Club de Lectores 13 - Otoño 2005

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Silvia

Inés Arredondo (1928-1989) “...mi necesidad es la de encontrar y tratar de comprender almas, aunque para ello tenga que recurrir, a veces, al oficio menor de describir caracteres. Creo que si uno no es mirado, es decir, reconocido, no puede tener más que una realidad amorfa.” Inés Arredondo

Junto con Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Salvador Elizondo y Sergio Pitol, entre otros, Inés Arredondo forma parte de la generación de escritores mexicanos que despuntó en la década de 1960. Publicó tres libros de cuentos: La Señal (1965); Río Subterráneo, por el que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia (1979), y Los Espejos (1988). Su verdadero nombre fue Inés Camelo Arredondo, pero en honor a su abuelo, quien siempre la apoyó, y por amor a su madre se quedó simplemente con el apellido Arredondo. De su infancia dijo: “Como todo el mundo, tengo varias infancias de dónde escoger, y hace mucho tiempo elegí la que tuve en casa de mis abuelos, en una hacienda azucarera cercana a Culiacán llamada El Dorado.“ Los temas de sus cuentos son ilimitados y sus numerosos viajes generaron una literatura de aire cosmopolita. La hacienda –una de las más productivas en la historia de Sinaloa– y la figura de la madre son dos ejes sobre los que gira la obra de la autora. Los estudiosos de su obra sostienen que posee la característica de dejar fluir a sus personajes, quienes viven sin cuestionamiento moral, jugando siempre al borde de lo prohibido con un delgado hilo de inocencia y liberados en una sexualidad plena. Deja escapar a los demonios que la sociedad mantiene en secreto como la homosexualidad y el incesto. Bajo tópicos como el erotismo, la locura, lo escatológico, el destino, y permeadas por la belleza, el arte y la búsqueda de sí misma, la cuentística de Inés Arredondo propone un camino nada sencillo de recorrer.

Arredondo ha tenido la suerte de crear, encontrar y fundirse en cada una de sus Inés Arredondo búsquedas, en cada uno de sus cuentos. Así pues, gracias al otro, al símbolo, a la soledad, a la locura, al erotismo, a la pérdida, a la ausencia, a ese ente que es esencialmente insustituible, la cuentista mexicana sugiere que podemos llegar a ser nosotros mismos:

Silvia Molina

“Nadie me mira ya a los ojos. No podría decir que antes lo hicieran con frecuencia aparte de la mirada inconscientemente sostenida que usamos cuando se habla, se pregunta y se contesta” (Los inocentes). Arredondo, de manera semejante a Julio Cortázar, busca de manera infatigable que el lector le ayude a decodificar su prosa llena de misterios; cuando eso sucede, el arte surge: “Ahora sí creo que mi padre está muerto. Pero no, en este preciso instante, dulcemente, sonríe: complacido. O me lo ha hecho creer la oscilación de la vela” (Apunte gótico). La tarea de la autora –escribió María del Carmen Millán– “consiste en reconstruir las sensaciones físicas producto del deslumbramiento del amor; describir el halo impalpable que comunica dos cuerpos; acechar el chispazo de un presentimiento que en una mirada se adueña de la voluntad y vacía el pensamiento; señalar las verdades ásperas por las cuales el deseo tropieza y se encarniza con sus víctimas”. Inés Arredondo fue una cuentista más aplaudida que leída y más adulada que comprendida. A partir de 1965 –fecha en que se publica su primer libro, La señal–, fue motivo de escasos comentarios críticos. Su obra fue poco conocida de los años sesenta a los ochenta. Recientemente ha resurgido el interés por su cuentística, gracias a la edición de sus obras completas.

México D.F. Otoño de 2005. Año 4 Número 13

Cuentista y ensayista mexicana, Inés Arredondo, hizo estudios de biblioteconomía y de letras. Colaboró en diversos suplementos literarios mexicanos y trabajó en torno a la obra del poeta Jorge Cuesta, del grupo Los Contemporáneos.

La vida se divide en a

La vida se divide en antes y después de LEER

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–¿Está la maestra Silvia Molina? –preguntamos a través del enrejado de metal a una señora que, afanosa, trabajaba en la puerta. Entonces, La Morita salió a recibirnos con toda la faramalla de un cachorro de pastor alemán de tres meses que aún no sabe si defender la casa o darnos la bienvenida. –Sí, sí está –nos dijo un hombre de mirada sonriente que acudía a abrirnos. –¡Morita, estate quieta! –le dijo a la cachorra que todavía no decidía qué hacer respecto a nosotros. Cruzamos la reja y el patio entre los ladridos de Morita y las disculpas del amable hombre que nos dio paso a la casa. Adentro es un lugar lleno de cosas suaves: cojines afelpados y mullidos sillones. Al fondo, la vista descansa en el jardín verde esmeralda, con un pasto que también parece de felpa. Con gesto dulce y suave, la maestra Silvia Molina salió a nuestro encuentro y en unos minutos estaba hablando con Club de Lectores de su excepcional carrera en las letras. El descubrimiento de su vocación Me di cuenta cuando intenté escribir mi primer libro. Se me hizo muy fácil escribir un libro, contando mi propia historia, después de leer una obra que me había impactado mucho, de José Agustín. En la época en que lo leí, estaba terminando la preparatoria y los libros que nosotros leíamos no eran adecuados para nuestra edad. A mí, la obra de José Agustín me gustó porque el lenguaje era muy fresco, porque era un libro irreverente, me hablaba de mi ciudad y me vi retratada en ese libro y vi el retrato de mis hermanos; y como parecía que José Agustín escribía como se hablaba, entonces se me hizo muy fácil escribir mi primera novela –agrega con una sonrisa–, que rompí años más tarde cuando me di cuenta de lo que era escribir. Sus inicios como escritora Fui una estudiante tardía porque salí muchas veces a vivir fuera de México, por lo cual prolongué mucho la preparatoria. Pero haber vivido en tantos países me dio mucha libertad para desenvolverme porque estaba acostumbrada a desempeñarme como una muchacha sola en un país extranjero. Los viajes también me alimentaron como autora. Tenía unos 18 años cuando comencé a escribir.


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