Molina de Segura a 10 de octubre de 2027 Hola Nora, ¿Cómo estás? Espero que todo te vaya bien. Ya han pasado diez años desde la última vez que nos vimos; te echo de menos desde aquel día en que te despedí en la estación de tren cuando te fuiste a vivir con tus padres a Madrid. Mi vida en estos años ha cambiado, tengo novio, con quien llevo casi cinco años, y dentro de unos pocos meses me voy a casar. No te vas a imaginar quien es, pero sí, has adivinado, es Daniel. Ya sabes, al irte de Molina hacia Madrid me dejaste vía libre, aunque también sabías que me gustaba mucho. Yo he terminado la carrera de Historia y en un par de meses empiezo a dar clases en uno de los institutos de Murcia. Imagínate, después de todo voy a tener que aguantar a adolescentes de catorce y quince años, ja, ja, ja. Al irte, los cursos en el instituto fueron realmente duros sin ti, y sin la compañía de Robin, ese encantador y juguetón perro. Te preguntarás por qué te escribo y no lo hago por correo electrónico ni por teléfono, no me he olvidado de que a ti estos pequeños detalles te encantaban. En estos días me sigo acordando de todas las aventuras que vivimos el último año que estudiamos juntas, ¿te acuerdas cuando me mudé al antiguo castillo de Molina? Cuando llegué allí no me gustó nada, me pareció un sitio muy viejo y oscuro, pero al final resultó ser el centro de atención de todo el pueblo. Mis padres han montado un pequeño museo, y a día de hoy siguen yendo miles de personas a visitarlo. ¡Y pensar que todo empezó con un simple intento fallido de colgar el póster! Cuando me di cuenta de que media pared se había caído deseé que la tierra me tragara, estaba segura de que mi padre me mataría al verlo, menos mal que lo supimos ocultar. Recuerdo que pasé mucho miedo al principio, llegué a pensar que incluso podía haber sido el fantasma de El Cid. ¿Y cuando conocimos a Gualí? Pensábamos que era un árabe de la época del Cantar, ¡qué ingenuas éramos! He de confesar que estuve muy emocionada durante toda la aventura que vivimos, aunque sin duda no me hubiese importando no atravesar ¨El surtidor¨, pensé que allí me quedaba para siempre, ahogada y sola. Aunque si no hubiéramos atravesado nunca habríamos visto lo maravilloso que era el pasadizo por el que el mismísimo Cid escapó. He de confesarte que unos años después volví a bajar a aquella deslumbrante playa, pero esta vez no atravesé el dichoso surtidor, sino que utilicé unas de las entradas secretas que nos enseñó el señor Fuentes, y me puse a explorar uno a uno los pasadizos. Como recordarás, había infinidad de túneles y laberinto, así que no creas que conseguí mi objetivo en poco