Boletin Salesiano Mayo 2018

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SABORABUENASNOCHES

Encuentros

que liberan El chancho padrillo de las casas siempre nos daba el tal dolor de cabeza. Alambrado que veía flojo se tiraba como venía. Ahí quebraba piques viejos y reventaba los alambres rumbrientos. No había canga que no terminara colgada de una hebra o desparramada por el campo. Hasta que un día, por cansancio, hicimos el alambrado nuevo. “Ahora sí te quiero ver, Er‐ nesto”, le decía el abuelo a las carcajadas, mientras estirábamos los hilos más el púa por el costado. Encerrado en el piquete que daba al potrero del monte, Ernesto, tuvo que reacomo‐ dar su forma de vivir. Le costó muchísimo. Tal es así, que corría gritando a lo largo del perímetro del piquete buscando salir de allí. Enoja‐ do, hacía pozos rasgando contra las piedras sus gastadas pe‐ zuñas. Varias ve‐ ces curamos sus heridas por darse contra un poste o engancharse en el a‐ P. Adrián García sdb lambre de púa. Tuvo que resignarse a estar limi‐ tado de su brutal libertad, pero su violencia parecía que cada día aumentaba más. Una mañanita, clareaba el alba por encima de los cerros, fui a darle el suero de la quesería pero no lo encontré. Siempre me esperaba adentro de la batea revoleando su enroscada cola. Lo busqué gritando por todos lados: “Ernestooo… Ernestooo…” y nada. Ya me entré a preocupar. Por un lado herido en mi orgullo de alambrador, creyendo que había escapado y

por otro con la impotencia de asumir que nos lo habían robado.

a la sombra del tacuaral, disfrutaba del barro, buscaba los pastos verdes de la pradera vieja y a veces al llegar visitas se arrimaba para que le rascaran el lomo por encima de la tranquera. Parecía que había comenzado a descubrir el paisaje que lo rodeaba y hasta mostrar su forma mansa de ser, que nunca la había revelado.

Cuando enfilo la mirada hacía el montecito de coronillas veo del otro lado un gran bulto oscuro. ¡Pucha carajo! ¿Será que saltó el alam‐ brado este…? De pronto, asombrado, lo veo adentro del piquete frente a otro chancho más grande que él, del lado del potrero que da al arroyo. Era un Chancho Jabalí que, arrimado al alambrado, proseaba frente a frente con Ernesto. Me quedé quietito, escondido en unas matas, observando aquella escena.

¿Qué le sucedió? ¿Se resignó al encierro? ¿Se aburrió de luchar? ¿Se terminó de frustrar? ¿Le encontró sentido a esa forma de vida? ¿El encuentro con su nuevo amigo de alambrado por medio despertó algo nuevo?

Se les fue la madrugada; el tema sería intere‐ sante. ¿De qué hablaban?, me preguntaba. Seguro Ernesto se despachó contra nosotros por impedirle corretear por el campo, añoran‐ do lo que puede hacer el otro. Nuestro ejem‐ plar tendría varios argumentos para demostrar su tristeza, rabia, impotencia, por estar encerrado. Sin duda el Jabalí tendría más posi‐ bilidad de movimiento en el monte, en el arro‐ yo, en los campos, donde quisiera. Había una singular diferencia entre los dos. El alambrado era el símbolo más relevante de esta imagen.

Si volvemos a la realidad, y traemos estos cuestionamientos a nosotros mismos, me que‐ do con la curiosidad de buscar las respuestas en nuestra cotidianeidad, con un corazón agrade‐ cido a Tata Dios por el regalo de la vida. Así como haya venido, y como hoy la tengamos en nuestras manos. Pidamos al Espíritu que nos regale el don de la sabiduría, para saber reconocer el valor de la libertad, y a la luz de la Palabra de Cristo poder discernir la forma en que la tenemos que desarrollar para encontrar el verdadero sentido de lo que nos toca vivir.

Me pregunté si el visitante sería totalmente libre. Aparentemente no hay duda. Pero su disposición de libertad terminaba en el primer perro cazador que lo olfateara, en la jauría rodeándolo y en la mira telescópica del cazador. Seguro lo corretearon en la madrugada y terminó en las casas asustado. Si la libertad era el tema de charla, se habrán encontrado en sus aparentes diferencias pero también en sus similitudes.

Que en el encuentro con los hermanos poda‐ mos mirarnos frente a frente, a pesar de reconocernos separados por los alambrados que nos construimos, para que en esa donación de experiencias nos acompañemos a buscar un sentido nuevo y la paz interior reinará a pesar de los pesares.

Con el tiempo Ernesto cambió. Desde ese encuentro se veía más calmo. Dormía tranquilo


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