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que amaba para amar lo que era María Luisa García Berrocal | «Es revolucionario poder vivir

«Es revolucionario poder vivir tus afectos desde la alegría»

María Luisa García Berrocal

Nada tienen de especial dos mujeres que se dan la mano. El matiz viene después, cuando lo hacen por debajo del mantel. Una opina que aquello no está bien, la otra opina que qué se le va a hacer y lo que opinen los demás está de más. ¿Quién detiene palomas al vuelo?

Mecano | Mujer contra mujer

Yo era aquella niña que les daba muchas vueltas a las cosas desde el dramatismo más genuino. Me gustaba estar con mis libros y me solía tomar todo a la tremenda. Al menos así me lo cuenta mi familia. Nací en Madrid el 11 de abril del año 1965, pero hace veinte años que vivo en Barcelona. Soy la mayor de dos hermanos; tuve como referente a una madre trabajadora, y el culmen de su esfuerzo —y también el de mi padre— era que sus hijos e hijas pudieran ir a la universidad. Por fortuna, estudié en una escuela bastante progresista para la época, con lo cual se forjaron varias cosas importantes para mí: el hábito de la lectura y ser

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crítica. Hacía preguntas sobre absolutamente todo.

Me percibí diferente desde que era niña; era una sensación constante de no encajar sin saber muy bien por qué. No tengo el recuerdo de haber pensado que estaba relacionado con la sexualidad; esto es algo que puedo analizar hoy. Pero lo cierto es que me sentía incomprendida y sin las palabras que pudieran explicar y explicarme en la infancia. Mi adolescencia fue de lo más normativa y estuvo regulada por la mayor sencillez. Si tuviera que hacer una historia retroactiva de cosas que me sucedieron en esa época, podría decir que las emociones que sentía por determinadas amigas —o cómo me revolvían las tripas algunas cuestiones que ocurrían a mi alrededor— tenían que ver con el hecho de ser lesbiana, pero en ese tiempo no recuerdo haber tenido consciencia de ello. Es una lectura del recuerdo más que una sensación vivida. Pero la posibilidad de tener una relación con una mujer vino muy dada por la vida más adelante, sin ningún planteamiento previo. No fue hasta cumplir veinte años cuando tuve una relación con una mujer. Supe que lo que sentía por ella no cuadraba con la amistad, porque estaban también ahí el deseo y otro tipo de emociones. No me planteaba si era lesbiana o si dejaba de serlo. Solo me dejé llevar y tomé la decisión de tener una relación emocional, afectiva y sexual con ella. Con el tiempo me identifiqué como lesbiana, pero en la adolescencia no sabía qué diantres me sucedía. Ese tipo de emociones estaban ahí, pero no era capaz de ponerles nombre. La posibilidad de tener una relación con una mujer aconteció de una manera «natural», como le sucede a cualquier persona que se enamora, es decir, que vino dada por la misma vida. Aquella relación duró ocho años. Estudié Psicología y, poco después de iniciar la relación, comencé en el área de Psicología y Salud de COGAM cuando todavía se situaba en la calle Espíritu Santo de Madrid. Aquellos años trabajamos mucho para terminar con el estigma y la discriminación hacia personas de los colectivos LGTBI y especialmente con aquellas que vivían con VIH. Era un tiempo en el que el acompañamiento de las personas en el proceso vital que esta infección conllevaba era fundamental: vivir un diagnóstico estigmatizante, la cronicidad de la enfermedad —tanto médica como socialmente— y también que en muchos casos coincidiera con el final de la vida… Por todo ello, se hacía imprescindible, en un contexto de estigma y discriminación, este acompañamiento comunitario. Cabe decir

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que los encuentros del grupo de apoyo «Entender en seropositivo» se hacían a puerta cerrada. También fue determinante el trabajo que se realizó en prevención, pues se generaron campañas específicas dirigidas a los gays, impensables un tiempo atrás. Recuerdo que la decisión de acercarme a COGAM fue tras asistir a una reunión en la que también estaban Jesús Grande y Pedro Zerolo. Me llamó mucho la atención aquel encuentro, en el que se habló de cómo se problematizaba el VIH, lo que me hizo pensar y adentrarme en ese universo. Mi entrada coincidió en el tiempo en el que Pedro Zerolo fue elegido presidente. Mi activismo tenía que ver en su mayoría con la salud sexual, pero también formaba parte del Grupo de Mujeres, al que asistía con mi pareja. La participación de mujeres lesbianas en el colectivo seguía siendo menor y estaba invisibilizada. En aquel momento, la misoginia teñía todos los colectivos y el silenciamiento de las lesbianas era aplastante. De hecho, por entonces se llamaba «Colectivo Gay» y no «LGTB+».

Fue enamorarme de una mujer lo que hizo que me mudara a Barcelona. La conocí en un congreso sobre VIH en Benidorm, donde nos intercambiamos los teléfonos y alguna que otra mirada. Estuvimos un tiempo llamándonos y viéndonos, pero transcurrieron unos años hasta que decidimos irnos a vivir juntas a Barcelona. Esto sucedió en julio de 1999. Varios años después acabamos, junto con otras mujeres, creando una asociación que jamás imaginé que cobraría la fuerza que hoy tiene. Cuando llegué a la ciudad, trabajaba en otra asociación, de la que me echaron. De este modo, llegó el momento en que fundamos Creación Positiva, una entidad de acción social que aboga por la defensa de los derechos sexuales y la promoción de la salud sexual. Esto sucede cerca del año 2001, ya asentadas en Barcelona. La palabra miedo no aparecía en nuestro diccionario; en cambio, sí la ilusión y ganas de montar algo que siguiera la línea de cómo creíamos que había que hacer las cosas. Contamos con el apoyo de muchas personas y colectivos. Comenzó siendo un proyecto colectivo de varias mujeres que tiramos hacia adelante y estuvimos muy bien arropadas. Nacimos siendo una entidad que trabajaba con el VIH en programas específicos para mujeres. De hecho, éramos de los pocos programas específicos para mujeres centrados en VIH. Desde una perspectiva de derechos humanos, nos planteamos que el VIH forma parte del entramado de desigualdades sociales y que, como tal,

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había que abordarlo desde los colectivos. Fundamos Creación Positiva para que las personas afectadas por el VIH pudieran contar con lo que entendíamos que tenía que ser un buen abordaje para sensibilizar a la sociedad desde una perspectiva de género feminista en torno a los derechos —y especialmente los derechos sexuales—, priorizar la atención integral a las personas afectadas por el VIH, en especial a las mujeres, y para la transformación social a través de acciones de incidencia política. El principal objetivo que nos planteamos fue la eliminación de cualquier discriminación y estigmatización hacia las personas que viven con el VIH u otras ITS. Desde los comienzos pusimos especial énfasis en aquellos aspectos relacionados con la vulnerabilidad de las mujeres, de personas que pertenecen a los diversos colectivos LGTB+, así como de las jóvenes, migradas o en situación de exclusión social, haciendo hincapié en la interrelación entre las violencias machistas y el VIH.

Las violencias machistas y la LGTBfobia son excelentes aliadas, motivo por el que hace un año se nos ocurrió hacer un material audiovisual que abordara esta cuestión. Produjimos el documental Lesbofobia con una serie de entrevistas a diez personas que se identificaban como lesbianas y jamás imaginamos que fuera a tener tanta repercusión e impacto. Forma parte de todo ese proceso de más de veinte años en que lleva trabajando la asociación. Una de las autoras que aparecen en el largometraje, Brigitte Vasallo, expone:

Hemos hecho una alianza con compañeros gays que, según el momento de la historia, ha sido una alianza positiva y, en otro, ha sido totalmente invisibilizadora. La invisibilidad de las lesbianas ha sido una constante.

Otra de las cuestiones que asoman en el documental tiene que ver con las visitas a los servicios de salud sexual. Toda una odisea para mujeres que no encajamos en la normatividad sexual y de género. He vivido muchas consultas desde un prisma heterosexista y coitocentrista: se presupone tu heterosexualidad y una determinada y exclusiva práctica sexual, el coito. Tanto en privado como en público, he tenido que dar explicaciones y escuchar comentarios desagradables y violentos. También vivir sus caras de pánico absoluto cuando dices que no tomas métodos anticonceptivos. Te ves en la tesitura de explicarle que eres lesbiana, algo que no se

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había contemplado ni siquiera como una opción. El heterocentrismo y el coitocentrismo han condicionado la sexualidad de las mujeres en general. Se entiende que es la opción única, buena y sana y deja fuera del imaginario muchas otras posibilidades.

Por otro lado, te ves en la tesitura de coartar tu deseo y de no manifestar un ápice de afecto en determinados espacios como la vía pública, con la amenaza de poder ser agredida verbal o físicamente. Aprendemos que los gestos de cariño, mejor en casa, como si de una negligencia se tratara. Que agarrar su mano, besarla o abrazarla por la calle no era una opción. Mientras paseamos, para mitigar esta censura, las miradas de complicidad lo ocupaban todo. Amar en los espacios púbicos se había convertido así en un privilegio heterosexual; no eran lugares seguros para nosotras. Pero esto no solo sucede en la vía pública; incluso algunos espacios privados se presentan poco o nada amables, pues la heteronorma lo ocupa todo. Esto tiene que ver con una amenaza que vives a través de comentarios y gestos que, aunque no tengan que ver contigo a nivel individual, sí tienen mucho que ver contigo. La posibilidad de ser agredida está ahí: lo has oído de tus compañeras, de tu pareja, de las personas que has atendido… Sucede y te puede ocurrir. Mientras, ellos quedan con total impunidad; «Es solo un comentario», te dicen.

Los ámbitos de libertad se encontraban en las casas de tus amigas lesbianas, en los locales de ambiente o en los colectivos como COGAM. Lugares para habitar tranquila y desinhibida.

A comienzos de los noventa, salir por la mítica discoteca Medea fue todo un hallazgo. Era una de las principales discos lésbicas de la capital madrileña y la más antigua. Se situaba en el barrio de Lavapiés y mis amigas y yo la llamábamos «Mierdea». Está llena de historias, de primeras veces, de bailes, de revolución, de liberación y de mucho petardeo. En Chueca se situaban dos bares para lesbianas que, más adelante, comenzaron a llenarse de chavales gays porque era donde se sentían seguros. Recuerdo que había un bareto muy pequeñito que hacía esquina y era muy divertido. En las inmediaciones, abrieron otro bar mixto que se llamaba el Lucas. Aunque había varios bares de ambiente lésbico, Medea es el clásico en el que acababas a las tantas y disfrutabas, aunque con veinte años todo te divierte muchísimo. Recuerdo las luces, las miradas cómplices, el ajetreo y la música retumbante. Hoy el único de aquellos tiempos

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que sigue abierto es la discoteca Medea, ahora rebautizada como Club 33. Algunas veces los baretos de lesbianas tenían un aire de decadencia y las realidades tras sus paredes oscilaban entre elevados grados de alcohol y la soledad de muchas mujeres de mediana edad reposada en las barras del bar, y eso me generaba tristeza. Sin embargo, los bares de lesbianas eran ese lugar que te permitía contar con un espacio seguro. Era aquel sitio donde podías bailar, te podías besar, conocer gente y sentirte libre. No existía internet; entonces no había otra opción que la de buscar espacios de socialización. Estos comenzaban en cenas íntimas en casas de amigas y terminaban en locales de la noche madrileña. Me fascinaba poder terminar la noche bailando con ellas. Sonaban las canciones que nos hacían vibrar: Radio Futura, Alaska y Dinarama, Mecano y todo el petardeo de mi generación. Valoramos así la importancia de contar con espacios en los que poder expresar libremente tu sexualidad y vivir sin tapujos los afectos. Porque también es revolucionario poder vivir tus afectos y tu vida desde la alegría. Como decía Emma Goldman: «Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa». Las matutinas vueltas a casa tras la fiesta no se daban sin el mensaje «Avísame cuando llegues» de tus amigas, poniendo siempre los cuidados en el centro. Otro de los espacios seguros eran las asociaciones o locales de activismo. En ellos encontrabas personas LGTB+, gente con la que no sentirte fuera de lugar y con quienes podías expresarte con tranquilidad. En muchos espacios heteronormativos no podías ser tú, te encontrabas miradas lascivas y comentarios hirientes. A los ojos de muchos hombres cishetero se nos tiende a hipersexualizar, ya de por sí por ser mujeres y más todavía si eres mujer LBT. Se nos lee como sujetos asexuados: el mandato de género impone que no puedes entrarle a otra persona y, si lo haces, la etiqueta será la de fácil o la de buscona. Se nos enseña que debemos ser más comedidas a la hora de expresarnos; se nos pide que vivamos moderadamente. Es entonces cuando aprendemos a esconder nuestros deseos. Cuando salíamos por el ambiente, una de nuestro grupito ligaba mucho. Podría decirse que era una seductora nata. Otra amiga y yo, en cambio, ligábamos muy poco y de manera bastante torpe, he de reconocer. Fue divertido, porque nos dio unas clases prácticas sobre cómo ligar. Nos decía cosas del tipo: «No te cortes, venga, intenta entrarle». Cuando salías de esa posición de mera observadora y hablabas con la otra perso-

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na, rompías esa barrera mental, cambiabas de rol y pasabas momentos divertidos. Dejabas de solo mirar desde la barra del pub y te despojabas de la culpa. Esa incomodidad que sentía para ligar tiene mucho que ver con el mandato de género. La lesbofobia viene marcada por ese mismo mandato, de hecho. Me ha condicionado mucho la existencia; no puedo decir lo contrario. Condiciona no solo el modo en que te vives siendo lesbiana, sino también conociendo una amenaza que está ahí por el hecho de ser mujer: la de la agresión sexual.

Las amistades son ese nido al que acudir. Mi círculo de amigas de Madrid se convirtió en esencial desde el momento en que acompañaron mi autodescubrimiento. Hay sucesos de transformación vital que, si se hacen compartidos, forman unos lazos afectivos irrompibles. Hoy nos separan kilómetros de distancia, pero, aunque suene a tópico, son de esos vínculos que, por mucho que pase tiempo sin hablar, sabes que están ahí. Si nos llamamos un día, la sensación es como si las hubieras visto ayer, sabes que siempre estarán ahí.

Mi círculo en Barcelona es el que me sostiene desde el punto de vista del cuidado. Hemos forjado una red de afectos, cuidados y conexión que se ha vuelto imprescindible. Ir a contracorriente puede llegar a desgastarte mucho emocionalmente. No podríamos continuar inmersas en el activismo si no fuera por esta red de cariño. En cuanto al activismo, el reto principal es terminar con la LGTBfobia y el machismo y contar con una visión interseccional desde una perspectiva de derechos. Tener en cuenta todas las letras que muchas veces se han invisibilizado, que han sido especialmente las de las mujeres.

El lesbianismo debe ser muy sesudo; a pesar de la heteronorma, el deseo no mengua. Tú has creado una identidad desde una reflexión sobre tu vida que lo ha desmontado todo tal y como lo conocías. En mi caso, primero di posibilidad a los deseos que sentía hacia una mujer y posteriormente le puse nombre a esa intensidad que viví cuando era aquella adolescente tan dramática.

Tener una perspectiva interseccional supone ver más allá de lo que nos sucede individualmente. En este sentido, el VIH nos pone en evidencia que aquellas poblaciones más vulnerables van a padecer con mayor intensidad la epidemia y sus efectos. Es una toma de conciencia sobre los derechos humanos y la manera en que tiene relación con los ejes

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de opresión. Esta interrelación encierra todo un entramado de temas como la discapacidad o disfuncionalidad; la identidad —no hablamos de mujer, hablamos de mujeres—; tiene que ver con la sexualidad —no hablamos de sexualidad, hablamos de sexualidades—, y tiene que trabajarse desde el lenguaje, que tiene una fuerte carga simbólica desde la que hay que generar la pluralidad y diversidad. Nombrarnos en plural para tener en cuenta que hay más de una, que somos un nosotras amplio. Quisieron desdibujar nuestras realidades; quisimos alzar nuestras voces.

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