Katrina

“Katrina”, de Alba Reyes, 1º Bachillerato “Todo el pasado se quiere apoderar de mí y yo me quiero apoderar del futuro, me dislocan la cabeza para que mire atrás y yo quiero mirar adelante, no consigo olvidarla, todos esos recuerdos… ¡Oh Katrina! Yo la quería, mucho, muchísimo…”

Igor era un profesor de universidad, concretamente de la materia de biología. Era una de esas personas que parecían estar sacadas de una película en blanco y negro, un individuo siniestro que nunca daba a conocer a los demás nada sobre sí mismo. Siempre trajeado y con unos zapatos perfectamente embetunados.

Aquel año el horario solo le permitía dar clases a un grupo. Era un grupo como cualquier otro, ni muy bueno ni muy malo, de unas cuarenta personas más o menos. Pero en realidad Igor no sabía cuanta gente había, es más, ni le importaba. Él entraba en clase por la mañana pensando únicamente en una persona, ella.

En la primera fila, pegada a la puerta se sentaba Katrina, ella era la tentación de Igor. Su pelo eran los rayos de sol más bellos que pueden haber llegado a la Tierra; sus ojos, como el cielo, eran tan profundos que, a veces, a Igor le parecía estar cayéndose dentro; y sus labios eran las flores más bonitas de la primavera. Pero no era otra cosa sino las conversaciones que mantenía con ella lo que de verdad volvía loco a Igor. Conversaciones que para muchos supondrán una tontería, pero que para él eran una auténtica maravilla.

-Alumnos, ¿podría alguien explicarme cómo vuelan los pájaros?

-Sinceramente maestro Igor, no creo que eso importe mucho, lo que de verdad deberíamos preguntarnos es por qué lo hacen.

-En ese caso, señorita Katrina, ¿podría explicarme por qué vuelan?

-No se, supongo que estarán huyendo de algo.

La obsesión de Igor había llegado tan lejos que había cogido la enfermiza costumbre de seguir a Katrina en su regreso a casa montado en su Cadillac negro. Durante el trayecto Igor no hacía más que repetirse a sí mismo: “¡Oh Katrina, qué no daría yo por verte sentada junto a mí en el sofá de casa! ¡Cómo quisiera que fueses mía para siempre!”

Una triste mañana de noviembre de 1969, neblinosa, ventosa y fría, Katrina no acudió a clase. No podía haber mayor catástrofe para Igor que la que estaba ocurriendo, sencillamente la necesitaba. Parecía que requiriese

de su mirada y timbre de voz para respirar.

Sin poder haber visto a Katrina caminando hacia su casa, Igor llegó a la suya. Se dirigió hacia su oscuro salón y… parecía que su locura de amor le hizo poder ver a Katrina sentada en el lado izquierdo de su sofá. Sus ojos abiertos se le clavaban como cuchillos en el corazón, pero le resultó muy reconfortante el hecho de poder sentirla cerca.

Los días se sucedieron y Katrina seguía sin acudir a clase. En su comienzo, esto resultó como algo intrascendente para Igor, ya que siempre al llegar a casa tenía su imagen bella e inmóvil, como una estatua de mármol esculpida por las manos mejor dotadas de la Tierra. Pero con el tiempo entendió que la mejor cualidad para él de Katrina, la de la conversación, había desaparecido para siempre. Igor solo podía hundirse en el recuerdo de antiguas conversaciones que había mantenido con ella.

Impotente conversaba consigo mismo, con una esperanza ya casi inexistente de que Katrina le contestase.

-¿Y de qué piensa que pueden estar huyendo los pájaros, señorita Katrina?

-Maestro Igor, ¿no sabe usted que las cosas más malvadas se pueden esconder en los lugares más insospechados?

Resultó ser verdad lo que Katrina dijo, pero para desgracia suya, aquella tarde volviendo a casa, el que resultó ser su último viaje, no supo ver esta maldad de la que ella misma hablaba escondida en el amor que su profesor Igor procesaba hacia ella. Él la quería, mucho, muchísimo. Sin embargo, no se dio cuenta hasta demasiado tarde que, al hacer a Katrina suya para siempre, acabó con lo que más valoraba de ella. Por siempre Igor tendrá los ojos abiertos de Katrina mirándole desde el lado izquierdo de su sofá, recordándole el error que cometió.