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Carta al maldito sol

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My Everyday Hero

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Anónimo 3o Secundaria

Brevedad y calma, es así como debería ocurrir fin del mundo entero ¿no?

Silencio en el trayecto. La carretera estaba relativamente vacía. Todo era como cualquier otro viaje de regreso de Hidalgo. Pero algo iba chueco. Mi señor padre conducía a mi lado. Izquierdo porque es México donde estamos. Yo venía buscando lo que no cachaba con la cámara: rayos.

Aparecían cuando les daba la gana y me mandaban a volar con su velocidad de aparición. A nadie le gusta que lo manden a volar así que no me rendí. De una vez voy diciendo que no sirvió de nada pues conseguí puras fotografías malas. Ninguna que fuera apreciable o si quiera pasable de 3.5 como calificación.

Pegué un ojo y luego el otro. Me atraganté con mi saliva mientras meditaba, y para cuando volví a mirar la carretera, esta ya era de oscuridad negra. Negra como morada y rara como si fuera un techo maltrecho. Aún se veían rastros de la hora de oro, con sol de fuego, lo que no me hacía ningún sentido ni gracia. Así que, a quien corresponda, ahí les va mi queja:

Señor Sol, si esta carta llega a usted, me gustaría aclamar respuestas y un poco de sanidad mental, pues sus discípulos rayos me la han robado toda. ¿Por qué demonios es usted tan bipolar y amiguero? ¿A caso es mucho pedir que se largue a donde corresponde cuando ya pasaron sus horas? Sugiero y critico constructivamente su delirante sentido de responsabilidad. Para conveniencia del pueblo y el mundo, usted debería ponerse a trabajar y dejar a la Noche en paz. No la invada de nuevo le suplico. O será usted un maldito por desajustar una ciudad entera.

Por su comprensión, gracias. Saludos.

Sin más, firmé y sellé la carta, con código postal, la cosa y demás. Pero nunca le llegó, pues no había mensajero que llamara a su puerta.

La luz nos cegó tan obviamente como lo predecible que era la situación. El sonido aún no volvía, solo había un ligero pitido en los oídos de todos, absolutamente todo el que estuviera presenciando esa catástrofe, que pronto acabaría en ceguera y vista negra.

Al parecer el Sol leyó mi carta y se enojó. Media ciudad resultaba chamuscada y cubierta de oro intocable. Un cacho del Sol se había enterrado en mitad del mundo y fueron sólo metros lo que nos separaba del carro a mi señor padre y a mí, de convertirnos en viajeros muertos por el fuego.

Mi madre habría corrido tan lejos como hubiera podido y estaría a salvo si hubiera ido al norte, pero fue al sur. Donde teníamos otra casa y otra vida, una oportunidad de salir de la rutina obsesiva que era la estancia de ciudad.

Ella fue al sur, de esto cualquiera pudo asegurar. Todos mentirían pues no la conocen, pero yo sabría que esto sería verdad.

Ya no había pitido ni sordera; ni ceguera ni vista negra. Ahora todo era como una mañana; una mañana que duraría la eternidad y más; una mañana que cualquiera mataría por acabar; una mañana con sonidos de rutina de campo; una mañana como en los viejos tiempos. Una mañana enterrada en el mundo, que del otro lado significaría la Noche eterna; una mañana que convirtió al Sol en un maldito y nos dejó con mitad del fin del mundo.

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