DE ALMA A ALMA MORAMAY
GÓMEZ

© de los textos y de las imágenes Moramay Gómez edición taller contar la propia historia Guadalajara / Buenos Aires / Córdoba 2022
© de los textos y de las imágenes Moramay Gómez edición taller contar la propia historia Guadalajara / Buenos Aires / Córdoba 2022
Un 16 de abril, de salida al trabajo, vi a una perrita de color canela y ojos chispeantes echadita en la banqueta, con sus patitas delanteras cruzadas. Detuve el auto, bajé el vidrio y le pregunté: “¿estás bien? ¿Necesitas ayuda?”. Pensé que quizás estaba perdida, ya que nunca la había visto, tenía un collar pero sin identificación. Sin pensarlo le dije: “me voy a bajar y te voy a abrir la puerta del auto, si necesitas ayuda tú te subes solita, porque yo no te puedo subir”. No podía ayudarle a subir porque había sufrido un accidente automovilístico meses atrás y aún estaba en recuperación, así que no podía hacer ningún esfuerzo. Ella me observó, esperó a que me bajara y en cuanto abrí la puerta, brincó y se sentó. Cuando llegamos al consultorio, la bajé tomándola del collar, ya que no tenía correa. Ella solo fluyó en confianza y amor caminando a mi lado, entramos y se sentó de inmediato en el sofá. Le di agua y le dije que le ayudaría a encontrar a sus humanos, que por lo pronto conocería a los niños que irían a consulta.
Fueron llegando los niños y ella salía a recibirlos, con un caminar alegre y una sonrisa que robó el corazón de todos, ese día comenzó su amorosa labor de acompañar a los niños en sus procesos. Estaban encantados con ella, jugaban, le platicaban, le decían sus secretos del alma y ella les arropaba.
Así pasamos esa primera tarde.
De regreso a casa le compré comida y la llevé a un veterinario. Cuando la revisó, vio que estaba recién operada para no tener perritos, lo cual me hizo pensar que sus humanos responsables estarían muy preocupados y que era seguro que estaba perdida. Llegamos a casa y como no admitían animales, la metí a escondidas para que los vecinos no la vieran, fue un poco difícil por su tamaño, pues era casi tan grande como un labrador. Ella entró en silencio, le hice una camita, cenamos juntas y le tomé una fotografía para hacer un cartel para encontrar a su familia. Le presenté a Nyima, el pez beta con el que vivía, le dije que era su amigo. Ella pegó la nariz a la pecera, lo observó por un ratito y después se acostó.
Buscando a su familia
Pegué carteles por muchos lugares, con la esperanza de que se reuniera con su familia y la llevé a bañar porque vi que tenía unas cosas pegadas en el pelo. Yo no sabía nada de perros, mis animales de compañía habían sido peces, tortugas, gatos, conejos y aves; nunca un perro, así que era un mundo desconocido. Cuando fui por ella, me dijeron que tenía pulgas y garrapatas, que ya le habían quitado todo pero que tenía que bañarla con frecuencia. Lo cual me hizo pensar que llevaba mucho perdida o que quizás sus humanos no la cuidaban bien.
Comencé a llevarla a caminar al parque para que viera a otros perros. Gracias a ella, comencé a sanar, mi atención ya no estaba en lo que me dolía o en tener que ir a rehabilitaciones, sino que estaba centrada en aquel ser que me hacía reír, que era tan amorosa y que ya amaba tanto, con la que sentía aquella conexión tan inmensa.
Con tantas salidas, los vecinos nos vieron, y fue imposible esconderla. Para mi sorpresa todos le dieron la bienvenida, la querían y cuidaban. Las dos niñitas vecinas que teníamos, subían a decirme si podía bajar la perrita a jugar con ellas, querían probar sus croquetas y les encantaba abrazarla. Ella permitía que la tocaran, corría con ellas, saludaba a todos, hacía gracias: dar la patita y tirarse para que le rascaran la panza.
Una noche la escuché soñando. Se levantó llorando, recorría todo el departamento y buscaba por todas partes como si intentara encontrar algo. La abracé y le dije que estaba a salvo, que sabía que extrañaba a su familia humana, que los encontraríamos, que yo la cuidaría y que me cercioraría de ver que sus humanos la cuidaran bien.
Se me partió el corazón de ver su carita llena de angustia, buscando en todo el lugar y con aquel llanto tan profundo.
Nuestra vida siguió en paseos, trabajo y diversión, haciendo que nuestro lazo y cariño creciera. Como el tiempo seguía pasando y nadie preguntaba por ella, decidí que Shiki se quedaría conmigo. Antes de tomar esta decisión, le llamaba Bonita, pero en el momento en que decidí que estaríamos juntas, pensé en un nombre que hiciera honor a su hermoso ser. Decidí llamarle Shiki, que significa “Corazón bueno o corazón sabio”. Me senté frente a ella y le dije que ya no nos separaríamos, que tendríamos una vida juntas llena de aventuras y que le llamaría Shiki. Ahora éramos una familia: Shiki, Nyima y yo. Le pregunté si le gustaba su nombre y ella movía sin parar su colita y entrecerraba sus ojitos como lo hacía cuando estaba feliz, así que ahora tenía un nombre. El paso siguiente era tener su carnet para cruzar la frontera y disfrutar de caminatas, paseos y que conociera la playa para perros.
La primera vez que Shiki olió el mar, su nariz se movía como un radar y solo siguió el aroma hasta que llegamos y vio aquella inmensidad de agua frente a ella. Se quedó parada un instante, llena de asombro. Salió corriendo sin miedo alguno, dando mordidas a las olas, atrapando pelotas de otros perros, moviendo todo su cuerpo para quitarse el exceso de agua, sin importar a quién mojara. Era una escena hermosa, verla tan feliz y ver a la vez pasar a los delfines saltando, disfrutando ambas especies de aquella libertad que les unía. Al salir de la playa, había una regadera para quitar toda la arena a los perros y siempre después de que ya la había bañado, se las arreglaba para regresar de nuevo al último chapuzón en el mar y revolcarse en la arena, para avisar a sus amigos que nos veríamos pronto. Después de disfrutar el agua, caminábamos por toda la bahía para que se secara, comer algo y continuar disfrutando del día. Al regreso del paseo, tomaba su lugar en el lado del copiloto para poner su carita en mi pierna y dormir todo el camino de regreso a casa. Despertando poco antes de llegar por su premio del día: un helado solo para ella.
Habían pasado seis meses de la llegada de Shiki y decidí buscar un espacio que fuera más adecuado para ella, una casa con jardín o patio donde permitieran animales. No fue fácil, porque en ningún lugar aceptaban perros de talla grande. Un día recibí una llamada de una amiga que hacía mucho no veía, me pregunto cómo estaba y le conté mi deseo de mudarme y lo arduo que estaba siendo encontrar un lugar adecuado. A lo que ella respondió: “por qué no vas a ver mi casa, si te gusta te mudas”. No lo podía creer, estaba en la zona que buscaba, era un lugar muy bonito, con mucho encanto y seguro, una casa donde podríamos salir a caminar, Shiki podría salir al baño cuando ella quisiera aun si yo no estaba y podría tomar el sol. Así que decidí aceptar su ofrecimiento.
Cuando faltaban pocos días para mudarnos, caminando frente al consultorio, escuché una voz que gritaba, ¡Camila! ¡Camila!. Pensé que quizás le hablaban a alguien, continué caminando y noté que Shiki volteaba hacia donde gritaban. Una camioneta avanzaba en reversa hacia nosotros, el conductor se paró y me dijo: “por favor párate, ¿desde cuándo tienes a esa perrita?”. Mi corazón se detuvo al pensar que era el humano responsable de Shiki y que se la podía llevar. Me quedé callada pensando y le respondí, “¿para qué quieres saber eso?” El respondió: “porque se me perdió una perrita igual a ella hace como seis meses, esa perrita está operada para no tener perritos”. Cuando dijo eso, sentí que el mundo se había puesto de cabeza. Volteé a ver a Shiki y ella estaba sentadita a mi lado, pero lo veía y le movía la colita. Inmediatamente pensé: se irá con él. Un nudo en la garganta surgió a punto de soltar el llanto. El chico muy atento, me dijo: “¡por favor, permíteme que la vea!”. Cuando se bajó, ella corrió a saludarlo, le dio lengüetazos. Él se puso a darle órdenes de trucos que le había enseñado y ella hacía todo lo que él le decía. La puerta de la camioneta estaba abierta y yo pensaba: ahora le dirá que se suba y se irán. Pero Shiki después de saludarlo, regresó a sentarse a mi lado. Platicamos con el chico, le conté que los había buscado, que había puesto carteles y que estábamos por mudarnos de casa para que ella estuviera mejor. Le conté todo lo que hacía con los niños y de nuestros viajes, él muy atento me escuchó y solo dijo: “¿puedo tomarle una fotografía?, se la mostraré a mi esposa, no lo va a creer, puedes decirme tu número de teléfono para después de hablar con mi esposa llamarte y decirte qué hemos decidido”. Él me decía eso y yo seguía con el corazón apachurrado solo de pensar en la posibilidad de que se la llevaran. El chico se fue y Shiki nunca hizo nada por irse con él, lo vio marcharse y dio la vuelta para seguir caminando. Toda esa tarde fue difícil para mí de tan solo pensar en esa posibilidad. Cuando regresamos al departamento, estaban esperándonos las vecinitas para jugar con Shiki, les conté lo ocurrido y todos los vecinos estaban consternados. “No puede ser que se quieran llevar a Shiki, todos
rezaremos para que no se la lleven, quizás podamos hablar con ellos, hacer algo para que ustedes se queden juntas”. Ese día hablé con Shiki y le dije que yo le había prometido que ella estaría bien, que antes de cualquier cosa, me cercioraría de ello. Que me dolería mucho si se la llevaban pero que siempre estaría en mi corazón. Nos quedamos dormidas juntas como lo hacíamos siempre y lancé con todas mis fuerzas mi deseo al cielo, confiando en que lo que ocurriese sería lo mejor para todos.
Al día siguiente, estábamos por salir a caminar, cuando sonó el teléfono, era la llamada que yo no quería que llegara: los humanos de Shiki. Preguntaron si podían pasar a vernos pues estaban muy cerca y les contesté que sí, que los esperábamos. Los vecinos escucharon y todos dijeron que estaban acompañándonos, que me calmara y confiara. Llegaron y Shiki reconoció muy bien a la chica y a su bebé, en cuanto el niño la vio, le dijo: “¡Camila!”. Shiki se acercó a saludarlos, les hizo fiestas y regresó a donde yo estaba, sentándose a mi lado. La chica me dijo: “mi esposo me contó lo ocurrido ayer, me contó todo lo que ahora hace Camila y que están por mudarse de casa. Mi primer impulso fue decirle que porqué no la había traído en ese momento, que te llamáramos y viniéramos por ella… pero al reflexionar, vimos que la habíamos encontrado después de tanto tiempo, solo para estar tranquilos de que ella estuviera bien y con una buena persona. Ya se nos había escapado varias veces, mi esposo siempre la encontraba al poco tiempo. Ahora había pasado tanto tiempo que ya habíamos perdido la esperanza. Nosotros ya no podemos darle cuidados, con el bebé y el negocio, no tenemos tiempo de llevarla a pasear o estar con ella. Así que queremos decirte que puede quedarse contigo, es tiempo de que inicie una vida a tu lado, sentimos que ha terminado el ciclo con nosotros. Lo único que pedimos, es que nos dejes verla en algún momento”.
No podía creer lo que escuchaba. ¡Shiki se quedaba! Legalmente ya éramos familia. En todo el tiempo Shiki no se había movido de su lugar junto a mí, como si hubiera sabido con anticipación que estaba en su hogar. Les contesté que les agradecía su gran corazón, que no podía explicarles todo lo que estaba sintiendo en ese momento, que podían venir a visitarla cuando quisieran, que nuestra casa estaría abierta para ellos. Se despidieron de Shiki y ella dio la vuelta para entrar a casa. Salieron todos los vecinos que estaban viendo detrás de las ventanas, lo primero que preguntaron fue: “¿se queda?” Solo pude mover la cabeza diciendo SI, porque rompí en llanto de alegría, pero no solo yo lloré de alegría, sino también todos los vecinos, la abrazaban, le daban besos y le decían: “Shiki, que alegría ¡te quedaste!”
Coincidiendo con la mudanza vino un monje budista a visitar el lugar donde tenía el consultorio, (que en realidad era un centro budista). Así que aproveché su visita para que bendijera nuestro nuevo hogar. Nos lo encontramos cuando estábamos camino a casa y al monje le causó mucha gracia Shiki, que iba con la cabecita fuera de la ventana y con una sonrisa enorme. Al llegar a la casa, Shiki lo guió y participó en todo. Como el monje venía a dar un curso y consultas, le presté mi consultorio, pero cuando llegamos Shiki entró primero y se subió a su sillón. La llamé para que se saliera y lo dejara trabajar, pero Shiki se negó. El monje dijo que la dejara, que ese era el espacio de ella, que a él no le molestaba que se quedara, así que Shiki permaneció con el monje todo el día, solo salía a despedir a las personas y regresaba a su sillón. Y cuando era el tiempo de comer, se levantaba y con su cabecita empujando la mano del monje, le decía que ya era hora de comer y de parar. El monje dijo que nunca había tenido una compañera de trabajo tan maravillosa como Shiki, que era un ser muy hermoso. Le dio una bendición especial, le agradeció su compañía y el que le hubiera prestado su lugar.
Los nuevos vecinos estaban curiosos por ver quiénes éramos, todos vivían con animalitos, perros y gatos. Salimos a caminar y nos presentamos, estaban un poco recelosos por el tamaño de Shiki, pensando que quizás podría morder. Al conocerla y ver su nobleza, todos quedaron encantados, a tal grado que cambiaron los estatutos del lugar donde decía que solo se admitían animales pequeños. El día de la junta vecinal, comentaron que Shiki era aceptada y se aceptarían perros grandes, pero solo que fueran así de bien portados y amables como ella.
Los niños venían a buscarla para que la dejara salir a jugar con ellos. Ni bien Shiki los escuchaba, corría adonde me encontrara para avisarme y se sentaba al lado de la puerta, pidiéndome que por favor la dejara salir. Se sentaban en rueda a platicar y Shiki echadita en la rueda estaba muy atenta a lo que decía cada uno, era como un niño más, no había diferencia de especies. Jugábamos a las escondidas, a la traes y a contar historias. Cuando hacíamos equipos para escondernos, el niño que estuviera en nuestro equipo, le decía: “Shiki, calladita para que no nos encuentren y que gane nuestro equipo” y Shiki siempre se mantenía calladita.
A los pocos días de habernos mudado, vi en la reja de entrada a un perro como del tamaño de Shiki y del mismo color. Le pregunté al guardia de quién era, dijo que era del taller mecánico del terreno que estaba al lado, pero que nadie lo cuidaba, que en realidad vivía en la calle, se llamaba Manotas, porque cuando era bebé, tenía las patas enormes. Cuando nos acercamos Manotas nos vio, se levantó y comenzó a hacer un llanto pequeño como reconociendo a Shiki. El guardia se quedó asombrado, dijo que nunca había visto a Manotas portarse así, que siempre quería conquistar, que había sido muy respetuoso y hasta paternal con Shiki. Cada vez que llegábamos en la noche, lo veía echadito, hecho bolita para cubrirse un poco del intenso frio. Le compré una camita calentita, comida y una cobija, le di todo al guardia y le dije que yo estaría al pendiente de él.
Así empezamos a cuidar a Manotas.
Nuestra vida cada día era más hermosa, divertida y bendecida. Donde fuera que iba Shiki se sentía amor, todos decían que era hermosa y nos pedían consejos para sus compañeros animales. En los días de mucho calor, salíamos a caminar a las 5 am para disfrutar de ver el amanecer y regresar a casa a desayunar juntas. En ocasiones nos acompañaban dos perritos más de la privada con sus humanas y Shiki siendo la más grande de tamaño, lideraba el grupo y marcaba el paso de la caminata. De regreso a casa había una plaza comercial con un estanque con peces, Shiki amaba llegar ahí, observarlos y seguirlos adonde se movían. Podía durar mucho tiempo observándolos, no les ladraba, ni intentaba atraparlos, solo era su fascinación verlos, así que era parada obligada de regreso a casa. Al entrar a casa, buscaba la pecera de Nyima para saludarlo y contarle de su paseo.
Un día llegando al consultorio, nos encontramos a la otra psicóloga que trabajaba en el mismo lugar. En cuanto Shiki la vio, se levantó de patas y le apoyó una pata en el corazón. La chica se puso a llorar, yo bajé a Shiki, le dije a la chica que nos disculpara, que si Shiki la había lastimado. La chica seguía llorando y cuando pudo hablar, me dijo: “no me lastimó, estoy bien, estoy llorando, porque cuando ella me puso su patita y me presionó, se me vino a la mente la imagen de mi papá (recientemente fallecido), y me di cuenta, cuánto lo extraño y cuánto he contenido el llorar su ausencia”. Shiki solo observaba en calma llena de amor, haciendo un trabajo magistral de abrir los corazones.
Era usual en Shiki acercarse a personas que no conocíamos. Les daba un lengüetazo suave, o solo se les sentaba al lado, o les daba la patita, o les pedía que le rascaran la cabecita. Al inicio yo no quería dejarla hacer eso pensando que quizás las personas podían molestarse, pero no era así. Shiki sabía muy bien, quién necesitaba ese pequeño gesto amoroso para mejorar su día. En una ocasión, se acercó a una señora que estaba sentada sola en una banca mirando el mar, solo se sentó frente a ella y le puso suavemente su patita en la rodilla. A la señora le causó tanta gracia, que se echó a reír, le tomo la patita y le dijo: “gracias por cambiar mi día, ahora brilla más el sol”.
Tenía algunos pacientes que tenían fobia a los animales y comenzamos a trabajar con ellos. Shiki se acercaba muy despacio y sutilmente permitía la tocaran, después se alejaba. Esto se repetía hasta que poco a poco lograban caminar con ella en la calle pasando al lado de otros perros, retomando su seguridad y amor a los animales. Shiki sabía de forma innata cómo hacerlo, nunca la enseñé ni le obligué a nada. Ella hacía las cosas y yo respetaba lo que ella decidía, hasta donde ella quisiera.
Cerca de casa, había un colegio y cuando caminábamos veíamos a los niños llegar a la escuela. Una conocida vivía cerca de ahí y su niño estaba en ese colegio. Estaban pasando por una situación familiar difícil porque su otro hijo tenía un problema desde el nacimiento, requería muchos cuidados y atención, cosa que para el hermanito era muy complicado de entender. Un día nos encontramos al niño y a su mamá caminando al colegio, el niño iba muy enfadado. Shiki lo vio y se puso a caminar a su lado. El niño la miró sin decir nada, pero al llegar al colegio había cambiado su estado de ánimo. Shiki hizo de aquello una rutina, los encontrábamos y lo acompañaba hasta la puerta del colegio hasta que lo veía entrar, entonces daba la media vuelta. Al tiempo, la mamá del niño me dijo que a partir de que Shiki le acompañaba al colegio, el niño era más tolerante, estaba menos enojado, que los días en los que por algo no nos veían preguntaba si Shiki estaría bien, que la extrañaba. Se sentía importante, ya que era el único niño que era acompañado hasta la puerta del colegio por un perro y era el perro por el que todos los niños preguntaban. Shiki esperaba a que él entrara y los niños que iban llegando la saludaban y le decían: “¡qué perrita tan bonita!”. Pasaron tres años, el niño terminó la primaria y Shiki le acompañó casi todas las mañanas en su camino a la escuela. Al graduarse el niño, su mamá nos dio las gracias, dijo que si no hubiera sido por la compañía de Shiki todo ese tiempo, para su hijo habría sido un tiempo arduo y el ver a Shiki cada mañana le había acompañado en el camino del crecer en todos los aspectos. Que Shiki había sido una luz en su camino.
A las semanas de habernos mudado, nos contacto la anterior familia de Shiki, preguntando si podían visitarnos. Cuando llegaron, de nuevo les hizo fiesta, pero después se fue a sentar al sillón de la sala. El niño la seguía llamando Camila y los papás le dijeron, que ya no se llamaba Camila, que ahora su nombre era Shiki. Le tomaron fotografías y platicamos un ratito. Cuando se fueron, me senté en el suelo y Shiki se sentó frente a mí. Le dije que quería que ella decidiera si llamarse Camila o Shiki, que yo respetaría su decisión. Si quería que le llamara Camila, cuando yo dijera el nombre, me tenía que dar un lengüetazo y que igual haríamos con el nombre de Shiki. Le pregunte si estaba de acuerdo y las dos chocamos mano y pata. Le dije, Camila, y ella se quedó sentada y no reaccionó, le dije Camila nuevamente y se quedo quieta, le dije Shiki y de inmediato fue a llenarme de lengüetazos. Entonces le dije: “pues te seguirás llamando Shiki y eres Shiki corazón hermoso”.
Un día muy temprano, tocó a la puerta el guardia de la privada, estaba muy acelerado, le pregunté qué pasaba, y respondió: “venga, Manotas acaba de morir, lo atropelló un carro, ya fueron por él, pero los del taller lo quieren echar a la basura, yo sé que usted cuida a Manotas y quiero que sepa lo que está pasando”. De inmediato, le dije que iría a ver y que no permitiría que lo echaran a la basura. El guardia me dijo, pero no traiga a Shiki, se va a impresionar. Pero yo sabía que era su papá, pues la familia anterior de Shiki me lo había dicho, así que antes de salir le explique a Shiki lo ocurrido y le dije: “vamos a ir a despedirnos de Manotas y le honraremos como él merece”.
Shiki me observó y se sentó en la puerta para salir de inmediato. Antes de salir, tomé una bolita de medicina tibetana que me había regalado un Lama, que ayudaba a que el proceso del partir fuera más amable, así que llegamos al portón y ahí estaba Manotas con el guardia vigilando que no lo echaran a la basura. Cuando Shiki lo vio, se acerco a olerlo y comenzó a llorar, la abracé, la despedí de él, le agradecimos y dije que Manotas estaría bien, que él regresaba al origen. Le abrí el hociquito y puse la pastilla dentro, le canté mantras y lo limpiamos. Le dije a los mecánicos, que no tocarían a Manotas, que se enterraría en el terreno, que él había sido un buen perro, los había cuidado, había cuidado el lugar y había soportado esa vida mala que ellos le habían dado. Que si tenían un poco de gratitud, dejarían que se enterrara. Solo se quedaron callados. Le pedí al guardia que lo enterrara detrás de nuestra casa. Vimos cómo se lo llevó y regresamos a nuestra casa a acompañar la sepultura desde nuestra ventana, Shiki observó todo el tiempo y permaneció sentadita a mi lado, mientras yo hacía todas las oraciones para que su alma siguiera su camino en paz. Fuimos afortunadas de acompañar a Manotas en ese último momento de su existencia y poder decirle adiós.
La presencia de Shiki, todo su amor y alegría, me fueron acompañando a sanar por completo del cuerpo, la mente y el alma. Las lesiones del accidente se curaron, había más alegría en mi vida y sentía como ella y los animalitos que me habían acompañado en el último tiempo, me habían ido llevando a escuchar mi alma, a ir integrando ese llamado tan profundo que tenía de conectar con los animales. Lo había dejado un tiempo de lado por estar ocupada en formaciones y trabajo personal, pero había llegado el tiempo de integrar esa conexión. Recordé como rescaté a Blue, un pez Beta al que no le daban de comer. Cuando llegaba a casa el volteaba a ver hacia dónde estaba, platicábamos, le leía y él me observaba muy atento, subía a la superficie a que le rascara su aleta y me daba mordiditas en el dedo, yo decía que me daba besitos. El día en que murió, no fui a trabajar, noté algo, no estaba bien y me quedé a acompañarlo. Murió sostenido en mi mano dentro de la pecera, acompañado de cantos de mantras, le enterré en una maceta, donde se transformaría su ser, ahí estaba mi amigo y compañero. A las semanas, alguien me regaló otro pez Beta color rojo, le dije que no era necesario, yo sentía que necesitaba tiempo para acomodar la partida de Blue, pero ya estaba ahí y no quería lo regresaran a esos vasitos minúsculos donde suelen tenerlos. Le llame Nyima, con él también teníamos nuestra conexión especial, cuando Shiki llegó se observaban, Shiki ponía la nariz en la pecera y Nyima pegaba su carita a la nariz de Shiki, a él también le platicaba y lo podía tocar, me seguía a todas partes donde me movía y cada mañana subía a la superficie a dar una mordidita en mi dedo de buenos días. Cuando Nyima partió, estuvimos Shiki y yo presentes e hicimos todo el ritual de despedida, también le enterramos en una maceta para que floreciera transformado. Me di cuenta cómo desde niña, tenía esta conexión y amor por los animales, cómo había cuidado a cada uno de ellos y cómo al estar alejada de ellos por estar inmersa en otras cosas, mi corazón añoraba su presencia.
La salud de Shiki continuaba más o menos, las diarreas y vómitos esporádicos continuaban. Un día despertó sin poder mover una patita, la tenía encogida, no la apoyaba y se quejaba, su carita se veía triste y sus ojitos apagados, verla así me partía el corazón. Fuimos inmediatamente al veterinario y vieron que tenía un principio de artritis, le dolían las articulaciones y como había comenzado el invierno, que era muy húmedo por la lluvia y el frio, se le estaba agravando. Le dieron un tratamiento esperando que mejorara. En esa época estaba estudiando medicina china, le conté a mi maestra lo ocurrido y me dio indicaciones de cómo ponerle acupuntura y darle herbolaria. Siempre aparte de la medicina alopática, acompañaba los tratamientos de Shiki, con homeopatía, flores de Bach, sanación energética y todo lo que fuera menos invasivo para ella. Regresé a casa, le conté lo que haría para ayudarle y ella se acostó en su camita permitiendo que le pusiera acupuntura, me senté a su lado y poco a poco comenzó a estirar su patita, cuando retiré las agujas, se levantó y pudo apoyar mucho mejor, se dio la vuelta y me dio un enorme lengüetazo, con su carita relajada y sonriente nuevamente. Así seguimos su tratamiento, con constancia y atención en épocas de frio para que ella estuviera lo mejor posible.
Siempre preguntaba a la veterinaria el porqué de las diarreas y los vómitos, o del regreso de las alergias. La respuesta era que no se trataba de algo grave, que era pasajero y se debía a que Shiki era muy sensible. Cada vez le daban el mismo medicamento y en ocasiones corticoides. Cosa que no me gustaba, pero confiaba en que la veterinaria sabía lo que hacía y no conocía a ningún veterinario holístico. Shiki se recobraba pero al tiempo comenzaba de nuevo lo mismo, era como si estuviéramos en círculos.
Estábamos muy enlazadas la una a la otra, cada vez que nos veíamos a los ojos, reconocíamos nuestras almas en sintonía. En algunas ocasiones había soñado cómo las dos habíamos estado juntas en otras vidas y tenía la certeza de que así era. La vida me fue llevando a confirmar esto, tomé una sesión con una persona que trabajaba con terapias transpersonales y lo primero que me dijo fue: “tú tienes una relación muy profunda de muchísimas vidas con un alma que vive contigo, es un perro, se han reencontrado para acompañarse de nuevo, ella viene a recordarte la magia de la vida desde todo el amor que se han tenido por tanto tiempo, ella se podría decir es como un mago de la belleza, la compasión y el amor. Ustedes dos son como un equipo de amor. Ahora las dos se acompañan a llevar a cabo su misión y su proceso de evolución, la existencia les ha regalado este re encuentro”.
Al terminar la sesión me sentía tan contenta de reafirmar lo que yo ya sabía en mi corazón que no podía más que agradecer por esa bendición y regalo luminoso. Otra confirmación fue en una sesión con ángeles, ellos dijeron que Shiki había llegado en el momento correcto para detonar mi misión y escuchar por completo a mi corazón, que mi misión era acompañar a los animales y humanos en sus caminos, que podría integrar todo el bagaje de lo aprendido al nuevo camino, que solo siguiera, que juntas moveríamos montañas y tocaríamos el corazón de muchos. Nuevamente era agradecer la presencia de Shiki y todos sus regalos amorosos.
En alguna ocasión me preguntaron qué pasaría cuando Shiki muriera, A pesar de haber acompañado a tantos animalitos a trascender desde mi infancia, el pensar en la partida de Shiki me partía el alma. Sabía que ese momento llegaría, pero no quería tocar ese punto que era tan sensible para mí. Algunos me decían que adoptara otro perro para cuando Shiki partiera. Yo no podía entender cómo me decían eso, Shiki era irremplazable y no se trataba de sustituirla, no era un zapato, era un ser completo al que amaba. Pero una tarde al salir del consultorio, vi una perrita que se atravesaba y corría entre los autos, de inmediato me bajé, detuve el tráfico para ayudarla y ella se tiró de pancita a media calle. Le abracé el cuellito y la guié al auto, le ayudé a subir y nos dirigimos a casa. Era muy bonita, tenía el pelo color miel y ojos enormes llenos de nobleza. Se paró detrás de mi asiento y anduvo todo el camino con su cabecita recostada sobre mi hombro. Al llegar a la caseta de la privada, el guardia la vio y exclamó: “¿es la hermana de Shiki? ¡Se parecen mucho!, se la va a quedar?”. A lo que contesté: “no, le buscaré una hermosa familia”.
Llegamos a casa, abrí la puerta para que Shiki saliera y se conocieran, las dos se olieron y muy respetuosas cada una se acostó en una camita. La perrita más tarde fue muy despacio acercándose a Shiki para recostarse cerca de ella. Desde que llegó le llame ojitos hermosos, para no decirle perrita. Pasaron casi cuatro semanas y cada día ella y Shiki estaban más unidas y yo le tomaba cariño, me parecía muy injusto para ella estar sin sentir un lugar definitivo, así que tomé la decisión de que se quedara con nosotras. Pensé en llamarle Yoda, como el maestro sabio de la película de Star Wars. Le pregunte si le gustaba ese nombre y comenzó a saltar, así que desde entonces es Yoda o Yodita con todo el amor.
Cada día la relación entre Shiki y Yodita se hacía más estrecha, Yodita hacía todo lo que Shiki hacía, la seguía por todas partes, la cuidaba y la respetaba. Dormían juntas, comían juntas, eran como hermanas gemelas. Los que nos veían pensaban que eran hermanas de nacimiento. Yodita era tan activa que busqué a un paseante de perros para que la llevara a dar la vuelta en bicicleta y así gastara energía, porque Shiki y yo caminábamos más despacio. Cuando tocaba que Yodita fuera a correr en bicicleta, ella lloraba al alejarse de nosotros. Yo le explicaba que estaría bien, pero solo se quedaba tranquila estando con Shiki o las tres juntas. Cuando íbamos al veterinario y por algo Shiki lloraba, ella se paraba en dos patitas en la mesa de exploración donde estaba Shiki y les ladraba a los veterinarios. Nuestras dinámicas comenzaron a cambiar. Era como si Yodita hubiera llegado a movernos de nuestra zona de confort para estar más activas, presentes y alertas.
Ahora tenía frente a mí la tranquilidad y la acción, mostrándome el equilibrio en el todo. Sentía que era necesario moverme y cerrar ciclos, pero me resistía. Aunque las situaciones que estaban ocurriendo eran claros signos de que nuestro tiempo ahí se estaba terminando, hice todo lo posible para seguir en esa ciudad que nos acogió y donde crecí tanto. Por lo pronto seguimos disfrutando ese lugar que nos acogía, continuamos en nuestras caminatas al amanecer y por las tardes, donde llevaban sus chalecos fluorescentes con una pequeña lámpara de luz led para que nos vieran los autos, cosa que llamaba mucho la atención, los niños las veían y decían que eran perros policías. Yodita era más impulsiva, era como si apenas estuviera conociendo lo que era tener una familia, lo que era pasear en manada, el marcar territorio en las caminatas, ya que al inicio esperaba para hacer popó y pipí hasta regresar a casa, Shiki fue siendo su guía de cómo ser un perro. Las tres juntas, éramos las chicas súperpoderosas, podíamos enfrentar el mundo con todo nuestro amor.
Todo continuó dando señales de que se acercaba el tiempo del movimiento y un día al llegar al consultorio, encontré una gatita blanca con unos ojos azules preciosos. Pensé que era de alguien del edificio, pero no era de nadie. Era muy ágil y observadora, cuando vio que era posible se metió en mi consultorio y se quedó. Le di comida y acomodé un lugar para ella, ahora ella era la terapeuta felina, ya que al llegar Yodita, solo en ocasiones iban Shiki y Yodita a visitar a los niños, mayormente se quedaban en casa durmiendo, jugando y esperando mi regreso para salir a caminar y jugar con los niños de la privada. Y ahora con la gatita en el consultorio, era imposible que fueran, ya que eran anti-gatos. Por sus ojos tan azules y su color blanco, la nombré Nubecita, era una nube en un cielo azul de azures, como la meditación que siempre hacía. Le pregunté si le gustaba su nombre, dio un pequeño maullido, se restregó en mis piernas, cosa que tomé como un si. Observaba a Nubecita y la veía con determinación, chispa, agilidad y poniendo límites claros, era un gatito que no le gustaba que la abrazaran o tocaran mucho, cosa que yo respetaba. Entonces pensé: Shiki me ha ayudado a reconectarme con lo profundo de mi alma, Yodita llegó con toda esa energía impulsándome a moverme y Nubecita ahora me acompaña para que tome una decisión. Una decisión que involucraba a mi familia animal. En el transcurso de tan solo un mes había crecido la familia, encontrándonos con Yodita y ahora Nubecita. La decisión era que fuera adonde fuera, iríamos todas juntas, a los seres que se aman, jamás se les abandonan, éramos familia. Así, que mis compañeras de camino habían llegado en los tiempos correctos y perfectos.
Shiki y Yodita sabían que ahora había un gato en la familia. Les dije que si Nubecita nos había elegido, era porque teníamos una misión conjunta. Un día caminando a la orilla del mar, sintiendo aquella brisa en mi cara, tomé la decisión de movernos de ciudad y dejar que el destino nos guiara a lo que continuaba para nosotras. Comencé a avisar a mis pacientes, a hacer sus cierres terapéuticos, hablé con el dueño del consultorio y con mi amiga que tan amorosamente nos había rentado su casa. Después todo comenzó a
moverse. Dejé el consultorio y Nubecita vino a casa. Fue un tiempo difícil, ya que Shiki y Yodita siempre la querían atrapar, y era claro que yo no permitiría que le hicieran algo, así que tuve que adaptar una parte de la casa para que pudiera estar ella a salvo. Les expliqué que en la nueva casa habría espacio para todas.
Viajé a la ciudad adonde nos moveríamos a vivir, para buscar casa y hacer la mudanza. Decidida a encontrar casa en dos días, pedí a mis guías me ayudaran, que su amor me guiara y abriera caminos para encontrar el lugar perfecto para nosotras. Y así fue: el primer día de mi búsqueda encontré la casa con las características que yo pedía y lo más importante era que aceptaban animales. Algo curioso sucedió, fue algo mágico orquestado por todos nuestros guías: al llamar para hacer la cita para ver la casa, di mi nombre y la persona me dijo: “si, usted ya había llamado para hacer una cita para venir a ver la casa hoy a las 12 del día, si recuerdo que es la Sra. Mora”. Pero yo nunca había llamado. Le respondí, “creo me confunde pero sí quiero ver la casa”. Él me dijo, asumiendo que yo era la misma persona que él decía: “venga a la hora acordada”. Desde que entré me gustó la casa, era un espacio acogedor, amplio y donde todas podríamos tener espacio, sobre todo Nubecita estaría a salvo. Ese día hicimos el trato y quedamos en qué fecha llegaríamos.
Al llegar a la nueva ciudad, hacia muchísimo calor, las peques aún estaban un poco somnolientas por el relajante y el viaje en avión, pero poco a poco fueron sintiendo que ya estábamos en nuevas tierras. Cuando faltaban tres calles para llegar a nuestro nuevo hogar, las dos se levantaron y se sentaron, sabían que estábamos cerca. Nos bajamos y entraron a explorar su nueva casa, su nuevo jardín, tomaron agua y se fueron a tomar el sol en el pasto. Nos quedamos quietas, descansando y aceptando que se abría un nuevo ciclo, una nueva historia. Esa noche dormimos todas juntas, tranquilas y confiando en la existencia.
Al día siguiente fuimos a conocer los lugares cercanos, ver dónde quedaba su nuevo veterinario e irnos adaptando poco a poco. La mudanza y el auto llegaron antes de lo esperado, así que nos pusimos a dar forma a nuestro espacio, sintiendo cada día más nuestro el lugar. A Shiki le acentó muy bien el clima más cálido, los huesitos le dolían menos y se veía con más ligereza al moverse. Yo tenía más tiempo para estar con ellas en casa porque ahora trabajaba desde ahí, situación que a todas nos favoreció.
Nos fuimos acoplando a vivir todas juntas, a que ellas supieran que tenían que respetar a Nubecita, pero como cada vez que la veían la correteaban y Nubecita se asustaba muchísimo, opté por hacer un espacio único para Nubecita, donde ni Shiki, ni Yodita pudieran entrar y Nubecita estuviera a salvo. Se le hizo un jardín interior y se adaptó con subes y bajas para que pudiera brincar y estar en las alturas, podía tomar el sol y sentir el aire, ya que estaba un patio y ella podía salir y sentirse libre. Así cada una tenía su lugar y respetábamos los límites.
Shiki continuaba con sus problemas de salud, y las visitas al veterinario se volvieron recurrentes. Ella siempre llegaba feliz a la veterinaria, todos la querían, en especial una veterinaria que trabajaba ahí que la recibía con mucho amor. Shiki la adoraba y Yodita igual.
Una noche, Shiki empezó a vomitar sin parar, estaba muy decaída. Llegamos a la veterinaria de emergencia, le pusieron suero, la medicaron, la observaron por un rato y cuando mejoró regresamos a casa. Seguimos con el tratamiento pero Shiki seguía mal. El veterinario pidió que la llevara todos los días para que pudieran observarla, que la dejara todo el día y pasara por ella en la tarde, que así podrían controlar cada cuánto vomitaba, cómo era el color de la diarrea, etc. Así lo hicimos. Pasaba el tiempo y no podían encontrar qué era lo que tenía, hasta que un día el veterinario preguntó si había tenido garrapatas. Le conté que hacía muchos años, cuando nos habíamos encontrado, tenía garrapatas. Me preguntó si le habían hecho examen de erlichia, le respondí que nunca, así que se le realizó el estudio a ella y a Yodita también. Shiki salió positivo de erlichia y Yodita negativo.
Y aquí comenzó un arduo proceso con el tratamiento para intentar balancear el sistema de Shiki que estaba tan desordenado por la enfermedad que tenía por el piquete de garrapata. El veterinario me explicó que el deterioro estaba muy avanzado, que el tratamiento era muy fuerte y que yo tenía que tomar una decisión. Me sentía entre la espada y la pared, la vida de Shiki dependía de mi decisión.
A los meses de habernos mudado, se habían abierto las puertas para formarme como Comunicadora Animal, estaba muy contenta, al fin mi sueño se estaba haciendo realidad y podría entender mucho de lo que sentía en mi relación con los animales. Lo primero que hice fue hacer una cita para una comunicación con Shiki. Quería que mi maestra comunicara con ella, para saber cómo se sentía, qué necesitaba para estar mejor y qué necesitaba que yo supiera. La sesión me encantó, todo lo que estaba diciendo era Shiki, en mi corazón todo resonaba. Dijo que Shiki era muy amorosa, un alma alegre, generosa, que me protegía. Que tomaba su enfermedad con ligereza, la aceptaba y que si ella hubiera podido dar su vida por mí, lo haría. Dijo que era una perrita que se ocupaba y preocupaba por los demás. Era muy lista y fuerte, que ella no se consideraba enferma, aun con todos los padecimientos que tenía. Dijo que Shiki sabía cuánto me dolería el separarme de ella, que lo entendía, porque las cuatro, ella, Yodita, Nubecita y yo éramos como un búnker lleno de amor donde todas nos sosteníamos. Le dijo que el encuentro conmigo le había dado paz y se sentía afortunada por habernos reencontrado, que yo era generosa y respetuosa, que le daba su lugar a cada una. Que no quería que me preocupara por ella, porque las dos generábamos nuestro equilibrio y ella quería seguir acompañándome un tiempo más. Le mostró las partes físicas que le dolían y se le sanó energéticamente. Después de esta sesión, Shiki estuvo por un tiempo más estable, sin diarreas, ni vómitos. Yo pedí que le preguntara si quería el tratamiento y ella dijo que sí, que quería intentarlo, que las dos estábamos en esto. Así que iniciamos todo el protocolo médico.
Esta etapa fue muy difícil y con muchos altibajos. Durante semanas estaba estable, otras semanas estaba muy decaída y aunque las analíticas daban mal, ella seguía siempre luchando y con su carita sonriente. El veterinario indicó que no podía salir a caminar más de quince minutos al día, ya que sus glóbulos rojos y blancos estaban muy bajos, así que las tres solo salíamos quince minutos, que para Shiki eran la gloria y los disfrutaba como si fuera una hora. Nunca dejó de comer, pero yo notaba que se iba debilitando. Como el veterinario pidió que ya no subiera escaleras, nos mudamos a la planta baja y armé un espacio especial para que Shiki estuviera acompañada y lo más cómoda posible. Dormíamos juntas y ella siempre buscaba estar cerca de mí. Cada día hacia sanaciónes para ella, pedía a todos los seres de luz y a los médicos espirituales que le ayudaran en su proceso. Le cantaba, le leía y sobre todo estaba con una presencia plena para ella.
Estaba por ser navidad y el veterinario dijo que mejor no me separara de ella porque eso le causaría estrés. Como solo estaríamos nosotras en casa, decidí poner todos los adornos navideños para pasar una bonita navidad. Shiki y Yodita me observaban mientras disfrutaban sus galletitas. Shiki se notaba muy alerta y más animada, cosa que me alegro muchísimo, pero el día 23 de diciembre por la tarde noche, de pronto se desplomo, se quedo echadita sin moverse. Corrí para ver cómo estaba y tardó en poder levantarse, la veía rara, algo pasaba. Llamé de inmediato al veterinario y me dijo que la llevara a una clínica de 24 horas donde trabajaba una veterinaria amiga de él, que él le explicaría el caso. Nos fuimos a toda velocidad, nos atendieron y vieron que uno de los medicamentos le generaba somnolencia y la tenía como aletargada. Le cambiaron el medicamento y regresamos a casa. El día de navidad cenamos y las tres peques recibieron sus regalos, ese día agradecí el estar juntas y el que Shiki estaba sanando. El resto de la semana, se veía mejor aunque aun cansada.
Hacia tanto frio, que entre las tres nos calentábamos y dormíamos juntas, yo tenía toda la esperanza de que sanara, aunque muy dentro de mi corazón, algo me decía que quizás fuera la última navidad juntas.
La semana de navidad había transcurrido en calma, regresó el veterinario de su viaje y vino a revisar a Shiki, la encontró estable. Dijo que volvería después de año nuevo. Para este entonces, Shiki había terminado el tratamiento para la erlichia, pero seguía con los corticoides, los analgésicos y algunas otras medicinas que se tenían que retirar paulatinamente.
La noche del día 29 de diciembre, Shiki volvió a empeorar, respiraba muy rápido y se la notaba mal, así que salimos de emergencia nuevamente al hospital de 24 horas. Llegamos a las 3 am del día 30 de diciembre, pregunté por la doctora que la había atendido antes pero estaba de descanso. Me ayudaron a bajar a Shiki y entramos todas a la veterinaria. Le hicieron una radiografía para ver que ocurría y vieron que tenía algo en el pulmón derecho, no sabían si era líquido o qué, pero como no podía respirar dijeron qué lo mejor era que se quedara hospitalizada. La abracé y le dije: “Shiki, es importante que te ayuden y para eso necesitas quedarte aquí, yo me quedaré todo el tiempo que me lo permitan, pero aun si me tengo que ir, tu estás protegida y acompañada por todo mi amor y todos los seres de luz que te acompañan, no tengas miedo, eres valiente, vas a estar bien”. Regresamos a casa y pasé toda la noche en vela esperando a que amaneciera para ir a verla y saber el diagnóstico. En lo primero que pensé, fue en pedir una sesión de comunicación para saber cómo estaba Shiki, ¿qué quería? ¿era su momento de partir? y si era así, ¿cómo quería partir?.
Era 30 de diciembre y estaba por escuchar a Shiki en una sesión de comunicación. La comunicadora comenzó diciendo: “Shiki te mira todo el tiempo, con sus ojos te dice cuánto te ama, le diste sostén para confiar en los humanos y en tí. Hay un lazo muy fuerte de corazón a corazón. Ella necesitaba encontrar el amor y dulzura que le diste para sanar. Tú has hecho todo lo que has podido y en reciprocidad ella decidió ser tu maestra.
Shiki quiere saber cómo estás. Sabe que estás angustiada, no quiere que te angusties ni que sufras. Entiende lo del hospital porque ha pasado muchas veces por eso y lo han hecho juntas. Sabe que es la más amada, se siente especial porque no todos los perritos tienen esa suerte. Dice que va a dar todo lo que pueda dar, hay un pacto entre ustedes de disfrutar la vida juntas. Ella es fuerte y quiere luchar para regresar un día más a tu lado. No solo continúa porque tú quieras, sino que ella también quiere.
Sus guías y ángeles están ahí con ella muy pendientes. Tu rezo es muy poderoso, ellos escuchan tus oraciones y la están sosteniendo. Ellos dicen que los humanos olvidan que la vida tiene dos aristas y que el dolor también nos hace vivir. Piden que te enfoques en los ángeles que la están acompañando y no te centres en su dolor. Médicos del cielo la están acompañando, el cuerpo físico es quebrantable, el espíritu siempre está ahí y has orado tanto por ella, que están todos los seres de luz a su alrededor.
Los animales no tienen mucha oportunidad de tener tantos guías y amor acompañándoles. Ellos también necesitan sacar y depurar. Las dos están sanando a través de este proceso. El dolor físico no es lo más imperativo, hay cosas más importantes. Recuerda que todos elegimos esta dualidad, el dolor, la vejez y el trascender.”
Pregunté qué podría pasar si había una recaída. ¿Shiki querría una eutanasia? ¿O quiere ella tomar la decisión?
“Ella quiere tomar la decisión, hacer una eutanasia es decirle que es frágil. Sabrás cuándo decirle, “Te considero fuerte, tienes la autoridad y autonomía de decidir cuándo te vas, tú sabes qué es lo mejor para tí”.”
Todo lo que escuché tenía sentido.
Solo quedaba esperar y confiar.
Después de haber escuchado la comunicación con Shiki, fui a verla al hospital y la encontré más calmada y estable. Los veterinarios dijeron que por la erlichia se había deteriorado la parte baja de un pulmón y por eso no podía respirar bien. El cardiólogo consideró que había una posibilidad de un tratamiento y que podría estar bien. Pregunté si era seguro, me dijeron que serían dosis muy pequeñas y que si funcionaba se notaría en 24 horas. Pregunté si Shiki tendría una vida digna, no quería que tuviera que depender siempre del oxígeno o que estuviéramos corriendo a cada momento al veterinario por alguna crisis, que por favor fuera honesto. Él respondió que podía tener una buena vida, solo que tendría que ser más relajada, sin subir escaleras y caminando menos. Aun después de haber escuchado la comunicación pregunté: ¿crees que sería mejor pensar en una eutanasia? Él respondió: “no lo veo necesario”. Entonces decidí confiar en el proceso. Le había llevado a Shiki su juguete favorito que usaba como almohada, un huesito color verde y su cobija para que estuviera cómoda y le oliera a nosotras. Le expliqué lo que estaba pasando, le agradecí todo lo que había dicho en la comunicación y le dije que respetaría su decisión, que lucharíamos juntas como siempre lo habíamos hecho. Me dejaban visitarla dos veces al día y quedarme con ella, abrazarla y besarla. Los veterinarios y el chico que les ayudaba a limpiar las jaulitas eran amables y trataban bien a los animales. Ellos observaban cómo hablaba con Shiki, cuánto me dolía irme y dejarla ahí. Le pregunté a uno de ellos, cómo veía a Shiki, y él me respondió: “es una perrita muy valiente, es una guerrera”. Me dijo que yo era la única que visitaba las dos veces al día a mi animalito y me quedaba mucho tiempo. Que por lo regular, solo los veían un instante o llamaban para saber cómo estaban. Cuando me fui, le pedí a los veterinarios que la cuidaran, que cualquier cosa me llamaran, que no esperaran a verla grave, que si veían algo anormal me avisaran para ir de inmediato.
Al despertar, mi primer pensamiento fue Shiki. Todo era silencio y quietud y dentro de esa quietud estaba la esperanza de que pronto regresara a casa. El fin de año fue difícil sin ver su carita y sin sentir su presencia. La casa se sentía sin energía. El día era gris, con una ligera lluvia, y un frío que estremecía los huesos. Me daba cuenta de que me estaba aferrando al deseo de que sanara y estuviera un tiempo más con nosotras. A cada momento que sonaba el teléfono, mi corazón se sobresaltaba. Aunque tenía muy presente la voz y el deseo de Shiki “permitirle luchar y decidir cuándo sería el momento de partir” el corazón me dolía con toda intensidad.
Llegué al hospital esperando que me dieran una buena noticia, sentía mi corazón palpitar de emoción por verla y tocarla. Cuando entré, ella sabía que estaba ahí, que había regresado como se lo prometí, me sentía muy feliz de verla un poquito mejor, olerla, sentir su suave pelo, estar a su lado y llenarle de amor. Algo dentro de mí quería confiar y otra parte me decía que pronto nos despediríamos, al mismo tiempo mi corazón quería respetar su deseo. Ella era la protagonista de la historia, era su vida y su destino.
A cada instante desde que iniciamos esta etapa de menos salud, había pedido a todos los seres de luz que la acompañaran, la abrazaran y nos guiaran. Le había recitado mantras, le había cantado, la había cuidado como a la niña de mis ojos. Tal cual como lo habían dicho en la comunicación. Estábamos tan unidas que podíamos entendernos sin hablar. Sabía que era una guerrera que me había enseñado a luchar y confiar en la vida. Mi maestra, mi amiga, mi compañera, mi alma gemela por tantas vidas.
Esa mañana al despedirnos, la abracé tan fuerte como pude, la besé y susurré en su orejita cuánto agradecía su presencia en mi vida. Y con todo el dolor y el amor en el corazón, también le dije: “Tú eres más sabia que yo, sabes más que yo lo que necesitas, si necesitas partir, hazlo, yo estaré bien, si decides quedarte yo estaré aquí para ti. Recuerda siempre cuánto te amo”.
Fueron palabras que me desgarraban el alma y a la vez estaban llenas de amor para ella. Shiki me miró con sus ojitos llenos de amor y compasión como siempre lo hacía y solo suspiró viéndome partir. Hecha un mar de lágrimas, le dije al veterinario que por favor fuera honesto y me dijera si Shiki estaba mejorando, él tan solo contestó: “es tiempo de esperar, ella es una perrita guerrera, solo queda confiar”. Regresé a casa con una opresión en el pecho, aún pensando en regresar por ella y traerla a casa de forma segura para estar juntas pasara lo que pasara. En eso sonó el teléfono y mi corazón supo que Shiki estaba mal. Al contestar escuché una voz llena de angustia: “¡por favor! venga pronto, Shiki está muy mal”. Salí en medio de una lluvia torrencial, las calles estaban empezando a inundarse y no había nadie en el camino.
Solo podía repetir: Shiki voy por ti.
El camino fue eterno y a la vez un suspiro, llegué a la veterinaria desesperada por ver a Shiki, aun con la esperanza de encontrarla viva. Lo primero que escuché al entrar fue: “Lo sentimos, Shiki acaba de morir”. No lo podía creer, el tiempo se detuvo y lo único que pude decir fue: ¿dónde está? Me llevaron a uno de los consultorios y ahí estaba, la abracé y aún su cuerpo estaba calentito, le cerré los ojos, cerré su boquita y le dije: “regresé por ti para llevarte a casa. Aquí estoy, ve en paz a la luz, no te detengas, sigue tu camino, voy a estar bien”.
Regresamos juntas a casa en medio de una tormenta donde el cielo también lloraba su partida. Todo el camino le canté mantras acompañando el proceso de su alma. Eran las 22:30 horas cuando llegamos, Yodita salió corriendo, desesperada por ver a su amada hermana. Ahora Shiki había regresado a casa para despedirse de todos y de todo. Acomodé su cuerpito en la cama, la limpié con agua de rosas, la tapé con su cobija como siempre lo hacía, llené su cuerpo de flores, puse velas que guiaran su retorno al origen. La velé toda esa noche. Expliqué a Yodita que Shiki había partido y que ahora nos acompañaría de otra forma, la despedí y las dos le acompañamos toda la noche honrando su cuerpo, su vida, llenas de gratitud por haber compartido con ella en esta vida.
La noche cada vez se sentía más helada, todo parecía haber quedado suspendido, podía sentir como Shiki recorría cada parte de la casa despidiéndose de su hogar, acompañándonos en espíritu en nuestro dolor por su partida. Conforme fueron pasando las horas, la carita de Shiki se veía como si tan solo estuviera dormida, su cuerpo se mantuvo en una temperatura tibia, su pelo seguía tan suave como siempre, sus orejas podían moverse con facilidad. Era como si tan solo durmiera en paz y no hubiera muerto. Se sentía una paz profunda llena de amor, de tanto amor que se podía tocar en todo el lugar. En la habitación arriba de donde estábamos velando a Shiki, había muchas velas encendidas, ya que había limpiado su linaje del dolor y la invisibilidad, llenando de velas, flores, dulces y chocolates, enviando amor y luz a todo su dolor y recobrando todo el amor de los antepasados de Shiki. Así que sus ancestros también acompañaban su viaje de retorno al origen, abriendo portales de luz llenos de amor y ligereza.
En un momento de la noche rompí en llanto, un llanto que jamás había sentido, tan de dentro que me dolía el alma. Fue una noche larga, dolorosa y a la vez en paz. Al día siguiente pasaron por el cuerpo de Shiki para llevarlo a incinerar cerca del mediodía. Al llegar los señores, preguntaron la hora de muerte, y no podían creerlo. Dijeron que con tantas horas tendría que estar rígida, perdiendo líquidos y oliendo mal pero no era así; olía a flores, no habían salido líquidos y su cuerpo estaba flexible.
Se la llevaron y salimos a decirle adiós.
Fueron pasando los días y la ausencia de Shiki se sentía cada vez más, la casa se sentía enorme, había eco, hacia muchísimo frio y nuestro corazón cada vez estaba más triste. Seguíamos intentando la vida cada día, pero no era fácil. Yo sentía que me habían sacado el corazón, Yodita caminaba como perdida y Nubecita permanecía en silencio. Todas estábamos viviendo un duelo. Yo me enfermé, caí en cama unos días, aunque quería seguir porque sabía que Yodita y Nubecita también me necesitaban. Busqué ayuda para transitar mi duelo y en alguna sesión de sanación, mis guías dijeron que estaba aún en shock por la muerte de Shiki y que era normal sentir así cuando se ha querido y amado tanto.
“El dolor no desaparece completamente, lo integramos dentro de nosotros. El dolor es una emoción y nos dice que estamos vivos, que puedes extrañar. El dolor es también honrar que ella pasó por tu vida, en algún momento se convertirá en energía diferente. Shiki era amorosa, inteligente y empática, te sostenía en momentos endebles, cuando tenias miedo o dudas, ella te decía: ¡vamos, tú puedes! Te daba contención amorosa para que supieras quién eres. No te angusties, Shiki está bien donde se encuentra. Este duelo no solo es por Shiki, también es un duelo para darte cuenta de ciertas situaciones y cambiarlas, es una posibilidad para sanar lo que has postergado, acompañada del amor de Shiki.”
Yodita y Nubecita también tuvieron su sesión de comunicación para saber cómo se encontraban. Yodita estaba muy triste y lo primero que dijo fue: “se fue mi faro, la luz que me guiaba con amor”.
Nubecita también estaba viviendo su duelo, aunque no convivía mucho con Shiki. Dijo que faltaba la energía que arropaba todo el lugar, que faltaba aquella luz llena de amor que calentaba y abrazaba a todos.
A los días de la muerte de Shiki, el veterinario que la había atendido en todo ese tiempo de enfermedad, vino a visitarnos. Se quedó parado en la puerta sin querer entrar, le dije que pasara y me contestó que sentía feo entrar y ya no ver a Shiki, que él por lo regular no se encariñaba con sus pacientes para que no le doliera, pero que con Shiki se había encariñado mucho porque era una perrita diferente, que en verdad sentía mucho su partida y que no tenía palabras de consuelo para decirme. Me comentó que todos los veterinarios que la habían atendido al final, estaban muy desconcertados de cómo Shiki había muerto de rápido, que todos creían que reaccionaría al tratamiento. El veterinario que la acompañó a morir no había querido bajar a verme y darme el la noticia porque no podía creer que Shiki hubiera muerto. Le conté que había velado a Shiki toda la noche, casi dieciséis horas, hasta que pasaron por ella. Le conté el estado en el que estaba el cuerpito de Shiki, él me escuchaba con cara de asombro. Me dijo que eso no era posible, que los cuerpos a las pocas horas se ponen completamente rígidos, salen líquidos y huelen mal. Que en toda su carrera jamás había escuchado algo así. Volteó a donde tenía yo un altar para Shiki y me preguntó: ¿las flores le duran mucho? Yo respondí que sí, que las flores que le había puesto el día que había muerto aún estaban bien. Él respondió: “yo soy un hombre de fe y lo único que puedo decirte, es que Shiki era un ser especial que tocaba todo con amor, lo demás no te lo puedo explicar”.
Las señales de Shiki comenzaron a llegar. No era que yo las buscara, sino que las sentía y Yodita también. Una mañana estábamos sentadas en el jardín y yo le decía a Yodita que aún me era difícil ir a caminar por donde caminábamos siempre, porque sentía la ausencia de Shiki. En ese momento llegó un colibrí a dar vueltas sobre nosotros, Yodita movía la cola y yo sentía que Shiki nos saludaba.
Otro día, estaba viendo un programa de una médium que comentó que una señal para ella saber que los espíritus estaba bien y en paz, era que le mostraran conejos. Yo pensé que era una señal muy bonita, ya que me encantan los conejos. Cada día encendía una vela para Shiki, para decirle con esa luz cuanto la seguíamos amando, así que esa noche encendí su vela y al día siguiente, al despertar, vi que la cera que había caído había formado un conejo. Mi emoción fue enorme, era una señal más.
Yodita empezó hacer ciertas cosas que hacía solo Shiki conmigo y a mí me llamaba la atención, pero sabía que Shiki por medio de Yodita me decía aún estoy con ustedes. En el jardín había un móvil que nunca sonaba, aunque soplara el viento no sonaba. A partir de la muerte de Shiki comenzó a sonar aun sin viento, en tiempos muy específicos. Yo sabía en mi corazón que era ella y todavía ahora no tengo duda de eso.
Esperé unos meses para hacer la sesión de comunicación con Shiki ya trascendida, ya que quería estar un poco más tranquila, habiendo trabajado el duelo para verdaderamente poder escuchar e integrar en mí su mensaje. Transcribo aquí fragmentos de esa comunicación, en los que a veces habla la comunicadora y a veces Shiki directamente:
“Sientes tanto dolor por la conexión tan grande que tenían con Shiki, por eso sientes que te han sacado el corazón. Ella está muy presente y muy contenta de hablar contigo, dice que la culpa que sientes de que podrías haber hecho otra cosa, no es real, ella decidió hacerlo a su manera y tú lo respetaste”.
“Donde hay amor, no hay dudas, no hay culpas, el amor que nos dimos fue desde el alma. Cuando nos volvamos a encontrar, nos veremos desde ese amor. No te imaginas cómo es la misión de trascender para ser quién eres y eso requiere ver más allá, no te centres solo en lo que pasó”.
“Ahora Shiki esta más esponjadita, con más luz, más grande y con poderes, aún no ha llegado a explorar esa parte de luminosidad e infinitud porque hay una parte de ella que sigue viéndote, ella dice que está preocupada por ti, quiere que sepas que todavía no llega al espacio que le corresponde porque su amor por ti es tan infinito que no se irá hasta ver que estás bien. Dice que esto no es para que te culpes, ni te sientas mal, sino para que sepas que ella sigue presente y llena de amor por ti”.
“Estaré amorosamente con esta contención para que no estés triste, porque yo vivo en ti, yo vivo en tu corazón. No te he dejado, nos hemos tocado tan de cerca que nos hemos trasmutado y por eso hay tanto dolor. Cuando el dolor pase, porque pasará, me volverás a sentir, sabrás que te he acompañado siempre”.
“Me muestra que ella siempre fue fuerte, que ahora viste un traje de guerrera. Dice que en la familia ella era la fuerte y que trascendió porque ella lo decidió, no porque la dejaste en la veterinaria. Dice que tienes que saber que tenía una misión más grande, una misión que ella eligió y por eso decidió irse en su momento”. Yo quiero verte feliz, disfrutando de la vida, mis hermanas te necesitan. Poco a poco nos iremos desapegando, ahora estoy en un lugar donde todo mi ser se está reparando para que yo pueda continuar, yo también quiero continuar. Ella tocó corazones mas allá de lo que puedas pensar. Tienes que saber que también la compartiste en ese momento tan sensible, cuando siempre la habías tenido en una burbuja de amor y seguridad. Era importante para ella seguir sanando el corazón de los veterinarios, que día a día van endureciendo sus corazones para poder seguir.
Las dos siempre íbamos por la vida sanando. El pensar en ti me llena de gratitud, siempre estuviste presente, mi vida orbitaba alrededor tuyo, pero a la vez tú me enseñaste a expandirme. Ahora puedo ver todas las cosas que hicimos juntas y te lo agradezco. Te agradezco por ser esa alma que me tocó y amó tanto. Cuando tu dolor pase, voy a ser libre para irme y volar a ser una estrella que te acompañará todos los días.
No la estás reteniendo, ella decidió estar ahí por el amor inmenso que te tiene. Ella es un alma vieja y muy sabia, dice que su alma y tu alma se conocen desde la eternidad. Su misión le gustó mucho y le encantaría encontrarse contigo aunque no sabe si será en esta vida.
Ahora tenemos que esperar a sanar las dos, no estás sola, te dejo mi calor, siempre te veré, te quiero inmensamente. Nuevamente sus palabras me abrazaban el alma y tenía la certeza de que era ella. Nadie sabía todos esos detalles, solo ella y yo.
Después de haber escuchado a Shiki, con tanto amor y con tanta confianza en mí, seguí trabajando en mi proceso de duelo, dándome cuenta cuánto había aprendido de ella y cuánto seguía aprendiendo ahora, que aun con el dolor, quería caminar y transformarlo. Quería que Shiki llegara adonde le correspondía, sabía que ella haría lo suyo y yo quería hacer lo mío en gratitud a todo lo vivido juntas, a su presencia y a nuestro eterno amor.
Al tiempo, en una de mis sesiones, uno de mis ángeles dijo que veía a Shiki alegre y en la luz. Dijo que todo ese proceso de duelo tenía un sentido, porque con esas herramientas yo podría ayudar a muchos otros, ya que tenía integrado el proceso de una vieja vida para abrirme a otra y podría apoyar a otros desde este saber integrado, desde un alma que está resurgiendo.
“Incluso puedes dar las terapias con Shiki estando presente desde el otro plano, ella esta tan expandida que puede hacer esto. Ahora tienes una socia espiritual para hacer lo que decidas hacer.
Puedes sentir a Shiki, porque ella ahora puede representarse como en hologramas, ella manda energía amorosa. En el plano espiritual sigue siendo un perrito pero ya lo trascendió, ahora hay una energía divina que se mezcla con su ser, es como una deidad amorosa, sabia y compasiva, es una energía como la madre Tonatzin (Diosa azteca que fue sustituida por la Vírgen de Guadalupe). Es como si su luz estuviera llenando tu casa y sus vidas de amor. Ahora ella puede transmitir potencias muy altas que le permiten emitir otro tipo de energía. Si tu creces ella se va a llenar de mucha más luz por el servicio que van a dar juntas y cumplirán juntas este nuevo acuerdo de sus almas dentro de esta energía de resurrección”.
El escuchar todo eso de Shiki y saber que estaba tan bien, me llenó el alma de gozo. Y saber que también yo había hecho y seguía haciendo la parte que a mí me tocaba, para que las dos llegáramos adonde era importante llegar.
Decidí para mi cumpleaños hacer una última comunicación con Shiki, había escuchado lo que el ángel había dicho, solo que quería escucharla a ella. Los guías comenzaron diciendo que aún tenía timbrazos de melancolía, que el dolor también era honrar que ella había pasado por mi vida.
Es normal tener un duelo y cada duelo es diferente.
Al comunicar con ella, me dicen:
“Está igual de presente que la vez anterior, sigue igual de amorosa, solo que ahora es más sutil, en la anterior comunicación aun estaba identificada con su personalidad. Ahora es como una gran Shiki, está en su esencia, en un lugar completamente pacífico, sin emociones ni sentimientos, es como un vacío lleno de amor. Dice que se siente muy entusiasmada y con mucha apertura para esta comunicación. Dice que hoy sí la vas a sentir, porque esto que ella siente, es tan tan fuerte que tu podrás sentir esa serenidad y esa paz”.
“Tengo una sensación de mucha amplitud serena, de mucho gozo. Es como cuando tú meditabas y te conectabas con una parte muy sutil, eso es lo que vivo y siento ahora. Nos podemos encontrar en este lugar, en ese punto de luz me vas a encontrar”.
Muestra pétalos dorados que van construyendo a esa perrita gigante dorada, son pétalos de amor, de lo que está construida ahora.
“Estoy muy feliz y no tengo prisa por reencarnar, sí quiero bajar y tocar más almas, pero no ahora, ahora estoy disfrutando.”
Dice que seguro se volverán a encontrar, porque se tocaron profundamente en esta y otras vidas. En esta encarnación Shiki es un alma muy sabia, que está viviendo una experiencia de maestra, es un alma que va con procesos largos y se quedará un tiempo largo ahí donde se encuentra ahora. Dice que el alma es como la arcilla, ahí se puede imprimir la huella del toque amoroso del animal y del humano, esta huella se va volviendo cada vez más grande entre las almas y así es como se vuelven a encontrar. Muchas almas no se volverán a encontrar con su animal porque han pasado desapercibidos.
Todos somos luces y sombras y así vamos sanando y aprendiendo. Pero es seguro nos volveremos a encontrar. Dice que el tiempo no es lineal, que estamos en esta vida y en otras a la vez, viviendo varias cosas.
Es posible que en el momento que ustedes mueran, si me llaman, yo estaré ahí, con el equipo de ángeles y guías que les estarán acompañando y guiando por dónde ir.
Dice que hay que confiar que los animales también tienen guías, ángeles, maestros y médicos del cielo que les acompañan en sus procesos. Ella dice que es como una diosa,
Todo lo que tú me has dado me ha hecho subir hasta este lugar. Créelo, el amor es lo único que importa, no es fácil que los animales lleguen aquí. Yo llegué rápido gracias a todo ese amor que me has dado siempre. Ahora tú también tienes esas plumas de amor dentro de ti. No quiero que me recuerdes con dolor, ahora soy esta perra grandiosa, dorada, llena de plumas. Ya no soy la de antes, soy la de hoy. Si te hace feliz hablar de mí, hazlo, puedes seguir tocando los corazones que quieras.
Solo píntame dorada.
Esa fue la última vez que pedí que alguien comunicara con Shiki. Ahora Shiki y yo podíamos tener una comunicación de almas, sin dolor, tan solo desde el gran amor que nos tenemos. Amor que vivo y siento cada día. Mi vida cambió de mejor a maravillosa, gracias a ella y a todos los animales que me han acompañado en mi camino, rescatándome y llevándome adonde mi corazón quería estar. ¡Gracias Shiki!