El ladrío otoño 2011

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Divulgación

Por Carlos Alberto Prieto

Los inicios de la química en España Es un lugar común en la Historia de España considerar que la falta de industrialización durante el siglo XIX ha supuesto una grave lacra para el desarrollo económico posterior. Se han sugerido muchas razones para que la Revolución Industrial no se consolidara en España. Entre ellas se suele citar que no hubo un verdadero movimiento previo de Ilustración durante el siglo XVIII, sino solamente algunos personajes ilustrados de singular importancia, aunque aislados. Especialmente esto afectaría especialmente al campo científico, donde España no habría destacado en comparación a otras naciones europeas. La Química suele ser considerada la Ciencia de la Ilustración, ya que sufrió un desarrollo tremendo en el siglo XVIII cuando se produce una sistematización de la disciplina y se aplicaron métodos científicos en su estudio, que hasta entonces estaba dominado por teorías heredadas de la alquimia medieval.

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Uno de los más importantes Químicos ilustrados españoles, transmisor de las ideas de la Nueva Química francesa fue el cirujano lucentino Juan Manuel de Aréjula. Aréjula nació accidentalmente en Lucena (1755), donde se encontraba su familia, ya que su padre (militar) estaba de paso con su regimiento. Aréjula completó estudios de Cirugía Naval en el Colegio de Cirugía de Cádiz y fue destinado a la Marina, donde participó como cirujano en el ataque fracasado a Argel (1775). En 1784 fue pensionado para viajar a París para estudiar Química con Antoine de Fourcroy, uno

de los más importantes químicos de Francia. Allí trabajó en la traducción de una de las más decisivas obras en la Química moderna, la Nueva nomenclatura química con la participación de Fourcroy y Lavoisier, entre otros (1787). La publicación de una traducción realizada por Pedro Gutiérrez Bueno (del Real Laboratorio de Química de Madrid, 1788) le obliga a abandonar el proyecto, pero a cambio, publica unas Reflexiones sobre la Nueva nomenclatura química en las que llega a enmendar algunos errores del original francés, poniendo en cuestión (con acierto) el uso de la palabra “oxígeno” (que genera ácidos, Lavoisier pensaba que todos los ácidos contenían oxígeno, lo cual es falso). De vuelta a España ocupa la Cátedra de Química del Colegio de Cirugía de Cádiz y realiza un viaje por toda Andalucía para luchar contra las epidemias de peste de los años 1802-03, pasando por Espejo, Lucena, La Rambla o Montilla. Aréjula estudió el tratamiento preventivo de la peste mediante el uso de diferentes ácidos, profundizando en sus propiedades y aplicaciones. Por otra parte, Aréjula tuvo una vida ajetreada, participó en la Batalla de Bailén contra la invasión francesa, apostó por el bando liberal durante el reinado de Fernando VII, ocupando cargos políticos durante el trienio liberal y exiliándose en Londres tras la abolición de la Constitución de Cádiz en 1823. Por tanto, se trató de un hombre plenamente en línea con las nuevas ideas de su tiempo tanto científicas como políticas.

El caso de Juan Manuel de Aréjula no constituye un caso aislado, sino que desde España hubo importantes aportaciones a la Química durante su período de mayor desarrollo, con nombres como Pedro Gutiérrez Bueno, Andrés Manuel del Río o los hermanos Elhuyar e instituciones como el laboratorio de Química de la Academia de Artillería en el Alcázar de Segovia (1762), la Cátedra de Química de Vergara (1777), los laboratorios del Ministerio de Hacienda y Estado o la Real Farmacia de Madrid. Estos científicos recibieron las ideas desde Francia fundamentalmente y transmiten en sus cátedras y laboratorios, aportando ideas y transformando dicho conocimientos. En el caso particular de España, todas estas instituciones se dedicaron al estudio de la Química como disciplina aplicada a diferentes oficios: minería, metalurgia, tintes y usos militares. A pesar de la temprana recepción de las nuevas ideas en España, tras este despunte inicial estos nuevos conocimientos no se tradujeron en la creación de una industria moderna durante el siglo XIX. Pero las causas últimas de esta fallida industrialización no parecen deberse a una Ilustración débil, sino a factores más propios del siglo XIX como los pronunciamientos continuos, la falta de estabilidad política, la pérdida de las colonias americanas o la supervivencia de estructuras del Antiguo Régimen.


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