Galdós en la mochila

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PRIMERA SERIE.

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.

TRAFALGAR

Le llamaban Gabriel. Gabriel Araceli. Nació en Cádiz en 1791. Vivía con su madre y un tío que lo maltrataba. Al morir su madre, los malos tratos de su tío se intensificaron provocando que Gabriel huyese de su casa en 1801. Se trasladó a Puerto Real, luego a Medina—Sidonia, y después, a Vejer de la Frontera. Allí se puso al servicio de un matrimonio de ancianos. El viejo se llamaba Alonso Gutiérrez de Cisniega. Había sido capitán de navío en un pasado muy remoto. Ahora carecía de movilidad en el brazo derecho y andaba con dificultad debido a problemas en su pierna derecha. Rondaba los setenta y muchos años.

Vejer de la Frontera. 1805.

—Gabriel, tengo que confesarte algo —dijo susurrando el vejestorio para evitar que lo escuchara su mujer—. Estoy pensando en embarcarme en una fragata para combatir a los ingleses.

Su mujer, agudizando el sentido auditivo, oyó la frase de su marido. Indignada y desconcertada no paraba de gritarle. Ese decrépito anciano que tenía un pie aquí y otro en el cielo quería combatir a los ingleses.

—¡Cómo que te vas! ¿Dónde piensas ir… a tu edad? ¡Estás loco! Si no puedes moverte con esa pierna torcida.

—Pero, mujer…

—¡Nada! ¡Tú no te vas! Seguro que te ha convencido Marcial, otro viejo loco. ¡Vaya dos! Marcial con una pierna de palo, un solo ojo y manco —exclamaba la señora de Alonso.

—Pero, mujer…

—¡No se hable más! ¡Tú no te vas!

—Gabriel me acompañará —titubeó el caduco anciano mirando de soslayo a Gabriel, que afirmaba con la cabeza sin mucha convicción.

El amigo del obsoleto Alonso era Marcial, apodado Mediohombre porque tenía una pata de palo, un solo ojo, y era manco del brazo izquierdo. Tenía una edad parecida a Alonso. Los dos fósiles prehistóricos eran similares a la Armada española de principios del siglo XIX: anacrónicos e inservibles, listos para naufragar ante cualquier oleaje inesperado.

—Reconozco que la alianza con Francia no es positiva para los intereses españoles —reflexionaba el vetusto y caduco capitán de navío—. Ese tratado de San Ildefonso solo beneficia a Francia y supone un desastre para el comercio español con América.

La hija de los ancianos, Rosita, estaba enamorada de un oficial de artillería llamado Malespina. A Gabriel le encantaba Rosita, pero era un amor imposible. Los ancianos concertaron la boda de su hija con un joven no muy agraciado de una rica familia de Medina —Sidonia, pero Rosita se negaba a dicho matrimonio. Malespina y el marquesito se desafiaron en duelo. El oficial de artillería hirió gravemente al marquesito. Alonso y su mujer tuvieron que aceptar a Malespina como pretendiente de su hija. Una noche apareció Malespina muy serio en casa de sus futuros suegros. No traía buenas noticias—.

—Me han llamado para unirme a la flota de Cádiz —explicó con tono grave Malespina.

—Pero… si usted no es marino —acertó a decir la mujer de Alonso—. Además…

—No tienen artilleros —le interrumpió Malespina.

—Como sigan reclutando gente se llevarán hasta a los niños —se quejaba amargamente la madre de Rosita.

—Desde la paz de Basilea, nos declaramos enemigos de Inglaterra —continuaba explicando Malespina.

—El tratado de San Ildefonso nos ha hecho mucho daño —intervino Alonso—. Ahora tenemos que apoyar a Francia en todas sus guerras y majaderías. Deberíamos ser neutrales, pero Napoleón no nos deja.

—Los barcos ingleses cercan la bahía de Cádiz. Nuestra marina no debe salir a mar abierto —opinaba Malespina—, pero los franceses nos presionan para combatir. Somos inferiores a los ingleses. Nuestros navíos son viejos e inservibles.

Alonso, Marcial y Gabriel salieron a escondidas de la casa al día siguiente. Iban a Cádiz… a combatir. Los dos carcamales y el adolescente se alojaron en casa de Flora de Cisniega, prima de Alonso. El brigadier de marina, Churruca, visitó a Alonso. Era bajo y delgado. Llevaba sin cobrar nueve pagas.

—Los oficiales españoles no queremos salir al mar abierto. Seremos un objetivo fácil. Los ingleses tienen mejor armamento, pero el almirante francés Villeneuve pretende combatir —explicaba Churruca con tristeza—. Está siendo presionado por Napoleón Bonaparte y teme ser destituido.

El 18 de octubre de 1805, un bote llevó a los decrépitos ancianos y a Gabriel al navío Santísima Trinidad. La armada española y francesa estaba compuesta por treinta y dos navíos. Salieron el 19 de octubre a mar abierto. El Victory, navío inglés comandado por el almirante Nelson atacó sin piedad al Santísima Trinidad. En cubierta solo había sangre, dolor, lágrimas, sufrimiento, marineros horriblemente mutilados por la metra-

lla, gritos, miembros desgarrados, astillas de madera. Enormes brechas de agua inundaban el inservible navío. Los oficiales españoles pactaron la rendición.

—¿Y Gravina? —preguntó el viejo Alonso a un oficial inglés.

—Ha huido.

—¿Y los demás barcos?

—La mayoría apresados o… hundidos.

—¿Y Churruca?

—Fallecido en combate.

—¿Y ustedes?

—Hemos perdido al almirante Nelson.

Los muertos eran arrojados al mar. Los botes disponibles llevaban a los heridos a otro barco. Gabriel pudo reconocer a Malespina herido, pero vivo. Ahora estaban en el Santa Ana , otro navío español capturado por los ingleses. El comandante Ignacio M. de Álava y su exigua tripulación se amotinó y consiguió derrotar a unos pocos soldados ingleses que custodiaban el navío. El Santa Ana llegó al puerto de Cádiz. Marcial murió a consecuencia de sus múltiples heridas. Un marinero conversaba con Gabriel.

—Me deben muchas pagas. El dinero lo emplean en mantener la corte y no compran armamento. Me licencio en breve. Que combatan ellos.

Cuando Gabriel llegó a casa fue recibido por Alonso, su mujer y Rosita. La señora de Alonso no paraba de gritarle al vejestorio por su falta de sentido común.

—¡Te lo advertí! —vociferaba la madre de Rosita—. Entrar en batalla contra los ingleses. ¡Qué insensatez! Gravina no tenía que haber hecho caso a los franceses. Churruca y Alcalá Galiano se oponían.

Rafael Malespina y Rosita pudieron casarse trasladándose a Medina-Sidonia. Los ancianos comentaron a Gabriel la posibilidad de que fuera el criado de los recién casados, pero el adolescente declinó la oferta y partió hacia Madrid.

LA CORTE DE CARLOS |V

Otoño. 1807.

Pepita González, una cómica del teatro del Príncipe, había contratado los servicios de Gabriel Araceli como criado. La costurera de la González se llamaba Juana. La costurera tenía una hija que había conquistado el corazón de Gabriel. En casa de Juana vivía el padre Celestino Santos del Malvar, hermano del esposo fallecido de Juana. El clérigo no paraba de enviar cartas a Godoy, antiguo amigo de la niñez. Las cartas llevaban esperando catorce años una respuesta.

La actriz Pepita González había invitado a cenar a la joven duquesa Lesbia y la intrigante condesa Amaranta. También se encontraba allí un caduco marqués que había ejercido cargos de diplomacia con Floridablanca y Aranda, pero lo destituyó Godoy. Isidoro Máiquez llegó tarde. Era el dueño de la compañía de teatro.

—Las tropas de Napoleón están en España para desplazarse a Portugal y repartir el país luso —dijo el marqués con solemnidad.

—¿Repartir Portugal? —preguntó incrédula Pepita.

—Portugal será dividido en tres: el norte para los reyes de Etruria —explicaba Amaranta—; el centro, para Francia; y el sur… para Godoy.

—Godoy envió a un hombre de confianza a Inglaterra para sumarse a las potencias europeas que combaten a Francia —con-

tinuaba hablando el marqués—, pero la derrota prusiana ante los franceses hizo que Godoy suplicara perdón a Napoleón.

—No es lógico que Bonaparte ocupe España con sus tropas para poner en el trono al príncipe Fernando —intervino Amaranta.

—¡Si yo hablara, sobrina! ¡Si yo hablara! —exclamó el marqués mirando a Amaranta—. He sido calumniado. Me han difamado afirmando que yo mantenía acuerdos secretos con Talleyrand para ceder las provincias catalanas a Francia; y Portugal y el reino de Nápoles serían de España. Esas injurias proceden del entorno de Godoy.

Amaranta aprovechó un instante para hablar discretamente con Gabriel con voz susurrante:

—¿Te gustaría encontrar otro trabajo?

—Sí… bueno… depende —balbuceó Gabriel, desconcertado—. ¿Precisa usted mis servicios?

La condesa sonrió sin contestar dando por terminada la brevísima entrevista.

Al día siguiente, Gabriel buscaba información sobre los franceses, los portugueses y los españoles. El vendedor de la tienda de ultramarinos saludó con entusiasmo al adolescente.

—¿Sabes qué ocurre, Gabriel?

—No.

—Los franceses han llegado. Se dirigen a Portugal. Además, Napoleón piensa destituir a Godoy.

—¿A Godoy?

—Sí. A Godoy. Napoleón pondrá en el trono español a Fernando.

En la tienda de Ambrosia también se hablaba del mismo tema: Godoy. Conversaban la tendera, el abad Lino Paniagua y el papelista Anatolio.

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