CAPÍTULO 2.- POCO COLOR EN SU CARA –
Creo que se deben cambiar de casa, Félix. Sois muy jóvenes los dos y vuestra relación tiene que evolucionar en libertad. No debéis sentir la presión de seguir juntos viviendo en la misma casa, como en familia.
Mamá estaba sentada en el porche, en una de nuestras butacas de mimbre de respaldo casi circular. Me quedĂ© mirando a la calle, sin atreverme a dirigir la vista hacia ella. O quizás porque preferĂa pensar antes de lanzar una respuesta a la informaciĂłn que me estaba dando. De este asunto no os habĂa hablado aĂşn, aunque ya habĂ©is oĂdo algo de ella, de mi novia, Fátima. Ella vive con nosotros y con Salema, su madre, en nuestra casa, con mi madre y conmigo. Es largo de contar; fue algo asĂ como una buena obra que mi madre les propuso para solucionar los graves problemas que habĂan tenido con su padre, y que habĂan acabado llevándole a la cárcel -afortunadamente-. –
A lo mejor vuestra relación no tiene por qué continuar si no estáis a gusto el uno con el otro. Podéis conocer a otras personas. Ella ahora es libre para hacer lo que quiera, antes no lo era. A lo mejor ni le apetece tener un compromiso con nadie. A lo mejor quiere ser libre totalmente.
Eso me indignĂł; ÂżquĂ© sabĂa ella de lo que querĂa Fátima? Daba la impresiĂłn de que se estaba imaginando un tipo de historia entre nosotros que realmente no existĂa. – –
Pero no sĂ© por quĂ© me dices todo esto. ÂżHas visto algo en ella que te haga pensar asĂ? No, FĂ©lix, si no te lo digo por nada en concreto. Te lo digo por quĂ© quizás os sintáis más libres los dos si cada uno vivĂs en vuestra casa y decidĂs, asĂ con tranquilidad, si estáis juntos o no. A lo mejor incluso gana vuestra
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