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UN PUEBLO COMIENZA A DESPERTAR

A pesar de ser consciente del brutal racismo sufrido por sus padres y abuelos, se sentía orgullosa del trabajo que su familia y su comunidad hizo para construir el canal.

Tanto Modestín y Bany recuerdan haber participado en la carrera anual de cayucos, en la que los zoneítas remaban por el canal durante tres días.

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Pero fuera de la Zona del Canal la tensión era alta.

"La mayoría de los zoneítas no eran conscientes del resentimiento que habían empezado a provocar entre los panameños", dice Donoghue. Mientras los estadounidenses vivían con privilegios, los panameños "a veces no podían cruzar su país sin el permiso de la policía foránea", explica. Estos agentes hablaban otra lengua, el inglés, y aplicaban otra ley, la estadounidense. Incluso enviaron a algunos panameños que quebraron estas leyes a la cárcel

administrada por EE.UU. en la Zona.

Cuando Estados Unidos firmó el contrato para terminar el canal en 1903, el gobierno de Panamá garantizó los derechos de aquel Yvette Modestín fue la primera animadora negra de la escuela secundaria Cristobal, tras el fin de la segregación escolar

país en la Zona del Canal "como si fuera soberano y en perpetuidad".

La mañana del nueve de enero de 1964, el joven Francisco Díaz comenzó a sudar cuando él y otros estudiantes recibieron el encargo de izar la bandera

panameña junto a la de las barras y estrellas en la Zona del Canal. A los estadounidenses residentes en la zona, conocidos como zonians, les pareció una provocación y comenzaron unos disturbios que horas después se habían saldado con 24 muertos y el Ejército norteamericano desplegado a lo largo y ancho del cauce del canal.

Ese fue el principio del fin de los zonians. Una década después se estarían firmando los tratados Torrijos-Carter por los que la Administración del Canal de Panamá pasaría progresivamente a manos panameñas hasta culminar en 1999 con la retirada de Estados Unidos, tras casi un siglo de control sobre el territorio.

Son casi 2.000 los zonians que han venido desde rincones de todo Estados Unidos hasta la tórrida Florida para participar en la reunión de la Sociedad del Canal de Panamá, una agrupación que reúne cada año a los antiguos habitantes de la zona para recordar con nostalgia su paraíso perdido. La media de edad de los asistentes es de 77 años, muchos de ellos se mueven en sillas de ruedas eléctricas y abundan las camisetas con un lema: “En peligro de extinción”.

Atrás quedan décadas de una existencia privilegiada en la humedad de la jungla tropical, donde vivían en una burbuja autosuficiente practicando una especie de socialismo sostenido por el Gobierno del país más capitalista del mundo. Una contradicción que sin embargo obedecía al plan de Estados Unidos de extender su dominio a nivel internacional desde una estratégica porción de tierra entre los océanos Pacífico y Atlántico. A principios del siglo XX, el presidente Theodore Roosevelt dio un giro a su política exterior con la llamada doctrina del Big Stick, o doctrina del garrote: “Habla suavemente y lleva un gran palo”, esa fue la tendencia que la Administración estadounidense comenzó a imponer en sus negociaciones, especialmente con Latinoamérica.

El 7 de septiembre de 1977 el presidente de EE.UU., Jimmy Carter, y el jefe de gobierno de Panamá, Omar Torrijos, firmaron el Tratado Torrijos-Carter, según el

cual Estados Unidos se comprometió a devolver a Panamá el control completo del canal el 31 de diciembre de 1999.

El 60% de la Zona fue devuelta a Panamá en 1979 y, por consecuencia, los hijos de estadounidenses nacidos en aquella área después no fueron considerados

oficialmente zoneítas.

Al terminar la transferencia del control sobre el canal, la mayoría de los estadounidenses regresaron a su país. Si bien desde 1979 el Gobierno panameño fue recuperando paulatinamente el territorio de la Zona del Canal, aún hoy muchas de las llamadas Áreas Revertidas se encuentran en el mismo estado que cuando fueron abandonadas. Si no fuera por el desgaste del paso del tiempo y la voracidad con que la jungla los ha ido devorando, muchos de estos lugares parecerían aún ocupados por los zonians. Antiguos Burger King con los listados de precios y las mesas dispuestas, cines de los años cincuenta con su patio de butacas y su pantalla, piscinas vacías donde crece la maleza, gimnasios con los aparatos aún frente al espejo y colegios con pizarras y cuadernos donde se puede leer la última lección impartida.

Era un tentador botín urbanístico para las multinacionales del sector. Panamá Pacífico es quizá el más claro ejemplo de la explotación económica de las Áreas Revertidas, un inmenso complejo de uso mixto situado en la antigua base militar Fort Howard, el bastión de la fuerza aérea de Estados Unidos para Latinoamérica. Con un coste de 7.527 millones de euros en un terreno de 1.400 hectáreas, el proyecto, comenzado en 2007 y con un desarrollo previsto de 40 años, es uno de los más ambiciosos del continente. En la actualidad ya se han construido diversas áreas residenciales, un complejo de hoteles de cinco estrellas, un aeropuerto privado y las instalaciones de más de 100 empresas internacionales, como 3M, Basf, Dell o Caterpillar.

En el extremo sur de Panamá Pacífico puede verse todavía el cementerio de Diablos Rojos, los antiguos autobuses urbanos de la capital panameña, que recicló el

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