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Introducción
Palabras preliminares
“[…] cuando ya los heraldos me anunciaban en el regio desfile de los troncos viejos se me torció el deseo de seguir a los hombres, y el homenaje se quedó esperándome”.
Julia de Burgos Yo misma fui mi ruta
Como si saliera de las aguas de su propia fantasía, Julia de Burgos resurge con fuerza y con poder un siglo después de su nacimiento. Su centenario es su renacimiento. Hoy más que nunca la vemos real, casi en carne y hueso, como si la escucháramos con la voz fuerte y decidida que caracterizan a las Burgos.
Este número extraordinario de Magisterio presenta una Julia de Burgos diferente a la que conocemos. La radiografía que hacen los autores no se limita a su producción poética, breve e intensa. La abordan desde otros espacios y perspectivas como la correspondencia que intercambió con su hermana Consuelo, su producción periodística en Nueva York, su activismo político y sus ideas sobre la educación, la política, la naturaleza, la salud, la familia, el amor, la patria. Puertorriqueña ante todo, Julia de Burgos fue una mujer con profunda conciencia de su hacer. Dejó un legado más poderoso que el de la imagen derrotista y fracasada que murió tirada en una calle de Nueva York con que la hemos visto más de seis décadas. La reconocemos por sus poemas de amor, pero no hablamos de sus poemas políticos. La evocamos con el Río Grande de Loíza, pero evadimos ver que fue “una revoltosa y sediciosa guerrillera”. Incluso, los detalles mismos de su muerte permanecen sin conocerse a profundidad. Sin puerto abierto, como la llamó Ivette López, Julia fue una mujer mulata, feminista e independentista que se le enfrentó a los sacerdotes y sacerdotisas de su época; le insistía a su hermana en que quería darse a conocer e incluso ella misma iba por los pueblos divulgando su obra; fue maestra; y, sin duda, estuvo marcada por “la tristeza sin fin de ser poeta”.
Si un valor tiene este número es que presenta a una Julia con afanes, ideas, agendas e intenciones, un ejercicio bullicioso que la dibuja como una mujer con conciencia alejada de las convencionalidades que caracterizaron a las mujeres de su época. No le tembló el pulso y con la fuerza de su verbo condenó dictaduras, colonialismos, injusticias sociales y otros males. Su conciencia trascendió su obra y su tiempo, mitificándose en nuestra cultura como símbolo. También es Diosa y misticismo.
La contribución intelectual y académica que posibilitamos con la presentación de este número se dio, en parte, a la colaboración caribeña que Julia siempre soñó. Se produjo en la única Antilla mayor que no visitó: República Dominicana. Allí la poeta y activista cultural Chiqui Vicioso organizó el simposio internacional Julia, la nuestra, celebrado el 5 y 6 de febrero de 2014, el cual reunió un grupo de intelectuales puertorriqueñas, dominicanas y cubanas quienes presentaron investigaciones que estudiaban a Julia desde diversas perspectivas. Se incluyen en la primera sección de este número, “Yo misma fui mi ruta”: Julia hoy, las ponencias de las doctoras Grisselle Merced, Ivette López, Vivian Auffant y Carmen Centeno Añeses, quienes discuten consideraciones pocos estudias de Julia, como sus cartas, su biografía y obra, su hospitalización en Nueva York y sus escritos políticos. Esta sección incluye, además, los trabajos de la doctora Nannette Portalatín, doctor José Rafael López y doctora Grisselle Merced quienes abordan otras consideraciones como la presencia de la poesía de Julia en Ángela María Dávila y Olga Nolla; su conciencia sobre el oficio de escritora; y sus ideas sobre la educación y su vocación y valoración de la profesión magisterial, respectivamente.
La sección Julia, Diosa del agua contiene la conferencia magistral de la destacada humanista, doctora Mercedes López-Baralt, la cual dictó en el centenario de la poeta en su pueblo natal de Carolina, analizándola como un mito creador de mitos a partir del símbolo más presente de su poesía: el agua. La sección Julia, la nuestra: ciudadana caribeña, toma el título a partir de los trabajos de la doctora Daisy Cocco de Filippis, quien examina a Julia desde su propia experiencia como dominicana en la diáspora en Nueva York, al igual que la profesora Chiqui Vicioso. Valentín Amaro discute su perspectiva del oficio de escritora desde una práctica más mística, cuasi sacerdotal de Julia. La profesora Silvia Alberti pasa revista sobre la poesía de Julia de Burgos sobre José Martí y su relación y cercanía con las ideas del prócer cubano mientras vivió en Cuba.
Una reseña completa de la participación que tuvimos el grupo de puertorriqueños que asistimos a las efemérides del natalicio de Julia en Santo Domingo la presenta el arqueólogo Miguel Rodríguez López, rector del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, entidad que participó del evento. El mar que separó a Julia y Consuelo pareció ser el que se desbordó por los ojos de María Soledad en la emoción de una jornada en la que evocó cómo su abuela cuidó con celo cada carta; cada memoria. Las mismas aguas se salieron de repente de
una copa que se rompió y derramó agua a borbotones mientras la analizaban en el simposio. Parecían ser las aguas de Julia.
La piedra de toque de este número la pone la licenciada María Consuelo Sáez Burgos, sobrina de Julia, con la entrevista que le realizó el profesor Víctor Hernández sobre la dimensión familiar de Julia. Sáez Burgos evoca a su madre Consuelo al narrar lo que esta a su vez le contó sobre su hermana Julia. Un río en el poema de sus primeros sueños.
Muchas de esas historias han pasado de generación a generación como un legado que privilegia el recuerdo y la memoria histórica. Hay que espantar el olvido, como dice la poeta Elsa Tió. Mi generación ha recibido directamente de manos de María Consuelo el testimonio vivo de Julia, la tía Julita que hemos aprendido a conocer y a amar desde una perspectiva más íntima y familiar. Julia siempre ha estado presente, desde que conocí a Solimar, la hija menor de María Consuelo, en la escuela superior. Una libreta, una peinilla y un pedazo de madera de su ataúd era lo único que se “conservaba” de la poeta. Más de una década después de aquel encuentro tan místico y personal, creo que conservamos más de lo que pensábamos. Es, además, justicia poética e histórica, no solo con Julia, sino con la abuela Consuelo y el abuelo Julio al seguir divulgando la obra de nuestra poeta nacional.
Agradezco profundamente a todos quienes hicieron posible la realización de este número, en especial a la familia de Julia. La licenciada María Soledad Sáez Matos, sobrina nieta de Julia e hija de otro destacado poeta, Juan Sáez Burgos, me permitió acceso al caudal fotográfico y documental de su familia, tan bien conservado por años por su abuela Consuelo y su tía María Consuelo, a quien también agradezco su apoyo en esta empresa. Especial mención merecen los hermanos de la Comisión Dominicana del Centenario de Julia de Burgos y su Presidenta, Chiqui Vicioso, embajadores de Julia y hermanos de nuestro País. Llegué hasta República Dominicana alertado por Caridad Sorondo, una conspiradora cultural que puso a mi disposición esta convocatoria que da vida a este número. Le agradezco mucho a Ángel Flores, quien puso a disposición de este número un dibujo hermoso realizado por un estudiante de su padre en 1989 que no tenía educación formal en arte. Es un tributo elocuente al que hacemos justicia. El destacado artista puertorriqueño José Alicea nos ha permitido utilizar algunas de sus obras para esta edición, lo que valoramos profundamente por su amor a Julia. Al igual que Alicea, la Asociación de Maestros se une al reclamo de levantar un monumento a nombre de Julia.
La contribución que hacen las autoras y autores de este número prestigian a Magisterio, presentando una edición que renueva ideas y rompe mitos de una mujer que, aunque más humana hoy, no deja de ser eso: un mito.
Eloy Antonio Ruiz Rivera Editor

Julia de Burgos y su hermana Consuelo (1937).
La nota de su hermana detrás de la foto dice:
“Se trata del retrato de Julia de Burgos, poetisa ya fenecida, y no quisiéramos alteraciones en su personalidad”.
