La Brumaria Nº2

Page 1


Mírame a los ojos verás lo que soy Una incesante prédica mediática, asociada a los intereses políticos de derechas más o menos asumidas como tales, ha conseguido imponer la cuestión de la “seguridad” como categoría válida para rotular diversos fenómenos sociales. Si bien los casos “policiales” han sido una tentación para los medios desde los inicios de la prensa gráfica de masas, en algún momento de la oscura y brillosa década de los noventa, el sensacionalismo habitual hizo lugar a los reclamos de “mano dura”. Hasta tal punto ha sido efectiva la insistencia en el uso del término que hemos llegado a un punto en el que no sólo desde las tribunas reaccionarias se les espeta a los sectores progresistas o de izquierda no ocuparse del tema (porque, como le gusta decir a Juan Carlos Blumberg, “defienden los derechos humanos de los delincuentes”), sino que en las propias filas progresistas o de izquierda empiezan a aparecer posturas de “no dejarle la cuestión de la inseguridad a la derecha”. La disputa social del sentido es un terreno complejo y por ello no puede descartarse ningún tipo de intervención, máxime cuando una palabra, por más desagradable que sea, se ha propagado de las bocas del poder hacia el habla cotidiana de la mayoría. Sin embargo, nosotros preferimos subrayar, como hiciéramos ya en el editorial de nuestro primer número, que la “víctima de la inseguridad” es uno de varios lugares que el poder político y mediático le tienen reservado a sus espectadores para que no abandonen la pasividad. Por eso elegimos no hablar de inseguridad, sino de control social, en sus formas más variadas. Tan variadas que, aunque pueda resultar difícil englobarlas bajo una tendencia o fenómeno único, al mismo tiempo dan la pauta de la magnitud y la escala de estos nuevos despliegues del control, capaces de gestionar desde los niveles microscópicos de la vida cotidiana hasta los más generales, como la expansión imperialista. La actual fase de acumulación capitalista ha requerido que el Estado se retire de sus funciones asociadas a la idea de ciudadanía social, con el fortalecimiento en su rol de gendarme como contraparte: gobiernos de distinto signo ideológico alrededor del mundo llevan adelante indistintamente medidas que refuerzan el control. Y el Estado no está sólo en su cruzada, sino que, acorde al nuevo contexto global, el sector privado también aporta sus propios circuitos cerrados y sus propios agentes mercenarios (que pueden desde custodiar una facultad hasta combatir a la insurgencia iraquí). Los modos en los que el control avanza son entonces múltiples, y a la que vez que se aprovechan de la oportunidad política (el reclamo de un padre dolido, el incendio de Cromagnon, atentados de diverso tipo, robos en estaciones de tren, violaciones en subterráneos, asaltos a ancianas, “violentos” en las canchas, o “métodos equivocados” en la práctica política), encarnan un proyecto que apunta a regimentar cada vez más la vida. En todo caso la coyuntura es utilizada para construir consenso social en torno a las medidas. Así, la mayoría de las veces el control directo sobre los cuerpos no es necesario. Ya sea por el miedo que despierta la amenaza de sentirse vigilado, cuando no porque el poder directamente recluta a los sujetos que se identifican con sus políticas, cuando estos adhieren a la premisa de “si soy honesto, no tengo de qué preocuparme”, “a mí que me revisen y que me filmen, mejor, así estoy seguro”. Cientos de satélites rondando los cielos, radares capaces de detectar el vuelo rasante de un mosquito, cámaras del tamaño de una semilla, filmadoras en esquinas y estaciones de trenes y subtes, cercos alrededor de plazas custodiadas día y noche, celulares GSM, teléfonos pinchados, alarmas barriales… todos estos inventos jamesbondianos han convertido al mundo entero en una gran cárcel, de la que para escapar ni siquiera basta con viajar a la luna. ¿Qué pensaría si le dijésemos que en este mismo momento está siendo filmado por cámaras microscópicas estratégicamente colocadas en medio de las “o” de la palabra “ojos” del título de esta nota? Usted, por las dudas, sonría, lo estamos filmando.

C

Sitio Web: www.labrumaria.com.ar Mail: Info@labrumaria.com.ar Imprenta génesis: 4711-9070 | 4974-4604 Diseño: www.capochadisenio.com.ar || info@capochadisenio.com.ar

///////// ¿Qué tienen en común la plaza

E

n cada día de nuestra experiencia urbana nos encontramos con hechos que cada vez sorprenden menos, o que pasan desapercibidos, pero que se van acumulando hasta producir cambios cualitativos irreversibles configurando una nueva cultura citadina. Las nuevas formas de gestión del control social pueden aparecer con el duro rostro del aparato represivo pero también con los amables modos de la tolerancia y la corrección política En pos de la seguridad, el usuario “decente” renuncia a su propia libertad: síntoma de una fase hegemónica del control social. Rejas en las plazas, cámaras de vigilancia, “ley seca”, códigos de convivencia, tarjetas magnéticas, seguridad privada en las facultades públicas, militarización y/o erradicación de villas, desalojos, la “Guardia Urbana”, cámaras en las estaciones de tren y la lista podría continuar. Estas políticas de control se encuentran en un estado incipiente, y suscitan variadas resistencias, lo que no impide avizorar que su universo de aplicación excede ampliamente la “amenaza criminal”, ya que se extiende sobre todo


Dossier

PINTÓ EL CONTROL

H3

enrejada y la cárcel de Guantánamo? el terreno social que el capitalismo se encargó de cultivar: flexibilización laboral, pérdida de los derechos sociales, auge de las economías informales, y sociedades hiperpauperizadas. Tanto el código Contravencional como la política de enrejado de plazas y muchas otras tienen como destinatarios directos a prostitutas, familias sin techo, jóvenes pobres sin trabajo y sin estudio, trabajadores informales, piqueteros, es decir, aspiran a controlar a los sectores que ponen en tela de juicio la capacidad del sistema de cumplir con sus propias promesas de inclusión, igualdad y democracia. Los vigentes discursos en torno a la seguridad y las medidas represivas que ellos legitiman, neutralizan los efectos potencialmente desestabilizadores de un modelo capitalista cada vez más excluyente. Si bien los planes y las políticas pueden ser alentados por sectores que se presentan como opositores dentro de la ficción mediática de la política, los medios masivos de comunicación contribuyen -a través de un específico recorte temático- a que los grupos marginados sean construidos en el espacio

simbólico de la clase media, como “peligrosos”, “indeseables”. Las víctimas se vuelven potenciales victimarios. De este modo, la clase media deja de percibir a esos sectores como producto del mismo sistema social por el cual ella también sufre, y más aún focaliza todos sus temores y descontentos en la peligrosidad latente de aquéllos. Por otro lado, simbólicamente se acopla al discurso de los dominantes –tomando como propio el reclamo de seguridad-y establece una distancia tranquilizadora con los sectores más desfavorecidos. El control social, pues, gestiona al conjunto de la sociedad pero según la posición en la estructura social condiciona diferenciadamente las posibilidades prácticas. A las clases bajas las ataca en sus necesidades más inmediatas -conseguir sustento, o pasar la noche- y un proceso de visibilización/invisibilización en el que se las focaliza para justificar políticas represivas, pero se las intenta extirpar del espacio público. A las clases medias y algunos sectores obreros, se les coarta el espacio público como lugar de encuentro social y político, a la vez que los distancia radicalmente de los sectores marginados que han sido invisibiliza-

dos. A los sectores dominantes la reclusión en countries y barrios cerrados no les restringe sus posibilidades de intervención política ya que para ello cuentan con otros medios para influir, máxime ante la disolución de las grandes estructuras partidarias y la vinculación más directa entre candidatos y financiantes. Si la reorganización del espacio público produce realidades de hecho, difícilmente reversibles, más dramático aún es cuando los cambios se internalizan al nivel de la subjetividad. Las medidas de control son medianamente aceptables porque consiguen pasar por naturales y necesarias. Al sujeto integrado no le generan rechazo; es más, siente que responden a sus expectativas y deseos, que apaciguan sus angustias. De esta manera observamos cómo, desde las medidas contra el terrorismo global hasta el simple enrejado de la plaza del barrio, se ha construido un consenso en torno a la vida controlada. Los sectores que no son las víctimas explícitas de estas políticas, pero están bien alejados de las clases dominantes que las implementan son claves en el proceso de disputa hegemónica. H


PROSTITUCIÓN: UN MAPA DE LA HIPOCRESíA El Estado y los medios masivos de comunicación forman parte de la vasta red de complicidades que sostienen la explotación sexual. Paradojicamente, utilizan el fenómeno, de modo hipócrita, para agitar los fantasmas que justifican un mayor control social.

U

La prostitución forzada d e mujere s de sde su niñez, es una de las más organizadas geografías de la explotación económica y sexual, con el Estado como garante.

na imagen social tan difundida como eficaz sobre la prostitución limita el escenario en que ésta se produce a dos agentes que actúan en libertad e individualmente, movidos por intereses complementarios: el cliente y la prostituta. Nada más lejos de la realidad. La prostitución forzada de mujeres desde su niñez, es una de las más organizadas geografías de la explotación económica y sexual, con el Estado como garante. Una visión estructural del asunto revela la existencia de un amplio sistema proxeneta como contraparte a la mujer explotada, en el cual se articulan un sinfín de personas que cumplen diferentes papeles para ejecutar/permitir la prostitución, además de los clientes: empresarios, funcionarios estatales, dirigentes políticos, autoridades de la policía y demás fuerzas del Estado, medios de comunicación, elementos del poder judicial, médicos y personal diverso contratado a los efectos. El tráfico de adolescentes para la prostitución es, en la Argentina de la exclusión y la miseria, una certeza que se entrevera oficial y mediáticamente con el indefinido mundo del trabajo infantil, los secuestros y hasta las desapariciones. No sólo se desdibuja así la problemática de base, sino que el discurso social se impregna de terror ante lo indecible, asimilando estrategias de visibilización y control que, funcionales al sistema, allanan circularmente el terreno para la explotación.

Los casos de Fernanda Aguirre y Marita Verón Muchos nombres resuenan turbiamente con el eco de lo inexplicable, a pesar de ser acallados desde las más altas esferas del poder político y la comunicación. Los casos más emblemáticos son los de Fernanda Aguirre y Marita Verón, por ser los que provocaron propiamente que aquel sistema trastabille. Fernanda desapareció de San Benito, Entre Ríos, en julio de 2004, cuando la sociedad toda se escarmentaba ante la instalación en la opinión pública de los secuestros express y el gobierno gozaba el sabor de un nuevo manejo mediático. Rápidamente cundió la noticia, y fue preocupación nacional. Sin embargo, un irrisorio pedido de rescate, la desaparición de pistas en diferentes provincias, la ausencia de comunicación con los captores y el “suicidio” del único sospechoso derribaron la hipótesis del secuestro: la realidad no encajaba con las intenciones del gobierno, y éste decidió no abocarse más al tema. O bien estaba muerta, o bien desaparecida, sin más. Una enfermera la reconoció este año en un hospital en el norte del país, junto a dos hombres, embarazada. Marita Verón está secuestrada y prostituida desde abril de 2002; su madre personalmente emprendió su búsqueda luego de que las autoridades le dijeran que era altamente probable que su hija estuviera ya muerta. Sin embargo,


Dossier

Pintó el control

se encontró con una vasta red interprovincial de trata de blancas manejada por empresarios tucumanos que la llevó por seis provincias, circulando por diversos prostíbulos, en donde, en diálogo con otras jóvenes prostituidas, fue recabando información inconfundible sobre el verdadero recorrido que había trazado su hija, descripciones físicas y personales directas. En ocasiones, como en Río Cuarto, en donde ya toda la ciudad sabe de la existencia de una zona de prostitución infantil y adulta, este circuito se convierte en uno de los motores del crecimiento económico local. Al estar enclavada en un cierto centro geográfico nacional de rutas en sus ejes norte-sur este-oeste, por la ciudad pasan entre cuatro y cinco mil autos y camiones diarios. En la pequeña ciudad de fortísima presencia eclesiástica, diversas fundaciones han llevado adelante un relevamiento de la enorme cantidad de adolescentes que día a día son prostituidas en condiciones de esclavitud, sin que esto provocara reacción alguna de las autoridades locales.

El doble discurso de los medios y el Estado Ante este panorama, el Estado no comete la ingenuidad de permanecer sin intervenir en el terreno, todo lo contrario. Encuentra su mayor rédito presentando aisladamente cada caso –desligándolo de su contexto- de la manera más dramática y dolorosa que le es posible: primeros planos de las caras de las niñas y adolescentes desaparecidas (“perdidas”) circulan a raudales en diarios, páginas de internet oficiales y gubernamentales, noticieros de televisión e instituciones varias. Así, una realidad que llega fragmentada a la superficie de lo socialmente tangible, es unificada y significada por el Estado y los medios como una suma de trágicos casos individuales, frente a los que no impera una lógica común de explotación organizada, sino que son la resultante de una incontrolable trama de inseguridad y desintegración de los valores morales. Las caras de las niñas operan entonces como la evidencia de que algo anda mal, aunque no esté claro qué es lo que ocurre. Los rostros interpelan a quien los ve, y al actuar focalizadamente, producen un efecto diferente en cada receptor: indignación, preocupación, miedo. Sin embargo, la lógica que se fortalece de esta manera es la de la devolución de

las responsabilidades: el Estado incluso ofrece explícitamente recompensas por información sobre estos casos, y la mirada de la sociedad abandona la solidaridad para empezar a tornarse acusadora, especuladora, delatora. Las fotos están en la calle, en los medios se discute sobre el nivel moral de la familia de la nena desaparecida, se indaga sobre la posible connivencia de la misma víctima. Si bien al hacer públicas las búsquedas el Estado pareciera evidenciar sus propias falencias, en realidad extiende por todos sus brazos un mensaje de temor encriptado, autoexcluyéndose del problema, al posicionarse como un aséptico divulgador de malas noticias. Otro tanto ocurre con los medios masivos, quienes -salvo contadas excepciones- no sólo reproducen esta dinámica sino que lucran con ella: en la misma edición de un Clarín en donde se hace una denuncia, hay numerosas páginas con avisos de oferta sexual, recursos que el gran diario argentino protege a toda costa. En el caso del manejo mediático de las violaciones este mecanismo surte un efecto mucho más notable, puesto que este tema se inserta con más facilidad en la lógica de la multiplicidad de casos puntuales relacionados a la -siempre útil- inseguridad. La paranoia se extiende, se legitima el aumento de las medidas represivas, se instalan cámaras que registren la vida urbana, a la búsqueda del crimen. Sin embargo, por más resolución que tenga una cámara, nunca advertirá la explotación organizada, y no encontrará en este caso más que la vulgar imagen cliente/prostituta (en la que la criminalizada es la mujer), que por cierto se encuentra sin mayor dificultad. En su lugar, son las mismas fotos y el tratamiento absolutamente distorsionado del tema los elementos que ofician como reguladores de lo perceptible: por más que la existencia de prostíbulos con el soporte de la policía y autoridades varias sea a todas luces evidente en plena calle, que se hagan innumerables denuncias sobre la prostitución de niñas y jóvenes en cualquier ciudad del país, no hay movimiento alguno. El registro social se agita, acicateado por el Estado y los medios, entre su hipócrita moral frente a la prostitución como una elección personal y la consternación frente a cada caso dramático en particular. La operación es efectiva. La disociación se retroalimenta, las chicas siguen en la calle. H

Los rostros interpelan a quien los ve, y al actuar focalizadamente, producen un efecto diferente en cada receptor: indignación, preocupación, miedo.

H5


CUERPOS NUMERADOS: INCLUSIÓN Y CONTROL

La homogeneización de los cuerpos en meros números actúa como un modo de ocultar las diferentes condiciones de existencia, gestionando la desigualdad mediante el establecimiento de los estándares de lo “aceptable”.

D

.N.I, C.U.I.T., Nº de Paciente, Nº de Socio y así podríamos continuar… El cuerpo, en la actualidad, se encuentra en casi la totalidad de las relaciones sociales en las cuáles se inscribe, sometido a un “cifrado instrumental numérico”. ¿A qué nos estamos refiriendo? El “cifrado…” consistiría en la asignación de un determinado signo neutral a cada sujeto, una determinada combinación de números que constituirán los distintos códigos y taxonomías. Es a través de esta categorización que el sujeto será considerado objeto, permitiendo, entonces, su cuantificación, su ordenamiento, su control a través de las bases de datos, y básicamente, su homogeneización. Mediante la aglomeración de cifras sobre los cuerpos se cristalizan las significaciones de los mismos para convertirlos en meros íconos. Se despojan sus condiciones materiales de existencia, sus representaciones simbólicas, en síntesis, la historia específica que soporta un cuerpo, en función de la organización de la diferencia, y lo que es peor aún, la estandarización de la desigualdad mediante la caída de la “información” de cada individuo

en los cálculos del conjunto, permitiendo la comparación y cuantificación de lo que en un principio era heterogéneo. Ya no sólo se naturalizan las distintas posiciones ocupadas en las relaciones de poder en las que se hallan los sujetos, sino que se gelatiniza al propio cuerpo con el objeto de asegurar el control sobre el mismo y la falta de expresión crítica. Estas prácticas homogeneizantes que encuentran su justificación en la pretensión de igualdad y erradicación del “caos”, funcionan como otra de las tantas estrategias de control. La digitalización de los sujetos implica el establecimiento de medidas y normas que den cuenta de un sistema dual de “normalidades-anormalidades”, “bondad-maldad”, “exclusión-inclusión”, pero que por sobre todo, permitan implantar un método de “gratificación-sanción”. El premio gratifica a los sujetos en tanto se mantengan dentro de lo digitalizable. Señala el camino de lo “normal”, de lo “moralmente correcto”, de lo “establecido”-. El castigo está directamente relacionado al premio. Afecta al “desviado” en todos los ámbitos en los cuáles se basan las relaciones sociales.

En términos de producción, lo convierte en un “inoperante” y por lo tanto, “improductivo”, ya que se vería imposibilitado de ingresar al mercado laboral. En términos de acciones, estas se reducen a las que permitan asegurar las condiciones de su reproducción material. Paradigmático es el caso del Programa “Ciudadanía Porteña”, en cuál para acceder a un beneficio de 300 pesos mensuales en productos de primera necesidad, se solicitaba a los inmigrantes la tramitación de los D.N.I. de cada uno de los integrantes de cada miembro de la familia, trámite que requiere 200 dólares por cada documento. No se trata, de todas formas, de luchar contra “el avance de la tecnología” o bregar por el “caos de las taxonomías”, sino, en todo caso, de poder esbozar análisis sobre cómo funcionan y los usos que se hacen de estas asignaciones objetivas al cuerpo, para poder intervenir en las aplicaciones y, sin ánimos de que resulte paradójico, controlar el control sobre nuestros cuerpos, o pretenciosamente, erradicarlo. H

Con las manos limpias Marta, jubilada de La Pampa y lectora de La Brumaria, nos cuenta, a través de una carta enviada a la revista, una anécdota sobre la numeralización de las personas y su relación con los detergentes:

Todo comenzó cuando mi hija, que vive en el exterior, me ofreció pagarme el pasaje para ir a visitar a mi recién nacido nieto. Al enterarme de semejante noticia fui en busca de mi pasaporte y noté que estaba vencido. Inmediatamente salí hacia la delegación de la Policía Federal en mi ciudad, Santa Rosa. Como buena ciudadana, comencé los trámites para la renovación de mi pasaporte y fue entonces cuando el estupor invadió mi cuerpo: el señor comisario me advirtió que no podría renovar mi pasaporte ya que mis huellas

digitales no servían para identificarme. Ante semejante negación sólo atiné a responderle: “Tras años de lavado y lavado, el detergente no sólo ha marchitado mis dedos, sino que ahora me quita la oportunidad de visitar a mi nieto.” Entonces les pregunto chicos: ¿qué hacer ante semejante situación? ¿Firmo con los pies como los mancos o pido más presupuesto para seguridad así el gobierno implementa los scaneos de retina para identificar a las personas?


Dossier

Pintó el control

CALLES DE LIBERTAD

T

anto la ley nacional 26.061 de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes como la ley de Salud Mental del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires número 448, son presentadas como partes de una progresiva desinstitucionalización de la exclusión social. Pero ello es tan sólo una apariencia, estas medidas se inscriben en un cambio de paradigma en torno al control social, que ha dejado de encerrar y vigilar a unos pocos excluidos para pasar a vigilarnos a todos en tanto excluidos y peligrosos, ya sea en acto, como en potencia. La ley 26.061 data de 2005 y vino a reemplazar a la vieja ley de Patronato, o ley Agote, sancionada en 1919. Ésta se enmarcaba en la represión conservadora de todos los excluidos por los estrechos márgenes del modelo social instaurado por la oligarquía de la época. Así, en una misma bolsa se encerraba a inmigrantes, pobres, mendigos, trabajadores, socialistas, anarquistas, enfermos mentales, prostitutas y menores; todos vigilados por un mismo panóptico y castigados por un mismo garrote. Esta nueva ley, por el contrario, inspirándose en la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, firmada en 1989 y ratificada por 192 países, sería una herramienta de inclusión de los niños. Estos ya no serían seres pasivos incapaces de tomar decisión alguna sobre su futuro y bajo protección de un juez, sino sujetos de derecho, cuyo interés superior sería el factor fundamental en última instancia. Desde los promotores de la nueva normativa se enfatiza que el principal objetivo es

terminar con la criminalización e institucionalización de la pobreza. Acabando con una tradición de casi 90 años de encerrar a los niños en situación de calle en institutos donde estén apartados de la vista pública, o sea, como con el resto de los marginados, escondidos debajo de la alfombra. Lógica que lleva a que, según el Observatorio de Niños y Adolescentes del Instituto Gino Germani, hoy día, solo en Buenos Aires, haya 10.000 menores encerrados, de los cuales el 80% lo están por razones asistenciales. Por otra parte, la ley 448 de Salud Mental de la Ciudad de Buenos Aires data del año 2000 y fue propuesta para desinstitucionalizar la locura en la ciudad, en sintonía con procesos de búsqueda de métodos alternativos a la internación hospitalaria desarrollados en Italia en los ‘60 y ya retomados en nuestro país en la provincia de Río Negro en 1991. El texto de la misma reconoce a “la salud mental como un proceso determinado histórica y culturalmente en la sociedad, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social, y está vinculada a la concreción de los derechos al trabajo, al bienestar, a la vivienda, a la seguridad social, a la educación, a la cultura, a la capacitación y a un medio ambiente saludable”. En su marco, en agosto del presente año, se inauguró la primera casa convivencial para internas psiquiátricas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La misma fue presentada con bombos y platillos “como un aporte al muy demorado proceso de desinstitucionalización dispuesto por la legislación porteña”, según el oficialista Página/12.

Estos dos casos relatados constituyen ejemplos paradigmáticos sobre cómo discursivamente se presentan como progresistas elementos que forman parte de los nocivos efectos del modelo social vigente. En un contexto de creciente exclusión se multiplican los chicos en situación de H 7 calle y los enfermos mentales. Ellos sobrecargan el sistema de encierro de un Estado que, por el mismo modelo económico, necesita ahorrar recursos (sólo como ejemplo, una cama ocupada en un neuropsiquiátrico de Buenos Aires le cuesta al Estado alrededor de 1800 pesos mensuales). La supuesta libertad que promoverían las medidas mencionadas aparece como remedio a ambas situaciones, absorber la creciente marea de excluidos con el menor costo posible para el Estado. El control social de los marginados sigue operando, pero ahora se vuelve difuso, se invisibiliza, beneficiando al gobierno de turno con una menor erogación de recursos y la posibilidad de aparecer ante la opinión pública como una gestión “progresista”. De este modo, el Estado aprovecha las nuevas tecnologías y psicologías de control que permiten una mayor economización de recursos en lo que a vigilancia se refiere y que constituyen el eje del cambio de paradigma en el control social. Un proceso en que las instituciones totales, el viejo panóptico, caen en desuso, y en su reemplazo una gran familia de grandes hermanos, que con menos ojos vigilan muchos más cuerpos, convierten en una suerte de institución total al conjunto de la sociedad. H


Sábados de super acción “Cine libre Parque Abierto” es un ciclo de cine gratuito que organiza un grupo de vecinos con el objetivo de debatir los usos de los espacios públicos y manifestarse en contra de las rejas.

T

odos los sábados, ni bien cae el sol, en el Parque Centenario ocurren dos cosas. Por un lado, se cierran las puertas de un espacio público recientemente enrejado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, razón por la que los vecinos se ven obligados a retirarse de un lugar que les pertenece. Por otro lado, y a metros de aquellas rejas, un grupo de vecinos y trabajadores de la feria llevan a cabo una actividad con la que invitan a reflexionar sobre los posibles usos de los espacios públicos: un ciclo de cine gratis y al aire libre.

el otro día pasamos “Memoria del saqueo” y al final nos quedamos debatiendo con los vecinos. Hay películas que sirven para generar eso. De todos modos tratamos de no forzar el debate y de pasar todo tipo de películas que consideramos buenas pero que generalmente no son muy conocidas, o a las que a la gente les resulta difícil tener acceso, como pasa con mucho cine nacional y latinoamericano. En este sentido también invitamos a que los realizadores independientes nos acerquen material, para que puedan pasarlo y que a la vez tengan la posibilidad de dialogar con el público.

Los organizadores publican en Internet la programación de cada mes (http://www.fotolog. com/parqueabierto), además de utilizar ese medio para avisar si la función se suspende por lluvia. Hablamos con Patricio y Julieta, y nos contaron un poco de que se trata este proyecto que, junto a otros usuarios del parque, llevan adelante desde el último 24 de marzo.

Una jornada típica abre con dibujos animados y finaliza con un largometraje, en el medio se proyecta algún corto. A veces es éste el que genera el debate, como sucedió con la proyección de “Parque Centenario”, un documental de 15 minutos que Danila Berger –otra integrante del proyecto- filmó en 1998 con el fin de retratar la vida del parque durante los fines de semana. Si tuviera que retratarlo hoy, dice Berger, las imágenes serían muy distintas: “comparado al que se filmó años atrás, parecería el documental de un cementerio”. Otra película relacionada con la realidad del parque es un documental que trata sobre las personas sin techo que dormían ahí, que fueron atacadas y expulsadas del Parque Centenario por unas patotas sin identificar, en los días en que se comenzaron las obras de reforma y enrejado. Todavía no la pasaron, por un lado porque quieren que el realizador se

¿Cuál es el objetivo del ciclo? Julieta: Esto surgió como respuesta a las rejas. El objetivo era discutir los posibles usos de los espacios públicos con un ejemplo concreto: un ciclo de cine; y que a la vez se genere un lugar para que se de el debate. La idea es que después de la película nos quedemos charlando.

¿Y eso sucede? J: Depende mucho de la película, por ejemplo

acerque el día de la proyección; por el otro porque el criterio no pasa por acotar la temática ni el debate sólo al motivo de la protesta, sino también tener en cuenta qué es lo que quieren ver los otros: “Decidimos que una vez por mes se pasen películas para chicos, y que el último sábado se proyecte alguna que haya votado la gente”, dice Patricio.

¿Cómo ven la reacción de los vecinos, más allá de los que se acercaron al proyecto? J: Cuando hablás con la gente, a lo mejor al principio lo ven desde lo más superficial y dicen “no, está bien, que el parque esté cerrado así lo cuidan”, “porque viste lo que era antes, una inseguridad”; pero cuando empezás a profundizar un poquito más es como que empiezan a tener dudas: “¿Cómo hacemos para poder cuidar el parque pero sin dejar de lado toda esta gente que el sistema dejó en la calle?”. Patricio: Yo creo que cuando al principio te dicen “antes era inseguro”, es que está muy marcado el discurso de los medios masivos que dicen eso todo el tiempo: “...que la inseguridad...”, o “...que la gente no cuida...”. En cierto punto es real que la gente por ahí no cuida, por ejemplo el tema de la basura. De hecho ahora está pasando de vuelta, termina el fin de semana y queda todo lleno de basura. Pero ¿cómo se llegó a eso? Yo lo veo como el momento en que se privatizó todo, que a propósito se empezó a dar ma-


Dossier

Pintó el control

enrejame y decime plaza los servicios sistemáticamente para llegar a privatizarlos. Creo que hay una intención de que haya necesidad de poner a la fuerza tanto una reja como un policía controlándote. No se me ocurre bien cómo se llegó a eso, para tenerte así, mirándote, controlándote.

¿Qué piensan de las reformas que se hicieron, más allá de las rejas? J: Se hicieron muchas cosas para la foto, como unas plantitas que ya están secas porque nadie las regó. A nivel funcional las reformas no sirvieron para nada, no tuvieron en cuenta el caudal de gente que concurre a este parque, por ejemplo para el uso de los baños o de la recolección de basura. Los mismos chicos que realizan la limpieza me dijeron que en realidad no tenían bolsas de residuos para poder cambiar, y que la gente tenía intención de ir a tirar el papel en los cestos, pero si del tacho de basura se van a caer llega un punto en que termina dando lo mismo tirarlo en cualquier lado. Hay que tratar de no entrar en el juego de ese doble discurso: “te arreglo el parque (en realidad te lo dejo más o menos), vos después lo hacés mierda, y yo después tengo excusas para decir ´ves que esta gente no termina de cuidar el parque´”. Entonces te van a empezar a poner más restricciones: mañana te van a decir “no podés entrar con bicicleta”, “no podés jugar a la pelota”, “no podés entrar con tu perro”, “no podés entrar al anfiteatro a menos que pagues cinco pesos”. P: A mi me pasan dos cosas. Primero me parece que hay una concepción, al menos desde el gobierno, de que los espacios públicos, los espacios verdes, tienen que ser como los parques europeos, casi como shoppings: todo bien manipulado, bien podado. Digamos que la naturaleza no es eso. Nos mandó un mail una mujer que va al parque y planteó el tema de que no se puede pisar el césped: ¿para qué espacios verdes si no podés pisar el césped? Me parece que somos parte de la naturaleza y necesitamos ese contacto. Por otra parte, mientras el gobierno gastó dieciseis millones de pesos en estas reformas del Parque Centenario, creo que los vecinos de la ciudad tienen otras necesidades, como empleo, salud, vivienda.... H

Aproximadamente 65 plazas y plazoletas de la Ciudad de Buenos Aires, incluIdos 6 parques, se hallan enrejados. Estos son los números que, en el ámbito local, expresan una de las modalidades del actual paradigma de control social, el cercenamiento en el libre uso de los espacios públicos. Además, el Ministerio de Espacio Público porteño lanzó un plan de acción, para los próximos cuatro años, denominado Programa de Recuperación del Espacio Público. Como parte del mismo se planea invertir, en el próximo año, unos 6 millones de pesos en nuevos cercos perimetrales. Proyectándose alcanzar a la mayoría de los 50 parques y 627 plazas y plazoletas con que cuenta la Ciudad, salvo aquellos que no son susceptibles de cercarse por razones operativas, como Plaza Flores, lugar de paso y utilizado sobre todo para tomar distintas líneas de colectivos. Desde la Secretaría de Producción, Turismo y Desarrollo Sustentable del Gobierno de la Ciudad, se aduce que “la decisión de cercar estos predios se tomó en conjunto con los vecinos de cada zona”. Por ello, en algún caso se ha permitido a los vecinos que se hagan cargo del cuidado de la plaza a cambio de no colocar rejas. En otros casos, como por ejemplo Plaza Alemania, en Libertador y Castex, los vecinos insistieron en la necesidad de que se colocasen rejas. Como argumento el Gobierno esgrime que “las rejas nos permiten cuidar y mantener los espacios naturales”. Y si bien reconocen que las rejas condicionan la utilización de una plaza o parque, le ponen horario a los vecinos que deberían tener el derecho de disfrutarlos a toda hora, “tal vez algún día ciertas conductas cambien y podamos volver a tener plazas abiertas a toda hora”. He aquí mencionado, quizás de modo involuntario, un eje de la cuestión: las plazas enrejadas no solo reprimen en acto (por ejemplo a los sin techo), sino que limitan potencialmente la capacidad de acciones colectivas. Hoy día se están concluyendo los trabajos de cercado del Parque Centenario, escenario de la Asamblea Interbarrial en las jornadas del verano 2001-02.

H9


LA DISCAPACIDAD

no recorre ALTOS ESTUDIOS Como si nadie lo advirtiera, personas con impedimentos físicos recorren pasillos y cursan materias de diferentes carreras que se dictan en aulas de universidades privadas y estatales del país ¿Se hace algo para ayudarlos a sentirse parte de la comunidad académica? Recorriendo facultades de la mayor institución de Buenos Aires, se comprueba que no es mucho lo que se hizo y mucho menos lo que se hace.

L

os estudiantes discapacitados parecen no existir en la Universidad de Buenos Aires o están perdidos. O son invisibles y nadie sabe de ellos, y solo son la imaginación de algún intelectual o escritor de esta alta casa de estudios. Ninguna de las trece facultades posee información sobre estos alumnos que parecerían haber sido olvidados por la UBA. No todos los edificios están preparados para que puedan ingresar sillas de ruedas y si tienen alguna pequeña rampa en la entrada, como en la sede de Ciencias Sociales de la calle Franklin, en palabras de un futuro comunicador social con discapacidad motriz es “bastante empinada, pero es lo que hay”. O como en la sede de Psicología de la calle Independencia, en donde hay un escalón de diez centímetros antes de la subida. En Inge-

niería, para acceder a la rampa deben ir por la subida para autos, al igual que en Derecho. En la sede de Económicas, los discapacitados pueden acceder a las aulas de la planta baja pero, una vez allí, no pueden seguir ya que los ascensores están cerrados “por razones de seguridad”, según dijo una bibliotecaria. En Agronomía -donde los pabellones son de dos pisos con escaleras y sin ascensores, están a grandes distancias unos de otros y las veredas son casi en su totalidad de tierra- no hay ninguna rampa, salvo la del paso peatonal del Ferrocarril Urquiza que atraviesa los terrenos de la facultad. La ingeniera agrónoma Laura Pruzzo, representante del proyecto “Universidad y discapacidad” comentó que “por el momento no hay ningún tipo de instalación necesaria para personas

que tienen discapacidad motora. Lo que ocurre es que el proyecto se puso en marcha, pero está en carpeta, es algo pendiente, ya que siendo esta facultad bastante extensa, el acceso con silla de ruedas o con muletas es casi imposible”. Y agregó: “Hemos realizado un censo general para dar cuenta de la cantidad de personas con discapacidad que estudiaban en esta facultad, pero encontramos que solo eran dos sujetos con problemas auditivos y uno con problemas visuales”. En Filosofía y Letras el encargado de atender el conmutador está en silla de ruedas, se llama Ricardo y dijo: “La facultad está bastante bien preparada, si bien faltan algunas cosas, no tengo baños adaptados en todos los pisos y hay problemas con las salidas de emergencia, pero el acceso no tiene escaleras, hay


rampas en las veredas, ascensores amplios hasta el 5to piso, las aulas son grandes”. El rectorado de la Universidad, en Viamonte 430, tampoco escapa a estas deficiencias edilicias ya que para acceder a él hay que subir una escalera. A la pregunta sobre qué pasaría si una persona con problemas motrices quisiera entrar por alguna razón, la encargada de Higiene y Seguridad de la UBA, Ana María Ramella, respondió: “Se lo atiende afuera. Baja el guardia que está en la entrada, le pregunta lo que necesita, lo informa y luego va alguien a atender a la persona”. Sobre no videntes, un empleado de la fotocopiadora de Económicas comentó que “un profesor se llevaba los apuntes y se los traía en braille a un alumno”. Matías Catania, empleado de la Biblioteca de la facultad de Arquitectura, explicó que no cuentan con material de estudio para personas ciegas, ni con videos con subtitulados para personas con discapacidades auditivas. “La verdad que nunca hemos tenido ningún caso en particular que venga a reclamarnos ese tipo de material, quizá sea porque ni siquiera les brindamos la posibilidad de acceso necesario para facilitarles su estudio. Para individuos con dificultades motoras, el acceso es fácil ya que hay espacio suficiente en la puerta principal, y en las mesas de lectura”. ¿No hay alumnos no videntes en las demás facultades o nadie los ve? A un mail pidiendo datos acerca del tema de la discapacidad, Pamela Bezchinsky coordinadora de Investigaciones e Información Estadística de la Secretaría de Políticas Universitarias del Ministerio de Educación respondió: “Me dirijo a usted en respuesta a su pedido de información realizado a este Ministerio relacionado con el acceso a la educación universitaria de personas con discapacidades. Desde el programa encargado de relevar información estadística que funciona en la Secretaría de Políticas Universitarias (PMSIU) no contamos con datos para satisfacer su búsqueda.” El Subdirector de Carrera y Formación Docente de la facultad de Derecho, Juan Antonio Seda comentó que en abril de 2003 la Dirección de

Carrera y Formación Docente, dependiente de la Secretaria Académica de la facultad de Derecho, elaboró y llevó adelante un programa de atención a las necesidades educativas especiales que se denominó “Universidad y Discapacidad”, cuyos destinatarios directos son los docentes de la facultad y cuyos objetivos son la visibilización de los estudiantes discapacitados, el fomento del debate sobre desigualdades de hecho y la capacitación docente para garantizar el proceso de aprendizaje a todos los estudiantes. Este programa ha sido declarado de interés parlamentario por la Cámara de Diputados de la Nación.

No existen datos sobre alumnos con dificultades físicas en las instituciones educativas de Argentina.

Sin embargo, en las diferentes facultades de la Universidad de Buenos Aires parecen no haberse enterado todavía. H

H 11


Rodchenko, La Brumaria y Franz Ferdinand ¿somos estudiantes, somos posmodernos?

Y

ou could have it so much better with...” es el título del último disco del grupo escocés Franz Ferdinand. Lejos de ser una creación original, el diseño de tapa está basado en el retrato de Lily Brik (1923). Su autor (que no aparece citado como tal) es el constructivista ruso Alexander Rodchenko. Seguramente él no hubiera imaginado semejante destino para su fotografìa. Pero probablemente tampoco hubiera pensado que un grupo llamado La Brumaria recurriría a ese mismo retrato para utilizarlo como logo (¿O acaso si?). Lamentablemente, el artista ruso murió en 1956, por lo que no podríamos preguntárselo. De todas formas, no se trata de una discusión sobre derechos de autor, sino de pensar en la posibilidad (o imposibilidad) de recuperar ciertas producciones artísticas modernas sin caer en una lógica posmoderna que reutiliza acríticamente las imágenes del pasado para obtener una rentabilidad marketinera en el presente, extirpándolas de su contexto de producción.

Genealogía de una coincidencia sugerente ¿Qué tienen en común Franz Ferdinand con La Brumaria? Nada, excepto el retrato de Lili Brik. Sin embargo, si aceptamos que el consumo, las preferencias y “el gusto” no son accidentes de la naturaleza sino que están determinados por condicionamientos sociales, entonces tendremos que admitir que compartimos cierto “habitus” con el grupo escocés (de lo contrario no hubiésemos elegido el mismo diseño). Si bien nuestros objetivos nos diferencian del grupo de moda (no queremos ganar Grammys, ni Pulitzers), nuestras elecciones estéticas nos hermanan: ignorarlo sería ser complacientes con nosotros mismos. Podríamos argumentar que nuestra elección no fue al azar, que estuvo basada en una decisión racional y estratégica, que nuestro objetivo era revalorizar creaciones de las

vanguardias de la modernidad y ponerlas al servicio de una nueva estética que se plantee como alternativa frente a la fragmentación imperante. Lo cierto es que nada de esto sucedió. Más bien dejamos volar el inconsciente y el mouse de la computadora para navegar impunemente en el Google y “toparnos” con el retrato. Afortunadamente era de Rodchenko, por lo que su uso podía ser políticamente justificado. Hasta ahí todo marchaba sobre ruedas, pero Franz Ferdinand vino a poner al descubierto el horror de la coincidencia. ¿Qué hacer? ¿Cómo explicar quE nosotros lo choreamos primero, pero que en realidad no somos chorros ni posmodernos? ¿O si?

Lo retro, lo posmo Caminamos entre montañas de desechos: restos, migas, desperdicios de la historia. Son objetos que perdieron su significado original y su justificación social para ser readaptados e integrados a una estética de lo retro, el pastiche, el collage. Franz Ferdinand hace


AUTOBOMBO

evidente la impunidad de la situación. ¿Es qué nadie conoce las creaciones de las vanguardias del siglo XX o es qué a nadie le molesta que sean utilizadas para ganar un Grammy? Las dos cosas, en parte: El propio nombre de la banda refiere al archiduque austríaco cuyo asesinato precipitó el inicio de la primera guerra mundial. Muchas de las letras de sus canciones citan a otros personajes históricos (en la última estrofa de su hit “Walk Away” conviven Stalin, Hitler, Mao y Churchill), mientras que las referencias a producciones estéticas de las vanguardias van mucho más allá de la foto de Rodchenko, y están desparramados por todos sus discos, booklets y videoclips. Todo este despliegue hace que, ante una fracción erudita de los consumidores, el grupo musical pueda incluso presumir de sus conocimientos estéticos e históricos. Y, sin perjuicio de lo anterior, que pueda rentabilizar los esfuerzos creativos del pasado poniéndolos a disposición de una mayoría del público masivo que ignora alegremente el origen de esas imágenes y los contextos histórico-sociales en los que fueron producidas.

las representaciones dominantes: las renuevan, les infunden vitalidad. En realidad, lo extraño sería que lo alternativo pudiera permanecer durante períodos extensos incontaminado, resguardado por algún procedimiento fabuloso de su reutilización por el poder. Paradójicamente, hemos llegado al punto en el que la posmodernidad es ya un fenómeno maduro. Reconocerlo no implica caer en la celebración gratuita de cualquier pastiche, sino comprender la naturaleza del cambio cultural que hemos atravesado. Aún quienes queremos reanudar los proyectos políticos emancipatorios, no contamos más que con retazos de la historia. Indicios y huellas, imágenes como la de Lili Brik, con las que tratamos de reconstruir una experiencia de la que hemos sido separados por dictaduras (militares, pero también massmediáticas) además de muchas otras violencias más sutiles. En ese camino, en esa búsqueda, estamos en La Brumaria.H

¿Atrapados? Luego de ver cómo la industria cultural integró el retrato de Lili Brik (entre otros miles de producciones vanguardistas) a su propia lógica, podemos llegar a sentir que ante un movimiento tan avasallante no hay forma de construir una respuesta. En todo caso, no se trataría de recuperar los “mejores aspectos” de la modernidad (al estilo Habermas), sino de asumir las contradicciones del momento histórico que nos ha tocado vivir (y que al mismo tiempo nos atraviesan) y elaborar una respuesta políticamente productiva sobre la base de las necesidades y posibilidades que la misma lógica posmoderna ha creado. Quizá haya llegado el momento de perder la perplejidad por la recuperación que el sistema hizo y hace de las innovaciones de la vanguardia. El capitalismo es, más que ningún otro, un modo de organización social que se sostiene cambiando y las zonas marginales e incluso antagónicas son una fuente de inspiración constante para

se trata de pensar en la posibilidad (o imposibilidad) de recuperar ciertas producciones artísticas modernas sin caer en una lógica posmoderna que reutiliza acríticamente las imágenes del pasado para obtener una rentabilidad marketinera en el presente, extirpándolas de su contexto de producción.

H 13


Licencia para matar licencia para juzgar

La supresión del espacio público como espacio político ha dejado un vacío que ha sido llenado por la conversión de la sociedad en un “campo de concentración”, en el que constantemente se retroalimentan situaciones de vida o muerte.

E

l pensador italiano Giorgio Agamben indaga sobre el estatuto de los campos de concentración nazis, pero no encuentra en ellos un carácter anómalo o excepcional sino una cifra secreta del Estado moderno, la profundización de sus tendencias, su realización más acabada. Pero justamente esta exacerbación conlleva el derrumbe de buena parte de los derechos y garantías que -con mayor o menor mala fe según los casos- las democracias modernas declaran defender, atender, velar. Sin embargo, no se trata simplemente de que el Estado de derecho esconda detrás de su fachada democrática un núcleo represivo (aunque ésta sería una primera manera de caracterizar el problema) sino justamente de que es la misma distinción entre Estado de derecho y estado de hecho (o de excepción) la que se difumina. Esta indistinción se verifica en los campos de concentración, en los que la existencia de sistemas de reglas que pautan estrictamente el control del cuerpo de los internados, convive con la total discrecionalidad con la que los guardias de vigilancia pueden aplicar sanciones y tormentos no previstos en las reglamentaciones. Estos actos de hecho son fundantes de derecho, no son “ilegales”, al menos no en el sentido jurídico burgués del término. Las formas que está tomando la respuesta de las naciones centrales a la amenaza terrorista demuestran amargamente que las afirmaciones de Agamben no son una metáfora aproximada o una ingeniosidad filosófica. Los cuerpos de elite que asesinaron al electricista brasileño Jean Charles de Menezes en Londres el 22 de julio de 2005, pocos días después de los atentados en dicha ciudad, ponen de manifiesto esta proliferación de agentes estatales dotados de “licencia para matar”, es decir, investidos de un poder absoluto que puede desplegar su violencia de hecho y fundar derecho en un mismo movimiento.

“No fue un hecho fortuito”, dijo en aquella ocasión un jefe de la policía británica ahorrándonos saliva a nosotros o cualquier otro crítico radical. “Y lo que es aún más importante de reconocer –continuó- es que todavía está pasando allá afuera. Todavía hay oficiales allá afuera tratando de tomar esas decisiones mientras hablamos”. Es muy ilustrativo el modo en que el comisario londinense caracterizó las circunstancias en que fue abatido el brasileño. “La gente estå tomando decisiones, en un tiempo increíble y difícilmente rápido, en situaciones de vida o muerte”. Una primera observación, algo obvia pero políticamente necesaria, es que esa situación de “vida o muerte” no está objetivamente dada, sino que es producida por los propios agentes del orden que identifican, persiguen y finalmente matan a alguien a quien consideran sospechoso. Pero podemos ir más allá y reconocer que la ciudad ha devenido ya un terreno donde vida y muerte están estrechamente imbricadas (como ocurría en los campos de concentración). Los agentes del Estado están al acecho y la situación de vida o muerte puede ser cualquiera. En este aspecto, su parecido de familia con el accionar terrorista es muy sugerente. La atroz eficacia de ambos reside en la producción de hechos tan imprevistos como consumados, tan inmediatos como irreversibles, tan vertiginosos como insalvables. Sin duda que los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra han echado mano de la “amenaza terrorista” para avanzar en medidas de control, vigilancia y represión que lejos de focalizarse en grupos aislados, repercuten en amplios sectores de la población. Pero a la vez hay que comenzar a pensar como en este mismo movimiento, el despliegue de esta misma lógica determina viciosamente el carácter desmesurado e irracional de los ataques futuros. Cuando el espacio político moderno es suprimido (aunque siempre tuvo mucho

de ficcional) el sacrificio del terrorista suicida pasa a ser una paradójica forma de resistencia. Paradójica porque es lógica e ilógica. Ilógica en los términos en los que políticamente se puede pensar en una política anticapitalista emancipatoria, revolucionaria. Pero perversamente lógica de acuerdo con los escasos resquicios de vulnerabilidad que deja el sistema. Asoman al mismo tiempo, otras asonadas de desmesura, vertederos de sangre, fuego, vidrios y nafta, como las insurrecciones de jóvenes de los suburbios franceses o los ataques de las guerrillas urbanas comandadas por los narcos desde las cárceles de San Pablo. Prudencia en la comparación: no se trata de reducir estos y otros hechos incómodos a una clave única, cuando justamente es su irreductibilidad lo que los caracteriza: es claro que ponen de manifiesto las miserias del sistema político, social, económico y militar global, aunque es mucho más difícil establecer si lo ponen en cuestión positivamente o son un mero emergente putrefacto. Inasibles desde las categorías de “reforma” o “revolución”, enfrentan a los poderes legales redoblando la violencia de la apuesta. El control social profundiza la escalada multiplicando los estados de excepción, como lo documenta desde el destino del electricista brasileño, hasta las cárceles de Abu Ghraib y Guantánamo, pasando por cualquier comisaría de aeropuerto, o los blancos civiles de Líbano, Palestina, Afganistán o Kosovo. Terrorismo y antiterrorismo comienzan a dibujar un nuevo terreno de lucha en la ciudad moderna, en el que, a diferencia de otras formas históricas del conflicto, las posibilidades del ejercicio popular colectivo de la resistencia y de la afirmación de la libertad no se vislumbran tan fácilmente. H


Corrector Ideológico

H 15

LAS GEMAS DE SEBRELI Consultado por el periódico La Nación, el célebre sociólogo argentino Juan José Sebreli se refirió críticamente a la problemática de la globalización cultural y económica de los últimos decenios, opinando con su cáustico estilo que “el mundo destruyó un edificio y todavía no ha construido otro”. Polemista reconocido, el autor de “Buenos Aires, vida cotidiana y alienación” no pudo contener su creativa verborragia frente a otros temas de candente actualidad. Aún conmovido por el reciente robo que sufrió en su inmueble -en el que perdió una computadora con material irrecuperable-, Sebreli fue implacable con la inseguridad: “Vivimos en un clima de tensión y alerta constante. Tormentas de inseguridad y granizos de violencia son cada vez más fre-

Sobre la guerra de Irak y Medio Oriente: “El mundo alquiló por un fin de semana Apocalipsis Now en el video de la esquina y se olvidó de devolverlo”, razón por la cual estaría en graves problemas.

La hegemonía kirchnerista El sociólogo cuestiona el autoritarismo del Presidente, pero lo comprende: “Cuando asumió agarró un hierro caliente, y la sociedad le escondió los guantes de amianto y el pervinox”, denunciando la falta de solidaridad del pueblo hacia sus representantes. “La historia argentina cuenta con algunas quemaduras de primer y segundo grado, pero hoy enfrentamos desgarros internos que ya tienen un posgrado y hablan dos idiomas.”

cuentes. La Argentina debe ev itar el modelo de inseguridad tropical de Venezuela

El porvenir de la izquierda en el mundo

y Colombia, y aunar esfuerzos para volver

“Lo veo oscuro. Cuando cayó la cortina de hierro, nos agarró el dedo gordo del pie a todos los que criticamos el capitalismo. Lo mejor será usar persianas regulables con freno automático de ahora en adelante”.Palabra de especialista.

al subtropical con estación seca, del cual nunca debió salir”, aseveró con su acidez tan conocida.



Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.