10CRCF. Cuento infantil.

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10 CONCURSO EL COLOQUIO DE LOS PERROS DE RELATO CORTO Y FOTOGRAFÍA


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Tema del concurso: Cuentos infantiles Edita: Asociación Cultural "El coloquio de los perros" www.elcoloquiodelosperros.es Diseño y maquetación: José Alfonso Rueda Jiménez D.L.: CO-623-2003 I.S.S.N.: 1887-9934 Imprime: Imprenta Gráfica MC Avda. de Málaga, 44 14550 Montilla (Córdoba) Teléfono: 957 65 01 05 info@imprentagraficamc.es


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cuentos infantiles

10 C O N C U R S O EL COLOQUIO DE LOS PERROS DE RELATO CORTO Y FOTOGRAFÍA 2012


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ÍNDICE PRÓLOGO. Francisca Bascón Ruz ...................... 9 RELATO CORTO PRIMER PREMIO. Raúl Clavero Blázquez Excursión ................................................. 15 ACCESIT. Ana Rodríguez Panadero La gallina del pescuezo pelado .................. 27 MENCIÓN. Alicia Jiménez Mantsiou La ciudad de Toc-toc ................................. 39 MENCIÓN. Antonio Alcaide García Siempre que lo desees ................................ 51 MENCIÓN. Mª Dolores Hinojosa Medina Piedra ........................................................... 65 FOTOGRAFÍA PRIMER PREMIO. Víctor Casillas Romo ................13 MENCIÓN. Juan Antonio Pérez Gama ..................25 MENCIÓN. José Antonio Gutiérrez Lacambra .......37 MENCIÓN. Daniel Osuna González ......................49 MENCIÓN. Pedro Toledano Montes ..................... 63

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PRÓLOGO Si en algún momento tropiezan con una historia o con alguna de las criaturas que transmiten mis libros, por favor, creánselas. Creánselas porque me las he inventado. Ana Mª Matute Hace unos años el novelista Nick Hornby decidió publicar un volumen de cuentos con fines altruistas, para lo cual pidió la colaboración de los escritores más reconocidos del momento. Entre ellos estaba J. K. Rowling, quien paradójicamente reconoció su incapacidad para hacerlo. Parece increíble, pero su negativa y sus razones demuestran que puede ser más difícil escribir un cuento que una novela. Tal vez sea cierto porque provocar la expectación en el lector, mantener la tensión hasta el momento justo y no atropellar el final, todo esto en un reducido espacio no resulta nada fácil. En esta ocasión además, la tarea es ardua porque se trata de encajar todos esos elementos con un tema tan complejo como la literatura infantil. Sus destinatarios son lectores aún no formados y de la mano del escritor darán sus primeros pasos hacia la lectura y la fantasía, dos elementosalimentos imprescindibles para el desarrollo del alma humana. Por ello el primer acercamiento es decisivo. Las palabras mágicas •gÉrase una vez...•h deben ser el despertar a ese placer que se llama leer y, aunque recientemente les han salido unos duros competidores, ellas mismas disponen de

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armas suficientes para no amedrentarse. Algo atrás quedan los tiempos en que estas palabras constituían la única forma de adentrarse en lugares lejanos y conocer a personajes oscuros que al final recibían su merecido. Nuestro mundo ha cambiado, pero las inquietudes infantiles y la necesidad de conocer un universo de fantasía antes de entrar en el de los adultos siguen siendo las mismas. A la magia se accede por diferentes caminos, pero ninguno es tan inquietante, inesperado, ni tiene el poder de hacer brillar los ojos de un niño como los cuentos infantiles. Inquietante es el País de las Maravillas. Nadie espera que una tortuga corra más que una liebre. A nadie le sientan tan bien unos zapatos de cristal como a Cenicienta; tampoco hay un rojo más intenso que el de la capa de Caperucita; ni existe una bruja tan malvada cuyos hechizos no sean rotos por un apuesto y guapo príncipe. Y lo que es más, también los adultos han sucumbido a estos encantos. Si no me creéis, hablad con Sherezade. La literatura ha sido una de las muestras más fieles de los cambios producidos en el devenir de la historia. Tan pronto manifestaba un deseo de los pueblos de plasmar la realidad, como de evadirse de ella y siempre con el mismo deseo de reivindicar un mundo mejor y de dar testimonio de la época que a los escritores les ha tocado vivir. Sin embargo, la literatura infantil ha permanecido siempre fiel a su papel iniciático. Primero de forma oral y sujeta a la invención de los mayores, y más modernamente de forma escrita.


Todos los participantes en este certamen, que han sido muchos y muy buenos, han bebido en su infancia del mágico elixir de los cuentos infantiles, lo cual les ha permitido desarrollar la capacidad de viajar a su niñez para recordar la emoción con la que los mayores les leían cuentos antes de irse a dormir. ¿Por qué será que siempre van unidos la fantasía y los sueños? Será tal vez porque la mente humana está menos preparada para aceptar la realidad que para comprender y creer en la fantasía; y porque es sano dormir con esta. En estos tiempos que corren, tan difíciles y tan vertiginosamente cambiantes, aparecen de las más diversas partes del mundo personas cuyo universo interior está plagado de recuerdos fantásticos. Han decidido detenerse en ellos. Desde Australia hasta Hispanoamérica, pasando por diversos puntos de nuestra geografía, para acabar en nuestra ciudad, nos llegan sus voces. Nos hablan de inocentes sirenas, forman inquietantes círculos de lectura y recuerdan a sus abuelas. En definitiva intentan traspasar esa puerta que les conducirá hasta un mundo mágico donde la reina de corazones vive permanentemente. Ese mundo lejano es el que les permite la libertad de fantasear o, como diría Borges, de falsificar incluso sin que nadie se dé cuenta. Porque no se trata de que el lector investigue, sino de que se crea loo que lee. Y para ello nadie mejor de un niño.

Francisca Bascón Ruz Profesora de Lengua Castellana y Literatura

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Primer premio Fotografía 13

El círculo de lectura Víctor Casillas Romo Zapopan, Jalisco, México

Niña contando un cuento a muñecas en forma circular.


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Primer premio Relato corto

Excursión

Raúl Clavero Blázquez Madrid


Excursión 16

Ahora me siento un poco culpable, la verdad. Mucho no, sólo un poco. Porque, al fin y al cabo, mamá no tenía razón. No sé por qué se había emperrado en no dejarme venir a la excursión. Ella sabía las ganas que tenía yo de bañarme en el pantano, sabía que se habían apuntado todos los de clase y que nos iban a acompañar dos profesores, pero cada vez que se lo pedía se ponía como loca, y no había manera de sacarla del «no, no, no, ni hablar, ni hablar, ni hablar». Ni aunque le prometiera por la memoria de papá que iba a tener muchísimo cuidado, ni aunque le dijera que fregaría los platos durante un mes si me firmaba el permiso: «no, no, no, ni hablar, ni hablar, ni hablar». Y es que mamá no me deja hacer casi nada. No deja que me apunte a ningún equipo del colegio. No me deja beber refrescos en la calle cuando hace calor. No me deja invitar a mis amigos a merendar a casa. Ni siquiera a Marta. Y eso que la conoce de sobra, y que a veces le sube cosas de la tienda de su padre cuando a mamá se le olvida bajar a comprarlas. Pero mamá nunca la deja pasar de la puerta, la entreabre un poco, paga y cierra. Mamá no se fía de nadie, y a menudo me dice: «hija, no te fíes de nadie, pero de nadie, nadie». Mamá siempre parece tener miedo. Los árboles pasan tan rápido por la ventanilla del autobús que da la sensación de que están unidos por las ramas. Viajo sentada al lado de Marta, que ya va medio sopa. Se acerca Ramírez y me ofrece


de su bolsa de picotas, y no cojo ninguna porque mamá dice que los favores no existen y que si alguien me da algo, acabará pidiéndome otra cosa a cambio. Ramírez me mira y me entran ganas de llamarle cachalote, porque me recuerda a un cachalote, pero no lo hago, y entonces se va, y tropieza con un brazo de Marta y la despierta, y Marta se pilla un rebote y le pone la zancadilla, y todos nos reímos, porque a Ramírez se le doblan las gafas en la caída y se echa a llorar. Conozco a Marta desde párvulos. Es mi mejor amiga, por eso a ella sí que le digo lo que he hecho. Pero cuando se lo digo, Marta me suelta: «te van a pillar. Ya verás la que te cae encima», y yo le digo que no, que he imitado un montón de veces la firma de mi madre hasta que me ha salido perfecta, y que es imposible que se den cuenta. Además, he dejado en la cama de mamá una nota en la que se lo explico todo. Y seguro que me castiga cuando llegue por la noche, pero me da igual porque no quiero ser otra vez el único bicho raro que se queda en casa mientras los demás se divierten. Nada más bajar del autobús la señorita Remedios empieza a contarnos la historia del embalse, y nos dice no es como los lagos de verdad, que los hace la naturaleza, que este es un poco de mentira porque fue construido por el hombre en no sé qué año y que antes había un molino aquí, y luego sigue hablando un rato pero casi nadie le hace caso, porque los otros niños quieren bañarse ya, así que don Félix coge a la señorita Remedios

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por el hombro, y la señorita Remedios deja de contarnos la historia del embalse y dice que nos podemos ir, y todos gritamos y silbamos y aplaudimos. Marta y Ramírez y los demás empiezan a quitarse la ropa y veo que llevan el bañador puesto. No tenía ni la menor idea de que tuviéramos que venir ya cambiados de casa, porque está es la primera vez que salgo de excursión. Yo tengo el bañador en la mochila, así que lo cojo, me voy detrás de un árbol y me lo pongo. Por un momento dudo si dejarme puesta la falda, porque a mamá no le gusta que me la saque delante de la gente, pero al final me la quito. Si no lo hago tendré que ir con ella mojada en el viaje de vuelta. Y me resfriaré, y mamá se enfadará conmigo por haber subido en el autobús con la falda mojada, y seguro que mamá ya estará muy cabreada con mi fuga y prefiero no cabrearla aún más. Cuando salgo están todos chapoteando como patos. Me acerco despacio a la orilla y me meto con cuidado en el agua. No quiero que se den cuenta de que me estoy bañando, no quiero que me vean y caigan en que esta es la primera vez que vengo con ellos, porque seguro que se echarían sobre mi y empezarían a hacerme aguadillas. Me separo del grupo. Nado hasta una pequeña isleta. Está un poco lejos pero llego sin problemas porque nado realmente bien. Y aquí no se me pega la sal a los brazos como en el mar. La sensación es diferente a la del mar. No sé si me gusta más o menos porque hasta ahora no había


estado en ningún embalse. Sin embargo el mar lo conozco bien. Y es que, a veces, durante el verano, mamá me lleva a alguna playa del Mediterráneo. Vamos a calas desiertas, donde no hay otros niños, ni perros, ni ancianos, ni nadie. Cuando puede alquila un barco pequeño, y navegamos mar adentro y allí deja que me bañe todo el tiempo que quiera, y a mi me gusta pero me aburro pronto, y empiezo a nadar porque nado realmente bien, aunque lo que de verdad, de verdad me gusta es bucear. Como lo que de verdad, de verdad me gusta es bucear, me pregunto cómo serán Marta y Ramírez y la señorita Remedios y don Félix vistos desde abajo. Desde aquí son sólo unos puntitos, pero, buceando, no tardaré en alcanzarlos. Me sumerjo hasta tocar el fondo. Bucearé hacia donde ellos están y cuando llegue a su altura les cogeré por los tobillos y les daré un susto de muerte. Después de un buen rato me rindo. Es muy difícil orientarse aquí abajo, hay un montón de piedras y plantas, y los barbos no hacen más que cruzarse en tu camino y son capaces de despistar a cualquiera. Además los rayos de sol se cuelan por encima de la cabeza y estallan en la superficie del agua creando formas rarísimas, un poco como si estuviera todo lleno de diamantes. Y me quedo pensando en qué haría yo si tuviera tantísimos diamantes a mi alcance y cuando quiero darme cuenta ya ha pasado casi media hora, y yo sigo sumergida, moviéndome en círculos, sin haber encontrado ni a mis compañeros ni a los profesores.

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Entonces, de pronto, escucho la voz de la señorita Remedios gritando mi nombre. Y me parece que lo grita con una mezcla de preocupación y enfado, con el mismo tono que aquella vez que me echó la bronca por quemar una papelera. Y me doy la vuelta y los veo a mi espalda. Buceo hacia ellos, y cuanto más me acerco, escucho más voces que repiten como me llamo. Como si fuera una letra extraña del coro de la iglesia. Los veo desde el fondo del pantano, y se parecen a las imágenes deformadas de la casa de los espejos de la feria. Y se me hace divertido que me busquen cuando yo, en realidad, estoy tan cerca. Y me río y salen algunas burbujas de mi boca. Y pienso en la alegría que se llevarán cuando me vean salir a flote. Pero no puedo resistirme a alargar la broma un poco más, y espero. Espero. Hasta que miro a la señorita Remedios y me doy cuenta de que está llorando. Don Félix la abraza un momento y de pronto le arrebata a Ramírez sus gafas de buceo y se lanza al agua. Y enseguida me ve. Y le saludo. Y don Félix se asusta como se asustan los actores en las películas al ver a un fantasma o a un monstruo. Y quiere gritar pero traga de golpe una bocanada de agua. Intenta salir, pero se hunde. Se hunde. Se hunde despacio, hasta caer en mis brazos. Yo lo aprieto fuerte contra mi pecho y comienzo a bucear hacia la superficie. Y pesa mucho, pero si no lo saco se ahogará del todo, y yo no quiero que eso suceda.


Cuando asomamos la cabeza, primero escucho susurros de sorpresa, después algún chillido. Intento nadar hacia la orilla pero no puedo, y la señorita Remedios tiene que tirarse al agua para ayudarme. Apoyamos la cabeza de don Félix en la arena. No respira, pero le hago la reanimación como nos enseñaron en aquella clase de primeros auxilios, y aunque me pareció una tontería cuando lo aprendí, el caso es que funciona. Don Félix comienza a escupir agua, y cuando rompe a toser sé que sobrevivirá. Entonces la señorita Remedios me mira, y se pone de pie y empieza a caminar de espaldas, alejándose de mi a cámara lenta, sin dejar nunca de mirarme, y ella no es la única que me mira, todos clavan sus ojos en mi, me miran, y yo los miro y de pronto me doy cuenta de que ellos, aunque están mojados, siguen teniendo piernas, y que yo soy la única que tiene cola de pez. Marta, con la boca abierta, me señala, «Eres como la sirenita del cuento» dice, y don Félix se incorpora muy despacio, con los labios cubiertos de espuma, y también me observa sin decir nada, y entonces suena el chirrido de los frenos de un coche que llega, y es mamá que baja por el camino a toda pastilla, y llega hasta mi, y me envuelve en una toalla, y me coge en brazos, y me aleja de los niños, de Marta y de Ramírez, de la señorita Remedios y de don Félix, y me parece que mamá está muy nerviosa, y no me gusta, porque cada vez que mi madre se pone nerviosa se da duchas muy muy largas para sentirse mejor, y luego deja la bañera llena de escamas.

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Mientras corre hacia el coche conmigo a cuestas, yo miro alrededor y pienso en lo bonito que es todo esto, y le aprieto la mano a mamá y se me hace un nudo en la garganta porque ahora sí que estoy segura de que por más que insista, nunca, nunca jamás me dejará apuntarme a ninguna excursión.


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Mención del jurado Fotografía 25

Alicia Juan Antonio Pérez Gama Aguilar de la Frontera (Córdoba)

Una adorable niña que gracias a su pomposo vestido y a su actuación parece que en vez de una puerta, atraviese un espejo hacia otro mundo....el de las maravillas.


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Accésit Relato corto

La gallina del pescuezo pelado

Ana Rodríguez Panadero Montilla (Córdoba)


La gallina del pescuezo pelado (cuento dedicado a mi abuela Sole) 28

Había una vez un campo, donde la tierra era amarilla, sembrada de olivos y viñas. En ese campo había una casita pintada con cal, que a la luz del sol era tan blanca que dolían los ojos de verla. Era una casita vieja, pero limpia y arreglada. Sólo el tejado estaba un poco descuidado; por aquí y por allá crecían los jaramagos entre las tejas, y a los gorriones les encantaba comer sus semillas. Para estar más cerca de tan rica comida se habían construido un nido en una de las ventanas. Allí, protegidos por la persiana de madera, había unos huevitos azules que pronto se romperían…¡Y qué pequeños serían estos pajaritos, con sus ojitos negros, el pico con boqueras y el pescuezo pelado!... Así, con el pescuezo pelado, era también la gallinita de nuestra historia, que vivía en ese mismo campo, pero abajo, en el gallinero. No vivía sola, sino con sus compañeras gallinas. En total serían unas siete u ocho. Las había castañas, negras y blancas, todas orondas… y todas movían su culito al caminar, picoteaban y se pasaban el día cotilleando, contando secretos de belleza y riéndose ¡cocorocooooooo, coooo! con gran estruendo y batir de alas. Eran muy asustonas, y si por casualidad un perro pasaba por allí, aunque fuera un chihuahua, salían corriendo y gritando como locas, levantando una gran polvareda de tierra y plumas.


La gallina del pescuezo pelado era diferente. Era alta y flacuchenta, con escasas plumas color blanco, un poco deslucidas. Su pescuezo estaba enteramente pelado, con ese aspecto de piel con granitos que se nos pone cuando tenemos frío, y que se llama, precisamente, carne de gallina. Tenía los ojillos muy atentos, como si siempre estuviera vigilando, y en su frente, una cresta despeinada. Ella no se reía ni charlaba con las otras; se pasaba el día detrás de ellas diciendo: «¡Venga, que hay que limpiar el corral, holgazanas!» y «A ver, que se creen ¿Qué los huevos se ponen solos? Si la dueña no encuentra huevos vamos a parar a la olla, ¿me estáis escuchando? ¡A la olla, al cocido!!!!» Y se desgañitaba mientras las otras seguían riéndose y cacareando. ¿Y qué hacía entonces nuestra gallinita? Desesperada, con el pescuezo palpitando por el esfuerzo de gritar, iba ella misma y tomaba la escoba. Se ponía a barrer los excrementos y la tierra, y dejaba el corral como los chorros del oro. Luego se sentaba y trataba de poner un huevo, pero no le salía porque estaba muy nerviosa. Y ahí llegaban las compañeras, felices y orondas, se sentaban y empezaban: «Cocorocooo ¡un huevo!» «Cocooo, y fulana se puso una pluma postiza, cocooo, ¡uy, otro huevo!» «¿En serio? Cocorocooo, ¡otro huevo!»

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Pobre gallinita del pescuezo pelado…para disimular acercaba el huevo de yeso, ése que siempre hay en los gallineros, a su lugar. Y miraba a la pared, ansiosa. A veces ponía algún que otro huevo, y ese día estaba tan contenta que el pescuezo se le salía del cuerpo, y quería enterarse de lo que hablaban sus compañeras, dar su opinión y reírse con ellas. Cierto día de primavera, en que el sol brillaba y las flores se balanceaban con el viento suave, las gallinas paseaban como de costumbre, y charlaban: «¡Siento como un no sé qué, una agitación en el pecho!»-decía una. «Cocoo…será la primavera»-dijo otra- «Yo en esta época todo el tiempo tengo ganas de poner un huevo…¡vamos, que estoy que se me sale!....» «Cocooooooococorocooooo…» –Todas las gallinas rieron estrepitosamente de la ocurrencia. En eso una llamó la atención de las demás: «Schssss, mirad allí, con disimulo» Todas volvieron la cabeza. Había unos hombres en el gallinero, y no era la hora de recoger los huevos. ¿Qué estarían haciendo? No se acercaron, porque, como ya sabemos, las gallinas son muy asustonas. Luego los hombres se alejaron, y las gallinas, curiosas, decidieron ir a ver. «Asómate tú»- dijeron.


La gallina del pescuezo pelado, entonces, se asomó, nerviosa y eufórica a la vez por la aventura. Casi se desmaya. Se puso a temblar y a sudar, y las otras le preguntaban: «¿Pero qué, qué hay, cocorocooo?» Entonces apareció la figura altiva de un gallo de brillante plumaje, pecho pujado y mirada arrogante. Los hombres lo habían soltado en el gallinero hacía un momento. Las gallinas se quedaron mudas, y tuvieron que sostenerse unas a otras para no caerse redondas al suelo. «Bueno, bueno, preciosas. Abran paso, que voy a conocer mis nuevos dominios…»- dijo con su voz varonil. Las gallinas se apartaron, y cuando el orgulloso macho se alejó unos pasos, comenzaron a cacarear como locas, a agitar las plumas….y ya os podéis imaginar que quedaron todas enamoradas del gallo. Lo miraban de lejos y suspiraban. «Qué guapo es…¡y qué plumas, qué porte!» Todos los días el gallo se paseaba entre las gallinas y miraba de manera especial a alguna de ellas, que le devolvía la mirada haciendo pestañitas y bajando la cabeza, colorada como un tomate. La gallina del pescuezo pelado ya no tuvo que recordar a sus compañeras que había que limpiar el corral, pues estas se desvivían por sacarle brillo. Querían tener contento al gallo a toda costa, y a

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veces hasta se peleaban por agarrar el trapo. En realidad, se peleaban por todo…y sólo callaban cuando veían aparecer a su macho. Entonces se ponían a poner huevos, o a sacarse los bichitos y arreglarse las plumas como si nada. El tiempo pasó, y la gallina del pescuezo pelado, que también estaba enamorada del gallo, observó un cambio en sus compañeras. Estaban casi todo el tiempo echadas, como si pusieran huevos, pero en realidad no los ponían. Se quedaban sobre los que ya habían puesto, dándoles calor. ¡Estaban incubando! Sí, pronto tendrían pollitos, bebés chiquitos para cuidar. Y el gallo estaría orgulloso de ellas… La gallina del pescuezo pelado, que a duras penas ponía un huevo a la semana, y a la que el gallo nunca dijo ni hola, se sintió muy desdichada. Corrió por el campo, sin rumbo, y se escondió detrás de un dompedro a llorar. No lloró mucho, apenas unos sollozos, pues aunque era muy grande la pena que oprimía su pecho, nuestra gallinita no tenía facilidad para llorar. Así pues, siguió como siempre, sin quejarse, pues siempre había tenido el pescuezo pelado y la misma mala suerte. Al cabo de un tiempo los pollitos ya habían nacido y piaban por todos lados. Eran preciosos y cubiertos de pelusita. Todo el tiempo querían comer, y ensuciaban el corral…las gallinas no daban abasto con el trabajo. La del pescuezo pelado ayudaba en


lo que podía, que era sobre todo limpiar, ya que las gallinas mamás apenas la dejaban acercarse a los bebés o darles de comer. Por la noche, cada orgullosa madre dormía arropando a sus polluelos y solamente la del pescuezo pelado dormía sola. Un día iba paseando y picando algunos insectos cuando escuchó un «pio, pio» muy débil. Pensando que sería uno de los pollitos, corrió al lugar de donde provenía el sonido. No era un pollito, uno de esos gordezuelos y lindos pollitos de gallina, sino otra cosa: era un minúsculo polluelo de gorrión, pelado, apenas con dos o tres plumas grises, y una carucha tan feíta que daba lástima. Estaba medio despachurrado en el suelo; se había caído de la ventana, donde estaba su nido. La gallina lo recogió del suelo con mucho cuidado y lo arropó en su ala. El gorrioncito sintió el calor de su pecho y se acurrucó. Entonces ella empezó a picotear semillas e insectos, y después de ablandarlos con su saliva, acercó su pico al piquito del polluelo. Éste comió con avidez. «Yo te cuidaré»-murmuró la gallina. Aquella noche durmió con su gorrioncito bajo el ala, y fue feliz. En realidad ni durmió; estuvo todo el rato mirando dormir al bebé y cuidando que no se cayera.

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Al día siguiente, cuando las otras gallinas vieron al nuevo pollo, se rieron un poco, pero les dio mucha pena. -»Pobrecito…se hubiera muerto si no le hubieras encontrado…» -»Sí»- contestó la gallina del pescuezo pelado, mirando con ternura a su polluelo. -»Se parece un poco a ti»-dijo otra gallina, y todas rieron «cocorocooo». La del pescuezo pelado rió también, orgullosa del que ya consideraba su hijito. Y así fue como el gorrioncito, con los cuidados de su mamá adoptiva, creció feliz entre los pollitos. La gallina del pescuezo pelado compartió con las demás las tareas del corral, y participó en las tertulias en las que cada mamá contaba los progresos de sus hijos… Fue una época dulce y alegre para todos. Llegó el verano y los pollos ya eran unos mozalbetes. El gorrioncito, inquieto, hacía esfuerzos para volar. -»Se quiere ir…»-pensó la gallinita. Cada día el gorrión llegaba más alto. Con la carita triunfante le mostraba a su mamá gallina: -»Mira, mami, ¡qué alto vuelo ya!» Y la gallina aplaudía: -»Muy bien, hijito, muy bien»


Estaba contenta por sus progresos, pero a la vez triste de pensar que no le vería más. Pero eso no sucedió. El gorrioncito, sí, consiguió volar por fin, y pronto se lo vio cantando en los árboles con sus compañeros. Volaba de un lado a otro, feliz, pero siempre bajaba a visitar a la gallina. Y ella, que nunca lo esperaba, siempre pensaba que era la última vez. Y ésta es la historia de la gallina del pescuezo pelado, que vivió muchos años en el corral, y no fue a parar al cocido pues era tan flacucha que poco se podía aprovechar. Después de criar al pajarito siguió haciendo su vida de siempre, limpiando y cumpliendo con sus deberes de gallina…y cuando con la escoba estaba barre que te barre, a veces el corazón se le saltaba al escuchar: «hola mamá»…y su gorrioncillo revoloteaba picoteándola a besos.

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Mención del jurado Fotografía 37

El reino de las nubes José Antonio Gutiérrez Lacambra Valencia

Cuando Darío despertó, el aroma a canela era tan fuerte, que enseguida recordó las palabras del Hada del Sur ; y supo que se encontraba en el «Reino de las Nubes».


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Menci贸n del jurado Relato corto

La ciudad de Toc-toc

Alicia Jim茅nez Mantsiou Granada


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La ciudad de Toc-toc, así era como todo el mundo la llamaba. Nadie, en realidad, se acordaba de cuál era su verdadero nombre, pero tampoco importaba. Estaba en un sitio precioso, rodeado de bosques y prados verdes llenos de flores. En el mismo centro había una colina también verde y en todo lo alto una casa maravillosa, de enormes ventanales en los que se reflejaban en cielo, las flores y los tejados. Brillaban tanto los colores y era tan grande y bonita que parecía el palacio del arco iris. Pues bien, esta ciudad perdió casi su verdadero nombre un día en el que alguien, tampoco me preguntes quién fue, oyó un ligero toctoc. Era un toc-toc constante y seguido. No era muy fuerte, pero lo suficiente como para darse uno cuenta de su existencia si prestaba un poquito de atención. Una vez que se escuchaba, ya no había manera de sacárselo de la cabeza. Ibas a pasear y allí estaba el toc-toc, jugabas en el parque con el toc-toc a tu lado, te ibas a dormir y el toc-toc te daba las buenas noches. Los habitantes de la ciudad de Toc-toc acabaron acostumbrándose a su nuevo acompañante aunque a alguno que otro ese toc-toc le pusiera nervioso. De hecho, más de uno tuvo que irse a vivir a otra ciudad porque el toc-toc se le metía en la cabeza por las noches y no conseguía dormir. Pero pronto llegó gente nueva. Aquellos que se iban contaron lo del toc-toc y los más curiosos


empezaron a ir allí para comprobar si era cierto. Al principio iban los de las ciudades más cercanas, pero conforme fue propagándose la noticia de que existía una ciudad en la que, estuvieras donde estuvieras, se oía un toc-toc, gente de todo el mundo se dirigió hacia allí para comprobarlo. En cuanto alguien llegaba, se quedaba muy quieto, en silencio y, en cuanto lo oía, emitía un «¡Ooooh!» de sorpresa y admiración. Incluso, muchos se quedaron a vivir allí porque hacía sus vidas más fáciles. Como los carpinteros, que golpeaban la madera con cada toc o los músicos, que llevaban el compás de la melodía. La ciudad de Toc-toc se hizo tan famosa que hasta fueron científicos de distintos rincones de la tierra para comprobar, con sus propios oídos, si aquello era cierto e intentaron averiguar de dónde provenía. Surgieron muchísimas teorías sobre su procedencia. Un día, llegó uno diciendo: «¡Son lo relojes que suenan al unísono!» Así que todos los habitantes de la ciudad de Toc-toc se pusieron a parar relojes: el del Ayuntamiento, los de los salones de las casas, los de los colegios y hasta los de pulsera. Y, cuando ya no quedó ninguno funcionando, se produjo un profundo silencio. Nadie hablaba, nadie andaba, casi ni se respiraba… ¿Y?... El tic-tac dejó de oírse, pero lo que era el toc-toc ahí seguía, a lo lejos, constante, no demasiado fuerte, pero lo suficiente como para que se pudiera oír en cada rincón de la ciudad. De manera que los habitantes tuvieron que volver a poner todos los relojes en marcha. Y claro, se enfadaron muchísimo, porque con la emoción del

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momento, nadie sabía exactamente cuánto tiempo había transcurrido desde que se habían parado los relojes y tuvieron que acercarse con varios a la ciudad de al lado para que los pusieran en hora. Tardaron casi un día en ponerlos todos en marcha. Otro día, llegó alguien diciendo: «¡Son los pájaros carpinteros! He estado investigando durante mucho tiempo el comportamiento de estos pájaros y puedo confirmar que ese toc-toc es de cuando hacen agujeros en los troncos de los árboles.» Porque, al parecer, como la cuidad estaba rodeada de bosques, el toc-toc rebotaba en la colina y se extendía por toda la ciudad. Así que cada uno de los habitantes de la ciudad de Toc-toc se puso debajo de un árbol y cronometró, con sus relojes haciendo tic-tac, en qué segundo concreto se oía el toc el pájaro carpintero en el momento en el que picoteaba el tronco. Fue un trabajo agotador porque había que ir apuntando el momento exacto de cada toc. ¡Había tantos! Después de unas horas, se reunieron todos en la plaza de la ciudad y el especialista en pájaros carpinteros comprobó cuándo picoteaba cada pájaro el tronco, pero, aunque había muchísimos toc, ninguno coincidía con el toc-toc de la ciudad de Toctoc. Esta situación enfadó muchísimo a los habitantes porque, si no había ya suficiente con el toc-toc que tenían metido en sus cabezas, ahora también estaba el toc-toc de los pájaros carpinteros. Y ahí seguía sonando el toc-toc, sin prisa, pero sin


pausa, a lo lejos, pero lo suficientemente alto como para que se pudiera meter dentro de las casas. Otra vez vino alguien y dijo: «¡El problema es que en esta ciudad no hay timbres!» -Y era cierto que no había.- «Con tanto llamar a las puertas, el toc-toc rebota y con el eco se repite sin parar.» Así que todos los habitantes de la ciudad de Toc-toc se fueron a comprar timbres. Los pusieron y esperaron a ver el resultado….Y el toc-toc seguía sonando, suave e intermitentemente, unido ahora, además, a los rin-rin y los din-don de los timbres de las casas. Después de muchas investigaciones, los científicos y especialistas del mundo entero llegaron a la conclusión de que el famoso toc-toc de la ciudad de Toc-toc provenía del mismísimo centro de la Tierra y nada podía hacerse para quitarlo, por lo que no le volvieron a dar más importancia. Y así se quedó la ciudad, con sus bosques y sus prados, con su colina y su palacio del arco iris, con su toc-toc ininterrumpido que, una vez que se oía ya no había modo de sacárselo de la cabeza. Pero sucedió un día que apareció una nube en el cielo. Era una nube diminuta, casi un puntito blanco en medio de un mar de cielo azul. Como era tan pequeña, nadie le dio mayor importancia. Sin embargo, cada vez que la mirabas, aunque seguía siendo pequeña, era un poco más grande. Al día siguiente, la nube había duplicado su tamaño y, al siguiente, era todavía más grande. La nube iba creciendo por momentos y, conforme más grande se hacía, más oscura se volvía la ciudad de

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Toc-toc. «Es la época de lluvias»- decían sus habitantes- «Pronto caerá una buena tormenta.» Pero lo cierto era que no llovía, no caía ni una sola gota y la nube seguía creciendo más y más y más. Al cabo de un tiempo, la nube se convirtió en un nubarrón gris. Cubría por completo la ciudad y ya no se veía el cielo azul. Y sucedió que los prados empezaron a secarse: las flores se marchitaron y donde había habido hierba verde ahora sólo quedaba un llano de tierra seca. Y la nube seguía creciendo. Los habitantes de la ciudad de Toc-toc comenzaron a preocuparse. No llovía, pero tampoco brillaba el sol. No sabían qué pasaba. Y, mientras la alarma se extendía por todos los rincones, alguien, y no me preguntes quién fue porque no lo sé, se dio cuenta de que, cada vez que sonaba un toc, la nube crecía un poquito. De manera que todos se pusieron a mirar al cielo mientras que, con las orejas bien abiertas, prestaban atención al toc-toc al que estaban tan acostumbrados y que algunos ya casi ni oían. El toc-toc sonaba seguido y constante, sin prisa, pero sin pausa y con cada toc, la nube crecía un poco. Como el toc-toc se oía durante todo el día y toda la noche, la nube se hacía más y más grande por momentos. Entonces, los bosques empezaron a secarse. Los árboles perdieron sus hojas y la hierba que crecía a sus pies desapareció por completo. De los bosques sólo quedaros troncos desnudos con agujeros vacíos en los un día habían vivido pájaros carpinteros. Los habitantes de la ciudad de Toc-toc


estaban desesperados, pero lo único que podían hacer era ver cómo la nube aumentaba de tamaño. Ahora escuchaban el toc-toc más que nunca, estaban tan pendientes del sonido, que ni dormían ni comían ni hacían nada de nada. Y, cada vez que escuchaban un toc-toc, su cuerpo se estremecía porque sabían que eso significaba que la nube había crecido un poco más. Llegó un momento en que la nube fue tan grande, que empezó a cubrir otras ciudades y mientras esto sucedía la hierba de la colina también se secó. De manera que quedó un monte pelado y, en todo lo alto, una casa enorme de grandes ventanales en los que ya no se reflejaba nada, ni el verde del campo ni el azul del cielo ni las flores de miles de colores. Tan solo era una casa gris en lo alto de una colina. Y ahí estaban todos los habitantes de la ciudad de Toc-toc, mirando la casa en lo alto de su colina, que ya no parecía el palacio del arco iris sino una simple casa, cuando alguien, que no sé muy bien quién fue, se dio cuenta de algo que nunca nadie había notado hasta entonces. Ahora que estaba todo sin nada y la nube tapaba el cielo, el toc-toc se oía igual de seguido, sí, pero más fuerte. Y no sólo eso, sino que además, no parecía provenir de mismísimo centro de la Tierra, como habían dicho los científicos, sino de la casa de la colina. Nadie vivía en ella y como era tan bonita vista desde abajo, pues nunca habían pensado subir a verla de cerca. Por eso, todos los habitantes de la ciudad de Toc-toc pusieron las manos detrás de las orejas para poder escuchar

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mejor y comprobaron que, efectivamente, el toc-toc venía de todo lo alto de la colina. 46

De manera que juntos, todos juntos, comenzaron a subir y a subir hasta la casa gris en lo alto de la colina para ver qué es lo que allí pasaba. Conforme más se acercaban, más cerca tenían la nube y más fuerte sonaba el toc-toc. Algunos se asustaron tanto, que decidieron dar media vuelta y esperar abajo. Pero la mayoría siguió adelante hasta que se encontraron frente a la casa. Era la primera vez que la veían de cerca y, la verdad, es que era muchísimo más grande de lo que habían imaginado desde abajo. Como tenía tantos ventanales y era la primera vez que subían, los habitantes de la ciudad de Toc-toc se asomaron a ellos para ver la casa por dentro. Fue entonces cuando uno de ellos, que nunca quiso decir quién fue, vio en el interior un grifo. De ese grifo salía una gota de agua y a esa gota, le seguía otra gota. Y, cada vez que caía una gota de agua, se oía un toc muy, pero que muy familiar. Entonces se acercó sigilosamente hasta la puerta, entró en la casa, fue hasta el grifo y lo cerró bien. De pronto, todos los habitantes de la ciudad de Toc-toc se quedaron parados. No sabían qué pasaba exactamente, pero notaban que algo les faltaba. Era el toc-toc que ya no sonaba: ya no estaba en sus cabezas ni entraba en sus casas ni les acompañaba en sus paseos. El toc-toc no era un reloj ni un pájaro carpintero ni procedía del mismísimo centro de la Tierra, sino que era una gota de agua.


Ahora que el grifo estaba bien cerrado el toctoc se había acabado para siempre. Y, en ese momento, de la enorme nube que había cubierto la ciudad de Toc-toc empezó a caer una fina lluvia. Estuvo lloviendo durante semanas y con el paso de los días, la colina empezó a ponerse verde, luego el bosque y después el prado. Las flores comenzaron a salir y todo se llenó de vivos colores. Cuando salió de nuevo el sol, la ciudad de Toc-toc volvía a ser la de antes, sin el toc-toc, claro, y la casa gris era nuevamente como el palacio del arco iris. Eso sí, a partir de entonces, un habitante de la ciudad, y nunca os diré quién, subía cada mañana a todo lo alto de la colina y entraba en la casa para comprobar que el grifo estaba bien cerrado.

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Mención del jurado Fotografía 49

La casita del bosque Daniel Osuna González Córdoba

Enigmática casita en medio de un solitario bosque donde todo buen cuento puede dar comienzo...


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Menci贸n del jurado Relato corto

Siempre que lo desees

Antonio Alcaide Garc铆a Montilla (C贸rdoba)


Siempre que lo desees 52

Amanecía otra fría mañana sobre Nueva York. A lo largo de la Quinta Avenida se despertaba la ciudad que nunca duerme. Frente a sus altos rascacielos, los inconfundibles taxis amarillos y los hombres de negocios, se imponía el extenso y enigmático Central Park. El canto de los pájaros, gente practicando footing, personas inmóviles creando estatuas vivientes, familias jugando en el césped, caricaturistas pintando en sus caballetes y algunos indigentes se encontraban en el heterogéneo Central Park con la llegada de los primeros rayos de sol y del calor de la mañana. Bajo uno de los montículos de cartón y cosas variadas se encontraban George y Mike. Abuelo y nieto que habían convertido, por necesidad, Central Park en su hogar. Ambos de aspecto desaliñado, rodeados de objetos y alguna que otra manta para sobrevivir del frío, pasaban su vida. Mike se encontraba despierto y miraba de un lado hacia otro sin saber qué hacer. Para él todas las mañanas eran iguales. Veía a grupos de niños divertirse jugando con el balón, con sus padres estrenando juguetes nuevos cada día y rompiendo cosas sin valorarlas.


-Abuelo, no se qué hacer -comentaba Mike-. Cómo me gustaría tener algo de lo que ellos tienen -decía mientras observaba a los niños. -Hijo, no todo en esta vida se puede tener -se resignaba a decir George a su nieto-. Esos niños se cansarán al día siguiente de sus juguetes y volverán a querer otra cosa. Nunca están contentos con nada -Mike no estaba muy conforme-. No hay mejor juguete y distracción que esto -dijo George señalándose la frente con su dedo índice. -¿Y qué quieres que haga con la cabeza? ¿Pegarle cabezazos a los árboles? -preguntaba Mike irónicamente mientras se reía. -No hijo -acariciaba George la cabeza de su nieto-. Tienes que mirar en el interior, todo lo que necesitas está ahí, en tu imaginación. Sólo tienes que hacer que despierte y descubrirás que puedes conseguir embarcarte en infinitas aventuras -se agachó con dificultad para ponerse a la altura de los ojos de su nieto. -¿Cómo puedo hacer para despertarla? preguntaba inocentemente Mike. -Cierra los ojos y deséalo con todas tus fuerzas -Mike cerró sus ojos con mucha fuerza y los abrió-. ¿Ha cambiado algo a tu alrededor?

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-No, sigo viendo lo mismo que cuando los cerré -contestaba Mike. 54

-Eso es que no lo has hecho bien. Cierra los ojos, concéntrate, guíate por mi voz y ábrelos cuando yo te diga -Mike cerró los ojos y George se puso de pie-. ¿No sientes la brisa del mar? -preguntó George mientras soplaba a Mike a la oreja provocándole una sonrisa-. La arena de esta isla me hace imposible andar con la pata de palo -George cogió su bastón, se puso una chaqueta con la que se tapaba de noche y se metió una cajita en un bolsillo-. ¡Grumete! ¿No va siendo hora de buscar ese tesoro? ¡Despierta y abre los ojos ante tu capitán! Mike abrió los ojos dejando libre su imaginación. Frente a él un curtido capitán pirata se encontraba. El bastón de George se había convertido en su pata de palo, la chaqueta le daba un aspecto aventurero propio de un pirata y el poco pelo de punta del abuelo en un indiscutible sombrero pirata. Central Park se había transformado en una auténtica isla desierta, los árboles en altas palmeras, el lago en una inmensa playa y la vegetación en una frondosa selva. -¡Grumete! ¿No va siendo hora de buscar ese tesoro? –volvió a preguntar el capitán George.


-A la orden mi capitán -Mike se miró de arriba a abajo, su ropa desgarbada parecía la del polizón de un barco-. ¿Dónde se encuentra el mapa mi capitán? ¿Por dónde hay que empezar a buscar? preguntaba emocionado. George se dio la vuelta y cogió una de las botellas que tenían al lado de donde dormían. Metió un papel dentro y se giró hacia su nieto. -¡Aquí está pequeño grumete! -dijo el capitán George cuando sacó el papel arrugado de la botella. Sólo el capitán puede saber cómo descifrar este difícil mapa -contaba mientras sostenía en la mano el mapa. Mike miró al capitán George esperando a que le diera las órdenes precisas, mientras este descifraba lo que aquel misterioso mapa escondía en su grabado. Partieron sin cesar a la aventura desde el lugar donde habían dormido esa noche, que se había convertido en un viejo bote de madera. Mike caminaba bajo la atenta mirada de su capitán, cruzaron una densa selva en la que se había convertido una explanada de césped y escaparon de otros piratas que había a lo largo de aquella misteriosa isla perdida. Mientras Mike se alejaba tras una orden, George se sacó la cajita del bolsillo y la escondió al pie de una señal. Mike volvió corriendo.

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-¡Capitán! Mire ahí, a lo lejos -comentó Mike señalando a una pareja de policías que cabalgaban a caballo por Central Park-. Es la Guardia Real. -¡Oh, no! Será mejor que no nos vean, pequeño grumete. Si nos descubren nos quitarán el tesoro y será para la Reina -susurró el capitán George-. Bordearemos aquella cascada –dirigió su mirada hacia una fuente que había a unos metros de ellos. Cuidadosamente, para no ser descubiertos, se deslizaron con cautela bordeando la maravillosa cascada, pasando desapercibidos por los Guardias Reales que continuaron su camino vigilando la presencia de piratas. La pareja continuó guiados por el mapa y la imaginación de Mike y George, hasta que llegaron al final. -¡Grumete! ¡Al fin hemos llegado! Tenemos que encontrar la «X» que nos dirá dónde está el tesoro dijo el capitán George mientras Mike movía la cabeza de un lado a otro buscando la marca del tesoro. Nada de lo que veía se asemejaba a una «X». En su cabeza el exterior se dibujaba como una jungla, rodeado de monos saltando entre cocoteros y palmeras. Se giró a la izquierda y a la derecha, se fijó en el suelo que pisaba y no encontraba nada. Subió su mirada al cielo, la luz le cegaba, interpuso su mano entre él y el sol y allí estaba, una palmera


se ramificaba formando una «X». Los ojos se le abrieron como platos, ya tenía el lugar, sólo tenía que excavar. Corrió hacia la base de la palmera, hundió sus manos en la tierra y la tapa de un pequeño cofre empezó a asomar. Con delicadeza lo cogió, le quitó la arena que tenía por encima, miró a su abuelo y la abrió. La cara de Mike se iluminó con el destello que las monedas emitían por el reflejo del sol. -¡Abuelo! ¡Mira! ¡Un dólar! -enseñaba Mike con entusiasmo a su abuelo dos monedas de cincuenta centavos que había cogido de la caja. Todo había vuelto a la normalidad. -Has encontrado el tesoro -sonreía George bajo la imaginada cruz, una señal que indicaba las direcciones de las calles mediante flechas. Volvieron al lugar donde habían pasado la noche y se encontraban sus pocas pertenencias. Mike saltaba sin parar de observar las monedas que había encontrado, era un pequeño gran tesoro para él. Mike se guardó las monedas en el bolsillo y cogió una rama que había en el suelo. La movía sin cesar, cortando el aire como si empuñara una espada. -Abuelo, vamos a intentarlo de nuevo -pedía Mike, la experiencia le había parecido poca. -¿Ahora qué te gustaría ser? -preguntaba George que se apoyaba en su bastón. -Un intrépido caballero -comunicaba Mike moviendo la rama sin cesar.

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Mike se puso frente a su abuelo, en su mano derecha agarraba la rama, cerró los ojos sin que George le dijera nada y se preparó a escucharlo. George sonrió y lo miró con entusiasmo. -Altos torreones se alzan en este castillo, durante largo tiempo lo has buscado, aquí se halla tu destino -recitaba George como un juglar, mientras se abrochaba la chaqueta-. Valeroso caballero, forjado en mil y una batallas ¿no rescatarás a tu amada? Puso un gorro de lana en la cabeza de Mike-. Armadura oro y plata, diestra espada afilada ¿conseguirás vencer al brujo que te habla? -Se apartó de Mike-. Venga, despierta y completa tu gesta. Un fuego intenso ardía en los ojos del caballero Mike. Ante él su mayor enemigo, el gran brujo George, que había raptado a su princesa. Tras un largo camino, sólo el castillo de Central Park y lo que este escondiera serían su último desafío. Engalanado con su armadura, su yelmo y su espada, conseguiría derrotar a todo aquel que se interpusiera en su camino. George comenzó a huir escapando de la espada afilada de Mike y de su desafiante mirada. Los muros del imaginario castillo hacían de Central Park un laberinto de murallas de piedra. George lanzaba conjuros con su bastón, el caballero los esquivaba con maestría. Una manada de perros apareció por una de las amplias explanadas de césped. Ante Mike unos fieros dragones intentaban


interponerse en su camino, pero con el blandir de su espada huyeron despavoridos. 59

Continuaron enfrentándose en una interminable lucha. Peleaban por la supremacía del uno sobre el otro. Llegaron hasta un cruce de senderos, donde montada sobre un pedestal, una muchacha disfrazada hacía de estatua viviente. Vestida como una diosa con ropas color oro y un maquillaje dorado, se mantenía rígida mostrando su divinidad. Agradecía con una dulce alabanza a los paseantes que premiaban su interpretación y su trabajo. George tropezó y cayó al suelo. Mike desarmó al brujo y alejó su bastón fuera de su alcance para que no pudiera agarrarlo. -¡Clemencia por favor! -pedía el brujo indefenso-. Ten piedad de un pobre anciano. -¿Dónde tienes a la princesa? -preguntaba el aguerrido caballero, manteniendo al brujo entre la punta de su espada y el suelo. -Allí está, ahí la tienes -señaló George a la princesa que se encontraba bajo su embrujo. Mike la vio petrificada en lo alto de un pedestal y salió corriendo hacia ella.


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-¡Princesa! -Gritaba Mike frente a ella-. ¡Despierta, ya estás a salvo! -No había respuesta-. Todo se ha acabado -unas lágrimas empezaron a brotar de los ojos del caballero ante la impotencia de poder desencantar a su princesa. -Tal vez puedas eliminar el conjuro -le susurró George a Mike. Este se dio la vuelta buscando una solución-. Mira a tu alrededor y observa en tu interior -aconsejó. Mike contemplaba a su princesa, quieta, inmóvil, queriéndole decir algo sin poder deshacerse del embrujo que la ataba. A los pies del pedestal un pequeño cuenco se hallaba. Cerró los ojos y empezó a explorarse a sí mismo. ¿Qué tenía él? Tenía una espada, un yelmo, una armadura y, registrando en su bolsillo, dos monedas de un tesoro. Las cogió y las metió en el cuenco. Como una diosa cayendo de los cielos, la princesa se curvó desde su pedestal. -Muchas gracias mi valiente caballero -le murmuró y besó la mejilla de Mike, dejándole una marca dorada y regresando a su postura original. Mike, sin parar de sonreír, continuaba mirando a su princesa embelesado por su belleza. -¿No va siendo hora de volver Mike? -preguntó George.


-Sí, ¿pero volveremos algún día? -agarró Mike la mano de su abuelo. -Siempre que lo desees –contestó George y empezaron a andar hacia su próxima aventura, esta vez en la vida real.

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Menci贸n del jurado Fotograf铆a 63

A que te doy miedo... Pedro Toledano Montes C贸rdoba

Fotograf铆a de sombras.


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Mención del jurado Relato corto

Piedra

Mª Dolores Hinojosa Medina Alcalá la Real (Jaén)


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Érase que se era una piedra. Sí, sí, has oído bien, una piedra. Una piedra áspera y gris, una piedra dura y quieta. Ella vivía muy triste y sola, en un frío lugar de la alta montaña. Su corazoncito de roca lloraba desconsolado al pensar que nunca podría moverse de allí, que nunca vería más allá de aquellas cuatro hierbas que la rodeaban durante el día y aquel trocito de cielo negro durante la noche. El sol la calentaba algunos días tanto que la llegaba a quemar. El frío de otros días la hacía tiritar, temblar, encogerse y hacerse más pequeña. Las gotas de lluvia que le caían encima la gastaban, la lijaban y le hacían grietas… Y así un día y otro y otro. Pero esperad, no todo fueron lágrimas… Una lluviosa tarde de primavera ocurrió lo más bonito que jamás le había pasado a Piedra. Algo que ni en sueños pudo imaginar. Llovió y llovió durante muchas horas, se sentía húmeda y fría y sus lágrimas se confundían con las gotas de lluvia. Tenía mucho frío y deseó con todo su duro corazón de piedra que volviese a salir el sol. A lo lejos, pudo ver entonces que, de entre las nubes negras como la noche, salían por fin unos


débiles rayos de sol. Y ahora una llovizna tan fina como la niebla cubría a Piedra con un brillo especial. Miró hacia su trocito de cielo y por primera vez vio surgir de entre las nubes algo maravilloso. Muchos colores unidos formando un arco luminoso. A su alrededor oyó a los pájaros gritar: ¡Es el arco iris! Ese arco iris creció y creció y llegó hasta la tierra como hacen todos los arco iris y allí, se sentó justo encima de Piedra. Ella se quedó muy, muy quietecita y disfrutó de esos momentos tanto que su pequeño y duro corazón se abrió y llegó a impregnarse de todos y cada uno de los colores de ese arco y se convirtió en un corazón multicolor. Se quedó con el arco iris dentro y se cerró. Piedra se sentía diferente, pero todo a su alrededor seguía igual, la monotonía seguía rodeándola. Días más tarde un nuevo suceso cambió la vida de nuestra amiga. Era como si la noche hubiese cubierto el cielo en pleno día, el refugio de Piedra se fue poniendo cada vez más oscuro, los árboles empezaron a llorar en voz muy alta y ella tembló de miedo al escucharlos. Llovió y llovió, el agua enfurecida y espumosa inundó la tierra y arrastró todo a su paso: flores, tierra, hierba, ramas, grandes rocas y nuestra amiga incluida fueron arrastrados montaña abajo.

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- ¡Socorro, glub, glub, glub, que alguien me ayude! – gritaba muerta de miedo, sin que nadie la escuchara. Y rodó, rodó, rodó… se sentía mareada pero seguía dando vueltas. Todo se movía a su alrededor y ella no sabía dónde se encontraba. Tenía mucho miedo. Las rocas mucho más grandes que ella la pisaban, las ramas le arañaban el cuerpo, las flores intentaban agarrarse a ella y el mundo no dejaba de girar y girar. De repente un gran silencio lo invadió todo: - ¿Dónde estoy? – se preguntó asustada… Abrió sus pequeños ojos y ya no vio ninguna de las cosas que tan familiares le eran. Se sentía muy mojada y sólo pudo ver agua a su alrededor. Había llegado a su nuevo hogar, la profunda y oscura barriga de un río. Aunque se sentía mareada, un montón de nuevas sensaciones la inundaron y cuando el agua del río donde había ido a parar se calmó, pudo disfrutar de su nuevo hogar. ¡Qué diferente era este nuevo lugar! Todo cambiaba a su alrededor muy, muy deprisa. El río no paraba de correr y su fondo era un sitio muy interesante donde nuestra amiga disfrutaba mucho, pasó del aburrimiento y dureza de su casa en la montaña a la rapidez y cambio constantes de un río que no para de correr.


El agua, los peces, las algas y la tierra fueron sus amigos durante años. Algunos amigos eran muy fugaces, pues nada más conocerlos la fuerza del agua ya los arrastraba a algún lejano lugar. Otros, sin embargo, conseguían agarrarse a Piedra durante un tiempo o la utilizaban como refugio y su amistad duraba mucho tiempo más. El roce con el agua hacía a Piedra cada vez más pequeña, más suave, fue perdiendo sus asperezas y su parte gris. Hasta que con el paso de los años se quedó convertida en una pequeña piedra de río, suave y lisa, como todas las chinas que han pasado mucho tiempo acariciadas por el agua. Pero aunque ella no lo sabía tenía algo muy especial y diferente a esas otras piedras. Ahora que había perdido su vestido gris, había quedado al descubierto su corazón. Un corazón muy especial, pues en él habían quedado grabados todos los colores del arco iris, aquel día lejano, en su casa en la alta montaña. Roquita tenía un corazón multicolor. Se sentía diferente y también notaba distinto al río que la acariciaba cada vez con menos furia, cada vez con menos fuerza. Un duro y seco verano el nivel del agua del río descendió mucho y ella volvió a sentir cada vez más cerca el calor del sol. Un enorme cosquilleo recorrió cada una de sus pequeñas partículas de arena. Era una

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sensación emocionante, mezcla de curiosidad, alegría, miedo… Su hogar de nuevo había cambiado, pues el río al quedarse casi seco la había dejado depositada en su orilla. Disfrutó de la sensación de volver a sentir en su cuerpo el calorcito del sol y no estar húmeda. Un árbol a un lado, hormigas que le hacían cosquillas con sus patitas al otro, hierba muy fresca, flores y su amigo el río. Un río que le cantaba a todas horas con una voz muy suave ahora y donde seguía viendo muchos peces que le salpicaban la cara. Una mañana de ese caluroso verano, Piedra escuchó un sonido que no le era familiar. No eran los animales, ni las flores, ni los árboles, ni ningún otro ruido que ella hubiera oído jamás. Algo también desconocido la pisó, era cálido y suave pero muy pesado. - ¡Eh, que me pisas! – gritó Piedra. - ¡Es una niña humana! – oyó murmurar a los árboles a su alrededor, con una mezcla de miedo y respeto en el tono de sus hojas. Sintió que alguien la levantaba de su lugar en la tierra, la cogía entre sus manos suaves y cálidas y la acariciaba con dulzura. Cuando Piedra levantó sus ojos vio una carita con unos ojos muy brillantes. - ¡Qué roca más bonita! – escuchó. Y al oírlo se sintió tan halagada que sus colores se hicieron más brillantes.


Lucía, que así se llamaba la niña, se acarició la cara con ella para comprobar su suavidad. Y Roca sintió que cada una de sus partículas de arena se confortaba con este roce. La niña salió corriendo con ella entre las manos, apretándola muy fuerte para no perderla. Cuando llegó a su casa lo primero que hizo fue buscar a su papá y le pidió que con esa piedra multicolor tan preciosa le hiciera un collar. Y ese fue su nuevo y definitivo hogar, junto al corazón de Lucía, acunada por su sonido y sintiendo el calor de su piel. Piedra fue a la escuela, a jugar al parque, a nadar al mar, volvió a subir a la montaña… siempre agarrada al cuello de Lucía. La niña la consideraba su amuleto de la suerte y nunca se separaba de ella. Cuando algún problema le preocupaba, una caricia a Piedra le ayudaba a pensar y a tranquilizarse, mientras murmuraba su nombre: - ¡Ay, mi Piedrita! Cuando Lucía fue muy, muy anciana regaló el colgante a su nieta. Y durante generaciones fue la piedra amuleto de una niña de la familia. Así nuestra amiga llegó hasta lo que ella consideró uno de los lugares más hermosos para vivir: junto al corazón de una persona.

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Lucía dejó escrita la historia de su amuleto y lo mucho que para ella había significado. Y comprendió que todos los seres y cosas de este mundo, por pequeños e insignificantes que parezcan, son importantes para alguien y tienen una función especial en la vida.


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EL

JURADO DE LA

CORTO

"EL

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EDICIÓN DEL

CONCURSO

DE

RELATO

COLOQUIO DE LOS PERROS" ESTUVO INTEGRADO POR :

- Francisca Bascón Ruz. Profesora de Lengua Castellana y Literatura del IES Inca Garcilaso de Montilla.

- Mª Dolores León Cantillo. Maestra de Infantil del CEIP Beato Juan de Ávila de Montilla.

- Mª Dolores López Barranco. Maestra de Infantil del Colegio La Asunción de Montilla.

- Virginia García Gómez. Socia de la Asociación Cultural El coloquio de los perros.

- Mª Divina Rubio Bardón. Socia de la Asociación Cultural El coloquio de los perros.

EL

JURADO DE

FOTOGRAFÍA

ESTUVO INTEGRADO POR:

Miembros de la Asociación Cultural El coloquio de los perros


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