

UN PUENTE SOBRE EL ATLÁNTICO
María Silvina Barbero







@ del texto y de las imágenes María Silvina Barbero edición contar la propia historia
Palermo, Sicilia / Palermo, Buenos Aires, febrero del 2025
Un puente sobre el Atlántico
María Silvina Barbero

Ama la vita più della sua logica, solo allora ne capirai il senso
Fëdor Dostoevskij

Un puente sobre el Atlántico
Sentada en el cuarto de aquel piso de alquiler que tanto extraño a veces, rodeada de un caos escrupulosamente organizado, la pila de tirar, aquella por vender, la enorme para regalar.
Más allá, esa pila que crecía sin conciencia, la de guardar para luego llevar.
“De a poco”, “en cada cruce”, me decía queriendo calmar el galope que llevaba dentro del pecho.
Entre encuentros sin ánimo de despedida, charlas de esas como nunca antes, entrega confiada de valores incalculables en manos apenas conocidas, noticias inesperadas, y abrazos fugaces para que no dolieran, metí mi vida en dos valijas y di por iniciada la construcción de un puente, un puente sobre el Atlántico.
Crecer en piamontés
Las pantuflas con piel parecían encarnadas en sus pies, esa estufa a querosén que aún huelo, un banquito y sus rodillas a la altura de mi nariz, el pan con manteca cortado en pedacitos.
Así mi infancia en blanco y negro.
Como la foto de familia de un domingo al mes, para mantener ese hilo de cartas de rostros y palabras con que fue tejiendo la trama vincular con su Italia añorada.
21 años tenía cuando con su niña en brazos cruzó el mar.
¿Sería aquel frío atlántico el que sentían sus pies?
Las calles de su pueblo, la casa en que vivió, el mercado de los miércoles, las tierras del rey que cultivaban, sus manos lavando en el Po.
Los rostros de sus hermanas avejentados en papel. Los que iban partiendo, como ella, para no regresar.
Quienes nacían y no iba a conocer.
¿Cómo comprenderla, mi niña? Ella solo hablaba piamontés.
Así mi mente creó historias a color, y calor, y sabor.
Así mi corazón aprendió a solo querer volver.


Volar, siempre volar
“Algún día viviré por un tiempo en un sitio italiano, cerca de un aeropuerto. Desde allí tomaré mil vuelos según me lleve la vida.”
Por decenios al preguntarme que me gustaba hacer no encontré la respuesta. Sin embargo estaba allí, siempre lo estuvo.
De pequeña mi club fue el aeroclub, había hamacas, toboganes y trepadoras. Una pileta que pocas veces tenía agua. Desde una ermita, Nuestra Señora de Loreto, custodia de los aviadores, nos miraba jugar.
Había aviones de juguete y otros de verdad, mis dioses de la temprana edad. El hangar gigante con ese olor a combustible tan peculiar: JP1, desde siempre supe el nombre del perfume de papá. Él era quien los hacía volar.
Crecí en tribu, tribu de primas y hermanas donde era cacique por ser la mayor. Aún hoy en sobremesas que son regalos recibo reclamos de mi tiranía. Cuanta risa fui capaz de crear.
No sé cuándo ni porqué el miedo, el silencio, la nostalgia y la soledad tomaron mi patio de juegos. Fue entonces que me desencontré de la respuesta.
”¿Y a vos que te gusta hacer?”
No encontré mi latido profundo hasta que, viviendo en un sitio italiano, comencé a hacerlo con frecuencia.
Encontré mi latido profundo cuando comencé a hacerlo con frecuencia, viviendo en un sitio italiano.
Reconocí la plenitud en el alma cuando, en la cabecera de la pista, los motores prometen que ya vamos a comenzar a volar.
Volar, siempre volar.
Emoción de hogar
Cada vez que llegué, a través de los años, mi sentir y mi decir fueron: “mi cuerpo y mi alma se encuentran cuando piso suelo italiano”.
Partir era partirme.
Así fue esta vez, en que crucé el puente para afirmar mis pies en esta tierra, Mi cuerpo y mi alma se encontraron.
Una emoción de retorno me invade.
Atravesar capas de cielo hasta ver la patria como un mapa.
Sentir las ruedas tocar tierra.
Un calor de hogar me toma.
Caminar tus calles que no son las de mis abuelas, y aun así me son familiares.
¿De dónde te conozco sur de Italia?
¿Será que te he caminado en otras vidas?
Isla de contrastes y contradicciones.
De mar y montañas, de templos griegos, ruinas romanas, portales árabes, capiteles normandos, rastro español.
Isla imperio, emirato, magna Grecia. Isla reino y virreinato. Isla volcán.
Isla viento. Sicilia, Italia. Te reconozco.




No son sus pasos
Desde el sur más sur subí hasta este hemisferio del norte.
En mi transitar comprendo que mi alma, en verdad, hizo un recorrido diverso, viajó del norte piamontés al sur siciliano.
Regiones opuestas en latitud, costumbres, lengua e historia.
¿Y entonces yo?
No son sus pasos los que traigo.
No desando su camino.
Mi propio ser me porta aquí.
Reencontrar otras memorias, las mías, no aquellas heredadas.
No sospecho aún cuánto y mucho menos qué.

Desde otras vidas
Entrar fue quererte,
“la compro”, le dije.
Nueve meses de desvelos, llamadas, esperas, deseo de tenerte.
Inexplicable obsesión por habitarte.
El luto de perderte.
Un largo tiempo de llorarte.
Un día sin preámbulo volver a soltarte.
Abrí pesadamente los párpados, dos rostros me observaban queriendo entender si respiraba.
Polvo, humo, sirenas.
Un hueco en las tejas sobre mi cabeza.
Parpadeo lento, dormir profundo.
Luz blanca de hospital.
Respiro.
¿Qué ropa usan? ¿Qué tiempo es?
Conozco a mi madre.
Maltrecha y frágil.
Vivo en otro lado.
Dos ángeles nos dan cobijo.
Los reconozco, padre e hijo.
Propietarios de un albergo.
Año 45.
Hay silencio, terminó la guerra.
Padre e hijo, allí como en La Pampa.
Propietarios del pequeño hotel en que nací.
Vivencias
Mi recuento de vivencias desde que estoy aquí parecen magia, o locura.
Elijo creer que es memoria.
Habitar esta tierra Italiana abrió en mí un portal de recuerdos, de sentires, de reconocimiento.
Un mar de certezas, de esas que no requieren confirmación. Compartirlas es algo inesperado, sucede.
No planeo contar y sin embargo me encuentro haciéndolo.
Un instante de pánico me toma al escucharme, viene y se va.
La clara conciencia de ser mucho más de lo aparente abre mi pecho. Surge la llama.
Y desde allí, quien me escucha me cree. Y no solo eso.
Sus sentires, sus vivencias, sus memorias comienzan a surgir.




Cruzar el cielo
De ida y vuelta es sumergirme, entrar en él.
Cuando estoy en el aire, llegué.
Mi lugar es allí.
Desde lo alto el mar, las montañas,
Desde lo alto el monumento, la torre, la cúpula, el volcán.
Me elevo a contemplar, a contemplarme.
Desde allí me reconozco, me siento, me vivo.
Esta soy, esa en pausa en un avión, libre a través de su ventana, abrazando el globo cada vez que lo cruzo de norte a sur, de Italia a Escocia, de Roma a Buenos Aires.
Cruzar los mares, los Alpes, los continentes.
La sola idea de saberme sobre cielo africano, sorprenderme de noche sobre la Torre Eiffel, atravesar el ecuador, entrar en el círculo polar, expande mi respiración.
Contradicción
Vivir en una isla no es vivir aislado.
Rodeada de mar, plagada de montañas.
Es vivir distante y cercana.
Es estar en medio.
Es navegar y volar y escalar y nadar.
Es ciudad y es playa.
Es agua y fuego de volcán.
Tres mares que son uno.
Estrecho que estrecha.
Vivir en esta isla es contradicción.


Coherencia
Desde que estoy aquí ya no puedo
Hacer como que no.
Lo aparente se hace evidente, soy toda intuición.
Y siento y veo y sé.
Algo grande despertó.
No puedo hacer como que no.
A paso lento cultivo la calma.
La pierdo, me encuentra.
Lo que siento,
lo que pienso,
lo que digo, lo que hago.
Soy yo siendo yo.
Coherencia.


Ser puente
Ser quien soy sin remedio. Sin pretensión. Siendo.
Contagia, entusiasma, me expande a mí y a los otros a ser quienes son. Sin remedio, sin pretensión, siendo.
Saberme puente entre los dos lados de la vida, entre vidas, entre tú y yo, sobre todo entre tú y tú es mi misión en este tiempo de mi vida.


Volver
Solo supe dar tiempo atención razón recursos confianza sonrisas lealtad cuidado.
Igual a Amor.
Al correrse los velos me vi esperando-me deseando recibir de mí para mí tiempo atención razón recursos confianza sonrisas cuidado.
Igual a Amor.
Día a día, poco a poco, más me doy, más tengo, más doy. Volver a mí fue el secreto, el sentido, el motivo para construir este puente sobre el Atlántico.









