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¿A dónde ir?

Carmen Macedo Odilón

Como en todo arte, el camino de la literatura es largo, casi siempre empinado y con obstáculos, senderos que se bifurcan para volver al mismo lugar y con señales de «No pase». Para una persona que empieza su travesía en las letras, es de vital importancia que encuentre un espacio dónde dialogar y aprender mientras pierde la timidez por compartir esos primeros textos que, a su parecer, merecen ser mostrados al mundo. Pero, bueno, ¿esos lugares existen?

En los últimos años, y aún más a raíz de la pandemia, proliferaron los talleres de creación literaria, círculos de escritura creativa y demás proyectos enfocados a lo editorial, ya fueran virtuales o físicos, de libre acceso o con cuota de inscripción. Con ello, mucha gente vio la oportunidad de dar rienda suelta a su interés por escribir. Y ante la enorme gama de opciones vale la pena preguntarse: ¿cómo saber cuál es el indicado?

Al igual que si se tratara de elegir zapatos, el primer punto es que el espacio calce con las necesidades y expectativas del escritor. En un principio, todo artista debe preguntarse para qué escribir: ¿Para hacer sentir?, ¿para inmortalizar un momento?, ¿para pedir auxilio? Sea lo que sea, es indispensable considerar que son los textos los que deben defenderse por sí mismos y no sus autores los que tengan que explicarlos. De la misma manera, nunca debe olvidarse que un taller es un espacio colaborativo donde convergen diversos puntos de vista. Por lo que es preciso tener la madurez para afrontar opiniones siempre que estas se limiten al escrito. Un autor novato empezará a sudar frío si las primeras palabras que el tallerista dice como parte de la dinámica son «aquí venimos a destrozar los textos», y el asunto se pondrá peor si los asistentes, fieles a la instrucción, no son capaces de distinguir entre una crítica destructiva y una opinión del contenido, y no al autor.

En un principio, todo artista debe preguntarse para qué escribir: ¿Para hacer sentir?, ¿para inmortalizar un momento?, ¿para pedir auxilio? Sea lo que sea, es indispensable considerar que son los textos los que deben defenderse por sí mismos y no sus autores los que tengan que explicarlos.

En principio, parece que separar el texto de quien lo escribe es obvio, pero lo cierto es que aún existen talleres que creen en la enseñanza mediante la «pedagogía del terror»: la humillación como base del aprendizaje, donde mostrar un texto a otros se convierte en una experiencia traumática por la que no querrá volver a pasar. Por otro lado, aquel espacio que peque de condescendiente con tal de evitar las críticas que puedan herir la susceptibilidad de los asistentes, en el que todo análisis del texto sea positivo, incluso si el escrito no lo amerita, se verá limitado a la hora de aportar una debida retroalimentación. ¿Qué generarán estos escenarios, en apariencia, diametralmente opuestos? Un autor infravalorado con miedo de volver a escribir vs un autor sobrevalorado que cree que todo lo que hace es oro. ¿Cómo pueden evitarse ambos polos?

Sin duda, la formación académica orientada a la escritura no asegura el talento ni el éxito editorial, pero sí brinda herramientas teóricas y críticas con las cuales ejercer análisis sobre escritos propios y ajenos, a fin de responder la pregunta: ¿qué hace valioso a un texto? Para compensar este sesgo educativo, y como oposición a una realidad donde se leen tres libros al año, es que los talleres, cursos y círculos de escritura son un área de oportunidad para autodidactas y gente que ve en las letras un escape para ser libre. Sartre decía que la escritura satisface la necesidad de sentirnos esenciales en relación con el mundo, como si fuera una manera de perdurar en la memoria colectiva. Los emisarios de estos saberes serán aquellos hombres y mujeres que impartan los cursos-talleres o diplomados. ¿Y después?

Un autor novato empezará a sudar frío si las primeras palabras que el tallerista dice como parte de la dinámica son «aquí venimos a destrozar los textos», y el asunto se pondrá peor si los asistentes, fieles a la instrucción, no son capaces de distinguir entre una crítica destructiva y una opinión del contenido, y no al autor.

Ya que se descartaron los lugares donde se minimiza el trabajo del escritor mediante actitudes destructivas, también deben evitarse aquellos donde se carezca de metodología y formación teórico-práctica, pues este aspecto va de la mano con el rol de quien imparte el taller, ya sea un escritor consagrado o un literato. Por lo general, basta con una sesión para decidir si la dinámica de trabajo es o no la ideal para los fines que estén persiguiéndose, y según el nivel en el que el escritor novel se encuentre.

Después de evaluar el papel que el facilitador va a desempeñar a lo largo del taller es importante preguntarse: ¿con quién se desea interactuar? En este sentido, no hay una sola respuesta ya que, de nuevo, es una situación de comodidad. La primera vez que asistí a un taller fue en un grupo mixto, y la tallerista dijo, como única regla, «los comentarios deben versar sobre el texto». Es curioso pero esa «indicación» solo la he escuchado en los espacios gestionados por mujeres, mientras que el «destrozar los textos» lo oí de un autor que decía que teníamos que aprender a aguantar, algo así como cuando a los niños se les instaba a no llorar en vez de enseñarle a los demás a no agredir; o como cuando a las mujeres se nos exhorta a «no exponernos» y no señalar al que nos agrede.

En principio, parece que separar el texto de quien lo escribe es obvio, pero lo cierto es que aún existen talleres que creen en la enseñanza mediante la «pedagogía del terror»: la humillación como base del aprendizaje...

El respeto debiera ser la primera lección en la dinámica de la vida, una que requiere ejercitarse siempre, pues es debido a la ausencia de este, y a la falta de empatía, que no hace mucho han aumentado los espacios separatistas a raíz de micro y macro agresiones, que van más allá de una simple «diferencia de opinión». En algún momento, en mi recorrido por diversas aulas, proyectos y colectivos, encontré en los espacios mixtos variadas experiencias de vida; disfruté esos primeros talleres donde había personas de diferentes edades, y hombres y mujeres complementaban las ideas vertidas en los textos. Entre las más comunes se hallaban temas ligados con comportamientos sexuales, y aspectos de género vistos desde la mirada del otro; informaciones que, aclaradas o corregidas por quien las había vivido de primera mano, hacían que los textos ganaran verosimilitud y evitaran inconsistencias.

Alternar entre espacios mixtos y separatistas me ha hecho valorar ambas perspectivas de acuerdo con mis necesidades de convivencia. Sería un error decir que ambos son opuestos, aunque en ocasiones, es cierto que al estar entre mujeres las observaciones al trabajo de las demás son menos severas, como si fuera más importante cómo se dice una opinión y no lo que esta encierra, mientras que en los talleres mixtos prevalecen las sugerencias, incluso a tal grado de convertirse en un exceso de correcciones; una forma de disfrazar el deseo de señalar desde una posición de superioridad intelectual.

El respeto debiera ser la primera lección en la dinámica de la vida, una que requiere ejercitarse siempre, pues es debido a la ausencia de este, y a la falta de empatía, que no hace mucho han aumentado los espacios separatistas a raíz de micro y macro agresiones, que van más allá de una simple «diferencia de opinión».

Considero que participar de forma equilibrada en ambos espacios es el ideal, y que no debería importarnos si quien imparte es hombre o mujer, pues lo más importante son los conocimientos que posean y cómo los transmiten mediante la gestión del taller, pero eso estaría dejando de lado un aspecto ante el que no puede desviarse la mirada, y es una realidad que a muchos les es difícil de aceptar: los espacios separatistas existen como una respuesta a la violencia, al silenciamiento intelectual luego de que por mucho tiempo fuimos desestimadas en la escritura. En la actualidad, las «espacias» hacen una resignificación de aquellos géneros literarios que se consideraban menores, como son las cartas, recetas, poemas, y en tiempo recientes los collages e híbridos, así como la forma en que estos se relacionan con el desplazamiento y las actividades que fueron designadas por y para mujeres. Reflexiones que pasan inadvertidas en otras agrupaciones.

El otro tipo de violencia que sigue viviéndose es la sexual, y por más que se crea que se ha superado, continúan apareciendo denuncias de acoso dentro de proyectos literarios. Es un error pedirle a las mujeres que hagan a un lado sus experiencias para guiarlas de vuelta a espacios mixtos, a sabiendas de que su seguridad puede ser vulnerada. De modo que, quien tenga en sus manos la posibilidad de elegir, que escoja el proyecto que más le convenga con el fin de que pueda perfeccionar sus habilidades lejos de asuntos extraliterarios, aunque lo cierto es que no todas estamos en esa posición.

Es un error pedirle a las mujeres que hagan a un lado sus experiencias para guiarlas de vuelta a espacios mixtos, a sabiendas de que su seguridad puede ser vulnerada. De modo que, quien tenga en sus manos la posibilidad de elegir, que escoja el proyecto que más le convenga...

Y el último paso, luego de elegir un sitio, mixto o no, y haber participado con un escrito; o bien, luego de haber leído los textos de otros y emitir una opinión que ayude a mejorar un cuento, ensayo, poema o fragmento de novela, es sencillo: hay que poner en práctica lo que se considere pertinente y prepararse para la siguiente sesión.

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