BMI:MAG #30

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The value of a precious metal or gemstone is always indirectly proportional to its abundance in nature, or how easy it is to obtain, obeying an unwritten law of the market that regulates the economy, the logical outcome of the balance of the forces of demand and supply. Sometimes, though, the value is influenced by the age of the asset in question as well as its relative rarity. Diamonds are a classic example. Formed up to 1.6 billion years ago, their impervious nature means they can endure for an eternity. But that’s not enough – we need to satisfy the insatiable hunger for uniqueness that this sector is known for, a primary objective of the watchmaking industry. This may have seemed only a daydream, until someone had a brilliant idea - why limit ourselves to our home planet when we can look to outer space! Or in practical terms, those objects from outer space that have rained down on the Earth in the form of debris. Meteorites, in other words, potentially up to 4.5 million years old, fascinating and mysterious evidence of how the solar system was formed. Worked, sliced into impossibly slender disks and polished to become watch dials, after undergoing a nitric acid treatment to bring out their unmistakeable geometric designs the scientists call “Widmanstätten patterns”. This intriguing textural look was chosen by Hermès for its Arceau l’heure de la lune with dual rotating disks floating above the dial, showing time and date, highlighted by Piaget on its elegant Altiplano with ultraflat case, shown off by Jaquet Droz as a complement for the dual off-centred dials on its unusual Grande Seconde Off-Centered Meteorite, or simply displayed for its intrinsic beauty, in much the same way as a scientifically precious object in the Natural History Museum – like Romain Gauthier’s Prestige HMS.

ALTIPLANO by PIAGET

La preciosidad de un metal noble, de una piedra, ha sido desde siempre indirectamente proporcional a la abundancia del mismo en la naturaleza. O a la facilidad para encontrarlo. Una ley de mercado, que no ha sido escrita y que regula la economía, la lógica resultante entre la demanda y la oferta. A veces, lo que también puede hacer oscilar el valor es la edad del bien que se utiliza. La baza que, a menudo, está directamente relacionada con su relativa rareza. ¿Un ejemplo clásico? Los diamantes. Piedras cuyo origen puede llegar hasta 1.600 millones de años atrás. Gemas originarias de un pasado muy lejano que, también, están destinadas a sobrevivir a la eternidad, por su destacada propensión a la indestructibilidad. Bien, pero no es suficiente. A tal punto, que dar con algo mejor para calmar el hambre insaciable de unicidad que distingue este sector, ha sido siempre el objetivo primario de la relojería. Utópico, por lo menos por la intuición que se reveló determinante y relevante: comenzar a prestar atención no solamente al planeta en el que se reside, sino al espacio abierto. O, por lo menos, por una cuestión de practicidad, a todo aquello que haya llovido de aquel espacio en la Tierra como detrito. Meteoritos. Relictos ferrosos, potencialmente viejos de hasta casi 4.500 millones de años, fascinantes pero, a su vez, misteriosos descartes materiales que son testimonios de la formación del sistema solar. Elaborados, seccionados en discos angostos y pulidos para convertirse en esferas. Sin antes tratarlos con ácido nítrico para que puedan emerger aquellos diseños geométricos inconfundibles, definidos científicamente como “Estructura de Widmanstätten”. Textura imprescindible, montada por Hermès en su Arceau l’heure de la lune, con dos contadores móviles para las informaciones de la hora y de la fecha. Enfatizada por Piaget en su elegantísimo Altiplano con su caja ultra plana. Exaltada por Jaquet Droz como complemento de su esfera desdoblada y descentrada de su Grande Seconde Off-Centered Meteorite. Y, ¿por qué no?, exhibida en el Museo de Historia Natural por su belleza intrínseca, sobre todo si el resto arqueológico posee un alto valor científico. Es el caso del Prestige HMS de Romain Gauthier.

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