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EN LA MISIÓN: IMPULSO MISIONERO DE OCTUBRE

La reciente Asamblea Internacional introdujo un nuevo enfoque sobre estar “En la misión” con las directivas generales globales de nuestra Iglesia de “reconciliar al mundo con Cristo por el poder del Espíritu Santo”.

Estar “en la misión” proviene del término en latín missio Dei, que significa “la misión de Dios”. En resumen, significa vivir con el propósito de cumplir la gran comisión. Esto refleja la misma esencia de la evangelización para reconciliar al mundo con el evangelio de Cristo.

Para nuestro equipo, regresar de una Asamblea Internacional implica por lo general sacar un tiempo para descansar. Fue precisamente durante este período de descanso que tuve el tiempo para reexaminar la drástica conversión de Pablo en el camino a Damasco, que se encuentra en la narrativa lucana de Hechos 9:1-19 y relatada por Pablo mismo en Hechos 22:6-21; 26:12-18.

Sin duda alguna, cuando se unen estos tres relatos, este gran testimonio cobra vida. Pablo, conocido como Saulo, viajaba a Damasco con una carta autorizada por el sumo sacerdote de Jerusalén para arrestar a los discípulos de Jesús. Estaba tan furioso contra los seguidores del Señor que “respira[ba] aún amenazas y muerte” contra ellos (Hechos 9:1).

De repente, durante el viaje, un resplandor de luz del cielo rodeó a Saulo y cayó en tierra y cegó e inmovilizó a los hombres que estaban con él. En esta crisis de conversión, Jesús lo llamó por su nombre y le dijo: “¿Por qué me persigues?” Aunque Saulo pudo reconocer la autoridad de la voz del que hablaba, comoquiera preguntó quién era. Cuando Jesús se identificó como aquel mismo a quien él perseguía, la reacción de Saulo fue de temblor y terror. Ante esta situación le preguntó a Jesús qué quería que hiciera. Entonces Jesús le respondió que debía ir a Damasco y allí se le indicaría qué tenía que hacer (Hechos 9 y 22).

Este encuentro nos muestra el poder de Dios para intervenir en la vida de un hombre e iniciar un cambio radical y transformador que perduraría toda la vida. Demuestra el milagro de que nadie está fuera del alcance de la gracia y el llamado de Dios. Para Pablo estar “en la misión” cambió para siempre cuando Dios lo llamó y capacitó para que fuera el gran apóstol de los gentiles. Esta experiencia reconciliadora con Cristo produjo en él el deseo insaciable de alcanzar al mundo.

“¿Quién eres, Señor?” Esta primera pregunta tuvo que haber sido muy sincera. Las condiciones del encuentro revelan la autoridad de Aquel que hizo que él y sus compañeros se detuvieran en el camino. Aquí vemos la imagen de un corazón humilde que pidió la manifestación de Aquel que es todopoderoso. A lo largo de todo el Nuevo Testamento, Jesús dijo que había venido a revelar al Padre. De manera que, Él podía responderle. Por el resto de su vida, Pablo se dedicó a conocer más la respuesta a la pregunta que le hizo a Jesús.

Filipenses 3 relata el discurso de Pablo acerca de su propia confianza previo a la conversión como alguien que había sido circuncidado “del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo” (v. 5). Más adelante, en el verso 6, describió su gran celo en la justicia por el impulso en su vida de perseguir a los seguidores de Aquel judío considerado un rabino de culto desafiante, con el fin de erradicar su doctrina herética que se propagaba rápidamente. Pablo calificó su error de cálculo como pérdida (basura) en comparación con el valor superior de conocer a Cristo y de estar “en la misión” (v. 8). Concluyó su diálogo con un deseo genuino muy claro, diciendo, “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (v. 10).

“¿Qué quieres que yo haga?” Quizá somos pocos los que nos atrevamos a hacerle a Dios esta segunda pregunta que hizo Pablo. Para Pablo había una respuesta preparada. Dios lo llamó a ser un instrumento escogido “…para llevar [el] nombre [de mi Jesús] en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; [y]…le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hechos 9:15, 16).

Mucho se podría decir del rol “en la misión” de Ananías en la conversión de Pablo. Pero cuán maravilloso es que cuando el Señor pronunció su nombre, a diferencia de Pablo, Ananías reconoció Su voz. Qué bendición es que el Señor no buscó el cargo más alto o nombramiento para visitar, orar e iluminar a Pablo; simplemente llamó a Ananías, un discípulo. Dios es experto en utilizar a la gente común. Aunque Ananías expresó preocupación, demostró ser un instrumento dispuesto. Las instrucciones que el Señor le dio fueron específicas: una calle llamada Derecha, la casa de Judas, un hombre llamado Saulo de Tarso, uno que ora y uno que te ha visto (vv. 11, 12). La especificidad es urgente; Dios encargó a Ananías a llevar a cabo una tarea peligrosa. La guía de Dios es la confirmación de que estaría con él y al control de todo. Ananías oró y Saulo fue reconciliado con Cristo, sanado, bautizado y fortalecido, e inmediatamente comenzó a predicar en las sinagogas que Cristo era el Hijo de Dios.

El encuentro de Pablo con Cristo en el camino a Damasco inició un cambio transformador radical que determinó todo su ministerio. Fue su fuerza para entender el evangelio y su missio Dei para proclamarlo a los gentiles. Este encuentro empírico con Cristo fue el fundamento de su doctrina e influyó en sus escritos, y lo convirtió en uno de los líderes más importantes del movimiento cristiano primitivo.

La conversión de Pablo demuestra el poder transformador del encuentro con Cristo y la posibilidad de que nuestras propias vidas y ministerios sean impactadas. También demuestra el poder de la intervención de Dios y de que no hay nadie que esté fuera del alcance salvífico. Asimismo, nos recuerda que la verdadera transformación requiere un encuentro íntimo con Dios. No es únicamente cambiar las apariencias externas o los comportamientos; debe ocurrir un cambio interno del corazón, la mente y el espíritu. Por último, nos recuerda que Dios busca personas que procuren la conversión de otros como embajadores y testigos de Jesucristo. El mayor deseo de Dios es reconciliar al mundo con el evangelio de Cristo que fluye través de nosotros hacia los demás por el Espíritu Santo.

La experiencia de conversión de Pablo lo impulsó a una vida de misión y ministerio. Esto me motiva a considerar cómo puedo utilizar mis propias experiencias y encuentros con Dios para servir e impactar la vida de los demás. ¿Qué quiere Él que haga?

CATHY PAYNE, COORDINADORA DEL MINISTERIO DE MISIONES MUNDIALES
La Dra. Cathy Payne coordina el Ministerio de Misiones Mundiales para la Iglesia de Dios de la Profecía a nivel internacional. Cathy ha ministrado en más de 100 naciones. Tiene una maestría en Divinidades del Seminario Teológico Pentecostal y un doctorado en Ministerio del Seminario Teológico Gordon Conwell. Además, está trabajando para obtener un doctorado en Filosofía de la Universidad de Bangor en South Wales, Reino Unido. Cathy tiene un hijo y cinco nietos.
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