8 minute read

Los pasos perdidos. Juan Manuel Márquez Núñez

Los pasos perdidos (y encontrados) Juan Manuel Márquez

A Manuel, mi padre. A Dolores, mi madre. Porque ellos son mis pasos encontrados.

Advertisement

Todos mis artículos anteriores a este en la Revista de Feria concluyeron, más o menos, del mismo modo: deseándoles que pasen una feliz Feria. No será este año el caso. ¿Y cómo es eso? ¿Es que no deseo para ustedes lo mejor y, dentro de ello, la mejor de las Ferias posibles? Por supuesto que sí. Lo único que quiero decir es que no finalizará así mi artículo, sino que será su principio. Hay una razón para ello: pensando sobre qué escribir, lo primero que vino a mi cabeza este año fue la frase final; y es tan bonita, sincera y cierta que merece ser eso mismo, su final. Cumplo, por tanto, con el trámite anual (que es, además, un trámite sincero y en nada forzado) y enseguida entro en faena. Feliz Feria a todos mis loreñitos y loreñitas, espero que podáis disfrutar junto a vuestras familias y amigos. Que de eso, y de nada más, se trata. De disfrutar en buena compañía. Es palabra de buen feriante.

Vamos al lío, que hay trabajo.

El año dos mil diecinueve quedará anclado en las entretelas de mi memoria como el año en el que publiqué mi primer libro (confío en que no el único y, por tanto, primero y último): Con Iglesias hemos topado. Sin embargo, no vengo a hablar de él, de mi novela, tal y como sí quiso hacerlo, en aquella intervención televisiva mítica, aquel maravilloso animal literario que fue Francisco Umbral, a quien me temo, ay, que pocos leen ya. Se lo pierden si no lo hacen, créanme. En la solapa de mi libro se puede leer que nací en Sevilla, aunque pasé toda mi infancia y juventud en Lora del Río. Y ese

dato, que ya conocía antes de que fuera impreso, me ha llevado a preguntarme de dónde soy, de dónde somos.

Hay quien dice que somos de donde lloramos la primera vez. O la última, ahora no lo recuerdo. Puestos a ser menos poéticos o dramáticos, yo propongo que somos de donde reímos la primera o la última vez. Mejor aún: de donde reímos cada día. Pero los orígenes de cada cual son tan variados como, en muchos casos, comunes, de ahí que cualquier asomo de individualidad o nacionalismo sea un absurdo. Somos, qué duda ha de caber, de donde nuestra vida puso sus cimientos primeros, de donde nuestras palabras iniciales, de donde las calles y placitas recorridas en la infancia, los colegios donde aprendimos a leer y a escribir, las fuentes que nos dieron de beber o los juegos callejeros que, junto a los primeros amigos, comenzaron a desarrollar nuestra imaginación y nuestro sentido de la amistad. Somos de aquel banco donde dimos, o nos dieron, el primer beso de amor cuando el amor era un descubrimiento, un goce inesperado y desconocido, una noche tras otra en vela y un revuelo de mariposas libres en el estómago.

Somos de donde cada uno de los libros leídos, de donde los recuerdos que han sido capaces de vencer el paso huracanado y voraz del tiempo, de donde las manos abiertas que nos ofrecieron en cualquier recodo del camino, de donde aquella mirada que alguien nos dedicó o de aquel abrazo necesario y necesitado que otro alguien, o acaso el mismo, supo darnos en el momento preciso. Somos de donde nos tomaron una fotografía sin filtros, de donde bebimos un vino mientras en la mesa de al lado un nuevo alguien arrancaba a cantar por soleá, de donde hubo un desencuentro que nos partió en dos, de donde hubo un reencuentro que unió con argamasa compacta aquellas dos mitades que continuaban partidas. Somos de donde nos tocó sobrevivir, de donde hicimos el amor por primera vez, de donde nos escondíamos cuando el viento arreciaba a la contra. Y del mar, también somos de donde el mar aunque el mar nos quede lejos. Y del sol, claro, imposible no ser de donde el sol. Somos de donde hubo una confesión o un secreto de repente compartido, de donde llueve sobre la tierra seca que enseguida es vivificada y aromatizada con el olor de la tierra mojada, de donde el tiempo se detuvo un instante que nos permitió respirar o mirar, de donde zalamerías principiantes y sueños disparatados. Somos de donde el latín nos permitió comunicarnos, de donde la Grecia neonata nos invitó a pensar, de donde los primeros romances y jarchas, de donde aquel cuerdo que gozaba del privilegio de la locura desfacía entuertos y arremetía contra gigantes, somos de donde la poesía y somos por ello un verso suelto. Somos de donde nuestros miedos nos acecharon frente a un hueco de oscuridad, de donde artistas primarios, refinados y agrestes al alimón, pintaron bisontes sobre las paredes de una gruta, de donde el salario, el mecenazgo o la guerra. Somos de donde el azar indescifrable y caótico y, por señalar algo a la contra, no creo que seamos de donde el destino riguroso o cariacontecido. Somos de donde la impericia, de donde la calma, de donde dejamos olvidado una parte del equipaje, algún retal de la piel o un interrogante. Somos de donde confidencias oscuras que nos iluminaron, de donde trifulcas callejeras o pendencias, de donde esquinas disolutas y nocherniegas. Somos de donde el rescoldo de una hoguera, de donde nos amparan y cuidan, de donde la lógica imbatible de los niños, de donde perdimos el contacto con el niño que alguna vez fuimos. Somos de donde la niebla baja para cercarnos o enmudecernos, de donde la traición enarbola banderas blancas y falsas, de donde la trinchera y el desafío. Somos hijos de la supervivencia, de los supervivientes, de héroes anónimos o clandestinos que madrugaban demandando a los dioses una ayuda que, en tantas ocasiones, no terminaba de llegar. Somos de donde la voluntad, de donde la fe, de donde la esperanza jamás perdida, del propósito y de la enmienda, del vaivén de la vida como si a la vida le gustara mirar nuestros devaneos y divertirse con ellos sentada con tranquilidad en una mecedora, del placer que a veces logramos que se imponga sobre la superficie rugosa de este valle de lágrimas. Somos de donde la causa que nos despierta, nos mueve y conmueve, nos provoca y abre los ojos, nos alienta o enoja, nos hace tomar partido o permanecer indiferentes, nos asemeja a los demás o labra un muro de enroque, de defensa. Somos de donde la sombra que con tanta lealtad nos acompaña, nos refleja con fidelidad, nos empequeñece al mediodía y nos engrandece al atardecer. Somos de donde la victoria y la derrota, de donde los momentos marcados, de donde la soberbia o la bondad,

"Somos de donde confidencias oscuras"

de aquello que vamos tocando, de lo que emerge con firmeza y en color entre ruinas. Somos de donde hoy el silencio y la quietud y de donde mañana la algarabía y la tremolina. Somos de donde son los árboles, de donde la orilla que acompaña nuestros pasos, de donde el plenilunio nos transforma en licántropos que aúllan para dar de lado a la soledad. Somos de donde salta el error cuando nadie lo espera, de donde descubrimos una incógnita agazapada en medio de una ecuación o de un solar, de donde trampas que nos dejan cicatrices al salir de ellas. Somos de donde la pasión. Somos de donde nadie nos advirtió, de donde un cruce de caminos, de donde conjuros o enigmas. Somos de donde el oleaje bravío y de donde el arbotante al que nos aferramos. Somos de donde damos la espalda al norte para dirigir nuestros pasos hacia el sur que también existe. Somos de donde la desidia nos embauca, de donde la apatía nos ofrece una tregua, de donde los gestos repetidos y las intenciones hueras. Somos de donde amanece, de donde amanecemos siempre con un sabor agridulce en el aliento, de donde cada segundo, cada minuto y cada hora nos está permitido respirar. Somos de donde hay algún quehacer pendiente, de donde hay alguna hierba que cuidar porque tu nombre, sí, me sabe a yerba. Somos de donde la creación y el arte, de donde el primer movimiento sobre un lienzo, una escultura o un poema. Somos de donde la raíces hundidas. Somos de donde hay pájaros en la cabeza. Somos de donde plañe el coro

como banda sonora de la tragedia. Somos de donde vamos atendiendo o ignorando las acotaciones del texto. Somos de donde los finales no son felices ni colorín colorado, de donde los principios y las almendras amargas. Somos de donde el cainismo latente. Somos de donde lo apreciado, de donde la añoranza. Somos de donde usar y tirar, de donde la caducidad, la nostalgia o la bohemia. Somos de donde la cuadrícula que habitamos, de donde la veleta nos marca un punto cardinal o unos puntos suspensivos. Somos de donde una almohada nos escucha, de donde un cuerpo nos cubre y da calor, de donde la madrugada deviene con ritmo de goteo y textura de estalactita. Somos de donde aparecen o encontramos yacimientos milenarios. Somos de donde la libertad lo intenta y no puede, de donde el devenir que nos rodea es suave cuando logramos atemperar el ímpetu dionisíaco de la violencia. Somos de donde la timidez aprisiona los sentimientos o de donde el descaro los saca a tomar el aire. Somos de donde el primer hogar: una placenta. Somos de donde el alma se derrama cuando muere alguien que nos anduvo cerca, de donde hay una oración o una promesa que espanta al olvido, de donde cuan solos se quedan los muertos.

Somos de donde los pasos perdidos....y encontrados.

Y yo.

Yo soy de donde Lola, Domingo y Adela, quienes me acompañan en mis pasos cotidianos, algo a lo que sin ser original llamo mi vida, para darle a todo un sentido y belleza. Soy de donde los brazos tan fuertes de mi padre, mi único héroe entre los héroes de verdad, esos brazos en los que siempre me sentí tan seguro. Y soy, finalmente, de donde es mi madre, esa reencarnación de la bondad cuya luz al mirarme con sus ojos ingrávidos fue la primera luz que vieron los míos recién abiertos.