Ladrón de bicicletas

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CINE MARTES DE TERRAZA

LADRÓN DE BICICLETAS DANIEL TORRES


Cuando por primera vez el mundo conoció las imágenes en movimiento, los ojos de la Humanidad vieron obreros. La Salida de la fábrica filmada por los hermanos Lumiére en 1895, es ahora conocida como la primera película de la Historia. Con un enfoque testimonial, durante algunos segundos se nos muestra a un grupo de trabajadores y trabajadoras concluir su diaria jornada laboral. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el neorrealismo italiano volteó las cámaras de vuelta a aquél que, sin saberlo, le diera vida al séptimo arte: el trabajador común. Involucrando, más que atestiguando, este movimiento cinematográfico revindicó la voz de los invisibles con un estilo sencillo y directo de mostrar sus tragedias cotidianas que, no obstante, resultaba un acto transgresión gigantesco, al darle la espalda al cine escapista y propagandístico que privilegió el régimen de Mussolinni, del que fueron antítesis: usando trabajadores y no estrellas, calles y no sets, improvisaciones y no rígidos libretos; en fin, denunciando, criticando y sintiendo, más allá de sólo entretener y contar, el cine neorrealista dignificó la humanidad que la guerra, la censura y el fascismo trataron de enterrar. De entre grandes obras adscritas al mismo (dirigidas por autores como Rossellini, Visconti, Fellini, etc.), Ladrón de bicicletas (De Sica, 1948) ha destacado como estandarte del movimiento. La anécdota no podría ser más sencilla: Tras meses desempleado, Antonio (Lamberto Maggiorani, en realidad obrero en una fábrica durante la filmación) consigue trabajo pegando carteles, con la condición de llevar su propia bicicleta para poder laborar; no sin sacrificios consigue una, pero le es robada el primer día. Desesperado por no perder su empleo y con él, el sustento de su familia, pasará el día junto a su hijo buscando recuperarla.

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Así, acompañamos en un road trip a pie por las calles de Roma a un par de seres que se saben derrotados y que, por primera vez, tienen conciencia de su propia soledad: Antonio ve una por una a todas las instituciones que cimientan la vida moderna, darle la espalda: ni la policía, ni la iglesia, ni el teatro, ni el fútbol, ni los habitantes de un barrio como el suyo quieren escucharlo: su pena es poco menos que un estorbo. Mientras tanto, su familia y amigos sí tienen la voluntad de ayudarlo, pero no las herramientas; sólo les queda referir a una esperanza que ni ellos mismos pueden creer, mientras nuestro protagonista se hunde en la desesperación. Un mayor dolor sigue sus pasos: A la sombra de Antonio, su hijo Bruno (Enzo Staiola, quien obtuvo el papel cuando el director lo vio vendiendo flores en una de las calles donde filmaban) atestigua la paulatina deconstrucción de su mayor ídolo, su padre. Por primera vez y para siempre, descubre que su padre no es perfecto, sino un humano que, además, es constantemente sobajado como un ser de segunda categoría y no puede hacer nada al respecto. De una bofetada, Bruno aprende que no existen los superhéroes y que aquél que una vez le dictara ejemplo de lo que “debe ser” un hombre, en realidad no puede cumplir sus propios estándares de protector, proveedor y rectitud moral. La infantilización del padre da como resultado la maduración del hijo, no al saberse al nivel de Antonio, sino al encontrarlo a él, humillado, al propio nivel. Ante tal sobrecogimiento de desgracia es la cámara, el mero acto cinematográfico, lo único que nos permite creer en una posible redención, tal vez no para los personajes, pero sí para el resto de las personas que día a día viven una batalla similar.

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Afrontando la imposibilidad de resolver los problemas que retrata, el cine no sólo denuncia, sino que registra para la memoria colectiva. Probablemente el rostro y sufrimiento de los actores y actrices habrían sido olvidados e ignorados, pero a través de la lente visibilizan y revindican, junto a ellos mismos, al resto de las víctimas de las injusticias sociales que no sólo sufrieron durante la posguerra, sino que a diario seguimos viviendo, pero no viendo; de ahí la importancia de revisitar hoy un clásico como éste, que a setenta años de su estreno podría sonar a historia dicha, pero desde un país con 53.4 millones de pobres (casi la mitad de nuestra población) resulta tan actual que lastima. Sin revolucionar ni adornar el lenguaje audiovisual (su intención e importancia nunca radicaron en la forma, sino en el fondo), concentra el poder de sus escenas en el rostro y el andar de los personajes, pues De Sica sabe que una mirada honesta cala más hondo que cualquier truco de edición. Desde su sencillez, casi simpleza, adquiere una transcendencia universal. Se trata de un cine que no acaba con el metraje, sino que busca movernos a iniciar el diálogo para evitar que el mundo siga siendo igual: actuar y no olvidar. Un cine que nos vuelve más humanos.

Título original: Ladri di biciclette. Dir. Vittorio De Sica. Año: 1948. País: Italia. Duración: 84 min.

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Premios y reconocimientos: -Festival Internacional de Cine de Locarno (1949): Premio especial del jurado. -Premios del Sindicato Nacional Italiano de Periodistas Fílmicos (1949): Mejor película, Mejor director (De Sica), Mejor historia original (Cesare Zavattini), Mejor guión (De Sica, Zavattini, Suso Cecchi D’Amico, Oreste Biancoli, Adolfo Franci y Gerardo Guerreri), Mejor fotografía (Carlo Montuori) y Mejor música (Alessandro Cicognini). -National Board of Review (1949): Mejor película y Mejor director (De Sica). -Premios del Círculo de críticos de New York (1949): Mejor película extranjera. -Globos de Oro (1950): Mejor película extranjera. -Premios BAFTA (1950): Mejor película (de cualquier fuente). -Premios Oscar (1951): Premio honorario a la Mejor película extranjera. Nominada a Mejor guión (Zavattini). -#1 en la lista de las mejores películas de todos los tiempos de la revista Sight & Sound (en 1952; actualmente se encuentra en el lugar #33). -#97 en las películas mejor calificadas de IMDb.

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Si te gustó Ladrón de bicicletas, te recomendamos… -Tiempos modernos (Modern Times; EUA, 1938. Dir. Charles Chaplin). -Los olvidados (México, 1950. Dir. Luis Buñuel). -La tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka; Japón, 1998. Dir. Isao Takahata). -Bailando en la oscuridad (Dancer in the dark; Dinamarca, 2002. Dir. Lars von Trier). -Yo, Daniel Blake (I, Daniel Blake; UK, 2016. Dir. Ken Loach). -Tres anuncios por un crimen (Three Billboards Outside Ebbing, Missouri; UK, 2017. Dir. Martin McDonagh).

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