No Damos Catedra

Page 1

No damos c谩tedra taller de investig/acci贸n urbana

[pensar el espacio, resistir el desalojo]


No damos cátedra www.nodamoscatedra.blogspot.com nodamoscatedra@gmail.com diseño: solcomunicando@gmail.com papanuel 2009

No damos cátedra. Taller de investig/acción urbana está bajo una licencia de Creative Commons 2.5 :: Atribución/No comercial/Compartir :: BY

NC

SA


-3

–¿No damos cátedra?

–Sí. Ese ha sido el nombre que hemos querido darnos, hace ya más de un año. Pero antes de ponernos a explicar el por qué de éste, quisiéramos acercarles una pregunta, que es también un problema, que aún hoy nos inquieta y nos reclama seguir pensando: ¿es posible hacer experiencia de otros modos de producción de conocimiento no parcelados por la máquina-academia? Decimos que la academia es una máquina que opera cercando las tierras comunales del intelecto. De la misma forma en que el trabajo vivo produce a su opuesto –el capital, trabajo muerto acumulado-, la academia se nos aparece como la privatización de la inteligencia del común. Esta mercantilización requiere, asimismo, que la máquina produzca la escasez de su producto, es decir, que recorte de entre un inagotable fondo –sin fondo- de saberes comunes, una propiedad plena de sabiduría. La certificación académica, el anhelado título, compondrá así con el capital una perfecta máquina: soportará una dominación basada en el principio de la desigualdad de las inteligencias. El mando del capital sabrá vestirse así con los ropajes de la racionalidad y/o de la naturaleza. En todas partes no habrá ya más que ordenamiento policial de los cuerpos –ese mal hábito de la/s jerarquía/s-; a cada cual le corresponderá pues hacerse del lugar que le ha sido asignado como propio en el reparto, ocuparse de lo suyo. Estudiante será quien sepa consagrarse a la servidumbre.


4-

No damos cátedra

¡Pero si son Uds. unos privilegiados! ¡Hablan de la academia cuando persiguen el mismo título del que reniegan! –se nos dirá. Es cierto. Pero cuando no hay afuera del capital ¿adónde podríamos ir? Indefectiblemente en él, intentamos pasar de un espacio a otro, haciendo lo posible por no golpearnos. Habitamos la máquina, somos producidos por sus dispositivos. Empero, así como el hecho de que el capital produzca industrialmente modos de vida no elimina la emergencia del antagonismo, habitar la máquina no impide que le hagamos sabotaje. Al igual que cualquiera, somos capaces de resistir al dominio del capital creando alguna otra cosa. Un desafío nos consume: desalambrar las tierras comunales del intelecto. No profesamos la arrogancia del propietario en territorio conquistado; quisiéramos que los campos que habitamos dejasen de ser dominios. La experiencia del borde resume así lo impensado mismo. Afirmar la ruptura; fugarse sin por eso arribar a ninguna parte. No el afuera, sino el entre. Podemos la autogestión; podemos lo que cualquiera puede. La proliferación de experiencias de autoorganización en los márgenes de la máquinaacademia remite a una verificación en acto de la potencia común del intelecto; un indicio de otros modos de ser-en-común que escapan a la formamercancía. No se sabe de dónde vienen, pero vienen, se encuentran. La máquina procede consagrando separaciones, produciendo jerarquías; nada hay más peligroso para ésta que la confusión. Nosotras/os no queremos reparar en sus codificaciones; sabemos que esa puerta ha sido hecha para solicitarnos, mas nuestras miras apuntan hacia otra parte. Hemos nacido para contribuir a la confusión generalizada; queremos volvernos indistintos. Indistintos, no uniformes. Ante el muro de la normalización, quisiéramos abrir pasajes, grietas, poner en funcionamiento otras tantas máquinas contra el


taller de investig / acción urbana

Estado. No consideramos nuestro pensamiento un ministerio, no buscamos impartir órdenes; queremos hacer experiencia de la potencia común del intelecto. Hemos querido nombrar aquello que hacemos como “investig/acción”, es decir, una investigación que se reconoce a sí misma acción. Un encuentro con el otro –en el que nosotras/os también nos encontramos-, un dejarnos afectar por la situación abierta. El nuestro es un taller de co-producción (de saberes disidentes en torno) de modalidades de vida urbanas. Envueltos en ellas, confundidos en ellas, hacemos experiencia, actualizamos, inventamos otros posibles. Ni un soliloquio, ni un coloquio, ni un paper. Polifonía de voces, resonancias múltiples –irreductibles a lo Uno-, recombinaciones, afinidades. Crear, pensar, delirar. Es pretencioso, lo sabemos. Pero también sabemos que la potencia del hacer/ pensar común nos asiste. Nuestra apuesta es por la autoorganización del trabajo vivo, la cooperación y el apoyo mutuo. No sabemos cómo hacerlo. Para encontrar los modos hemos puesto a andar un colaboratorio contra la privatización de la experiencia, un pensamiento sin buró central, una máquina delirante. Pero, ¿qué son todas estas etiquetas? No más consignas; se trata de dejar de repetir, reanudar el juego y así poder escuchar la música, derribar los muros. ¡Ah!, teníamos que contarles el por qué de un nombre… bueno, sencillamente, porque no hay jerarquía en la ignorancia. Indisciplina urbana

¿Cómo confundirnos con los otros y sus saberes? Esta es la pregunta a la que buscamos inventarle, al menos precariamente, alguna que otra respuesta. Un año hace ya que le damos vueltas. ¿Cómo dejar

-5


6-

No damos cátedra

atrás los cercamientos disciplinarios?, ¿cómo recombinar nuestros saberes con otras disciplinas?, pero también, ¿cómo producir desbordando las separaciones consagradas, trascendiendo la academia y su producción industrial de modos de ser –modos de ser que, sabemos, arrastramos en torno nuestro-? O lo que es lo mismo, ¿cómo producir indisciplinadamente? El pensamiento remite siempre a la apertura de problemas. A éste poco le importan las propiedades, nada sabe de cercos disciplinarios, se confunde fácilmente. Se trata de poner algo en común, y ya se puede echarlo a andar. No hay que privarse, para esto, de ir a ver qué pasa al lado. No confinarse; por el contrario, hay que ser impropios. Al encuentro con el otro emergen los saberes comunes, las afinidades, las complicidades. Ser libre significa no ser función. Tampoco disciplina. El pensamiento no observa límites. Es por esto que, al encuentro, nos hemos encontrado implicados, envueltos en la situación. A partir de allí comenzamos a pensar, incluso contra nosotras/os mismos. Nos sorprendimos al ver emerger la desmesura de la metrópolis urbana como un interrogante –y ya no como una propiedad-. Quisimos pensar la máquina y sus dispositivos específicos, y hasta incluso aquello que, al mirar, no se deja ver, es decir, que aparece como el puro medio del medio: la máquina mediática-espectacular. La metrópolis nos reclamaba, asimismo, pensar las subjetividades emergentes, aquello que resulta del encuentro de los cuerpos y dispositivos. Los modos de ser-en-común. Hay allí un conflicto latente, lucha, antagonismo. Y quisimos tomar parte, porque formábamos parte. Esgrimiendo algunos saberes menores, nos arrojamos a la tarea. Y compusimos algunos textos, algunas máquinas mutantes. Buscábamos algo en común y no un terreno que cercar. Y en el camino encontramos algunos cómplices. Decimos que queremos crear un urbanismo indis-


taller de investig / acción urbana

ciplinado, aún cuando nada tenemos que ver con el urbanismo. Porque, al igual que cualquiera, podemos servirnos de él. En este cuadernillo abordamos algunas percepciones en torno a lo urbano que nos urgen poner en común. Son parte de una producción fragmentaria, que se quiere en situación, que se piensa envuelta en ella y con ella se produce, se altera y compone. Al pensarlas nos pensamos a nosotras/os mismos: de eso se trata la autonomía.

-7



-9

Andar es no tener un lugar

Propiedades

Bajo la pretensión de univocidad propia de la ciudad-concepto, Michel de Certeau reconoce los rumores de una multiplicidad de operaciones, es decir, la imposibilidad de reducir la ciudad vivida a una representación desencarnada, sin trayectorias, sin cuerpos. La ciudad como una propiedad, entonces, parte de postular una significación pura, más allá de toda habitabilidad por un cuerpo, es decir, exenta de toda opacidad, siendo la experiencia del espacio “lo impensado mismo de una tecnología científica y política”. Habitables

Sin embargo, más allá de un texto urbano originario, unívoco, habitar la ciudad es hacer algo con ella, reanudarla en un deambular que, al mismo momento, la funda; es decir, es producir el espacio desencarnado como espacio vivido, pletórico de significaciones y afectos, por tanto, ya no homogéneo y vacío o, lo que es lo mismo, desencantado. En el encuentro con la ciudad, entonces, no hay el puro espacio, sino una apertura de un posible indeterminado que la intención de obrar –que es, a su vez, un significar- de un cuerpo propio inscribe. De esta manera, la ciudad habitada es siem-


10- No damos cátedra

pre opaca, un magma de significaciones en permanente ebullición, entorno de apropiación afectiva. Así, hacer experiencia de un espacio es mantener con él una relación de afectividad y ya no de dominio; como en el juego, que suspende todo ordenamiento en un instante pleno, así el andar actualiza un desvío, es decir, produce líneas de fuga en el saturado orden de lo unívoco, las cuales se inscriben en el espacio como marcas, referencias de lo propio. Entonces, quizás se pueda decir que andar la ciudad es abrir espacios de libertad, hacerla habitable, inscribir en ella un mundo propio, entendiendo así las prácticas como potencia instituyente; a su vez, en el reanudar la ciudad emerge la estrecha vinculación entre habitar y hábito –es decir, las significaciones que portamos en torno a nosotros. Desvíos

Si habitar es volver habitable, entonces el desvío ocupa la ciudad, permanentemente se inscribe en ella; sin embargo, como veremos, la reasimilación espectacular/mercantil se revela su reverso, anulando las referencias locales, despojándolas de toda peligrosidad. Según Christian Ferrer, los espacios de transgresión “no aparecieron como un injerto del infierno sino como un brote moral, consecuencia de intensas y oscuras necesidades”, por tanto, como emergencia del gasto improductivo en el plan maestro de la ciudad. Así, la pretensión ascética de un naciente capitalismo industrial no se producía sin resto, y la ciudad ordenada, transparente, daba paso, en los intersticios, a las opacidades de la ciudad


taller de investig / acción urbana

prostibular, a la vez marcada por lo desmesurado, el oprobio y la tolerancia. Capturas

Por un lado, entonces, la imposibilidad de negar el cuerpo propio, la inscripción de lo afectivo, corporal, libidinoso en el cuerpo de la ciudad, por el otro, la pretensión desencarnada de un dominio sobre éste, reduciéndolo a mera máquina obediente. Así, el reverso del orden paranoico/policial de la mirada se revelaba un orden colador, mucho más oneroso cuanto que excesivo en sus mecanismos de vigilancia; por ende, antes que desterrar comportamientos considerados desviados, los asumiría como objeto de su administración, sabiéndose, a su vez, una tarea siempre inconclusa, desbordada. Se trataría, entonces, de tránsitos entre ambas, de contemplaciones antes que rupturas, es decir, no de reprimir la ilegalidad sino de “establecer una frontera móvil entre la ley y su transgresión, con el fin de dominar sus desplazamientos”, además de valorizarlos. Lo propio de este ordenamiento de los placeres no sería ya, no podría ser la amputación sino la recodificación. Así, la captura se revela cifra de un poder tanto más productivo cuanto que se muestra como anónimo, impersonal, bajo el signo del equivalente general: la forma-mercancía, incluso si la encarna en modos aberrantes como la trata. Resistencias

Y, sin embargo, molecularmente, las resistencias, que no son meras reacciones sino creaciones,

-11


12- No damos cátedra

experimentaciones en torno al cuerpo social normalizado, trazan silenciosos ardides, puntos de fuga al margen de todo ordenamiento urbanístico y/o captura. Así, el incesante reanudar las prácticas microbianas, los sabotajes imposibles de manejar por el poder espectacular-mercantil, deja entrever la potencia autónoma del trabajo vivo. Sin embargo, contra toda ingenuidad, el deseo de código reintroduce más eficaces mecanismos de control. El orden reina, la normalización modela los cuerpos.

Andar es no tener un lugar.


-13

títu

lo

Flechita hacia arriba: continúe derecho, hacia adelante, sin doblar ni retroceder, como caballo con orejeras que, domado a golpe de rebenque, tira obediente del carro. Flechita zigzagueante: zona de curvas, primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda, o primero hacia la izquierda y luego hacia la derecha, pero nunca dos veces seguidas hacia una misma dirección, siempre moderado, nunca extrema. Rayita blanca sobre fondo rojo: contramano, prohibido avanzar, terminantemente prohibido continuar, por aquí se vuelve, se retorna, se regresa, se viene pero no se va. Los carteles indicadores con señales viales son –tautología mata metáfora- indicadores de lo que vendrá, borras de café que pre-vienen el por-venir, anticipan las huellas que el paso


14- No damos cátedra

indefectible del tiempo –que no por pasar es tiempo- imprimirá por espacios que aún no se han llegado a transitar. El camino ya fue trazado, sea a contramano, de una mano o dos manos, ya fue delineado de antemano, y al caminante, transeúnte o peregrino –mal que le pese a Serrat y su poesía- no le queda más alternativa que obedecer al anonimato de las señales viales. El camino es uno e idéntico a sí mismo, siempre el mismo, la singularidad del viajante se diluye en su invariabilidad y las señales viales anulan la posibilidad de cualquier bifurcación. Pero los carteles indicadores no sólo anticipan y obligan (o, mejor, obligan y, obligando, anticipan) un camino a recorrer sino, también, ubican, marcan los espacios y, entre estos, los cuerpos de quienes los transitan. En la ciudad cuadriculadamente diagramada, con líneas rectas e intersecciones de 90º que deshabilitan la contingencia de sentirse como perro en cancha de bochas (excepto cuando de imprevisto se cruza una diagonal que traza cinco o más esquinas donde, bajo ciertas condiciones de normalidad, no debería haber más de cuatro y, quien allí se encuentra, queda girando sobre su propio eje como un rombo de mil colores), cada calle tiene un nombre, cada casa un número y cada habitante un domicilio. A cada cual su lugar: el nombre de un insigne prócer, de algún país vecino o la fecha de alguna ilustre batalla –que, por supuesto, ganamos-, y también un número que sube o baja dependiendo hacia donde se camine, que es par si se está en una vereda e impar si se está en la de enfrente. Así se ubica a las personas, así se las encuentra, sobre todo de noche: cuando la oscuridad, el miedo y el aire libre –que nunca es libre sino esclavo del viento, que es mucho más que aire en movimiento- se con-funden y cada cual regresa a cobijarse a la intimidad de los casilleros


taller de investig / acción urbana

-15

inscriptos en la segunda página de sus DNI´s –o de la del cambio de domicilio en los casos en que corresponda-. El domicilio de las personas es donde llegan las facturas a pagar, las modernas damas de beneficencia con sus modernos informes socioambientales y sus (no tan) modernos bolsones de comida, las cartas de amor que ya nadie envía y los golpes impetuosos del puño policial cuando se hace “lo que no está bien”. Los carteles indicadores están allí afuera, estratégicamente colocados para que todos los veamos, aunque más no sea a fuerza de imposiciones e imposturas. Los carteles indicadores indican aunque nadie les pregunte, y es que su función no es responder preguntas sino dar órdenes –y hacer del orden una realidad ex ante. Preguntando se llega a Roma y, preguntando también, se hacen viejos amigos que invitan a uno a tomar mate y comer pan casero y regalar historias que nunca se hubieran conocido si no se hubiera estado lo suficientemente perdido como para preguntar cómo llegar adonde se quiere ir. Los carteles indicadores, en cambio, no responden preguntas –y, por ende, no permiten hacer amigos-, pero sí las formulan a caminantes distraídos, como en Londres –no la ciudad inglesa sino la más antigua del noroeste argentino, en la que sus habitantes, para diferenciarse de los londinenses, se dicen londrinos-, en donde, al no haber sido sus calles bautizadas –quizás por carencia de insignes próceres o por nunca haber tenido sus habitantes la necesidad de encontrarse (tal vez por nunca haberse desencontrado)-, en varias esquinas se levantan, como un happening vanguardista de los años ´60, un cartel indicador que indica la ausencia del nombre: “?”. No una “?” en las esquinas de una misma calle, tampoco una “? Sur” y una “? Norte”, ni diversas “?´s” numeradas de menor a mayor de forma tal que se pueda dife-


16- No damos cátedra

renciar el domicilio de quien vive en “?1” respecto de quien vive en “?2”. No, simplemente “?”, muchas “?´s” en distintas esquinas de todo el pueblo. Pero existen también otros modos, otras formas –y no me atrevería ya a decir indicar, sino, más bien- de comunicar caminos. Las apachetas son aquellos montículos de piedras cuidadosamente colocadas una sobre la otra, de modo tal que forman especies de torrecitas que suelen encontrarse entre las montañas, en lugares generalmente alejados de las ciudades. Muchos creen que se tratan de cumplidores de sueños, que si uno arma una de ellas y pide un deseo éste luego se realiza, pero lo (in)cierto es que, originariamente, tenían otro uso: quienes anteriormente vivían en aquellos lugares –mucho antes de que un cartel indicador indicara un peligro de derrumbe- las utilizaban para comunicar caminos. Cuando un caminante llegaba a una bifurcación entre las montañas elegía un posible camino y, si al regresar éste le había parecido estaba bien (por ser corto, fácil de transitar o, sencillamente, bello), armaba una apacheta a un costado del mismo. Cuando un nuevo caminante llegaba a la misma bifurcación y veía la apacheta, sabía que alguien más había pasado por allí, había transitado uno de aquellos caminos y éste le había parecido bueno, por lo cual podía optar por seguir el mismo y, si al regresar acordaba con los caminantes que lo habían precedido, colocar una nueva piedra sobre el montículo –o elegir alguno de los otros y, si éste le había gustado, armar una nueva apacheta a un costado del nuevo. Luego, al llegar otro caminante a la bifurcación, éste veía las apachetas y, según cuál sea la más alta, intuía qué camino había sido el más transitado. Las apachetas no obligan, no ordenan, no anticipan el por-venir. Las apachetas comunican una experiencia, hablan sobre lo que un otro vivió en un momento distinto, dicen algo acerca de un po-


taller de investig / acción urbana

-17

sible camino a seguir, como un guiño cómplice entre una marea de miradas o un susurro al oído flotando en un océano de gritos. Las apachetas están allí afuera, al igual que los carteles indicadores, pero no están a-pesar-de sino porque alguien, alguna vez, creyó que su experiencia valía la pena ser comunicada, no toda (lo cual sería imposible pues la experiencia es intraducible), pero sí un fragmento de ella cual imagen metonímica del viaje, una piedra entre otras del montículo. Claro que las apachetas no podrían comunicar demasiado en medio del caos sobre-indicado de las ciudades, y es que ellas son propias de otros parajes, de otras latitudes: tierras de ninguna parte que pertenecen a hombres de ningún lugar. Catamarca – Buenos Aires, Enero – Febrero de 2009



-19

Postales del poder

Las callecitas de Ayacucho tienen ese qué sé yo. Un saber en realidad ajeno, que organiza el espacio, pero del cual podemos reapropiarnos. Ese saber que, como dijo Michel “Torino” Foucault, y simplificando, es poder. En nuestro divagar por la urbe rural del sur de la provincia de Buenos Aires, intentamos atender a los detalles benjaminianos, a los fragmentos que delatan grandes constelaciones, esos relámpagos de indeterminación (o sobredeterminación, según cómo se lo vea) que iluminan verdades fugaces y escurridizas. Era de prever que caminando por una calle que se llama Poderoso nos íbamos a topar con algo. Antes de pensar si el nombre de la calle era un homenaje a un buque, al koinor, o a aquella persona que se ufana de su investura de poder, Ayacucho, tierra de muertos en quechua, nos regaló una señal de que la tumba de los poderosos está en constante proceso de excavación. El poder, o Poder, aunque no lo veamos, siempre está. Pero, cuando lo vemos, cuando lo sorprendemos en un flash inasible, puede mostrar y expresarnos sin quererlo sus debilidades. La microfísica a flor de piel nos hace preguntarnos, ¿quién tiene el poder: he-man(/she-ra) o it-town? Personal o impersonal, impartido por los que lo ejercen o subvertido por quienes se lo apropian y lo desvían de su cauce controlador y pretendidamente ubicuo, esa red de poderes en tensión se manifiesta en números que nombran propiedades,


20- No damos cátedra

nombres que numeran calles y espacios planificados para ser transitados de una manera ordenada por cuerpos no dóciles, pero sí perdidos en una ficción impuesta. Sin embargo, esa trama también se expresa en todos los usos y abusos que podemos efectuar sobre un espacio dado y cuyas directrices podemos hacer estallar en su continente como una botella devenida molotov. Los números que pretenden ordenar un oasis de cemento en un desierto de pasturas y los nombres que se extienden sobre las calles de un pequeño felpudo asfáltico que bienviene a la pampa, se diluyen en la resistencia corporal, en la crítica que ejerce el libre albedrío. Así nos debatimos entre la literalidad y lo metafórico que exuda la composición de una placa numérica que se cae y un nombre apuntalado precariamente. El significado es equívoco como todos, pero la ciudad letrada, como la llama Ángel Rama, en su afán de ordenamiento, deja entrever sus falencias a la hora de aspirar al control absoluto. Estos tropiezos del poder se traducen en resquicios de poesía que, a veces, pueden liberarnos brevemente de las cadenas de la brújula. Y esas experiencias reales pueden permitirnos crear nuestras propias ficciones para ponerlas en común, en una especie de mito destructor refundante.


taller de investig / acci贸n urbana

-21



-23

Crónica de un no-lugar

Las agujas del reloj se alinean en posición vertical y marcan la hora de mayor felicidad del día: aquella en que los trabajadores-usuarios del transporte “público” regresan a su casa tras la finalización de una nueva jornada laboral. El subte de la línea C termina su recorrido en la estación Retiro. El coche se detiene en el andén, las puertas de salida se abren mientras las de entrada permanecen un tiempo más cerradas a fin de cuidar que nadie suba sin pagar. Salgo al pasillo empujado por el resto de viajantes, ansiosos por asomar la cabeza fuera del vagón como cuerpos que luchan contra el agua por salir a la superficie a tomar aire. Al llegar a las boleterías, entre los transeúntes que parecen huir de un lado a otro de manera despavorida, algunas mujeres y niños ofrecen un periódico –aquel que suelen entregar gratis en muchas estaciones- al grito de “La Razooon a voluntaaa”. Según parece, sin voluntad no hay razón: el grito de venta me recuerda a El Maestro Ignorante de Jacques Rancière, quien decía, haciendo de la máxima kantiana una herramienta, somos voluntad servida de razón. Volviendo a la estrategia de supervivencia, la venta de lo gratuito me induce a pensar en los modos en que, lo que para algunos carece de valor, es por otros reapropiado como medio de subsistencia. Similar situación la del cartoneo o la de los ya extintos botelleros, lo cual no tiene nada que ver con la reapropiación capitalista de aquello que intenta extraerse a los flujos del capital, pero en algún punto se le parece: y es que en el capitalismo


24- No damos cátedra

post-fordista todo se recicla, nada se desperdicia, desde la remera con la cara de Lenin hasta la basura del vecino. Subo la escalera hacia la calle, aquella que desemboca en Plaza San Martín. Camino hacia la estación Mitre, uno de aquellos no-lugares que, al decir antropológico de Marc Augé, se caracterizan por ser no identitarios, no históricos, no relacionales. Dentro del viejo y restaurado edificio –vano intento de historización- , sentados sobre cada una de las paredes de cemento que interceden entre boletería y boletería, pibes y pibas, muchas de ellas con bebés en brazos, extienden la mano abierta hacia delante, palma para arriba, y balbucean “una moneda por favor”. Son muchos, al menos uno por cada ventanilla, más unos cuantos dando vueltas, observando con desparpajo a los transeúntes que pasan, soportando miradas de reojo que expiran dejos de lástima, miedo, curiosidad y asco. Las boleterías son los espacios de circulación de las posibilidades de viaje, de acreditación de viajantes por medio de la adquisición de boletos. A ellas se dirigen los transeúntes para adquirir, por medio de la puesta en circulación de su dinero, el boleto que los acreditará como viajantes legales, entre quienes se mezclan los polizones que, por alguna u otra razón, no pagan el permiso que los habilita para el viaje. A ellas se dirigen también los pibes y pibas a solicitar el sobrante del pago de acreditación, el vuelto por la compra del boleto. El transeúnte deviene viajante al momento de cruzar la barrera –tanto real del molinete como simbólica del boleto en tanto medio de acreditación- que separa los espacios de libre tránsito de aquellos en que éste se vuelve restringido, se vuelve viaje. El tránsito no requiere acreditación ni permiso, o al menos no en tanto no esté limitado por la privatización del espacio, ante lo cual


taller de investig / acción urbana -25

deja de ser tránsito. Éste es el desplazamiento libre de los cuerpos por el espacio público vuelto espacio de tránsito –bien podría ser otra cosa en tanto lo que allí acontezca sea también otra cosa: un debate político como expresión de ciudadanía o la constitución de intimidad como emergencia de habitación. Los sujetos devienen transeúntes al desplazarse libremente por el espacio. El transeúnte es un sujeto nómade, desterritorializado, no es sujeto del espacio que transita en tanto no está sujeto a él. No alcanza a establecer relación de pertenencia alguna con el espacio, en tanto y en cuanto no pertenece a éste ni éste le pertenece: el espacio público es de todos y, por ende, de nadie. Es el limbo al que iban a parar las almas de los niños no bautizados antes de ser abolido por la Iglesia; el éter, ahora simple vacío, por el que transitan los astros. El tiempo –relativamente intrínseco al espacio y sólo analíticamente escindido de aquel- deviene, en el espacio de tránsito, temporalidad inaprehensible, agua que se filtra entre los dedos. En el espacio de tránsito es siempre tarde –temporalidad tardía-, ya que, como tiempo del por-venir, su sentido está puesto en un momento otro que el instante en el que se transita. Éste, el sentido de la temporalidad tardía, se encuentra circunscrito al lugar de llegada, de arribo, el cual nunca deja de estar adelante, hasta que se llega y se deja transitar. El viaje es producto de la privatización, pero no del espacio, sino de la relación de éste con el tiempo: lo privatizado es el desplazamiento de un punto a otro del espacio en un tiempo menor al requerido por el tránsito, es decir, por el desplazamiento sin boleto o acreditación. El viaje es la posibilidad de llegar antes, la temporalidad tardía del tránsito es su condición de posibilidad. El viaje se paga, se compra, y más cuesta cuanto más trayec-


26- No damos cátedra

to se viaje, lo cual, claro está, implica también más tiempo, pero el valor del boleto es predeterminado por la cantidad de espacio a recorrer –a recorrer debido a que el permiso debe siempre adquirirse ex ante del viaje-, y no por los minutos a viajar.

Respecto a la circulación, ella requiere de una serie de condiciones –por ejemplo: la condición del dinero como prostituta universal- que permitan un movimiento constante. Refiere, como la palabra lo indica, a aquello que se desplaza en círculo: lo que entra en circulación lo hace en un punto cualquiera del espacio, el cual no afecta su condición de cosa circulante, y luego retorna a éste que ya no es el mismo que antes sino que es otro, como los dos extremos de un hilo que se juntan luego de rodear un perímetro, la circulación de los planetas alrededor del Sol, el flujo de capitales líquidos, el eterno retorno nietzcheano o la revolución en términos físicos. La temporalidad de la circulación es otra que la del tránsito: ésta no cuenta con un punto de llegada así como tampoco de salida, es temporalidad


taller de investig / acción urbana -27

indefinida. La circulación es constante y variante, no tiene un adelante y un atrás, un más temprano y un más tarde. Cada momento de la circulación es una nueva multiplicidad inmedible respecto a la que la precede y la que la prosigue, e incluso también respecto a sí misma: como las partículas de un átomo en movimiento, cuyas probabilidades de medición requieren de la negación, justamente, de su propio movimiento. Los transeúntes transitan hasta y por la estación, ponen en circulación dinero que vuelve en calidad de permiso de viaje –boleto- y luego viajan en línea recta –que es siempre la distancia más corta entre dos puntos cualesquiera del espacio- de un lugar de salida a otro de llegada, a no ser que se pierdan en el flujo continuo y variante de la circulación, como aquel del cuento de Cortazar Texto en una libreta. Extiendo un cuerpo más la cola por la adquisición de mi condición de viajante en tren mientras observo la casi nula comunicación entre los pibes –que no transitan ni viajan ni circulan- y los transeúntes que pasan. Una de las pibas sentadas sobre los bloques de cemento carga un bebé en brazos y se mueve de atrás hacia adelante en forma compulsiva, como si fuera una mecedora que alguien empuja. Tiene la mirada perdida, con un brazo sostiene al bebé para que no se caiga y con el otro suplica alguno de los vueltos que el vendedor de boletos entrega. Un grupo de cuatro pibas pasan delante mío, caminan en hilera de mayor a menor, la más grande aparenta tener unos doce, la que marcha última, descalza, no más de siete. Llevan las cuatro unas bolsitas de pegamento. La que encabeza el grupo se detiene y, tras ver la bolsa de la más chica, le pega un cachetazo en la nuca y la reprende en forma interrogativa: “¿Qué hacés jalando vos pendeja?”, demostrando ser la más grande y, por ende, aquella con más experiencia en la


28- No damos cátedra

cuestión. Luego continúan las cuatro su marcha zigzagueante –máxima distancia entre dos puntos cualesquiera del espacio- por la estación. Identidades no idénticas en un espacio de no-identidad.


-29

Tachas un sábado a la tarde por Plaza Pizzurno.

Un fantasma recorre Buenos Aires. No es, claro está, el Fantasma de la Ópera –ni el fantasma del Ópera-, ni el fantasma al que los siempre bien recibidos interinos en La Capi hacen referencia a la hora de caracterizar un personaje extravagante: lo que en el barrio de Boedo llamamos el diferente, el distinto, el especial. Aquel que, además de jugar al ajedrez y tocar el piano, practica tenis, deporte burgués si los hay. El fantasma que recorre las calles del –federalistamente hablando- centro del país es el fantasma del tachismo. Si en el presente año abundarán las tesinas sobre el msn y cómo este, a partir de apodos y subapodos, subjetiva al apodado-subapodado y construye comunidades de pertenencia más reales que lo presuntamente ilusorio de toda comunidad, en cinco años chorrearan las tesis sobre el tachismo. El tachismo, para horror de femonólogos, es la copulación –cuidadosa, con una planificación familiar digna de peor suerte- de los significantes taxista y fascismo. Es difícil, cuando una sociedad eligió en menos de diez años personajes tan progresistas como De la Rúa y Macri, identificar al sector más reaccionario de la misma. Quizá, como encontrarle el corazón a la cebolla, es una tarea imposible. Sin embargo, baste quizá tomarse un taxi desde Barrio Norte en dirección a Lugano para –ante la envidia de kioskeros y periodistas- toparse con el que seguramente sea el sector más conservador de la ya de por sí suficientemente statuquoista


30- No damos cátedra

sociedad porteña. Estamos hablando, qué duda cabe, de los nómades trabajadores taxistas. De no haber sido porque lo hizo sin necesidad de enterarse de este desfavorable acontecimiento, el autista de Deleuze se hubiera pegado un tiro –o hubiera tomado una pastilla de cianuro- de haberse enterado que una profesión -¿u oficio?- que se encuentra en permanente movimiento –como si la principal de las enseñanzas trotskistas fuera una biblia para ella- conforma el bloque más sólido del ya amurallado reaccionarismo porteño. Citando al hermoso de Pauls –Alan, obvio, jamás Gastón, Nicolás o el ignoto cuarto hermano-, el conservadorismo, como el pasado, es un bloque. Una, como a un amigo que sabe que difícilmente vaya a modificar los ribetes más insoportables de su personalidad, lo toma o lo deja. Pero, sin atención a lo matices, siempre en bloque. Como una experra tituló una biografía sobre el líder de la organización a la que pertenecía, todo o nada. El tachismo, futuro objeto de investigación de an-metodológicos humanólogos, plantea vario interrogantes. ¿Por qué será que, estando la vaca atada, el ternero no se va? ¿Por qué es precisamente este sector de la sociedad el que logra sintetizar conservadurismos que exceden vastamente el habitáculo de las cuatro puertas amarillentas y negras? ¿Qué tiene que ver, en esta síntesis, los hecho carne hábitos tax-istas? Cuando una se sube a un taxi, además de –respetuosamente- saludar con un debido buen día o buenas tardes al tachero –elemento militante del movimiento del tachismo-, lo primero que realiza, aún antes de dejarse engatusar por ese microclima extraño que construye todo taxi, es indicar el destino –es decir: el camino- que ese viaje, cuyo punto de partida es todo lo que conocemos, poseerá. Podrá objetarse, tan rápidamente como las compresiones


taller de investig / acción urbana

-31

–o sea: justificaciones- arendtianas del nazionalsocialismo de su maestro, que, además del punto de partida, una también conoce el punto de llegada, porque de hecho es una misma la que le indica el destino al taxista –no lo olvidemos: infiltrado del tachismo en un país de cuyas arcas pretende financiarse la construcción del EstadoNación de su secta. Sin embargo, como seguramente se habrá notado, hay algo que media –medianamente bien- entre el inicio del viaje y su final, entre el punto de partida y su destino. Eso que medía, podría argüirse con el despiste propio de todo filósofo –algo habrá que reconocerle a Hanna Arendt o, como lo pronuncia la campestre Carrió, Anna Harendt-, es el mismo viaje, la misma experiencia extraordinaria –y por lo tanto no susceptible de hacer-tener experienciadel viaje. Sin embargo, lo que está en el medio, no es el viaje. Reformulando: el viaje, inevitablemente, forma parte del entre entre un punto y otro, es la conexión que –cual regla de las que nos obligaban a usar en la primaria- se extiende entre un lugar y otro. Aún así, lo que está en el medio, lo que conforma la temeraria penetración del movimiento del tachismo en la sociedad porteña, forma parte del viaje pero no es el viaje, es la parte que continúa siendo parte a pesar de su pertenencia a un todo. Cuando los jóvenes universitarios franceses, mancomunados –es decir: agarrados de la manocon los no tan púberes obreros de misma nacionalidad, perpetraron el mayo francés –el más corto de los mayos, minimalistamente breve en comparación con el pornográficamente prolongado mayo italiano-, una de las preguntas que, a modo de microambiente tachero, decoraban las calles parisinas era si, para instaurar la dictadura de la imaginación y construir la patria socialista en la tierra de la libertad, la igualdad y la fraternidad, había que tomar los cuarteles –más bien pri-


32- No damos cátedra

maverales- de las fuerzas armadas o, en su lugar, copar los medios de comunicación para -con las antenas recientemente socializadas- comunicarle al resto de la población que, desde ese instante, el país iba a ser gobernado por jóvenes que sabían de ambientes laborales lo que los obreros con los que man-comunaban conocían de Marcuse. La disyuntiva, tomar los medios, copar los regimientos, pareciera reactualizarse exactamente cuarenta años después ante la pregunta de si hace falta sacar un solo gendarme a la calle –alguno de los que no haya recibido un tiro en la nuca como agradecimiento de jóvenes morochos pero con muy buena puntería por el tratamiento de aquellos para con estos- para orquestar –con una distribución de funciones un poco más coral que la centralidad que adquiere todo director de orquesta- un golpe de estado. El que, si se es afecto a los contextualismos, debería dejar de ser así llamado, ya que no consistiría en el clásico golpe de estado cívico-militar de los que tantos excelentes ejemplos son encontrables en la historia reciente de Latinoamérica. Si actualmente no hace falta sacar los idiotamente útiles tanques a la calle para perpetrar un golpe, y con la igualmente útil aunque nada idiota presencia de la dictadura del movilero basta, es un tanto absurdo –como planteó cierta izquierda que de tanto correrse por izquierda una de estas mañanas va a amanecer en Australia, pero sin embargo qué difícil es no profesarle afecto- plantear que la resistencia a un golpe mediático recorrería los corredores polacos de una variante posmodernamente zapatista de la tradicional lucha armada urbana tupamara. Aquel corredor, más que polaco, es un callejón sin salida, el pasadizo secreto sin desembocadura de quien no comprende que la ciudad ya no alberga ese tipo de prácticas.


taller de investig / acción urbana -33

Sin embargo, el tachismo, los taxistas que de tanto escuchar Radio 10 se vuelven más papistas que el papa y más fascistas que Feinmann -el que quema los libros, no el ñeri peronista que embarradamente los escribe-, tan móviles como el nomadismo o los grupos de tareas israelitas que recogen el pensamiento deleziano para acribillar palestinos, se mueve libre por la ciudad, con un condicionamiento –jamás determinación, válganos dios- mediático-comunicacional que, dada la concentración de medios y el mayor y mejor papel de estos en la reproducción de determinado sentido común político, aúna, para terror ya no de fenomenólogos sino de deterministas, los condicionamientos económicos y culturales. Ya es un lugar común –en un sentido negativo de la expresión, ya que ningún grupo puede reproducirse (ampliarse) sin lugares comunes- que es difícil la política por fuera de los medios: tal vez, también, sea hora de sumar a aquel reconocimiento el encarnizamiento de que no por ser un trabajador –nómade, para más- que recorre automovilísticamente –es decir: guerreramente- la ciudad se es menos burgués que el funcionario del Ministerio de Educación que se recoge un sábado por la tarde en la puerta del edificio de aquel, mientras la plaza de enfrente esta atestada de tribus urbanas –la indianajonización de la sociedad- con vestimentas tan exóticas como sus peinados. Lo que un interino llamaría fantasmas. Un fantasma más que se suma al fantasma del tachismo que patrulla las calles porteñas.



-35

espaciar

andar des-ubicada ser ondulaci贸n una danza no deslizar por los planos con la tenacidad de objeto que es masa uniforme ser deformidad desconformar no orbitar ni ser 谩tomo pisar fuera del pie perder el tiempo expandir el espacio



-37

Saliendo a ver qué pasa en el barrio

Hojas y hojas se gastan describiendo ciudades, intentando dar cuenta de lo que allí pasa; teorías, escuelas, universidades, intelectuales, grandes nombres, pequeños nombres, medianos nombres, más o menos nombres, abocados a la afanosa y complicada tarea de echar luz a los fenómenos que en ella ocurren. De entre todos los “había una vez…” con los cuales empezar tomamos aquel que nos cuenta que: desde hace mucho, mucho tiempo, lo urbano (para darle cierto sentido o unicidad, o mejor dicho para darle algún nombre a las cuestiones a contar) es visto como una construcción social sobre-determinada por el modo de producción dominante; por ende, se establece que su estructura y dinámica obedecen a las leyes que rigen dicha forma de producción. Esto nos muestra que desde su concepción dentro de la lógica de la ciudad capitalista, el espacio urbano entraña a priori profundas contradicciones en la medida en que su producción se encuentra ligada a los procesos de reproducción de la fuerza de trabajo, bajo la lógica del mercado (mercancía) y la competencia. Es así que se puede establecer que las ciudades son la expresión territorial y por ende reflejan las contradicciones que se desprenden de este sistema de acumulación; es decir, el crecimiento urbano se encuentra articulado a los cambios de este proceso, atrayendo y repeliendo población, al tiempo que produce fragmentación y segregación social a conveniencia, según determinados momentos históricos. En ese sentido, la estructura de


38- No damos cátedra

las ciudades obedecería a una lógica de jerarquización de espacios que se vincula a la dinámica o a la lógica del modelo de acumulación dominante de la época, así como también a su cristalización en la instancia política. Desde esta forma de concebir lo urbano, a partir de los noventa (desde años antes también) se empiezan a pensar los fenómenos urbanos a partir de la resignificación que sufre el Kapitalismo, en lo que se llamó o hace llamar Neoliberalismo; es así que comienza a surgir el concepto de ciudad global. Éste plantea un cambio en el papel y la función de la ciudad caracterizado por el gran crecimiento de la globalización económica que incrementa y complejiza los flujos económicos mundiales, mientras que, por otro lado, hace crecer la intensidad y la demanda de los servicios en la organización de la economía. El papel preponderante de los servicios en la organización económica general y las condiciones específicas de producción que requieren los servicios corporativos avanzados, se combinan para hacer de las ciudades un sitio clave de producción. Creándose así una red de ciudades principales tanto en el norte como en el sur que funcionan como centros para la coordinación, al servicio del capital global. La ciudad global se erige gracias a la combinación de producción/servicios avanzados y la aparición de una economía informacional que gira en torno a centros de mando y de control capaces de coordinar, gestionar e innovar las actividades entrecruzadas de las redes empresariales. Esto es posible debido a la interdependencia existente entre las grandes metrópolis y ciudades intermedias, lo que indica que la ciudad global no se reduce a unos cuantos núcleos urbanos, sino que implica a los servicios avanzados, los centros de producción y los mercados de una red global.


taller de investig / acción urbana -39

El lugar de Argentina dentro de estos reacomodamientos del capital y aparición de estas nuevas metrópolis no aparece determinado de forma tan clara; y, entre lo blanco y lo negro, acá la historia se llena de grises. Por un lado, había una vez un presidente riojano y un pelado ministro de economía que traían consigo la implementación de una agresiva combinación de políticas de estabilización, desregulación y reformas estructurales; entre las que se incluían la convertibilidad (mejor conocido como el 1 a 1), la privatización de empresas del estado así como también de servicios públicos, una importante reforma fiscal, etc. Trayendo no sólo el beneficio y la fiesta (menemista) a unos pocos privilegiados, sino también como contracara una profundización de la polarización social en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Se observan en ella tendencias a la modernización y globalización acompañadas por megaproyectos, inversiones inmensas en hoteles de lujo, restoranes y todas esas


40- No damos cátedra

cosas para que la gente como “ellos” puedan vivir como se debe; pero, a su vez, como otra contracara, la profundización de la pobreza y la exclusión social son reflejadas en cuanto índice se las mire. El cambio de régimen de acumulación cristaliza nuevas dinámicas territoriales y nuevos patrones de metropolización. Estos se reacondicionan en función de lógicas de consumo y de los servicios avanzados, declinando así el rol de la ciudad, bajo la lógica industrial, de ámbito vivencial de encuentro y sociabilidad que la había caracterizado hasta esos años, el Estado como forma de organización declina su tarea de creación del espacio urbano a mero gestor de los negocios del capital. La fragmentación se vincula a la desaparición del funcionamiento global en beneficio de las pequeñas unidades, a la disolución de los vínculos orgánicos entre fragmentos urbanos, al empobrecimiento del continuum espacial y a la repetición de desigualdades en las distintas escalas infraurbanas, con islotes de pobreza junto a reductos de riqueza en el interior de los espacios urbanos. La ciudad a partir de los noventa aparece solamente como un espacio de valorización. Apurados en contar la historia nos olvidábamos de cosas importantes. Cabe aclarar que las figuras teóricas utilizadas así como el nombrar políticas determinadas o índices algunos, tienen detrás a gente de carne y hueso y que todo lo ocurrido no se dio tampoco de la noche a la mañana. Si queremos hacer un poco de memoria lo primero que puede venir a la mente es alguna imagen de los varios desalojos provocados por las expropiaciones para el nuevo trazado de la AU3 o la recuperación de espacios verdes. Quizá alguno de los miles de inquilinos teniendo que trasladarse al conurbano o algún asentamiento, debido a la implementación de políticas como la ley de alquileres, relacionadas


taller de investig / acción urbana

-41

más que nada con la protección de la propiedad privada en la figura del dueño, o la ley del planeamiento urbano que exacerba la estratificación social de la ciudad al restringir la posibilidad de encontrar vivienda a los sectores populares debido al aumento de los precios en la construcción orientada a las clases que sí van a poder pagarla. Más que nada lo que se intenta (y se logra) con estas medidas es el establecimiento de nuevas jerarquías en el espacio urbano, así como una nueva concepción del derecho al espacio urbano (para hablar claro, el famoso “merecer la ciudad” de Cacciatore) y el cambio en la función de la ciudad en clara sintonía con lo que va a venir en los años siguientes, que nosotros ya explicamos antes. Si bien la primavera alfonsinista intenta alguna que otra cosa para tratar el problema de la vivienda (así encontramos el programa de erradicación de villas o la mesa de concertación del movimiento villero), encuentra legislación pero no voluntad política. Así, como quien no quiere la cosa, llegamos a los noventa, conjugación perfecta de los procesos de represión y cambios económicos de la dictadura (que establece, como dijimos en el párrafo anterior, una determinada forma de ciudad), procesos de hiperinflación y la implementación de políticas neoliberales puestas en marcha por los intendentes de turno. ¿Perfecta para quién? Se preguntará uno. Claramente no lo fueron para los sectores populares de la CABA. Crecen en ella cantidad de personas que comienzan a tener problemas con la vivienda aumentando la cantidad de asentamientos, ocupaciones ilegales o la cantidad de gente que vive en las villas. Esto acompañado por la construcción de otredades negativas como la del ocupante -intruso aquel que no merece vivir en la ciudad asociada a la figura del inmigrante ilegal-, creándose una especie de tríada maldita que se mantiene hasta nuestros


42- No damos cátedra

días: ocupante, inmigrante –saca trabajo–, chorro o traficante. El discurso se iba a hacer sentir en la carne de estos sectores, en las represiones que se dan en los denominados “desalojos ejemplares”, entre los cuales podemos contar a los del ex PADELAI o las bodegas Giol. Más allá de los hechos puntuales o las historias que podamos contar, que sin dudas las hay y muchas, lo interesante de este cuento es mostrar que a medida que la ciudad se va convirtiendo en un espacio de valorización y esa lógica se va planteando como totalidad, cada vez es menos el lugar en donde sostener las luchas de muchísimas personas que buscan reivindicar el derecho a la vivienda como un derecho humano básico. Esto es lo que pasa hoy en día con el macrismo, por ahora la expresión más acabada (y da miedo porque cada día parece perfeccionarse más y más) de las lógicas que se arrastran desde hace ya muchísimos años, que plantean a la ciudad para unos pocos, estableciendo en sus discursos y en sus llamamientos al “vecino”, quién merece y no merece habitar esta ciudad, restringiendo cada vez más el derecho al espacio público, con ansias privatizadoras al mejor estilo menemista, concluyendo o intentando concluir las recetas noventosas que parecían extinguidas con el frío de los pingüinos (ojo, no es que apoyemos el modelo del frío de la Patagonia pero durante varios años dichas políticas fueron solapadas o suplantadas por otro tipo de discurso). Lo que quizá transforme a esta historia en una de terror es la reivindicación de los estandartes y las recetas que nos empujaron a la situación actual de forma tan pero tan descarada, bajo una alegre puesta teatral-cinematográfica-espectacular de carteles, publicidades, volantes, veredas y veredas de baldosas grises y uniformes, y calles emparchadas, todo bajo un tono amarillo furioso (deberíamos


taller de investig / acción urbana -43

habernos dando cuenta de que el amarillo es el color de la atención, atención) junto a la gran sonrisa macabra de nuestro jefe de gobierno. El discurso de empresa permea toda acción estatal, la lógica de maximización de recursos aparece en cada declaración, las ansias de privatización de la vida brota en cada inauguración de una nueva plaza enrejada, las ganas irrefrenables de represión se escapan -cual saliva de baboso- cada vez que alguien corta una calle o se opone a un desalojo etc. Y como contracara, los que resisten a veces más organizados, a veces más apurados que organizados, a veces cortando calles, a veces bancando un desalojo, a veces aguantando alguna paliza de la patota de la UCEP, a veces en intervenciones artísticas o elaboradas, a veces con lo que se tiene, con bronca, alegres, a veces con la terquedad del que sabe que tiene razón, a veces con la resignación del que siempre fue golpeado, a veces por radios o televisoras disidentes, a veces gritando a veces susurrando, a veces con todo junto, a veces con nada, pero siempre, siempre resistiendo, haciendo que esta historia, la historia de ¿nuestra ciudad?, una historia abierta en disputa y sin colorín, colorado este cuento se ha acabado.



-45

El retorno de lo reprimido

La ciudad avanzó a lo largo de los años como una gran mancha oleaginosa de cemento y asfalto, comiéndose pueblos rurales y anexándolos a su estructura reglamentadora. Así sucedió en la primera creciente de la urbe bonaerense, con las viejas estancias retiradas de Palermo, Belgrano y San José de Flores, por nombrar sólo algunos de los cascos que mantuvieron durante el siglo XX una identidad arraigada como barrios. Actualmente, muchos de esos barrios delimitados dentro de la pretendida autonomía de Buenos Aires mutan su identidad congénita en el marasmo de torres, hoteles de lujo, calles comerciales y adaptadas al turismo con referencias neoyorquinas; territorios ganados en base al desalojo y que se rigen por la lógica del mercado. Y fuera de los límites porteños, el proceso expansivo de la urbanización continúa hacia el sur, el oeste y el norte del Conurbano. Sin embargo, esta mancha civilizadora encuentra resistencias sintomáticas. Es el caso de las villas de emergencia, que permanecen envueltas como vacuolas, como traumas de una memoria oficial que las relega en el olvido y busca erradicarlas con un rastrillo más allá de la General Paz. El Estado las aísla como forma de desconocimiento, las cubre para que no sean visibles para el resto de la sociedad, esperando una improbable declinación en la lucha cincuentenaria que mantienen sus habitantes para que esos barrios sean urbanizados y, por consiguiente, sean integrados al resto de la ciudad (y sus calles aparezcan, por ejemplo, en la guía filcar). Porque la urbanización, claro, no debería ser entendida únicamente como un negocio inmobiliario,


46- No damos cátedra

sino que además debería implicar mecanismos de integración a zonas y personas con escasos recursos de subsistencia, que habitan esas tierras por el derecho de años de ocupación o por el derecho ad hoc de haber ocupado territorios ociosos. Esta es una de las tensiones que pueden reconocerse en el complejo mundo de las políticas urbanas en general, y habitacionales en particular. Y la actual gestión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires tomó uno de estos extremos como estandarte de su ciudad-modelo. Las políticas de vivienda del resto del país o de gestiones anteriores en la ciudad lejos estuvieron de ubicarse del otro lado de la balanza. En este sentido, el violento desalojo del ex Patronato de la Infancia durante la gestión de Ibarra (que ahora será cedido al gobierno español para montar un centro cultural, a costa de una cooperativa con derechos sobre el inmueble) no encuentra grandes diferencias con el del edificio de Bolívar y Moreno en 2008, donde se construirá un hotel cinco estrellas. Pero el cinismo del gobierno macrista frente a esta problemática alcanzó grandes niveles de exhibicionismo. El déficit habitacional se complementa con una política sistemática del desalojo, cuyas víctimas deben retirarse fuera de los límites de la ciudad, o bien establecerse en las villas y barrios precarios, en esas burbujas donde la represión se ejerce por acción u omisión. Esta política represiva no parece tener una solución positiva, lo cual puede detectarse dentro de las exiguas partidas presupuestarias habilitadas para el área. Y por más que eso pueda ser visto como una falta de política, en su negatividad también es política. Y es la política supresora, expulsiva, represora que un gobierno teje a partir de la cesión de recursos estatales a las distintas dependencias que directa o indirectamente influyen en las ejecuciones de esa directiva.


taller de investig / acción urbana -47

Un breve recorrido por algunas medidas y proyectos de la gestión Pro pueden darnos una idea más o menos global sobre una política fragmentaria, opaca y torpe en materia urbanística y habitacional. Por más que exista un esfuerzo para difundir a través de innumerables carteles un aparente paquete de medidas, el gobierno hace caso omiso del régimen de lo visible, que evidencia su inacción. La proliferación de carteles amarillos con la H muda de “Haciendo Buenos Aires” ejercen el mismo efecto de tapa-que-tapa de cualquier diario masivo. Un enunciado cuyo discurso pretende controlar las trayectorias desviadas del deseo nacido del conflicto. Precisamente, detrás de ese decorado se libera una batalla invisibilizada que lleva años y que lejos parece estar de su fin. Una de las primeras medidas del Ejecutivo porteño fue enviar a la Legislatura un proyecto de ley que transfería funciones del Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC) a una empresa del Estado (es decir, mixta, con capitales públicos y privados) como la Corporación Sur. De esta manera, iba a compartir junto al IVC, un ente autárquico, la planificación estratégica de políticas y programas relativa al desarrollo urbano dentro de la ciudad; mientras que la administración central sólo se reservaría la atención de la emergencia y la asistencia en cuestiones habitacionales a través de la Unidad de Gestión de Intervención Social (UGIS). Finalmente, este proyecto cargado de contradicciones y que posibilitaba la superposición de funciones entre tres organismos distintos (divide y reinarás) con el fundamento de lograr mayor “eficacia” y “agilidad”, no pudo ser tratado en sesión legislativa gracias a las protestas de asociaciones y grupos barriales que fueron oídas por la oposición de turno. A pesar de que muchos de los y las funcionarias del actual gobierno de Macri ostentan maestrías en administración pública de


48- No damos cátedra

universidades públicas y privadas -donde una de las líneas más fuertes que se bajan es que toda política pública se destaca por su carácter integral-, antes que administrar este gobierno prefiere tercerizar decisiones en áreas sensibles. A través de la UGIS, el Ejecutivo se reservaba los núcleos habitacionales del norte de la ciudad, aquellos más rentables pero también más conflictivos, como el de la Villa 31 y 31 bis. La pelea mediática que comenzó el macrismo contra las casas en altura construidas con elementos precarios fue la primera piedra para autorizar la intervención reguladora del gobierno en ese territorio. Pero el intento se vio pronto apagado por los cortes de la autopista Illia que realizaron los y las vecinas de la Villa, y que desestimaron el ataque con fichas amarillas de TEG. De todas formas, y más allá de esta derrota legislativa que dejaba ver sus intenciones, el macrismo continuó echando mano de sus propios recursos administrativos para socavar la legitimidad de las organizaciones villeras. La UGIS, con su simpático nombre de pizzería popular, basó su actividad en entrometerse en los barrios más postergados de la ciudad con punteros y patotas para obstaculizar las elecciones de delegados y juntas vecinales. Este organismo dependiente del Ministerio de Desarrollo Económico tiene la función de “formular, implementar y ejecutar programas y planes habitacionales que se definen en orden a las villas de emergencia, núcleos habitacionales transitorios y barrios carenciados (…) Organizar, ejecutar y supervisar las obras de solución, mejoramiento habitacional, mantenimiento del hábitat en las situaciones de necesidad en villas de emergencia y barrios carenciados e integrar a la trama de la ciudad por ejecución de obras de construcción o autoconstrucción”. Es evidente que la letra de una ley es las más de las veces un mero ornamento. Por otro lado, este de-


taller de investig / acción urbana -49

creto de Macri habilita a la UGIS a reglamentar las elecciones barriales, en un intento por intervenir cualquier esbozo de autoorganización. En este sentido, ni siquiera la “ley de leyes”, la de presupuesto, es tomada al pie de la letra. La sub-ejecución presupuestaria que ostenta el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en los primeros dos años de gestión Pro es significativa en el área de vivienda. Uno de los ítems que se cumplió a rajatabla fue el otorgamiento de créditos. Claro que este título podría parecer positivo si no se tratara de los créditos irrisorios que se les da a las familias desalojadas para establecerse en hogares temporales o en la provincia de Buenos Aires.

Pero tal vez uno de los hechos más emblemáticos en esta materia fue la participación de la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP), una fuerza de choque encubierta que se encargaba de desalojar a la fuerza a okupas, sin techo y demás “agentes del desorden” de forma violenta,


50- No damos cátedra

sustrayendo sus pocas pertenencias y actuando fuera de su propio reglamento. En la lista de sus intervenciones irregulares, podemos incluir los desalojos de la Huerta Orgázmika de Caballito y la de la Plaza Houssay, entre otras. Este organismo dependiente del Ministerio de Ambiente y Espacio Público, según las últimas informaciones oficiales va a ser disuelto y sus funciones pasarán al área de Desarrollo Social. O sea que lo que deja de existir es una sigla demasiado estigmatizada, para que una nueva tropilla se encargue del trabajo sucio. El ministro de Ambiente y Espacio Público Juan Pablo Piccardo, heredero de la Nobleza, dejó traslucir la idea de democrazzia que tiene el Pro en el discurso que brindó en las discusiones de presupuesto 2010 en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Allí explicó que la misión de la UCEP es “equilibrar las necesidades de los vecinos con las de las personas que no tienen recursos”. La Unidad, que iba a tener un presupuesto quintuplicado para el año que viene, se encargaba primero de diferenciar a los vecinos y vecinas de las personas con bajos recursos. Luego, la forma de equilibrar necesidades era borrando a las personas en situación de calle del espacio público. De esa forma la vecindad no iba a tener con quién compararse. En definitiva, los aumentos de presupuesto en distintas áreas relativas al ordenamiento y control del espacio público se producen a costa de destinar esos recursos a la solución de la problemática de la vivienda en la ciudad de Buenos Aires. Las medidas que el gobierno porteño trazó en dos años en materia habitacional se basaron en el diseño de unidades represivas para suprimir las trayectorias que se desvían de una cartografía neoliberalmente ideal; y en el incentivo a las familias desalojadas para trasladarse hacia el Conurbano como parte de un efecto rastrillo.


taller de investig / acción urbana

-51

Pero la desatención de problemas estructurales nos hace esperar que el inconsciente villero de la ciudad -alimentado de una conciencia política histórica construida por sus habitantes- pronto emerja como el retorno de lo reprimido, como una pesadilla en las filcar de quienes “hacen” de Buenos Aires un cartel amarillo y mudo.



-53

La ciudad enferma. El mundo inmóvil.

No otra cosa que el control es lo que Mauricio Macri pretendía realizar arrasando, recientemente, una huerta comunitaria, en el barrio de Caballito. En el saturado orden de la mercancía, todo resquicio considerado indeseable debe ser, como la huerta, erradicado. Si los modos legales no fueran suficientes a los fines, bien se podrá recurrir al obrar de grupos de tareas y, de esta manera, normalizar, des-intrusar la ciudad. Para la normalización que inviste los cuerpos, entonces, no ya lo diferente, pasible de ser industrializado como producto-vedette, sino aquello que pone en suspenso las coordenadas espacio-temporales de la forma-mercancía, es lo que debe ser dejado al cuidado de las topadoras y los mercenarios del control. ¿Ya estará bueno Bs. As.? Una similar pretensión de control, asimismo, ocupará las representaciones. El ruido blanco de los medios, con sus tecnologías de normalización en torno al común, como es de esperar, no se hizo eco del orgásmico murmullo huertero. Control, se nos ha dicho, es el nombre del nuevo monstruo que viene a reemplazar al orden disciplinario de los cuerpos. No se tratará, por cierto, de temer o esperar, sino de buscar nuevas armas. * * * Habría que preguntarse qué cosa distingue a una huerta comunitaria. Quizás con ello logremos entender qué era aquello que resultaba intolerable para el gobierno macrista. Rápidamente podemos


54- No damos cátedra

adelantar que, en ella, ya no se trata de la mera provisión de alimentos, como tampoco se puede reducir la experiencia a la de un vivero. La provisión de alimentos, sea en un almacén o verdulería, es cosa otra. La vivencia huertera no tiene que ver con la posesión de dinero, sino con la inmediatez del propio hacer, que es, a su vez, un hacer con otros y la tierra, en ambos casos con una modalidad específica de relacionarse, no reductible a puro medio, instrumento. Producción y autoabastecimiento de alimentos –no bombas-, plantas medicinales y otras variedades bio-diversas conformarán la experiencia. Importa además el modo. Se compartirán saberes-prácticos y experiencias eco-lógicas en torno al hacer, como también se interrogarán las modalidades industriales de producción, agroquímicos y agronegocios. Impacto socio-ambiental. Soberanía alimentaria, autosustentabilidad. Asimismo, se cuestionarán las formas de vida urbana, sea el borramiento de las marcas propias de la ciudad –y su concerniente estandarización bajo el código de las franquicias mercantiles-, los fastuosos negoci(ad)os inmobiliarios, como también la auto(in)movilización como cifra de la máquina de máquinas –y su contraparte caótico-polucionada. Se interrogarán los modos alimenticios basados en la vida animal, proponiendo a su vez el veg(etari)anismo. Se recompondrán lazos sociales con el barrio, realizando encuentros de todo tipo, además de con otras experiencias similares que habitan el espacio de lo público. El espacio verde será entendido ya no como mero estereotipo, sino como consustancial a la vida, lejos del asfalto, los cercos y las rejas. Se podría decir, entonces, que sustraer al común la experiencia que antaño residiera en el propio saber-hacer, es ya un momento de la privati-


taller de investig / acción urbana -55

zación social. Los modos de relacionarse hablarán, de esta manera, de cercamientos en torno a lo colectivo. Habrá supermercado y urna. La experiencia huertera buscará hacer proliferar otros modos de ser. Las plazas compondrán, con ella, un espacio donde habitar la cosa común, y ya no la privatización securitaria, o mejor aún, el ordenamiento policial de los cuerpos. La ecología pareciera ser ya un discurso común en boca de los mismos que, a su vez, producen industrialmente más muerte y contaminación. Es claro, no persiguen sino valorizar nuevos mercados –y el espectáculo, va de suyo, no deja de hacer lo propio. Sin embargo, contra la pretensión de los mercaderes, la ecología remite a una significación originaria del capital –el dominio instrumental-, la cual informa la totalidad de la vida. Con ella hará emergencia, entonces, la inaplazable pregunta por lo común. La experiencia huertera, por tanto, prefigura otros modos de habitar la metrópolis urbana –y su difuso entramado de dispositivos-, ensayando así prácticas sociales específicas de reinvención ecológica -ambiental, social, individual -, sustraídas éstas a la pretensión de dominio-sobre. Se tratará, entonces, de hacer experiencia de otros modos de estar en el mundo, con los otros y las cosas. Quizás sea esto lo que distinga a la huerta. Allí se habita como si dijéramos más originariamente el mundo, puesto que se abren los posibles a una singular manera de hacer experiencia de él. Esta vivencia, cuidadosa del ser, puede ser considerada si no originaria, al menos deseable –la voluntad es allí un tender hacia otras modalidades del ser-con-otros. Pensar las maneras de ser específicas que allí han tenido lugar, por tanto, es pensar no sólo las formas organizativas autónomas que han sabido darse, las redes que se han tejido con experiencias


56- No damos cátedra

afines, sino también la experimentación de formas de vida resistentes, anómalas, refractarias al control, o lo que es igual, al muro de la normalización. Lo que acontece en los márgenes, entonces, nada tiene de marginal. Distinto que la experiencia privada de mundo –y del otro- que la privatización social encarna, lo que allí aconteció traduce una verdadera práctica terapéutica. Si la normalización produce una forma privatizada de individuo, entonces, forzosamente, hemos de devenir minoritarios. Se tratará así de hacer sabotaje creativo a la máquina. * * * Quien haya leído La conquista del pan sabrá la importancia que Kropotkin atribuía al alimento para un proceso de autoorganización social. Contra la concepción jacobina que reducía todo a la conquista del poder político, es decir, a la conformación de nuevos patrones –aunque éstos se llamasen comisarios-, posesión de la máquina-Estado mediante, Kropotkin diría que hay que asegurar, primero, el pan para todos. ¿Cómo? No es cuestión de recetas, es claro, pero resulta condición de posibilidad para ello que el común se sepa servir a sí mismo, es decir, que se autogestione y no ya que se subordine a las órdenes dictadas por los hombres de buró central. Los usos comunales, la cooperación y el apoyo mutuo, o lo que es lo mismo, la invención de nuevas formas de la autoorganización social serán, entonces, requisito fundamental. Sería preciso, por lo tanto, para Kropotkin, que las grandes ciudades cultivaran la tierra, que los parques y jardines de los señores fuesen así recuperados. Las tierras estaban, los brazos se prestarían al trabajo de igual manera, la inteligencia


taller de investig / acción urbana -57

del común se portaba consigo mismo ¿qué más haría falta? Nos da gusto pensar que esta propuesta comunitarista, pensada para otras circunstancias, es claro, y a la que sólo cabe agregar la pregunta en torno a los modos de ser de la técnica, y su referencia a lo ecológico, ha sido y aún hoy es verificada por experiencias moleculares como la Huerta orgázmika. Quien busque en la huerta la lucha final, de seguro, no la encontrará, aquella barricada no dará, acaso, lugar a tan ansiada –pero no menos míticaestocada. En la huerta, las irreductibles formas de vida que se han sabido experimentar proliferan como indicios, aquí y ahora, de otros mundos, es decir, de otros modos de hacer-ser, dentro, contra y más allá del capital. El ensayo de la autogestión, por tanto, inscribe líneas de fuga en los bordes del cuerpo normalizado de la ciudad, espacios de libertad que, al tiempo que la hacen habitable, abren a un puro tiempo-ahora, inventando así otros posibles.



-59

La justicia de los ilegales

La Ley y la justicia en ocasiones se nos aparecen como si fueran dos cosas semejantes o, cuanto menos, correlativas entre sí: como si la función de la Ley fuera implantar justicia, o como si la justicia se expresara a través de la Ley. Sin embargo, más allá –o más acá- de las luces platónicas de la apariencia, las cosas resultan ser bastante distintas. La Ley no es más que un puro límite, frontera o línea que cruza por en medio de la calle, que franquea los campos y atraviesa nuestros cuerpos de-limitando lo legal de lo ilegal –de aquí la extrema preocupación de los legisladores por instituir leyes claras y precisas que permitan, en su prolija enunciación, erradicar el mayor vestigio posible de malentendidos y contradicciones. A un mismo tiempo que de-limita, la Ley subjetiva: constituye en su de-limitación sujetos legales e ilegales. Unos y otros –aquellos que quedamos de un lado y del otro del límite que la Ley traza e impone- no somos sino los derrotados de las luchas en que, bajo el filo de la espada del Estado, fuimos vencidos y convencidos del deber de agachar la cabeza ante su letra, que también es espada y Ley y Estado: significante soberano. Por el lado de la justicia, la situación resulta un tanto más confusa y compleja. Ésta no se presenta de manera tan clara, precisa y prolija. Ella se esconde vergonzosa bajo un manto de sombras que impide su justa designación. El filósofo francés Alain Badiou, en una conferencia dictada en el año 2004 en la ciudad de Rosario, sostenía que tal opacidad se


60- No damos cátedra

debe a que “no hay testimonio de la justicia, nadie puede decir: `yo soy el justo`”. De este modo, la justicia se nos presenta como un campo abierto de disputas por la institución de su significación, mientras que la Ley, por el contrario, disputa su lugar en lo social como significante soberano e instituyente –pero instituyente (vale decirlo una vez más) de lo legal y lo ilegal, no de lo justo e injusto. En tanto campo de disputa, la justicia nos exige tomemos posición frente a ella. ¿Qué pensamos de la justicia?, ¿qué es lo justo y qué lo injusto? Ello mismo se preguntaba Badiou en la conferencia arriba citada, y proponía como respuesta una definición políticamente activa de justicia. La justicia –nos decía- es “toda tentativa de luchar contra la esclavitud moderna, lo que significa luchar por otra concepción del hombre”, distinta a aquella que lo constituye en cuerpo que consume y sufre. A partir de esta serie de sintéticas reflexiones, podríamos sin inconvenientes deducir que, si la Ley no se corresponde necesariamente con la justicia, bien puede suceder que se sancionen leyes injustas. Si desempolvamos rápidamente un poco la historia, podemos encontrar actos de injusticia en la sanción de leyes tales como las de Nüremberg en la Alemania Nazi, o las leyes de Aniquilamiento de la Subversión en la Argentina pre-dictatorial de Isabelita, o la Ley de Residencia elaborada por Miguel Cané bajo el gobierno democrático de Julio A. Roca. Así también, podemos encontrar injusticias no tan evidentes –aunque no por ello menos significantes- en el veto injusto pero legal de la Ley de Emergencia Habitacional en diciembre de 2008 por el gobierno de Macri. Tal medida constituyó el puntapié inicial de un proceso aún abierto de desalojos compulsivos contra diversos espacios ocupados de la Ciudad de Buenos Aires, devenidos en


taller de investig / acción urbana

-61

centros culturales, huertas orgánicas, asambleas barriales, cooperativas de vivienda, fábricas recuperadas. La argumentación a dicho avance estatista fue que la ocupación de los espacios era ilegal y, por ende, sus ocupantes ilegales. Ante tal situación, la respuesta de los ilegales no se hizo esperar y rápidamente se organizaron para resistir a los desalojos. Uno de los lugares que actualmente se encuentra bajo amenaza de desalojo es la asamblea de Flores, ubicada en la intersección de la avenida Avellaneda y la calle Gavilán. Allí funciona un centro cultural en el que se dictan diversos talleres para vecinos del barrio, y una cooperativa de vivienda en la que viven treinta y cinco familias y más de cien personas. En un documental elaborado por activistas del espacio, uno de los jóvenes que vive allí sostiene que el lugar no es un espacio tomado u ocupado, sino recuperado. Los verbos tomar y ocupar refieren a un acontecimiento que se impone desde el presente. El verbo recuperar, por el contrario, nos remite a un pasado que no es directamente asible, pero que resuena en su rememoración a un momento originario que permanece abierto: el momento de la justicia de aquellos que fueron vencidos y, tiempo después, hicieron del instante en que recuperaron el lugar que ahora ocupan (como diría Benjamin) su “chance revolucionaria”1.

1. Quienes saben de análisis de discurso, sostienen que éstos deben interpretarse escindidos de sus enunciadores. Quienes saben de física, afirman que las ondas de sonido –en nuestro caso las vocesno se pierden en el espacio con el tiempo, sino que permanecen gravitando imperceptibles en el aire. En la misma línea en que se


62- No damos cátedra

El espacio –en tanto pura territorialidad- es y fue, ante todo, espacio común de todos y de nadie, luego estatizado, privatizado y de-limitado con la sangre de los vencidos. Es este espacio originario aquel al que los activistas de la Asamblea de Flores hacen referencia cuando mencionan el verbo recuperar. A través de la recuperación como oportunidad revolucionaria, instituida por la Ley y el Estado como ilegal, los ocupantes –o, más bien, recuperantes- recuperaron el espacio del que alguna vez fueron excluidos –que no es otro que el espacio vital de su vivienda, de su trabajo, de su producción y su creación- y lo reconstruyeron como espacio de resistencia. Casi cien años antes de la conferencia dictada por Badiou, el anarquista (no)mexicano Ricardo Flores Magón sostenía que “el verdadero revolucionario es un ilegal por excelencia. El hombre que ajusta sus actos a

piensa la hermenéutica del discurso y la imposibilidad de que existan dos significantes que sean el uno al otro sinónimos absolutos, una misma palabra dicha por voces distintas –e, incluso, por una misma voz en momentos distintos- no es nunca la misma. En varios de los informes sobre planeamiento urbano del gobierno porteño, éste nombra los proyectos de desalojo –de manera eufemística- como “recuperaciones del espacio público”. Aquí, recuperar no sólo no remite a chance revolucionaria alguna, sino tampoco a un tiempo pasado del verbo. En estos discursos, recuperar implica poner en servicio lo inservible, negar lo-que-hay por ocioso, a sus habitantes por vagos, no-ciudadanos. Es decir aquello a recuperar, según los informes del gobierno, no es un tiempo pasado, sino un espacio perdido: incluir lo excluido –excluyendo aún más lo ya excluido-, insertar en los flujos del capital aquello que se escapa por ocioso en tanto no cuantificable, no valorizable.


taller de investig / acción urbana -63

la Ley podrá ser, a lo sumo, un buen animal domesticado; pero no un revolucionario. (…) Por eso, los Revolucionarios tenemos que ser forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos del camino trillado de los convencionalismos y abrir nuevas vías.” Estas palabras nos inducen a preguntarnos: acaso en este salirse del camino de los convencionalismos, ¿no se encuentra también aquella lucha contra la esclavitud moderna y por otra concepción del hombre propugnada por Badiou, así como también aquella recuperación ilegal del espacio llevada a cabo por los asambleístas de Flores? Si nuestra respuesta es afirmativa, entonces podríamos sostener que la verdadera justicia –la justicia originaria- no es la impartida por la Ley, sino, justamente, aquella que ésta busca aprisionar bajo la estigmatización de la ilegalidad: la justicia de los ilegales.



-65

La ciudad y los ciudadanos 2

La nocion de ciudadania irrumpe en el cuerpo teorico academico, como un concepto fundamental a la hora de subsanar los vacios teoricos que entraña el binomio sociedad y estado. Esta aludiría al conjunto de derechos que el Estado le reconoce a los sujetos que subyuga. Para ser más precisos, habría que decir que el ciudadano es una figura indisociable del Estado-Nación moderno, así como el súbdito lo era respecto a los Estados feudales y las monarquías absolutas (y la cuestión de fondo siempre es la de la legitimidad de los distintos regímenes de dominación); por lo tanto, más que una irrupción, se trata de una renovada atención y debate en torno al concepto3.

2. Este artículo está inspirado en una reforma judicial que el PRO, aprovechando la indiscutida mayoría de bancas que posee en la Legislatura hasta el 10 de diciembre de 2009, intentó llevar a cabo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Al momento de la publicación de este boletín, el partido de Mauricio Macri no llevó a votación el proyecto de ley (cuyo dictamen previo sí logró aprobar en la Comisión de Justicia de la Legislatura), debido a la resistencia que engendró no sólo en una minoría constituida por legisladores provenientes de distintos partidos de la oposición, sino también en diversas ONGs como el CELS y ACIJ. 3. Para un recuento y clasificación de las distintas perspectivas que abordaron la relación entre Sociedad y Estado –y la insuficiencia teórica de aquel marco conceptual tradicional para explicar las políticas públicas que emergieron especialmente con el Estado de Bienestarpuede consultarse el realizado por Sonia Fleury en “La naturaleza del Estado capitalista y de las políticas públicas”, capítulo que abre Estado


66- No damos cátedra

En una primera aproximación, digamos que la ciudadanía se construye -o se destruye (o de-construye)- en la medida que los sujetos van adquiriendo -o perdiendo- los derechos que el Estado le debe reconocer. Asimismo, se fortalece (o se debilita) en la medida que los ciudadanos ejercen (o no) los derechos adquiridos. En una segunda aproximación, podemos distinguir dos niveles. Uno es el plano formal, abstracto, de los cuerpos legales y normativos que rigen, o intentan regir, la vida social. El otro es el plano concreto, en el que se puede constatar que las leyes no son sino letra muerta toda vez que no se cumple con ellas. Basta contrastar la Constitución Nacional con una ligera observación de nuestro alrededor, o incluso por lo difundido en la coyuntura actual por cualquier medio masivo de comunicación (aún los más reaccionarios, que actualmente, y a tono con las denuncias de la no menos reaccionaria Iglesia Católica, dan cuenta del incremento de la pobreza estructural en nuestro país) para poner en evidencia que los artículos de la Carta Magna no pasarían de ser más que el producto literario –con pomposas pretensiones políticas- de un puñado reducido de juristas. Llevando estas discusiones al terreno de los conflictos que nos ocupan (de los cuales no se han hecho eco los medios masivos de comunicación), podría decirse a modo de ejemplo que la expropiación definitiva de IMPA, sancionada por la ley 2969/2008, es una conquista popular que

sin ciudadanos. Seguridad Social en América Latina (Lugar Editorial, Buenos Aires, 1997).


taller de investig / acción urbana -67

se expresa tanto en el plano concreto como en el plano formal de la legalidad. Concreto, porque en los hechos los trabajadores ocuparon la fábrica y la pusieron en funcionamiento, reivindicando su derecho a trabajar contemplado por la Constitución Nacional. Formal, porque el sistema legal posteriormente se vio obligado –por la constante lucha, no exenta de conflictos internos, que supieron dar los trabajadores de IMPA- a reconocerles este derecho y a explicitarlo en una norma específica. Ahora bien, el escenario actual nos encuentra con la inminente declaración de inconstitucionalidad de dicha ley por parte del juez Héctor Hugo Vitale -el mismo que aplicó sin miramientos la ley de expropiación definitiva en la quiebra de Ghelco- tras lo cual ordenaría nuevamente el desalojo de la fábrica para su posterior remate. Según el comunicado de prensa que los propios trabajadores lanzaron el pasado 10 de agosto, la razón de esta medida es un negociado inmobiliario que dejaría 6 millones de pesos a repartirse entre Vitale y Debenedetti, síndico de la quiebra. Si éste desalojo tuviera lugar, es decir, si esta vez al juez Vitale se le ocurre hacer caso omiso de una ley sancionada por el Poder Legislativo de la Ciudad de Buenos Aires, podría inducirse que la lucha consagrada en el plano legal y administrativo carece de importancia; que no tiene sentido pelear por la sanción de una norma, como en su momento pelearon los trabajadores de IMPA y de otras empresas recuperadas, si más tarde aparecerán grupos con significativo poder económico e inclinarán las leyes a su favor (sobre todo si los jueces tienen un “sentido de la propiedad” hipertrofiado). Al lado del caso IMPA, hay innumerables casos concretos y particulares que dan cuenta de la violación sistemática de los derechos de las clases subalternas. Considerados en su conjunto,


68- No damos cátedra

y por inducción, no es descabellado llegar a la peligrosa conclusión de que en el terreno legal no hay disputa que valga la pena. Aquí no se pretende hacer una apología de la legalidad, sino de pensar por qué razones es necesario –si es que es necesario- seguir dando pelea también en ese ámbito. Una buena razón podría ser de índole discursiva. Y acá entramos de lleno en el plano de la disputa de sentido, de la lucha en el campo de lo ideológico, y sobre todo en la construcción de la imagen de sí mismos, que los políticos le encargan a sus publicistas, y que difunden a través de los holdings mediáticos, con la colaboración de sus periodistas adictos. Para exigir la obediencia al Estado, los defensores del “orden” (en todas las acepciones que este término soporta), son concientes de que les es posible avanzar sobre los derechos adquiridos de los gobernados siempre y cuando se esté actuando dentro de la ley. De no ser así, entrarían en contradicción con aquel discurso que brega por la “calidad institucional” (este término, el último grito de la moda en la política marketinera, es un muy buen ejemplo de lo que, en la teoría discursiva de la ideología, Laclau denominó significante vacío). Este límite legal/discursivo, que en cada caso particular nos coloca a un lado u otro de la línea imaginaria que separa a los “honestos” de los “delincuentes”, es una de las tantas razones por las cuales Macri, a través de métodos más o menos groseros, se ve obligado a reformar el marco regulatorio con el que debe operar. Lo hizo al derogar, mediante el decreto 9/2009, la ley 2973, aquella que suspendía los desalojos de los inmuebles del GCBA mientras estuviese vigente la Emergencia Habitacional, prorrogada por la ley 2472/2007 hasta el 2010. La próxima reforma ya no será por decreto, sino que –probablemente en aras de una mejor “calidad institucional”- el macrismo tendrá la de-


taller de investig / acción urbana -69

licadeza de impulsar una importante reforma judicial recurriendo a la Legislatura porteña, donde mantendrá una cómoda mayoría hasta el 10 de diciembre. El proyecto de ley, que iba a votarse en las primeras semanas de octubre4, por un lado faculta al GCBA para recusar un juez sin motivo alguno (eso sí, a uno sólo) cada vez que le llegue una causa. O sea, si el magistrado le ha fallado desfavorablemente en juicios anteriores, puede reclamar que el nuevo litigio quede en manos de otro juez. Por otro lado, y esto me parece lo más grave, establece que toda persona jurídica deberá ofrecer una contracautela como requisito previo a la presentación de un amparo judicial, es decir, deberá responder con un bien de su patrimonio por si el amparo no tiene lugar en el fallo del Tribunal. Para analizar este nuevo orden legal que pretenden

4. Según Página 12, uno de los pocos medios importantes de la prensa escrita que cubrió este tema (el absoluto silencio de Clarín y La Nación en relación a esta reforma judicial es por demás significativo, por no hablar de los medios electrónicos –radio y TV- que tampoco dieron a conocer estas informaciones de alta relevancia política y social), la ley comenzaba a discutirse en la legislatura en la semana del 5 de octubre. Parece ser que la reforma aún no se votó, ya que las últimas novedades publicadas al respecto se refieren a la conferencia de prensa convocada por el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Asociación Civil por la Igualdad y las Justicia (ACIJ) y otras organizaciones sociales, para exigir que no se lleve adelante esta reforma. Para una información más detallada de la cuestión, ver: “Un freno a los jueces que molestan” (Página 12, 30/05/2008), “Un límite macrista a la justicia” (Página 12, 24/09/2009), “Ugolini Jueza, sea como sea” (Página 12, 27/09/2009) y “Una reforma judicial con sello PRO” (Página 12, 28/09/2009), que al menos hasta el día 9 de octubre también podían encontrarse en la versión digital del diario.


70- No damos cรกtedra

imponer el PRO, y sus eventuales aliados, hay un caso relativamente reciente que pone en evidencia el retroceso que significarรก esta reforma para los sectores populares.


taller de investig / acción urbana

-71

A principios de año, unas setecientas familias que ocupan inmuebles del GCBA ubicados sobre el tramo 5 de la traza de la ex autopista 3, fueron notificados respecto a un inminente desalojo administrativo (la ley 1408 ya había sido vetada por Macri en el 2008). Fue el indicio más claro, hasta entonces, de que éste gobierno está dispuesto a desplazar barrios enteros, y transformar a su antojo la demografía de la ciudad, a la par que concreta negociados con empresarios del sector inmobiliario. Si bien Macri ya había hecho públicas sus intenciones de erradicar villas (plan que no pudo concretar gracias a la resistencia de las organizaciones que en ellas residen), ahora se les estaba intimando a miles de personas a que abandonaran una zona que comprende catorce manzanas dentro del barrio de Villa Urquiza. Cien de esas familias, lejos de resignarse, presentaron entonces sus respectivos amparos ante los Tribunales Contenciosos Administrativos de la Ciudad de Buenos Aires, y la jueza Elena Liberatori falló a favor de ellas. En su resolución, la Dra. Liberatori consideró que los desalojos no tenían como contrapartida una “vivienda digna”, sino apenas un subsidio.5

5. Algunos aspectos a destacar del caso de la “ex AU3” son: a) en primer lugar el hecho de que buena parte de los vecinos que resistieron los desalojos se encontraban organizados desde hacía varios años, al punto tal de que obtuvieron dos leyes –la 324 y la 341- con las que se apuntaba a una solución definitiva a su problema habitacional, mediante una línea de créditos del IVC que tenían como objetivo la compra de los inmuebles por parte de los mismos ocupantes; b) el carácter extorsivo que caracterizó la oferta de por parte del GCBA, de acuerdo a las palabras de los propios vecinos; c) la campaña mediática de desprestigio hacia los ocupantes, quienes fueron tildados de delincuentes por parte del mismísimo


72- No damos cátedra

Ahora bien, una vez concretada la reforma macrista ¿qué ocurriría ante un nuevo desalojo masivo que el GCBA decida llevar adelante, como el que se les notificó recientemente a las 27 familias que ocupan inmuebles sobre la Avenida Caseros al 1600/1800? En primer lugar, estas familias sin vivienda sólo podrían presentar un amparo si previamente ofrecieran un bien patrimonial como garantía (y si se ven obligados a ocupar un inmueble es de suponer que carecen de medios para alquilar una vivienda digna). En segundo lugar, suponiendo que los vecinos pudieran sortear este escollo iniciando un expediente para litigar sin gastos, si el caso recayera en manos de la jueza Liberatori -o cualquier otro magistrado con un historial de fallos desfavorables al GCBA (o mejor dicho, contrarios a medidas tales como los desalojos administrativos que no consideran la vulneración de derechos básicos como el de vivienda)- los mandatarios que dicen defender el patrimonio Estatal podrían recusar a esta jueza –reitero: sin dar motivo algunocon la esperanza de que la causa vaya a parar a las manos de un juez al que le parezca correcto dejar, más tarde o más temprano, a varias familias en la calle. En este sentido, no está de más señalar que esta reforma judicial viene de la mano de la designación de Daniela Bruna Ugolini al frente del Tribunal Superior de Justicia: Ugolini tiene el record de fallos favorables a la gestión PRO.

Mauricio Macri, a raíz de la cual el jefe de gobierno fue denunciado ante el INADI. El caso del tramo 5 de la traza de la ex autopista 3 fue seguido por el periódico digital www.lapoliticaonline.com.ar, de donde se recoge la información.


taller de investig / acción urbana -73

Entonces, la segunda razón para no desatender la lucha en el terreno legal y administrativo, es precisa y redundantemente de carácter legal y administrativo. Y esta línea de acción no va en detrimento de la que comúnmente denominamos acción directa, ni significa abandonar aquellas históricas medidas de fuerza que las clases populares llevaron y llevan adelante por la construcción y defensa de su ciudadanía (tomas, piquetes, escraches, manifestaciones y movilizaciones…). De hecho, la presión que se ejerce con éstas medidas es determinante para que el Estado (ya sea a través de un juez, un legislador o un burócrata del ejecutivo) se decida o no a violentar los derechos de sus ciudadanos. Afortunadamente, esta separación entre los diversos tipos de acción, que aquí formulamos sólo a nivel analítico con intenciones de repensar la línea legal/administrativa, no aparece como tal en la realidad; y las clases populares, especialmente cuando se dan a sí mismas cierto grado de organización, no sólo saben muy bien cuándo recurrir a una u otra línea de acción, sino que ponen en evidencia la unidad de la lucha cada vez que -en un piquete o un escrachehacen saber a los demás ciudadanos -a través de pintadas, pancartas y volantes, y también a viva voz o con la ayuda de un megáfono- cuáles son los derechos que se les están negando, o dicho de otro modo, cuáles son las leyes fundamentales que violan los delincuentes de turno al mando del aparato estatal.



-75

La ciudad bella

estar ahí permanecer como yuyo lo indeseado que crece en los jardines más cuidados tener la irreverencia de ser donde no nos interpelan la destrucción de la huerta es el síntoma de un gobierno que piensa la ciudad como su jardín. cuando arrasa las hojas irregulares, las plantas enmarañadas, los frutos que crecen azarosos, amputa el desorden. concilia su sueño de baldosas grises. esas no tiñen los pies ni los embarran. son pulcras. e indistinguen todo andar y todo espacio. borran los rastros de la albahaca y la menta. las veredas planas del olvido. como los frutos, los cuerpos que andan azarosos deben extirparse de la ciudad. nada puede crecer en las calles. ni un zapallo, ni una idea, ni una amistad. la calle no es un frutal.


76- No damos cátedra

la cadencia geométrica de las baldosas marca el ritmo de lo predecible. preserva el desplazamiento rectilíneo. minimiza la exposición –abismal- de quienes deben circular. amortigua el peso de lo común, extiende el espacio privado. ordenar es aplacar el riesgo de lo que acontece. el encuentro con un cuerpo doliente, hambriento, desabrigado fulgura un segundo de incomodidad en la conciencia de lxs buenxs ciudadanxs. la visibilidad de la pobreza en el espacio urbano desquicia el paradigma de la ciudad espectacular, hecha para el goce visual. la ciudad bella no se habita, se transita. es museo, lo que se atraviesa y no se toca. las baldosas no se huellan, no hay trayectorias. el encuentro con el otro, con el pobre, agrieta ese ser-todo-ojos. reclama un cuerpo e incita la experiencia. la eficacia del discurso massmediático de la inseguridad está en garantizar que eso que aflora sea únicamente miedo.


taller de investig / acci贸n urbana -77

el miedo es el dispositivo que reasegura el paso ordenado por la ciudad. es el m铆nimo de experiencia que inmuniza contra la experiencia.



-79

La parte maldita

Ha sido dicho que el concepto de perro no ladra. Esto pareciera ser cierto toda vez que pretendamos aferrar lo que está siendo en una representación. La máquina explicadora, entonces, se revelará impotente cuando de capturar las intensidades se trate. La producción de lo real, sin embargo, bien puede ser motivada a partir de una específica puesta en escena; aquello que se nos muestra, podemos decir, no será otra cosa que la cifra de la normalización. La gripe porcina resultará, de esta manera, de la mercantilización -o si se prefiere, de la explotación- de su imagen-espectacular. Nuestra experiencia urbana no es sin fantasma; es decir, que no hay un puro espacio al cuál remitir, separado de las modalidades en que éste se nos aparezca. Asimismo, reclamará cuerpos: toda experiencia de algo será, a su vez, experiencia de alguien. Pensar ésta, entonces, no será distinto de pensar la opacidad que constituye nuestros modos de ser-con-otros –o también, el nudo de intencionalidades vividas, la traducción. Habitar la ciudad es arrastrar en torno nuestro significaciones. La producción industrial de imágenes de referencia, entonces, compondrá junto a aquellas un mundo vivido. En este magma se actualizará el capital en tanto investidura colectiva de deseo. Asimismo, en esta potencia de in-formación de la experiencia residirá la privatización securitaria. Estas tecnologías de normalización en torno al común, por tanto, redundarán en una auténtica economía de la política. El gobierno de las mentalidades referirá a que cada cual sepa ser su


80- No damos cátedra

propio vigilante. No habrá resquicio alguno por recubrir. El sueño de la razón –una sociedad transparente a sí misma-, será obsesivamente reanudado cada vez a partir de la autogestión del miedo. El cuidado de sí se nos revelará una biopolítica. Foucault y el panóptico

Refiriendo a aquello que luego llamaría una gubernamentalidad, Michel Foucalt nos habla de un dispositivo que reuniría la mirada médica y las formas arquitectónicas. A través del panóptico, entonces, se alcanzaría una mayor visibilidad de los cuerpos; esto redundaría en una vigilancia global e individualizante. El poder de mando se asociaría así a un saber; ambos se reclamarían. El espacio devendría en objeto de regimentación. Mediante tecnologías de gobierno, por tanto, el espacio será organizado en torno a un específico régimen de verdad. El saber-poder, entonces, ocupará las ciudades; prescribirá ciertas maneras de ser-estar, ordenará, medicalizará. La higiene deberá llegar así a todas partes, remitirse a cada rincón oscuro. Lo que encuentra su morada en la sombra traducirá una amenaza. Deberá extirparse y con ello los saberes considerados menores, pobres –saberes niños-; se pretenderá, de esta manera, dilucidarlo todo. Potencia de gobierno; economía de la política. Ante la mirada que todo lo trasluce, sólo restaría obedecer. He aquí la premisa que soportará una máquina en la que, pareciera ser, nadie está al mando. La más pura impersonalidad. “En el Panóptico, cada uno, según su puesto, está vigilado por todos lo demás, o al menos por alguno de ellos; se está en presencia de un aparato de des-


taller de investig / acción urbana

-81

confianza total y circulante porque carece de un punto absoluto”, nos dirá Foucault. Una máquina, entonces, que se quiere sin afuera. La novedad, si es que hay alguna aquí, no reside en la disolución de un centro, sino en entender a éste como estando soportado en apoyos mutuos, recíprocos. Aquí la parte remite al todo como un fondo de silencio que, aunque inaprensible, persiste en su ser. Las insurrecciones contra la mirada, empero, son ardides que el antagonismo traza en torno al cuerpo normalizado; ante éstas, la máquina será actualizada siempre cada vez. Máquina de máquinas

Afirma Giorgio Agamben que “la metrópolis es el dispositivo o grupo de dispositivos que reemplaza a la ciudad cuando el poder asume la forma de un gobierno de lo humano y de las cosas”. Retoma para esto dos modelos de ciudad: el de la lepra y el de la peste. El primero basado en la exclusión, en el poner fuera, buscando mantener así la ciudad pura. El segundo, ante la imposibilidad de expulsar el mal de la ciudad, recluirá en sus casas a los afectados; los vigilará, controlará, es decir, sabrá poner al cuidado. No hay dispositivo sin proceso de subjetivación y des-subjetivación. “La metrópolis es también un espacio en el que un tremendo proceso de subjetivación tiene lugar”, se nos dirá. Los modelos referidos, asimismo, se conjugarán en la ciudad tardomoderna. Pensar la potencia gubernamental de la máquina mediática, entonces, requiere de reasumir el incesante reenvío a otros dispositivos. ¿Se puede pensar la gripe porcina sin hacer lo propio con el dominio instrumental,


82- No damos cátedra

cuya expresión pone en acto la producción intensiva de alimentos? La palabra (plena) de orden de los especialistas, a su vez, debe poder ser suspendida; deberá desocultarse, para ello, el silenciado acontecimiento de una autoría sin nombre cuando de crear un virus de nuevo tipo se refiera. Pensar los modos en que habitamos nuestras ciudades reclama, además, la pregunta en torno a lo que un cuerpo puede. La ciudad se compone al encuentro de los cuerpos y dispositivos. Emergiendo de un difuso entramado de tecnologías de gobierno, la máquina mediática se nos mostrará como un nodo privilegiado de la red. Momentos inseparables de una totalidad indivisa, aquí también, aquello que se recorta como figura, no excluye un fondo, el cuál nunca deja de estar por eso allí, al margen, pronto a ser reasumido cada vez en un específico ordenamiento. Asimismo, la estructura figura-fondo, según refiere Maurice Merleau-Ponty, sobreentiende la presencia originaria de un cuerpo propio para el cual esta emergencia acontezca. No habría espacio/tiempo para mí si yo no fuese cuerpo. Hacer experiencia del tiempo y el espacio, por tanto, es reanudarlo activamente, apropiárselo. Aquello que debe hacerse presente en la ciudad, diremos, es la experiencia vivida del rechazo a la normalización; la suspensión de la experiencia privada de mundo y del otro reclama de este modo la ingobernabilidad de los cuerpos. El cuidado de sí

¿Cómo pensar, entonces, la gripe porcina por fuera de sus representaciones mediáticas? ¿Cómo no retenerlas en torno nuestro? ¿Es que acaso un


taller de investig / acción urbana -83

real vivido nos exime de este compromiso con unas significaciones industrialmente producidas? ¿No presupone por el contrario unas significaciones que pareciera confirmar cada vez? ¿Cómo no pensar en la valorización de la imagen-espectacular de aquella? Y ¿cómo ésta, a su vez, se reanuda con la privatización securitaria, o si se quiere, el ordenamiento policial de los cuerpos? Se nos dirá que hay muertes, que se trata de una pandemia. Pareciera entonces que el valor de la imagen-mercancía remite –por fin- a un real; arrastra en torno a sí –diremos- su referente. Transparente como la pura técnica de los especialistas que se apresuran en dar sus opiniones, allí emerge lo real. No hay forma de apariencia alguna que pueda distorsionarlo, no hay distancia. El puro medio del medio lo sostiene, luego nosotros lo habitamos. El valor de la imagen-pandemia encuentra su valor de uso: la pura coartada. La novedad, sin embargo, no residirá aquí en que el (puro medio del) medio produzca industrialmente un real vivido como tal. No es aquello lo que se recorta como una figura de nuevo cuño sobre un fondo de tecnologías de gobierno. Nos dirá Robert Castel que estar protegido es, asimismo, estar amenazado; pretender dominar los riegos de la existencia redundaría, entonces, en vivir rodeado de sistemas de seguridad. El riesgo de fallar se nos mostraría, de esta forma, como su irreductible contraparte. Lo que hará falta siempre ya será más control. La radicalidad de esta –desmesurada- demanda, podemos decir, traducirá una significación nodal del capital: el dominio instrumental. El cuidado de sí, diremos, compondrá un mecanismo de control con el cuerpo-capital, el cuerpo-recurso, el puro cálculo y su racionalización, la pura utilidad –y entonces ¿una pura servidumbre?-. Cualquier semejanza con el orde-


84- No damos cátedra

namiento neoliberal que dispone una políticaque-no-es-ideología, sino una pura técnica de gestión no será pura casualidad. En ella residirá la consumación de una gramática utilitaria; una economía de los cuerpos, una mentalidad dada al cálculo. Lo que habrá que rechazar será la pérdida de sí, el gasto improductivo. Habrá que cuidarse, sobre todo, obsesivamente, del otro; en él reside la amenaza. En el contacto, en el encuentro. El virus es invisible; habitará, se recluirá, en todas partes y en ninguna. Reducir los rincones oscuros, las sombras, resultará, de esta manera, imprescindible. Tomar parte en el control, clasificar, ser impersonal. Ser cada cual su propio vigilante –y el vigilante un amigo-, a la vez que se persiste en vigilar al otro y, llegado el caso –de ello dependerá nuestra salud-, se lo denunciará –la imposibilidad de trazar un límite entre lo que es propio de la cosa y lo que ponemos en ella, revelará aquí una dimensión ética irreductible-. Recluirse, higienizarse, resguardarse. Exigir -y adquirir- más seguridad. Controlar el espacio de lo público, dejarlo todo en manos de los expertos. Proteger, por fin, la propiedad. * * * La mutación en las tecnologías de gobierno se nos muestra como un pasaje en acto. A la política sanitaria de Estado, el (puro medio del) medio no tardó en efectuar un socava-miento acorde a lo escenificado en días del conflicto llamado del campo. Potencia de gobierno desplegada. Si el difuso entramado de mecanismos de gobierno se reclama como momentos de una totalidad indivisa, en la cual, como en la estructura figura-fondo, unos se nos muestran, otros permanecen al margen, ésta no será reductible al puro mando; la productividad de la máquina me-


taller de investig / acción urbana -85

diática, entonces, algo nos dice respecto de las transformaciones operadas en la gubernamentalidad. Alcanzar el punto de ingobernabilidad sigue siendo la tarea que viene. La pérdida de sí deviene sabotaje. Lo que se escapa a la servidumbre, la vida, se juega, es decir, se sitúa en las oportunidades que se encuentran. El aprendiz de brujo Georges Bataille.



-87

En el cielo ¿las estrellas?, en el barrio ¿los vecinos o las barriadas?

Una ciudad es una mamushka. No vivimos en una ciudad –como cantaban setentistamente Pedro y Pablo- sino en muchas, aun sin salir –supuestamente- de la misma: he aquí el quid de la cuestión, no hay Lo uno a la hora de hablar de las ciudades, sino siempre Lo múltiple. No una ciudad sino muchas, aunque sea dentro del mismo catastro o nominación. ¿Qué tienen en común las experiencias de caminar por Villa del Parque (VDP), allí donde los vecinos -esa categoría tan aristocráticamente decimonónica como neoliberalmente propia del siglo XXI- todavía -¿todavía?, ¿es una cuestión de todavías?- reciben la tardecita con puertas y ventanas abiertas -supuestamente inconscientes de la constante ola de robos que, según los principales medios de orinación, asola la ciudad-, con hacerlo por Recoleta, allí donde tampoco se cruzan demasiadas personas por las veredas, pero en este caso porque la seguridad privada pagada por los vecinos ejerce un más o menos estricto control sobre los habitúes de esas calles y acequias, motivo por el cual ante la identificación de un extraño de esos lares las luces de alarma se prenden en las esquinas de las calles repletas de altos edificios y adolescentes de casas bajas? Lo que no existe en estos barrios, los barrios nortes de una ciudad que no es una sola ciudad, son las memorias de lo que alguna vez fue la ciudad: no ya la borgeanamente mítica fundación de Buenos Aires por lo que hoy es uno de los tantos Palermos –Palermo Soho, Palermo Hollywood,


88- No damos cátedra

Palermo Bronx, Palermo Entel-, sino lo que la(s) ciudad(es) fue en un pasado no demasiado lejano, es decir, considerablemente reciente. Estos barrios, los barrios inmobiliariamente seductores por excelencia, son barrios psicóticos, barrios sin pasado y con puro presente, barrios inmanentes no por antiestructuralistas o posparanoicos sino por obcecada plegación a un presente que –unidimensionalmente- no conoce otra dimensión que su propia existencia, a lo sumo pro-yectada a un futuro donde se puedan hacer mejores tretas: son barrios donde, aún sin plebeyos trenes de por medio, los puentes han sido dinamitados, no hay puentes que conecten y separen con los pasados de los que siempre se parte. ¿De qué se habla cuando se habla de barrios? Se corre el riesgo, pareciera, de cierto isomorfismo barrial, de atribuirle cierta existencia humana independiente a espacios que –como casi todo en la vida- obedecen a una sobre-determinación de factores y no a una unilateralidad de motivos. Hemos salido del determinismo, reduccionista como todo determinismo, del marxismo economicista que suponía –y, tristemente, ahora sí todavía, aún supone- que proletarizarse e irse a vivir a los barrios bajos era el modo de –conductistamente- corregir los defectos pequebuses engendrados por el nacimiento y crianza en un ámbito pequeñoburgués –como si el entorno obrero, ejerciendo la labor de correa de transmisión política-ideológica, fuera el reaseguro de la orgásmica toma de conciencia clasista que llevaría a adoptar el punto de vista de la clase obrera-, para re-caer en otros dos determinismos, que no por antagónicos resultan dispares, aunque no necesarios, es decir imprescindibles el uno para el otro: el reduccionismo chabón que -isomórficamente- le atribuye determinadas características más o menos inmutabes a


taller de investig / acción urbana

-89

determinados barrios –Palermo es cultural, Almagro tanguero, Barrio Norte cheto, Villa Crespo judío, Boedo aguantador, Parque Patricios progresista, Paternal amante del buen fútbol, Once boliviano-, y, aquel que ha adquirido notoriedad mediática desde marzo del 2008, el reduccionismo geográfico agrícolo-ganadero: las posiciones político-ideológicas de una persona –sí, una persona, para jacobino terror de los que clickean la opción de sinónimos (como si existieran) para no escribir aquella palabra, redundando en sujeto, ser, individuo, según se pretenda más o menos filosófico- no de-penden -es decir, no penden alrededor de determinado hilo personal- de las opciones político-filosóficas elegidas por la persona en cuestión, sino, geograficistamente, del lugar donde nació y creció. Así, es posible escuchar de un cuadro bajo de Federación Agraria, esa corporación fundada a los alcortianos gritos para oponerse a las prácticas –que son prédicas, y viceversa- latinfudistas de la Sociedad Rural con la que desde hace año y seis meses los une el amor y no el espanto en la antimatrimonial Mesa de Enlace, las posiciones ante la indiscriminada –y, según dicen cuadros kirchneristas, albertofernandizta, como, dicen los mismos, la suspensión del conteo de las licencias de los medios de octubre del 2005125 no dependería, por ejemplo, de la visión de la sociedad, el país y su relación con uno –y sólo uno, y, como es sabido, de los que menos empleo genera, y, para mal de males, cuando lo hace suele ser en negro- de sus sectores productivos, la corporación agrícola-ganadera, sino, por caso, de si esa persona nació en América o Valentín González –metrópolis de la patria sojera: ¿de dónde salió, si tan malos fueron los dividendos del sector agrícolo-ganadero del 2003 al presente, el dinero que cimentó el nada español pero muy inquilino


90- No damos cátedra

boom inmobiliario en pueblos y pequeñas ciudades del (mal llamado) interior de la Provincia de Buenos Aires? ¿Todos inversores españoles, rusos o piratas somalíes?- o en Belgrano. Ahora, ¿cómo explicar entonces el apoyo –la apoyatura sexual, el (citando en una cita a ciegas a Melanie Klein para analizar la diáspora entre el mal llamado gobierno y el peor llamado campo) encabalgamiento de una función simbólica sobre otra alimenticia- de muy porteños -¿o portuarios?- habitantes de los barrios de Recoleta, Barrio Norte, Palermo y Belgrano –y, desde ya, no solamente ellos, no será desde aquí que se operen (sin anestesia) reduccionismos- de los desplantes piqueteros y caceroleros, primero de los productores -¿puede llamarse productor alguien que alquila su campo al mejor sojizador?- agrícolo-ganaderos y luego de los coquetos vecinos de los barrios norteños, aconsejados en las gramáticas de la protesta y barroquicidad -y no grisaciedad- de la democracia por la otrora vanguardiardistamente comunista Beatriz Sarlo? ¿Y cómo explicar, también, la oposición, no en este caso a la 125 sino a las demandas corporativas del simplificadoramente llamado campo, de parte de ese mismo campo, como ser el Mocase, las Ligas Agrarias norteñas o los pequeños(-¿burgueses? –No, no)productores individuales que, en un acto de sinceridad más cercano al sincericidio que a la calamaresca honestidad brutal, reconocieron que, por motivo de la oficial política cambiaria de devaluación de la moneda nacional que consabidamente beneficia una actividad exportadora como la agrícola-ganadera, no han sido poco los dividendos que obtuvieron del 2002 al presente? ¿Cómo mantener el reduccionismo geograficista cuando porteños apoyan acaloradamente, en medio del otoño estival, demandas de provincianos pseudoproductores especuladores y cuando inte-


taller de investig / acción urbana

-91

rinos del norte o de la frígida pampa húmeda se oponen a las simplificaciones que una mesa que dice re-pre-sentarlos opera sobre un campo al que también pertenecen: el campo, la no-ciudad? La referencia a Sarlo no es propia de posmemoriales jóvenes irrespetuosos de las aguas de la que alguna vez bebieron. Es brillante su posmemorial –toda memoria (como las obras según Urondo) es póstuma, siempre y cuando se entienda el pos como posterior y no como superación- sorpresa ante la melancolía de jóvenes por calesitas que jamás conocieron. También es aguda su vehemencia para ahincar que el neoliberalmente posmoderno –a la vez que conservadoramente nostálgico- sueño seguritario de Macri de una ciudad donde los vecinos -como en una aguafuerte de Arlt- vuelvan a tomar mate en la vereda es imposible, porque el plasma, la mediática educación política de las presentes generaciones, no se puede sacar a la calle. A los vecinos no les interesa sacar las sillas a la acequia y dialogar con sus vecindades a través de la calle o la cabeza de la patrona que ceba mate. Les interesa, pareciera, otra cosa: encerrarse en la seguridad del espacio privado, aún con las puertas y las ventanas abiertas hacia el antaño espacio público de la calle, a ver y escuchar cómo empresas y partidos políticos que se pretenden medios de comunicación pretenden presentar como ingenuos labradores de la tierra a machistas, sexistas, racistas y especuladores –por inflación o por alquiler- golpistas agrícolo-mediáticos.



-93

Índice

-¿No damos cátedra?

3

Andar es no tener un lugar

9

?

13

Postales del poder

19

Crónica de un no-lugar

23

Tachas un sábado a la tarde por Plaza Pizzurno.

29

espaciar

35

Saliendo a ver qué pasa en el barrio

37

El retorno de lo reprimido

45

La ciudad enferma. El mundo inmóvil

53

La justicia de los ilegales

59

La ciudad y los ciudadanos

65

La ciudad bella

75

La parte maldita

79

En el cielo ¿las estrellas?, en el barrio ¿los vecinos o las barriadas?

87

Índice

93



Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.