cenizas que queda

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曙光
慢慢爱
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Hu Xingshang

胡兴尚

Nació en 1983 en Luquan, Yunnan, y se licenció en Literatura China por la Universidad Normal de esa misma provincia. Se desempeñó como voluntario en la enseñanza del idioma chino, profesor de filología china a nivel bachillerato y funcionario de base. Actualmente es editor de literatura. Su poesía se ha publicado en revistas como Literatura Renmin, Escritores de China, Literatura juvenil, Estrellas, Río Yangtze, Templo de techo de paja, Viento verde, Oleada de poesía, así como antologías anuales y calendarios poéticos.

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Poemas

Hu Xingshang

送父亲去手术室

Acompañar a mi padre al quirófano

Ya es la costumbre. La preocupación aflora La dispersión de siempre sobre el aviso preoperatorio mi firma temblorosa el olor al desinfectante Lysol se alarga vivir internado se vuelve el pan de cada día queda tan sólo la calma, la indiferencia nada más que, abrir el cuerpo y ver qué pequeños demonios aún pueden ser sometidos nada más que, lo que pueda ser extirpado lo que pueda adherirse nada más que, ese toquido sobre la parte podrida lo que debe repararse, se repara, lo que debe trasplantarse, se trasplanta nada más que, heridas y un poco más de dolor la ira sobre la vieja enfermedad. En comparación con las amalgamas, preferible implantar la miseria y el desaliento una vida sin poder deshacerse de la angustia ¡Ah! Padre, una vez que has portado ese objeto extraño en tu cuerpo sales del quirófano sonriente, como si esta vida devastada se sumergiera aún más

LITERATURA 文学 45 www.dangdai.com.ar

母亲一直住在乡下

Mi madre siempre ha vivido en el campo

Mi madre vive en las montañas, ahí la brisa primaveral llega más temprano, las flores son más boyantes el agua de lluvia no se echa a perder Ella posee atardeceres más grandes una luna más suave, nubes más blancas medias noches más largas aptas para el vacío, o aptas para soñar El azadón cede, dejando espacio a maíz papas, jitomates, castañas de Indias incluso más grandes, más grandes que la serenidad que ella tiene cada vez más pequeña Vigila las estaciones de la montaña cosecha todo lo que siembra

Va en busca: de virtudes imperceptibles para los demás el Cielo es testigo cuando se obra de buena fe. Muchas veces imagino que baja de la montaña envuelta en bruma Retorna al agua de lluvia que limpia el cielo brillante y las aguas profundas del río del cañón por sus esfuerzos sin el menor ruido se vuelven más serenas y cristalinas

Abrir

Mi firma sobre el aviso preoperatorio no expresa nada más que una vaga retractación la vista fija en mi padre, a medida que cruzamos un pasillo profundo y desolado la recepción del quirófano da al fondo, puedo imaginar cómo debe estar rodeado por frascos de medicamentos e instrumentos de precisión Y como un insecto bajo la luz dura es abierto, cortado hurgado, expuesto a sondas de alta precisión

La anestesia se ha llevado su dolor obstruyendo su percepción y consciencia

Ante todos se revela completamente abierto mi padre en coma colapsado y putrefacto

El mundo que encara es blanco y puro lo que debe ser trasplantado, se reemplaza a sí mismo el cuchillo entra y sale una y otra vez de su cuerpo lacerado Algo de frío y estremecimiento se prolonga; en la enfermedad, afuera del quirófano, y en los familiares y amigos que dan la espalda a ese chuchillo implacable

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打开

窗前 Enfrente de la ventana

El árbol del alcanfor se erige en las alturas Esta primavera, ha llegado hasta el cuarto piso dejando su aroma a tierra húmeda sus nidos de pájaros. La ráfaga de un viento pasado se torna más luminoso

Las hojas tiernas traen de vuelta al sol Iluminando la sala a contra luz mi nimio humor por la lectura matutina de Las hojarascas es interrumpido

Las flores de primavera en reposo, el polvo debajo de la pluma forma nubes y copos de nieve

Al tiempo que escribo “Tarde mansa de primavera” el hedor del pesticida asciende

La parte que cubre el nido, la paja y el viento de primavera, son aún más verdes

夕阳中 En la puesta del sol

Toda una vida, en una hectárea de suelo montañoso sin dejar de volcarla, suplicar, recoger en ocasiones es pobre la cosecha o la producción baja en la línea de cómo deben darse las cosas es parte de la esencia del trabajo duro nada más que, adaptarse a la temporada, seguir la regla. La tierra no se ensancha no se expande, el truco de la sobrevivencia está en volcarla, volcarla sin parar dejando algunas brechas y campo fértil y sólo así la papa crece en el reino alimentario infinitamente, el círculo de la vida En los confines de la vasta tierra llamo Madre una espalda encorvada, brilla, luz dorada del maíz

En la puesta del sol mi abuela se encuentra en la cima de la pendiente Se despide de nosotros y del atardecer que traspasa los escombros Las partículas doradas en el polvo se levantan pintando su bastón y el campo ensombrecido dejando hebras plateadas en toda la cabeza cuando el atardecer llega a su cintura

El herbaje que custodia los muros del pueblo está repleto de estrellas las flores de durazno son como la bruma, el agua se detiene en la corteza el filo del pasto abre el telón a las chicharras en el aire el polvo sale de escena, cuando montañas y ríos se ocultan en los valles

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Bao Zhuo 包倬

Bao Zhuo nació en 1980 en Liangshan, localidad de la provincia de Sichuan. Ha publicado los libros de relatos Sísifo en el camino y Nubes mecidas por el viento, entre otras obras. Actualmente reside en Kunming, donde trabaja para una revista literaria.

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1 Pese a que el autor no especifica en ningún momento cuál es la ciudad donde transcurre el relato, varias referencias a lo largo del texto parecen indicar que se trata de Beijing, la capital de China y megalópolis que se expande en círculos concéntricos formados por carreteras de circunvalación (N. del T.).

那就晚安吧

Bueno, pues nada, buenas noches

Frente al patio hay una montaña de escombros, restos de un muro derruido que los niños utilizan como barricada que escalan entre gritos para luego precipitarse cuesta abajo agitando los brazos. Al pasar por delante, el hombre justo está hablando por teléfono sobre un seguro. Le cuenta al cliente acerca de sus ventajas, de su alta rentabilidad, de la facilidad y rapidez para liquidar los pagos, de la posibilidad de obtener dividendos a cambio de una pequeña inversión. La otra parte muestra cierto interés. Hace tiempo que esa es la única esperanza que le queda al hombre.

La puerta de al lado está abierta. Probablemente, la mujer, que trabaja de dependienta en un centro comercial, tenga hoy el día libre. Esta mañana, cuando se encontraron abajo, en la entrada del baño público, ella le sonrió. Duda si aprovechar para asomarse. El cliente todavía no ha colgado. Piensa que en cuanto cuelgue tal vez consiga reunir el valor suficiente para entrar por la puerta de al lado.

Vive ahí desde hace seis meses. Se trata de un viejo edificio situado a las afueras de la cuarta carretera de circunvalación de la ciudad1 con una entrada de color rojo oscuro que da a un largo pasillo. Las luces –que se encienden con el sonido– están rotas y nadie las ha cambiado. Entre las puertas a lo largo del pasillo hay apenas un metro de distancia, y detrás de cada una de ellas un espacio ocupado en su mayor parte por una cama. Al principio no había tantas puertas. Un día, al volver de una noche de borrachera, tuvo la sensación de que aquellas puertas cerradas a cal y canto eran lápidas en las que reposaban almas en pena como la suya. Los apartamentos, de poco más de diez metros cuadrados cada uno, están partidos en dos espacios por un tablón de madera, con puertas que consisten en aberturas practicadas en la pared junto al pasillo. Las ventanas han sido construidas de la misma manera.

Una mañana de finales de agosto, los dos salieron de casa a la vez y bajaron juntos. Él le preguntó por su trabajo, y ella le contó que era dependienta en unos grandes almacenes en el centro de la ciudad.

—¿Y tú? —inquirió ella.

—Ahora soy vendedor de seguros —contestó él—, pero no lo seré siempre.

—¿Es que acaso hay alguien que sea siempre lo mismo? —replicó ella.

LITERATURA 文学 49 www.dangdai.com.ar

La mujer se adelantó y el hombre la siguió detrás. Los dos se sumieron en el silencio. Subieron a autobuses distintos en la misma estación. Después se encontraron varias veces, en el pasillo, en la calle o en la parada de autobús. De vez en cuando ella le sonreía, pero lo más habitual era que mirara para otro lado fingiendo no haberlo visto. Él, en cualquier caso, cada mañana antes de salir de casa se miraba al espejo con una sonrisa impecable. Luego se anudaba bien la corbata y recitaba para sus adentros varios fragmentos de El vendedor más grande del mundo, el famoso superventas de Og Mandino:

No vine a este mundo a fracasar, ni el fracaso corre por mis venas. No soy una oveja que espera ser aguijoneada por el pastor: soy un león y me niego a hablar, a caminar o a dormir con las ovejas. Que no te dé vergüenza intentarlo y fracasar, porque quien no ha fracasado nunca es que nunca ha intentado nada.

Es como si ese libro hubiera sido escrito para él, como si aquel escritor estadounidense no dejara de animarle en su vida de fracasado. Aunque por desgracia para él, Mandino no le ha enseñado a tratar con la mujer de quien lo separan dos tristes centímetros de tablón de madera. Ni siquiera saben el nombre del otro. Cada vez que llega a casa, siente como si de todo el cuerpo le crecieran tentáculos que se estiraran en un intento de alcanzar como sea la puerta de al lado. Cuando el olor a perfume, comida y fideos instantáneos se cuela por entre las rendijas del tablón, acude a su mente la imagen de ella maquillándose mientras come. Pega la oreja a la pared, y ninguno de los sonidos que hace la mujer escapan a sus oídos.

Está discutiendo con alguien por teléfono. Que si «te he amado durante tres años y ahora vas y me dices que no soy tu chica ideal», que si «eres un puto imbécil», que si «¿te crees superior por tener una casa?», que si «que te jodan». Entonces empieza a sollozar, y se suena la nariz con un pañuelo. Se pone a fumar, y el encendedor suena dos veces. Se oye el descorchar de una botella de vino. El teléfono suena, y ella cuelga; vuelve a sonar, y ella vuelve a colgar. Al final deja de sonar, seguramente porque ella lo ha desconectado. Él levanta la mano con ganas de dar un golpe en el tablón y preguntarle qué ha pasado; pero, tras un momento de duda, baja la mano.

A la noche siguiente escucha sus jadeos acelerados y el ruido de la cama dando golpes contra la pared. Esos sonidos son como un rayo que lo fulmina. Se cubre la cabeza con el edredón. Al amanecer, recita en voz alta:

Mis fantasías no valen nada, mis planes son tan insignificantes como el polvo, mis objetivos son inalcanzables; nada tiene sentido a menos que actúe de inmediato.

Después de repetir tres veces estas palabras se mira en el espejo, pero se olvida de sonreír. Oye el sonido de un portazo que viene de la casa de la vecina. La sigue por las escaleras, pero solo alcanza a ver su espalda moviéndose mientras el viento se lleva el ruido de sus tacones apresurados.

Una vez ella llamó a su madre y estuvieron hablando largo y tendido sobre lo que hay y lo que no hay que hacer cuando uno tiene diabetes: nada de dulces, nada de alimentos con mucha grasa o almidón, más cereales integrales y ejercicio habitual. En otra ocasión conversaron acerca de una mujer que había dado a luz a gemelos, y de los cuatro ancianos que se turnaban para cuidarlos.

—Eso está muy bien, pero es la vida de otra persona —tranquilizó a su madre al otro lado de la línea telefónica—. Yo estoy bien aquí, tú de lo que tienes que preocuparte es de tu salud.

En ese preciso instante le entraron ganas de llamar a la puerta de al lado y abrazarla. Solo un abrazo, nada más. Pero entonces recordó aquellos jadeos. Se estiró en la cama bocabajo y empezó a moverse con unas sacudidas que hicieron que la cama de madera diera golpes contra la pared, mientras dejaba escapar un gemido ahogado. Después se sumió en un sueño reconfortante. Soñó que era propietario de un enorme jardín cuya ubicación desconocía.

50

El precio del metro cuadrado en aquella ciudad había alcanzado los 30.000 yuanes –alrededor de los 4.300 dólares–, pero él ganaba unos 6.000 al mes. El alquiler le salía por 1.500 (sí, por ese cuarto en el que a duras penas cabían una cama y una mesa). Compartía la mitad de la cama con manuales sobre cómo lograr el éxito, biblias del marketing y ediciones abreviadas de clásicos chinos. Og Mandino, Anthony Robbins, Dale Carnegie, Jim Rohn, Chen Anzhi2, Yu Dan3… Nada más estirarse en la cama sentía la sabiduría de esos gurús del éxito acudir a su encuentro. Esos libros eran su fortuna. En ellos estaba su futuro.

Pero cada vez le tiene más miedo al tiempo. Los días y los años pasan volando. A principios de octubre se da cuenta de que otro año de inactividad está a punto de tocar a su fin. Es entonces cuando se fija por primera vez en los muros en ruinas del patio. Un camión de color azul cielo está aparcado junto a él, y tres hombres con aspecto de campesinos migrantes están paleando trozos de ladrillos rotos. Cuando vuelve a casa por la tarde, sigue habiendo bloques de cemento, tablones y ladrillos apilados. Entonces se da cuenta de que las calles de la ciudad parecen un poco más limpias que antes; incluso han podado los árboles de las aceras.

El casero lo llama para informarle que en los últimos días la ciudad ha empezado a renovar los viejos edificios residenciales, y decirle que se vaya a vivir a otro lugar. Le da a entender que intente aguantar lo que pueda.

—Banda de ladrones… —se queja por teléfono—. ¿Qué más les da lo que haga yo con la casa? Se empeñan en decir que hay problemas de seguridad o no sé qué.

Entonces el hombre recuerda una noticia que leyó hace ya algún tiempo, acerca de un incendio en un viejo bloque de viviendas: el fuego había comenzado con un cortocircuito en el cableado de la instalación eléctrica, y el camión de bomberos se había quedado atascado en la entrada de la urbanización sin poder entrar. Murieron tres personas, justo cuando en la ciudad se estaba celebrando una gran feria internacional de productos básicos.

—Pues sí —conviene él—, ¿a ellos qué les importa en qué clase de lugar viva yo? A mí también me gustaría vivir mejor.

Estuvo varios días sopesando si volver a alquilar la habitación, pero luego se olvidó del tema. Un día se encontró con su vecina la dependienta y trató de preguntarle si también había recibido una llamada del propietario, pero ella pasó de largo, alejándose mientras hablaba con la oreja pegada al teléfono. Durante esa época ella solía llegar tarde a casa. Una vez volvió borracha y vomitó. Un vaso cayó al suelo y se rompió. Entonces pensó que cuando el negocio le fuera mejor, llamaría a la puerta de al lado.

Pero ahora la puerta de al lado está abierta. El cliente con el que había estado hablando por teléfono se ha echado atrás, y ahora él está intentando sonsacarle por qué de repente ha dejado de interesarle el seguro. «Tan solo quería hablar contigo», le confiesa el cliente. Maldice para sus adentros y cuelga. Oye el sonido de la confianza en sí mismo escurriéndose, como el aire de un globo que se escapa cuando alguien lo pincha con una aguja. Aquello no es un drama, por supuesto: no tiene más que regresar a su habitación y repasar sus manuales de éxito para volver a ser un gallo listo para la pelea.

Abre la puerta. Las plantas suculentas en el alféizar de la ventana le provocan una sensación de irrealidad. Hay un cuenco y dos platitos sobre la mesa. Junto a ella hay una cama sobre la que descansa un oso de peluche tan grande que ocupa casi la mitad. Inconscientemente da un paso atrás hasta tocar el umbral con el tacón, y se queda quieto. Vuelve la vista hacia la derecha y ve su cama llena de libros, y de pie frente a ella el perchero en el que aún cuelga la ropa sucia que se había cambiado el día anterior. La guitarra que lo ha acompañado durante tantos años y que ya no toca también sigue allí.

2 Famoso autor chino de libros de autoayuda, también conocido como Steve Chen. Entre sus principales obras destacan Los mayores secretos del éxito, Métodos de éxito de diamante y Éxito para niños (N. del T.).

3 Escritora y divulgadora de la filosofía china antigua. Su obra más célebre es Felicidad, en la que ofrece consejos para ser feliz inspirándose en las enseñanzas de Confucio (N. del T.).

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Apoya la espalda contra la puerta, y de pie en esa casa que le resulta familiar y extraña a partes iguales llega a una increíble conclusión. Se encuentra en un lugar desconocido, en las paredes hay dos marcas y han arrancado los tornillos de expansión. Entonces se da cuenta de que han desaparecido los tablones que los habían mantenido separados. Antes había fantaseado con el espacio al otro lado de la pared, y ahora lo tiene ante sus ojos. Se sienta en la cama a fumarse un cigarrillo mientras observa las pertenencias de la mujer. De repente le entran ganas de reírse, y así lo hace. No avisará al casero hasta que ella regrese.

Se pone a ordenar el espacio que le pertenece. Tira la ropa sucia a una palangana en la que echa agua y detergente. Los calcetines malolientes los lavará por separado. Recoge los pañuelos usados que hay en el suelo, los tira a la papelera y, tras reflexionar un rato, saca la basura. Empieza a fregar el suelo, metiendo la fregona debajo de la cama y sacando alguna que otra cosa inesperada. También hay algunos objetos perdidos, botellas de cerveza, paraguas, un pequeño ventilador eléctrico, un masajeador y un hervidor de agua, que coloca en su sitio.

Poco a poco se va oscureciendo, y de noche la ciudad parece un cielo estrellado. Conecta su teléfono móvil a su equipo de música con Bluetooth y pone una y otra vez la banda sonora de la película Inside Llewyn Davis. Le encanta la película, y también su música. Cuando empieza la segunda canción, abre la colonia que tenía pensado regalarle a un cliente y se echa un poco en la muñeca y en el lado izquierdo del pecho. Mientras lo hace, mueve la nariz para captar la fragancia suspendida en el aire. Eso es justo lo que quería, esa sensación de levedad. Apaga las luces y la música se convierte en un murmullo como el del agua al fluir.

Pero sus oídos permanecen en todo momento atentos a cualquier movimiento en el pasillo.

Al oír el ruido de los tacones –cloc, cloc, cloc–, se pone tan nervioso que no puede evitar levantarse de un respingo. La oye detenerse frente a la puerta abierta y dudar unos segundos, para luego salir corriendo. Agobiado, piensa si debe ir tras ella; pero justo en ese momento escucha sus pasos regresar de nuevo.

Entonces ella abre la puerta con determinación y enciende la lámpara de bajo consumo, cuya luz lo cubre todo como si fuera una bolsa de color blanco. La mujer agarra con fuerza un palo. Ve que es él, pero aun así grita. Ha tardado menos que el hombre en comprender que han retirado el tablón que mantenía las dos habitaciones separadas.

—Vaya, conque al final lo han hecho de verdad… —empieza—. Esto es allanamiento de morada, qué poca vergüenza.

—Lo que hacen no tiene nada de sorprendente —señala él—. Actúan con una eficiencia despiadada.

Ella se sienta en su cama, lanzándole miradas de vez en cuando. Él marca el teléfono del casero para avisarle de que han retirado los tablones de madera. El propietario maldice al otro lado de la línea telefónica y cuelga.

—¿Qué te ha dicho? —inquiere ella.

—Me ha colgado —responde él.

Ella se levanta y vuelve a revisar sus pertenencias, aprovechando para echar un vistazo al espacio que le pertenece a él. Después se le queda mirando con los brazos en jarras y apoyada en la ventana. Se observan el uno al otro. En el intervalo entre el final de una canción y el principio de la siguiente, oyen el ruido del tráfico del viaducto, que parece un río rugiente. El largo sonido de la bocina de un camión le recuerda a él el rebuzno de los burros de su pueblo. Ella frunce el ceño y piensa que está harta de ese ruido.

—¿De verdad es tan peligroso vivir en estas condiciones? —suelta ella de repente.

—Puede que sí —aventura él—. Si ellos lo dicen…

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—Últimamente ha subido el precio de la vivienda —comenta ella—; y con él el precio de los alquileres.

—Pues que suba —replica él—. Algún día…

Ella ve los libros que él tiene sobre su cama, se acerca, agacha la cabeza, alarga el dedo índice y lo pasa lentamente por los lomos.

—Yo he leído todo esto… —murmura.

—¿Cómo?

—El huevo y la piedra —le explica—: el huevo es la fe, y la piedra la realidad.

—Voy a darle la vuelta a esa frase —dice él mientras saca La debilidad de la naturaleza humana y se pone a hojearlo.

—«El miedo surge sobre todo de la ignorancia y la incertidumbre» —ella pronuncia la frase del libro y se lo queda mirando con una sonrisa en la cara.

—¿Tienes miedo? —le pregunta él.

—Qué música más buena —comenta ella—. Aunque no sé inglés.

Él asiente con la cabeza y le pregunta si le molesta que fume.

—Fuma —dice ella—. En tu habitación mandas tú.

Enciende un cigarrillo y olvida que lo tiene entre los dedos mientras se acerca a la ventana y contempla las luces lejanas.

—Tu habitación no es como pensé que sería —le confiesa ella.

—Gracias —dice él, que se vuelve y apaga el cigarrillo en el cenicero—. La verdad es que el tablón de madera era tan fino que podía oír todo lo que hacías.

—Lo sé —replica ella; y entonces, por alguna extraña razón, repite las mismas palabras—: lo sé…

—¿Cómo está tu madre? —quiere saber él.

—Sigue igual —contesta ella—. Es como una niña pequeña, desobediente.

Él camina hacia el espacio que le pertenece a ella, fingiendo perplejidad y curiosidad mientras intenta encontrar un tema de conversación. Pero al final no lo consigue y vuelve a sentarse en su cama.

—¿Qué hacemos? —pregunta ella con un hilo de voz.

—¿Qué más podemos hacer? —se lamenta él en un tono que es todo menos desesperado—. ¿Quieres salir a dar una vuelta o a tomar algo?

—Es demasiado tarde —se excusa ella—: mañana tengo un turno de mañana temprano.

—Yo también tengo que reunirme con un cliente a primera hora de la mañana… —comenta él—. Bueno, pues nada, buenas noches.

Ella apaga la luz y la oscuridad lo envuelve todo. La cama hace un ligero ruido cuando vuelve a acostarse. Él emite un sonido gutural al tragar saliva. Se pregunta si ella lo habrá oído. Ella tose suavemente, como si se hubiera atragantado con una espiga de trigo, y se pregunta si es realmente necesario que se quite la ropa para dormir. Se queda un buen rato dándole vueltas a la cabeza sin llegar a ninguna conclusión.

—Buenas noches —se despide al fin.

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Traducción de Agustín Alepuz Morales

Ruan Wangchun 阮王春

Ruan Wangchun, nacido en 1990, es poeta y escritor. Desde el año 2012 ha publicado obras en las revistas Dianchi, Literatura de Fronteras (Bianjing Wenxue), Pastos silvestres (Ye cao), Bosque de ficción (Xiaoshuo lin), Frijol rojo (Hongdou) y Literatura del sur (Nanfang wenxue); fue ganador del Premio Literario Diandong, dos veces ganador del Premio Anual de la Sociedad de Escritores de Kunming, entre otros. Entre sus obras publicadas se encuentra la antología narrativa Estación Norte

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El hundimiento de la nueva casa

uando mi tío me preguntó por qué me quería separar de Li Sha, le contesté que era porque su nueva casa se estaba hundiendo.

Mi tío soltó una risita irónica y dijo entre dientes cosas como que yo no tengo remedio, que hablo con rodeos, que pienso demasiado para una relación de amor… Sus palabras me angustiaron mucho, casi me eché a llorar. Luego lo llamé a usted, ¿recuerda? Eso fue hace cinco meses. Usted nada amable me sermoneó severamente. Je, ese reto sí que me reconfortó. Al colgar la llamada, no tuve más ganas de hacer caso a mi tío, pero si me iba con disgusto, él me reprendería sin falta. Entonces pensé, mejor quedarme a cenar y luego agarrar mi bolso y largarme de allí. Después de la cena, salí al patio con mi tío, y mientras fingía observar el cielo, aguardé el momento en que él cruzaría el portón.

Pero él de repente se detuvo, se volvió hacia mí y preguntó: “¿Dijiste que su nueva casa se está hundiendo?”.

Mi tío había caído en la cuenta: la casa nueva de Li Sha, si bien se había construido a las apuradas, no era como para que se hundiera. ¿Cómo iba a hundirse si estaba edificada en su antigua parcela particular? Además, el suelo no era arenoso y estaba lejos del río… Pero al pensarlo mejor dijo: “Sí, es normal que las casas se hundan, sobre todo una de cinco pisos como esa. Las construcciones nuevas se pueden hundir unos centímetros, incluso más, todo eso es normal, pero con tal de que la estructura sea sólida y las paredes no se agrieten, después de un tiempo se terminan asentando”.

Mi tío sonrió con mala cara, y dijo que los cimientos de la casa de Li Sha eran tan altos que nada ganaba yo preocupándome si se hundía o no. “¿Acaso tienes miedo de que se hunda en la tierra por completo? Ay, tú… ¡qué cosa, eh! No pienses tanto. Los problemas del pasado déjalos ir nomás”.

Volví a repetirle lenta y pausadamente: “Li Sha y yo ya decidimos separarnos. Esta vez va en serio”.

Con el rostro aún sombrío, mi tío se rio un tanto avergonzado y exclamó: “Bueno, bueno… Ay, tú, ¡no tienes remedio!”.

Yo no quería separarme de Li Sha, pero al final terminé haciéndolo. Yo tomé la iniciativa. Esa era la realidad.

新房沉降
C LITERATURA 文学 55 www.dangdai.com.ar
1.

Mi tío me dijo que pasara lo que pasase, jamás debía cortar la relación por propia iniciativa, y si en el caso lo hubiera hecho ella, debía descaradamente retenerla a toda costa.

Mi tío tenía razón. Cuando me separé de Li Sha sufrí demasiado. Por largo tiempo no pude escribir y pasaba el día entero tumbado en la cama sin ganas de levantarme. Claro que también fracasé en el trabajo. El puesto al que había ascendido como montado en un cohete, lo perdí como un avión que cae en picada. En el peor momento, hasta me estafaron una suma considerable de dinero.

Usted querrá saber cómo fue que se hundió la nueva casa, ¿verdad? Esa casa la comenzaron a construir los padres de Li Sha después de que yo conociera a su madre. Un día que fui con mi tío a cosechar verduras, pasamos en frente de la construcción. Mi tío exclamó: “¡Mira! Los padres de Li Sha te están levantando un nuevo hogar”. Ellos eran buena gente, un matrimonio sencillo de mediana edad. El padre no era alto, la cara barbuda, sufría de diabetes y era adicto al alcohol, tanto que todos los días, como de costumbre, acompañaba su remedio con varias copitas de aguardiente. La madre era una mujer robusta y saludable, que, si bien nació y se casó en el campo, contaba con la ventaja de que su marido era hijo único, tenía a Li Sha, una sola hija, y tanto sus padres como sus hermanos y suegros la adoraban; por si fuera poco, la aldea donde radicaba su familia había sido designada a integrar una Zona de Desarrollo Económico mucho antes que Lijiahaizi. Hará cosa de quince o veinte años.

Lijiahaizi es la aldea donde viven Li Sha y sus padres, pertenece al poblado de Jinshan, prácticamente a las afueras de la ciudad de Kunming. En cambio, la casa de la familia de la madre de Li Sha ahora forma parte del barrio urbano de Xiyihe, donde además ella tiene un terreno a su nombre, y ahora se encuentran el Gran Edificio Jinlong y el Hotel Jinlong. Desde hace más de una década, la madre de Li Sha recibe todos los años un suntuoso dividendo, por lo que en su rostro no hay una sola marca de sudor ni agotamiento –con cuarenta años recién cumplidos se conserva espléndida.

En Lijiahaizi viven también dos tíos maternos y tres tíos políticos míos. Uno de mis tíos políticos, treinta años atrás, pastoreaba cabras por la zona, hasta que se casó con una chica de Lijiahaizi y se radicó allí. Luego llevó a sus dos hermanos, y más tarde a uno de mis tíos maternos, cuñado de los tres. En torno a ellos, muchos de sus parientes y amigos comenzaron a llegar uno tras otro a la aldea para buscarse la vida, pronto cercaron unas tierras, levantaron unas sencillas chozas o alquilaron viviendas y se asentaron en el lugar.

Después de separarme de Li Sha, tuve que aguantar un tiempo la burla de mis parientes. Todos se reían de mí, y alborotaban la aldea difundiendo una sarta de rumores… Pero, a decir verdad, la mayoría de esos rumores eran ciertos. Por ejemplo, que yo tenía miedo de toparme en la calle con el abuelo de Li Sha. Una vez, lo vi venir a lo lejos. Con pánico miré a los cuatro lados hasta encontrar un baño público, retrocedí unos pasos y me escondí en él. El abuelo de Li Sha, que me había visto desde el principio, se dio cuenta de que me escondí. Después de la separación, el abuelo se lo comentó a Li Sha, a su madre y a otras personas, pero con un tono un tanto ambiguo, ya que no podía afirmar a ciencia cierta si me había escondido de él, o justo me había urgido ir al baño. Pero lo que sí podía afirmar era que yo había entrado al baño después de verlo a él y había fingido no verlo. Esta historia circuló por la aldea durante meses, a esa altura yo ya me había marchado de Lijiahaizi, y del poblado de Jinshan.

Cuando decidimos casarnos Li Sha y yo, hubo un día por la tarde en que me puse a conversar con su madre en el balcón. Esta me dijo que la casa se estaba hundiendo un poco. No comprendí lo que me quería decir. Ella esperó a que hiciera algún comentario. Pero yo no sabía qué significado escondían sus palabras.

El padre de Li Sha se acercó y dijo, mejor si se hunde de ambos lados por igual, el problema sería que se hundiera de un solo lado, y se agrietara. El padre salió al balcón y dio unos saltitos.

“¿Tambalea?”, preguntó.

“¡Loco! ¿No te da miedo que se caiga?”, lo reprendió la madre.

“Minzi, piensa algo para hacer que esta casa se hunda un poco más, hasta que se asiente”, me pidió la madre. Mi corazón dio un vuelco. ¿Qué clase de prueba era esta?

Antes de mi primer encuentro con Li Sha, mi tío me dijo que debía tratarla con dulzura, tenía que ser atento y servicial, hablar continuamente, y mostrarme despabilado. Le repliqué que Li Sha tampoco era una chica demasiado linda ni talentosa, ¿acaso sus padres se burlarían de mí? Mi tío me dijo ¡ay! no se trata de que se burlen de ti, sino que no debes mostrarte torpe. Si su familia te invita a cenar, debes comer con soltura, pero nunca sentarte a la mesa antes que ellos, y ponerte a comer tú solo como un desenfrenado. Le dije que por supuesto yo no sería como él. Adiviné que mi tío quería contarme de nuevo la vez que, cuando joven, no se atrevió a sentarse a comer con la familia Liu, y como cuando lo hizo se puso a devorar los platillos como un desesperado, y de cómo fracasó en su cita con la hija de los Liu, y fue a intentar con la hija de los Wu. Pero él, en cambio, soltó una tonta risita, y luego se quedó

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mirándome por tres segundos, para después decirme: “¡Ja! No me refería a esa vez… Anda, vete ahora, los asuntos de tu trabajo son más importantes”.

Mi tío no sabía que antes de conocer a Li Sha, su madre ya me había manifestado que quería que yo y su hija saliéramos un tiempo a ver qué pasaba. En aquel entonces Li Sha estaba a punto de regresar de Italia. Las intenciones de su madre eran muy claras, que yo le gustaba.

El tema del hundimiento de la casa no era para ponerme a prueba. Pero así y todo no podía quedarme sin responder. Mi tío me dijo que no debía tomarme a pecho ese asunto, ni tampoco entrometerme. “¿Cómo vas tú a hacerte responsable de eso? Si quieres, puedes poner cara de entendido, y decir unas palabras pasajeras, pero no sugerir nada, ni tampoco pasarte de listo. ¿Si la casa se hunde o se cae, ¿qué solución vas a poder darle tú?”.

La nueva casa de Li Sha era una vivienda autoconstruida, su madre fue quien se encargó del diseño, la compra de materiales y la supervisión de la obra. Cuando la espera de las supuestas demoliciones de viviendas para el consecuente cobro de indemnización parecía ya sin esperanzas, la madre de Li Sha tomó la decisión de construirse en serio una nueva casa, y con mucha determinación contrató a los maestros de obra más competentes de todo el poblado. Los vecinos que ayudaron en la construcción conocían bien el carácter de la madre de Li Sha, y sabían también que una vez terminada la casa se iría a vivir allí, al menos hasta el día que vinieran a demolerla. ¿Quién sabe por cuánto tiempo? ¿Y si las demoliciones se aplazaban por ocho o diez años, quién se atrevería a vivir tanto tiempo en una casa mal construida? Por esa razón la madre de Li Sha se esmeró en la obra, sabiendo con lujo de detalles el número y lugar de cada una de las varillas de acero y ladrillos de esa vivienda de cinco plantas.

Sin embargo, aquella sólida casa construida con suficiente material y mano de obra, no pudo evitar hundirse un poco. El padre de Li Sha llamó a una Consultoría de Seguridad Estructural, los maestros de obras encargados de la construcción y los aldeanos ayudantes también se hicieron presentes. Yo di junto a ellos varias vueltas alrededor de la casa, observando cómo sacaban mediciones desde distintos ángulos. Pero así y todo no detectaron ningún desperfecto, revisaron las paredes y tampoco encontraron la más mínima fisura. “Esta vivienda está en perfectas condiciones”, concluyeron. “En este suelo hay cierta probabilidad de hundimiento, pero no demasiado. Ustedes sigan controlando la casa. Con tal de que las paredes no se agrieten, no hay de qué preocuparse”.

Cuando la casa estuvo terminada y decidí casarme con Li Sha, me mudé allí con su familia. En ese entonces, yo trabajaba en la Empresa Hongsen. ¿Usted conoce esa marca? Sí, sí, una empresa de renombre nacional, de primer rango en la provincia de Yunnan, con una capitalización superior a diez mil millones. Ah, no, eso no… yo simplemente me dedicaba al servicio al cliente en el sector logístico y al mantenimiento de los canales de venta. El trabajo era sencillo, no requería demasiado tiempo, claro que el sueldo era bajo, pero a nadie le importaba, al fin y al cabo, era suficiente para satisfacer mis propios gastos. Lo más importante era que el departamento de logística de la empresa estaba justo en la Zona de Desarrollo Económico del subdistrito de Jinshan, bastante cerca de lo de Li Sha. Viviendo en su casa, podía ahorrarme los gastos de comida, y con el dinero ahorrado –como quien toma flores prestadas y las ofrenda a Buda– le compraba unos cigarros y licores a su padre y abuelo. Ay, doctor Cao, no me llame “señor Min”, usted puede tutearme, llámeme por mi apodo, Minzi. A decir verdad, hoy no he venido para una consulta, sino a que alguien escuche mi historia. ¿Él es su practicante? Bueno, no hay problema. De todas maneras, ya me ha estado escuchando largo rato. Mejor prosigo el relato, usted escuche…

La nueva casa de Li Sha tenía una huerta de puerro, podría decirse que destinaban la única tierra de la casa a ese fin. Para sus padres, sembrar y cosechar puerros constituía una especie de entretenimiento. El padre todas las noches traía a la sala una cantidad fija de la huerta, cinco atados, lo justo para completar una canasta. Cuando Minzi volvía del trabajo, luego de cenar en familia, se sentaba en la sala con los padres de Li Sha y, mientras veían la televisión, abrían los atados y sacaban las hojas secas y amarillas.

Una vez que los puerros quedaban verdes y turgentes, volvían a atarlos y meterlos en la canasta. Al día siguiente, el padre con la canasta a cuestas los llevaba al mercado. El armado de los atados les llevaba solo una hora, pero Li Sha muy pocas veces daba una mano, para ella que cuatro personas armaran cinco atados era una tremenda tontería. Ella decía: “¿De qué se las dan? ¿Cuánto dinero pueden hacer con esto? ¿Y hasta nos ponen a trabajar a los dos? Mejor destruyan esa huerta y listo”. Siempre decía lo mismo y se iba a su habitación a ver películas o leer novelas cibernéticas. Minzi sabía que a ella le gustaba ver Diarios de vampiros, Juego de tronos, o leer La leyenda del paseante de cadáveres, El brujo de las pociones venenosas y El jinete del Dragón, entre otras tantas series y ciber-novelas a las que él casi nunca prestaba atención.

Cuando terminaba con los atados, Minzi sacaba de la heladera una botella de Coca Cola, buscaba dos vasos y entraba en la habitación de Li Sha.

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“¿Ya terminaron?”.

“Terminamos”.

“Qué molestos mis padres ¿no?, con ese poquito de puerros no hacen ni cien yuanes”.

“Seguro que no lo hacen por dinero”.

“Y entonces para qué”.

“Para divertirse”.

“¿Divertirse?”.

“Y algo tienen que hacer para socializar”.

“¿Vender puerros para socializar? Jaja. Justo en el mercado de verduras que es puro chismerío”.

“Y sí. Si no, ¿qué otra cosa tienen para hacer? ¿Jugar al mahjong? ¿Buscarse un amante? ¿Ir a ver a la masajista?”.

“¿Cosechar puerros es divertido?”.

“No, no es divertido”.

“¡Cómo te gusta quedar bien, eh!”.

“¿Eh? Ah”.

“¡Te estoy elogiando!”. Quizás ella lo besara, o se colgara de su cuello.

“Lo sé”. Respondía él, abrazándola de la espalda. O si no: “¿Qué película estás mirando?”.

“No sé, una que encontré de pasada”.

A veces, Li Sha cerraba a propósito la puerta de su habitación, para que sus padres malinterpretaran lo que ambos estaban haciendo dentro. Todas las veces que cerraba la puerta, su madre en menos de tres minutos venía puntualmente a buscarla. Detrás de la puerta la llamaba, no decía nada más, solo su nombre. Li Sha abría la puerta, y jamás preguntaba a su madre qué necesitaba, su madre tampoco decía nada.

A la noche, cada quien se lavaba la cara, se enjuagaba la boca y se iba a dormir. Minzi dormía en la habitación de Li Sha, el padre, como roncaba, dormía solo en otra habitación, mientras que Li Sha dormía con su madre. Desde que Minzi se mudó a vivir allí, las cosas se mantuvieron así, en perfecta calma.

Una medianoche de verano, se desató una fuerte tormenta, la lluvia caía a cántaros, los relámpagos centelleaban y los truenos rugían con violencia. De día Minzi había puesto a secar su ropa en la azotea. Los truenos y relámpagos lo despertaron sobresaltado. Al escuchar la intensidad de la lluvia, pensó que no habría necesidad de buscar la ropa; subir a la azotea por la noche con semejantes rayos y el suelo resbaladizo sería un tanto peligroso…

Minzi se acomodó la almohada para seguir durmiendo, cuando volvió a escuchar el feroz silbido del viento, y pensó preocupado que su ropa podría volarse. En ese preciso instante, escuchó que se abría una puerta, y tras ella, el sonido de pasos en dirección a la azotea. De repente tomó conciencia, no sería adecuado que nadie lo ayudara a recoger sus prendas íntimas. Avergonzado, se levantó presuroso de la cama, se vistió, prendió la linterna de su celular, y siguiendo el sonido de los pasos subió a la azotea.

Mientras subía podía ver el cielo blanco y los encandilantes rayos iluminando el descanso superior de la escalera, la puertita de chapa que conducía a la azotea estaba abierta, y se sacudía chirriante por el viento. La madre de Li Sha en ese momento estaba pisando el último peldaño.

“Tía”, la llamó Minzi. La madre de Li Sha se asustó. “Oh, sí, sí, no te preocupes, baja y duerme, está lloviendo fuerte. No recogeré la ropa”.

Minzi asintió, se dio la vuelta, y comenzó a bajar por la escalera.

Pero luego de unos peldaños, se detuvo en seco, alargó el cuello para constatar que no hubiese nadie despierto abajo, y volvió a subir lentamente hacia la centelleante azotea.

A la derecha de la puertita de chapa había una cocina. Cuando la casa estuvo terminada, los padres de Li Sha levantaron provisoriamente en la azotea unas columnas de acero, colocaron los ladrillos, unas chapas prepintadas como techo y en el interior un rústico horno de leña. Para la Fiesta de Año Nuevo lunar u otras festividades, la madre solía cocinar allí a sus invitados. Cada año la utilizaba solo unas pocas veces.

La cocina era de gran dimensión, dentro había una pequeña cama. Un antiguo inquilino se las había dejado al terminar su contrato, como al nuevo inquilino no le gustó, el padre de Li Sha no tuvo más opción que llevarla a la cocina de la azotea. La cocina casi nunca se ocupaba, de vez en cuando a los inquilinos les llegaban visitas y la tomaban prestada para pasar la noche.

Los truenos y relámpagos de aquella noche de verano y la salida de la madre de la habitación perturbaron el sueño de Li Sha. Al poco tiempo escuchó golpes de objetos que provenían de la cocina de la azotea, y algunos vagos sonidos de empujones e insultos débiles que se colaban por la ventana con mosquitero mal cerrada. Los insultos aparecían y desaparecían confundidos con el sonido de la lluvia. Li Sha, adormecida como estaba, se paró en un solo pie, y cerró herméticamente la ventana. Estaba demasiado fastidiada: si solo era una fuerte lluvia, qué necesidad de andar insultando y haciendo ruido a esas horas…

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El nombre de Minzi era Min Chunbao. Antes había sido inquilino de la antigua casa de los padres de Li Sha, por ese entonces aún no había ingresado a la Empresa Hongsen.

En la antigua casa moraba otra familia inquilina, que provenía de Guangdong. Min Chunbao, en un principio, trabajó como secretario ayudante en la fábrica de aquel jefe cantonés. Como la fábrica estaba prácticamente contigua a la casa de Li Sha, Min Chunbao iba de vez en cuando al alojamiento de su jefe para entregarle documentos o quedarse a comer con su familia. La esposa del jefe lo llamaba con acento cantonés “Minzai”. Más tarde, todos los trabajadores de la fábrica comenzaron a llamarlo así. Al visitar a su jefe, solía encontrarse a la madre de Li Sha en el patio, ella era una persona muy amable, que tenía una excelente impresión de él, la madre, imitando a los cantoneses, también comenzó a llamarlo Minzai, de tanto llamarlo así, terminó apodándolo cariñosamente Minzi.

Más adelante, el jefe cantonés alquiló también el patio de los padres de Li Sha, levantó unas chapas prepintadas y se construyó un depósito. Junto a la construcción del depósito, Minzi aprovechó para alquilar una pieza a los padres de Li Sha, y se fue a vivir allí hasta el día que estos intercambiaron terrenos con un vecino y se construyeron una nueva casa. Al poco tiempo, los terrenos de la aldea se fueron encareciendo cada vez más, por lo que el jefe cantonés optó por abandonar Lijiahaizi con su familia. Luego de la partida del jefe, Minzi se buscó un trabajo por los alrededores y más tarde ingresó a la Empresa Hongsen, en el servicio de atención al cliente.

Por aquel entonces, Li Sha se encontraba en Italia estudiando la carrera de Economía y Finanzas. Según palabras de la madre, en Italia sufrió ciertos “reveses”. Sin embargo, Minzi, después de escuchar casi medio año las historias de estudio en el extranjero de Li Sha, no descubrió ningún tipo de “revés”, solo que, en el último año de secundaria, Li Sha no aprobó el examen Gaokao de ingreso a la universidad, y que después de aburrirse durante dos años en su casa sin nada para hacer, y luego de unos frustrados amoríos, decidió que quería estudiar algo como la gente. El marido de su tía, después de un intenso ajetreo, consiguió presentarla para un programa académico de grado y máster en Italia, un total de diez años de formación. Pero Li Sha no aguantó diez años, sino que a los diez meses regresó. Por más que la persuadieran sus padres, ella ya no quería volver al país europeo.

En sus momentos de ocio, a Minzi le gustaba llevar consigo unos libros para leer. En el período que estaba intimando con Li Sha en la antigua casa, él leía El sobrino de Wittgenstein, Cien años de soledad, El amante de Durás o En busca del tiempo perdido… Li Sha y su madre tenían ciertos prejuicios sobre estas obras, no solo porque escapaban de su margen de lectura –y si no fuera por él, jamás habrían sabido de su existencia– sino también porque, a pesar de no haberlas leído, podían adivinar de qué se trataban; y en su opinión, ninguna de ellas eran libros serios sobre Economía.

Minzi se llevaba un banco al patio o a las escaleras de piedra, y se sentaba a leer tranquilamente sus libros.

La madre de Li Sha salía con una pila de ropa recién lavada, y le decía: “Minzi, ¿otra vez leyendo tus libros extranjeros?”. Él enseguida cerraba el libro, se levantaba, le agarraba la palangana, y luego con una toalla la ayudaba a limpiar la soga para tender la ropa, mientras charlaban de cosas pasajeras.

Más tarde ella bajaba nuevamente al patio con pala y escoba y preguntaba: “Minzi, ¿todavía sigues leyendo tus libros extranjeros?”. El enseguida dejaba el libro a un lado, llevaba el banco a las escaleras, ponía en orden las sillas, bicicletas, la manguera para regar las plantas y otras tantas cosas desperdigadas en el patio, y luego los trasladaba a algún rincón limpio. Ella le preguntaba: “¿Qué están haciendo tus tíos últimamente?”. Ella elogiaba a sus tíos diciendo que eran realmente sacrificados, el perfecto ejemplo de quienes hacen fortuna con el sudor de la frente. El respondía con modestia unas breves palabras, decía que sus tíos, en efecto, eran los hermanos más sacrificados sobre la tierra, que moneda a moneda iban acumulado sus riquezas. Minzi hablaba con tacto, en ningún momento le hizo entender que sus tíos se ganaban el dinero a base de sacrificio y que ella, en cambio, se había hecho rica de la noche a la mañana gracias a las políticas de Gobierno. Minzi intencionadamente quiso hacerle entender que el destino de ella era disfrutar de comodidades y riquezas; ahora, si ella lo comprendió de esa manera o no, él no tenía forma de comprobarlo. Él dijo: “Mis tíos tienen una vida de sacrificios porque están destinados a manejar tractores, en cambio usted es diferente, usted está destinada a viajar en avión”. De todas formas, sea como sea que lo dijese, tampoco tenía demasiada importancia, la madre de Li Sha ya estaba acostumbrada a soportar a diario las burlas de los llegados de otras aldeas, quienes comentaban que si no hubiese sido por la indemnización que recibió cuando las tierras de su familia les fueron expropiadas, tan solo a costa de su propio esfuerzo, su situación económica sería incluso peor a la de quienes viven de changas, pero a ella poco le importaba, total, su dinero lo ganara ella o se lo diera el Estado, era suyo y nadie se atrevería a sacárselo.

2.
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Minzi se había ganado la estima de la madre de Li Sha, a ella le gustaba su naturaleza ingenua, su temperamento tranquilo y despreocupado, y su costumbre de leer libros extranjeros.

Li Sha no pretendía regresar a Italia a continuar sus estudios, como se pasaba los días sin hacer nada, su madre quiso aprovechar la ocasión para que intimara con Minzi. Su intención era muy clara: quería incorporar un yerno a la familia, no le importaba mantenerlo, tampoco le importaba si tenía trabajo o estudios, con tal de que respetara a los mayores, cuidara bien a los hijos, y fuera cortés con las visitas era suficiente. Minzi a su vez era bastante apuesto. Una vez que la madre exteriorizó estos pensamientos, la relación entre su hija y Minzi se concretó a pedir de boca.

Lo único que a Li Sha le inquietaba eran esos libros que él leía. Claro está que ella no tenía ganas de leerlos, pero quería saber qué tenían de interesante. Él leía Cien años de soledad, ella un día le preguntó: “¿Te sientes solo?”, si bien su pregunta no tenía malas intenciones, llevaba implícita su descontento ante él, el interés de ahondar en sus pensamientos y la esperanza de alguna contestación que la dejara conforme.

El cerró el libro, y respondió que en verdad no entendía lo que leía.

No fue una respuesta sincera, pero ella al contrario se alegró y se echó a reír a carcajadas. Él también creía que su respuesta había sido aprobada con el máximo puntaje.

“¿Y para qué los lees si no entiendes?”.

De repente él cayó en la cuenta de que si bien era cierto que cuando leía estos libros se le venían a la mente una serie de pensamientos tristes, esto no era de relevancia. El verdadero problema radicaba en que él no tenía modo de compartirlos con Li Sha y menos de explicárselos, porque así lo hiciera ella siempre despreciaría esta clase de lecturas. Sus caminos de vida eran tan distintos, ¿cómo podrían convivir en una misma familia? Claro que él también podía dejar de lado estos libros y dedicarse a alguna otra cosa.

Y sí, claro que podían tener otros entretenimientos más originales, por ejemplo, en febrero y marzo, conducir el auto unos sesenta kilómetros fuera del pueblo para recolectar papas silvestres. A veces iban aún más lejos y atravesaban las fronteras de la prefectura. Las veces que salían de pesca silvestre, incluso se iban hasta los lagos naturales de las provincias de Hunan o Hubei. A ellos le gustaba todo lo silvestre: papas silvestres, ajos silvestres, peces silvestres, conducir una 4x4 en terreno silvestre, defecar en pastos silvestres… Las papas silvestres en realidad se trataban de unas tiernas que crecían en invierno y primavera de los brotes de las que los campesinos, durante la cosecha de otoño, dejaban olvidadas en el terreno. Qué diferencia había entre el sabor de una papa silvestre y de una de cultivo, Minzi no podía explicarlo. Pero los padres de Li Sha, siempre que recordaban sus años de juventud, decían que las papas silvestres eran en ese entonces uno de sus manjares más exquisitos. Minzi con ellos aprendió muchas cosas nuevas, por ejemplo, que los ajos silvestres, al contrario, no eran los que crecían de los brotes de aquellos que dejaban olvidados los campesinos; que la diferencia entre estos y los ajos de cultivo era como la diferencia que hay entre el arroz y la gramilla, o como la que hay entre el trigo y la avena. Claro que a él y a Li Sha no les importaba de qué cosa se tratara, con tal que su nombre viniera acompañado con el atributo “silvestre” era suficiente para volverse loco de alegría.

A Minzi le gustaba cada día más ir a recolectar papas silvestres, ajos silvestres este tipo de actividades. Para sus tíos esto era el extremo de la ridiculez, un absoluto sin sentido. Los tíos se reían de estas aburridas actividades sin ambiciones. “¡Qué vulgaridad!”, exclamaba su tío. Es que en su opinión existían dos tipos de aburrimiento, el vulgar y el refinado. Regar las plantas, podar árboles, practicar caligrafía, pintar, comprarle ropa y zapatos al perro, bañar al gato y sacarle las pulgas eran aburrimientos refinados, era la clase de vida que ellos aspiraban. En cambio, conducir el auto unos tantos kilómetros para recolectar papas, ajos y nabos silvestres, ¡¿qué clase de locura era esa?! Sin embargo, ahora que los tíos sabían que su sobrino estaba intimando con aquella muchachita, si bien no habían cambiado su opinión respecto a esta serie de actividades, su actitud sí se había modificado, ellos ahora solían decir: “Ja, tampoco puedes desperdiciar la vida holgazaneando, ¿qué sentido tiene quedarte todo el día en la casa leyendo hasta que te revienten los sesos? Está bien que salgas al campo, al menos tomas aire fresco y haces un poco de ejercicio”.

Pero una vez que Minzi se despedía y cruzaba la puerta, los tíos volvían a soltar una sonora carcajada diciendo: “¡Qué malcriado! Ahora que tiene dinero hasta a la carne le hace ascos, bien que cuando era pobre no le gustaba comer papas silvestres”.

El doctor Cao Fei en ese punto hizo un ademán, y sin contenerse interrumpió a Minzi: “¿Estás arrepentido?”.

“¿Arrepentido?”.

“Sí, ¿estás arrepentido de haberte separado? Por lo visto, Li Sha era una chica en buena posición, en cambio tú… Disculpa, nunca te he preguntado de dónde vienes, por el acento me doy cuenta de que no eres de Kunming”.

“No, soy de Lixian”.

“Entonces estás arrepentido”.

“Puede ser. Sí, estoy arrepentido, pero no de haberme separado de ella. Si bien soy de Lixian, mi familia puede decirse que tiene dinero”.

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“Discúlpame ahora”, el doctor Cao Fei levantó la muñeca para mirar el reloj, dando a entender que no quedaba mucho tiempo. “Mi consulta por lo general no pasa de una hora. Tengo otros pacientes esperando. Si estás de acuerdo, ¿te parece finalizar aquí por hoy?”.

“No hay problema. Hasta mañana”.

“Hasta mañana”.

3.

Por alguna extraña y súbita ocurrencia, Minzi comenzó a seguir mujeres. Mujeres de trasero grande. Tres o cinco, sin precisión. Al principio, su meta prefijada eran solo dos: Li Xing, de la sección de personal de su compañía de trabajo, y una muchacha de la compañía de seguros del octavo piso que él no conocía, quién sabe si al día siguiente no encontrara una tercera que se adaptara a sus necesidades de persecución. El edificio de oficinas tenía quince pisos, en cada piso había cuatro o cinco compañías, por lo que no sería nada difícil encontrar mujeres de gran trasero. ¿Cuán grandes eran los traseros que buscaba Minzi?, no había un requisito específico, solo bastaba que se vieran grandes, rellenos, gigantes. Su observación tampoco requería ningún sentido, ni objetividad alguna, solo precisaba, en un día específico –por ejemplo, los jueves– hacer un seguimiento de los hábitos y paraderos de las mujeres de gran trasero una vez que salían del trabajo, anotar si se iban a pie, en bicicleta, en auto o en colectivo; registrar si se iban directamente a su casa, o pasaban antes por el shopping, entraban al salón de belleza, o al gimnasio; registrar si iban de compras en bicicleta o en auto; observar la diferencia entre los shoppings y mercaderías que solían frecuentar aquellas que aparentaban tener dinero y las que no, y así continuar hasta acumular la cantidad de datos que él considerara suficiente. Por supuesto, él sabía que no necesitaba y tampoco le sería posible obtener el contenido y los datos que decía precisar, quizás también, al minuto siguiente se aburriera y no las persiguiera nunca más.

Si a lo último él tuviera que escribir una tesis al respecto, esta posiblemente se titularía “Informe sobre las diferencias comportamentales entre mujeres de trasero grande y de trasero chico en el lapso de una hora después de la salida del trabajo”. De ser así, entonces, debería seguir también a mujeres de trasero pequeño. Para la objetividad de sus datos y comparaciones, mejor también escribir otros artículos como “Informe de las diferencias conductuales entre mujeres de trasero grande de distintas empresas del edificio xxx en el lapso de una hora después de la salida del trabajo” o “Informe sobre las diferencias conductuales de mujeres de trasero grande de diverso rango etario en el lapso de una hora después del trabajo” o “Informe sobre las diferencias conductuales de mujeres de trasero grande de distinto nivel de ingresos en el lapso de una hora luego del trabajo”…

Pero, amigo lector, no será posible que leamos estos informes, ya que nunca nadie le encargó a él que los realizara, y tampoco podría haber alguien interesado en sus conclusiones. Él posiblemente le diría que la primera cosa que realizan las mujeres de trasero grande del piso doce al salir del trabajo es ir al baño, ya que justamente eso hacía Li Xing al dejar la compañía; en cambio, las mujeres de trasero grande del octavo piso comen snacks, ya que esto era justamente lo que hacía aquella muchacha de minúsculas pecas cuando entraba al ascensor al término de su trabajo. Así fue como él se lo expuso al doctor Cao Fei.

“Oh, ¡qué interesante! Siga contando”. El doctor Cao Fei le insinuó que podía soltarse un poco más.

“No, me confundí, esa chica de pecas minúsculas no tenía el trasero grande, sino redondo y levantado, pero no era demasiado grande”.

“Ajá… y ¿qué más?”, preguntó el doctor.

“Era hermosa. Pura inocencia”.

Naturalmente, el resultado de la “comparación entre mujeres de trasero grande y trasero pequeño a la salida del trabajo” no era el quid de la cuestión.

En realidad, Minzi –si bien no negaba, por más increíble que parezca, el valor sociológico y psicológico de esta clase de seguimientos, en caso él fuera un sociólogo o psicólogo (y él tan solo era un simple empleado del departamento de medios de una compañía)– sabía completamente que, si alguien revelaba este tipo de persecución, sería muy probable que lo metieran en la cárcel por un par de días, o que directamente lo encerraran en un manicomio y lo sometieran a electroshock. Pero siempre que se encontraba solo en medio de una desolada avenida sin un sitio donde ir, debía sí o sí seguir a alguien, para evitar ser engullido por la soledad. Él siempre se decía, esta es la última vez, sé que hay personas que hacen este tipo de investigaciones, pero son investigaciones académicas, con sueldos, con becas. En cambio, yo no, si hablo demasiado, quizás me metan en la cárcel.

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La primera vez que siguió a una mujer sucedió hace un año y medio atrás. En ese entonces esta aún no era de trasero grande. Cualquier tipo de mujer venía bien. Esa primera vez tuvo lugar en el camino de regreso a su cuarto de alquiler en Kunming, iba solo, al llegar bajo el puente, no quiso continuar. No quería regresar a ese cuarto, temía volver a encerrarse solo en ese ataúd de cemento. Ya hacía al menos medio mes que no llamaba a casa. Con su madre y con su padrastro no había buena comunicación.

Quiso ir a la aldea Luojiaying a buscar prostitutas, pero siempre que iba, aquellas misteriosas mujeres de la calle se quedaban con la prenda superior totalmente cerrada, y solo se bajaban el pantalón a la altura de las rodillas. Ellas no querían hablarle, solo le decían que se diera prisa. Por supuesto que había algunas más condescendientes, que se sacaban la ropa por completo y hasta lo abrazaban. Esa tarde, la lucha interna de si ir a buscar prostitutas o no lo consumió durante media hora. La decisión de no ir salió vencedora. Por fin había triunfado sobre sí mismo, una sensación sumamente reconfortante. No era nada común vencerse a sí mismo con tanta facilidad, pensó. Al despertar de sus pensamientos, escuchó el ruido apabullante sobre su cabeza, y observó las luces que iluminaban el puente en el atardecer, como la corriente interminable de coches que pasaban bajo su arco. De golpe se sintió invadido por un cansancio mortal.

Un colectivo pasó bajo el puente y entró en la parada. Él por un segundo se quedó estupefacto, mirando cómo este se iba alejando. Seguidamente fue caminando hacia la parada, y se ubicó detrás de ella, con el rostro cubierto de lágrimas. Alguien en la parada dijo algo, él contuvo el llanto, se secó las lágrimas y volvió a salir. Otro colectivo, el 74 se aproximaba, sus luces brillantes atraparon su atención, buscó en el bolsillo, por suerte tenía dos billetes de un yuan, sin dudar un segundo, dio una larga zancada y se subió. Ya dentro, su estado de ánimo se tranquilizó un poco, pero enseguida volvió a inquietarse. No sabía a dónde estaba yendo, el pánico y alteración de su interior era imposible de calmar. Por miedo de ponerse a gritar entre los pasajeros, volvió a llorar. Esta vez no escondió sus lágrimas, levantó la cabeza y las dejó correr sobre sus mejillas, sollozando de tanto en tanto.

Nadie prestaba atención a su llanto. De repente dejó de llorar y se levantó para observar el recorrido del colectivo en el letrero del techo. Iban en dirección a Zhoujiaying, un barrio que le era bastante conocido. Cuando se volvió a sentar, observó a una mujer vestida a la moda, y como si hubiese presentido que esta le hacía una silenciosa invitación, decidió ir detrás de ella.

Esta fue la primera vez que siguió a una mujer, bajó del colectivo tras ella, y la siguió hasta el área residencial, hasta que ya no tuvo coraje de aproximársele más, dejándola desaparecer en el edificio, para no volverla a encontrar jamás. ¿Había concluido así un viaje? Él sintió que por fin se había desahogado de esa angustia que llevaba tiempo contenida, con el corazón contento emprendió el camino de regreso, en el 74 regresó a la parada original, se bajó, y una vez cerca de su vivienda regresó a ella brincando de alegría.

Otro día siguió a una mujer que viajaba en metro, más adelante siguió a un par de muchachitas. Nunca pensó en tener algo con ellas, jamás pasó por su cabeza la idea de hacerles daño. Él no tenía malas intenciones, tampoco deseo carnal. Solo las seguía, y luego las clasificaba en distintas categorías, las que usaban pollera, las que usaban pantalón, las que llevaban una chalina de gasa sobre los hombros, las que no… Estas súbitas y extrañas ocurrencias hacían que él no pudiera dejar de perseguir mujeres.

Él vagamente comenzó a notar que esto le provocaba algo similar a lo que le generaban las visitas de su pequeña tía en sus años de infancia. Su tía era apenas tres años mayor que él. A los nueve años él perdió a su padre. Más o menos al año siguiente, la tía comenzó la secundaria, como la escuela quedaba cerca de su casa, ella venía frecuentemente a acompañar a su madre, y solía traer un grupito de amigas. La tía y sus amigas jugaban con él, y le hablaban… Siempre recordaría aquellos años como la etapa más feliz de su vida. Pero ellas pronto desaparecieron, todas las niñas que habían nacido y crecido en tiempos de penuria, a los diecisiete, dieciocho años comenzaban una tras otra a casarse y tener hijos. Él todavía recordaba a algunas de ellas, e incluso podía afirmar que una se había casado con tan solo quince años. Ellas desaparecieron rápidamente y por completo, él nunca más las volvió a ver.

Sí, la sensación que le provocaba seguir mujeres coincidía con la que le provocaba jugar con su tía y sus amigas. Él hasta parecía creer que las mujeres que seguía eran las amigas de su tía ya más mayores. Pero sabía bien que no era así. Podía ser que algunas de esas muchachas ahora vivieran una vida holgada sin preocupaciones económicas, quizás habrían emigrado a una gran ciudad o al extranjero (en la mesa de un bar escuchó decir una vez que alguna que otra se había casado con un hombre viejo en segundas nupcias, y se habían convertido en esposas millonarias), pero la mayoría de ellas seguro vivirían el día a día sacrificándose para ganarse el pan, con solo treinta años recién cumplidos, ya tendrían dos o tres hijos cursando la secundaria o la primaria. Pero las mujeres que seguía le traían la misma sensación que cuando jugaba con ellas. Su avidez por seguirlas iba cada día en aumento, las dividía en categorías, las separaba en grupos opuestos, observaba sus diferencias. Su observación no tenía objetivo alguno, ni que hablar de la posibilidad de arribar a algún tipo de conclusión.

¿Tendrían alguna característica en común las mujeres de trasero grande? Comenzó, entonces a seguir a Li Xing. Observó cómo esta salía de la oficina, entraba al baño, salía del edificio, pasaba por el estaciona-

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miento de autos, caminaba por la vereda, subía el puente. Li Xing no fue de compras al shopping, tampoco a ninguna cita. Él no sabía a qué sitio se dirigía. Quizás directamente volvía a su casa. La siguió, subió con ella al metro, observó su semblante, y llegó a la conclusión de que regresaba a casa. En ese punto, su observación concluyó. En cuanto a la manera cómo volvería ella a su casa, en qué parada se bajaría, si luego saldría de la estación subiendo por la escalera, escalera mecánica o ascensor, eran todas cosas que escapaban de su análisis. ¿Acaso revelaría algo el modo en que ella saliera del metro? ¿Quién sabe si hoy no subiría por la escalera mecánica, mañana por ascensor, y pasado mañana por la escalera común, y de ser así cómo diferenciar la particularidad de cada uno de estos días? Quién sabe, incluso si habría o no escalera común, escalera mecánica o ascensor en la parada donde ella se bajaba, ¿y si al bajar del metro salía directamente a la avenida? Él estaba a punto de explotar de la desesperación, sentía un insoportable calor y sudor en todo el cuerpo; cuando se abrieron las puertas del metro, se bajó iracundo, sin saber qué hacer. En definitiva, había seguido a Li Xing hasta perderla, pero en el fondo se alegró de haber acabado por fin con su absurdo comportamiento. Luego de fumarse un cigarrillo, ya no se sintió arrepentido, ni tampoco enojado con el resultado de ese día. Volvió a su cuarto de alquiler, y otra vez prendió un cigarrillo. Pronto se hartó de este juego aburrido hasta la coronilla, pensó que mejor sería acabar con todo esto antes de que la policía se lo llevara a la cárcel. Pero la soledad para él ya no se trataba simplemente de un estado anímico, sino que se había transformado en un trastorno físico, la soledad le provocaba tensión muscular, debilidad, fatiga, boca reseca, debía necesariamente salir otra vez a quemar aquellas horas infernales. Una noche, quiso salir a dar una vuelta. Sin pensarlo demasiado, abrió la puerta de su cuarto y se fue. Al salir del edificio, vio por primera vez a la madre de Li Sha. Esta se estaba despidiendo de alguien armando bastante bullicio, pero su voz era agradable y hasta seductora.

Como con las demás, él también siguió a esta bulliciosa mujer a lo largo de siete kilómetros, cambió con ella tres colectivos, hasta llegar a la aldea Lijiahaizi. Esta aldea quedaba solo a un kilómetro de distancia del mercado de productos agrícolas de la calle Jinshanzhen, donde sus dos tíos maternos se ganaban la vida. Él había vivido antes allí durante tres meses. Bajó del colectivo detrás de la madre de Li Sha, y la siguió a una distancia prudencial, hasta que esta atravesó la puerta principal de su residencia. Allí él apretó el paso, y observó en la puerta un anuncio de empleo, el lugar de trabajo quedaba justo donde se ubicaba la residencia de esa mujer, más abajo observó un anuncio de alquiler de habitación, también en la misma residencia.

Al poco tiempo, Minzi renunció al departamento de medios, y se fue a vivir unos días a la casa de su tío, para luego mudarse a la aldea de Lijiahaizi, donde consiguió el empleo de secretario ayudante en una fábrica de tamices. El jefe era cantonés. Este trabajo era el que había visto en el anuncio pegado en la puerta de la residencia de la mujer que siguió aquella noche. El lugar de trabajo era, en un principio, una vieja casa de ladrillos y techo de tejas y más adelante un galpón que construyeron con chapas de acero prepintado en el patio de la residencia de aquella mujer. La esposa del jefe, también cantonesa, lo llamaba Minzai. Más adelante la mujer que él había seguido comenzó a llamarlo Minzi. Ellos no sabían nada sobre él, solo que sus tíos maternos se dedicaban a la venta de verduras en el mercado de Jinshanzhen próximo a la aldea Lijiahaizi, y que ambos hermanos eran gente amable y honesta, ellos eran clientes frecuentes de sus tíos. En cuanto a qué se dedicaba él y en dónde trabajaba, tampoco era algo que les interesara a sus tíos; solo que pasado el tiempo, cuando estos se enteraron de que estaba noviando con una chica de la aldea Lijiahaizi, su actitud hacia él comenzó a cambiar un poco, ahora ellos lo miraban con buenos ojos, y lo invitaban seguido a comer, hasta le enseñaban ciertas experiencias para que aprendiera a comportarse en sociedad. Que sus tíos y la gente de la aldea conocieran esta relación, le trajo a él no pocos beneficios, él se sentía muy a gusto con su nueva situación.

Minzi, Li Sha y sus padres vivían en la quinta planta de la nueva casa, las piezas de las cuatro plantas inferiores las alquilaban de tanto en tanto. Al llegar la estación lluviosa, la madre de Li Sha manifestó que el hundimiento de la casa ya era un tanto evidente, a simple vista se notaba que los pilotes del cimiento habían quedado totalmente enterrados. Esto era algo que la gente de afuera, o mejor dicho aquellos que no sabían que la casa de Li Sha se hundía, podían notar y comprender.

Para los aldeanos de Lijiahaizi, la nueva casa de Li Sha ya se había tornado en el tema de conversación preferido de las sobremesas. Unos comentaban que desde un principio le recomendaron a Li Qinglin no invertir semejante capital en esa construcción, pero él no les creyó y dejándose llevar por su mujer fue agregando a la fuerza más material y mano de obra. Ahora lo veía bien, por el exceso de peso se le hundió el

4.
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cimiento. Otros en cambio habían sacado conclusiones diametralmente opuestas, según ellos, la verdadera causa del hundimiento de la casa era que la familia de Qinglin, al contrario, se había quedado corta con el material y mano de obra para el llenado del cimiento. Pero de qué servía comentar eso ahora. Si había algo en lo que todos coincidían era que la casa tarde o temprano se iba a demoler, por lo que daba igual si se hundía o no. Si no la demolían en tres años lo harían en cinco, si no lo hacían en ocho lo harían en diez. Más adelante, consideraron que la familia de Li Sha se estaba buscando problemas donde no los había. Ellos le preguntaron al padre de Li Sha: “Hermano Qinglin, dinos ¿dónde ves que la casa se hunde? No te hagas mala sangre, ¿eh?, nosotros tus vecinos no somos ciegos, sabemos bien lo que te decimos. Si de verdad se está hundiendo, ¡espérate a que pasen las lluvias, vas a ver como después se termina asentando!”.

El padre de Li Sha contestaba que él tampoco tenía la menor idea, era la madre de Li Sha la que insistía en que se hundía: “Se hunde dice, yo tampoco entiendo cómo lo nota”.

El tema de la casa estaba dado así, y sea como sea que se hundiera, de más estaba preocuparse por ello. Lo que de verdad preocupaba, era que la diabetes del padre de Li Sha se iba agravando día tras día. A pesar de ello, él seguía como siempre tomando a diario sus infaltables copas de alcohol, hasta que un día, de tanto beber, tuvieron que internarlo en el hospital, luego lo trasladaron a la sala de cuidados intensivos, y al poco tiempo murió.

El padre apenas había cumplido los cincuenta años de edad, en palabras del abuelo de Li Sha, su hijo había vivido cuarenta años a base de repollo salteado con ají, ahora que podía disfrutar en cada comida de unos buenos platos de carne y pescado, y había logrado la vida ideal de comer y gastar a sus anchas, se iba de este mundo. Para la madre de Li Sha, la muerte de su marido –si bien hacía tiempo dormían en cuartos separados– significó un duro golpe. El padre de Li Sha integraba el equipo de guardabosques de la aldea –a decir verdad, todos los hombres de Lijiahaizi lo integraban– y por mes ganaba poco menos de 3.000 yuanes, con solo subir a la montaña y dar unas vueltas de control durante diez o quince días, era suficiente para cumplir con la asistencia. Su única afición era el alcohol. Todos le advertían: “Si sigues tomando así, tarde o temprano vas a morir”. El padre de Li Sha se lo tomaba a gracia, y respondía: “Todos algún día vamos a morir, más tarde o más temprano, ¿no es acaso lo mismo?”.

El ataúd del padre de Li Sha se condujo hasta la calle Jinshanzhen, donde lo esperaban los asistentes de seguridad, los empleados de la Oficina Subdistrital y de la funeraria que venían a recoger los restos. Con seriedad intercambiaron unas palabras con los familiares: “¿Desean cremarlo solo o junto al ataúd?”. La madre de Li Sha contestó: “Que sea junto al ataúd. Si me lo deja, qué hago después con eso”. Los empleados murmuraron: “Les dijimos que no era necesario un ataúd, ¿por qué se empecinaron en comprarlo?”. Los tíos maternos de Li Sha siguieron al coche fúnebre hasta el sitio de cremación. Li Sha y su madre se quedaron en la casa para recibir a los parientes que venían a dar sus condolencias. Cuando les fueron entregadas las cenizas, las dejaron en la casa durante tres días, y luego llamaron a ocho hombres para que las llevaran al cementerio, al igual que cuando llevaron el cuerpo dentro del ataúd para ser cremado, esto también se trataba solo de una ceremonia. Luego de llevar las cenizas hasta la salida de la aldea se las entregaron a la madre de Li Sha y Minzi en el auto las llevó a ambas a enterrar las cenizas.

Al regresar, comenzó a llover copiosamente, la madre de Li Sha sugirió comer algo afuera. Minzi estacionó el auto en un aparcamiento frente a una fila de restaurantes. Eligieron una parrilla tenedor libre de extraño nombre: “Flores ayudantes de cocina”.

“¿No le molesta que los pacientes le vengan con este tipo de historias sin sentido?”, se interrumpió Minzi de golpe, para preguntar al doctor Cao Fei, luego observó al practicante que sentado en un rincón tomaba apuntes sin parar. “¿Qué anotas tú?”, preguntó.

Cao Fei insinuó a su practicante que no era necesario tomar notas. Luego alentó a su paciente a que prosiguiera.

Entramos a un tenedor libre llamado “Flores ayudantes de cocina”, y elegimos una mesa para sentarnos, Li Sha fue al baño. Su madre y yo elegimos unas verduras y frutas para acompañar la carne. Las gotitas de aceite chisporroteaban sobre el bistec, saltaban en todas las direcciones y desaparecían en la superficie de la negra asadera. De repente me sentí inquieto –una tarde lejana de primavera, en la sala del quinto piso de la nueva casa, los rayos del sol alumbrando su cuerpo, ella pelando un pomelo. Abría sus dedos blancos y finos, levantaba su cara blanca, y metía en su boca los gajos que iba cortando, sus labios, rojos y carnosos–. Qué serena se la veía, como una imagen de película capturada en un paisaje de primavera…

“Flores ayudantes de cocina”, cómo detesto ese nombre, y eso que era un tenedor libre bastante bueno, con calefacción, decorados lujosos y ventanas inmaculadas con vista al Lago del Dragón. Yo quería contarle a ella la leyenda del dragón del lago. Pero, sabía que, si bien yo conocía bastantes leyendas del lugar, ella sin duda sabría muchas más que yo y más interesantes. Del mismo modo que ella sabía mejor que yo cuáles eran los buenos restaurantes del pueblo y los platos destacados de cada uno de ellos.

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“Mira el Lago del Dragón, justo allí en el sitio donde ahora hay andamios. En ese lugar, siempre que el cielo se cubre de nubes negras, y los truenos y relámpagos anuncian la tormenta, aparece un dragón que mete su cabeza en el lago para beber agua”.

Ella me miró extrañada, y bajó la cabeza para seguir cortando la carne.

El techo reflejaba cálidas luces amarillas, en un rincón había un árbol de navidad colmado de brillantes copos de nieve y bastones de caramelo de todos los colores. Por la ventana se veía gente pasar, los clientes entraban de tanto en tanto. Vi a dos chicas ingresar al restaurante, iban agarradas de la mano, con gestos bastante cariñosos, una vestía una chaqueta de lona amarilla gruesa y rígida, y llevaba unos anteojos de marco dorado que le cubrían media cara. Su compañera era una chica hermosa con aspecto de estudiante de secundaria. Las dos se besaban como si no hubiese nadie alrededor, o se tocaban sus zonas sensibles. Otra chica con un bebé en brazos hablaba a los gritos con un mozo. En lo profundo de mi subconsciente sentí un malestar que me hizo entrar en pánico. De golpe recordé aquellos años de penuria de mi adolescencia, cuando mi tío regresó una medianoche y me despertó. Yo me refregué los ojos hinchados por el sueño y le pregunté qué ocurría. Mi tío me dijo que me levantara y me vistiera. Yo estaba desconcertado, vestirme a medianoche ¿para qué? Pero no me atreví a preguntar, así que no me quedó otra cosa que obedecerle, ponerme las zapatillas y seguir a mi tío fuera de casa. Tiritando de frío y miedo, seguí a los tumbos a mi tío hasta llegar a un pequeño camino al lado de una apestosa zanja. Luego de cruzar la zanja, trepamos la pendiente de cemento de la autopista, nos hicimos camino entre los arbustos y pastos congelados, abrimos el alambrado hacía tiempo venido abajo, y nos metimos en la autopista…. Mi tío esquivando los autos que pasaban silbando a toda velocidad cruzó la autopista y desapareció detrás de la hilera interminable de coches. Nervioso le grité, ¡Tío!, ¡Tío! Del otro lado no hubo respuesta, solo el ruido de los coches que pasaban como ráfagas.

Al poco tiempo un carril se oscureció, en otro, las luces de los coches se veían bastante lejos, aprovechando aquel espacio abierto, atravesé corriendo la autopista…

Bajé la cabeza con los ojos ardiendo de dolor, mirando el bistec de mi bandeja le dije a ella que mañana me marcharía.

Ella detuvo el cuchillo y el tenedor, como si no hubiera entendido y esperase a que lo volviera a repetir.

En ese momento regresó Li Sha del baño.

Minzi miró los ojos de Li Sha. Su tío dijo una vez que esos ojos parecían de fantasma.

Ella se los maquillaba fuerte, y cuando miraba a la gente le gustaba levantar los párpados y fijar la vista con los ojos bien grandes y redondos; si uno se le acercaba hasta podía ver en ellos una marca de pena y remordimiento, algo había en esa mirada que hacía sentir mal a la gente, que hacía pensar que sería mejor tener a esa chica lo más lejos posible, cuanto más lejos mejor, o por lo menos no sentada al lado de uno. Pero Minzi ya se había acostumbrado, cuando hacían el amor, ella entrecerraba los ojos, o los abría de par en par, y él no les veía nada malo. Si los veía detenidamente, hasta le parecían bastante bellos. Por eso cuando su tío dijo que Li Sha tenía ojos de fantasma, él se enfureció como nunca, un día aprovechando que su tío había salido con su familia, les orinó la alfombra de la sala, y solo así logró aplacar su ira. Pero siempre que Minzi se enojaba también solía pensar con irritación: “¿Cómo puedo yo estar de novio con una chica con ojos de fantasma?”. Si sus pensamientos o las palabras de su tío llegaran a oídos de Li Sha o su familia, se buscarían un gran problema. Sin embargo, la vez que su tío dijo que Li Sha tenía ojos de fantasma, solo estaban presentes Minzi, su primo y el esposo de su prima, además su tío solo lo mencionó una vez. Cuando terminó de decirlo se dio cuenta de que no había sido apropiado, pero, impedido por su orgullo, no le pidió disculpas a su sobrino. El primo y el marido de la prima se quedaron helados, este último lo reprobó: “¡Aya! ¡Qué clase de disparates dices!”. El primo agregó: “Mejor cierra el pico, ¿qué cosas dices?”. Luego ambos desviaron la conversación a otro tema, el marido de la prima comentó la idea de comprarse una nueva casa, el primo, siguiéndole el hilo, comentó sobre la situación del mercado de viviendas.

Difícil saber si alguien difundió afuera las palabras de su tío. Como Minzi nunca escuchó a nadie hablar sobre el tema, dio por entendido que nadie más se enteró. Pero después del comentario de su tío sobre los ojos fantasmales de Li Sha, Minzi mentalmente se sintió muy mal. ¡Maldición! ¿Qué sentido tienen esa clase de críticas? Según Minzi, lo malo de la vida es que siempre hay personas espectadoras que se creen con derecho a opinar de lo que no les compete, incluso se creen con el nivel para estar dando lecciones a los demás, y piensan que sus opiniones son las más acertadas y deben ser tomadas como referencia. Pero no se pueden hacer comentarios vulgares como esos, ¿“Ojos de fantasma”? ¿Qué clase de crítica es esta? Esa es una denigración insana… ¡Bah, al diablo con todo esto!

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Traducción de Ema Velázquez Burmester

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Breve historia de la República Popular China (1949-2019)

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Ed. Corregidor y New World Press, Buenos Aires, 2023

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Argentina-China.

50 años de relaciones diplomáticas. Cooperación, desarrollo y futuro

Mercedes V. Andrés (coord.)

Fund. Germán Abdala, Instituto Patria, ILAS/CASS, Buenos Aires, 2023

ISBN: 9789874741356 89 págs.

Bajo auspicio del Centro Argentino Chino en Ciencia Sociales - MinCyT y la Academia China de Ciencias Sociales, para el proyecto “Aspectos, caminos y desafíos de la participación Chino - Latinoamericana en la cooperación por la gobernanza económica global. Propuestas desde Argentina”, editó Fundación Germán Abdala, ILAS e Instituto Patria. Prólogo del embajador S. Vaca Narvaja y artículos de D. Hurtado y M. Haro Sly, M. Treacy y J. Futten, M. Povse y F. Pedrosa, M. Rozengardt, A. Sánchez.

Desarrollo y Cooperación: Perspectivas de China y Argentina

Wang Lei, Fortunato Mallimaci y otros

CASS MinCyT, Beijing, 2022 248 págs.

Primera publicación en común entre el MinCyT de Argentina y la Academia de Ciencias Sociales de China, bilingüe inglés-chino, sobre el rol y prioridad que cumplen en ambos países las ciencias sociales, así como las prioridades de cooperación mutua. Escriben de China: Wang L., Zhang Y., Yue Y., He Y., Jiang H., Li W., Xu X. y Sun Z., y de Argentina: F. Mallimaci, M. Pecheny, C. Mera, V. Fernández, C. Lorenzo, J. González Jáuregui y G. Merino.

Relaciones Internacionales en tiempos del auge chino y declive argentino

Eduardo Daniel Oviedo

Areté Grupo Editor, Buenos Aires, 2023

ISBN: 9789874812285 408 págs.

El investigador de la Universidad Nacional de Rosario / CONICET revisa la actualidad de las relaciones internacionales en torno a las dos situaciones tan diferentes de Argentina y su hoy principal socio comercial, China. Prólogo del español Xulio Ríos.

El renacer de los secretos

Yan Xiu

Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2023

ISBN: 9789877810240

308 págs.

Traducido por Radina Dimitrova, sus relatos describen el destino y la vida de la mujer en la sociedad china contemporánea, así como los retratos de mujeres chinas nacidas alrededor de las décadas de los 80 y 90. Su obra literaria ha trabajado ya sobre la comunidad femenina en China en otros libros anteriores.

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China y América Latina y el Caribe frente al eurocentrismo

Aníbal Zottele y Mirian Sánchez Guevara

Centro de Estudios de China, Veracruz

Bubok Publishing, Madrid, 2023

ISBN: 9788468574141

256 págs.

Escrito en México, se analiza el eurocentrismo —y su continuidad en las políticas y prácticas de Estados Unidos— desde el proceso histórico y una concepción ideológica con impactos no deseados en muchas sociedades. El libro evita maniqueísmos o enfrentamientos artificiales, más bien alienta el multilateralismo con lazos e intercambios en todas las direcciones posibles, y desde allí estudia los vínculos de nuestra región con China.

China y Venezuela. Hacia una Comunidad de Futuro Compartido

Editores: Li Huailiang y Aymara Gerdel

Instituto de Comunidad de Futuro Compartido para la Humanidad, Universidad de Comunicación de China, Caracas, 2023

ISBN: 9789807970068

237 págs.

Lanzado por ambas instituciones de China y de Venezuela, esta investigación para una comunidad de futuro compartido China-Venezuela” (人类命运共

同体 “中国-委内瑞拉“研究中心)” fue diseñada como una plataforma académica conjunta para la construcción de redes de investigación científica entre ambos países. Incluye trabajos de una veintena de autores sobre diversas temáticas. Escriben los editores junto a Duang Peng, Giuseppe Yoffreda, Li Huailiang, John Beens, Ji Deqiang, Zhu Hongyu, Ge Yanling, Esteban Zottele, Jorge Días, Meng Xiayun, Wang Zigang, Zhao Yajie, Han Yanan, Sun Yuhong, Wang Sixin, Zhang Suqiu, Zhang Yonqiu, Wen Chunying, Xue Ao’yu, Zhong Wanchu y Liu Fenghai.

Miradas

sobre la cultura china

Ye Lang y Zhu Liangzhi

EUDEBA, Buenos Aires, 2022

ISBN: 9789502359144

288 págs.

Ambos autores profesores de la Universidad de Beijing, proponen una aproximación rigurosa a las características de la cultura china y sus valores fundamentales, con énfasis en aquellos que poseen un significado universal y del mundo interior, así como una descripción de los planteamientos vitales y los intereses estéticos de esta nación. Pasan por su mirada desde la Ciudad Prohibida hasta la caligrafía y la Ópera de Pekín, la porcelana y la gastronomía.

El Partido Comunista de China ante sus homólogos de todo el mundo: 100 años del PCCh

Agencia de Noticias Xinhua y Ed. Luxemburg, Buenos Aires, 2023

ISBN: 9789871709861

230 págs.

El 1 de julio de 2021 se cumplieron 100 años de la fundación del Partido Comunista de China. Al frente hace más de 70 años de la República Popular en 1949, la pujanza del país asiático asombra al mundo. Referentes políticos de diversos países dan su testimonio al respecto. Xinhua entrevistó y recopiló opiniones del jefe de Estado brasileño Lula da Silva, el ministro de Defensa y excanciller argentino Jorge Taiana, el expresidente de Bolivia Evo Morales, otro expresidente de Brasil como Fernando Henrique Cardoso y funcionarios y dirigentes mayormente de Latinoamérica, África y Asia, junto con dirigentes comunistas europeos.

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Premio a la divulgación de China en Argentina

古斯塔沃·伍和杰出文学奖

El premio reconoce los aportes de escritores, traductores y editores extranjeros en el fomento del intercambio cultural”, explicó Eva González, agregada cultural de la embajada de Argentina en Beijing, en la ceremonia llevada a cabo en el Palacio Faghuayuan de la Casa de Huéspedes de Estado de Diaoyutai, donde el gobierno recibe a dignatarios extranjeros visitantes..

Por su parte, el embajador Sabino Vaca Narvaja, afirmó que “conocemos el trabajo que viene desarrollando Gustavo Ng con la revista DangDai y con sus libros. Uno de ellos, 10.134 kilómetros a través de China, ha sido publicado aquí en español y en chino y lo hemos presentado como una de las actividades culturales con las que celebramos los 50 años de relación entre Argentina y China el año pasado”.

El SBA ya había sido otorgado a dos argentinos, al economista especializado en China Gustavo Girado en 2020, y en 2013 el sinólogo Jorge Malena fue el primer latinoamericano en obtenerlo.

En la edición 16, de este año, también fueron distinguidos el argelino Smail Debeche, el brasileño Elías Khalil Jabbour, el ruso Sergei Konissanov, el tayikistano Rashid Alimov, los británicos Elizabeth Frances Wood y John Marshall Ross y el norteamericano William Porter.

Gustavo Ng se dedica a las relaciones entre Argentina y China desde 2011, cuando creó el proyecto de comunicación Dangdai con los periodistas Néstor Restivo y Camilo Sánchez. A partir de entonces,

ha escrito sobre China en diferentes medios (Tiempo Argentino, Perfil, Radio Gráfica y otros), ha participado en documentales (Arribeños, Migrantes, Cerca y lejos) y ha dado cursos y conferencias sobre China en la Universidad Nacional de La Plata, el Instituto de la Cooperación, SiPreBA, la UTDT y otras instituciones.

En 2016 fue publicado su libro Todo lo que necesitas saber sobre China en colaboración con Néstor Restivo, con quien también escribió China: La superación de la pobreza , y luego aparecieron Mariposa de Otoño , El regalo del Dios Viento y El Tangram de China , los tres de El Bien del Sauce Edita.

Le editorial china Blossom Press publicó en 2021 para el público asiático 10.134 kilómetros a través de China , en el que Ng

narra su primera travesía por el gigante de Asia, de dos meses en tren a lo largo de más de 20 sitios, incluida la aldea de su padre en el interior de la provincia de Guangdong.

Al recibir el premio, Ng enfatizó que recibía “este reconocimiento en nombre de todos los argentinos que están trabajando en conocer y comunicar China. A los latinoamericanos nos conviene comprender mejor a este país, porque es uno de nuestros principales socios comerciales, porque su dimensión está reconfigurando el mundo y porque tiene una realidad que puede enriquecernos mucho”.

El periodista agregó que “este es un premio al intercambio cultural. Necesitamos hacer que las relaciones con las potencias como China vayan más allá de la venta de nuestros recursos naturales, que involucre la cultura, o sea, el conocimiento, el arte, la ciencia. China va a comprar reactores nucleares fabricados por la empresa argentina INVAP: ese es el camino al que tenemos que apuntar”.

El coordinador de la Academia China de Ciencias Sociales, Guo Cunhai, celebró el premio al representante argentino, expresó que “la búsqueda de Gustavo Ng de sus raíces chinas, su perseverancia a la hora de escribir sobre China y de divulgarla me han conmovido. El premio es el mayor reconocimiento de nuestro país a su trabajo”.

Por su parte, Mónica Lou Yu, traductora de Ricardo Piglia y especialista en literatura argentina, explicó que “superando la distancia y los desafíos del idioma y la cultura, Gustavo Ng viaja por las distintas provincias de China, reflexiona y escribe sobre la China contemporánea. Gracias a su tarea, China deja de ser un país lejano para los lectores latinoamericanos”.

CULTURA 文化
《当代》杂志的新闻总监因其专门致力于阿-中关系的文 学及新闻作品而获得外国作家特别图书奖。
El coeditor periodístico de la revista DangDai Gustavo Ng recibió el Special Book Award, premio otorgado por la Administración Estatal de Prensa y Publicaciones de la República Popular China.
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del ministro Massa

Un viaje para buscar divisas

El ministro de Economía y ahora candidato presidencial del peronismo, Sergio Massa, realizó un provechoso viaje a la República Popular China a mitad de año y ató varios acuerdos económicos con el gobierno y las empresas del país asiático.

Entre fines de mayo y principios de junio últimos, el ministro de Economía, Sergio Massa (quien a poco de su regreso fue ungido candidato presidencial del peronismo), visitó junto a una importante comitiva oficial Shanghai y Beijing y cerró varios negocios en materia comercial, financiera y de inversiones chinas en Argentina. Massa viajó en el nuevo avión presidencial, lo que también marca la impronta que quiso darle a una gira clave, como vienen siendo en los últimos veinte años cada periplo gubernamental al gigante asiático.

El viaje empujó positivamente una agenda que fue armando la gestión del presi -

dente Alberto Fernández, quien (a su vez continuando o retomando lo avanzado en las administraciones anteriores) ya había tejido una relación con el Gobierno de Xi Jinping y con el líder chino en lo personal, con quien mantuvo varios encuentros presenciales, virtuales o epistolares desde la colaboración en la pandemia apenas inició mandato.

En Shanghai, Massa mantuvo un encuentro con la presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo (el banco de los BRICS), la exmandataria brasileña Dilma Rousseff, con quien negoció aspectos de lo que se estima será en este 2023 el ingreso de Argentina al grupo que forman Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que mantiene una cuantiosa cartera para obras públicas en países miembros.

También se entrevistó con importantes empresas ya radicadas en Argentina con el objetivo de acelerar la llegada, este año, de fondos para obras ya en marcha en nuestro país. Ellas son las represas hidroeléctricas de Santa Cruz, la ampliación del parque solar Cauchari en Jujuy, el tendido eléctrico de alta tensión y transporte de energía AMBA I, dos plantas depuradoras y de tratamiento cloacal en conjunto con AySA, material ferroviario para el Belgrano Caras y el Roca e inversiones en minería, en particular en litio, entre otras.

El ministro tuvo, asimismo, en esa primera parte de su gira, un encuentro con empresas argentinas radicadas en Shanghai, que inauguraron la Cámara de Comercio Argentina en China (CCAC) dirigida por Juan Francisco Beroch y asociada a la Cámara Argentino

POLÍTICA 政治 70 Por Néstor Restivo
Gira

经济部部长马萨的 北京与上海之行

在5月及6月经济部部长在其中国之行中批准了投资、 商业、金融合作并建立了蓬勃发展的双边战略伙伴关系。

China con sede en Buenos Aires, que preside Sergio Spadone.

En Beijing, la misión de Massa y su equipo (que incluyó a los y las titulares de las Secretarías de Energía, de Agricultura y Ganadería, de Transporte, de AySA, de ENARSA, del Banco Central y otras reparticiones públicas, además de diputados como Máximo Kirchner y Cecilia Moreau, presidenta de la Cámara baja) siguió con contactos empresariales, pero sobre todo, en una agenda que fue armando en los meses previos el embajador Sabino Vaca Narvaja, con el Banco del Pueblo (central) y autoridades chinas de la Cancillería, el Ministerio de Finanzas, Aduana, bancos estatales y la poderosa Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, que maneja los planes de la iniciativa de la Franja y la Ruta a la que adhirió Argentina en 2022, cuando viajaron el presidente Alberto Fernández y el canciller Santiago Cafiero. Por cierto, Fernández tiene agendado un nuevo viaje a Beijing a fin de este año y de su mandato, para asistir al Foro de Cooperación Internacional de la Franja y la Ruta, según confirmó a DangDai el embajador Vaca Narvaja. En su gira, Massa puso en marcha aquel memorándum de entendimiento con un plan de acción más corto, pero con más previsibilidad inmediata de obras, que mayormente tienen que ver con energía y transporte. También comenzó a destrabar acceso a mercados agropecuarios y a evaluar la posible participación china en los nuevos tramos de gasoductos que licite nuestro país.

Uno de sus acompañantes, el presidente del BCRA Miguel Ángel Pesce, firmó por su parte con su par del Banco del Pueblo chino, Yi Gang, la renovación del swap o intercambio de monedas por tres años, duplicando su valor en yuanes —ahora alcanza al equivalente a 36.000 millones de dólares— y llevando igualmente al doble, 10.000 millones de dólares, el tramo que se puede ejecutar para el intercambio comercial entre ambos países y para atender el mercado cambiario en nuestro país.

Ese mecanismo, aunque con algunas dificultades por lo novedoso, ya es usado por

cientos de empresas argentinas que a través del BCRA y de ICBC Clearing (la institución exclusiva elegida para la operatoria) están pagando sus compras en China en yuanes y evitando el uso del escaso dólar.

El objetivo buscado por el Gobierno y el ministro Massa se cumplió: con una economía frágil como la de Argentina, dadas las condicionalidades del crédito del Fondo Monetario Internacional acordado en el gobierno anterior y las corridas cambiarias, el jefe del Palacio de Hacienda fue a buscar básicamente dinero fresco y en divisas, en inversiones y finanzas, que pudo obtener en China y que hoy prácticamente no ofrecen otros inversores extranjeros. Aún quedan muchos proyectos pendientes que deberán seguir siendo analizados, como en el sector nuclear, en telecomunicaciones, defensa y otros. Ellos, en parte, dependerán del resultado electoral de fin de año y de variables tanto económicas como geopolíticas.

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Messi, éxtasis para los chinos

La presentación de la selección argentina de fútbol en Beijing en junio fue ocasión de que los aficionados chinos mostraran su fanatismo encendido por Lionel Messi y sus muchachos campeones del mundo.

梅西惊爆中国

En varias calles del barrio beijinés de Chaoyang, a las 20.30 del 15 de junio los vendedores callejeros ya no tienen más camisetas de la Selección argentina. Se las compraron todas, como se habían agotado las entradas para el partido amistoso que en ese momento juegan Argentina y Australia.

Son las calles que rodean al Estadio de los Trabajadores, al que la gente llama Gongti, construido en 1959, renovado y vuelto a abrir hace dos meses. Por esas calles, oscuras, anda una muchedumbre de chinos.

Fueron para estar allí, con alguna esperanza de conseguir entrada (algunos llevaban carteles que decían “compro entrada”) y con la segura alegría de estar cerca del partido.

Las selecciones le dan una vida intensa al interior del estadio, como si fuera un corazón gigante en forma de caja ovalada de la que escapan ondas de ovaciones y luces fulgurantes. Afuera, los hinchas rebalsan los bares, están sentados en grandes explanadas, llenan puentes sobre las autopistas cercanas, deambulan mirando el partido en sus celulares. Son miles de hinchas, todos con el mismo pelo negro, todos con los mismos ojos rasgados, las mismas narices chatas y todos con la misma camiseta: la Nº10 que tiene la palabra MESSI.

Miles con la Nº10 de Messi afuera y 70.000 con la Nº10 de Messi adentro del estadio.

Y Messi, en su séptima visita a China, que antes de llegar al segundo minuto del partido mete un golazo que tiene su sello único, la marca insigne y superlativa del mejor jugador del mundo. Los chinos aúllan de fervor.

Hinchas sin equipo propio

China está resultando ser un país futbolísticamente estéril. Pese a la inversión descomunal que viene haciendo en la última década, desde instalar 70.000 canchas en todo el país hasta comprar la totalidad o parte de clubes como el Manchester City, el Atlético de Madrid, el Inter de Milán, el Espanyol o

el Aston Villa, no consigue formar una selección que clasifique a la Copa del Mundo. Sin embargo, esta impotencia no desalienta en absoluto el frenesí de entusiasmo por la Selección que viste la camiseta celeste y blanca.

Desde que los jugadores salen del aeropuerto hasta el hotel, en el campo de entrenamiento, fuera del estadio el día del partido, los hinchas chinos los acompañan saludándolos, cantando, riendo. Parecen amar a los jugadores argentinos.

DEPORTE 运动
世界冠军阿根廷国际足球队在北京工人体育场与澳大利亚进行了一场 友谊赛,这将成为属于中国球迷的记忆。
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Por Gustavo Ng desde Beijing

Nuestra Selección devuelve el saludo: va a jugar en China el primer partido en el extranjero desde que ganó el Mundial de Qatar, justo en el día del cumpleaños 70 del presidente Xi Jinping, el más determinado a que China se convierta en un país futbolero; el equipo entrega su mejor fútbol en el juego, y Messi convierte ese gol apoteótico.

Messi y Argentina no pueden pedir más fanatismo de un país, los chinos no pueden pedir más del fútbol. Todo es éxtasis.

Messimanía

Era de esperar que, entre los miles de hinchas chinos, no hubiera solo uno que vistiera la camiseta de Australia. Pero tampoco usaban la camiseta de un club chino, ni siquiera la camiseta de la Selección china.

¿Y qué hubiera pasado si Francia hubiera salido campeón y estuviera jugando en lugar de Argentina? No se tiene la sensación de que los mismos miles estuvieran vestidos de azul. Entonces, hay que comprender por qué la pasión por Argentina.

La explicación más patente es el amor a Messi. Es glorificado por su éxito, admirado por su habilidad y querido porque cada vez que estuvo en China se comportó con corrección impecable y tuvo gestos de amistad, a veces conmovedores, como el de regalarle una camiseta y una pelota a Abdulhalik Emdullah, un niño de la minoría étnica uigur que amaba el fútbol. Su profesor de educación física se enteró de que el chico había ahorrado durante tres años para comprarse una pelota, la historia llegó al entorno

de Lionel Messi y el ídolo no tuvo problemas en recibir a Abdulhalik, hacerle los regalos y pasar un rato con él.

Messi está muy cerca de los valores confucianos de modestia, equilibrio, mesura, prudencia, corrección, sobriedad, respeto. Claro que también cumple con la premisa de Deng Xiaoping: “ser rico es glorioso”. Todo chino quisiera tener a Messi en su familia.

La messimanía, además, lleva cultivándose desde hace mucho, no solo por su brillo en el Barcelona, sino porque la selección de Messi ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008.

Por otra parte, Messi es Argentina. La amistad fue contagiada a todo el equipo, que se presentó con los nombres de los jugadores en mandarín en sus espaldas, como un gesto hacia el público presente y a todo el pueblo de China.

Sin embargo, los chinos casi no conocen nada de Argentina. Para ellos es un país del fondo del mundo, del cual le llegan algunos ecos desde los países centrales de Occidente.

Claro que el eco de Diego Maradona fue resonante, y el 10 también estuvo varias veces y trajo a Boca Juniors a jugar en Beijing y Chengdu. En clubes de China jugaron, entre otros, Darío Conca, Carlos Tévez, Ezequiel Lavezzi y Hernán Barcos, mientras Sergio Checho Batista fue director técnico del Shanghai Shenhua y hoy hay decenas de entrenadores argentinos en escuelas de fútbol de toda China.

Entonces, para China, mucho más aún después del partido en el Estadio de los Trabajadores, el día que Messi metió un gol a los 79 segundos, Argentina es fútbol. Más o menos igual que para nosotros.

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DangDai fue fundada en 2011 por Gustavo Ng, Néstor Restivo y Camilo Sánchez Desde 2017 es editada por EdiUC - Ediciones de la Universidad de Congreso.

Equipo

Comité Editorial

Rubén Bresso, José Luis Manzano, Javier Álvarez, Gustavo Made y María Mercedes Demasi

Directores periodísticos

Gustavo Ng y Néstor Restivo

Textos y fotos de este número

Para la producción literaria, Sun Xintang, Asociación de Escritores de Kunming; resto: Xinhua, China Watch, Gobierno argentino y Embajada argentina en Beijing.

Diseño

Diego Sánchez, MDA

Corrección

Lucía Gabrielli

Títulos en chino

Félix Huang

Casa de la Cultura China

María Mercedes Demasi, Coordinadora Ejecutiva

Universidad de Congreso

Mercedes Sola, Directora de Gabinete / Viviana Dabul, Asistente de Dirección

Agradecimientos

Laura Ma, Santiago García Vázquez y Martín de Vedia.

Puntos de venta

Además de en universidades y centros de estudio, DangDai puede leerse en ISSUU y está en venta en:

MERCADO LIBRE. Suscrpciones por número o anuales y llegada a toda la Argentina y el exterior. En CABA, Casa de la Cultura China UC, Santa Fe 911, 5º B, CABA, Tel. 5530-9915. Ediciones anteriores en • Librería Hernández, Corrientes 1436 • Librería de Ávila, Alsina 500 • Antígona Liberarte, Corrientes 1555 • Librería Guadalquivir, Callao 1012

• Eterna Cadencia, Honduras 5574 • CUI,Junín 222, CABA • ACCA, Fco. Lacroze 2437, CABA • ISIIC, Mendoza 1669, CABA • Instituto Confucio UNLP, calle 48, 582, 5º P, La Plata

• Venta directa o librerías interesadas en tener y vender Dang Dai, escribir al correo electrónico casa@culturachina.org.ar

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