Dios no tiene fronteras | Boletín Salesiano - Setiembre 2025

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Un carisma que se expande en el encuentro

En la habitación de Don Bosco, que aún hoy puede visitarse en Valdocco, hay un objeto que llama la atención: un globo terráqueo. Es un signo sencillo, pero cargado de significado. Nos habla de un hombre que supo mantener los pies firmes en la tierra de Turín, profundamente cercano a sus muchachos y atento a sus necesidades, pero que, al mismo tiempo, soñaba en grande, con una visión universal. Ese globo refleja un corazón que se atrevió a desafiar las fronteras y las distancias, porque el amor de Dios no tiene límites.

El carisma salesiano es así: profundamente enraizado en la vida concreta de cada comunidad, barrio y pueblo, pero abierto al mundo entero. Allí donde se encuentra con otras culturas, lenguas y realidades, no se pierde ni se diluye: se enriquece y se renueva. Don Bosco comprendió que su misión era más grande que lo que sus propios ojos podían ver y por eso soñó con una presencia que abarcara a los jóvenes de todas las latitudes.

En nuestro Uruguay Salesiano también experimentamos esta diversidad. Nuestras obras son lugares donde se entrelazan historias y caminos; donde niños, adolescentes y familias llegan desde distintos barrios, departamentos, países y culturas. Allí, en el aula, en la cancha o en el patio, se vive la alegría del encuentro y se aprende a atravesar las fronteras que nos separan: las culturales, las sociales, las geográficas. Esta riqueza es un regalo y, a la vez, un desafío que nos invita a ensanchar el corazón y a construir comunidades más abiertas, solidarias y profundamente humanas.

Que estas páginas del Boletín Salesiano nos inspiren a caminar con la audacia de Don Bosco, con raíces profundas y horizontes abiertos, seguros de que Dios conduce nuestra historia, porque confiamos en cada paso.

P. Francisco Lezama Inspector

POR EL CAMINO DEL PERDÓN

En estos tiempos en los que las noticias, día tras día, nos comunican experiencias de conflicto, de guerra y de odio, qué grande es el riesgo de que nosotros, como creyentes, acabemos viéndonos envueltos en una lectura de los acontecimientos que se reduce únicamente al nivel político o nos limitemos a tomar partido por un bando u otro con argumentos que tienen que ver con nuestra manera de ver las cosas o con nuestra forma de interpretar la realidad.

En el discurso de Jesús que sigue a las bienaventuranzas hay una serie de pequeñas grandes lecciones que el Señor ofrece. Siempre comienzan con el versículo Ustedes saben que se dijo. En una de estas, el Señor recuerda el antiguo dicho ojo por ojo y diente por diente (Mt 5,38).

Fuera de la lógica del Evangelio, esta ley no solo no es cuestionada, sino que incluso puede tomarse como una norma que expresa el modo de ajustar cuentas con quienes nos han ofendido. Obtener venganza se percibe como un derecho hasta el punto de que puede convertirse en un deber

Jesús se presenta ante esta lógica con una propuesta completamente distinta. Frente a lo que hemos oído, Jesús nos dice Pero yo les digo (Mt 5,39). Y aquí, como cristianos, debemos prestar mucha atención. Las palabras que siguen de Jesús son importantes no solo por sí mismas, sino porque expresan de forma muy concisa todo su mensaje. Jesús no viene a decirnos que hay otra manera de interpretar la realidad. No se acerca a nosotros para ampliar el espectro de opiniones sobre las realidades terrenas, especialmente aquellas que tocan nuestra vida: no es una opinión más, sino que él mismo encarna la propuesta alternativa a la ley de la venganza.

La frase pero yo les digo es de fundamental importancia, porque ya no es la palabra dicha, sino la persona misma de Jesús. Cuando nos dice no recurran a la violencia contra el que

les haga daño. Al contrario, si alguno te abofetea en una mejilla, preséntale también la otra (Mt 5,39) son palabras que vivió en primera persona.

Estas palabras corren el riesgo de ser percibidas como las de una persona débil, reacciones de quien ya no es capaz de responder, sino solo de sufrir Y, de hecho, cuando miramos a Jesús ofreciéndose por completo en el madero de la cruz, esa es la impresión que podemos tener

la caridad. El pobre no elige ser pobre, pero quien está bien tiene la posibilidad de elegir ser generoso, bueno y lleno de compasión. Cuánto cambiaría el mundo si nuestros líderes políticos, en este escenario donde crecen los conflictos y guerras, tuvieran la sensatez de mirar a quienes pagan el precio de estas divisiones.

Sin embargo, sabemos muy bien que el sacrificio en la cruz es fruto de una vida que parte de la frase pero yo les digo. Porque todo lo que Jesús nos ha dicho acabó por asumirlo plenamente y logró pasar de la cruz a la victoria.

Ser profetas del perdón significa asumir el bien como respuesta al mal. Significa tener la determinación de que el poder del maligno no condicionará mi forma de ver y de interpretar la realidad. El perdón no es la respuesta del débil, sino el signo más elocuente de esa libertad que es capaz de reconocer las heridas que deja el mal. Responder al mal con mal no hace sino ampliar y profundizar las heridas de la humanidad. La paz y la concordia no crecen en el terreno del odio y de la venganza.

Ser profetas de la gratuidad exige de nosotros la capacidad de mirar al pobre y al necesitado con la lógica de

Si partimos de una lectura puramente horizontal, es para desesperarse. Solo nos queda encerrarnos en nuestras murmuraciones y críticas. ¡Y sin embargo, no! Nosotros, que estamos comprometidos con la educación de los jóvenes, tenemos una gran responsabilidad. No basta con comentar la oscuridad que deja una ausencia casi total de liderazgo. No basta con decir que no hay propuestas capaces de inflamar la memoria de los jóvenes. Corresponde a cada uno y cada una de nosotros encender esa vela de esperanza en esta oscuridad, ofrecer ejemplos de humanidad lograda en lo cotidiano.

De verdad, hoy merece la pena ser profetas del perdón y de la gratuidad.

Mensaje del Rector Mayor

EL ENCUENTRO

Cuando me senté ante la computadora para proponer algunas reflexiones sobre el encuentro, me propuse iniciar con algunos ejemplos y testimonios de encuentros que han transformado la vida de quienes los han vivido. Y me encontré, valga la redundancia, con una infinidad de narraciones que nos despiertan la memoria y nos hacen reflexionar sobre sus efectos y significados.

En la Biblia son múltiples los encuentros que Dios propone a los seres humanos creados por él. Dios que pasea por los jardines del Edén conversando con Adán y Eva O, en el Nuevo Testamento, que se manifiesta a Jesús como padre amoroso y lo anima incesantemente a continuar adelante. Cuando visité el país de Jesús, me emocioné muy hondamente al acercarme al Santuario de la Visitación y observar una bonita estatua de Isabel y María en un estrecho abrazo celebrando su encuentro.

Bien sabemos que la historia humana se teje en los innumerables episodios de encuentro entre los seres humanos que o bien multiplican las bondades de la creación, o permanecen cerrados en su egoísmo, manifestado de mil modos, hasta hacer peligrar la culminación del proyecto divino.

Los invito a que en la pequeña comunidad a la que pertenecen se propongan alguna vez compartir entre ustedes aquellos encuentros que han transformado sus vidas.

Entonces, comprenderemos que estamos todos vinculados y que el más mínimo gesto de amor de una persona humana se une al trabajo permanente de Dios y hace avanzar la historia.

¿Qué significa, entonces, encontrarse? Entre las personas puede ser una de las experiencias más significativas que vivimos, tanto en lo cotidiano como en lo social. Ya sea entre los seres humanos, como entre Dios y los hombres y mujeres creados y sostenidos en vida por él, lo que se conoce como la dimensión trascendente y religiosa del encuentro.

En lo humano nos encontramos, nos reconocemos como personas en la diversidad de personas, de culturas, de lenguas y pueblos. Ahí dejamos de ser anónimos. Nos miramos, nos escuchamos y, en ese acto, afirmamos la dignidad del otro. Intercambiamos nuestras historias: cada persona trae consigo una memoria, una vivencia. Al encontrarnos, tejemos relatos compartidos que enriquecen nuestra comprensión del mundo y así aprendemos a convivir con lo diverso.

En lo espiritual, descubrimos la presencia del misterio: en muchas tradiciones religiosas, el encuentro es espacio sagrado. Donde dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20) expresa cómo lo divino se manifiesta en la comunión.

El encuentro es sacramento: La experiencia vivida del otro puede ser para mí lugar de revelación, donde Dios se hace cercano, especialmente en el que sufre, en el que sirve, en el que ama; el encuentro es base del discernimiento comunitario. No hay sinodalidad sin escucha, sin diálogo, sin caminar juntos.

Estemos, pues, siempre abiertos a encontrarnos.

P. Juan Algorta sdb

sintonizando con don bosco

Mensaje de la Madre General

LA FRATERNIDAD DEL AMOR MUTUO

Ante la amenaza del individualismo, los prejuicios, la violencia que abruma a las personas y la arrogancia que parece dominar el mundo, el papa Francisco expresó en su encíclica "Fratelli Tutti" la necesidad de que cada persona sea respetada, acogida y amada por su valor y su existencia en el mundo.

Es un ideal que promueve, incondicionalmente, la aceptación del otro, cercano o lejano, conocido o desconocido, y nos invita a superar las divisiones y barreras que nos separan, inspirándonos en San Francisco de Asís, quien se sentía hermano de todos, incluyendo el sol, el mar y el viento, y buscaba la paz y la cercanía con los pobres y abandonados.

El llamado a la fraternidad universal se ha vuelto aún más urgente tras la pandemia, cuando ha surgido con fuerza la conciencia de que estamos "todos en el mismo barco" y de que nadie puede salvarse solo. Sin embargo, en nuestro tiempo, la prevalencia de la guerra, la violencia y la persistencia de la injusticia contra los más pobres y vulnerables parece distanciarnos de todo esto.

El rostro fraterno de la humanidad ya resulta controvertido a la luz de las escrituras judeocristianas. De hecho, podemos centrarnos en la pregunta que Dios le hace a Caín: "¿Dónde está Abel, tu hermano?" (Gn 4,9). La respuesta distante de Caín "¿Soy yo el guardián de mi hermano?" manifiesta el drama de una humanidad incapaz no solo de cultivar el Jardín del Edén, sino también de preservar las relaciones con otros seres humanos.

El papa Francisco comprendió que el tema de la ecología tiene que ver con las relaciones interpersonales y con Dios. La crisis ecológica que vivimos es, ante todo, una crisis espiritual.

En un mundo donde los más vulnerables son los primeros en sufrir los efectos devastadores del cambio climá-

tico, la deforestación y la contaminación, el cuidado de la creación se convierte en una cuestión de fe y humanidad.

Trabajando con dedicación y ternura, pueden germinar muchas semillas de justicia, para contribuir así a la paz y la esperanza, derribar barreras y construir

puentes. Es una visión que nos ayuda a conectar con el significado y las necesidades de los demás y, al mismo tiempo, nos hace sentir nuestra propia responsabilidad de ser parte activa y proactiva de este mundo.

La ecología integral requiere una profunda conversión interior, porque cuestiona la centralidad de la persona en su grandeza y fragilidad, y en su interconexión con la creación y con toda la humanidad. Se convierte en una misión que nos interpela a nivel personal y comunitario, porque nos insta a cuidarnos unos a otros, empezando por nuestra comunidad, y a restaurar la importancia que merecen las relaciones humanas.

La espiritualidad salesiana ha sido una espiritualidad relacional desde sus inicios: el Sistema Preventivo de Don

Bosco nació, precisamente, de una llamada a una relación de cuidado educativo. Basta pensar en el «sueño de los nueve años» en el que la maestra invita a Juanito a cuidar de sus compañeros. Será la respuesta a esta llamada maternal, junto con la gracia de Dios, la que transformará a los animales salvajes en mansos corderos. Pensemos, también, en el «a ti te las confío» con el que María llama a Madre Mazzarello a la tarea específica de la educación.

En el espíritu familiar encontramos la gran oportunidad educativa que encarna nuestra espiritualidad, con un estilo de vida inspirado en el humanismo de San Francisco de Sales.

Este humanismo tiene sus raíces en el sentido cristiano de la vida, en el que la apertura al amor ocupa un lugar privilegiado, porque Dios Amor nos creó a su imagen, en el amor y para el amor. De ahí nuestro compromiso y llamado a hacer surgir esta imagen en nosotros mismos y en quienes nos rodean, promoviendo el crecimiento integral y la dignidad de cada persona en un clima de confianza y acompañamiento, garantizado por la disposición de los corazones a abrirse a la reciprocidad.

La ecología del amor mutuo, la ecología de las relaciones, constituye el ecosistema más importante: el de los corazones contra la contaminación del odio, la injusticia, la desigualdad y el conflicto. Estamos llamados a adoptar un nuevo estilo de vida, un camino de conversión ecológica para construir juntos la fraternidad universal que el mundo entero necesita, y así transmitir a las nuevas generaciones un futuro digno de la persona humana, creada a imagen del Creador

Encomendemos a María, Madre y Auxilio, nuestro compromiso de ser constructores de auténtica humanidad y fraternidad.

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