La Brumaria Nº3

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De pitos y consoladores En el prólogo a su libro de Manuel, Cortázar escribió que el masaje a escala mundial de los massmedia entra en juego cuando los amos de la tierra derraman sus lágrimas de cocodrilo más eficaces mediante titulares que deploran ‘la violación de la paz olímpica en estos días en que los pueblos olvidan sus querellas y diferencias’. Esto, en referencia a la acción que en septiembre del ‘72, durante las olimpiadas de Munich, una organización palestina realizaba en reclamo del fin de la invasión que el Estado de Israel desde 1948 mantenía sobre ese territorio, con apoyo de la prensa occidental. ¿Olv idan? ¿Quién olv ida?, preg untaba Cortázar, mientras criticaba que no se oyera mas que Munich, Munich. Se quejaba así de que no hubiera sitio para Trelew, por el fusilamiento en aquella ciudad de agosto del ’72 de militantes de las organizaciones políticos-militares Montoneros, E.R.P. y F. A .R., por la dictadura de Lanusse. Hoy como ayer, los medios siguen siendo masajeadores actuantes sobre el cutis de una sociedad cada vez más desigual. Asimétricas relaciones de poder que los medios tienden a mitológicamente ocultar. Los medios paralizan a la sociedad mediante una doble construcción: alternativamente se suceden paraísos artificiales de reactivación económica (de la cual la inmensa mayoría de la población es convidada de piedra) e infiernos de inseguridad y violencia. El aparato mediático es un nada lúdico consolador de una sociedad donde la acción política ha sido tan desvalorizada, tornándose verosímiles discursos mediáticos que sostienen la existencia de textualidades no políticas. De esta manera, se estigmatiza -cual acto de apoliticismo macarthista- a aquellas posturas explícitamente políticas, así como se enaltece la objetividad y otros mitos anglosajones en el periodismo que toda empresa capitalista defiende. Los medios se han concedido la impunidad de, a pesar de haber sido actuantes en genocidios de Estado, en miserias planificadas por planes económicos aplicados al Zaire o Uruguay -como Walsh escribe-, o en masacres en democracia, erigirse en fuentes descriptivas de información objetiva sobre una realidad tan natural como una botella de Coca-Cola: realidad y botella -ambas construidas por los medios- que evidentemente nunca serán problematizados desde las empresas de difusión. Pero aún hay más: para completar el cuadro farsesco -y hasta a veces grotesco- hay que considerar a las carreras universitarias y a los estudiantes pretendidamente críticos como reproductores de sentidos comunes mediáticamente construidos. Independientemente de esto, trabajar en los medios es una posible alternativa laboral para algunos universitarios, aunque para ello se deba hacer caso omiso del posible conocimiento crítico aprendido. Aún así, la relación laboral entre cualquier medio reproductor del actual sistema y los estudiantes-trabajadores continúa siendo un vínculo de explotación. Pues como dijera Gramsci, las relaciones de dominación y la hegemonía de las clases dominantes se construyen con una cuota de coerción y una pizca de consenso. Por el rol de los medios en la construcción de hegemonía es que nos ocupamos de ellos. Si así no fuera, los medios nos interesarían un soberano pito.

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De cómo lHs trabajadorHs de los medi

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o es una novedad decir que los grandes medios de comunicación informan acerca de los conflictos que afectan a distintos sectores del mercado laboral de manera parcial y selectiva. Podemos citar, por ejemplo, las demandas docentes, la de los camioneros o la de los metalúrgicos. El gran poder de acción de estos sindicatos se traduce, en mayor o menor medida, en cierta repercusión dentro de esos medios masivos. Pero como sabemos, los conflictos salariales abarcan todo el mercado laboral, y las empresas de comunicación son parte del mismo. Leyendo, escuchando o mirando los productos mediáticos de estos emporios, seguramente no nos enteremos de los reclamos de sus trabajadores, porque difícilmente hagan públicos los conflictos internos que puedan dañar la imagen idealizada de sí mismos que intentan vender.


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ios no tienen prensa. Desde la llamada “Ley de Flexibilización Laboral” menemista que acentuó la tendencia precarizadora de las condiciones de trabajo y los despidos masivos, hasta la actual carrera reeditada entre salarios e inflación, el castigado sector de los y las trabajadoras de prensa sufrió varios reveses. Si a esto se le suma la feroz competencia del mercado periodístico, restringido a unas pocas empresas, el escenario se torna aún más ominoso.

En los últimos meses –y a causa de una inflación encubierta por el Estado en las estadísticas, pero que en lo cotidiano desinfla los bolsillos–, las empresas (en algunos casos, grupos económicos) Perfil, El Cronista, Clarín, Página/12, La Nación, Buenos Aires Herald, BAE, El Atlántico de Mar del Plata, Crónica TV, a las que se les deben sumar empresas estatales como Télam, Radio Nacional y Radio Ciudad, están encubriendo las demandas de sus empleados/as.

De los despidos masivos en Página/12 en 1995 y los de Clarín y Crónica en 2000, quedan muestras de la lógica silenciadora y persecutoria de los multimedios: en el presente número reproducimos la “Lista de Goldberg”, auténtica lista negra de fotógrafos despedidos del noble diario Clarín, a los cuales, con su toque de instrumento militar, condena al anonimato a la hora de reproducir sus trabajos.

Poco y nada queda de la organización gremial periodística que supieron construir las agitadas décadas del sesenta y setenta, y que fuera uno de los sectores más perseguidos durante los años del terrorismo de Estado. La Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA) brilla por su ausencia; o mejor dicho, por su presencia opaca, porque sólo se digna a elevar cartas de adhesión a los reclamos de los/as

trabajadores/as del sector que representan (el requisito de afiliación es imposible para quienes trabajan en negro o a través de pasantías). Palabras de aliento que ni siquiera mencionan en sus propias publicaciones gremiales, ya que de ese modo también deberían dar cuenta de su propia inacción, que favorece a las patronales. Es probable que si los/as trabajadores/as de prensa tuvieran su Fuentealba, la UTPBA saldría a rasgarse sus democráticas vestiduras y llamaría a un día de paro, como sucedió en abril último con la CGT y la CTA. Mientras tanto, las distintas comisiones gremiales de los medios deberán seguir su silenciada lucha y solidarizándose con los reclamos que un día son de unas y otro de otras; y así, evitar que esas luchas queden marginadas en el off, casi al borde del out the record. H


“Si el infierno existe, es esto” COHERENCIA. El gran diario argentino reproduce a su interior las mismas técnicas de control, censura y persecución que supo apoyar para el país.

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aniel Luna era delegado gremial en el año 2000, cuando los trabajadores del diario Clarín decidieron que no estaban dispuestos a soportar las condiciones laborales a las que se los sometía. Luego de una importante “reestructuración laboral” en la empresa –que despedía empleados y obligaba a muchos otros a trabajar más horas por el mismo salario–, el medio vio nacer la primera junta interna de su historia, que llamó a un paro. Pero pocos días después se produjo el despido de todas las personas que participaron en la asamblea, con policías y vallados en la entrada del edificio incluidos. Luna no sólo se encontraba entre los 117 trabajadores que fueron despedidos, sino que además su nombre es uno de los cuarenta que tiene vedado el crédito al ser publicadas sus fotos. De medio en medio, luego de seis años logró nuevamente retornar al fotoperiodismo de manera estable. A principios de los noventa comenzó a tra-

bajar en Clarín. La situación de todos los fotógrafos allí era la misma. “Éramos colaboradores, te pagaban por nota, no había relación de dependencia con Clarín. Éramos factureros, tenías horario de entrada pero no de salida”, recuerda Daniel. Según su propia experiencia, para ingresar a Clarín, antes de llegar al último paso, “había que llenar toda una papelería personal con todos tus datos, porque los tipos te hacen toda una investigación. Tenés que poner nombre, domicilio, boludeces y ‘otros empleos’, cosas de rutina. Y yo los puse, qué iba a saber, cada uno pone lo suyo: dirección, teléfono, si viven tus viejos, dónde viven, etc. Bueno, fueron hasta la casa de mis viejos a preguntarle a los vecinos quién era yo, qué hacía de mi vida, si volvía tarde o no. Realmente parece la CIA”. Aún así, los condicionamientos para aceptar este tipo de cuestiones una vez dentro de Clarín no eran pocos. El funcionamiento interno del diario se estructura, en principio, a partir

de la relación entre los editores: cada sección tiene un editor. Lo que determina el trabajo de fotografía es lo que llega de redacción. La otra parte del funcionamiento es la de cada editor hacia el personal que maneja. En este caso, los fotógrafos eran entes individuales: les pagaban a destajo y el editor le asignaba las notas a quien le pareciera. “Obviamente que el que más se reía de los chistes de este tipo era el que más notas recibía”, advierte Daniel. El clima de trabajo puede resumirse en una de las cotidianas jornadas que Daniel Luna cuenta: “Yo entraba a las ocho de la mañana. A las diez llegaba el repartidor, así que hasta ese momento no te enterabas cuántas notas ibas a hacer. De pronto, eran las dos de la tarde y habías hecho una nota. Entonces decís: ‘me quedo un rato más, a ver si ligo algo más’. Capaz que en eso te ibas a las diez de la noche. Y al otro día era lo mismo. Era terrible, y los tipos se abusaban de eso. Y esto pasaba porque estabas en relación


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de competencia con tus compañeros. ‘Si él se ríe de mis chistes, vos reíte más fuerte’, o sea, ‘sé más olfa’, ‘estáte acá’, ‘vos tenés que estar, vos tenés que ser Clarín’. ¿Hay que quedarse quince horas? ‘Bueno, pero hiciste cuatro notas’. ¡La concha de tu hermana! ¡¿Y mi vida qué?! Entrabas a las ocho de la mañana y te ibas a las diez de la noche; cuando llegabas a tu casa eras una porquería. A los pibes los tirabas por la ventana y a tu mujer la sacabas cagando. Si se te rompía una cámara, para que te la paguen te tenías que arrastrar como una víbora. ¡Loco, se me rompió laburando para vos! Era terrible. Se me cayó una lente y se me hizo concha para tu nota. ¿Qué ‘por favor’? Me la tenés que pagar. Si el infierno existe, es esto”. Luego de los despidos masivos del año 2000, Daniel Luna sabía que sería muy complicado volver a conseguir trabajo en un medio. Habló con Alejandro Verón, editor en jefe de Fotografía de La Nación, conocido de él

desde sus primeros pasos en el periodismo gráfico. La respuesta fue contundente:“Sería maravilloso que vengas a laburar con nosotros, pero no hay manera”. Como en el caso de “el Bicho” Ángel Juárez, los informes del personal de Clarín no se quedaban quietos. Actualmente, las fotos que Daniel Luna sacó trabajando para Clarín son publicadas con crédito del diario: “En la entrada al archivo fotográfico de Clarín hay un papel pegado donde dice ‘cualquier persona que vaya a buscar una foto no puede publicar la siguiente lista de fotógrafos...’. Y somos como cuarenta. Si algún editor tiene que recurrir, aunque sea casualmente, a alguno de estos cuarenta, el crédito tiene que decir ‘archivo Clarín’. Bueno, un compañero le sacó una foto a esto, al papel pegado en la puerta, y obviamente ese chico trabaja en Clarín. Mejor que no se conozca el nombre”. Dentro de la sección, a la lista la llamaban la “Lista de Goldberg”, haciendo un paradójico homenaje al autor,

editor jefe de Fotografía de Clarín. La Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina (ARGRA) realiza casi todos los años una exposición de fotografías con aquellos materiales que a los fotógrafos les parecen más importantes, hayan sido publicados por los medios o no, en el Palais de Glace. Esta foto con la “Lista de Goldberg” fue publicada allí, con el irónico crédito de “Archivo Clarín”. Daniel Luna concluye: “eso es algo que me puso muy contento, porque la foto generaba impresión apenas se veía. Decían ‘¿qué es esto?’. Entonces les empezaba a caer la ficha de que Clarín no es tan bueno”. A lo que agrega: “Vienen con esto de ‘el gran Diario argentino’ y qué se yo. Me cago en la democracia y en todo lo que vendés. Es una mentira caminando, mirá lo que me hacen, hijo de puta. Los tipos buscan nuestra muerte profesional. Y ahí está, de cuarenta sólo unos cuantos seguimos laburando”. H


El gran chorro argentino Desde las grandes empresas se recurre frecuentemente al argumento de la necesidad de defender la “propiedad intelectual” para garantizar la subsistencia del creador individual. En realidad, este concepto las defiende a ellas mismas.

La situación se ve reforzada por la propia creencia de los afectados en l a legi t im ida d de l a operación.

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Clarín se queda con las producciones de los fotográfos y las comercializa por su cuenta. Amparándose en artilugios legales expone a los trabajadores a verse expropiados de las mismas.

Podría parecer que un concepto como el de propiedad intelectual protege a los fotógrafos y sus obras. Por el contrario, mediante esta carta,

La primer pregunta que suscita un hecho de estas características es acerca de la legalidad de este documento firmado por Clarín y cada fotógrafo del diario. Tanto para la Ley 11.723, de “Propiedad Intelectual”, en su artículo 38, como para la de “Contrato de Trabajo” –20.744-, la carta en cuestión se en-

or la presente dejo constancia que en virtud de la relación permanente que me une al diario Clarín, las fotografías que se publican con mi nombre han sido adquiridas por la sociedad Arte Gráfico Argentino S.A. y son propiedad de la misma”. El gran diario argentino está por darle trabajo a un fotógrafo más. Sólo falta el gancho.


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marca bajo la figura de “Disposiciones Especiales”. El contrato es perfectamente legal. La situación se ve reforzada por la propia creencia de los afectados en la legitimidad de la operación. Pepe Mateos, autor de las fotografías que muestran el asesinato de Maximiliano Kostequi y Darío Santillán a manos de los oficiales Acosta y Fanchiotti en el 2002, resalta que “es lógico que vos no puedas vender ese material, porque lo hiciste para la empresa” y al mismo tiempo que “es la estructura que te permite hacerlo, te paga un sueldo ”. Aquel mismo 26 de junio hubo otro reportero gráfico que también pudo tomar, aunque con un poco menos de claridad, los dos asesinatos. Sergio Kowaleswsky, fotógrafo del diario de Madres de Plaza de Mayo, con los negativos en sus manos, acudió a la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI). “Pensé que lo más lógico no era ir corriendo a un medio a darles las imágenes” relata recordando las urgencias de ese entonces y también dice que, en cambio, “Pepe cuando vuelve al diario, dice ‘los mató la policía’, y no le creyeron. ¿Por qué no le creyeron? No hay editor fotográfico que pueda obviar ese material. Pepe entregó las fotos y se fue, estaba muy mal”. En este punto es donde adquiere relevancia la carta firmada por Pepe Mateos en 1992: “La presente manifestación tiene el alcance de reconocer que he cedido al diario el derecho a la reproducción de tales fotografías y la consecuente facultad para oponerse a que la misma se efectúe por mí o por terceros sin autorización” versa en su primer párrafo. Sergio Kowalewsky tuvo opción frente al material controvertido que se hallaba en sus manos. La decisión sobre el destino de las fotos de Pepe ya le pertenecía a Clarín antes de que el reportero las tomara. Pablo Llonto, ex delegado gremial de Clarín, agrega que “cuando los trabajadores protestaban contra la cesión de derechos, como castigo le sacaban su nombre de todas la fotos”. En su libro, La Noble Ernestina, cuenta el caso de Ángel Juárez, “el Bicho”. Para 1992, Ángel llevaba dos décadas en el diario y no estaba dispuesto a permitir el atropello. Al oponerse a la cesión, quitaron el crédito de sus fotos, y al poco tiempo lo despidieron. Antes de entrar a

Editorial Atlántida, su nuevo trabajo, los directivos de la empresa recibieron un informe del departamento de personal de Clarín acerca de la identidad de Ángel Juárez: “activista gremial del Partido Obrero, sujeto peligroso conocido con el alias de ‘el Bicho’ ”. El mismo informe fue enviado a La Prensa. Pablo Llonto considera que “los jefes de ese diario sabían que si algo caracterizaba a Juárez era que nunca había militado sindicalmente, mucho menos en la izquierda, y advirtieron que el papel enviado desde la calle Piedras era solo una revancha”. A estas alturas parece pertinente preguntarse para qué sirve la idea de “propiedad intelectual”. En el libro ¿Un mundo patentado? La privatización de la vida y del conocimiento, publicado por la Fundación Vía Libre, Beatriz Busanische cita al tercer presidente de EE.UU., Thomas Jefferson: “Si la naturaleza ha creado alguna cosa menos susceptible que las demás de ser objeto de propiedad exclusiva, esa es la acción del poder del pensamiento que llamamos idea [...] Las invenciones no pueden ser, por naturaleza, sometidas a propiedad”. Desde estos conceptos es que Beatriz comenta que “esta naturaleza de ser no excluyentes, de no consumirse y de no degradarse con el uso hace que las ideas no puedan ser encerradas bajo el rótulo de propiedad privada”. A los propios padres fundadores del paladín del capitalismo les parecía dudoso que la propiedad intelectual pudiese existir. Quizás este concepto, que tardó tres siglos en madurar, no haya sido otra cosa más que el simple movimiento de convertir el conocimiento en mercancía. En Argentina, Clarín, no sólo fue el encargado de pasar el concepto a ley (ya que Roberto Noble, fundador de Clarín, fue el que redactó el proyecto), sino que además hay que atribuirle el mérito de preservar la regulación de las producciones culturales en manos de las fuerzas mercantiles. Sin importar quién sea el que comercialice las ideas (ya sean productores o empresarios, aún teniendo en cuenta la desigualdad de que para los primeros puede significar su único medio de subsistencia), el libre intercambio de las mismas queda cercenado a partir del momento que se empieza a pensar que alguien puede poseer un uso excluyente y legítimo (otorgado por la ley) de las mismas, es decir, que alguien puede ser “Dueño”. H

“Si la naturaleza ha creado alguna cosa menos susceptible de ser objeto de propiedad exclusiva, esa es la acción del poder del pensamiento que llamamos idea [...] Las invenciones no pueden ser, por naturaleza, sometidas a propiedad”.H7


Ni un pelo rebelde Sedal, a tono con las teorías sociales más difundidas en las últimas décadas, nos da una lección sobre la capilaridad del poder

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uando empezábamos a creer que ya nada nos podría sorprender en materia de publicidad, Sedal, una marca de shampoo del monstruo transnacional Unilever, lanza por TV: la lucha más importante en la historia de las mujeres es contra la ley de gravedad. Frente a la pantalla, más de uno y una se habrá quedado pensando, preguntándose dónde está la ironía, si esto no es más que una broma de mal gusto. Por supuesto, la pregunta es pura retórica y la respuesta, claramente negativa. Las palabras sobran. Se sabe que es un chiste extendido entre las mujeres el de los estragos que los años y la gravedad hacen en el cuerpo, que lo mejor para contrarrestar estas cosas son las liposucciones, las siliconas y el escalador, y ahí te quiero ver. Pero hacer de todo esto una consigna, transformarlo en la lucha más importante de las mujeres en su historia, decir juntas podemos lograrlo en un producto audiovisual de alcance masivo es, cuando menos, repudiable. Mucho más grave aún es acompañar este tipo de acciones publicitarias con accesorios que confunden todavía más las cosas. En Ecuador, la misma marca de shampoo lanzó una campaña en 2006 cuyo slogan fue es-

tamos en contra de la igualdad de las mujeres. Lo más interesante del caso es que en el packaging incluyeron unos stencils con la consigna, para que todas las chicas pudieran manifestar públicamente estas ideas revolucionarias. Teniendo en cuenta que desde sus inicios el stencil fue utilizado como un instrumento para la protesta callejera, para las intervenciones urbanas, la operación publicitaria se muestra aún más perversa. La apropiación de un cierto consignismo político por parte del mercado no es una novedad. Las ideas de revolución en tu pelo o de rebelión de gérmenes en tu baño vienen socavando nuestra capacidad de sorpresa desde hace largo tiempo. Sin ir más lejos, una marca de cerveza lanzó hace unos meses una publicidad para televisión donde el protagonista arengaba a las masas desde el lomo de su caballo, al mejor estilo del luchador que dirige a su pueblo a la victoria. Las arengaba, por supuesto, a tomar cerveza. Pareciera que en publicidad todo vale. Y eso, sumado a un adormecimiento de los sentidos que nos transforma en entes desprovistos de opinión frente a los medios masivos, es lo que hace que todos los días tomemos con increíble naturalidad publicidades gráficas, radiales

y televisivas donde, por ejemplo, las mujeres no son otra cosa que madres abnegadas, amas de casa por elección o, en todo caso, un par de largas piernas cuyo único objetivo en la vida es seducir al primer hombre de pelo en pecho que entre dentro de su campo visual. Por supuesto, los estereotipos no funcionan en publicidad solamente a la hora de representar a las mujeres. Pero en este caso la cuestión se agrava, ya que en general las representaciones publicitarias sobre las mujeres van directamente en contra de sus reivindicaciones. Que se entienda: de sus reivindicaciones políticas, de sus luchas históricas por la igualdad de derechos y oportunidades, por un trabajo digno, por la libertad de elección respecto del cuerpo y la sexualidad. Todas estas consignas se convierten en castillos de arena, en burbujas hechas con jabón, si no somos capaces de, al menos, sorprendernos frente a la pantalla cuando nos dicen que el gran problema de las mujeres es que se les caiga una u otra parte del cuerpo. Porque sorprendernos es uno de los primeros pasos que nos conducen a la transformación de esta realidad que, de otro modo, nos resulta inasible y, como tal, inalterable. H


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LA METAMORFOSIS SEGÚN RAID De las velas a un mosquito: las tendencias genocidas latentes en el sentido común encuentran modos originales de manifestarse.

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a deshumanización de las víctimas, se nos dice, fue una de las condiciones del genocidio nazi. Los judíos eran comparados con piojos que, como tales, debían ser exterminados (la “Compañía Alemana de Fumigación” proveyó los productos químicos a ser utilizados en los campos de exterminio). Las marcas del genocidio están muchas veces relegadas a un estado de invisibilidad. Sabemos que están, sin saber cuáles y cómo son. El trabajo de explicitación, de tornar visibles esas marcas es, por lo general, acometido por historiadores, filósofos y sociólogos. Sin embargo, difícil es para ellos alcanzar la concisión y descarnada brutalidad desplegada en la recientemente reeditada publi-

cidad de Raid, un poderoso matamosquitos. En ella, los mosquitos aparecen perturbadoramente humanizados. Se los muestra hablando felizmente (en una de las variantes del spot publicitario la jerga utilizada por los “insectos” remite indudablemente a las clases populares) en el marco de un hogar que remite a un habitat de clase media, hasta que el dedo justiciero hace su entrada y acaba con ellos. El destino de los cuerpos no es casual. Los mosquitos, luego de lanzar un último grito, se desvanecen, se esfuman sin dejar rastro. En una palabra, desaparecen. ¿Por qué dotarlos de humanidad? ¿Cómo se llegó, aunque sea inconscientemente, a la

conclusión de que esto podía elevar las ventas de un producto para exterminarlos? Buscar respuestas tranquilizadoras es inútil. Evidentemente, la publicidad alude a un aspecto de común identificación entre publicitarios y consumidores. El Raid se presenta como la posibilidad de realizar, en forma desplazada, el deseo de asesinar masivamente a los intrusos. La sentencia “Raid: Mata y sigue matando” aclara que no se trata solamente de los mosquitos que aparecen/desaparecen en cámara. Todo esto ocurre fugazmente, inscripto en la sucesión de percepciones que constituyen nuestra conciencia. Pero su flujo se detiene. Intuimos haber sido testigos de algo inquietante. H


Mañanas infernales, trabajos informales

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n su tercer ciclo en el aire, las mañanas de Canal 13 emiten el programa Mañanas Informales. El humor de Guinzburg, Ernestina Pais y compañía se combina con la información aportada por Gastón Recondo y Osvaldo Bazán, en un intento de integrar actualidad y humor en una receta que busca ponernos en contacto con la realidad de una manera que nos indigne lo menos posible. Pero no sólo el formato apuesta a lo descontracturado. El trabajo detrás de cámara se torna más informal que el modo de pre-

sentar la realidad que tiene el programa. Una compañera de la carrera de Ciencias de la Comunicación nos cuenta las vivencias de su trabajo en la producción de este programa. A continuación, su relato. Cuando leo claramente en el recibo de sueldo part time, part time ¿de qué me están hablando? De trabajar jornadas a veces de hasta doce horas sin cobrar horas extras, de que no existan los feriados ni pago extra por trabajarlos; de laburar todo el año para que cada fin de año nos inviten a renunciar para volver

a contratarnos en marzo -cuando el programa se reinicia- sin pagarnos vacaciones y sin siquiera asegurarnos con certeza absoluta que volverán a llamarnos el año entrante; de aprovecharse de nuestras ganas de aprender y crecer, y jugar constantemente con el: hay una fila enorme de pibas que podrían estar en tu lugar, si no te gusta, andate. Vemos como mes a mes, año a año, las ganancias son cada vez mayores para ellos, pero, ¿nuestro sueldo?: igual. Sólo un aumento mínimo cada nuevo año que empieza en el que, claro, perdimos la antigüedad que teníamos porque es como si recién empezáramos. La calidad ya no es lo que importa, sino sólo el minuto a minuto. Sí, la obsesión del rating minuto a minuto y después escuchar cómo, hipócritamente, afirman que no, no le prestamos atención, sólo hacemos lo que nos parece bien. Mentira. ¿Gran Hermano muestra culos y chicas bañándose juntas? Ok, si no podemos ganarles por lo menos empatemos. Entonces armamos clips de minas en bolas, de modelitos posando, de tipos semidesnudos. ¿Qué el minuto a minuto bajó cuando estamos hablando de las inundaciones de Rosario? Ok. Se saca. A otro tema: al informe de Bailando por un sueño, a las imágenes del nuevo ciclo de Susana, de su Circo. Sí, todo esto se da, y no hay dudas: es la televisión, nuestra querida televisión, donde ustedes son los que nos eligen día a día, donde se trabaja para el público, donde reflejamos lo más objetivamente posible todo lo que pasa afuera y, claro, siempre con un toque de humor para aliviarlos a ustedes, nuestros queridos espectadores, que llegan cansados de trabajar todo el día (o se preparan para enfrentarlo) y necesitan despejarse. Estás en casa, y eso, ¿es muy bueno?. H


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Noticias de cartón Acerca de dos modos de construcción de la noticia.

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l Cartón, un apretado conjunto de casas muy precarias, está al lado de la estación Illia del premetro, abajo de la autopista Cámpora, entre el Parque de la Ciudad y un barrio de monobloks. El día 8 de Febrero hubo un incendio, el más grave de los 6 que tuvo el barrio, y quedaron desplazadas 460 familias, que acamparon en condiciones también precarias en la plaza del barrio de monobloks frente a los restos incinerados de sus viviendas. Ante la magnitud del hecho las instituciones estatales –que hasta entonces no se preocupaban por las condiciones del lugar– dispusieron un operativo de emergencia de todos modos insuficiente. El Instituto de Vivienda de la Ciudad prometió la realización inmediata de viviendas transitorias, y posteriormente de las definitivas, en un terreno ubicado en Cruz y Varela, frente al Club San Lorenzo. Los vecinos de esta zona rechazaron la construcción de las viviendas transitorias, expulsando a las cuadrillas de obreros, piqueteando las avenidas y hasta golpeando a una comisión de la villa que se acercó a dialogar. Un grupo que realiza televisión comunitaria en Villa 20 Lugano se acercó primero a documentar la situación en villa El Cartón; y posteriormente a Cruz y Varela. El panorama que encontraron fue lo que ya brevemente relatamos. Al llegar al segundo lugar no había presencia mediática, que se fue acercando en las dos horas sucesivas y sacando al aire a los airados vecinos. El lenguaje de estos rozaba el fascismo, lo cual era difícilmente tragable por los medios, que tienen que guardar una apariencia de corrección política. Fue ahí que una compañera de la televisión comunitaria registró la siguiente escena: en medio de una grabación de un diferido en que un vecino rebalsaba de expresiones fascistoides, racistas y absolutamente carentes de consideración por la vida del prójimo (nada diferente a lo que expresaba una buena parte de los presentes) el notero de canal 11 paraba la filmación y le indicaba al entrevistado cómo tenía que hablar para que su mensaje fuera aceptable para los códigos de la televisión. Es decir, para que

el mensaje tuviese una efectividad política. El periodista notó que había sido grabado produciendo la noticia. Se enojó e intimó varias veces a quien registraba la escena a dejar de grabarla de modo bastante amenazante. Después acusó a la compañera de policía frente a los vecinos. ¿Por qué el enojo? Seguro que no es porque el periodista se haya sentido perseguido por las fuerzas del orden. ¿Entonces? La noticia nos dice que en ella se muestra lo que es. La televisión, en particular, aporta con el audiovisual un elemento retórico sumamente potente. ‘La verdad en su pantalla’. En la noticia se ve la realidad y el medio no es más que eso, el canal por el que la realidad fluye a su pantalla: uno no mira a un conjunto de hombres produciendo la noticia sino la verdad en paquete de noticia; en ese marco, nunca el productor de la noticia es asumido –ni se asume a sí mismo– como sujeto político. La magia se perdería si sistemáticamente se mostrase el ámbito de la producción, de la creación de la noticia. La noticia funciona como fetiche; y funciona como noticia mientras funcione como fetiche.

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Se impone entonces pensar –y sacar de ello todas las consecuencias prácticas posibles– en dos modos de construcción de la noticia: una que no se asume públicamente como sujeto político, que borra sistemáticamente el registro de su intervención escondiéndose detrás de la ‘noticia-verdad’, cuyo protagonista (aunque no necesariamente único) y modelo es la prensa burguesa; y otra en que el productor se asume como sujeto político y encara la tarea de socializar la instancia de producción, sus saberes y sus técnicas. H

“el notero de canal 11 paraba la filmación y le indicaba al entrevistado cómo tenía que hablar para que su mensaje fuera aceptable para los códigos de la televisión ”.


Pequeños burgueses del mundo, ¡proletarizaos! El debate en torno al concepto de proletarización a la luz de los cambios en la estructura socio-económica durante los últimos 30 años.

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urante una clase de la materia Comunicación III de la carrera de mismo nombre, el titular de la cátedra, Sergio Caletti, hizo referencia a un concepto que permitió unir 150 años de historia: la noción de proletarización. Partiendo de Feuerbach y recalando en las guerrillas de los 70’s, Caletti se refirió a aquella noción omitiendo la que fuera una de las principales influencias de aquel fenómeno: la construcción del hombre nuevo guevarista. La discusión acerca de las relaciones entre la conciencia y las condiciones materiales de existencia motivó la reflexión sobre un presente desde donde se critica la interpretación que las organizaciones político-militares de la década del ’70 realizaron de la importancia de la conciencia en los procesos revolucionarios, y su decisión de sostener la proletarización de los intelectuales. Fenómeno hoy ilógico, dados los procesos de precarización y tercerización que afectaron tanto a los sujetos sociales supuestamente no viciados de defectos pequeño-burgueses como a la intelectualidad.

..implicaba el abandono de los estudios universitarios y la ocupación en fábricas o trabajos propios de la clase obrera, y la mudanza desde los barrios de (como mínimo) clase media-baja hacia zonas populares.

Caletti realizó una crítica referencia a la decisión que algunos movimientos guerrilleros setentistas tomaron sobre la necesidad de intercambiar ambientes sociales, de modo que las personas que por origen de clase pequeño-burgués tenían acceso a espacios como la universidad debían proletarizarse. En opinión de tales organizaciones, para evitar los defectos pequeño-burgueses que por origen de clase acarreaban en su conciencia. Este fenómeno -sobre el que después desde la academia ejercemos la violencia teórica de reducirlo platónicamente a un mero concepto- implicaba el abandono de los estudios universitarios y la ocupación en fábricas o trabajos propios de la clase obrera, y la mudanza desde los barrios de (como mínimo) clase media-baja hacia zonas populares. Como contracara de lo anterior, las personas pertenecientes por origen de clase a los sectores populares eran incentivados a que parti-

ciparan en ámbitos de formación intelectual, a los mismos a los que de otro modo no hubieran tenido jamás la posibilidad de acceder. Cuyos ejemplos más paradigmáticos serían los cursos de formación política que brindaban tales organizaciones y la universidad. El obrerismo anti-intelectual que aquellos movimientos poseían es una característica que en caso de ser coherente con uno de los lugares de pertenencia que el estudiantado puede construir -la universidad-, no puede ser reivindicada. A pesar de las diferencias con dicho obrerismo, que rechaza la actividad intelectual como antónimo de la acción -del que las prácticas del Partido Comunista Argentino son una de sus condiciones de producción-, no se puede obviar que tal tipo de decisiones implicaban grados de democratización de bienes simbólicos no caracterizados particularmente por su democratización. Lo curioso es que, a pesar de que tales bienes no sólo que no han mermado su restricción sino que han incluso acentuando su exclusividad, lo que se pone en tela de juicio son las malas interpretaciones sobre las relaciones entre la conciencia y las condiciones materiales de existencia por las guerrillas de los 70’s. Y no qué tipo de conciencia construye actualmente el estudiantado forzosamente proletarizado, como para aceptar realidades que resultaban inconcebibles para las conciencias histórico-sociales de parte de la juventud de hace treinta años. O, en su agregado, considerar como rarezas justificativas de risas conceptos como el citado fenómeno, o nociones (sin duda extrañas hoy por hoy pero no por eso privadas de su potencia política y teórica) como la de actitudes pequeño-burguesas. ¿Qué es, o era, o sigue siendo, una actitud pequeño-burguesa? Si bien éste no es el lugar para dar respuesta a semejante debate teórico, cuando Guevara hacía eje -de un modo aparentemente poco materialista- sobre la importancia del trabajo sobre la conciencia tanto como sobre la realidad material, sinte-


Pasado & tPresente

tizaba que de poco servía autodenominarse revolucionario, si se seguían reproduciendo imaginarios conservadores y reaccionarios. El poeta Juan Gelman -militante en los 70’s de la organización político-militar guevarista Fuerzas Armadas Revolucionarias (F.A.R.) y luego de Montoneros-, relató en una entrevista lo que su amigo –el también poeta y militante revolucionario- Francisco Paco Urondo respondía en una de las actividades de Montoneros: realizar una autocrítica sobre los defectos pequeño-burgueses propios. Dijo Gelman: “El intelectual, de entrada, era sospechoso. Paco me hacía reír contándome de las reuniones que él tenía y donde ‘te hacían la autocrítica’. Cuando la autocrítica le tocaba a él, decía: ‘Yo no tengo ningún defecto pequeñoburgués, porque yo soy un gran burgués’.” Esto muestra tanto el ya criticado obrerismo anti-intelectualista de ciertas conducciones políticas, como también el hecho de que La Revolución no era entendida como

una mera modificación efectuada sobre la distribución de los medios materiales de producción, sino también sobre la conciencia del sujeto que ansiaba dicho objetivo. Desde un presente donde el sujeto social revolucionario –en los 70’s idealizado como virgen de defectuosos comportamientos reproducidos de la clase a la que debía enfrentar- está políticamente ausente, sería naif seguir considerando que los universitarios en tanto intelectuales están viciados de defectos que deben erradicar yendo hacia los sectores que no son universitarios. El cambio en el modelo de acumulación capitalista efectuado en los 70’s no permite seguir transitando aquellas ideas. Sin embargo, lo que resulta interesante es que en la actualidad aquella ida hacia el otro extraño tampoco es necesaria, ya que la actual proletarización de los estudiantes no se produjo por las decisiones de una conducción de cambiar de trabajo o mudarse de barrio, sino por las modificaciones en las condicio-

nes reales de existencia de los estudiantes, también consecuencia del profundo cambio económico realizado en los 70’s con el acta de defunción del Estado de Bienestar. Lo que nos permitiría pensar que la proletarización, tanto la setentista como la actual, no implica la construcción de una conciencia de clase indefectuosa de la reproducción de los imaginarios racistas, homofóbicos y xenófobos propios de las clases dominantes. Tal como resulta cotidianamente comprobable. Y que, hoy por hoy, a pesar de relativizar fenómenos como el de la proletarización, conceptos como el de lo pequeño-burgués e interpretaciones como las realizadas hace cuarenta años, no somos más rebeldes ni libres que hace treinta años. Ni mucho menos. H

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MITOS ARGENTINOS

¿Quién mantiene a quién?

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n mito muy extendido entre las clases media y alta de nuestra sociedad señala que los pobres no quieren trabajar porque los mantiene el Estado vía distintos tipos de subsidios, e, incluso, afirma que estos sectores son una pesada carga para el erario público. Sin embargo, un estudio realizado en todo el país por la empresa SEL consultores, y publicado por los para nada revolucionarios medios gráficos La Nación y Perfil, lo desmiente. Si bien es cierta la creencia de que una parte importante de la población depende de las erogaciones del Estado, lo sorprendente está en que esta dependencia aumenta a medida que se asciende en la escala social. La mitad de los hogares argentinos recibe un ingreso del Estado, alcanzando las estadísticas sus mayores magnitudes en los lugares menos desarrollados: así, en los centros urbanos del Noreste y el Noroeste trepan al 57% y 56% de los hogares respectivamente, mientras en el Gran Buenos Aires caen al 44%. Por ciudades, donde se cruza el desarrollo con el carácter administrativo de muchas capita-

les, Catamarca lidera con el 73%. Le siguen San Luis y Jujuy con el 65%, La Rioja con el 64%, Formosa con el 63%, Santa Rosa con el 62%, La Plata, Resistencia y Paraná con el 61%, y Santiago del Estero con el 60%. Pero la situación de que la mayor parte de los ingresos provenientes del Estado sean en forma de salarios, mientras que los planes sociales apenas representen el 4% de dichos ingresos, genera que a medida que se sube en la escala social más se depende de aquel. De esta manera, los aportes estatales significan el 34,7% de los ingresos del quintil más rico de la población, y sólo el 25% de los ingresos del quintil más pobre. De hecho, en el 20 por ciento más pobre, sólo 1 de cada 20 hogares tiene acceso a un empleo público; en el 20 por ciento más alto, la proporción es 1 de cada 3. A ello cabe agregar que los beneficiarios de planes sociales no alcanzan a cubrir la canasta de consumos básicos mínimos, mientras miles de funcionarios puestos a dedo cobran cifras considerablemente abultadas. Con el agravante de que los primeros suelen

ser formas de trabajo encubiertas y los segundos formas de no-trabajo descubiertas. De modo que, contra uno de los mitos existentes, el Estado no solo no mantiene a los pobres sino que reproduce una sociedad desigual. Un mecanismo para esto son, por ejemplo, los contactos políticos y sociales imprescindibles para acceder a un puesto bien remunerado en el Estado. Y esto sin tener en cuenta los subsidios, los contratos de obras públicas, las erogaciones en el pago de diversos impuestos, etc., que el Estado otorga a distintas clases de empresarios. Suerte de planes sociales de las burguesías. En la línea de quienes crítican al pobre que vota por un par de zapatillas mientras ellos mismos votan su candidato porque les permite viajar a Miami, o por el más modesto voto licuadora, el sentido común clasemediero redunda en críticas al clientelismo político en los sectores populares sin advertir con igual indignación los mecanismos clientelares de las clases medias y altas: es decir, de ellos mismos. H


Corrector Ideológico

“La Nación”: Izquierdismo antigrasa En la edición del día Domingo 1 de Julio del diario “La Nación” se publicó un artículo mostrando un inusual progresismo para el periódico. Bajo el titulo “Macri, en la encrucijada cultural”, el periodista Pablo Sirvén, critica el bajo aprecio por la cultura del futuro Jefe de Gobierno, reflejado en su intención de cerrar el canal cultural “Ciudad Abierta” y de reducir el presupuesto del teatro “Colón”. He aquí algunas frases de la publicación de los Mitre:

“Así como es fácil obtener decenas de fotos del flamante jefe electo del gobierno porteño en su palco de Boca Juniors, resultaría una rareza verlo retratado en alguna función del Teatro Colón o del San Martín.”

“Esa lejanía de lo artístico-cultural que hasta ahora se le dio espontáneamente combinada con su formación empresarial, en que el criterio de rentabilidad parece ser su exclusiva piedra filosofal...”

“La ciudad de Buenos Aires dedica a la cultura y a los espectáculos públicos el 3,38 por ciento de su presupuesto global. De esos 317 millones de pesos, 202 millones son para pagar sueldos. Preguntarse sólo si esto es mucho o es poco es una verdadera frivolidad (...) no sólo socializa a sus habitantes entre sí, sino que los ayuda a enriquecer su sensibilidad y cultura, pues los expone constantemente a una valiosa diversidad que sirve para hacerlos más democráticos y conectados con el resto del mundo.”

“ No hay soluciones mágicas como apretar un botón y reducir de un saque veinte mil agentes municipales. ¿Se puede ser tan ingenuo de pensar que eso se ejecuta sin ningún costo político y, especialmente, social?” Desde este corrector ideológico rechazamos este desviacionismo y llamamos al centenario diario a retomar su rol histórico de derecha. Y si no puede contener sus impulsos progresistas, que imite a su colega “Clarín” y abra un diario secundario de perfil progresista.

Cambia de colores según la ocasión En una nota publicada en el diario perfil, “Pepe” Eliaschev hizo gala de sus aptitudes camaleónicas fungiendo sucesivamente como exégeta de León Trotski, agudo y original analista del triunfo cultural del Proceso de Reorganización Nacional y voz de alarma ante la posible alianza subversiva entre los estudiantes secundarios, la burguesía vinculada a los casinos flotantes, los trabajadores aeronáuticos y los del subte. ¿Temerá una reedición bizarra del mayo francés? La Brumaria reproduce a continuación algunas de las temerarias tesis elaboradas por este reconocido opinólogo:

“Sin embargo, la progresiva y aparentemente inexorable impotencia del orden, concepto secuestrado y estigmatizado, puede derivar en esclerosis progresiva de una sociedad, la argentina, donde millares de coroneles de facto pero escasos de soldados comandan cotidianos y pretenciosos ´asaltos del cielo´. Son, sobre todo y patéticamente, irritantes, pero propician la licuación del edificio social. Más que crispar, preocupan como creadores de condiciones de posibilidad. La dictadura militar ha triunfado: el orden es despreciable en este país”.

“El país ´Pelle´ funciona así: como los excitados militantes, empapados de la doctrina de la ´revolución permanente´, no están de acuerdo con que el Consejo Superior de la UBA formalice la jura de Viegas, impiden que pueda siquiera reunirse, deliberar y votar en paz. Taponan las puertas y no dejan entrar a nadie. León Trotsky los correría a patadas en el traste”.

“Con el cepo puesto y estupefacta, la Argentina exhibe un ámbito social en el que el sistema bloqueante funciona de manera sistemática, con aeropuertos caotizados, estaciones ferroviarias incendiadas, subterráneos con molinetes “liberados”, barcos-casino que no navegan pero emplean a “navegantes” que cobran pero no navegan, y encima muelen a palos a trabajadores del juego que optan por su propio sindicato”.



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