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Cómo escribir el mejor meme del mundo

Julio María Fernández Meza

Above all, study innuendo.

E. A. Poe, «How to Write a Blackwood Article»

Guillermo y yo nos conocimos en la facultad. Él estudiaba Letras Hispánicas y yo Inglesas. La mañana lluviosa en que se presentó en el Seminario de Investigación I, poco después de que arrancara el quinto semestre, creo que su vida dio un giro y la mía también. Me sorprendió que el profesor González accediera a que asistiera como oyente, a pesar de que no era de esta carrera y estuviera hecho una sopa. Se sentó cerca de mí y lo vi sin que se diera cuenta. Su pinta era la típica del alumno masculino de literatura: flacucho, estatura promedio, tez morena. Traía el cabello largo. Me figuré que su apariencia lo tenía sin cuidado. Se acomodó los pelos hacia atrás secándoselos con las mangas de su chamarra negra (qué bueno que no iba vestido con una de esas sudaderas horrendas con diseño de jerga, tan comunes entre los de su carrera). Se limpió los lentes con un pañuelito que sacó de un estuche metálico. No me percaté de que el maestro ya me había pedido que hablara de los avances del proyecto hasta que me recriminó la distracción.

―Muy guapo el compañero, tan mojado como usted quiera, ¿no, señor Gris? —y medio salón se rio de mí . A ver, ¿qué averiguó sobre la muerte misteriosa de Poe?

―Este... nada ―contesté deprisa porque el profesor me agarró de bajada.

―«Bad Luck, Brian» ―se entrometió Guillermo como si fuera una sentencia, y esta vez toda la clase estalló de risa.

Tan pronto el ruido se apagó, el profesor continuó.

―Mala suerte, así es. Les daré un consejo, muchachos. No me lo tomen a mal, pero están chavos. Elijan algo más fácil, algo que los motive y que puedan hacer. En cuanto a usted, señor Gris, hace una semana le indiqué que no tiene caso enfrascarse en imposibles. Si los especialistas no se ponen de acuerdo en aquel embrollo, ¿cree que usted va a descubrir el hilo negro y que resolverá un problema que se discute desde hace más de un siglo? Pues buena suerte.

Me quedé callado. Como no dije nada, González pidió que expusiera el siguiente de la lista.

Cuando terminó la clase, me sentí un inútil. Pensé en cambiar de tema, pero no se me ocurrió uno distinto. Supuse que la muerte oscura de Poe era idónea para un autor como él, propenso al misterio y recluido en el tenebroso corazón humano. Afuera del salón, y sin que lo esperara, Guillermo me abordó. Antes de extenderme la mano, se palmeó en los jeans para cerciorarse de que estuviera seca, y se presentó. Preguntó mi nombre. Contesté que Humberto, aunque todos me dicen Gris, porque ese es mi apellido. Sonrió. Añadió que no me veía melancólico. Sugirió que leyera el obituario escrito por Griswold, lo que, obviamente, ya había hecho. Repudio a Griswold por propagar la leyenda de que Poe era bebedor, depresivo, necesitado y criticón hasta el tuétano. Por si fuera poco, el chistecito del tal Guillermo no me tenía contento, y me puse serio. Enseguida me dio una palmada en el hombro. Dijo que quien tiene sentido del humor es alguien inteligente, y el que se ríe de uno mismo, sin que pese cuánto se burlen de él, ya es dueño de sí. Presumió que le di esa impresión porque guardé la compostura ante la arenga del profesor y su broma. Aún no escampaba. El hecho de que hiciera frío, pero sobre todo su elogio, me hicieron aceptar el café que me invitó. Abrí el paraguas para ir a la cafetería de enfrente de la facultad. Como él pagaría, pedí un Chemex, ese rico cafecito que únicamente preparan allí y para el que no siempre me alcanza. Guillermo ordenó un moka porque su paladar no estaba educado. Deseoso de indagar por qué vino al seminario, lo interrogué. Me dio buena espina que las preguntas no lo sacaran de onda. Entre sorbo y sorbo supe que, si bien era de Hispánicas, le apasionaba por igual la literatura inglesa. En cambio, a mí no me interesaba para nada la literatura en español, aunque no se lo revelé.

―Mejor escríbelo ―sugirió―. Escribe un cuento sobre el deceso de Poe. No cabe duda de que lo conoces, y tienes tela de dónde cortar. No cualquiera ha leído a Griswold, un critiquillo de cuarta, cierto, pero se dio cuenta de que Poe, como todo autor, quería trascender. Además, el profe ya te dio una pista: invéntate la muerte en vez de investigarla. ¿Para qué desperdiciar el talento que, imagino, has de tener, por cumplir en la asignatura? Vale, obtienes la calificación, ¿y luego qué? Publícalo en una revista o antología y difúndete, ya que los de letras casi no escriben. La mayoría acaba en la docencia, editoriales o lo que caiga; otros, dizque le hacen a la investigación; los menos escribimos, y lo peor es que nadie nos pela.

―¿Cómo sabes que escribo? ―lo interrumpí un tanto incómodo.

―Si te propusiste ese desafío es porque tienes la inclinación. Como decía: te preguntarás para qué escribir si nadie nos pela, y te diré que, si en verdad deseas escribir, hazlo como si creyeras que nadie más podría decirlo como tú. Si escribes, no hay de otra más que entregarse y volverlo el modo de vida, aunque se te vaya la vida en ello. No voy a decirte que así te ganarás el pan; eso es muy difícil. Pero bien sabes que el escritor vive más intensamente que los demás. Poe a duras penas sostuvo a su familia con la pluma, y con la misma pluma se granjeó enemigos por doquier. Fue un crítico despiadado. No por nada se rumora que se la cobraron cara. Recomiendo evitar los clichés. No lo hagas de terror, policial o de ciencia ficción. Es conocido por eso y sus reglas sobre el cuento moderno. Mejor escribe una historia de humor. Es lo menos valorado de él. Por ejemplo, ¿ya leíste «How to Write a Blackwood Article»?

―A todo esto ―dije para llevar la plática a otro lado, fastidiado de que me leyera tan bien, y más aún de que me agradara su tono pretencioso―, dime, ¿acaso vas a trabajar a Poe? ¿Te dejarán acreditar así el seminario de tu carrera? Porque supongo que también es materia obligatoria.

―¿Sabes, Gris? Quizá el cuento no baste. Lo de hoy es lo inmediato. Me cae que cada vez lo leemos menos y más bien lo conocemos por memes, videítos de TikTok, tutoriales sobre la unidad de impresión y nimiedades parecidas. No es que eso esté mal, ya que Poe se renueva de esta manera. Seguro que conoces la página de Facebook «Memes literarios». ¿Te acuerdas de la imagen de su perfil?

En ese momento sacó el celular y abrió la página.

―Mira nomás al Poe con lentes oscuros, tipo «like a boss». Demacrado pero guapetón, el don, ¿no? Los lentes convierten el daguerrotipo en meme y lo dicen todo sin que se use una palabra. El que concibió el meme dio en el clavo porque hizo campechano a Poe, y podemos interpretar cuanto queramos: podría ser el gánster de las letras que trafica y pulveriza escritos ajenos en las gacetas; o bien, el Príncipe de las Tinieblas que se adelantó a Lovecraft; o bien, el mirrey que, por borracho que sea, se vuelve inmortal por la obra. Entonces, uno está en onda al compartir memes y mofarse de lo que sea. Es como pertenecer a un club donde no se rechaza a nadie. Y, bueno, todos crean memes. Lo difícil es crear uno memorable y que funcione en cualquier contexto. En fin, yo he escrito algunos. ¿Quieres verlos?

Enseguida me dio una palmada en el hombro. Dijo que quien tiene sentido del humor es alguien inteligente, y el que se ríe de uno mismo, sin que pese cuánto se burlen de él, ya es dueño de sí. Presumió que le di esa impresión porque guardé la compostura ante la arenga del profesor y su broma.

Guillermo me mostró una selección que guardaba en el teléfono. Muchos me hicieron reír; los que no, aun así me parecieron buenos. Las animaciones o imágenes pecaban de comunes y corrientes: Rick Astley en pleno baile, los Spiderman (¿o debería decir Spidermen?) que se señalan unos a otros, el bebé triunfante, el perrito resignado a beberse el té en medio de las llamas, la novia obsesionada, el hombre que, luego de tocarse la frente con el índice, sonríe, y otros cuyo origen no ubiqué. Las frases, el fruto de su ingenio, sí me llamaron la atención. Guillermo avivó los memes. Normalmente, la unión del texto con la imagen hace al meme ser un meme: esa es su razón de ser, ya que se reafirman entre sí y producen significado. Parecía como si él les hubiera dado el revés, porque no siempre se correspondían y, sin embargo, decían mucho más. Las palabras me causaron la extraña sensación de que las imágenes cambiaban aun cuando eran las mismas. No se veían editadas, puesto que las que identifiqué eran tal como las recordaba. Y así, Astley lucía tan serio como el actor de «joder, esto sí es literatura», los superhéroes se ponían de acuerdo, el bebé no hacía menos a nadie, el perro se reía de su destino, la novia se templaba y el hombre del dedo en la sien inducía a la reflexión en lugar de echarnos en cara nuestra ignorancia. Todo por efecto del texto.

No sé si fue porque dejó de llover o debido a un compromiso, pero Guillermo se levantó de golpe y se despidió instándome a que escribiera el cuento. Aunque se marchó sin explicaciones, no lo sentí cortante. Me cayó bastante bien, y a pesar de que fue nuestro primer encuentro, hablamos como si hubiéramos sido cercanos. Ni tiempo hubo para que le preguntara cómo logró esos memes. No intercambiamos números de teléfono ni acordamos una próxima plática.

Si el encuentro me dejó a gusto, no tenía la menor idea de lo que ocurriría a partir de entonces.

Los memes de Guillermo se volvieron un éxito rotundo en el seminario. Seguro que se los envió a cualquiera, y así empezó mi desasosiego. En pocos días ya circulaban en toda la generación. Iban de un celular a otro. Yo pasaba por los pasillos y miraba de reojo las pantallas, me acercaba al grupito que de pronto se carcajeaba, y me seguía derecho. Esas risas, esas malditas risas, no podían ser más que producto de sus memes. Todos: amigos, compañeros y hasta los que no conocía, los compartían. Al principio supuse que circulaban entre los de Inglesas, porque allí se divulgaron primero. O eso creía... El colmo llegó cuando mis dos únicos amigos de Letras Italianas, y cada uno en momentos distintos, me mostraron el meme hecho con una fotografía mía, en la que me veo como el intelectualoide que los demás creen que soy y que no pretendo ser, aunque juro que no posé. Me la tomó un amigo de primer semestre cuando no me di cuenta. La subí a Facebook porque sentí que capturaba mi esencia. Claro: Guillermo me destrozó. Obviamente hurgó a fondo en mi perfil, ya que esa foto permanecía en una carpeta de la que ya ni me acordaba. Era como si me hubiera traicionado, aunque no por burlarse de mí, (ahora que lo pienso, si la cosa se hubiera quedado en eso, una mera burla, el asunto se habría olvidado), sino porque me restregaba su talento sin proponérselo. Yo, en cambio, sufría de bloqueo. El cuento nomás no me salía.

Como decía: te preguntarás para qué escribir si nadie nos pela, y te diré que, si en verdad deseas escribir, hazlo como si creyeras que nadie más podría decirlo como tú. Si escribes, no hay de otra más que entregarse y volverlo el modo de vida, aunque se te vaya la vida en ello. No voy a decirte que así te ganarás el pan; eso es muy difícil. Pero bien sabes que el escritor vive más intensamente que los demás.

Guillermo se convirtió en celebridad en la facultad. La gente lo apodó El Meme en vez del que le correspondía. Es que de memo no tenía ni un pelo. Me negué a llamarlo por su apodo, a rebajarme a ese nivel. No hubo necesidad de confrontarlo, ya que la burla en mi contra se disipó a mitad del semestre. Luego se pitorreó de otros alumnos, maestros, los Servicios Escolares, la Rectoría..., de quien fuera. Yo me reí también de ellos y me sentí mejor. Él continuó con sus memes, despotricando a diestra y siniestra, y lo aplaudían. Por fortuna, no lo agregué a mis redes sociales. De hecho, ignoraba cómo dar con él. Desconocía sus apellidos. Sabía, eso sí, que sus memes se publicaban en «Memética», «No seas memón» o «Tus memadas» (lo admito, hasta ingenio tenía para los nombres). Aunque no se indicaba el nombre del administrador o creador de las páginas, reconocía su estilo, su brutal ironía, la causticidad que no dejaba títere con cabeza y que, no obstante, provocaba risa. Además, Guillermo se renovaba. Si un meme suyo ya no se compartía, el ciclo se repetía con el siguiente. De nada me sirvió bloquear las páginas. Todos difundían sus payasadas y yo las veía a como diera lugar.

Apagué el celular y me puse a leer en el salón. Solía llegar una hora antes para encerrarme allí en paz. Recordé la plática que tuvimos hace mucho. Sospeché que no mencionó en vano aquel cuento de Poe, pero no me inspiró para el mío, que aún no comenzaba a escribir. Me agradó esa sátira de la literatura gótica. En la primera parte, Blackwood, el editor, que instruye a la heroína Zenobia en la supuesta buena escritura, la manda a matarse, ¡y el cínico la conmina a relatar su muerte! En la segunda, ella va a una catedral y sube al campanario acompañada de su mascota y Pompeyo, su criado viejito. A causa de ella, este se tropieza y accidentalmente choca con su escote. En represalia, Zenobia se sube a sus hombros, porque desea ver el paisaje. A falta de ventanas, mete la cabeza en una abertura de la pared. Se queda atorada. Al cabo, la manecilla del reloj la decapita y ella misma narra su fin con lujo de detalle. ¿Acaso nos habrá comparado con el editor y la heroína? ¿Habrá insinuado que él sería exitoso y que yo estaba condenado a escribir baratijas, sin percatarme de la aguja inminente? ¿Guillermo se acercó a mí por mi apellido, dándome a entender que me colgaría de su fama tal como lo hizo Griswold con Poe? No, era demasiado obvio. Entonces, ¿hubo otro pretexto? La muerte de Poe seguía siendo un misterio. Ni Dupin, el precursor detectivesco al que su creador dio vida, podría descifrar quién o qué mató a su padre, aun cuando la solución estuviera a simple vista.

Cerré mi ejemplar de Obras completas. Guillermo ya no asistía al seminario desde hacía semanas. No lo vi más ni hice el intento de buscarlo. Debe andar por ahí complacido de su popularidad, pensé. De pronto, el profesor González entró. Dejó el maletín en su escritorio y me dijo:

―Puntual como siempre, señor Gris. Dígame, ¿cambió de tema o persiste en Poe? No se olvide de su avance, ¿eh? Ayer me acordé de usted. ¿Ya vio esto? Mire ―sacó el celular―. ¿No creó el muchacho aquel un meme con una foto suya? Con decirle que hasta a mí me sorprendió. ¿Qué le habrá pasado? Ya no nos visita. ¿O será que usted se peleó con él y lo corrió del salón?

Vi un recuadro en blanco y prácticamente sin texto. En una esquina se leía El Meme en letras pequeñas. Si no hubiera sido por la firma, no sabríamos quién estaba detrás del meme.

Entonces, uno está en onda al compartir memes y mofarse de lo que sea. Es como pertenecer a un club donde no se rechaza a nadie. Y, bueno, todos crean memes. Lo difícil es crear uno memorable y que funcione en cualquier contexto.

Moví la cabeza de un lado al otro. El maestro se alzó de hombros y se fue a sentar. No odio a Guillermo, no podría. No arruinó mi vida y quiero creer que la de nadie. Ni tampoco, supongo, lucró con sus creaciones ni se convirtió en meme. Trascendió esas banalidades. No dejaré que nadie lo olvide, porque el que no sepa de él, lo hará por mis palabras y lo daré a conocer en cada dirección de Internet. Guillermo se volvió lo que a mí me gustaría ser algún día: el autor del que todo mundo habla, aunque la obra ni nos importe.

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